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Estudios Socio-Jurídicos

versión impresa ISSN 0124-0579

Estud. Socio-Juríd vol.6 no.2 Bogotá jul./dic. 2004

 

Una aproximación a las actitudes políticas de los españoles mediante una estructura dimensional inductiva

Araceli Mateos Díaz*

*Doctora en Ciencia Política. Profesora ayudante de la Universidad de Salamanca.

Recibido: febrero de 2004 Aprobado: julio de 2004


Después de un cuarto de siglo de restablecida la democracia en España, los estudios sobre sus elementos constitutivos, la interrelación de los mismos y el conocimiento de los procesos que definen su mayor o menor grado de calidad han alcanzado una notable madurez. La cultura política democrática es un elemento que, aunque no es calificado en la literatura como condición necesaria y suficiente para la democracia, puede ser identificado como un factor explicativo de otros aspectos relacionados con el desarrollo de la misma. La presencia de actitudes políticas democráticas entre los españoles, incluso antes del inicio del proceso de transición política, hicieron que su comparación con otros casos de estudio con trayectorias políticas similares estuviera más limitada. La coexistencia de dichas actitudes con una situación política autoritaria supuso que el caso español fuera un ámbito de estudio atípico si se compara con el europeo occidental. Sin embargo, España sí aparece como caso de comparación en los trabajos1 que analizan las diferencias actitudinales teniendo en cuenta las olas de democratización.

La definición más extendida de cultura política hace referencia al conjunto de orientaciones políticas, donde se incluyen opiniones, creencias, valores, actitudes y percepciones de los ciudadanos de una determinada colectividad sobre objetos políticos. En los términos clásicos de Easton,2 estos objetos políticos hacen referencia tanto a los elementos que tienen que ver con la estructura como con el proceso y el resultado del sistema político. Así, las investigaciones que tratan de presentar las características definitorias de la cultura política de un país analizan tanto las actitudes hacia la estructura como hacia el proceso o el resultado del sistema político. Almond y Verba3 establecieron una clasificación de las mismas en orientaciones políticas cognitivas, afectivas y evaluativas. Esta tipología está justificada en la naturaleza que da origen a las actitudes políticas, si bien tiene la desventaja de que algunas de éstas pueden ser a su vez afectivas y cognitivas, afectivas y evaluativas o cognitivas y evaluativas. En este artículo se presenta un modelo alternativo de esquema dimensional de las actitudes políticas de los españoles en el que las dimensiones no provienen de una distribución predeterminada de las mismas sino de la interrelación entre dichas actitudes.

En el primer apartado se lleva a cabo un repaso de los conceptos de actitud política y cultura política. También se analizan las diferencias o relaciones conceptuales y teóricas establecidas entre las actitudes y otros conceptos como son los valores, las creencias y las opiniones. El segundo apartado conecta elementos teóricos y metodológicos en el análisis de las actitudes políticas, y en el tercer apartado se presenta un esquema dimensional que permite descifrar algunas de las relaciones entre las actitudes políticas de los españoles.

1. LAS ACTITUDES POLÍTICAS COMO COMPONENTES DE LA CULTURA POLÍTICA

Una actitud es la suma de inclinaciones y sentimientos, prejuicios o distorsiones, nociones preconcebidas, ideas, temores o amenazas y convicciones de un individuo acerca de cualquier asunto específico.4 Mientras, una opinión constituye la expresión verbal de una actitud. La opinión tiene relevancia como símbolo de la actitud pero lo que tiene realmente interés es la actitud. Sin embargo, las opiniones y acciones también pueden ser distorsiones de las actitudes. En muchas ocasiones existe cierta discrepancia o algún error de medida entre la opinión sostenida y la acción manifiesta, y entre éstas y la actitud. No siempre las opiniones y los actos manifiestos constituyen el mejor escaparate para las orientaciones subjetivas y las preferencias que forman una actitud.5

Froman diferencia entre creencia, actitud y valor: el valor es lo deseable, lo que se quiere, lo que podría ser, la relación de cosas que se consideran como un final.6 Las creencias se utilizarían para describir lo que nos rodea, pueden referirse a creer en algo o creer sobre algo, y suelen tener un significado adicional sobre si esto es verdadero o es falso. Por último, para este autor una actitud es una predisposición individual a evaluar un aspecto de su mundo como favorable o desfavorable, tener una predisposición de aprobar o desaprobar algo. Para él, las actitudes pueden tener dos componentes: afectivo (si algo gusta o no gusta) o cognitivo (si se cree o no se cree). Para otros autores,7 en lugar de estos componentes las actitudes tendrían un componente evaluativo y uno de creencia. El evaluativo vendría definido por lo que nos gusta y lo que no nos gusta (que se correspondería con el afectivo de Froman), y estas evaluaciones tienen dos propiedades fundamentales: la dirección y la intensidad. El componente de creencia de una actitud tiene que ver con la calidad y el grado de información que está por debajo del componente evaluativo. La estructura particular de un sistema de creencias depende de las interrelaciones mantenidas entre sus actitudes. Por su parte, las actitudes políticas contienen tres elementos: un contenido emocional o afectivo; un elemento cognitivo, lo que la gente sabe o cree que es cierto, y la intención de actuar que proporcionan en una dirección u otra.8

Las creencias se diferencian de las actitudes en que las primeras tienen que ver con la naturaleza del mundo, mientras que las segundas son orientaciones hacia objetos específicos.9 Las actitudes políticas pueden ser el resultado de la combinación de valores y creencias, estar basadas en creencias sobre cosas, eventos o fenómenos políticos. Estas actitudes constituyen una organización persistente de predisposiciones hacia dichos objetos. Considerar las actitudes como sinónimo de predisposiciones implica entenderlas como una construcción teórica10 o como una abstracción analítica,11 lo que implica que puedan hacer referencia incluso a cosas que no son reales, que no pueden ser observadas. En este sentido, aquellos defensores de la inclusión del comportamiento en la definición de cultura política o como una extensión de las actitudes políticas no suelen tener en cuenta esta definición. Sears12 llega a diferenciar entre predisposiciones actitudinales y predisposiciones simbólicas. Las primeras tendrían un mayor impacto en las evaluaciones que los adultos hacen hacia los objetos políticos, mientras que las segundas —las simbólicas— serían aquellas adquiridas desde temprana edad y serían estables hasta la edad adulta.

Un valor es definido como una creencia permanente que permite transmitir el objetivo de la vida, es personal y socialmente transmitido. Los valores permiten adivinar los objetivos vitales por medio de objetivos y situaciones específicos. Los valores son los que incorporan los objetivos hacia los cuales los individuos deben dirigirse. En este sentido, las actitudes son conjuntos de creencias enfocadas hacia un objeto particular o situación, y proporcionan una respuesta favorable o desfavorable, facilitan la predisposición de un individuo. El sistema de creencias está ampliamente reconocido por sus interconexiones; las actitudes, creencias, valores, necesidades e intereses con frecuencia muestran altos niveles de consistencia cognitiva unos con otros.13

El momento en el que el concepto de cultura política tuvo un impacto de mayor alcance hay que situarlo en la década de 1960 con la aparición del libro de Almond y Verba,14 obra que se destacó por su carácter innovador al verse envuelta en la revolución behaviorista del momento y en los desarrollos teóricos funcionalista y sistémico.15 Dichos autores dieron una primera definición de cultura política sosteniendo que: "la cultura política de una nación es una particular distribución de los patrones de orientaciones hacia objetos políticos entre los miembros de una nación".16 Con ello estaban haciendo referencia a las orientaciones políticas, es decir, a las actitudes hacia el sistema político y sus diversas partes, así como al papel que cada individuo tiene dentro del sistema político. Si la cultura política conecta los dos niveles de la política (macro y micro), entonces ésta puede ser entendida como el resultado, por un lado, de la historia colectiva del sistema político y, por otro lado, de las experiencias personales de los individuos. La cultura política englobaría al conjunto de significados compartidos de la vida política y al conjunto de recursos utilizados para pensar sobre lo político, lo que supone que es algo más que la suma de las opiniones privadas de los individuos. Supone, además, la propia definición de los individuos como actores políticos, la forma como la gente construye su visión de lo político y su posición dentro del mismo.17

Entre el nivel macro y micro de la política puede identificarse un nivel intermedio denominado por algunos autores como "mesonivel", que hace referencia a las reglas del juego aceptadas por todos los ciudadanos y que permite la conexión entre el sistema político y los individuos. Este mesonivel está abierto a la influencia de cómo se desarrolle el debate político en el micronivel. Por consiguiente, la micro cultura política está compuesta por aquellas actitudes y orientaciones que tienen que ver con la actividad política cotidiana.18

En la formación de estas orientaciones adquiere una gran importancia la socialización. Si se parte de la idea de que determinadas características actitudinales de los ciudadanos están condicionadas por el contexto político y social en el cual esas actitudes se están formando (o se han formado), es importante tener en cuenta cómo son el contexto y los procesos de socialización que han influido en la formación de las orientaciones.19

No existe mucha diversidad en las definiciones que se dan de cultura política, sin embargo, hay algunas aproximaciones que insisten de manera más específica en la definición de los elementos o actitudes que la componen y el punto de vista que se utiliza para interpretar la continuidad o cambio de las mismas. Así, por ejemplo, se encuentran aquellas que enfatizan que es el producto de la historia colectiva de un sistema político y el resultado de la historia personal de los miembros de dicho sistema.20 Otras definiciones resaltan más el peso de los valores y las actitudes que son compartidas en el seno de una sociedad y transmitidos de generación en generación,21 mientras que otras definiciones, en lugar de considerar los valores, insisten en el conjunto de "creencias" compartidas que tienen consecuencias políticas22 o que legitiman determinadas prácticas sociales.23

Si la cultura política incluye en su definición la característica de aquello que es compartido, las actitudes políticas pueden llegar a ser entendidas también como un factor de integración y de autoidentificación ya que permiten la formación de una identidad colectiva.24 Sin embargo, algunos autores no comparten que las actitudes tengan esa función integradora, sino más bien consideran que pueden ser tanto un instrumento integrador como desintegrador, ya que al orientar las acciones de los individuos, pueden generar a la vez conflicto o cooperación. La cultura, puesto que proporciona un significado a las acciones de los individuos, es capaz de producir conflictos y es socialmente desintegradora.25 Rosenbaum había diferenciado entre sociedades fragmentadas e integradas.26 Una sociedad desintegrada desde el punto de vista de las actitudes políticas es aquélla en la que hay grupos aislados y separados que tienen orientaciones contradictorias o incompatibles hacia la vida política. Para este autor, sociedades con un alto pluralismo social pueden dar lugar a sociedades altamente fragmentadas. Esta fragmentación vendría condicionada por un dominio de las lealtades políticas parroquiales, por una presencia de violencia política y desacuerdo con las reglas y normas civiles, así como por la presencia de desconfianza política entre los grupos sociales. Por otro lado, las sociedades altamente integradas políticamente se caracterizarían por tener una alta consistencia e identificación política, con bajos niveles de violencia política, un dominio civil de los procedimientos a la hora de manejar los conflictos, con amplias técnicas de colaboración política —pese a la diversidad— y con importantes lealtades al régimen y alta legitimidad de la forma de gobierno.

Algunos autores27 consideran a la cultura política como un fenómeno colectivo que se construye socialmente y que hace referencia al proceso de interpretación de los significados de la vida política. En ese proceso de construcción social de significados intervienen una serie de factores: las tradiciones sociales y políticas de una determinada sociedad, la acción de las élites como productoras y transmisoras de significados, y las pautas de interacción dentro de una estructura social determinada. Otras definiciones, en lugar de hacer referencia a las orientaciones políticas, destacan la importancia de las suposiciones, consideran que la cultura política consiste en adoptar una actitud acerca del mundo político, es decir, centran la atención en eventos, instituciones y comportamientos; definen qué es lo realmente factible, identifican posibles problemas y permiten tomar decisiones, suponen una disposición a favor entre un rango de posibilidades. El espectro de actitudes y premisas que coexisten en una cultura debe ser muy consistente y estar íntimamente correlacionadas.28

En la segunda mitad de la década de los noventa aparecieron nuevas concepciones o interpretaciones de las actitudes políticas que han derivado en cambios en la definición de cultura política como fue la "concepción mundana de la cultura política". Esta definición insistía en resaltar la importancia de las conversaciones cotidianas, el conjunto de intercambios con los que los individuos interpretan lo político y sus resultados, aquellos ámbitos donde las actitudes se forman. La cultura política mundana ayudaría a explicar la estabilidad política puesto que ésta podía estar basada en la propia inhibición de los ciudadanos a la participación política en las instituciones. Junto a esta definición hay que destacar la aparición del término "nueva cultura política" (New Political Culture, NPC) y el de "cultura posmoderna".29 Para Clark e Inglehart,30 la nueva cultura política plantea diferencias respecto a siete elementos clave: 1) la clásica dimensión izquierda-derecha se ha transformado, las definiciones y los significados que se dan de izquierda y derecha son diferentes a las que se daban tradicionalmente; 2) los issues sociales y económico-fiscales están distinguidos explícitamente. No existe una superestructura ideológica que marque las diferencias de las posiciones mantenidas respecto a los issues sociales. La nueva cultura política refleja una mayor diferenciación socioeconómica y profesional; 3) los issues sociales han adquirido una mayor importancia frente a los issues económicos y fiscales; 4) hay un crecimiento del individualismo social y del mercado; 5) se produce un cuestionamiento del Estado de bienestar. Algunos defensores de la NPC manifiestan que el mantenimiento de un Estado central planificador es muy poco realista respecto a muchos servicios sociales y económicos; 6) aparece un incremento de los issues políticos y una amplia participación ciudadana, a la vez que se produce una caída de las organizaciones jerárquicas; 7) esta nueva forma de definir la cultura política surge de forma mucho más clara entre las opiniones de los jóvenes, las sociedades más educadas y más individualistas.

Tanto la nueva cultura política como la cultura posmoderna mantienen una estrecha relación con la aparición de los nuevos valores posmaterialistas y el cambio en las preferencias sociales, así como en las demandas planteadas al Estado y lo que se espera de éste. En cuanto a la capacidad de contemplar la explicación del cambio, esta nueva manera de entender la cultura política implica una diferencia respecto a la definición clásica de cultura política puesto que sí lo incorpora. El posmodernismo es una corriente que trata de explicar las condiciones culturales y los efectos que los cambios económicos, sociales y políticos ocasionan. Incluye una concepción de la cultura política en la que los valores individuales cambian tal y como lo hace el mundo contemporáneo. Existe, por tanto, una proliferación de nuevos valores, actitudes políticas, estilos de vida y movimientos sociales.

En el presente artículo las actitudes políticas quedarían recogidas bajo la definición clásica de cultura política de Almond y Verba, entendida como la particular distribución de pautas de orientación hacia los objetos políticos, que resulta de una historia política compartida por los ciudadanos y de unos elementos aprendidos e interiorizados a través de la socialización, gracias a los cuales se puede dar significado a dichos objetos políticos. Pero estas pautas de orientación responden no sólo a actitudes sino también a algún comportamiento, en concreto, los que hacen referencia a la participación política no convencional y la participación social. Estos comportamientos no son más que la prolongación o expresión de las actitudes mantenidas.31 Por otra parte, la particular distribución de las pautas de orientación no responde a algo preestablecido teóricamente, sino que dicha estructura es creada a lo largo de la presente investigación a partir de las respuestas de los ciudadanos.

2. PERSPECTIVAS TEÓRICAS EN EL ANÁLISIS DE LAS ACTITUDES POLÍTICAS

Cada definición de un concepto permite operacionalizarlo en dimensiones medibles por cada investigador. Pero, a su vez, esa operacionalización puede llegar a estar condicionada por la perspectiva teórica en la que se enmarque el análisis. La teoría de la cultura política la define, en primer lugar, como compuesta por una serie de concepciones subjetivas que prevalecen en la sociedad. En segundo lugar, considera que posee componentes cognitivos, afectivos y evaluativos. En tercer lugar, parte de que su contenido es fruto de la socialización política y de las experiencias adultas. Finalmente, sostiene que afecta a la estructura y al desempeño político y gubernamental.32

El estructuralismo hace referencia a las reacciones de la gente ante la política, busca las diferencias entre lo que se espera y el consenso que existe ante determinados aspectos políticos. Estas reacciones sobre la cultura y la política se hacen por medio de representaciones colectivas que, a su vez, provienen del lugar que una u otra persona ocupa dentro de la estructura social. La teoría cultural puede encuadrarse como derivada del acercamiento estructuralista, para ella los intereses políticos no pueden ser analizados desde la perspectiva económica o racional, sino que han de estar conectados a las relaciones que establecen los individuos con sus grupos de referencia y que, a través de su participación en política, van creando sus propias preferencias y opiniones.33

La perspectiva culturalista ha establecido cuatro elementos caracterizadores de una cultura. Primero, la cultura está relacionada con la sociedad, constituye una determinada manera de pensar y actuar. Segundo, considera que la cultura es vida social en una serie de aspectos: creencias, conocimiento, moral, leyes, costumbres y hábitos de una sociedad. Tercero, la cultura es lo que diferencia a una sociedad de otra. Por último, la cultura es diferenciadora, es una variable que une un conjunto de maneras de pensar por medio de las cuales normalmente se regula el comportamiento social.34

El funcionalismo entiende la cultura política como el conjunto de interconexiones lógicas entre las preferencias, los intereses y las concepciones de las necesidades y los recursos, así como la contribución de cada uno a la hora de perpetuar un estilo de vida como una parte del contexto político de una sociedad. Para ello existe lo que Parsons definió como "action frame of reference", según el cual el individuo está situado en un contexto que le proporciona información sobre los objetos políticos y, a su vez, aprende a reaccionar ante situaciones.35

La cuarta de las perspectivas teóricas es la teoría sistémica, que considera la política como un sistema, y que sobrevive dependiendo de cómo se proporcionen los outputs que ese determinado sistema necesita. Según esta teoría, la cultura política está situada fuera del entorno político o del centro del comportamiento y de la actividad. Las normas culturales transmitidas a través de generaciones regulan las demandas de los ciudadanos, lo que se espera de ellos como ciudadanos o en cooperación con otros, así como lo que es aceptable en una sociedad. Los valores y las creencias de una cultura política pueden prevenir también que se planteen ciertas demandas. Las normas culturales guían a los miembros del sistema y proporcionan las reglas de juego político, y ayudan a regular el número y contenido de las demandas planteadas al sistema.36

Finalmente, para el marxismo, el estudio de la cultura política y de las actitudes políticas estaba relegado a un segundo plano ya que, tradicionalmente, se había considerado a la cultura política como una parte de la superestructura de una sociedad. Las normas culturales y los valores estaban determinados por la base social y económica de la misma.37 La superestructura representa los intereses de la burguesía que asimila la ideología inherente en el modelo dominante de producción y relaciones sociales de clase. La cultura se convierte en algo estático porque representa las consecuencias de las relaciones sociales entre los trabajadores y la clase capitalista. Marx explicaba la cultura en términos de dependencia mientras que, por contraste, Weber explicaba el orden político, económico y social referido a una cultura que era compartida por las orientaciones individuales del interés racional particular.38

Junto a estas perspectivas de análisis, a finales de la década de los ochenta aparecieron nuevas líneas de análisis cultural que reivindicaban una "resociologización" del concepto de cultura política. En este nuevo enfoque, o perspectiva de la interpretación, no existen diferencias entre hechos y valores, se considera a la cultura política como un recurso básico que utilizan los individuos para guiar su acción, proporcionándoles a su vez un significado, sobre todo para el análisis de los procesos de transformación y cambio.39 Además, esta perspectiva abandona la idea de la cultura política como algo homogéneo y necesario para el mantenimiento de la estabilidad del sistema político, y plantea la posibilidad de hablar de diferentes culturas políticas que diferencien a los grupos que componen una sociedad, relacionándose en cierta medida con la tesis mantenida por Eder40 de identificación de la cultura política como desintegradora y no homogénea.

La nueva historia cultural41 apareció como una perspectiva de análisis entre los historiadores; se centraba en analizar la relación entre cultura política y democratización, pero entendiendo la cultura política como algo más que una colección de valores subjetivos, ésta era definida como una configuración de representaciones y prácticas que existe como algo estructural y por derecho propio.42 Las ideas y prácticas políticas de los actores políticos debían ser vistas como resultado de sus propias historias.

3. LA ESTRUCTURA DIMENSIONAL CLÁSICA DE LAS ACTITUDES POLÍTICAS

Según la definición clásica de Almond y Verba, la operacionalización del concepto de cultura política permite dividirlo en tres tipos de orientaciones políticas o dimensiones: cognitiva, afectiva y evaluativa. Cada una de estas dimensiones está compuesta a su vez por actitudes, creencias y valores políticos.

Las orientaciones cognitivas hacen referencia al conocimiento de, y a la creencia en, el sistema político, sus papeles y todo lo relacionado con éstos; sus inputs y sus outputs. Las orientaciones afectivas incluyen los sentimientos acerca del sistema político, sus papeles personales y transformados, y las orientaciones evaluativas, a los juicios y opiniones acerca de los objetos que típicamente envuelve la combinación de valores y criterios estándar con información y sentimientos.43 Las orientaciones cognitivas incluyen, además de la cantidad de información, su especificidad y precisión, así como su capacidad para organizar y procesar información. Las orientaciones afectivas hacen referencia a las distintas intensidades y diferentes cualidades: el enfado, la alegría, el desprecio y otros conceptos parecidos. Las orientaciones evaluativas tienen que ver con el uso de diferentes criterios de valor para la formulación de opiniones y juicios. Las categorías de los objetos políticos son reducidas a sus elementos componentes.

Los objetos input incluyen los medios de comunicación, los grupos de interés, partidos políticos, poderes legislativos y el ejecutivo en su aspecto político. Los objetos output son clasificados de diferentes maneras; como subcategorías que agrupan a la policía, el ejército, los diferentes actores civiles y las autoridades fiscales. Al tratar los elementos del sistema político se distinguen tres categorías de objetos políticos: 1) papeles o estructuras específicas: cuerpos legislativos, ejecutivos y burócratas; 2) titulares de dichos papeles: monarcas, legisladores y funcionarios, 3) principios de gobierno, decisiones o imposiciones de decisiones públicas y específicas.

Además de las mencionadas dimensiones extraídas de la operacionalización que Almond y Verba hacen de su definición del concepto, los indicadores que aportan información sobre dichas orientaciones políticas son: conocimientos y creencias acerca del sistema político, sus papeles, y de todo lo que tenga que ver con dichos papeles en sus aspectos políticos (inputs) y administrativos (outputs), sentimientos acerca del sistema político, sus funciones, sentimientos que despierta en sí mismo y sus logros, juicios y opiniones sobre objetos políticos. Estos juicios y opiniones implican típicamente la combinación de criterios de valor con la información y los sentimientos. Incluyen la valoración de su propia función como sujetos activos y participativos en la vida política.

En las operacionalizaciones del concepto, incluso utilizando definiciones parecidas a la que dieron Almond y Verba, no siempre se utilizan los mismos indicadores actitudinales o no siempre se cuenta con la información suficiente para extraer datos al respecto. Así, Morán y Benedicto44 utilizan, para el caso español, la clasificación en las siguientes dimensiones: individuo-ciudadano como actor, la vinculación ciudadano-política, la imagen del sistema político.

Sin embargo, esta clasificación de los indicadores en las dimensiones cognitiva, afectiva y evaluativa no será sostenida en este artículo tal como fue planteada por los autores, por diversos motivos. Primero, porque algunos de los indicadores podrían situarse en más de una dimensión, lo que limita el carácter excluyente de dichas dimensiones. Segundo, porque la clasificación de Almond y Verba está elaborada a partir de un número mayor de indicadores que los considerados en este caso, y ese hecho impide su comparación y el ajuste de dicha clasificación para el caso español. Por otra parte, el modelo preestablecido impide comprobar cuáles son los cambios que puedan haberse producido en la estructura relacional entre variables actitudinales con el paso del tiempo. Un esquema dimensional demasiado ajustado a clasificaciones teóricas fijas impide analizar y comprobar dichas variaciones, así como la introducción de aspectos concretos que puedan resultar de crucial interés en los estudios de casos específicos.

En este artículo se considera que a partir de las orientaciones políticas de los españoles, conocidas mediante las respuestas a los indicadores que representan actitudes, valores y comportamientos políticos, se puede crear una estructura de asociación que permita extraer las dimensiones características de dicho conjunto de indicadores. No se parte de una clasificación actitudinal predeterminada, sino que ésta se creará a partir de las actitudes mantenidas por los españoles hacia objetos políticos. Este esquema dimensional aborda de manera un poco más novedosa el tratamiento estructural de las actitudes políticas, y en el trasfondo de la cultura política, intentando superar algunas de las limitaciones señaladas.

4. ELEMENTOS METODOLÓGICOS Y DATOS UTILIZADOS

El primer aspecto que hay que tener en cuenta a la hora de la medición de las actitudes es especificar cuáles serán las variables de actitud y, por medio de ellas, limitar o definir la medida a utilizar. Algunos autores45 cuando se hace referencia a "medir" en las ciencias sociales, suelen hablar de asignar símbolos numéricos a alguna magnitud o atributo de algún acontecimiento o hecho. Gracias a esta definición, las mediciones pueden ir más allá de la descripción de los fenómenos, facilitan el estudio de las posibles relaciones entre los distintos fenómenos y ayudan a revisar los conceptos con los que se trabaja. Para otros autores,46 medir no significa necesariamente cuantificar los conceptos, sino establecer criterios para su observación y clasificación teniendo en cuenta la presencia o ausencia de las propiedades del concepto. En este artículo, medir hace referencia a una combinación de las dos cosas, se le asignan símbolos numéricos a la presencia o ausencia de las propiedades de un concepto o de los valores de las variables que representan a los indicadores de cultura política. Éste es el criterio escogido para su observación y la forma más adecuada para poder establecer gradaciones y escalas en las opiniones y actitudes. Además, esta asignación de números permite realizar análisis estadísticos y crear modelos explicativos sobre la relación entre las diferentes variables que de otra manera resultaría imposible.

Los indicadores generalmente proceden de la observación o de la experiencia, permiten cuantificar las dimensiones y convertirlas en utilizables para la manipulación estadística. Un indicador es la medida estadística de un concepto, de la dimensión de un concepto o de una parte de ella, basado en un análisis teórico previo o integrado en un sistema coherente de medidas semejantes. Las principales funciones de los indicadores son: describir (obtener información de una constante, establecer un balance); comparar (establecer una tipología de situaciones en diferentes ámbitos); explicar (unos hacen referencia a las causas y otros los efectos) y prever (evaluar los efectos y determinar posibles inferencias).47 Pero los indicadores también pueden ser utilizados para descubrir la estructura interna dentro de un concepto sin responder inicialmente a un análisis teórico.

Casi todos los indicadores que se utilizan en este artículo son subjetivos, hacen referencia a las percepciones o interpretaciones de los propios individuos sobre los aspectos políticos; no obstante, respecto a alguno de ellos, como es la preferencia por un régimen político, se podría hablar de un indicador normativo ya que apenas existe variación en las opiniones de los españoles respecto al mismo.

Los indicadores que hacen referencia a las actitudes políticas en este artículo48 podrían ser agrupados de acuerdo con las dimensiones en las que se divide el concepto clásico de cultura política, sin embargo, se considera que según esa clasificación existen indicadores que aportan información sobre varias de esas dimensiones, lo que dificulta su ubicación exclusivamente en una de ellas. Dependiendo de cómo se entienda el significado y la información que se pretende obtener de dichos indicadores pueden pertenecer a una dimensión u otra de dicho concepto. Además, al no utilizar la misma cantidad de indicadores que utilizaron Almond y Verba, y siendo la realidad política a analizar diferente a la considerada en el trabajo de estos autores, se sostiene que la diferenciación de estas dimensiones actitudinales puede ser extraída de los individuos y no ser establecida de antemano por el investigador. Es decir, se parte de un conjunto de indicadores actitudinales y se lleva a cabo un análisis estadístico específico49 para que sean los ciudadanos entrevistados los que, de acuerdo con la relación sostenida entre las respuestas a dichos indicadores, permitan inferir el criterio de agrupación y creación de las dimensiones.

En otras investigaciones se ha aplicado esta técnica para descubrir cómo las actitudes ante la política se agrupan en varias dimensiones empíricamente diferenciables.50 En este caso, se llegó a la conclusión de que las actitudes de los ciudadanos no son tan diferenciadas como sugiere el modelo teórico que divide a las mismas en policy (contenidos de diferentes campos de la política), politics (procesos políticos: la formación de la voluntad política, la decisión y la implementación) y polity (estructuras e instituciones que forman el marco en el que se desarrolla la acción política).51 Existen indicadores que según el modelo teórico estarían en dimensiones diferentes pero que los resultados del análisis juntaron en la misma dimensión.52

En el presente artículo se es consciente de que no se puede intentar comprobar si la división o estructuración de los indicadores actitudinales en dimensiones se ajusta perfectamente o no al modelo teórico propuesto por Almond y Verba puesto que no se cuenta con los mismos indicadores, y ése es uno de los principales requisitos en los que se basa un buen estudio comparativo. Sin embargo, se considera que el ejemplo aquí presentado supone un acercamiento útil a la hora de su aplicación con información disponible para otros casos o momentos a lo largo del tiempo.

Puesto que son los individuos los que establecen las relaciones entre los diferentes ítems a través de sus respuestas a las cuestiones planteadas, se construyen índices a partir de los mismos que permitan medir dicha relación como un solo indicador.53 A la hora de transformar uno o varios conceptos en índices han de seguirse algunas etapas:54 representación imaginada del concepto, especificación del concepto, elección de indicadores y, finalmente, la formación de los índices. En primer lugar, se debe tener claro cuál es el marco teórico en el que encuadra el análisis de un problema, o se intenta descubrir o explicar un fenómeno. Lo primero que se hace es partir de un concepto que describa las relaciones observadas entre los fenómenos. En segundo lugar, a la hora de concretar en qué consiste ese concepto se analizan los componentes del mismo, éstos pueden deducirse del concepto general que engloba o, de manera más empírica, derivarse de la estructura de sus intercorrelaciones. En tercer lugar, y puesto que un concepto generalmente hace referencia a un conjunto más completo de fenómenos, los indicadores son los representantes de las dimensiones más importantes del mismo. Los indicadores son los que aportan la información numérica que, una vez manipulada, permite crear el índice. Por último, para construir unos buenos índices es necesario combinar varios de estos indicadores.

En este artículo, y para la creación de los índices aquí utilizados, se ha llevado a cabo una recodificación de las variables para que todas ellas tengan una misma escala,55 sin embargo, intentando evitar algunos de los problemas que conlleva la ponderación de los indica-dores no se ha aplicado un peso diferenciado a cada uno de ellos. Se desconoce de partida la diferente influencia o presencia que puedan tener los distintos indicadores entre los ciudadanos, no existe un criterio que a priori justifique la asignación de pesos diferentes a los ítems, por ello los datos utilizados no están ponderados.

5. ESQUEMA DIMENSIONAL DE LAS ACTITUDES POLÍTICAS

La aplicación del análisis factorial responde a la necesidad de buscar una agrupación de las diferentes actitudes políticas en dimensiones sin utilizar ningún esquema teórico previo sobre sus posibles relaciones. Estas agrupaciones son creadas a partir de las correlaciones entre las respuestas dadas por los entrevistados y sin tener en cuenta una agrupación teórica existente. En este caso, y para la aplicación de esta técnica, se requiere que sus variables sean cuantitativas; los indicadores actitudinales utilizados han sido transformados en forma de índices (14) que varían entre cero y uno. Los resultados de este esquema dimensional se observan en las tablas 1 y 2. La tabla 1 proporciona información sobre el porcentaje de varianza explicado por cada uno de los componentes. El modelo que incluye los tres componentes explica un 49% de la variabilidad entre las actitudes sostenidas por los ciudadanos. La incorporación de un nuevo factor a este modelo no explicaría un importante porcentaje de la variabilidad de los datos, de ahí que el número de ellos se haya mantenido en tres.

La matriz de componentes rotados (tabla 2) muestra los tres factores extraídos y las variables que los forman. El primer factor constituye una combinación de indicadores de implicación política: socialización política, interés por la política, seguimiento de información política, participación política social y participación no convencional. El segundo factor está compuesto por todas las variables evaluativas incluidas: importancia de determinadas instituciones para el funcionamiento de la democracia, valoración de cómo le afectan las decisiones tomadas en determinadas instituciones, valoración de los partidos políticos, satisfacción con el funcionamiento de la democracia y preferencia por un régimen político; este último indicador tiene una baja correlación con todos los factores, de hecho podría colocarse en dos de los factores, ya que con el segundo componente tiene una correlación de 0,190 y con el tercer componente una correlación de 0,116. El tercero de los factores puede denominarse afectivo-ideológico y está compuesto por la autoubicación ideológica, la cercanía a los partidos y la ubicación de los mismos en la escala ideológica.

Estos tres factores reflejan una posible operacionalización del concepto de cultura política, y cómo de un conjunto de actitudes y orientaciones políticas sobre objetos políticos se descubren dimensiones diferenciadas entre sí y con una lógica de diferenciación bastante clara. Por otra parte, estos datos ponen de manifiesto lo difícil que resulta ubicar algunos indicadores sólo en uno de los factores o dimensiones, y refleja el problema planteado de la clasificación de algunos indicadores siguiendo una estructura teórica. Ya se ha destacado el caso de la variable "preferencia de régimen político", pero además se puede resaltar la ubicación ideológica de los partidos políticos. Este indicador podría formar parte de dos componentes, el de implicación política y el ideológico, puesto que con el primero tiene una correlación de 0,310 y con el tercero de 0,741; con ello se está apoyando la afirmación de que es muy difícil en muchas ocasiones colocar a un indicador en una sola dimensión o componente.

La ubicación de los partidos políticos puede responder a un conocimiento de lo que significa el espectro ideológico y también puede responder a una ubicación basada en algo afectivo dependiendo de la ubicación ideológica personal. En este caso, generalmente quienes se sienten cercanos o identificados con un partido político, suelen ser capaces de ubicar al resto en posturas más extremas a las que realmente pertenecen. El indicador régimen político no es muy importante, su coeficiente de correlación es muy bajo, de hecho es el más bajo de todos los incluidos, porque prácticamente la totalidad de los individuos tiene la misma opinión, no hay variabilidad en la opinión respecto a este indicador.

Los resultados que se han obtenido en este análisis factorial permiten estructurar el conjunto de variables actitudinales en tres dimensiones: implicación política, actitudes valorativas y orientaciones ideológico-afectivas. Si se observa el contenido de dichas dimensiones puede decirse que éstas guardan cierta relación con la clasificación teórica de Almond y Verba, si bien el método de extracción de las mismas ha sido diferente. El método de clasificación de las actitudes políticas en dimensiones responde a una lógica inductiva extraída de los datos que se poseen, y no a una lógica deductiva como en el caso de Almond y Verba.

5.1 Dimensión de implicación política

Esta dimensión está compuesta por actitudes políticas que reflejan el compromiso y la implicación política de los españoles y explica el 25,4% de la variabilidad de los datos con los que se trabaja. Se trata de un componente que agrupa a elementos de conocimiento de la realidad política y su seguimiento a través de diferentes medios de comunicación. Además de la importancia concedida a la socialización política como mecanismo de transmisión de valores y creencias se incluyen determinados hábitos de comportamiento entre los que puede encontrarse la participación social o política no convencional.

Estos indicadores permiten captar el grado de competencia política subjetiva56 de un individuo. Si una persona es consciente de que existen mecanismos por medio de los cuales es posible intervenir en política además de hacerlo a través del voto (participando en organizaciones sociales o políticas, o a través de otras formas menos convencionales de participación que requieren un compromiso más individualizado), ésta suele estar al corriente de lo que ocurre en política y muestra un alto interés por cuestiones de este tipo. La implicación política es, según este modelo, la dimensión más relevante a la hora de describir las actitudes políticas de los españoles y aparece claramente diferenciada de las otras dos dimensiones.

5.2 Dimensión evaluativa

Esta dimensión explica un porcentaje menor de la variabilidad de los datos (14,7%), sin embargo, agrupa perfectamente a todos los indicadores actitudinales que tienen que ver con las instituciones políticas marcando diferencias respecto a las otras dos dimensiones. Como se ha señalado, el indicador con una menor coherencia en dicho componente es el de preferencia por un régimen político u otro. Esto se debe en gran medida a que en los datos apenas existen discrepancias respecto a este indicador entre los españoles. El hecho de que pueda ser un indicador afectivo-ideológico es el único inconveniente que puede encontrarse en esta dimensión, ya que el resto de indicadores están agrupados bajo una lógica coherente.

Entre las actitudes políticas de los españoles pueden diferenciarse claramente aquellas que hacen referencia a aspectos de implicación política personal y aquellas que tienen que ver con la evaluación de algunas instituciones políticas. La valoración de estas instituciones, su funcionamiento y la confianza que transmiten están adquiriendo un lugar dominante en los actuales debates sobre desafección política y descontento de los ciudadanos. Por ello, el hecho de que todas ellas formen una sola dimensión facilita el análisis de la posible desafección política de manera general entre los españoles.

5.3 Dimensión ideológico-afectiva

La tercera dimensión que estructura las actitudes políticas aquí analizadas es la denominada ideológico-afectiva. Las actitudes que tienen que ver con aspectos ideológicos parecen estar claramente diferenciadas de las de carácter evaluativo y de las de implicación política. Cabe esperar que algunos aspectos de implicación política tengan contenido ideológico, pero la asociación entre este tipo de indicadores no llega a ser tan importante como para formar parte de la misma dimensión.

Merece la pena resaltar cómo la socialización política está más conectada con aspectos de implicación política que con elementos ideológicos. Este hecho permite concluir que en España la socialización política cumple la función de transmisora de valores y actitudes políticas más relacionadas con el desarrollo de actividades con esta implicación (entre las que se incluye acción o comportamiento) que con transmisión de valores y actitudes que tengan que ver con elementos ideológicos.

Junto a estos elementos hay que señalar también que los indicadores que guardan una mayor correlación con cada componente en cada caso son la socialización política, la confianza que transmiten determinadas instituciones políticas y la ubicación ideológica personal. Estas actitudes han aparecido en estudios sobre cultura política en España, lo que refleja que la importancia de las mismas sigue manteniéndose vigente. La importancia en su momento de la "resocialización política adulta",57 la relevancia de la presencia de valores y creencias democráticas incluso antes de la transición política a la misma o la ideología son variables que permiten seguir definiendo y describiendo actitudinalmente a los españoles.

6. CONCLUSIONES

Las actitudes políticas han constituido el componente esencial de la definición del concepto de cultura política. Estas actitudes permiten describir las características de las percepciones, predisposiciones y valoraciones de los ciudadanos hacia objetos políticos. La manera como se han clasificado estas actitudes en la mayoría de los análisis de cultura política ha respondido a una lógica deductiva, es decir, partiendo de una estructuración teórica de las actitudes políticas se ha llevado a cabo la distribución de las mismas en orientaciones cognitivas, afectivas y evaluativas. En torno a esa tipología se ha descrito la cultura política de diferentes países o se ha resaltado la subcultura en el mismo sentido de diferentes grupos de individuos atendiendo a una categoría que los diferenciara. En este artículo se propone un esquema dimensional inductivo, es decir, se plantea que sean los propios datos los que proporcionen la lógica de la distribución de los indicadores actitudinales en componentes.

La utilización tanto del método inductivo como de técnicas de análisis posee ciertas ventajas. Por un lado, permite la introducción de indica-dores específicos relativos a los países o casos de estudio y, por otro lado, facilita la distribución de las respuestas que los ciudadanos dan a indicadores actitudinales en componentes de acuerdo con la correlación existente entre ellas. En el caso aquí planteado, el análisis factorial muestra tres dimensiones en las que se pueden agrupar las actitudes políticas de los españoles: implicación política, evaluativa e ideológico-afectiva. Cada uno de estos componentes describe la relación entre actitudes políticas explicando un importante porcentaje de la variabilidad de los datos. En este esquema dimensional se descubre, por ejemplo, que la socialización política en España está relacionada más directamente con aspectos de implicación y eficacia política que con elementos ideológicos. Además, la recurrente legitimidad de la democracia como mejor forma de gobierno aparece como indicador que no diferencia a los españoles, se trata de una actitud que sigue sin presentar variabilidad entre ellos. Por último, puede destacarse cómo la ubicación ideológica de determinados partidos políticos en la escala de la ideología responde a elementos afectivos más que a aspectos de conocimiento o seguimiento de información política. La aplicación de este método a grupos específicos de población permitiría descubrir la presencia de diferencias o similitudes en torno a unas u otras dimensiones.


Notas al Pie

1Pollack, Detlef, Political culture in post-communist Europe. Attitudes in new democracies, Ashgate, 2003
2Easton, David, A system analysis of political life, New York, John Wiley & Sons, 1965.
3Almond, Gabriel y Verba, Sidney, The civic culture, political attitudes and democracy in five nations. An analytic study, Boston, Little Brown, 1965.
4Thurstone, Louis L., "Las actitudes pueden medirse", en Summers, Gene F., Medición de actitudes, México, Trillas, 1984.
5En el caso que aquí se trata el ejemplo más claro sería el de tener una opinión favorable hacia la participación política de los individuos, pero después no ir a votar y, entre esto, una actitud positiva ante el sistema político democrático y las elecciones como mecanismo de representación.
6Froman, Lewis A., People and politics. An analysis of the american political system, Canada, Prentice-Hall, 1962.
7Jaros, Dean y Grand, Lawrence V., Political behavior. Choices and perspectives, New York, St. Martin's Press, 1974, p. 252.
8Zuckerman, Alan, Doing political science. An introduction to political analysis, Oxford, Westview Press, 1991, p. 53.
9Allen, Stanley, Psychological needs and political behavior. A theory of personality and political efficacy, The Free Press, 1974,         [ Links ] p. 71.
10Jaros y Grant, op. cit.
11Kavanagah, Dennis, Political culture, McMillan Press, 1972, p. 14.
12Sears, David O., "The role of affect in sýmbolic politics", en Kuklinski, James H. (ed.), Citizens and politics. Perspectives from political psychology, Cambridge University Press, 2001, p. 17.
13Braithwaite, Valerie y Levi, Margaret (eds.), Trust and governance, New York, Russel Sage Foundation, 1998, p. 48.
14Almond y Verba, op. cit.
15La concepción parsoniana y funcionalista de cultura política asumía que ésta era el principal instrumento de cohesión social. Esta concepción entrañaba la imposibilidad de establecer cuál era el sentido de la relación entre los valores, creencias y actitudes, y los comportamientos concretos de los individuos. Además, tenía problemas para explicar el conflicto y el cambio social. Morán, María Luz, "Sociedad, cultura y política: continuidad y novedad en el análisis cultural", en Zona Abierta, 77/78, 1996, p. 11.
16Anteriormente Almond ya había definido cultura política como "una tendencia particular de orientaciones de la acción política, en las que todo sistema político está asentado". Almond, Gabriel, "Comparative political sistem", en Journal of politics, No. 18, 1956, p. 396. Véase también, Almond y Verba, op. cit., p. 15.
17Morán, op. cit., p. 7.
18Girvin, Brian, "Change and continuity in liberal democratic political culture", en Gibbins, John, Contemporary political culture. Politics in a postmodern age, London, Sage, 1989, p. 35.
19"Citizens form opinions about politics by evaluating information that is filtered through the social environment in which they live. The implication is that social context, or an evaluation of a social context, is embedded as an element in the cognitive structure an actor employs to encode and store information". Mackuen, Michael y Brown, Courtney, "Political context and attitude change", en American Political Science Review, No. 81, 1987, p. 471.
20Pye, Lucian W., "Political Culture", en Sills, David L. (ed.), International Encyclopaedia of the Social Science, vol. 12, New York, MacMillan and Free Press, 1968, p. 218.
21Inglehart, Ronald, Modernización y posmodernización. El cambio cultural, económico y político en 43 sociedades, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1998, p. 5.
22Lane, Ruth, "Political culture: Residual category or general theory?", en Comparative Political Studies, No. 25, 1992.
23Wildavsky, Aaron, "Choosing preferences by constructing institutions: a cultural theory of preference formation", en American Political Science Review, No. 81, 1987.
24La cultura como mecanismo integrador fue defendida por Parsons, siendo la socialización política la encargada de garantizar esa integración.
25Eder, Klaus, "La paradoja de la 'cultura'. Más allá de una teoría de la cultura como factor consensual", en Zona Abierta, Nos. 77/78, 1996, p. 96.
26Rosebaum, Walter, Political culture, London, Thomas Nelson & Son, 1975.
27Benedicto, Jorge, "Las bases culturales de la ciudadanía democrática en España", en Del Castillo y Crespo (eds.), Cultura política. Enfoques teóricos y análisis empíricos, Valencia, Tirant lo Blanch, 1997, p. 228.
28Elkins, David J. y Simeon, Richard E. B., "A cause in search of its effect, or what does political culture explain?", en Comparative Politics, enero, 1979, p. 132.
29Merelman, Richard M., "The mundane experience of political culture", Political Communication, vol. 5, No. 4, p. 530. Respecto a la importancia de la modernización y la posmodernización en el cambio de valores véase Inglehart, op. cit. Para el caso español, Rojo realizó un análisis intentando comprobar los supuestos de la nueva cultura política aplicándolo al comportamiento de voto de los madrileños. En este caso, la nueva cultura política supone la pérdida de lealtad a los partidos y la diversificación social de sus bases, la pérdida del voto de clase. Según esta autora, "la nueva cultura política tiene posibilidades de expandirse en España" por una equiparación al desarrollo posindustrial que ha hecho que comiencen a aparecer valores posmaterialistas, si bien su total incorporación dependerá de la absorción de la modernidad por parte de los estratos sociales de menor nivel educativo. Rojo, Teresa, "Los supuestos de la 'nueva cultura política' respecto al comportamiento de voto. Una aplicación al caso de Madrid", en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, No. 58, 1992.
30Clark, Nichols y Inglehart, Ronald, "The new political culture: Changing dynamics of support for the welfare state and other policies in posindustrial societies", en Nichols Clark y Hoffman-Martinot (eds.), The new political culture, Colorado, Westview Press, 1998.
31"political culture and political behaviour cannot be kept hermetically separated to arguing that they should therefore be subsumed under the same rubric. " ...:Nor is it possible to explore the links between the internal world of values, feelings, and beliefs and the external world of behaviour if the two realms are conflated". Everitt, Joanna y O'Nell, Brenda, Citizan politics. Research and theory in Canadian political behavior, Oxford, Oxford University Press, 2002. "Political culture must be limited to the attitudes, beliefs, and sentiments that give order and meaning to the political process and provide the underlying assumptions and rules that govern behaviour". Rosenbaum, op. cit., p. 6.
32Almond, Gabriel, Una disciplina segmentada. Escuelas y corrientes en las ciencias políticas, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 203.
33Welch, Stephen, The concept of political culture, Ipswich, St. Martin's Press, 1993.
34Eckstein, Harry, "A culturalist theory of political change", en The American Political Science Review, vol. 82, issue 3, 1988.
35Welch, op. cit.
36Easton, op. cit., p. 2.
37Gibbins, John R. (ed.), Contemporary political culture. Politics in a postmodern age, London, Sage, 1989, p. 4.
38Chilote, Ronald H., Theories of comparative politics: the search for a paradigm reconsidered, Boulder, Westview Press, 1994, p. 177.
39Morán, op. cit., p. 2.
40Eder, op. cit.
41Hunt, L. (comp.), The new cultural history, Berkeley y Los Angeles, University of California Press, 1989.
42Somers, M., "¿Qué hay de político o de cultural en la cultura política y en la esfera pública? Hacia una sociología histórica de la formación de conceptos", en Zona Abierta, Nos. 77/78, 1996, p. 73.
43Almond y Verba, op. cit., p. 15.
44Morán, María Luz y Benedicto, Jorge, La cultura política de los españoles. Un ensayo de reinterpretación, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1995.
45González Blasco, Pedro, "Medir en las ciencias sociales", en Manuel García Ferrando y otros, El análisis de la realidad social, Madrid, Alianza, 1986, p. 227.
46Anduiza, Eva; Crespo, Ismael y Méndez, Mónica, "Metodología de la ciencia política", en Cuadernos metodológicos, No. 28, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1999, p. 38.
47Carmona Guillén, José Antonio, Los indicadores sociales hoy, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, Colección Monografías, No. 2, 1977, p. 30.
48Los datos utilizados en este trabajo corresponden al estudio 2387 realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en marzo de 2000. Un total de 14 indicadores: interés por la política, seguimiento de información política, socialización política, confianza en instituciones políticas, importancia de determinadas instituciones para el funcionamiento de la democracia, participación social, participación política no convencional, cómo le afectan personalmente las decisiones que toman determinadas instituciones de la democracia, ubicación ideológica personal y ubicación ideológica de partidos políticos, preferencia régimen político, valoración de los partidos políticos, cercanía a partidos políticos y satisfacción con el funcionamiento de la democracia. Algunos de estos 14 indicadores constituyen la agrupación de otros que hacen referencia al mismo objeto político en forma de índice.
49En concreto se realiza un análisis factorial con todos los indicadores considerados.
50Wolling, Jens, "La influencia de los medios sobre la actitud ante la política", en Contribuciones, No. 2, 2001, p. 28.
51Este trabajo realizado por medio de la aplicación de cuestionarios a los habitantes de la ciudad de Dresde (Alemania) pretendía analizar el uso de los medios de comunicación y las actitudes hacia la política. Sus indicadores intentaban medir, además, los componentes de la cultura política: eficacia política, la competencia política, legitimidad del gobierno y del sistema político, identificación con los partidos, interés por la política y participación no convencional.
52Por ejemplo, la ubicación de determinados partidos políticos en una escala de ideología puede ser un indicador cognitivo si se hace referencia a la capacidad y el conocimiento de un individuo para ser capaz de ubicar a esos partidos en la escala. Pero también puede ser considerado como un indicador afectivo si lo que se pretende comprobar es la adecuada o "radicalizada" ubicación de algunos partidos como resultado de la distancia que se quiere mantener respecto a la ubicación ideológica personal o del partido al que ese individuo se sienta más cercano.
53Un índice es una medida resumen de un conjunto de medidas. Los índices aquí utilizados tienen como principal función presentar una gran cantidad de información relativa a un mismo indicador de manera sencilla y fácil de manejar en los análisis estadísticos multivariantes.
54Boudon, Raymond y Lazarsfeld, Paul, Metodología de las ciencias sociales, I. Conceptos e índices, Barcelona, Laia, 1965.
55Los valores más pequeños y los adjetivos o atribuciones negativas recibirán siempre los valores más bajos, mientras que las atribuciones positivas o lo que refleje mayor cantidad siempre son identificados con los valores más altos.
56La competencia política puede ser definida como el sentimiento de que uno mismo, como ciudadano dentro del sistema, es capaz de transformarlo en alguna medida y hacerlo de una manera eficaz; Wiatr, Jerzy J., "The civic culture a marxist-sociological perspective", en Almond, Gabriel y Verba, Sidney (eds.), The civic culture revisited, Boston, Little Brown and Company, 1980.
57Montero, José Ramón y Torcal, Mariano, "La cultura política de los españoles: pautas de continuidad y cambio", en Sistema, No. 99, 1990, p. 42.


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