Introducción
Frente a un panorama de crisis global del modelo neoliberal expresado tanto a nivel regional -ruptura del consenso de Washington y giro electoral a la izquierda- como en las economías occidentales -crisis financiera y crisis del euro-, no se esperaba que surgieran nuevos regionalismos que retomaran la defensa y adopción de los postulados de liberalización comercial y atracción de inversión extranjera propios del regionalismo abierto, identificado como el tipo de integración funcional al neoliberalismo.
El regionalismo abierto se concibió como una estrategia de política comercial funcional a las reformas neoliberales implantadas en los años noventa, que legitimaron las políticas de liberalización comercial y de desregulación financiera a nivel interno -lo que se conoce como el efecto candado- y promocionaron la homogeneidad regional en torno a modelos de desarrollo y modelos de inserción internacional (Cancino & Chaves, 2011, p. 20). Este fenómeno fue definido por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) como:
la interdependencia entre acuerdos de carácter preferencial y la integración de hecho, determinada por las señales del mercado, como resultado de una apertura no discriminatoria. Se trata de un proceso de integración regional llevado a cabo en un ambiente de liberalización y desregulación, que por lo tanto es compatible y complementario con la liberalización multilateral (1994, p. 14).
La Alianza del Pacífico (AP) surge en 2011, precedida por el proyecto del Arco del Pacífico lanzado por el gobierno peruano de Alan García en 2006, y su aparición ha alterado el mapa cognitivo del regionalismo suramericano de cara a nuevas tendencias internacionales como los megaacuerdos regionales: el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica o el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TPP y TTIP por sus siglas en inglés respectivamente), pero también como expresión de la situación crítica de regionalismos previos como la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercado Común del Sur (Mercosur).
En este artículo se presenta una aproximación teórico-conceptual al caso de la AP como aporte a las discusiones en torno a dicho esquema de integración, dividida en tres partes: la primera desarrolla unas consideraciones teóricas relevantes para analizar la AP por medio de la identificación de sus vínculos con el regionalismo abierto; la segunda enfatiza en la caracterización de la AP a partir de rasgos específicos y diferenciadores frente a otros regionalismos, y en la última se plantean una serie de conclusiones y reflexiones en torno a la situación actual y los desafíos para una mayor comprensión de este actor regional.
Consideraciones teóricas sobre la AP: heredera del regionalismo abierto
El surgimiento de la AP fue sorpresivo y revolucionario porque fue en contra de la tendencia ideológica dominante de la última década en América Latina, que estuvo marcada por la aparición de organismos regionales como la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC). Estos procesos de regionalización caracterizados como regionalismos de corte posliberal -regionalismos que se apartan del enfoque comercial y se orientan por desarrollar objetivos políticos- (Sanahuja, 2008) o de tipo poshegemónico -regionalismos que hacen una ruptura con el discurso hegemónico neoliberal y la influencia de Estados Unidos en la región- (Riggirozzi & Tussie, 2012) surgieron como reacción al agotamiento del regionalismo abierto especialmente desde el hundimiento del proyecto del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) en la cumbre de las Américas de 2005.
La creación de la AP se aleja de las categorizaciones anteriores y reintroduce en la agenda de la integración latinoamericana los postulados del regionalismo abierto de los años noventa, en sintonía con la afinidad ideológica de los gobiernos miembros del bloque. Debido a esto, la AP genéricamente ha sido identificada por la mayoría de la comunidad académica, desde el punto de vista teórico, como un esquema típico del regionalismo abierto sin mayores diferencias en cuanto a contenidos temáticos, objetivos y forma de funcionamiento. Sin embargo, un análisis más detallado de la AP permite establecer que esta identificación es incompleta ya que esta, aunque defiende los principios del regionalismo abierto, también presenta algunos rasgos específicos que superan la concepción tradicional de dicho regionalismo.
La AP, en efecto, retoma y reivindica varios de los postulados del regionalismo abierto, lo cual se observa fácilmente tanto en la declaración de Lima de 2011, que dio nacimiento al bloque, como en el acuerdo marco de 2012 que formaliza su creación: la AP revive el regionalismo abierto en América Latina, en la búsqueda de aumentar el comercio extrarregional (Briceño, 2013; Giacalone, 2016; Nolte, 2013). El carácter comercial de naturaleza abierta que postula la AP para negociar de forma bilateral o grupal con otros bloques el desarrollo de acuerdos sectoriales menos restrictivos, la inclusión de disciplinas comerciales tipo OMC Plus -comercio de servicios, tratamiento de inversión extranjera, protección de propiedad intelectual- y la ausencia de niveles de supranacionalidad y de instituciones comunes la identifican a primera vista con experiencias previas del regionalismo abierto como el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN), el Acuerdo G-3 entre México, Colombia y Venezuela y el fallido ALCA. Existe una relación directa en términos de la estrategia, los contenidos y las disciplinas comerciales entre los regionalismos abiertos de los años noventa y la dimensión comercial de la AP como actor regional interesado en fortalecer niveles de negociación con otras regiones particularmente con las economías de Asia-Pacífico como lo plantea el objetivo número tres de la AP.
El regionalismo abierto de los años noventa hizo parte de una tendencia de homogeneidad regional caracterizada por la adopción común de un modelo económico centrado en las directrices del consenso de Washington, políticas exteriores que compartían la visión del internacionalismo liberal norteamericano, y una visión optimista sobre la globalización y sus vínculos con la integración (Bernal Meza, 2013; Briceño, 2013; Nolte, 2013). No obstante, este paradigma de integración representó numerosas falencias que se resumen en la figura 1.
Los anteriores aspectos reflejan un vicio de origen en el regionalismo abierto, como lo explica Rodríguez (2015):
los regionalismos de los años noventa pusieron más énfasis en las metas que en las formas del proceso para lograr las metas, las cuales permitirían avanzar en el cumplimiento de las metas, es decir, en el logro de una integración profunda (p. 38).
Esto puede observarse en el fracaso de la concreción de las uniones aduaneras que se crearon o se redefinieron bajo la influencia de este modelo de integración: la CAN, el Mercosur y el Mercado Común Centroamericano.
No obstante, a pesar de que el regionalismo abierto de los años noventa fue su referente, la AP lo retoma pero no se limita a sus lineamientos y pretende acercarse más a la experiencia del regionalismo abierto asiático, al que considera más atractivo para sus fines, lo cual es entendible debido a dos razones: a) la AP no quiere repetir las falencias y los errores que se le señalan al regionalismo abierto latinoamericano, y b) existe la convicción de que compartir rasgos doctrinarios e identitarios con el regionalismo abierto asiático1 puede facilitar un mayor acercamiento entre la AP y el Asia-Pacífico.
¿Cuáles son los rasgos específicos de la AP?
Los Estados miembros de la AP le apuestan a la creación de un nuevo proyecto regional que: a) se desmarca de los modelos clásicos de la integración regional inspirados en la experiencia europea y de los regionalismos limitados a simples áreas de libre comercio derivados del modelo norteamericano tipo TLCAN; b) plantea nuevas agendas sectoriales de cooperación que amplían la cobertura temática, complementando la dimensión comercial; c) desarrolla dinámicas de funcionamiento bajo la lógica de un liderazgo compartido; d) define un horizonte geográfico de proyección internacional compartido por los cuatro países (Asia-Pacífico); e) se orienta por un concepto de región marcado por la afinidad ideológica más que por la proximidad geográfica, y f) busca equilibrar la vocación aperturista con el enfoque regionalista a partir de la puesta en marcha de escenarios de integración productiva y una nueva lectura de integración profunda.
De acuerdo con lo anterior, en primer lugar, la AP en la dimensión comercial retoma el énfasis de promover TLC de segunda generación y se aparta de configurar uniones aduaneras, como respuesta a las nuevas condiciones del contexto histórico. Mientras la arquitectura de los acuerdos comerciales en América Latina durante los años noventa giró en torno al establecimiento de uniones aduaneras siguiendo el modelo europeo, el fracaso de las negociaciones comerciales a nivel hemisférico (ALCA) y a nivel multilateral (Ronda de Doha/OMC) en la primera década del siglo XXI abrieron el espacio de oportunidad para la proliferación de zonas de libre comercio de segunda generación consideradas como más flexibles y compatibles con el nuevo contexto del comercio internacional, convirtiéndose en la estrategia predilecta de los nuevos regionalismos (De la Reza, 2013; Baldwin, 2011).
Las zonas de libre comercio de segunda generación remiten al enfoque del regionalismo del siglo XXI y al concepto comercial de área de integración profunda (Lawrence, 1996; Rosales & Herreros, 2014). Estas zonas o acuerdos profundos se caracterizan por la apertura de bienes y servicios, la negociación de barreras no arancelarias y la incorporación de nuevos estándares normativos para la regulación de temas de naturaleza OMC Plus. Se concibe que la integración profunda promueve la interdependencia económica y la reducción de la brecha con las políticas nacionales, que afecta la autonomía decisional de los países y enfatiza el vínculo de los acuerdos regionales con la globalización comercial y financiera. Esta acentuación de las características comerciales es un componente identitario de la agenda programática de la AP, que adopta así la imagen de un regionalismo abierto recargado (Quiliconi, 2014).
La promoción de fortalecer y expandir zonas de libre comercio sin aspirar a crear posteriormente uniones aduaneras se desmarca del modelo europeo, así como de la experiencia de la CAN y del Mercosur, pero es plenamente congruente con la estrategia de negociación unilateral que los países miembros de la AP defienden celosamente, ya que la adopción de un arancel externo común obstaculizaría el desarrollo de negociaciones comerciales unilaterales con terceros países. Como lo expresara el Viceministro de Comercio de Chile Álvaro Jana Linetzky:
La AP es un proceso abierto con metas pragmáticas y flexibles. Ser miembro de ella no implica para ninguno de ellos que no pueda negociar a su vez otros acuerdos de integración con otros bloques. No tenemos un arancel externo común, no hemos pensado en una moneda común. Estamos demostrando que sumados podemos lograr mucho más, pero respetando absolutamente las agendas y los proyectos individuales (Centro Gilberto Bosques, 2014, p. 18).
Precisamente uno de los aspectos que más resalta de la AP es que la participación de México, Chile, Colombia y Perú en dicho esquema no ha significado un conflicto programático para ninguno de ellos, ya que hasta el momento el funcionamiento de la AP como integración pragmática y flexible no ha afectado la orientación ni la naturaleza de sus modelos de desarrollo ni de sus estrategias de inserción internacional. Esto se observa plenamente en el caso de Colombia al analizar la evolución de la dimensión comercial de la política exterior entre los gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010) y Juan Manuel Santos (2010-2018), ya que a pesar de las diferencias de estilos y discurso diplomático, se observa una clara línea de continuidad en términos del modelo de inserción en la economía mundial (Chaves, 2016).
No obstante, el objetivo número uno de la AP de "construir un área de integración profunda para avanzar progresivamente hacia la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas" (AP, 2012) también la desmarcan del modelo de integración norteamericano tipo TLCAN centrado únicamente en fomentar áreas de libre comercio.
Adicionalmente la AP evidencia un acercamiento a los principios rectores del regionalismo abierto asiático, del cual quiere ser su mejor exponente en América Latina: el regionalismo abierto en la experiencia asiática ha estado caracterizado por el desarrollo dinámico y la interdependencia de los mercados que por políticas formales y mecanismos institucionales se han guiado por los principios de integration abierta y flexible -estructuras no discriminatorias y apertura a nuevos miembros bajo la aplicación de la cláusula de nación más favorecida para permitir la liberalización comercial conjunta-, asociación concertada pero voluntaria -no hay cesión de poderes de regulación a organizaciones supranacionales-, profundización de interdependencia económica -facilitación del comercio y la inversión-, efecto demostración -promoción de la liberalización en otros ámbitos- y ausencia de paymaster o líder hegemónico (Garnaut, 1996; Kuwayama, 1999; Falck, 2001).
Estos aspectos difieren sustancialmente de la experiencia del regionalismo abierto de la CEPAL como se sintetiza en la tabla 1, pero para el caso de la AP se observan importantes similitudes con la experiencia del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) identificado como fuerte referente del que retoma varios aspectos operativos: a) liberalización y facilitación del comercio y la inversión; b) agenda de cooperación técnica, y c) estructura organizativa con base en reuniones ministeriales, grupos de trabajo sectoriales y diplomacia de cumbres presidenciales.
Tabla 1 Diferencias y similitudes entre el regionalismo abierto asiático y latinoamericano

Fuente: elaboración propia a partir de Kuwayama (1999) y De la Reza (2013).
En segundo lugar, la AP ha desarrollado desde el momento de su creación una activa agenda de cooperación diversificada y multidimensional que refuerza la idea programática de integración profunda, en la que la dimensión comercial es estratégica pero no suficiente y requiere por lo tanto del desarrollo de otros ámbitos de cooperación, razón por lo cual la AP no puede ser entendida o definida simplemente como un área de libre comercio (Foxley & Meyer, 2014; Giacalone, 2015; Rodríguez, 2015). El bloque ha venido vinculando diferentes áreas de trabajo pretendiendo complementar la agenda comercial con la incorporación de agendas relevantes y necesarias para mejorar los niveles de competitividad de los cuatro países: la firma del memorando de entendimiento sobre la Plataforma de Cooperación del Pacífico en diciembre de 2011, suscrita por las agencias de cooperación de los cuatro países miembros, incluyó la cooperación en cuatro áreas sensibles y estratégicas: a) medio ambiente y cambio climático; b) innovación, ciencia y tecnología; c) apoyo a medianas y pequeñas empresas, y d) desarrollo social. Esta cobertura temática busca superar el sesgo comercial dominante en los anteriores esquemas de regionalismo abierto, y ampliar el alcance y la influencia de la AP en la discusión de agendas nacionales, regionales y multilaterales; así mismo, permite ir construyendo una legitimación de tipo social de la cual carecieron los regionalismos de los años noventa.
La cooperación regional multidimensional supone la colaboración entre Estados para la consecución de objetivos comunes acordes con los principios de pragmatismo y flexibilidad que defiende la AP; esta dimensión no implica un compromiso jurídico-institucional. En este sentido los principales logros concebidos como metas concretas que ha obtenido el bloque regional en un corto periodo de tiempo desbordan la dimensión comercial y elevan su nivel de atracción, lo cual distingue a la AP como un regionalismo liberal repotencializado con nuevas agendas:
Avances en temas migratorios: obtención de la eliminación de la visa de turismo para que ciudadanos peruanos y colombianos puedan ingresar a México, así como la exoneración de visas de negocios hasta por 180 días en los cuatro países. También se ha avanzado en la Plataforma de Intercambio de Información Inmediata para la Seguridad Migratoria de la Alianza del Pacífico, cuyo objetivo es facilitar la movilidad de personas entre sus países miembros.
Avances en temas financieros-: Creación de una plataforma de integración de mercados bursátiles a través del Mercado Integrado Latinoamericano (MILA) entre los cuatro países de la alianza, cuya capitalización superó los 950 mil millones de dólares en 2015.
Avances en temas educativos: puesta en marcha de una plataforma de movilidad académica y estudiantil para promover los intercambios de estudiantes universitarios, docentes e investigadores.
Avances en temas de sostenibilidad ambiental: suscripción del Acuerdo para el Establecimiento del Fondo de Cooperación y la Red de Investigación Científica en Materia de Cambio Climático.
Avances en temas de infraestructura: creación de un fondo de cooperación para el financiamiento de proyectos de infraestructura con posible financiamiento extranjero.
Avances en temas de turismo y emprendimiento: participación conjunta en macroruedas de negocios, ferias internacionales y encuentros empresariales; en 2013 se lanzó la Asociación de Emprendedores Latinoamericanos (ASELA) que trabaja temas de innovación y emprendimiento.
Un tercer aspecto diferenciador de la AP es el ejercicio de liderazgo que se observa en el interior del bloque regional. Mientras en otros procesos de integración resulta habitual la presencia de un actor dominante, líder natural o paymaster2, (por ejemplo, Alemania en la Unión Europea o Brasil en el Mercosur) que reproduce el modelo de eje y radios, en el caso de la AP este aspecto no resulta hasta ahora visible en la gestión de la agenda programática ni en la evolución del bloque. Aunque la presencia de México por ser potencia regional latinoamericana y el actor de la AP con mayores recursos de poder y mejores indicadores de presencia global (ver tabla 2) haría prever que sería el líder natural del bloque, la realidad de la AP muestra que no es así y que por el contrario el liderazgo se efectúa de manera colectiva a partir de un renovado multilateralismo cooperativo, mediante la rotación anual de la secretaria pro tempore (Ardila, 2015). Esto responde a los intereses de política exterior de los miembros de la alianza Colombia, Chile y Perú para quienes es más atractivo este enfoque de liderazgo compartido y no el tradicional liderazgo cooptativo o hegemónico que se le atribuye a Brasil en la región. Como señala Flemes (2012):
América del Sur se distingue de otras regiones en el mundo por la distribución relativamente equilibrada de los recursos entre las potencias secundarias [...] las potencias secundarias pueden definirse como los Estados que ocupan la segunda posición más poderosa dentro de una jerarquía regional, su posición secundaria está determinada por sus relativas capacidades en términos materiales y/o de ideas (pp. 19-21).
Tabla 2 Indicadores de presencia global de los países de la AP

Fuente: elaboración propia con base en datos del Índice de Presencia Global (Olivié & García, 2016).
Chile y Colombia han sido categorizados como potencias secundarias regionales (Ardila, 2012; Flemes, 2012), mientras Perú tiene la ambición de obtener mayores grados de protagonismo en las agendas regionales; así, de manera conjunta, estos tres países tienen como un objetivo fundamental en sus respectivas estrategias de inserción internacional participar activamente en la conducción de los asuntos regionales y simultáneamente mejorar su posicionamiento en el ámbito global. Cabe recordar que uno de los factores de orden regional que favoreció la creación de la AP ha sido el debilitamiento del regionalismo brasileño en términos del liderazgo compartido, y las estrategias de impugnación de las potencias secundarias pueden ser motivadas por su descontento con el statu quo de la estructura de poder regional. Chile, Colombia y Perú despliegan estrategias de tipo soft balancing cooperativo en sus relaciones con México, y estrategias de tipo soft balancing competitivo en sus relaciones con Brasil. El soft balancing es una opción estratégica para las relaciones de las potencias secundarias con potencias regionales, en regiones con bajos niveles de conflicto, en las que la rivalidad es reemplazada por patrones competitivos. El propósito de esta estrategia es equilibrar o mejorar la distribución asimétrica de poder existente (Flemes, 2012, p. 20). Desde esta mirada común se puede caracterizar a la AP tanto como un instrumento de soft balancing y como un regionalismo representativo del nuevo multilateralismo latinoamericano de corte ofensivo, liberal y aperturista (Ardila, 2015; Mellado, 2016).
La tabla 2 muestra los resultados en términos de puntuación en las tres áreas que mide el índice de presencia global elaborado por el Real Instituto Elcano3 evidenciando que: a) el mejor posicionamiento de México en el ranking mundial frente a los demás socios de la AP coincide con su estatus de potencia regional; b) Chile y Colombia obtienen puntajes cercanos que reflejan su perfil de potencias secundarias; c) todos los países de la AP avanzaron en el ranking,, Colombia fue el que más puestos avanzó entre 2013 y 2015, y d) este avance refleja niveles positivos de internacionalización y proyección global de estos países, lo cual valga aclarar no es un resultado que se genere a partir de la participación de estos países como tal en la AP, pero sí es un insumo que puede facilitar la concreción de sus objetivos. La jerarquía de poder que se observa dentro de la AP hasta ahora no ha generado ningún obstáculo para el funcionamiento del liderazgo compartido dentro del bloque; no obstante, con mayores niveles de compromisos comerciales a futuro queda abierta la pregunta de si las posiciones estructurales jerárquicas no afectarán el proceso integrador.
Un cuarto aspecto diferenciador de la AP es su proyección de inserción geográfica orientada, no exclusiva, especialmente hacia la región de Asia-Pacífico. Configurada como un "regionalismo estratégico hacia afuera" (Bartesaghi, 2015; Rodríguez, 2015), la AP tiene en sus genes una vocación externa a la región que ha permitido que tanto países que antes apuntaban a formas de inserción internacional en bloque como Colombia y Perú (desde el marco de la CAN), como países que optaron históricamente por estrategias unilaterales como México y Chile (énfasis en TLC), converjan en el objetivo común de utilizar la AP como plataforma de inserción exitosa en la cuenca del Pacífico.
La AP es el primer regionalismo latinoamericano en la historia que se ha puesto como meta específica el desarrollo de relaciones interregionales con la cuenca del Pacífico, por lo cual se ha promocionado regional y globalmente como un mecanismo de coordinación política y proyección económica hacia Asia-Pacífico, que articula los intereses y las preferencias de política exterior de los cuatro países miembros en torno a los siguientes aspectos: a) fomentar vínculos y negociaciones interregionales con las economías del sudeste asiático; b) erigirse como foro privilegiado y actor regional estratégico en las relaciones entre la cuenca asiática y la cuenca latinoamericana del pacífico, asumiendo una identidad transpacífica; c) asumir el rol de interlocutor preferencial y facilitador de cohesión regional en las relaciones China-América Latina -China es país observador de la AP y en su estrategia de fortalecer las relaciones con América Latina se infiere que hay interés en incrementar vínculos con los países de la AP; sin embargo, hoy predomina la opción bilateral en las relaciones China-AP y China-América Latina, aspecto que se espera la AP pueda mitigar (Vadell, 2014)-, y d) lograr un mejor posicionamiento negociador para enfrentar los acuerdos megarregionales que se configuran en Asia-Pacífico y que afectarán las relaciones con América Latina tales como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y la Asociación Económica Integral Regional (TPP y RCEP respectivamente por sus siglas en inglés).
Como quinto aspecto sobresale del análisis de la AP su concepción novedosa de región. Para este bloque toma más importancia la afinidad ideológica (concepción de modelos de desarrollo, estrategias de inserción internacional, enfoque de integración), que la proximidad geográfica, lo cual le otorga una cohesión identitaria y es un punto de ruptura en relación con otros esquemas de integración latinoamericanos. La AP se configura como una región socialmente construida a partir de rasgos identitarios retomados del regionalismo abierto combinados con aspectos propios, su identidad regional va más allá del habitual enfoque espacial, como lo plantea Ardila (2015):
La Alianza del Pacífico presenta una identidad que va más allá de ser países con una vertiente hacia el Mar Pacífico, y los unen vínculos ideológicos, un modelo de desarrollo y un creciente interés por fortalecer relaciones más profundas entre ellos y con la región Asia-Pacífico. Su conformación se enmarca en un nuevo multilateralismo latinoamericano (p. 247).
La presencia de México también es un punto de ruptura con esquemas como Mercosur, UNASUR y la CAN, ya que con esto la AP rompe el enfoque suramericanista del regionalismo brasileño y permite la reinserción diplomática de México en dicho espacio geográfico. Esto, a su vez, puede ser el germen para la futura construcción de un área latinoamericana del pacífico que permita una mayor interacción hemisférica y una mejor proyección de la región como bloque competitivo siempre y cuando el criterio geográfico de integración se maneje de forma flexible y no rigurosa, para no generar una nueva fragmentación del espacio regional. La participación de México eleva el perfil negociador del bloque y además le imprime un impacto y alcance regional que no tienen otros regionalismos.
Además, la entrada de México a la AP altera un componente clave del regionalismo abierto neoliberal de los noventa, al definir a la AP como un regionalismo de naturaleza sur-sur, lo cual es otra característica innovadora del bloque, ya que modifica un postulado central del regionalismo abierto: la preferencia por la negociación de acuerdos de tipo norte-sur. Esto a su vez es un factor que puede facilitar la convergencia entre la AP y el Mercosur en la búsqueda de una región latinoamericana más cohesionada en los próximos años y los nexos con otros regionalismos externos a la región como la ASEAN que también clasificaría como alianza de tipo sur-sur, con lo cual la AP amplía su radio de acción al apuntar a alianzas norte-sur y también sur-sur.
Como sexto factor también es necesario destacar que la AP busca superar el sesgo de liberalización comercial complementando los objetivos comerciales con el desarrollo de estrategias de integración productiva, a través de: a) su propuesta de un área de integración profunda a partir de la concreción de un mercado común (libertad de bienes, servicios, personas y capitales), lo que implica una coordinación de políticas económicas más allá de lo comercial e incluso compromisos institucionales mayores, lo cual puede ser una fuerte contradicción para la evolución de la AP ya que la ausencia de instituciones comunes "condena la eficacia del proceso a la revalidación política permanente de los Estados miembros, y someter las decisiones adoptadas a mecanismos no automáticos de incorporación en legislaciones internas" (Tremolada, 2013, p. 243); b) la generación de cadenas de valor al interior del bloque y su vinculación a cadenas de valor global de carácter intraindustrial, con una nueva reglamentación sobre normas de origen, esto es un proceso incipiente cuya concreción le permitiría a la AP dar un gran salto competitivo frente a otros bloques de la región, y c) incrementar los niveles de comercio intrarregional, potenciando mayores espacios de integración y complementación productiva, que equilibren la vocación aperturista con el enfoque regionalista del bloque. Las relaciones comerciales entre los miembros de la AP son poco densas y muy asimétricas: Chile presenta déficits comerciales crónicos con los tres socios, Perú con Colombia y México, y Colombia un déficit crónico con México.
Los procesos de integración económica en América Latina evidencian débiles eslabonamientos productivos en los sectores dinámicos, bajos niveles de transferencia tecnológica, débil financiamiento a las Pymes y la ausencia de una política industrial regional, lo cual no ha permitido impulsar adecuadamente cadenas de valor regional. Este panorama es un reto crucial para la AP como lo explica Vieira (2015):
Al permitir la acumulación de normas de origen para los insumos de los cuatro países fundadores se superan las restricciones que comenzaba a representar este instrumento, y se fomenta el desarrollo de encadenamientos productivos y cadenas regionales de valor en el marco de la AP, que debe ser el primer escenario para comenzar a consolidar experiencias en las cadenas de valor. Este es un cambio significativo y un acierto aportado por este proceso, pues mientras anteriores TLC's (sic) se habían caracterizado por el endurecimiento de las normas, el interés en ir desarrollando cadenas globales de valor va, por el contrario, a flexibilizar la norma de origen en la AP al permitir la acumulación extendida entre países. [...] Aquí reside uno de los mayores desafíos de la AP: convertirse en el marco para el aprendizaje y mejoramiento en el establecimiento de cadenas globales de valor (p. 90).
Reflexiones finales para la discusión
El presente trabajo ha hecho una exploración analítica sobre la AP como acuerdo de integración regional que responde a un contexto histórico específico caracterizado por diferentes dinámicas y factores, y la influencia de actores que orienta y condiciona su naturaleza, principios y estándares de funcionamiento. De igual manera la aproximación teórico-conceptual efectuada ha permitido identificar los aspectos de la AP de carácter novedoso y propio a su proyecto, que permiten establecer rasgos similares y diferenciadores con regionalismos previos y con el enfoque del regionalismo abierto del cual es representativa. La presencia de rupturas con el regionalismo abierto de los años noventa evidencia que la AP es un regionalismo que presenta particularidades propias que requieren mayor análisis y abordajes críticos desde posiciones menos ideológicas.
El contexto histórico descrito hace que la creación de la AP por parte de países que hacen parte de la cuenca latinoamericana del pacífico resulte muy llamativo. La AP como institucionalización de este proceso ingresa en el espectro de la integración latinoamericana como un esquema atractivo tanto para países desencantados con las falencias y las parálisis de los regionalismos previos como la CAN y el Mercosur (Colombia y Perú), como para países que desean reforzar sus vínculos con Suramérica (México y Chile). Teniendo en cuenta que los regionalismos se configuran con base en las respuestas a presiones del ambiente internacional y en las demandas del ambiente doméstico, las particularidades del modelo de regionalismo que hasta el momento evidencia la AP son resultado de dicha articulación de factores, que es específica para cada caso: "esta articulación varía de región a región, por lo cual el regionalismo puede adoptar diversos matices, geometrías y profundidades" (Merke, 2009, p. 5).
A continuación, se presenta una síntesis de aspectos identificados en la primera fase de la investigación que afectan el funcionamiento de la AP y la inserción internacional de sus miembros derivados de la contextualización histórica y la reflexión teórica:
Estamos en presencia de un periodo de profundas y radicales transformaciones en la economía y en las estructuras de poder global, lo cual trae consigo la modificación de paradigmas, estrategias, valores, actores, roles y órdenes geopolíticos que impactan la trayectoria de los regionalismos latinoamericanos, donde la AP es una respuesta y a su vez una apuesta de los países miembros a dicho escenario.
América Latina no ha logrado posicionarse en el escenario internacional como un actor unificado. Esto se observa en sus relaciones frente a Asia-Pacífico, ya que a pesar del rápido crecimiento de las relaciones comerciales en la última década y del auge de la presencia de China en la región, desde la orilla latinoamericana no se observa una postura regional para enfrentar el desafío asiático y particularmente el desafío chino. La región experimenta aún bajos niveles de transpacificidad (García, 2011) y en el caso concreto de la AP si bien Chile y Perú han desarrollado de forma más temprana vínculos transpacíficos, esto aún no se traduce en un mejor posicionamiento del bloque frente a los socios del Asia-Pacífico.
La AP se configura como una plataforma de coordinación política y económica muy interesante para establecer relaciones estratégicas con actores asiáticos bien sea bajo el formato de negociación bloque a bloque (estrategia birregional) o bloque a país (bajo el
formato ASEAN +1 por ejemplo). Sin embargo, actualmente en el interior de la AP predominan las lógicas unilaterales sobre las estrategias colectivas en el relacionamiento de sus miembros con los escenarios de Asia-Pacífico: la "marca AP" aún no se estrena como estrategia de negociación, ya que a pesar de su eslogan de alianza, todavía no se observa una estrategia de ese tipo. En cierto modo la situación actual de la AP es que sus miembros realizan mayores esfuerzos a nivel unilateral, más que como bloque en su acercamiento a regiones como Asia-Pacífico, pesando en la suma de logros de desempeño individual, que generan indirectamente un "efecto bloque AP" (Levi & Reggiardo, 2016). Además, la carencia de un organismo de representación de política exterior de la AP dificulta su proyección internacional.
Las transformaciones globales que se observan en las primeras dos décadas del siglo XXI, otorgan una vigencia para el desarrollo de nuevos esfuerzos de integración regional y han favorecido el propósito de mayor grado de autonomía regional para América Latina en general y para la AP en particular. Los desafíos globales resultan estar mejor abordados de manera colectiva con base en mecanismos regionales y marcos comunes de acción para enfrentarlos pues garantizan a los países una mejor defensa de sus intereses comunes frente al mundo.
No obstante, la carencia de estrategias claras de cohesión regional hace que esta situación no sea irreversible y que en consecuencia tanto la AP como la región puedan verse condicionadas por nuevos alineamientos con las potencias -tradicionales o emergentes- del sistema internacional que alteren su estrategia de inserción global.
Aunque a primera vista la AP podría ser identificada como un nuevo instrumento del contrataque comercial de Estados Unidos en América Latina -una especie de ALCA versión 2.0- esta mirada debe relativizarse y contextualizarse con la ambición de la AP por incrementar y mejorar sus vínculos comerciales con actores asiáticos especialmente con China. La AP no puede ser interpretada meramente como la extensión del fallido ALCA por otra vía, es necesario comprender el entorno actual de las negociaciones comerciales de los acuerdos megarregionales -tipo TPP y RCEP- y de otras coyunturas como la posible convergencia entre la AP y el Mercosur, dinámicas que impactan y complejizan su funcionamiento y su alcance.
La AP requiere definir una hoja de ruta de mediano y largo plazo sobre sus prioridades económicas, su modelo de inserción, la articulación de políticas públicas y la definición de sectores productivos estratégicos para elevar sus niveles de competitividad, en otras palabras, materializar sus iniciativas de mejoramiento del comercio intrarregional e integración productiva que se convierta a su vez en un valor agregado que la AP pueda aportar a la integración latinoamericana. El regionalismo abierto que le ha sido inicialmente funcional para presentarse como bloque aperturista competitivo no le garantiza el mejoramiento de su inserción internacional, inserción que requiere de la protección estratégica de sectores industriales sensibles que fomenten cadenas de valor regionales y su articulación a cadenas globales en mejores condiciones, para que los países miembros modifiquen su estatus actual de economías especializadas en exportación de bienes.
La adecuación de la AP a las nuevas dinámicas de la economía global -como los acuerdos megarregionales- implica en el corto plazo acelerar el tránsito del bloque hacia mayores niveles de cohesión negociadora más allá de la convergencia de mercados que permitan una mejor o menos dolorosa compatibilidad entre la AP y tratados como el TPP. Estos acuerdos megarregionales están diseñados para profundizar relaciones asimétricas de intercambio comercial en favor de las economías más industrializadas, por lo cual restringen el margen de maniobra de las economías latinoamericanas. La AP deberá enfrentarse en los próximos años a un contexto de megaacuerdos comerciales, con poca capacidad de alterar o renegociar a su favor las nuevas regulaciones y los estándares normativos que surjan de estos acuerdos.
Si bien el desarrollo operativo-institucional de la AP se ha guiado por principios de flexibilidad y pragmatismo, lo cual le ha resultado beneficioso y ha facilitado en el corto plazo logros visibles, la experiencia de la integración latinoamericana refleja que los entornos institucionales débiles son proclives a la improvisación y al incumplimiento entre los socios. La AP debe establecer una estructura de incentivos a través de una institucionalidad organizada que permita superar el voluntarismo presidencial y blindar el proceso integrador de coyunturas políticas de los miembros que afecten la concreción de sus objetivos; debe predominar una integración centrada en políticas de Estado y no en ambiciones cortoplacistas de gobiernos.
La irrupción de la AP en el escenario de los regionalismos latinoamericanos ha alterado la dinámica y los formatos de la integración regional y ha significado una reconfiguración de las relaciones intrarregionales en Suramérica (pasando del esquema CAN-Mercosur al esquema AP-Mercosur) y de las relaciones extrarregionales (formato AP-Unión Europea, AP-ASEAN). La AP profundiza la crisis de la CAN (debido a que la desplaza como plataforma de negociación comercial e inviabiliza el arancel andino común), altera las condiciones de prevalencia del regionalismo brasileño con la entrada de México y reimpulsa el peso de los aspectos económico-comerciales en la discusión de la integración latinoamericana.
El objetivo de ser una plataforma de inserción en Asia-Pacífico no garantiza per se que dicha inserción será exitosa para los países de la AP, esto requiere redefinir el patrón de inserción internacional actual (tipo TLC asimétrico característico del regionalismo abierto) con miras a un mejor posicionamiento global del bloque.