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Desafíos

Print version ISSN 0124-4035

Desafíos vol.25 no.1 Bogotá Jan./June 2013

 

La Revolución Bolivariana: sinopsis de una permanente ambigüedad

The Bolivarian Revolution: overview of an ongoing ambiguity

A Revolução Bolivariana: sinopse de uma permanente ambiguidade

Carlos A. Romero*

* Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela. Profesor Titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela —UCV—. Caracas, Venezuela. Correo electrónico: romecan53@hotmail.com

Artículo recibido: 22 de marzo de 2013 Artículo aprobado: 15 de junio de 2013


Resumen

La victoria electoral de Hugo Chávez en 1998 se constituyó en un importante tema para las ciencias sociales latinoamericanas. En efecto, la sola idea de que se diera un cambio tan importante en la política venezolana alentó y desempolvó una serie de perspectivas sobre un proceso que ha llamado la atención de muchos académicos, analistas y estudiosos de nuestra realidad.

En 1999 Venezuela le dio un cheque en blanco a una alianza electoral que prometió cambiar a un país que en ese momento le pasó factura a un período democrático que no supo adaptarse a los nuevos tiempos. A partir de esa fecha se fundamentaron al menos tres grandes espacios para la reflexión académica. En primer lugar, la problemática sobre los alcances de ese cambio; en segundo término, la discusión sobre sus causas, en cuanto a que Venezuela –considerada por mucho tiempo como un caso sui géneris dentro de la política comparada– se transformó a sí misma, y se dio de esta manera una verdadera ruptura con el pasado; en tercer lugar, el análisis sobre el papel que ha jugado la variable internacional en la configuración de ese cambio.

Palabras claves: Venezuela, revolución, Chávez, régimen político.


Abstract

The electoral victory of Hugo Chávez in 1998 became an important issue for the Latin American social sciences. Indeed, the very idea of being given such a major change in Venezuelan politics encouraged a number of perspectives on a process that has drawn the attention of many scholars and analysts of our reality.

In 1999, the majority of Venezuelan electors gave a blank check to an electoral alliance that promised to change a nation which at that time took its toll to a democratic period which failed to adapt to a new age. Thus, we have at least three major areas for academic inquiry: First of all, the discussion about the scope of that change. Second, the discussion of the causes of that change, in terms of regarded Venezuela as a case sui-generis in comparative politics. And third, the analysis of the role played by the international variable in shaping that change.

Key words: Venezuela, revolution, Chávez, political regime.


Resumo

A vitoria eleitoral de Hugo Chávez no ano 1998 constituiu-se em um importante tema para as ciências sociais latino-americanas. Em efeito, só a ideia de que se dera uma mudança tão importante na política venezuelana alentou e desempoou uma série de perspectivas sobre um processo que tem chamado a atenção de muitos acadêmicos, analistas e estudiosos de nossa realidade.

Em 1999 a Venezuela deu-lhe um cheque em branco a uma aliança eleitoral que prometeu mudar a um país que em esse momento lhe trouxe consequências a um período democrático que não soube se adaptar aos novos tempos. A partir dessa data se fundamentaram no mínimo três grandes espaços para a reflexão acadêmica. No primeiro lugar, a problemática sobre os alcances dessa mudança; em segundo lugar, a discussão sobre suas causas, em quanto a que a Venezue-la –considerada por muito tempo como um caso sui generis dentro da política comparada– transformou-se a si mesma, e deu-se desta forma uma verdadeira ruptura com o passado; em terceiro lugar, a análise sobre o papel que têm jogado a variável internacional na configuração dessa mudança.

Palavras-chave: Venezuela, revolução, Chávez, regime político.


1. Consideraciones generales

Entre los años sesenta y setenta, Venezuela no era un buen indicador para saber por dónde iba América Latina. Para algunos autores, en el país no pasaba nada significativo y para otros la configuración política venezolana se consideraba muy difícil de clasificar (Karl, 1997).

Desde 1958, se comenzó a observar a Venezuela como un caso "exitoso" de transición política, al superarse los problemas de formación de un sistema que dejaba atrás la dictadura militar y que comenzaba a desarrollar un régimen democrático y constitucional (Rey, 1991; Kornblith, 1997). Se trató entonces de definir al sistema político venezolano (desde ahora SPV) como un sistema estable, dada la presencia de un sistema populista de conciliación de élites y de un Estado poderoso, con una alta capacidad de distribución de la renta petrolera. (Karl, 1997). A esto se añadió la tesis del control civil sobre las Fuerzas Armadas y sobre otros grupos de presión a través de los partidos políticos mayoritarios, como Acción Democrática (AD), de orientación socialdemócrata y COPEI, de orientación socialcristiana. (Levine, 1973; Rey, 1991).

Sin embargo, el SPV dio algunos signos de agotamiento a fines de la década de los setenta. El esquema de relación clientelar basado en la renta petrolera, conocido como el "rentismo" impulsó la creciente disparidad en los ingresos entre sectores sociales, la aparición de una alta inflación, de una deuda externa significativa y de una tasa de cambio negativa (Dietz & Myers, 2007). Estos acontecimientos estuvieron relacionados con la reducción de los ingresos petroleros y con unas específicas situaciones políticas, como la pérdida del control político de la sociedad por AD y COPEI, el crecimiento de la protesta popular y el desarrollo de posiciones antipartidistas, provenientes de sectores conservadores que en algunos casos fueron promotores de una salida militar o impulsaron un pensamiento neoliberal, o de sectores de la izquierda radical que tenían una base ideológica marxista. (Kornblith 1997; Coppedge, 2005; Morgan, 2011; Smilde & Hellinger, 2011; Mainwaring, 2012).

En el campo académico, el cuestionamiento de la visión optimista sobre el SPV comenzó a jugar un papel bastante significativo en los estudios sobre el país. Si bien se habían dado algunos importantes estudios pioneros que habían puesto en duda los factores explicativos más conocidos sobre el sostenimiento del SPV, estos no tuvieron el impacto de otros libros, estudios y artículos escritos por numerosos especialistas, los cuales se habían apoyado en la tesis de que la estabilidad política en el país se había logrado a partir de 1958 a través del Pacto de Punto Fijo (una negociación de consenso político entre los principales factores partidistas de la época) (Silva Michelena, 1967; Piñango & Naim, 1984).

De igual forma, se alertó sobre el hipercrecimiento del gasto público y la exagerada dependencia presupuestaria de los ingresos petroleros, vinculado todo esto al uso irracional del presupuesto nacional, lo que terminó inflando de manera exagerada y desordenada la ya incontrolable deuda pública, junto con la incesante corrupción administrativa, la carencia de una verdadera apertura democrática y el deterioro de las relaciones cívicas–militares (Rey, 1989; Rey, 1991; Levine, 1973; Kornblith, 1997; Diamint, 2005; Dietz & Myers, 2007).

Al mismo tiempo, la idea prevaleciente en el debate público de que la política exterior de Venezuela reflejaba el consenso alcanzado en la vida política interna recibió una fuerte crítica. De esta manera, surgieron importantes voces disidentes que alertaban acerca del sobredimensionamiento de la política exterior en un hiperactivismo voraz y en cuanto a que durante muchos años se había dado un "disenso" sobre los temas exteriores, como las relaciones con Colombia, Cuba y Estados Unidos, los temas fronterizos y los referidos al comercio exterior (Romero, 2006).

De otra parte, Carlos Andrés Pérez fue elegido nuevamente Presidente de la República para el período 1989-1994 y al llegar al poder aplicó de forma inmediata la receta del "Consenso de Washington". Este hecho hizo de la terapia de shock uno de los detonantes para que se desarrollara un fuerte estallido social en febrero de 1989, dos intentos de golpe militar en 1992 y la salida del propio presidente Pérez de su cargo en mayo de 1993 (antes del término de su mandato), en medio de una crisis de legitimidad del SPV y con su posterior reemplazo por dos presidentes interinos: Octavio Lepage (del 21 de mayo al 5 de junio de 1993) y Ramón J. Velázquez (del 5 de junio de 1993 al 2 de febrero de 1994). Velázquez a su vez le entregó el poder a Rafael Caldera, quien ya había sido Presidente de Venezuela en el periodo 1969-1974. Caldera, candidato victorioso en las elecciones de diciembre de 1993, optó de nuevo por la Presidencia de Venezuela con la tesis de recuperar el SPV si se retornaba a sus bases originales.

Por su parte, Hugo Chávez, oficial retirado del Ejército venezolano que había participado en el intento de golpe de 1992, el cual había sido procesado, sobreseído y retirado de la institución castrense en 1994 y quien en un principio se negó a participar en la lucha electoral, reconoció en 1997 que se daban las condiciones para llegar al poder por esa vía. De esta manera, Chávez obtuvo la victoria en las elecciones presidenciales de diciembre de 1998, en las que obtuvo un 56% de los votos, con una plataforma populista y con una alianza heterogénea que lo llevó a la Presidencia de la Nación en enero de 1999. Chávez llegó a la presidencia con la bandera de convocar una Asamblea Nacional Constituyente (el candidato opositor más importante, Henrique Salas Römer, presentó un programa de corte neoliberal y obtuvo un 40% de los votos en esas elecciones presidenciales) (Mainwaring, 2012).

En realidad, Hugo Chávez ganó las elecciones en 1998 con la idea de dividir la historia democrática venezolana en dos períodos: "la Cuarta y la Quinta" república e inició un proceso transformador en un país que desde entonces tuvo una nueva politeia –un nuevo modelo político–, un desplazamiento de élites, un nuevo actor primus inter pares, el presidente Chávez, y una serie de nuevas propuestas sobre el futuro de las relaciones entre el Estado y la sociedad.

En este marco, este proceso ha transitado por cuatro etapas. La primera de ellas transcurre desde 1999 hasta el 2000, la cual se podría calificar como una etapa de transición hacia un nuevo modelo político y económico de corte populista democrático y bajo la rectoría de un proceso constituyente, el cual dio lugar a la Constitución de 1999, a las elecciones presidenciales de julio de 2000 y a la relegitimación de los poderes públicos en esa misma fecha, incluyendo el inicio de un nuevo período presidencial (2000-2006) (Rey, 2007). Una segunda etapa transcurre desde el 2000 hasta el 2004 y se puede clasificar como una etapa de fundamentación del nuevo modelo, en medio de un proceso plagado de inestabilidad e incertidumbre originado por el choque entre el gobierno y la alianza oficialista con la oposición durante el periodo 2001-2004, y que tuvo como puntos de inflexión el golpe de Estado en contra del presidente Chávez en abril de 2002, la huelga de los Empleados de Petróleos de Venezuela —PDVSA— entre finales de 2002 y comienzos de 2003, y la celebración del Referéndum Revocatorio Presidencial en agosto de 2004. Este Referéndum fue considerado como el instrumento fundamental para lograr una salida política, democrática y constitucional a la crisis planteada durante esos años, en el marco de un proceso de negociación entre actores nacionales avalado por la OEA, el Centro Carter y el PNUD (Martínez Meucci, 2012). La tercera etapa comenzó ese mismo año (2004) y la podemos definir como un momento de ejecución de un modelo cuasi-radical, con una orientación más definida, de base estatista y con una ruptura con el pasado, lo que se bautizó con el nombre del "socialismo del siglo XXI".

En los años 2005 y 2006, en ocasión de celebrarse unas nuevas elecciones parlamentarias y presidenciales, respectivamente, (la oposición declinó participar en las elecciones parlamentarias de 2005), el presidente Chávez llevó su oferta programática hacia la concreción de un modelo sin las ambigüedades anteriores, en lo que algunos analistas progobierno llamaron —de acuerdo con el pensamiento marxista tradicional—, el paso de una etapa nacional liberadora y reformista a una etapa socialista, lo que desde el 2007 tiene como norte la ejecución del ya nombrado socialismo del siglo XXI; el poder comunal y la reforma constitucional sometida a plebiscito en diciembre de 2007. Aunque la propuesta oficialista que incluía la tesis de la elección presidencial indefinida fue derrotada en este plebiscito, esta se aprobó con éxito y bajo fuertes críticas de la oposición por la vía legislativa en el 2008 (Coopedge, 2005; Kornblith, 2007; Rey, 2007).

Ahora el proceso chavista está entrando en una cuarta etapa desde enero de 2013, marcado por la entrada de Nicolás Maduro como encargado del poder ejecutivo en su condición de Vicepresidente de la República (de enero a marzo de 2013), como Presidente encargado de la República (de marzo a abril de 2013, al fallecer el presidente Chávez) y como Presidente de la República para cubrir el período 2013-2019 (para el cual se había elegido al presidente Chávez en octubre de 2012). Dicha etapa comenzó luego de realizarse unas nuevas elecciones presidenciales el 14 de abril de 2013 y de juramentarse Nicolás Maduro como Presidente el 19 de abril de 2013.

Desde el punto de vista de la política exterior, el gobierno del presidente Hugo Chávez cambió sus fundamentos en esos años. La política exterior de Venezuela se convirtió desde un primer momento en un elemento fundamental del gobierno de Chávez. Desde 1999 hubo un importante quiebre con el pasado, en cuanto al lenguaje utilizado, los objetivos y fines trazados y la política de alianzas. La idea de la política desde 1999 se fundamentó en la premisa de que Estados Unidos buscaría por todos los medios evitar el desarrollo de la Revolución Bolivariana (Romero, 2006). Si bien es cierto que se dieron algunas características "heredadas" de los períodos anteriores, como el activismo internacional del país, el peso del Presidente en la elaboración de esa política y la falta de consenso sobre temas sensibles, y que a la par de esto se continuó tratando algunos temas históricos: Colombia, Cuba, Guyana, OPEP, etc., se dio también un importante cambio en el tratamiento de esos temas a partir de esa fecha (Romero, 2006).

En relación con lo anterior, cabe destacar como un éxito alcanzado que la política exterior sirvió, junto con la utilización del resguardo institucional democrático-electoral, para que la mayoría de los gobiernos del mundo toleraran por estos catorce años la gestión gubernamental y el cambio de régimen, a pesar de las reiteradas advertencias sobre la tentación autoritaria del gobierno y la violación sistemática de los derechos humanos. Más bien, las críticas vinieron fundamentalmente por parte del mundo transnacional y no propiamente de los Estados. Por ello, el gobierno de Venezuela no ha tenido un enemigo importante y sistemático en el exterior. Aparte de sus aliados en la plataforma de izquierda-radical en América Latina y en el mundo, la mayoría de los gobiernos ha tenido una cierta "pasividad" sobre lo que pasa en el país. Esto fue un éxito para el gobierno de Chávez, como no lo fue la falta de apoyo internacional que recibió el gobierno provisional que sacó del poder por unas horas al presidente Chávez en el 2002 (Mainwaring, 2012).

Otro éxito internacional fue mantener la política de cooperación petrolera, así como la política de expansión del socialismo bolivariano a través de la ALBA y Petrocaribe, utilizando el recurso petrolero como un arma política, tanto a nivel de la cooperación económica, como en materia de comercio exterior. De hecho, ha sido un éxito para Caracas enviarle un millón de barriles diarios a Estados Unidos y al mismo tiempo mantener una relación "esquizofrénica" con ese país, cuyo gobierno ha sido satanizado por el gobierno venezolano. También es importante señalar el éxito que ha tenido el gobierno y el oficialismo en obviar las severas críticas de algunos sectores internacionales no gubernamentales sobre la calidad de la democracia venezolana.

A pesar de esas críticas y las que han hecho observadores del campo multilateral, el régimen no ha sido cuestionado en cuanto a los resultados electorales por ningún gobierno, salvo Estados Unidos en el 2013, a pesar de las serias deficiencias encontradas en cuanto al ventajismo procedimental, el uso parcializado de los recursos públicos por parte del Estado y la manipulación de las elecciones (Martínez Meucci, 2012).

De otra parte, si hablamos de lo "negativo" en estos catorce años, Venezuela no ha tenido éxito en exportar la revolución bolivariana, el llamado paquete ideológico, en cuanto a que, con excepción de Cuba, ningún país ha implantado ese modelo, pues han preferido situarse en el centro político o en el populismo, no atacar a Estados Unidos y mantener unas buenas relaciones con Washington. Otro obstáculo encontrado es el de haber ido demasiado lejos en la relación con La Habana, la cual no ha tenido eco ni en la propia Cuba. Frente a las peticiones de Chávez de hacer un solo país entre Venezuela y Cuba, los cubanos se han negado a apoyar esa sugerencia y una buena parte de la población venezolana se ha manifestado en contra de esa aspiración de Chávez (Corrales & Romero, 2013).

Otro error cometido por Venezuela está relacionado con el hecho de apoyar al Irak de Hussein, el Irán de Ahmadinejad, la Libia de Gadhafi y la Siria de Assad, lo cual evidencia unas manifestaciones claras de un hiperactivismo presidencial, tal como se vio en el caso de Honduras en el 2010 y en las repetidas acusaciones por parte de algunos gobiernos en la región sobre una supuesta injerencia venezolana en los asuntos internos de esos países. En términos de costos y beneficios, la política exterior presenta un saldo favorable para el régimen venezolano, en cuanto a que ha servido como palanca fundamental para evitar alguna agresión directa al país por algún gobierno o un proceso de desestabilización mediática, excepción hecha de los sucesos de abril de 2002, en los cuales se observó con claridad una relación de trabajo conjunta entre factores internos y externos contrarios al gobierno de Chávez (Corrales & Romero, 2013).

En el marco de la dimensión interna, la política exterior ha servido para aglutinar una serie de apoyos al gobierno. De hecho, la bandera del antiimperialismo y el objetivo de diversificar la diplomacia venezolana ha permitido que la conexión pueblo-gobierno se de también en el plano internacional. Pero la ambigüedad es la base que nutre la conducta que más beneficio le ha traído al gobierno venezolano. Como se ha observado en el plano interno, la combinación de un proyecto político radical y un comportamiento más pragmático han ubicado a la diplomacia venezolana en un terreno equidistante entre la toma de posiciones principistas –como el antiimperialismo, la promoción del socialismo del siglo XXI, la búsqueda de un mundo multipolar– y el mantenimiento de un espacio de maniobra muy grande. Esto se da no solo por la tenencia de los recursos energéticos probados, sino también por la advertencia del gobierno venezolano de limitar aún más el compás democrático y de cerrarse al intercambio comercial si siente que se le acorrala (Romero, 2006).

En síntesis, la política exterior ha sido un elemento clave en la consolidación y proyección de la revolución bolivariana, pero con unos enormes costos simbólicos, dada la pretensión de Caracas de autodefinirse como "La Meca" de la revolución mundial (Corrales & Romero, 2013).

2. Las características del proceso

No fue por azar que comenzaron a darse unos cambios fundamentales en Venezuela desde 1999. Luego de una experiencia democrática centrista que duró cuarenta años, un grupo de civiles, militares retirados y militares activos llegaron al poder por la vía electoral con un programa diseñado para refundar el país. A su vez, Venezuela ha tenido desde esa fecha una figuración internacional importante, no solo por el impacto de ese proyecto político, sino también porque se ha convertido en el país del mundo con mayores reservas de petróleo y en el octavo en reservas de gas a nivel mundial, a la par que ha comenzado a desarrollar una de las cinco mayores obras de ingeniería actuales del planeta: la zona de explotación petrolera denominada la Faja Petrolífera del Orinoco.

En este contexto ha transcurrido un proceso que hasta ahora tiene tres características centrales. En primer lugar, el protagonismo de unas nuevas élites que desplazaron generacional e ideológicamente a las anteriores, destacándose el personalismo de su líder máximo, el presidente de la República, Hugo Chávez, fallecido en marzo de 2013. En segundo término, la búsqueda de una estrategia tendiente a conservar y ampliar una mayoría política, institucional y electoral que consolidó un cambio de régimen con características populistas, autoritarias y socialistas; en tercer lugar, el hecho de contar en la mayoría del tiempo transcurrido con un excedente económico que ha profundizado el carácter rentista de la sociedad venezolana y el tutelaje social por parte del Estado (Dunning, 2008). Esta circunstancia generó una plataforma de compras gubernamentales, de gasto social y de transferencias directas a la población más necesitada, lo que garantizó la continuidad del régimen y la incidencia del sector público sobre la distribución del ingreso, contando con la ayuda de una holgada aunque creciente deuda pública (Corrales & Penfold, 2011).

Así pues, en términos generales, la experiencia chavista se ha desarrollado durante catorce años sin grandes dificultades, aunque con enormes costos para un sector de la población, la clase media opositora, en el marco de una polarización social e ideológica que en forma paralela y contradictoria ha tenido que soportar los desajustes sociales que significan la violencia urbana y rural, la inflación, el narcotráfico, la impunidad y el ventajismo de un régimen que usa los bienes y los servicios públicos a su favor (Corrales & Penfold, 2011). De hecho, la intención de implantar una sociedad socialista y revolucionaria no se ha logrado plenamente, no solo por la incompetencia y la falta de eficiencia demostradas en la ejecución de la mayoría de las políticas públicas, sino también por la contradicción básica que significa la aspiración de imponer un modelo estatista y excluyente en una economía en crecimiento y cuya base fundamental es el aporte privado al fisco y la regalía petrolera.

De forma paralela, un grupo importante de venezolanos se ha negado a aceptar los planes hegemónicos de esta propuesta y ha hecho de la resistencia democrática un compromiso que en diversas ocasiones y por diversos medios ha tratado de frenar esas aspiraciones de control total; en algunos momentos con éxito y otras veces con severas derrotas, como pasó en ocasión de darse el movimiento cívico-militar de 2002 en contra del presidente Chávez (Coppedge, 2007; Kornblith, 2007; Taguieff, 2007; Weyland, 2003). Este orden político, para el cual se tomó la decisión de ser trasladado paulatinamente de una democracia representativa al socialismo, presenta desde 1999 algunas características similares al antiguo régimen y por supuesto algunos elementos novedosos. De lo anterior se tiene el presidencialismo, el poder estatal, el control de los sectores populares, la utilización del gasto público como palanca de desarrollo, el uso indiscriminado de la renta petrolera como fuente central del ingreso nacional y la presencia de una débil institucionalidad.

De lo nuevo, se tuvo el poder (hasta su fallecimiento) del presidente Chávez sobre el país como "Primus-Inter-Pares" (lo fueron los partidos dominantes en el pasado), el desmontaje de los pasos adelantados para la descentralización política, la orientación estatista-socialista de la economía, las llamadas "misiones sociales" (programas de asistencia social por la vía de transferencias directas y paralelas a la estructura formal del sector público) y los intentos de implantar una democracia directa por la vía de la creación de los consejos comunales (Kornblith, 2007; Weyland, 2003; Mainwaring, 2012). Así pues, se está analizando una transición que va desde una democracia pactada a una postdemocracia y a un autoritarismo electoral en un marco general revolucionario. Si esto fuera así, tendríamos ante nuestros ojos un caso poco frecuente y poco estudiado por la política comparada, la cual le ha prestado una mayor intención a los procesos de transición política, que van de un espacio político autoritario a uno de orientación democrática (Kornblith, 2007; Corrales, 2006).

Venezuela fue considerada, junto con Noruega, Canadá y un reducido grupo de países beneficiarios de una alta renta petrolera, como "la excepción a la regla", en la medida en que por más de treinta años se pudo evitar el camino autoritario. Sin embargo, a partir de los cambios políticos ocurridos en el país desde 1999, los temas anteriormente citados, más el hecho de un excedente económico sostenido y originado por la renta petrolera, vuelven a colocar el caso venezolano en la agenda de los estudios comparados.

De hecho, Venezuela ya no se considera más como un ejemplo donde la renta petrolera juega un papel fundamental en la estabilidad democrática; por el contrario, el tema de la renta petrolera sirve para explicar el surgimiento y desarrollo del mood autoritario que el país transita desde 1999 (Dunning, 2008; Casselli & Tesei, 2011; Corrales & Penfold, 2011; Hachemaou, 2012; Mainwaring, 2012). Esto certifica la idea de que los auges petroleros tienen una incidencia muy grande en los regímenes semidemocráticos, y amplían así el poder del Estado controlador, tal como está pasando ahora en Venezuela (Casselli & Tesei, 2011).

Los análisis que tratan de explicar esa transición desde la democracia hacia un régimen autoritario repiten de alguna manera el debate suscitado en la década de los setenta, que se ubicaba entre la tesis pactista y la tesis petrolera, para así entender la vigencia del régimen de partidos que tuvo Venezuela desde 1958 hasta 1999. Aquellos que sostienen que la democracia ha colapsado en Venezuela recurren a la tradicional idea del pactismo, en tanto expresan que el quiebre del llamado Pacto de Punto Fijo es el que puede ilustrar ese cambio ocurrido en 1999 y durante los años siguientes (Rey, 1991; Morgan, 2011). Otro grupo de autores recurre a la idea de la reducción de la capacidad de la renta petrolera como la respuesta principal para contestar a la pregunta de cómo se desestabilizó la democracia y cómo ese vacío político dio lugar al régimen híbrido que actualmente tiene Venezuela (Romero & Curiel, 2009).

Quienes defienden el régimen actual también justifican ese apoyo mencionado anteriormente. Unos insisten en que hay un nuevo pacto social distinto al Puntofijismo basado en el proyecto socialista-bolivariano y el liderazgo del presidente Chávez. Otros sostienen que la renta petrolera es la misma, pero ahora el gobierno es un rent maximizer, ya que se usa el excedente económico para controlar el poder y se trata de distribuir ese excedente equitativamente. Esa conducta es llamada por Orro "petrolismo", lo que explicaría la estabilidad del nuevo régimen y su apoyo popular (Karl, 1997; Romero & Curiel, 2009; Dunning, 2010; Orro, 2009). Es importante revisar los obstáculos que se dan en Venezuela para una distribución de la renta en forma armónica y prever que "la magia del petróleo" persista. Como plantea Orro, "el petróleo puede originar mucha renta petrolera, pero falla en diversificar la economía y en crear una fuerza de trabajo autónoma" (Orro, 2009).

Lo anterior tiene que ver con una distribución del ingreso negativa producto de la conformación estructural de la economía, con efectos perniciosos como la "enfermedad holandesa" y con el fenómeno del rent seeking, lo que repercute directamente en la conformación de una distribución del ingreso de tendencia fundamentalmente asimétrica (Karl, 1997; Corrales & Penfold, 2011). Recordemos que la economía venezolana gravita alrededor del mercado internacional de energía. Las políticas de inversión extranjera directa y de inversiones venezolanas en el exterior, la contratación de deuda externa y el costo financiero que genera la cooperación internacional de Venezuela, así como otras formas de vincularse con el exterior, están identificadas con la producción y mercadeo del petróleo, sus derivados, su venta, sus ganancias y pérdidas. Venezuela depende de la renta petrolera al constituir el 28% del PIB y el 96% de las exportaciones, al aportar 95% de las divisas y más del 50% de los ingresos que financian el gasto público (Orro, 2009; Olson, 2000; Ross, 2011).

De esta manera, el régimen venezolano actual no solo transitó hacia el autoritarismo entre 1999 y 2012, sino que a su vez mantuvo un doble control del poder: de jure y de facto. Ello se da también en lo económico, dada la existencia de una economía paralela junto al presupuesto ordinario, fundamentado en el aporte financiero de Petróleos de Venezuela —PDVSA— y la creación de varios fondos especiales como el Fonden y el Fondo Chino, los cuales son manejados directamente por el poder ejecutivo.

En Venezuela se están reproduciendo algunas características del modelo rentista que ya fueron señaladas en los casos de algunos países árabes como Argelia, Irak (antes de 2003) y Libia (antes de 2011), tales como la captura de la renta por una organización partidista revolucionaria y cuasi monopólica, la identificación binaria entre el Estado y la revolución, la formación de unas coaliciones autoritarias, la presencia de algunos rasgos de una economía de pillaje y la ausencia de instituciones democráticas susceptibles de ejercer un control sobre el gasto público (Martínez, 2010; Hachemaou, 2012; Morse, 2012; Levitsky & Way, 2010; Lindberg, 2009).

Desde el punto de vista de la práctica de la política exterior, destacan en los años estudiados el desarrollo de la alianza cubano-venezolana, la red latinoamericana de gobiernos y movimientos afines a la propuesta venezolana, la concreción de la Alianza Bolivariana de las Américas —ALBA— (mecanismo de concertación política y económica ideado por Venezuela y Cuba), Petrocaribe (esquema venezolano de cooperación petrolera en el Caribe y Centroamérica) y las relaciones petroleras especiales con países como Cuba, Irán, Siria, Rusia, China y otros de menor importancia, tales como Vietnam y Belarús. En este contexto, y viéndolo desde una perspectiva a largo plazo, la conducta de Venezuela en el plano internacional consiste en tratar de influir mundialmente con el interés de captar a otros actores, como una forma de resistencia a la globalización y en contra de la hegemonía estadounidense a fin de mermar su poder (Hurrell, 2007; Hurrell, 2009).

3. La coyuntura actual

Concluido el proceso electoral presidencial de octubre de 2012, Venezuela tuvo de nuevo al presidente Hugo Chávez en el poder, quien ganó con el 55% de los votos. El candidato de la oposición, Henrique Capriles, perdió con el 44%. El final de la contienda reflejó de manera más nítida la polarización que caracteriza al país, la cual ha dividido mucho a los venezolanos. El presidente Chávez ganó esta elección con un porcentaje menor que en ocasiones anteriores, hecho que refleja no solo su estado de salud para aquel momento, sino también el desgaste de un gobierno que no ha podido solucionar los problemas nacionales y que son los más sentidos por la población, como la falta de vivienda, el desempleo, la inseguridad y la inflación. De otra parte, a partir del evento presidencial de 2006 hasta el evento parlamentario de 2010, la oposición mejoró considerablemente su participación en votos, al pasar de un 36,89% a un 54,97%. Con las elecciones presidenciales de octubre de 2012 y de gobernadores y consejos legislativos de diciembre del mismo año, la oposición bajó su caudal electoral a un 44%.

Son tres las razones generales para explicar los resultados electorales de octubre de 2012. 1. El presidente Chávez tuvo un gran ventajismo al usar los recursos materiales y humanos del Estado. Nunca antes había habido tanto irrespeto a la ley electoral. 2. La enfermedad del Presidente le permitió establecer una conexión de "compasión" con las masas. 3. El Gobierno logró una sensación de tutelaje social, en especial con las Misiones y la Gran Misión Vivienda. Las razones particulares para esto fueron:

  • Henrique Capriles, el candidato de la oposición compitió con un candidato que tiene 20 años en la escena política.

  • Se sintió la carencia de recursos materiales de la oposición, sobre todo en el interior de la República.

  • Se observó un ventajismo del Consejo Nacional Electoral, en particular con el despliegue de los centros electorales móviles.

Por su parte, la oposición no logró una unidad perfecta, pero sí importante, un caudal de votos suficiente para representar a un 44% de venezolanos, seguir en la lucha y defender así los valores democráticos.

Desde junio de 2011, el presidente Chávez se sometió a cuatro cirugías de cáncer, de cuya gravedad se supo muy poco y cuya recaída la tornó más misteriosa, guardando características de secreto de Estado. El sábado 5 de enero de 2013 se juramentó como nuevo presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello y ese acto fue considerado como el primer paso para que Cabello pasara a ser presidente provisional, dentro de la hipótesis de la ausencia temporal o absoluta del candidato ganador, el presidente Chávez. Sin embargo, el Tribunal Supremo de Justicia dictaminó que el presidente Chávez no tenía que desincorporarse del cargo por la vía de la ausencia temporal o absoluta y que por lo tanto continuaba su gestión, y que el juramento de ley para iniciar el nuevo período presidencial se podía postergar. De esta manera, y bajo la tesis jurídica de la "continuidad administrativa" (por ser el mismo presidente saliente y entrante), el presidente Chávez continuó en su cargo desde enero de 2013, al igual que el Vicepresidente Nicolás Maduro. Esta decisión fue criticada por la oposición y definida por sus voceros como ilegítima.

Para principios de marzo, el presidente Chávez había pasado más de 80 días sin aparecer en público y más de 15 días de regresar a Caracas desde su última visita a Cuba, donde convalecía de su última operación. El presidente Chávez fue trasladado a Caracas el 18 de febrero de 2013 y falleció el 5 de marzo del mismo año. El Vicepresidente Ejecutivo, Nicolás Maduro, se encargó de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela y el Consejo Nacional Electoral convocó a elecciones presidenciales a fin de completar el periodo al cual había sido elegido Hugo Chávez en octubre de 2012. Con estos hechos se cerró una etapa en la historia del país.

El 14 de abril se dio la nueva elección presidencial, Nicolás Maduro ganó con una mínima diferencia, 51% con el seguido de un 49% de Henrique Capriles, candidato de la oposición que obtuvo un sorprendente resultado. Nicolás Maduro se juramentó como nuevo presidente de Venezuela el 19 de abril de 2013, en medio de una fuerte crítica de la oposición que puso en duda los resultados electorales.

Así pues, quedan muchas cosas por discutir acerca del legado del presidente Chávez, quien encabezó una revolución de tinte izquierdista en un país petrolero y consumista, en medio de un controversial entrenamiento de las masas en el credo socialista y la profesión de fe a un líder carismático que logró una proyección internacional y regional nunca vista desde los tiempos de Fidel Castro. Así mismo, Chávez fue el líder fundamental de un grupo de políticos, intelectuales, militares, empresarios, y dirigentes laborales y sociales que desplazaron a las élites tradicionales que habían gobernado al país desde 1959. También pudo mantener como Jefe de Estado una serie de relaciones diplomáticas y comerciales con muchos países del mundo, varios de ellos sus amigos, como Cuba, Irán, Siria, China y Rusia, otros sus clientes silentes, como la mayoría de los países del orbe, e inclusive mantuvo relaciones diplomáticas y comerciales con algunos gobiernos con quienes tuvo enormes problemas políticos, como lo fue el de Estados Unidos.

Desde la óptica del pasivo que Chávez deja atrás, cabe mencionar el alto costo que significó la polarización en Venezuela, la división ideológica y psicológica de sus habitantes, su hiperpresencia mediática y la tendencia a darle a la sociedad un tutelaje social que a la postre redujo las potencialidades de los venezolanos, al convertirlos fundamentalmente en meros cobradores de bienes y servicios. No se puede dejar de lado su afanada tendencia a cercar a la empresa privada y a promover el estatismo con pocos resultados favorables y su poco apego por la institucionalidad. Por otra parte, la delincuencia y los problemas de inseguridad siguen siendo problemas muy sentidos y sufridos por la población en todos sus estratos sociales. En este tema, el gobierno sigue trivializando y banalizando su verdadera dimensión. Todos los indicadores internacionales dejan claro que Venezuela es uno de los países con mayor criminalidad por habitante del planeta.

La Fuerza Armada Bolivariana, tal como se conoce desde hace unos años a la institución armada venezolana, ha experimentado un profundo cambio desde 1999, al pasar de ser una institución autónoma a ser un cuerpo armado a la orden del proceso chavista. De hecho, cuando el entonces Presidente de Venezuela reiteró que sus fuerzas armadas son chavistas, no estaba diciendo algo fuera de lugar. Esta organización se ha "colonizado" por un grupo de militares retirados y activos que están a favor de la revolución bolivariana. Es dentro de este contexto donde la Fuerza Armada se convierte en un tema prioritario para el gobierno, en el momento en que se genera una gran incertidumbre sobre la era postChávez.

En otro orden de ideas, desde el punto de vista legislativo, la llamada Revolución Bolivariana ha venido radicalizando su agenda intervencionista y estatista. Se trata de un paquete de leyes que comenzó en el 2007 y se aceleró en el 2010 y 2011 y que atenta directamente contra las libertades económicas frenando la producción y acorralando al sector privado de la economía.

La visión económica de la "revolución" se condensa en el modelo productivo socialista, tal y como reza en el Plan de Desarrollo Nacional Simón Bolívar (2007-2013) y en el nuevo Plan de la Nación para los años 2013-2019. Este control total se basa en la propiedad de los factores de producción o en la regulación de los mismos. Un ejemplo claro es la Ley para la Defensa de las Personas en el Acceso de Bienes y Servicios promulgada por primera vez dentro del paquete de los 26 decretos-leyes en el marco de la Ley Habilitante y reformada en 2009 y 2010, para permitir la ocupación temporal de los factores de producción y colocar a los derechos de propiedad en situación de "concesión" frente al Estado venezolano.

En relación con lo internacional, aparte de las manifestaciones de solidaridad de algunos jefes de Estado y de gobierno con Venezuela, en ocasión de la enfermedad del presidente Chávez y de su posterior fallecimiento, el común denominador de las cancillerías en la región –incluyendo al Departamento de Estado del gobierno de Estados Unidos– es aspirar a que la transición de gobierno en el país sea pacífica y esté bajo el marco constitucional. Los gobiernos extranjeros no quieren que se de un vacío político por el hecho del fallecimiento del presidente Chávez y que no se reinstaure un régimen de facto en Venezuela.

4. Reflexiones finales

El tema de las revoluciones es un punto permanente en la discusión académica; aunque no son las únicas manifestaciones del cambio político, estas se levantan como un fenómeno singular. En un sentido estricto, una revolución significa un giro estructural en el proceso histórico de un país. En primer término, se concibe como una ruptura con el pasado, no solo en lo político, sino también en lo económico, lo social y lo cultural. Ello se interpreta también en el marco de la violencia, porque esos cambios, por una lógica resistencia, son difíciles de transitar por una vía pacífica. Finalmente, las revoluciones se estudian desde una perspectiva multidisciplinaria (Fanon, 2004).

Las revoluciones no solo se proponen romper con el pasado, sino que también imponen un nuevo orden de forma endógena –el derecho a la autodeterminación– (como una experiencia nacional) o de manera exógena –por una intervención extranjera– (como un fenómeno mundial); por arriba (aproximación vertical) o por medio de la movilización social (aproximación horizontal) (Carrére D'Encausse, 2005; Moore, 1973). La Revolución Mexicana, la Revolución Rusa, la Revolución China y la Revolución Cubana se constituyeron en paradigmas de esos cambios en el siglo XX. Ya se habían dado en el siglo XVIII y XIX la Revolución Francesa y también otras experiencias. En todas ellas está presente la desaparición del antiguo régimen, aunque en algunas se aspiró a implantar un modelo liberal y en otras un modelo marxista. En medio de estos dos polos, se dieron diversos ejemplos de procesos revolucionarios heterogéneos (Chaliand, 2008).

En América Latina y el Caribe se constata la existencia histórica de gobiernos revolucionarios con tiempos, grados y modalidades diferentes, como la Revolución Mexicana, la Boliviana de 1952, pasando por los gobiernos de izquierda en Guatemala, República Dominicana, Perú, Chile, Nicaragua, Jamaica, Guyana, Surinam, Grenada y Panamá, así como los gobiernos populistas presididos por Juan Domingo Perón en Argentina y algunas experiencias bolivianas y ecuatorianas. Desde luego, hay que considerar como un caso "único" a Cuba (Blasier, 1976).

El populismo y el radicalismo regionales han tenido como eslabón fundamental la pretensión de una política exterior antiestadounidense. Algunas experiencias han ido más allá, como es el caso del régimen castrista que involucró sus desavenencias con Estados Unidos dentro del marco del juego bipolar y de su estrecha asociación con la entonces y hoy extinta Unión Soviética. Otras han logrado una tolerancia mutua, el resto ha observado un comportamiento cíclico en sus percepciones y conductas con Washington (Domínguez, 2005). Estados Unidos ha respondido esa aspiración de deslinde hemisférico de diversas maneras. Con Cuba, República Dominicana y Chile (durante la presidencia de Salvador de Allende) hubo un enfrentamiento existencial. En los casos de México, Perú y Bolivia se buscó la reconciliación; en otros casos se alentó la conspiración interna en contra de esos regímenes y en otros, Washington se abstuvo de desarrollar una política activa, bien fuera a favor de una cooperación inestable o a favor de evitar un enfrentamiento directo.

A principios del siglo XXI y pesar de muchos pronósticos adversos, se abrió nuevamente un ciclo de gobiernos izquierdistas en la región. El eje antiimperialista y antiestadounidense, y una consideración positiva sobre Cuba jugaron desde entonces un papel estelar en la creación y en el impulso de las políticas domésticas y exteriores de esos gobiernos (Domínguez, 2005; Weyland, 2007).

Hay que destacar el hecho de que a la llegada de Hugo Chávez a la Presidencia de la República, a casi cuarenta años de la primera visita del líder cubano a Caracas, Fidel Castro cumplió su propósito de influir en el Estado venezolano y de conformar con sus representantes una alianza ideológica de grandes proporciones y singulares compromisos.

El salto largo de estos catorce años lleva a preguntarnos hasta qué punto las relaciones de Venezuela con Cuba han influido en la conducta nacional, tanto en los aspectos diplomáticos, consulares y comerciales como con respecto a las relaciones con la política doméstica, y cuál es el papel que han jugado esos vínculos en la vida cotidiana del venezolano.

Los actuales gobernantes venezolanos se han empeñado en idealizar a ciegas la gesta de Fidel Castro y no observan críticamente por dónde va el accidentado proceso cubano ni conciben su fracaso. En Venezuela, el ensayo socialista tampoco termina de triunfar. En este contexto, consideramos que la Revolución Bolivariana se inserta en el legado que el tema de la revolución ha tenido en la historia latinoamericana y caribeña. De cierta manera, este caso nos recuerda algunos debates clásicos entre revolucionarios y estudiosos del tema. Nos referimos a la discusión sobre la revolución por etapas, el papel de las clases medias y de la solidaridad internacional, el papel del líder fundamental del proceso, la reinterpretación del marxismo para analizar cada uno de estos ejemplos y el reordenamiento de la economía. Desde luego hay una especie de "paquete ideológico común" en esta experiencia. Se trata de concretar una aspiración: la de establecer las bases del Estado socialista propagar mundialmente las ideas y la praxis revolucionarias, y desafiar el estatus quo internacional y regional (Carrére D'Encausse, 2005).

Tres elementos caracterizan de entrada a la experiencia venezolana: un desplazamiento de élites, una política exterior retadora y un programa económico –social anticapitalista y de inspiración estatista y colectivista–. De igual manera, hay tres características que la apartan del modelo revolucionario ortodoxo: se prolongan algunos espacios democráticos, no se ha concretado el monopolio de la política interna por un aparato partidista (el partido PSUV), incluyendo el control total de las Fuerzas Armadas junto a su partidización e ideologización, y se mantiene un régimen de elecciones aunque con muchas deficiencias y sin poder sostener un nivel alto de movilización organizada de las masas. A su vez, se tiene una presencia moderada, aunque cada vez más reducida, de la empresa privada, la clase media no se ha ido de manera significativa del país y no se han roto las relaciones con Occidente. Claro está, no se debe dejar de mencionar el hecho de que una revolución implica la existencia de un trasfondo humano en cuanto a lo que significa el ascenso de algunos, la exclusión de otros y el exilio de otros tantos; el de unos ganadores y de otros perdedores, porque de suyo una revolución polariza.

En este contexto y pasando a especular sobre el futuro del país, luego del fallecimiento del presidente Chávez se abren a la discusión dos escenarios. El primero de ellos descansa en la idea de que se implementará la hoja de ruta esbozada por el propio presidente Chávez, quien dijo el pasado diciembre de 2012 que si le pasaba algo a él luego de su cuarta operación quirúrgica, se aplicaría lo que está expuesto en la Constitución y lo que plantearon algunos juristas, que el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, pasaría a ser el presidente encargado de Venezuela; o de acuerdo con otra interpretación jurídica que finalmente prevaleció en el criterio del Tribunal Supremo y en la mayoría de los diputados de la Asamblea Nacional, el vicepresidente Nicolás Maduro debía actuar como presidente encargado de la Nación (con base en la ya mencionada tesis de la "continuidad administrativa"). Se convocaría entonces para el 14 de abril de 2013 a unas nuevas elecciones presidenciales en las cuales el candidato del oficialismo sería el mismo Nicolás Maduro y luego se posesionaría como Presidente de la República.

Un segundo escenario descansa en la idea de que este cambio pacífico, la llamada "transición", conseguirá una serie de obstáculos para su realización: un pueblo chavista molesto porque no se le habló claro sobre la enfermedad del Presidente; unas divisiones internas en el seno del PSUV, el típico desorden político que origina la sucesión de un líder carismático; la tentación de grupos opositores de buscar el poder por la vía no democrática y la tentación del propio gobierno y del oficialismo de radicalizar la revolución y echarle la culpa al "imperio" de todos sus males.

Así las cosas, no cabe la menor duda de que, a pesar de lo que le pasó al presidente Chávez era una "crónica de una muerte anunciada", se ha generado una profunda angustia en todos los venezolanos sobre qué pasará en el país. La incertidumbre marca cualquier proyección que se quiera hacer. No es fácil pronosticar sobre una sociedad que se da a sí misma y a cada momento una sorpresa o, a decir verdad, ¡un tremendo susto! Incluso, con el fallecimiento del presidente Chávez comenzó en el país la operación del culto a la personalidad. La comparación de su legado al de Simón Bolívar, las diversas manifestaciones de apoyo a su figura, tanto a nivel nacional como a nivel internacional, la aclamación para que sus restos reposaran en el Panteón Nacional y la incesante propaganda a su favor demuestran cómo el gobierno y el oficialismo van a manipular a la opinión pública a favor del recuerdo de Chávez.

En este contexto resaltan dos aspectos: la elevación del fallecido presidente a la categoría de héroe nacional, lo que recuerda las experiencias totalitarias de Stalin en Rusia y de Mustafá Kemal Ataturk en Turquía, y la iconografía militar que rodea a un espectáculo político de gran magnitud y de grandes repercusiones para la vigencia de la democracia en Venezuela. Así mismo, diversos analistas se han hecho tres preguntas que son objeto de discusión y que no tienen hasta ahora una repuesta sólida. 1. ¿Cuál es la naturaleza del régimen?, hasta ahora es una mezcla de factores militares, populistas, autoritarios y marxistas. Lo único nuevo a partir de la muerte de Chávez es el extensivo manejo de los asuntos públicos por lo militares y la politización extrema de la Fuerza Armada Bolivariana. 2. Una segunda pregunta está relacionada con la idea de si esto es una revolución. Desde nuestro punto de vista sí lo es y se va a profundizar ese carácter con la presidencia de Nicolás Maduro. 3. Un tercer interrogante es acerca de la relación entre Chávez y los factores de poder que han sustentado a la Revolución Bolivariana. A primera vista la respuesta es fácil y se estima que el chavismo sin Chávez no se puede sostener en el tiempo y que la Revolución Bolivariana tiene sus días contados.

A nuestro modo de ver, no se puede pensar que hay una relación automática entre la desaparición física de Chávez y el descalabro de su proyecto. Aquí hay una dirección política que tratará de continuar su legado, con el manejo del poder cívico-militar que tienen, mante-niendo el apoyo que se ha logrado en el tiempo, tanto popular como internacional, y reduciéndole los espacios a la oposición.

Las elecciones presidenciales del 14 de abril de 2013 dieron como resultado la victoria de Nicolás Maduro con un 51% de los votos; el candidato opositor Henrique Capriles obtuvo un 49%, y hubo un nivel de abstención del 21%. Las elecciones sin Chávez perfilaron con una mayor nitidez el asombroso y complejo manejo de la maquinaria estatal. Se está hablando de la movilización de los electores que tuvo el PSUV con la ayuda del manejo sectario y ventajista de los recursos del Estado y de PDVSA. En esta línea argumental cabe destacar cómo la red de comunicación del Estado, radio, prensa, televisión y medios alternativos y virtuales se orientó a favor del gobierno y del oficialismo, donde la manipulación de las imágenes y la narrativa empleada estuvieron montadas a favor del candidato Maduro y en contra del candidato Capriles. A pesar de todo esto, de que el legado de Chávez pesa todavía en la mente de los venezolanos y de que el gobierno y el oficialismo han manipulado la imagen de Chávez a niveles seudoreligiosos, no se puede ocultar la oposición de la mitad de la población que votó en contra del proyecto revolucionario.

Nicolás Maduro encontrará a sus puertas tres dilemas: ¿qué rumbo tomará su gobierno? ¿Volverá atrás y renovará una línea reformista, para reconciliarse así con la oposición y con la empresa privada y mejorar el nivel de vida de los venezolanos, con lo cual reduciría el nivel de compromisos no petroleros de PDVSA e invitaría al capital foráneo privado a invertir en Venezuela, a la par de tener una política cambiaria más holgada? O por el contrario, ¿acelerará una línea radical?

Un segundo dilema está relacionado con el tema militar, ¿seguirá dándole privilegios materiales y simbólicos a la Fuerza Armada o reducirá sus niveles de poder? ¿Será la Fuerza Armada capaz de aceptar el liderazgo de Maduro? Un tercer problema tiene que ver con la población, ¿podrá Maduro sostener el nivel de popularidad del gobierno y del oficialismo ahora que no está Chávez vivo?, ¿qué hará Maduro para desarrollar una nueva línea de apoyo que no cuenta con la fuerza carismática de Chávez y que tiene a la mitad del país en contra?

El nuevo presidente Nicolás Maduro tiene dos modelos para escoger. En China, Vietnam y Angola, se ha mantenido el juego político semicerrado y hubo una apertura económica. La otra vía es cerrarse en las dos dimensiones y transitar hacia un modelo totalitario como en Cuba y Corea del Norte. Lo que sí está claro es que la estabilidad política del régimen no está cuestionada en términos de una alternativa de poder en este momento, ni en lo doméstico ni en lo internacional.

En síntesis, Venezuela le dio en 1998 un cheque en blanco a una alianza electoral que prometió cambiar a un país que en ese momento le pasó factura a un período democrático y que no supo regenerase y adaptarse a los nuevos tiempos. Pero la idea de cambio no incluía ese "Caballo de Troya" que es la tesis del socialismo del siglo XXI y esa orientación hacia la izquierda radical que en medio de grandes contradicciones se ha querido aplicar en el país (Weyland, 2007).


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