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Desafíos

Print version ISSN 0124-4035

Desafíos vol.26 no.1 Bogotá Jan./June 2014

 

No “estudiar al subalterno”, sino estudiar con grupos sociales “subalternos” o, al menos, estudiar articulaciones hegemónicas de poder*

Daniel Mato **

* Traducción de Hugo Ramírez Arcos. Versión original de este texto: Mato, D. (2000). Not “Studying the Subaltern,” but Studying with “Subaltern” Social Groups, or, at Least, Studying the Hegemonic Articulations of Power. Nepantla: Views from South 1.3, 479-52.
** Doctor en Ciencias Sociales, Universidad Central de Venezuela. Profesor titular, Centro de Investigaciones Posdoctorales (Cipost) de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces), Universidad Central de Venezuela (UCV). Actualmente es Investigador Principal del CONICET en el Centro Interdisciplinario de Estudios Avanzados (CIEA) e la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) en Buenos Aires, Argentina.


Proporcionar una breve historia de este texto ayudará a contextualizar su lectura1. Se trata de la versión revisada de una ponencia que presenté en la conferencia “Cross-Genealogies and Subaltern Knowledges”,2 que se celebró en la Universidad de Duke, entre el 15 y el 17 de octubre de 1998.3 Esta conferencia fue, sobre todo, una reunión del Grupo de “Latin American Subaltern Studies Group”4 (LASSG, por su nombre en inglés), a la que fueron invitados unos pocos colegas que no eran miembros del grupo y que ni siquiera enmarcaban su trabajo dentro de las ideas de la “subalternidad”. Yo fui uno de ellos.5 Encontré la invitación motivante y traté de preparar un documento que estimulara el debate y resultara útil para un proyecto intelectual dinámico y valioso. Tal interés subyace en este texto y ayuda a revelar su carácter. Los comentarios de los revisores de Nepantla6 sobre mi artículo siguieron una vena similar y así enriquecieron mi elaboración sobre el tema. Leer estos comentarios y escribir la presente versión revisada me ha llevado a la siguiente conclusión: nuestros enfoques, aunque diferentes, comparten algo muy importante, ambos enfocan en cultura y el poder, son motivados por una cierta “sensibilidad al poder” o atención hacia las cuestiones de poder inherentes a la experiencia social, así como a nuestras propias prácticas como intelectuales. Esta conclusión explica por qué mi artículo tiene un cierto tono de auto-rreflexión y narrativa personal.

A la luz de estos aspectos de la historia del documento, he decidido dedicar este texto a ofrecer una crítica a la idea de “estudiar al subalterno”, un elemento central del LASSG, enunciada en su declaración fundacional (1993, p. 110). A partir de tal declaración y de su orientación general, así como del trabajo de la mayoría de los miembros del grupo, uno puede asumir que “el estudio de los subalternos” no define por completo el carácter del proyecto. Sin embargo, es un aspecto crítico de la declaración de principios y, desde mi punto de vista, es una problemática ética, política y epistemológica que exige un juicio crítico. De hecho, pienso que este objetivo no debería permanecer en la declaración fundacional de tal proyecto intelectual, porque es una reminiscencia de la tradición de los estudios del área; no obstante, la presencia de esta idea en la declaración no es un accidente. La noción de “estudiar al subalterno” y su legado reflejan el contexto institucional de la creación del grupo; no es casual que surja en el contexto universitario de Estados Unidos y esté dedicado al estudio de casos en una región particular o área del mundo fuera de ese país: América Latina. A mí me parece que, independientemente de la orientación fundamental del grupo, estas circunstancias han contribuido a un mantenimiento acrítico de la tradición de los estudios del área. Foucault (1980) es sugerente sobre esta cuestión, porque hace hincapié en cómo los mecanismos de control y delimitación de los discursos nos obligan a considerar el contexto institucional de la producción de uno de ellos, lo que ayuda a explorar tanto sus prejuicios como las posibles maneras de transformarlo.

Los debates actuales sobre nuevos enfoques para los estudios del área, que comenzaron en Estados Unidos hace unos cinco años, han facilitado el entendimiento de que los estudios del área (tanto en Estados Unidos como en Europa Occidental) han sido históricamente marcados por los intereses imperiales u otras formas de dominación transnacional e internacional. Como se sabe, esta situación no se originó durante la Guerra Fría, sino que ya existía y fue intensificada por ella. Además, el fin de la Guerra Fría ha tenido un lugar destacado en la versión actual de los estudios del área, en las concepciones establecidas y en gran parte del debate, así como de las actuales propuestas para reformar los estudios del área, emergen de esta situación histórica. Aunque algunas de estas revisiones logran más que desmantelar ciertos efectos de la política de la Guerra Fría, la mayoría de ellas no desafía las relaciones globales de poder establecidas de manera efectiva y duradera. Por ejemplo, las críticas actuales de los estudios del área cuestionan la tradicional concepción de fronteras geográficas y culturales, así como las preguntas de investigación y las interrelaciones entre las áreas y disciplinas, pero rara vez se discuten los supuestos epistemológicos fundamentales anteriores a ese período. Una muestra de dicha suposición es la idea de estudiar a “otros” con el fin de escribir y enseñar acerca de “ellos” en lenguas extranjeras a los “estudiados”. Las intenciones y presuposiciones que arrojan los estudios de esta naturaleza no pueden permanecer sin examen ni respuestas.

Por lo tanto, los esfuerzos para revisar los estudios del área, que implican la discusión de “estudiar al subalterno”, deben ser contextualizados en el interés de dar forma a nuestras agendas de investigación. Es ética, política y epistemológicamente imperativo que los investigadores hallen maneras de promover la incorporación consciente de los grupos sociales en las agendas de investigación, pues, por lo general, son tratados como objetos de estudio. La experiencia me ha enseñado que su incorporación en nuestra investigación, desde su inicio, se opone a la práctica establecida de la construcción de “comunidades locales” como objeto de estudio, con lo que cambia nuestro enfoque de investigación. Se puede modificar el estudio “del” otro (por ejemplo, “el subalterno”) para estudiar “con” ese otro. Si ese ambicioso proyecto no es posible para algunos de nosotros, al menos podemos pasar de “estudiar al subalterno” al estudio de las prácticas de los agentes globales como el Banco Mundial o la Agencia Internacional de Estados Unidos para el Desarrollo y las articulaciones de poder que conectan la hegemonía doméstica con agentes locales. Este importante cambio de enfoque puede producir un conocimiento que sirva a los grupos sociales interesados por aprender sobre las articulaciones globales y locales de poder, las prácticas hegemónicas globales y las prácticas de los agentes domésticos y cómo estas afectan sus vidas.

Desde este punto de vista, sugiero que la idea de “el estudio del subalterno” no solo debe ser expurgada o limitada en su alcance dentro de la mencionada declaración, como ya se sugirió (1993, p. 121). La idea de estudiar al subalterno requiere una crítica profunda cuyas consecuencias deben ser exploradas. De hecho, la declaración del LASSG contiene propuestas que sugieren un punto de partida productivo, como “la construcción de nuevas relaciones entre nosotros mismos y los humanos contemporáneos que se postulan como objetos de estudio” (1993, p. 121). En este artículo me propongo comenzar con esta sugerencia y ampliarla al esbozar un cambio ético y político con consecuencias epistemológicas y teóricas significativas. Por tanto, quiero desafiar a la prevaleciente división del trabajo intelectual, en particular porque privilegia prácticas “académicas” a costa de la exclusión de las prácticas “intelectuales” que desafían preguntas de investigación establecidas, fronteras disciplinarias, intereses teóricos y métodos. No pretendo proponer algo novedoso, sino contribuir a un debate en curso que ocurre tanto en América Latina como en Estados Unidos y otras latitudes. Ejemplos específicos de prácticas “intelectuales” pioneras que se han producido en América Latina en las últimas décadas -como las llevadas a cabo por Paulo Freire y Orlando Fals-Borda, por ejemplo-, sin duda, merecen una mención; por esto, voy a comentar brevemente su trabajo.

Antes de revisar estos esfuerzos con mayor detalle, me gustaría volver a la declaración fundacional del LASSG. Esta descansa en la idea de que América Latina es un “área” de estudio en la que cierto grupos sociales, como “el subalterno”, son identificados e investigados. Este no es el momento apropiado para discutir un tema que merece un análisis más profundo (Mato, 1998b), pero en resumen, América Latina no es una “región natural”, sino un sistema históricamente construido de representaciones confinadas, por lo general, a los puntos de referencia geográficos que privilegian los así llamados Estados latinoamericanos. Las referencias geográficas causan problemas al omitir poblaciones importantes que viven fuera de una región específica. Por ejemplo, un número significativo de personas nacidas en países de América Latina ha emigrado a Estados Unidos y parte de Europa Occidental, otro es descendiente de los primeros inmigrantes y otro más remonta su ascendencia a poblaciones que nunca migraron, pero cuyos territorios históricos fueron anexados a Estados Unidos, como Puerto Rico y los estados sureños que alguna vez fueron parte de México. Poblaciones como estas, que no encajan en un marco del Estado-Nación geográfico, representan alrededor de treinta millones de personas, una cifra significativa no solo en términos cuantitativos, sino también cualitativos. Una porción relevante de este “mundo” que escapa a la definición geográfica se considera “subalterno” en Estados Unidos.

El LASSG está compuesto por académicos de diversos orígenes (algunos de ellos nacidos en países de América Latina) que trabajan y viven en Estados Unidos. No veo ningún problema con su compromiso con la construcción de nuevas relaciones y con que se dediquen a estudiar “junto con el subalterno” a diversos grupos sociales en la llamada América Latina, pero ¿qué tal hacer un compromiso similar con los grupos sociales “subalternos” en los Estados Unidos? ¿No se debe prestar especial atención a los identificados bajo la etiqueta de “latino”? ¿Qué pasa con los demás? Propongo que una prometedora revaluación del proyecto intelectual del LASSG debe considerar los tres cambios descritos en este artículo: a) un cambio desde el estudio “del subalterno” hacia el estudio “con” los grupos sociales “subalternos”; b) en caso de que el estudio con los grupos sociales “subalternos” sea un objetivo demasiado ambicioso desde estos contextos institucionales académicos, sus prácticas deberían cambiar desde el estudio de la “subalternidad” hacia el estudio de las articulaciones del poder que vinculan a agentes hegemónicos globales y nacionales, y c) el cambio de estudio de casos de las poblaciones “subalternas” en América Latina desde Estados Unidos al estudio compartido de casos en cualquier lugar (o ambos en América Latina y en Estados Unidos) en conjunto con las poblaciones interesadas. Esta revaluación del proyecto implicaría un cambio de nombre, de Grupo de Estudios Subalternos de América Latina a Grupo Transnacional de Estudios Subalternos, una idea ya expresada al menos por uno de los miembros del grupo: Walter Mignolo (1996, p. 31).

Estudiar con los grupos sociales “subalternos”

Mis propuestas no son ajenas a los intereses declarados del LASSG. Al contrario, son una invitación para completar el giro epistemológico y ético que se indica en su proyecto, una idea que parece formulada en la conclusión de los estatutos fundacionales, en los que se aboga por la construcción de “nuevas relaciones entre nosotros mismos y los humanos contemporáneos a los que postulamos como objeto de estudio”. El párrafo final completo explica esta consideración:

Nosotros necesitamos concluir este estatuto, sin embargo, con un reconocimiento de los límites de la idea de “estudiar” al subalterno y una advertencia a nosotros mismos al salir a hacer esto. Nuestro proyecto, en que un equipo de investigadores y sus colaboradores en universidades metropolitanas de élite quieren extraer de los documentos y prácticas del mundo oral de los subalternos, la estructural presencia de lo inevitable, indestructible, y eficaz sujeto quien nos ha demostrado que estamos equivocados -ella/él que ha demostrado eso que nosotros no conocíamos- deberá enfrentar el dilema de la resistencia subalterna a la insurgencia en contra de las conceptualizaciones de élite. Claramente, se trata no sólo de nuevas formas de mirar al subalterno, de nuevas y más potentes formas de recuperar información, sino también de la construcción de nuevas relaciones entre nosotros mismos y los contemporáneos humanos quienes se postulan como objetos de estudio. El requerimiento de Rigoberta Menchú al final del su famoso testimonio es quizás relevante al respecto: “Estoy manteniendo en secreto lo que creo que nadie debe saber. Ni siquiera los antropólogos o intelectuales, no importa cuántos libros tengan, pueden averiguar todos nuestros secretos” (p. 121).

Me adhiero a la idea de la “construcción de nuevas relaciones”, pero no a la del “estudio de los subalternos”. Esta última práctica aún sostiene parte de la ética y la epistemología que el LASSG critica, porque insiste en “librarse” de la información sobre/desde el “subalterno”, es decir, la producción de información sobre temas o grupos sociales “subalternos” y la revelación de sus secretos, todo para avanzar en el conocimiento de otros grupos sociales. Me pregunto: ¿quién está interesado en sacar esta información? ¿Los grupos “subalternos” pidieron ser estudiados? ¿Quién podría beneficiarse de esa producción de conocimiento? ¿A cuáles intereses servirán estas prácticas de investigación? ¿Qué intereses los conducen/informan/orientan? ¿Qué ganarán los grupos sociales “subalternos” de esa producción de conocimiento? Mi punto es que la información desvinculada aumentará el conocimiento sobre el “subalterno” y lo pondrá a disposición de agentes hegemónicos en las sociedades metropolitanas por medio de la publicación -por lo general, en lenguas extranjeras respecto al grupo “subalterno” en cuestión- y otras formas de almacenamiento y distribución de la información.

Si estamos comprometidos con la descolonización de la investigación académica, estas preguntas deben ser atendidas. Tal descolonización debe centrarse en estos factores: formas históricamente establecidas de constituir objetos de estudio y dibujar límites entre las disciplinas académicas; límites entre la academia y otros ámbitos sociales y prácticas de investigación que producen ciertos tipos de conocimiento. De las experiencias personales con los pueblos indígenas de varios países de América Latina he aprendido que, en general, no están interesados en ser sujetos de investigación, piezas de museo o imágenes exóticas en proyectos de otras personas; ellos esperan investigadores que colaboren con el cumplimiento de sus propios proyectos y agendas. La primera vez que capté estos problemas fue en 1986, durante mi trabajo de campo en Tascabaña, una comunidad del pueblo kariña en el estado de Anzoátegui (Venezuela). Fue entonces que Hilario Aray, el hombre más viejo del pueblo, se negó a mi intento para entrevistarlo y dijo que “cuando el hombre blanco busca al indio es porque algo quiere sacarle, algo que el indio quiere mantener en secreto”.

Las palabras de Aray hallan eco en las de Rigoberta Menchú citadas en la declaración del LASSG: “Estoy manteniendo en secreto lo que creo que nadie debería saber” (1993, p. 121). Mi interés por entrevistar a Aray fue aprender acerca de los estilos kariña de narración, como parte de un proyecto más amplio cuyo objetivo era mejorar la valoración y difusión de cuentos y modos de representación de los pueblos indígenas en las ciudades venezolanas, para enfatizar su valor en el contexto nacional. En ese momento estaba muy orgulloso de mi proyecto y ya había dado resultados satisfactorios. Sin embargo, era ingenuo frente a otros posibles significados de mi propia práctica, hasta que me enfrenté a la respuesta de Aray, que dejó una marca indeleble en mí y fue el comienzo de un cambio importante en mis intereses de investigación y orientación.

A la luz de estas declaraciones de los pueblos indígenas, me pregunto -e invito al lector a preguntarse-: ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a robar sus secretos para hacerlos públicos? ¿Vamos a ayudar a sostener las actuales formas de colonización o de dominación poscolonial? Muchos grupos sociales e individuos “subalternos” son conscientes de las consecuencias de estas estrategias de investigación incuestionadas y están listos para resistir nuestros intentos. La reacción de Aray es un ejemplo y a continuación comento otra.

La siguiente difícil -pero educadora- experiencia también ocurrió en 1986, cuando investigaba sobre la narración de cuentos con algunos colaboradores wayuu. Se trata de tres experiencias relacionadas que vale la pena relatar. En primer lugar, la condición que me puso Noelí Pocaterra, una mujer wayuu que no era solo una dirigente de su pueblo, sino también la encargada del Centro de Asuntos Indígenas de la Universidad del Zulia. Esta institución es la universidad pública más cercana al territorio histórico de los wayuu y una en las que varios intelectuales indígenas y mestizos se esfuerzan por establecer nuevos tipos de relaciones con los pueblos indígenas de la región. Pocaterra hizo clara su intención: su gente me ayudaría en la medida en que yo estuviera dispuesto a ayudarlos. Me pidió que ofreciera talleres de investigación en la narración de historias y de técnicas de narración para profesores wayuu y activistas culturales en las respectivas comunidades. La segunda experiencia se produjo durante uno de esos talleres, cuando varios participantes afirmaron que una editorial patrocinada por el Estado había robado dos historias de Ramón Paz Ipuana, un reconocido poeta wayuu que estaba ausente en el momento. Ellos argumentaban que las historias eran sus propias creaciones y no pertenecían a lo que los antropólogos y otras personas que viven en un mundo escrito suelen llamar “tradición oral”. Los participantes del taller observaron, con razón, que los editores habían ignorado las habilidades de creatividad de una persona indígena en particular, una práctica muy común que tiende a negar a las personas indígenas lo que aparentemente se reconoce solo a las personas blancas: un talento creativo. Una entrevista fallida con Paz Ipuana fue la tercera experiencia educativa de mi tiempo con los wayuu. Se negó a ser entrevistado y alegó que sus historias fueron robadas. Dijo que él y su gente no eran animales o cosas para ser estudiadas.

Paz Ipuana y los participantes del taller con los wayuu enseñan importantes lecciones sobre las consecuencias alienantes de la resemantización de la producción cultural indígena en los contextos académicos tradicionales. Estos son temas muy relevantes y en otra discusión merecerán mayor atención (Mato, 1992). Sin embargo, para los propósitos de este artículo, un resumen de los casos y lo que revelan parece suficiente. El robo denunciado por el autor wayuu, por desgracia, no es en absoluto fuera de lo común. Por el contrario, representa una práctica arraigada entre los antropólogos y folcloristas que se dedican a “recolectar” lo que ellos consideran “antiguas” y “auténticas” narrativas orales. Tal paradigma niega los poderes creativos de los narradores contemporáneos y los transforman en lo que estos académicos llaman “informantes”. Solo las “viejas historias” interesan a estos investigadores, que piden a sus “informantes” contarles a ellos las “historias verdaderas”, que se suponen transmitidas de la generación anterior a la actual. Mi experiencia con los wayuu es fundamental para este artículo, ya que ilustra dos tipos diferentes de respuesta crítica: primero, la posición de Paz Ipuana, que coincide con la de Aray; segundo, la solicitud de Pocaterra, lo que representa una posición más negociada que resistente.7

Percibí mis prácticas de investigación muy diferentes después de estas experiencias, lo que me llevó a una nueva agenda de investigación que puso a prueba otras formas de articular mi práctica con los sujetos sociales “subalternos” y sus organizaciones.

El estudio de las articulaciones hegemónicas del poder y la descolonización de la investigación académica

Desde las experiencias mencionadas, he aprendido a preguntar a los sujetos “subalternos” con los que trato de colaborar por medio de la investigación sobre cómo mi conocimiento puede ser útil para ellos. En solo unas pocas situaciones he encontrado mi trabajo útil y esto no necesariamente en mi calidad de investigador, sino como activista. Se trata de vivencias sobre las que no siempre fue posible o aconsejable escribir, aunque he encontrado la forma de ocultar la identidad de las personas u organizaciones implicadas (Mato 1996; 1997). En respuesta a mi costumbre de preguntar a líderes indígenas cómo mi investigación podría ser de utilidad, muy a menudo recibo solicitudes concretas como “necesitamos agua”, “necesitamos un médico” u otras que no he podido cumplir con eficacia, dada mi posición en ese momento. No obstante, las conversaciones que mantuve con algunos líderes indígenas nos llevaron a la conclusión de que, de una u otra manera, la mayoría de estas peticiones materiales estaban relacionadas con situaciones de desventaja social, enraizadas en la historia establecida de relaciones de poder que mantienen a estos pueblos en situaciones sociales subordinadas. Por lo tanto, en vez de estudiar al “subalterno”, yo prefiero estudiar a los responsables de las injusticias sociales y poner este conocimiento a disposición de aquellos sujetos “subalternos”.

Así, reorienté mi práctica de la investigación para enfocarla en las prácticas de los agentes hegemónicos y las articulaciones del poder globales-locales, en lugar de examinar al “subalterno”. Esta respuesta fue solo una solución general que he aplicado cuando no podía encontrar la manera de estudiar con el “subalterno”, que es mi orientación preferida, pero que ha sido factible unas pocas veces en mi vida. Es significativo, sin embargo, que esta reorientación me permitiera dar a algunas de las organizaciones de esos pueblos el apoyo práctico que solicitaron como parte de sus negociaciones con agentes globales como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo u organizaciones ambientales con sede en Estados Unidos que operan a escala mundial. Estas experiencias también me enseñaron muchas cosas, pero, como ya señalé, no siempre ha sido posible escribir sobre eso; al menos, no en un artículo académico. Otro tipo de obstáculo ha surgido porque los agentes hegemónicos globales y otros son reacios a ser investigados, por decir lo menos. Por ejemplo, ha sido difícil y, en general, improductivo intentar llevar a cabo una investigación de campo en la sede del Banco Mundial. Aun así, creo que la adopción de la perspectiva que aquí se propone abre un espacio fértil para la colaboración entre los investigadores y grupos sociales “subalternos”, al tiempo que hace que nuestras habilidades de investigación sean valiosas en el contexto de la actual era de la globalización. El resto de esta sección se dedicará a la discusión de esta perspectiva.

La idea básica consiste en invertir el orden establecido de las cosas, de estudiar grupos sociales “subalternos” con el fin de que este conocimiento esté disponible para los agentes hegemónicos (por ejemplo, por medio de publicaciones en lenguas extranjeras a los estudiados, pero dirigida y a disposición de los agentes hegemónicos) y de estudiar las prácticas de los agentes hegemónicos para poner este conocimiento a disposición de los grupos sociales “subalternos” (por ejemplo, mediante diversas formas de colaboración). La idea de estudiar al OTRO subyace a los proyectos fundacionales tanto de la Antropología como de los estudios del área en los países dominantes del mundo; este proyecto también puede ser visto como descolonizador de la investigación académica.

Las motivaciones para el cambio de mi práctica de investigación son numerosas, pero ante todo son las posiciones de resistencia y negociación que confronté en varios intercambios con los pueblos indígenas, así como el asesoramiento de algunos de ellos. Otra motivación ha sido mi propio interés en comprender cómo los procesos de globalización contemporáneos inciden en las transformaciones sociopolíticas en curso en espacios sociales.

En la era actual de globalización, las representaciones y las instituciones sociales no son conformadas en espacios sociales aislados, sino tras procesos transnacionales con intensa participación de agentes “globales” y “locales”. Esta última categoría comprende una amplia gama de agentes que desarrollan sus prácticas desde el ámbito local hasta el nacional.8 En artículos anteriores he discutido las relaciones entre los agentes locales y globales que afectan representaciones socialmente construidas de la sociedad civil, así como de las identidades de los pueblos indígenas en ciertos países de América Latina (Mato 1995; 1996; 1997; 1998a; 1998b; 1998c; 1999). He optado por estudiar la producción transnacional de estas representaciones sociales particulares porque ayudan a establecer las agendas de dos categorías muy activas de agentes sociales en varias sociedades contemporáneas de América Latina: organizaciones de la sociedad cívica/civil y organizaciones de pueblos indígenas.

Centrarse en las relaciones entre agentes globales y locales y en sus efectos ha enriquecido mi acercamiento a lo que se suele llamar “globalización”, una palabra que se ha puesto muy de moda y que a menudo carece de precisión. Por lo tanto, me parece necesario explicar mi uso del término. Desde mi punto de vista, en lugar de considerar a la globalización como un proceso único o como un nuevo fenómeno, como a menudo se representa, resulta más fructífero asumirla como una tendencia histórica de larga data hacia la creciente interconexión de los agentes sociales en todo el mundo, resultante de numerosos y muy diversos procesos sociales. Estos últimos procesos pueden ser llamados “procesos de globalización”, es decir, los que producen globalización. El ritmo de esta se ha acelerado en gran medida y se vuelve cada vez más complejo en años recientes, hasta el punto de que me parece apropiado nombrar al actual período histórico como la “era de la globalización”. Esta expresión pone de relieve la creciente importancia cultural y política de las interconexiones en todo el mundo, la gradual relevancia social y política de las prácticas transnacionales de diversos agentes sociales, en particular respecto a una amplia gama de “agentes globales” y el desarrollo relativamente reciente de las diversas formas de conciencia de globalización en todo el mundo.

El desarrollo desigual de las formas de conciencia de globalización es quizá la característica más sobresaliente de la era actual y es central para la discusión que plantea este texto sobre las posibles formas de articulación entre nuestras prácticas de investigación y las prácticas de los grupos sociales “subalternos”. Los ejemplos de producción social de representaciones de sociedad civil y de identidades que he analizado en estudios anteriores (Mato 1995; 1996; 1997; 1998a; 1998b; 1999) destacan cómo las redes transnacionales constituidas por agentes nacionales y globales -por ejemplo, organizaciones de los pueblos indígenas y organizaciones no gubernamentales ambientalistas (ONG), así como las organizaciones cívicas, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid),9 el Instituto Nacional Demócrata (NDI) y otros agentes globales- legitiman representaciones que desempeñan un rol crítico en la conformación de las agendas y prácticas de los actores locales y nacionales. Estas representaciones forman parte de lo que he llamado formas de conciencia de globalización. Otros modos de esta conciencia tienen que ver con la manera en que se gestiona la información sobre los procesos globales. También hay que considerar que los grupos sociales subalternos a veces no tienen todo el conocimiento que necesitan para tomar ventaja de los procesos globales en los que participan, como en los casos de corporaciones farmacéuticas que, por poco dinero, adquieren conocimientos valiosos de chamanes de la cuenca del Amazonas y más tarde obtienen beneficios desproporcionados de ellos y otros eventos en los que el saber sobre botánica indígena se comercia con agentes extranjeros (Blum, 1993; Carr, Petersen y Ramaswamy, 1993; Gray, 1990). Enfocarnos en este tipo de procesos globales y sus efectos puede ayudar a reorientar nuestras prácticas de investigación hacia la producción y el suministro de información a grupos sociales “subalternos” para que alcancen mejores posiciones en sus negociaciones simbólicas, económicas y políticas con agentes hegemónicos globales y locales.

Para evitar una posible mala interpretación, debo destacar que la existencia y el significado de estas redes y agentes globales no pueden ser interpretados en términos simplistas de dominación o imperialismo. Mis hallazgos muestran que los procesos de globalización -en particular, la producción transnacional de representaciones- son mucho más complejos y suelen involucrar a experiencias de aprendizaje, coproducción, apropiación, adaptación, reelaboración, negociaciones y otras interacciones dinámicas entre agentes sociales en escenarios heterogéneos.

También es importante considerar que los “agentes globales” no son “desterritorializados”, como se deduce de alguna literatura sobre la globalización y tampoco son neutrales o representantes de los intereses universales. Sean gubernamentales o no gubernamentales, muchos agentes que llamamos globales por referencia a su escala de acción, resultan ser "nacionales" respecto de cierta sociedad en particular si atendemos a quienes y donde toman decisiones respecto de su accionar (esto ocurre en particular respecto de algunos actores globales cuyos centros de toma de decisión están en Estados Unidos, Canadá, Japón, o algunos países de Europa Occidental) y, por lo tanto, sus representaciones, agendas y prácticas asociadas dependen, sobre todo, pero no en exclusiva, de conflictos y negociaciones relacionadas con estas sociedades dentro de las cuales no representan los intereses de los respectivos grupos sociales “subalternos”. Por ejemplo, los programas y presupuestos de estos agentes están vinculados a la opinión pública y a instituciones gubernamentales y burocráticas. Otros agentes globales incluyen los bancos multilaterales en los que los representantes de unos pocos países controlan el proceso de toma de decisiones. Los representantes en el Directorio y los funcionarios de esos países influyen en gran medida en la producción de representaciones institucionales y en las agendas de estos agentes globales, las cuales, a su vez, modelan sus prácticas. Estas representaciones que informan sobre las prácticas de otros agentes mundiales, como el sistema de la ONU y otras organizaciones internacionales, son producidas en el marco de sistemas más complejos de conflictos y negociaciones, relacionados con contextos domésticos diversos, así como con redes transnacionales de expertos. Algunos funcionarios de organizaciones globales han reconocido la importancia de este hecho, no solo en entrevistas personales conmigo, sino en sus escritos publicados (Carrol, 1992, p. 153; Moseley-Williams, 1994, p. 55). Sin embargo, no podemos ignorar que algunos agentes globales son agencias gubernamentales extranjeras como la Usaid y sus homólogos canadienses y de Europa Occidental, cuyas misiones y restricciones son establecidas por sus respectivos Gobiernos; la influencia de estos últimos supera las propias actividades de sus agencias estatales, porque algunos de ellos también otorgan dinero que contribuye de manera significativa a los presupuestos de las organizaciones no gubernamentales transnacionales. A menudo estos son desembolsados para fines exclusivos y las organizaciones que los reciben deben observar las reglas y restricciones impuestas por ellos. Del mismo modo, muchas organizaciones no gubernamentales transnacionales se han convertido en poco más que subcontratistas de la Usaid y del Banco Mundial. Así, en un grado significativo, sus proyectos son predefinidos por esos bancos bilaterales o multilaterales, no por las ONG subcontratadas y menos aún por los agentes “locales”. Aunque la retórica de agentes globales a menudo hace hincapié en que los puntos de vista de los agentes “locales” son considerados en el diseño de proyectos, las fuertes restricciones a esta “participación” han sido reconocidas incluso en los documentos del Banco Mundial (Clark, 1991; Salmen y Eaves y 1991; Tendler, 1982). Como consecuencia, ciertas representaciones de los agentes globales informan sobre estos proyectos y refuerzan representaciones sociales en los espacios locales, con o sin la participación de los agentes hegemónicos domésticos, a menudo por medio de formas específicas de articulación con las agencias de los Gobiernos nacionales.

Es imposible generalizar acerca de los agentes globales y las formas de articulación entre sus prácticas y las de los agentes de la hegemonía doméstica, pues cada uno debe ser considerado como un potencial estudio de caso. He estudiado varios agentes globales y las redes que los soportan con la mirada puesta en mostrar estas cuestiones a las organizaciones de pueblos indígenas y otras organizaciones populares de América Latina. Sin embargo, el cumplimiento de este objetivo no es una tarea fácil. Los agentes que aspiro a apoyar no aprenderían acerca de los agentes mundiales mediante la publicación de artículos académicos. He logrado mi objetivo de apoyo a sus luchas por medio de la comunicación personal y directa con líderes de las organizaciones de algunos de los pueblos indígenas que estaban dispuestos a utilizar mi conocimiento -y, en algunos casos, incluso ansiosos de hacerlo, por ejemplo, la dirección de la Federación Shuar-Achuar, de Ecuador-.

Creo que indagar sobre las prácticas de los agentes globales y las articulaciones de poder global-local puede ayudar a que nuestra investigación sea útil para los grupos sociales “subalternos”. No obstante, persisten algunos problemas. En primer lugar, tenemos que aprender cómo hacer que este conocimiento sea efectivo, accesible a sujetos “subalternos” y sus organizaciones; en segundo lugar, debemos tomar en cuenta la existencia de diferencias y relaciones de poder dentro de los grupos sociales “subalternos”, por ejemplo, en términos de género, edad, linaje y otras formas. Más aún, debemos preguntarnos ¿qué segmento de una determinada población indígena estaríamos apoyando al poner nuestras capacidades al servicio de la dirección de una determinada organización de los pueblos indígenas vis-à-vis un agente global? ¿Qué tipos de diferencias intraétnicas se refuerzan?

En cualquier caso, por encima de todo, tengo que recalcar que invertir la orientación de la investigación de estudiar al “subalterno” hacia examinar los agentes hegemónicos sigue siendo una solución poco satisfactoria, porque esto no significaría estudiar “con el subalterno”, sino estudiar “en nombre del subalterno”. Así, mi propuesta no resuelve el problema de estudiar “con el subalterno”, excepto cuando nos llaman para solicitar determinado tipo de trabajo. Aunque en América Latina se han producido varias experiencias de estudio “con el subalterno”, no poseo documentación suficiente acerca de la mayoría de ellos ni tengo suficiente espacio en este artículo para presentar un informe satisfactorio sobre este tipo de vivencias. En cambio, me gustaría discutir de manera breve las prácticas de dos intelectuales latinoamericanos bien conocidos: Paulo Freire y Orlando Fals-Borda, cuyo innovador trabajo ha proporcionado fundamentos éticos, políticos, epistemológicos y teóricos para muchas de las experiencias actuales de estudiar “con el subalterno”.

Aprender de Paulo Freire y Orlando Fals-Borda

Permítanme comenzar por comentar el trabajo de Paulo Freire (19211997), de quien su nombre e importancia son muy familiares para muchos lectores. El impacto de su obra ha sido tan profundo, que el intelectual mexicano Carlos Núñez Hurtado ha declarado que una buena parte de toda práctica liberadora en América Latina y más allá -sea educativa, cultural, social o política- se originó o ha sido influenciada por Freire y su compromiso ético (Núñez Hurtado, 1998, pp. 16-17). Un reconocimiento similar aparece en el prólogo de Richard Shaull a la edición de 1993 en inglés de la Pedagogía del oprimido:

Este es el vigésimo aniversario de la publicación en los Estados Unidos de la Pedagogía del oprimido. Desde la publicación original, esta obra revolucionaria ha sido reimpresa más de veinte veces y vendió más de 500.000 copias en todo el mundo (1993/1970, p. 9).

No obstante, en beneficio de aquellos lectores que no conocen su trabajo, prefiero correr el riesgo de ser redundante, con el fin de resaltar la importancia de Freire, en especial en cuanto a su relevancia para el argumento principal de este artículo: no estudiar “al subalterno”, sino estudiar “con el subalterno”.

Algunos lectores pueden asociar el nombre de Paulo Freire solo con la educación popular o la alfabetización de adultos. Si bien dedicó gran parte de su vida a las campañas de alfabetización de adultos y esto proporcionó el contexto en el que comenzó a desarrollar su enfoque, las características más importantes y distintivas de su perspectiva de la educación de adultos -y, en la opinión de muchos (incluida la mía) el secreto de su éxito- ha sido la relación entre la teoría y la práctica y aquello que, con base en sus propias palabras, yo llamaría su “enfoque dialógico con el sujeto”. En el antepenúltimo párrafo del Prefacio de la edición en inglés de Pedagogía del oprimido publicada en 1993, Freire define esto en las siguientes palabras autorreflexivas: “Mi experiencia como educador con la gente, usando una educación dialógica y problematizadora” (1993/1970 p. 22; cursivas propias).

La práctica de Freire no se ha desarrollado exclusivamente en sus libros, sino que ha surgido de modo más directo de la aplicación y continua revisión de sus ideas en varias situaciones en varios países del mundo. Sus libros son reflexiones sobre su propio proceso de aprendizaje -caracterizado por la aplicación y la revisión de sus ideas en numerosos contextos-, así como un sistema de proposiciones para el aprendizaje de los demás. Como señala el propio Freire: “Hasta hoy, ninguno de los pocos libros que he escrito, dejó de ser una especie de informe [...] de las experiencias realizadas o en proceso de realización” (1977, p. 237). Mencionaré aquí algunos de sus libros más importantes. El primero fue Educação como prática de liberdade (en inglés, Education for Critical Consciousness), escrito en 1965 durante su exilio en Chile, pu-blicado por primera vez en Brasil en 1967 y en español en 1969. Este libro se basó en sus experiencias en las campañas de alfabetización de adultos que comenzaron en Brasil en 1961 y terminaron abrupta-mente en 1964, cuando un golpe militar interrumpió su trabajo. Freire fue encarcelado y desterrado a Chile. Pedagogía del oprimido es quizá su libro más conocido. La edición en portugués original y la versión en español aparecieron en sucesión inmediata, ambas en el año 1970. Este también fue su primer libro publicado en Estados Unidos, en 1973. Otro de sus libros importantes es Cartas a Guiné-Bissau: registros de uma experiencia em processo (en inglés, Pedagogy in Process: The Letters to Guinea-Bissau), publicado en 1977 en portugués y español. Las Cartas relatan las vivencias de Freire al cooperar con el programa de alfabetización del Gobierno revolucionario de Guinea-Bissau entre 1975 y 1976. Freire ha afirmado en repetidas ocasiones que su situación en Guinea-Bissau fue de cooperación y que él no era el único experto técnico contratado para enseñar. Como explica, “quien es llamado a enseñar algo, debe primero aprender para después, al comenzar a enseñar, seguir aprendiendo” (1977, p. 16). Pedagogia da esperança: um reecontro com a Pedagogia do oprimido, publicado en 1992 (en inglés, Pedagogy of Hope: Reliving Pedagogy of the Oppressed) y traducido al español en 1993, es un retorno a su primer libro y un análisis autocrítico de algunas de sus ideas anteriores. En él es crítico de su noción de conscientização (concientización), que se encontraba en contradicción con sus propias ideas, ya que sugiere que hay un individuo que ya posee una conciencia crítica y otro que no. Freire también señaló el sesgo de género en el vocabulario de su anterior trabajo.

Para el propósito de este artículo, en el primer capítulo de Pedagogía del oprimido Freire (1970) dice:

Nuestra preocupación, en este trabajo, es sólo presentar algunos aspectos de lo que nos parece constituye lo que venimos llamando “la pedagogía del oprimido”, aquella que debe ser elaborada con él y no para él, en tanto hombres o pueblos en la lucha permanente de recuperación de su humanidad. Pedagogía que haga de la opresión y sus causas el objeto de reflexión de los oprimidos, de lo que resultará el compromiso necesario para su lucha por la liberación, en la cual esta pedagogía se hará y rehará (p. 40).

En cuanto a la relación entre la teoría y la práctica, el foco central del mismo libro, Freire (1970) enfatiza:

De este modo, empezaremos reafirmando el hecho de que los hombres son seres de la praxis. Son seres del quehacer, y por ello diferentes de los animales, seres del mero hacer. Los animales no “admiran” el mundo. Están inmersos en él […]. Si los hombres son seres del quehacer esto se debe a que su hacer es acción y reflexión. Es praxis. Es transformación del mundo. Y, por ello mismo, todo hacer del quehacer debe tener, necesariamente, una teoría que lo ilumine. El quehacer es teoría y práctica. Es reflexión y acción. No puede reducirse ni al verbalismo ni al activismo (pp. 161-162).

Más adelante agrega:

El liderazgo no puede tomar a los oprimidos como simples ejecutores de sus determinaciones, como meros activistas a quienes se niegue la reflexión sobre su propia acción. Los oprimidos, teniendo la ilusión de que actúan en la actuación del liderazgo, continúan manipulados exactamente por quien no puede hacerlo, dada su propia naturaleza (p. 162).

Paulo Freire ha elaborado una reflexión fértil y ha desarrollado una práctica permanente del estudio con los grupos sociales “subalternos”, asociada con la idea de praxis y con el enfoque dialógico. Ambos son conceptos cruciales de su trabajo y directrices fundamentales para su vida. El modelo de reflexión y práctica de Freire ha sido esclarecedor para muchos de nosotros en América Latina y más allá. Yo estuve involucrado en la década del setenta en experiencias con pueblos indígenas de la región noreste de Argentina que estaban basadas en sus propuestas. Desde entonces, he mantenido la idea de que tengo que estudiar “con el subalterno” y he experimentado un cierto éxito. Mas, como explicaba, no siempre ha sido posible. Por lo tanto, he desarrollado la propuesta de estudiar las articulaciones hegemónicas de poder, de tipo global-local. Sin embargo, ni mis propias limitaciones en el logro del objetivo de estudiar “con el subalterno” ni los marcos institucionales que condicionan mis prácticas sociales me permiten olvidar que la idea de estudiar “al subalterno” está marcada por un legado colonial y tiene que ser criticada. Antes de debatir la cuestión de las consecuencias institucionales, revisaré el trabajo del sociólogo colombiano Orlando Fals-Borda (1925), cuyo nombre se vincula con la Investigación Acción Participativa (IAP).10

Aunque el impacto de la obra de Fals-Borda ha sido quizá menos notable en el ambiente intelectual que la de Paulo Freire, ha sido muy importante. Como una indicación de la prominencia de su trabajo, puede considerarse lo que sucedió en el Octavo Congreso Mundial de Investigación Acción Participativa, celebrado en Cartagena en 1997. El objetivo del Congreso fue evaluar la experiencia de dos décadas del enfoque de la IAP, introducido en el primer congreso en 1977 en esa misma ciudad. Con una afluencia esperada de cuatrocientos personas, el evento se convirtió en una masiva reunión de más de 1.500 asistentes, incluidos cientos de estudiantes colombianos de muchas ciudades y más de doscientos participantes internacionales no solo de América Latina, sino también de África, Asia, Europa, Canadá y Estados Unidos.

Fals-Borda dirigió el primer Departamento de Sociología en Colombia entre 1959 y 1967, cuando decidió abandonar la universidad por una vida de investigación independiente y activismo. Antes de salir, Fals-Borda y Camilo Torres, que estaba en ese momento trabajando en el mismo Departamento, encabezaron dos procesos clave de reforma. Los cambios que introdujeron (después manipulados para propósitos diferentes) establecieron la Reforma Agraria y las Juntas de Acción Comunal o juntas de comunidades locales. Los escritos de Fals-Borda de esa época abarcan varios puntos de referencia de la Sociología colombiana y latinoamericana, como el vanguardista La violencia en Colombia: estudio de un proceso social (1962, con German Guzmán, Camilo Torres y Eduardo Umaña Luna) y el muy debatido Ciencia propia y colonialismo intelectual (1968, hoy en su novena edición).

Puede afirmarse que la pasión de Fals-Borda por la IAP es una constante de su obra de los últimos veinte años, además de su participación permanente en la vida intelectual pública en Colombia y en otros lugares. A Fals-Borda se le atribuye, junto con un puñado de otras personas, el desarrollo de la metodología de la IAP. La IAP busca articular la producción de conocimiento con el cambio social. En la filosofía de la IAP -una radicalización del anterior enfoque freireano- es central la creencia de que cada persona y comunidad poseen un conocimiento propio que debe ser considerado un elemento clave en el diseño de cualquier proyecto de investigación o trabajo político. De acuerdo con el enfoque de la IAP, la articulación de los saberes expertos y saberes locales resulta en una sinergia productiva. El trabajo investigativo y político de Fals-Borda en la región de la costa atlántica durante las décadas del setenta y del ochenta proporcionó un terreno fértil para el desarrollo de la IAP. Su Historia doble de la costa, publicada entre 1979 y 1986, relata esta experiencia.

Fals-Borda refinó aún más y popularizó el enfoque de la IAP por medio de publicaciones en diversos países y con colegas de varias partes del mundo, incluido el sur de Asia, lo que da fe del alcance internacional de su trabajo. Estas publicaciones comprenden Conocimiento y poder popular: lecciones con campesinos de Nicaragua, México y Colombia (1987) y Action and Knowledge: Breaking the Monopoly with Participatory Action Research (1991, con Anisur Rahman), trabajos que coinciden con su intensa colaboración con el Consejo de Educación de Adultos de América Latina (Ceaal). En la década del ochenta, Fals-Borda fue presidente del Ceaal, que era la sede institucional de la educación popular en el continente con enfoques politizados. Fals-Borda ha declarado en repetidas ocasiones que el enfoque de la IAP es:

[…] un proceso de creación intelectual y práctica endógena de los pueblos del Tercer Mundo. En lo que respecta a América Latina no es posible explicar su aparición ni captar su sentido por fuera del contexto del desarrollo económico, social y científico de la región a partir del decenio de 1960 (1987, p. 14).

Entre sus fuentes conceptuales de referencia, Fals-Borda destaca la teoría de la dependencia, la Teología de la Liberación, el enfoque dialógico de Freire, la teoría de la explotación y una reinterpretación de las tesis marxistas y gramscianas sobre el “compromiso” intelectual.

Es importante y vale la pena comentar con más detalle el concepto del libro Conocimiento y poder popular. Fue parte de un programa desarrollado y coordinado con poblaciones de Nicaragua, Colombia y México, con el apoyo de la Oficina Internacional del Trabajo, así como de varias organizaciones públicas y privadas de cada país. Conocimiento y poder popular es una descripción del programa y de las experiencias de sus participantes. También representa una “devolución”, un retorno de la inversión de las poblaciones cuyos esfuerzos produjeron el libro, ya que se ha convertido en una importante fuente de apoyo en la formación de experiencias con líderes populares.

El concepto de “devolución”, sin duda, merece atención, ya que es un elemento importante e integral de la forma de “estudiar con” propuesta por el enfoque de la IAP. Fals-Borda afirma que la devolución es una obligación y que es un aspecto de la praxis de investigación participativa (1987, p. 112). También destaca que el traspaso de conocimientos y técnicas no puede ser reducido a la publicación de libros o folletos, sino que debe adoptar muchos otros modos que abarcan diversas formas de comunicación y otros proyectos comunitarios y actividades (p. 114). Al igual que con la obra de Freire, las ideas de praxis y de enfoque dialógico son elementos importantes de la obra de Fals-Borda. Desde su punto de vista, la praxis de la IAP no es suficiente para integrar la teoría y la práctica, pues los conocimientos de varias fuentes también deben ser incluidos (p. 44). Para este planteamiento es fundamental la insistencia en romper con las “relaciones de subordinación” y formas afines de producción de conocimiento (por ejemplo, la relación sujeto-objeto). Fals-Borda también recalca la promoción de la “redundancia potencial” de los intelectuales y la construcción de relaciones simétricas de cooperación. También hace hincapié en que el enfoque de la IAP no es compatible con algunas restricciones académicas, como las presiones de tiempo de escribir una tesis (p. 64).

Al igual que en el caso de Freire, la discusión de la obra de Fals-Borda nos lleva de nuevo a la cuestión de la praxis y sus posibles contextos. A la luz de su acento en esta cuestión, parece útil reflexionar sobre la praxis en relación con contextos institucionales y centrarnos en nuestras propias prácticas y sus relaciones con dichos contextos. Esto vuelve nuestra atención respecto de cuán apropiados son estos entornos o hasta dónde permiten plantearnos estudiar con el “subalterno”. Además, reflexionar sobre nuestras prácticas y sus ambientes institucionales nos ayudará a procurar cambiarlos, con el fin de posibilitar estos estudios. Retomaré este asunto en la conclusión del texto; antes, quiero subrayar que no he presentado las experiencias de enseñanza de Fals-Borda y Freire para sugerir que tenemos que repetirlas. Hay aspectos de su trabajo que uno puede no compartir, pero que, sin duda, resultan importantes referencias y fuentes de inspiración en el proceso de crear nuestras propias formas viables de estudiar “con el subalterno”.

Algunos comentarios para el debate

A la luz de lo que se ha discutido, creo que la propuesta del LASSG representa un cambio importante frente a la epistemología hegemónica, la ética y la política. Sin embargo, no es lo suficientemente crítica acerca de los legados coloniales de los estudios del área, de las limitaciones que plantea la división del trabajo establecida ni sobre los contextos institucionales que tienden a mantener las prácticas intelectuales dentro de un formato de “carreras” académicas, separadas de los sujetos “subalternos”. El objetivo no debe ser “estudiar al subalterno”, como se propone en la declaración fundadora del LASSG, sino “estudiar con los grupos subalternos” y examinar lo que nos propongan. En caso de que las limitaciones institucionales o personales no nos permitan estudiar con el “subalterno”, podemos, por lo menos, analizar las articulaciones hegemónicas de poder.

Este cambio sacará a la luz nuevas preguntas de investigación y el desarrollo de nuevos métodos concebibles solo cuando ambas partes -investigadores y grupos sociales involucrados- participen a plenitud en el proceso de investigación, desde las etapas iniciales de su diseño. En este tipo de relación, debemos estar al tanto del siempre presente riesgo de desarrollar actitudes de superioridad. Esto se puede prevenir mediante el reconocimiento de que, al trabajar en esta vía propuesta, los investigadores no estamos haciendo ningún tipo de favor a las poblaciones involucradas. Si procedemos de esta manera, es por nuestro propio interés en aprender acerca de las experiencias sociales, por nuestro afán por desarrollar puntos de vista que no se imaginaron antes, nuestra sed de justicia social, nuestros valores democráticos y nuestra necesidad de encontrar sentido a la vida y al trabajo. Al reconocer estos aspectos de nuestra posición, nos volvemos conscientes del hecho de que estudiar “con el subalterno” de ninguna manera es una especie de favor que hacemos a nuestros contemporáneos, sino el resultado de un esfuerzo sincero por encontrar un punto de convergencia entre los intereses en juego: los nuestros y los de los grupos sociales “con” los que estudiamos.

Al desafiar el legado de los estudios del área se abrirá la puerta para la superación de los sesgos y las limitaciones producidas por el estudio de América Latina desde el contexto institucional de las universidades de Estados Unidos. También estimulará nuevas preguntas de investigación que combinen los problemas que hoy enfrentan los grupos sociales “subalternos” en diferentes regiones de las Américas y si se combina con el desafío a la división del trabajo prevaleciente antes propuesto, ese reto también puede facilitar el desarrollo de redes transnacionales de apoyo mutuo entre estos grupos sociales. De ahí mi propuesta de que el grupo se transforme en el Grupo Transnacional de Estudios Subalternos.

Transformar los contextos institucionales de las prácticas académicas resulta imperativo, pero también es posible instaurar formas de estudiar “con el subalterno” fuera de la academia. Si, como académicos, no logramos crear formas innovadoras y viables de estudiar “con el subalterno” y no encontramos atractivo el estudio de las articulaciones hegemónicas de poder, es preferible analizar nuestras propias prácticas y sus contextos antes que estudiar al otro. En conexión con esto, pienso que siempre debemos tener presente la invitación de Roland Barthes (1981/1978) a desplazar nuestro trabajo intelectual hacia donde no es esperado, para evitar que sea alienado por el poder (p. 37).

Notas

Este artículo es una versión revisada del documento presentado en la conferencia “Genealogías cruzadas y conocimientos subalternos” (Cross-Genealogies and Subaltern Knowledges). La versión actual se ha beneficiado de los debates de esa reunión y estoy agradecido con los participantes en este aspecto. También agradezco a Arturo Escobar, Walter Mignolo, Alberto Moreiras, Rosa Aura Valera y tres revisores anónimos de Nepantla por sus comentarios. He desarrollado la perspectiva que presento en estas páginas de intercambios con varios líderes de pueblos indígenas, que me ayudaron a entender su punto de vista de la investigación académica convencional, así como algunas de sus expectativas respecto a las posibilidades de los investigadores para colaborarles. Desde entonces he trabajado con algunos de ellos en esfuerzos por avanzar en la línea de trabajo propuesta y hemos ex>perimentando tanto dificultades como satisfacciones. Por contribuir a mejorar mi comprensión de los asuntos aquí planteados agradezco a Hilario Aray y Neptalí Tamanaico (pueblo kariña, Venezuela); cacique Leonidas Cantule Valdéz y Nicanor González (Congreso kuna, Panamá), Mónica Cheuquian (Casa de la Mujer Mapuche, Chile); Marcelino Chumpín, Miguel Tankamash y Felipe Tsenkush (Federación de Centros Shuar-Achuar, Ecuador); Dalia Durán, Renilda Martínez, Noelí Pocaterra, Atala Uriana y Guillermo Uriana (pueblo wayuu, Venezuela); Marcial Fabricano (Central de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano, Bolivia); Ana Victoria García (pueblo maya, Guatemala); Víctor Toledo Llancaqueo (coordinadora de Instituciones Mapuches,Chile) y Félix S. Zambrana (Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos, Bolivia).


Pie de página

1 Este texto del profesor Daniel Mato fue escrito en un contexto específico, el Congreso de los Estudios Subalternos en el mundo anglosajón, hace varios años. Afortunadamente o desafortunadamente, sus críticas, reflexiones y aportes siguen vigentes. Por ello, hemos decidido como editores poner a disposición de nuestra comunidad académica y de actores, el texto en español para “darle carne” a la discusión en nuestros respectivos contextos.
2 N. T. “Genealogías cruzadas y conocimientos subalternos”.
3 Sobre las motivaciones y la estructura de la conferencia, puede verse Mignolo (2000) y para una mejor comprensión de mi posición, puede verse también Beverley (2000).
4 N. T. Estudios Subalternos de América Latina.
5 Me siento insatisfecho con el uso de la expresión “subalterno”, porque me parece que tiende a cosificar la condición social que nombra. En mi opinión, el término puede reforzar la idea de que los grupos sociales que se involucran en nuestra investigación son en realidad grupos de personas “subalternos” o subordinados. Esta reificación conlleva el riesgo de socavar las capacidades políticas de estos grupos sociales para construir sus propios proyectos sociopolíticos. Los estatutos del LASSG ofrecen prueba suficiente de que el interés del grupo no es subordinar a estos grupos sociales, sino todo lo contrario. Es debido a este problema entre el uso de esta categoría y el interés del LASSG que me siento inclinado a proponer una revisión de esta categoría. Sin embargo, en este momento no tengo una categoría alternativa a proponer. Por esta crítica y limitación, en este trabajo utilizo la palabra “subalterno” entre comillas. No tengo experiencia en este problema en mis escritos anteriores relacionados con la discusión actual, porque no intenté hacer generalizaciones más allá de mi experiencia en investigación directa con las organizaciones de los pueblos indígenas. En estos casos, simplemente utilicé la expresión “pueblos indígenas” o la adecuada palabra de las personas concretas con quienes estaba trabajando.
6 N. T.: hace referencia a la revista Nepantla: Views from South, de la cual se hace la traducción de este artículo.
7 Tal vez sea necesaria una nota de precaución en este punto. Los casos a los que acabo de referirme son los de las personas que ocupan puestos de poder dentro de sus comunidades, por líneas de edad o educación, pero este hecho no deslegitima sus reclamaciones. He hablado de este tema y la necesidad de evitar representar los pueblos indígenas como cuerpos homogéneos en artículos anteriores (Mato 1992; 1995).
8 Llamo “agentes globales” a aquellos que real o tendencialmente desarrollan sus prácticas en una escala mundial o, al menos, a escala continental, en contraste con los casos de “agentes nacionales”, que desarrollan sus prácticas solo en un país y de “agentes locales”, que desarrollan sus prácticas sobre todo en el ámbito local. Aunque los agentes locales y nacionales se involucran cada vez más a escala transnacional en relaciones de trabajo tanto con agentes globales y extranjeros locales, no es su propósito principal.
9 N. T.: sigla por su nombre en inglés: United States Agency for International Development.
10 Mi conocimiento directo del trabajo y la vida de Orlando Fals-Borda es relativamente escaso. De hecho, solo he leído su Conocimiento y poder popular y algunas pequeñas piezas que han circulado en fotocopias y, como lo han hecho muchos intelectuales en los países latinoamericanos, directa o indirectamente, he conocido experiencias basadas o inspiradas en su obra. Estoy agradecido con mi colega y amigo Arturo Escobar por su generosidad, al brindarme más información acerca de la vida y obra de Fals-Borda. Por supuesto, soy el único responsable de las ideas y la información expresadas en este texto.


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