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Estudios Socio-Jurídicos

Print version ISSN 0124-0579

Estud. Socio-Juríd vol.14 no.2 Bogotá July/Dec. 2012

 

Orizio, Riccardo. Hablando con el diablo, entrevistas con dictadores.
México: Fondo de Cultura Económica y Turner; 2009.

Javier Duque Daza*
Universidad del Valle


* Politólogo, Doctor en Ciencia Política de la Facultad Latinoamericana de las Ciencias sociales -FLACSO, México. Profesor de la Universidad del Valle, Colombia. Líneas de investigación: partidos poleiticos, elecciones institucionales, elites y clase política. Correo electrónico: jduque86d@hotmail.com.


Acerca de las dictaduras, así como los autoritarismos, existe una amplia y variada literatura. Igual de prolífica ha sido la producción acerca de las transiciones, las democratizaciones, las restauraciones de la democracia, tras el paso desolador de dictaduras en América Latina, Asia, África y Europa del este. Actualmente, las expectativas están puestas sobre la denominada, de forma prematura, "primavera árabe", los procesos políticos y sociales que están removiendo los cimientos de las dictaduras del norte de África y países de Asia menor.

En unos y otros procesos, se encuentran como personajes centrales dictadores civiles o militares. Africanos que se entronaron y, a menudo, se mantuvieron en el poder con el apoyo de las potencias en medio de la Guerra Fría y de los países centrales, algunos de ellos sus antiguos centros de dominación colonial, se mantuvieron en el poder y fueron con frecuencia sitio de residencia tras haber sufrido, a su vez, derrocamientos o haber huido de turbas amenazantes agobiadas por años de violencia, guerras civiles y crímenes atroces. Latinoamericanos-caribeños como Jean Claude Duvalier en Haití, "enclave africano en el Caribe", cuna de dictaduras con componentes de vudú y hechicería. Europeos que, en Polonia, Albania y Serbia, a nombre del socialismo erigieron dictaduras con rasgos de nepotismo, en el cual las "mujeres fuertes" jugaron su propio rol tras el poder.

Estos personajes, los diablos, son el objeto de los reportajes realizados por Riccardo Orizio. En la frontera entre el análisis sociológico, el periodismo y la literatura, nos ofrece lo mejor de estas en unos cuadros construidos de forma magistral, sin caer en los lugares comunes y ampliamente difundidos de las anécdotas más o menos insólitas y con frecuencia macabras de dictadores-diablos, y, tampoco, en la invención literaria que, aunque atractiva, nos puede llevar a reemplazar los personajes históricos por construcciones producto de la inventiva del escritor. Evoca pasajes de las obras del periodista y escritor polaco Ryszard Kapuściński y algunas de las entrevistas de Oriana Fallaci (Entrevistas con la historia, Barcelona, Noguer y Caralt Editores, 1986). Pero, a diferencia de estos, aborda personajes inéditos y reconstruye su entorno, cuando eran todopoderosos y luego en su retiro y/o decadencia.

¿Cómo lo logra? El cierre del prólogo del libro nos da una entrada: "No sé si lo que dicen es cierto. Tampoco sé si podemos perdonar a los diablos. Sólo podemos estudiarlos. Y escucharlos". No obstante, no solo los escucha. El texto hace constantes valoraciones y cuestionamientos a los modos de obrar de estos gobernantes, que dejaron estelas de muerte, abusos y pobreza. Se entrevistó con ellos y con ellas (las esposas de algunos), casi siempre en sus exilios, peculiares, llamativos, estrambóticos. Pero, más allá de un ejercicio de registro, de transcripción de lo que querían decir, transmitir, recomendar, intentar enmendar, Orizio contextualiza, reconstruye y revela. La visión de los propios diablos es ubicada en el marco del cúmulo de lo que se sabe y de lo que con el tiempo ha emergido. Un contraste entre lo que dicen de ellos y lo que ellos dicen de sí mismos. Y de otros. El resultado: una visión diferente, atractiva en su estética, creíble en su construcción y que complementa de forma sustancial lo que los saberes académicos disciplinares nos han aportado.

Se trata de siete diablos que aceptaron hablar, o sus esposas lo hicieron por ellos. Uno se negó, Manuel Antonio Noriega, quien, a través de una carta, declinó hacer la entrevista negándose a ubicarse en el mismo plano de los demás protagonistas.

Los diablos africanos gobernaron naciones convulsas, atrapadas por las desgracias, tras un pasado colonial, generador de todos sus males, que ellos terminaron por agravar hundiendo sus economías y causando cientos de miles de muertes violentas. Con Idi Amín Dada (1925-2003), Orizio inicia estos cuadros. Setentón, hospedado cómodamente y con un salario de Estado concedido por la familia real de Arabia Saudita, vivió durante más de dos décadas en Yedda, lejos de su natal Uganda, sumida en la pobreza y la guerra civil, atizada por él en el exilio. Pocas palabras le concedió, antes de su muerte, casi a sus ochenta años de edad. De este primer cuadro, nos queda el relato de cómo opera un periodista en su búsqueda, en la persecución del personaje esquivo, pero sobre el cual logra dejarnos una visión de lo insólito, pintoresco, extraño y macabro del exdictador africano. En su última entrevista, ante la pregunta ¿se arrepiente de algo?, la respuesta de quien se autocalificara como "Señor de todos las bestias de la tierra y de todos los peces del mar" fue: "No. Simplemente siento nostalgia".

Continúa el libro. Con igual fama de caníbal que Idi Amín, Jean-Bédel Bokassa (1921-1996) fue, entre 1966 y 1979, autoproclamado "Emperador de Centroáfrica", y es el segundo cuadro que nos presenta la obra. El segundo demonio con el cual conversó Orizio. Como ocurrió con frecuencia con los dictadores africanos, contó con el apoyo de sus antiguos imperios coloniales, Francia, en este caso, que apoyó su reinado, así como patrocinó en 1976 su derrocamiento con una especie de restauración: su primo Dakco, a quien había derrocado dieciséis años atrás, fue puesto de nuevo en el poder. Francia no solo seguía obteniendo provecho de su antigua colonia, también decidía quién podía gobernar. La legión de honor cumplió su papel y desalojó al dictador, quien moriría años después en la pobreza, compartida con sus más de cien hijos. El tercer diablo también era africano. Mengistu Hailé Mariam (1937), quien gobernó a Etiopía durante quince años (1977-1991), tiempo durante el cual adelantó un genocidio que condujo a que lo acusaran de haber propiciado más de medio millón de muertes, con el auspicio y apoyo de la Unión Soviética y miles de soldados cubanos que defendían un régimen marxista africano. El "socialismo a la africana", el afrocomunismo que también acogieron Angola y Mozambique, las dos excolonias portuguesas, todas escenario de la Guerra Fría que, tras la descolonización, no condujo tampoco a un mejoramiento sustancial de estas sociedades tan complejas como expuestas a diversos males, entre ellos el más atroz: las hambrunas.

El cuarto diablo es abordado de forma indirecta, a través de su esposa, quien alcanzó igual fama. Se trata de Enver Hoxha (1908-1985), quien gobernara en Albania durante cerca de cuatro décadas; su esposa fue considerada el poder de trasfondo en un país que acogió a su manera el socialismo con pretensiones de autarquía económica y con base en todo el aparato estatal de control de la sociedad. El quinto dictador incluido en el texto es Jean-Claude Duvalier (1951), "Baby Doc", el hijo de Francois Duvalier. De forma sucesiva gobernaron a Haití, uno de los países más pobres del planeta, durante tres décadas, entre 1957-1971 el padre y 1971-1986 el hijo. Ambos autoproclamados presidentes vitalicios. El primero murió en 1971 y legó el poder a su descendiente, quien en 1986 debió huir a Francia, en donde aún vive con una fortuna extraída de su país. Se trata del único dictador latinoamericano entrevistado. Si bien hay breves alusiones en el libro a Augusto Pinochet, quien gobernó a Chile entre 1973-1989 en un oscuro período de la vida de este país sudamericano, y a los militares que gobernaron Argentina, especialmente a Rafael Videla (quien también se negó a ser entrevistado).

El sexto dictador presentado es Wojciech Jaruzelski (1923), quien gobernó a Polonia entre 1981-1989, último gobernante comunista polaco, que fue desplazado del poder el mismo año de la caída del muro de Berlín y de los inicios de la revolución que finalmente dio al traste con el denominado socialismo realmente existente. El último de los dictadores incluidos fue Slobodan Milosevic, visto a través de su esposa (Mirjana Markovic). Gobernó Serbia entre 1989 y 1997, y carga con el poco honroso privilegio de haber sido el primer mandatario capturado por las fuerzas de la Corte Internacional de La Haya, acusado de delitos contra la humanidad. Cuando Orizio entrevistó a su esposa, se encontraba aún vivo. Falleció en su celda en marzo de 2006, entre rumores de asesinato y recriminaciones a la Corte por no haberle dado asistencia médica. Su muerte evitó que fuera el primer exdictador condenado por delitos contra la humanidad.

En el libro, Orizio presenta, de forma amena y a veces novelada, las vidas de un grupo de dictadores, sus contextos, aliados y enemigos. En una edición posterior de la obra publicada en el 2005, incluyó un epílogo, en el cual reflexiona sobre los destinos de los exdictadores, europeos, africanos, latinoamericanos. Intentó entrevistarse con los militares que gobernaron a Argentina entre 1976 y 1983, pero fracasó. De igual forma que lo había hecho con Noriega. A Pinochet nunca intentó acercarse, tampoco a los últimos gobernantes de Alemania oriental, antes de la unificación (Erich Honecker y Egon Krenz). Con los cuadros que nos pinta acerca de los siete demonios, nos permite una aproximación distinta y complementaria a los estudios históricos y sociológicos acerca del liderazgo en contextos turbulentos. De ello resulta una lección: es posible conjugar la literatura, el periodismo y los estudios sociales en una amalgama interesante, que llega a un público mucho más amplio que los académicos, intelectuales y estudiantes. El libro ha sido publicado en varios idiomas. En español va por la tercera edición, por demás, impecable, del Fondo de Cultura Económica.

En algunos de sus artículos posteriores, el autor regresa a los demonios y lo hace cuestionando a la diplomacia, a la tolerancia de muchos gobernantes de Occidente hacia quienes generaron infernos en sus países y llenaron de muertos sus calles y fosas comunes sus campos. Sus preguntas cuestionan el realismo de la política internacional. Así lo manifestaba en el 2003, en el preludio de la muerte de Idi Amín, cercano a sus ochenta años de edad, tras veinticinco años de dorado y cómodo exilio:

En una época en la que es habitual enviar a la cárcel a antiguos jefes de Estado -o, al menos, ordenarles que justifiquen sus acciones en tribunales internacionales-, ¿por qué no ha habido ninguna presión para que Arabia Saudí entregue a este dictador? ¿Y por qué está Uganda, la nación que destruyó, dispuesta a dejarle que vuelva allí para morir? ¿Por qué la comunidad internacional ha sido capaz de encarcelar a Slobodan Milosevic y Manuel Antonio Noriega y, en cambio, se conforma con saber que Baby Doc Duvalier vive un pacífico exilio en Francia? Igual que el que Mengistu, de Etiopía, vive en Zimbabue. ¿Y por qué se propone el exilio, y no la justicia, para el presidente de Liberia, Charles Taylor? ¿Por qué Florida se ha convertido en residencia de antiguos dictadores y líderes militares de Centroamérica, muchos de ellos con responsabilidad moral o legal sobre crímenes parecidos a los de Idi Amín? ¿Por qué tantos jefes de los Tonton Macoute, los esbirros haitianos, viven sin problemas en el Bronx y las afueras de París? (El País, Madrid, 29 de julio de 2003).