Introducción
Desde los años ochenta y bajo la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1989), el gobierno chileno aplica una serie de políticas económicas neoliberales. Esas medidas se imponen en todos los aspectos de la vida social chilena (Han, 2012). La regulación del mercado invade de esta forma el sistema de salud, la vivienda, el código del trabajo y, sobre todo, el sistema educativo (Ruiz Encina, 2013). La privatización progresiva de la educación pública (básica y secundaria) y la financiarización de la educación superior (Solomon, 2010) con la puesta en marcha en 2005 de un complejo sistema de préstamos educativos administrados por los bancos privados (CAE)1 afianzan el modelo neoliberal en la educación chilena. Este sistema produce el endeudamiento masivo de los estudiantes universitarios y de sus familias (Rifo, 2013) y consolida la educación superior como un producto de consumo.2 La contestación de esas medidas comienza con una importante movilización social conducida principalmente por alumnos de liceos y estudiantes universitarios.
Un análisis en términos de la política contestataria (McAdam, Tarrow & Tilly, 2001; Mathieu, 2004) de esta movilización resalta dos episodios esenciales: el movimiento de alumnos de liceos de 20 063 y el movimiento de estudiantes de liceos y universidades de 2011. Ellos instauran una serie de mecanismos distintivos de los procesos de movilización observados en Chile actualmente: los desfiles, las asambleas (Urzúa Martínez, 2015, p. 41) y las tácticas transgresivas -disruptivas o violentas- (Aguilera Ruiz, 2012; Medel Sierralta & Somma González, 2016). Sin embargo, es esencialmente el movimiento de 2011 el que instala los repertorios de acción colectiva (Tilly, 1984) representativos de esos mecanismos: la desobediencia civil, la democracia directa, los desfiles masivos, la toma de espacios públicos y las acciones de violencia política. Esos episodios se inscriben dentro de una dinámica de transnacionalización de movimientos sociales (Siméant, 2010). Lo anterior produce una solidaridad entre actores no estatales que permiten la creación de oportunidades transnacionales de contestación y de afinidades estructurales entre diferentes países (Giugni, 1998). Tal proceso influencia, ciertamente, la generalización y la homogeneización de tácticas, estrategias y repertorios de acción colectiva (Ogien & Laugier, 2014), las cuales son igualmente influenciadas por la historia del movimiento estudiantil latinoamericano (Donoso Romo, 2017).4
En tal contexto observamos un proceso de radicalización -en el sentido ideológico y práctico- del compromiso militante de estudiantes de secundaria y universitarios. Esta radicalización, entendida como una práctica ilegal en política y para la cual el objetivo es quebrantar el orden establecido (Collovald & Gaïti, 2006), se manifiesta en el contexto chileno, a través de la acción directa5 de colectivos dispuestos a recurrir a la violencia, ya sea porque estiman que las formas convencionales de acción son ineficaces, o porque la represión no les deja otra salida que el paso a la violencia o a la autodisolución (Fillieule, 2012, p. 38).
En este artículo queremos analizar el rol de las emociones como uno de los principales factores estructurantes de un militantismo "de alto riesgo" (McAdam, 1986). Hemos centrado nuestro estudio principalmente en jóvenes estudiantes provenientes de barrios populares que participan de las movilizaciones estudiantiles del año 2011. Hemos querido identificar la dinámica emocional (Collins, 2005) que permite a jóvenes manifestantes 'convencionales' -es decir, jóvenes que participan de un proceso reivindicativo puntual, para los cuales la participación no se extiende más allá de la ola contestataria y para los cuales los repertorios de acción colectiva se enmarcan en la legalidad- pasar a un activismo radical, dicho de otro modo, a un compromiso fundado sobre acciones de alto riesgo que desafían el orden jurídico establecido. Nuestro argumento descansa en la idea de que un paso hacia acciones de riesgo en una carrera militante6 se encuentra fuertemente ligado a las dinámicas emocionales que se presentan en cada actor comprometido.
Para desarrollar este análisis, se utiliza el relato de vida como método de selección de extractos biográficos significativos. Veinticuatro entrevistas son realizadas, entre 2011 y 2012, a jóvenes participantes en colectivos de acción directa.7 Las reflexiones fueron completadas con observaciones de campo. La selección de los jóvenes se desarrolla en diferentes etapas, comenzando por la construcción de una tipología del 'joven activista radical'. La construcción teórica de esta categoría se nutre de un trabajo de observación de prácticas y de discusiones con jóvenes participantes de 'acciones políticas radicales'. Es decir, acciones de desobediencia civil, como las tomas de lugares públicos o privados, la huelga y desfiles prohibidos, las acciones de violencia física contra bienes muebles e inmuebles públicos o privados durante una acción contestataria, y en general toda acción política que pone al que la realiza fuera de la ley. Tres criterios fueron utilizados en la selección de los jóvenes: 1) la justificación política que ellos hacen de la violencia; 2) su militantismo en una organización en la cual, al menos, una actividad es la realización de acciones de violencia política planificada; 3) su participación en otros grupos o colectivos de propaganda, de pintura, de danza o de promoción de contraculturas (vaginismo, animalismo, etc.). Dentro de los sujetos entrevistados, encontramos 7 alumnos de liceo, 10 estudiantes universitarios, 2 estudiantes de institutos profesionales, 1 profesional que trabaja en la formación, 1 vendedora y 1 pobladora sin ocupación. Todos y todas forman parte de una red en la cual se articulan diversos colectivos, sin embargo, todos no se conocen entre ellos.
El trabajo de campo se efectuó en dos barrios populares de Santiago de Chile: Villa Francia y población Santa Anita. El primero es un barrio que por su fuerte militancia contra el régimen autoritario se ha encontrado en el centro de la vida política chilena, transformándose en un símbolo de lucha social. Este barrio ha alojado y aloja actualmente a numerosos grupos políticos radicales. Por su parte, la población Santa Anita, que se sitúa a solo unos kilómetros de Villa Francia, ha sido fuertemente influenciada por esta última. En consecuencia, un trabajo político y de memoria es realizado desde hace algunos años atrayendo numerosos colectivos de jóvenes desde 2011. La investigación continúa en el barrio Yungay, un barrio del centro histórico de Santiago, conocido por sus numerosas casas "okupa"8 y que albergó un número importante de liceos en toma durante el movimiento del año 2011. Finalmente, participamos en una serie de reuniones de formación política en la sede de la asociación sindical CGT.9
Considerando que uno de los objetivos de nuestro estudio es restituir el compromiso militante en la trayectoria social, biográfica y afectiva de jóvenes estudiantes de barrios populares que contribuyen a alimentar los motivos de un militantismo, nos hemos orientado hacia métodos como los relatos de vida como fuente de información: "Es necesario partir de la idea de que el militantismo debe también ser comprendido como una actividad social, individual y dinámica" (Fillieule, 2001, p. 200). Por lo tanto, este tipo de orientación exige la integración de la dimensión temporal al análisis.
Antes de presentar el análisis, pensamos necesario clarificar dos nociones del marco de referencia teórico sobre el cual se apoya este trabajo: la juventud de barrios populares y el compromiso militante radical.
1. Jóvenes de barrios populares y compromiso político
Hasta hace algún tiempo las diferentes corrientes sociológicas chilenas caracterizaban la categoría de 'joven' como un grupo uniforme con prácticas y valores homogéneos (Olabarria, Benavente & Mellado, 1998). Sin embargo, ese no es el caso del grupo que hemos definido como 'jóvenes de barrios populares'. Por esto, ha sido necesario formular una serie de preguntas en relación con este grupo: ¿quiénes son esos jóvenes?, ¿qué entendemos cuando hablamos de jóvenes de barrios populares? y ¿cómo ha sido construida esta tipología?
Efectivamente, cuando nuestras sociedades abordan el tema de la juventud, se refieren a varios significados simultáneamente. Así la nominación en singular de 'la juventud' no es la más pertinente, porque sus significados son diversos y se refieren a variadas imágenes de una misma expresión. Alain Touraine (1997), en sus trabajos sobre la juventud chilena, señala que esta no es una categoría social, sino una "construcción cultural y administrativa", es decir, una parte de la imagen que una sociedad tiene de sí misma. Para Touraine, en los datos cuantitativos que son utilizados para bosquejar una imagen de esta juventud, se confunden de manera arbitraria realidades muy diversas que nos imponen una imagen de un joven que es la construcción irreal de numerosos y diversos tipos sociales. Touraine destaca dos imágenes principales que la sociedad chilena posee de su juventud: como un instrumento de modernización o como un elemento marginal y peligroso. Ese contraste corresponde, en parte, a la oposición entre jóvenes pertenecientes a los grupos acomodados y a la juventud llamada marginal o popular. Esta última, mayoritariamente urbana, engloba a jóvenes desempleados o que sobreviven gracias a trabajos ocasionales y mal pagados. Sin embargo, esta categoría está cada vez más integrada por jóvenes ampliamente escolarizados, sin grandes perspectivas futuras y originarios de barrios populares.
Si a esta imagen de jóvenes marginales y peligrosos le asignamos un componente político en referencia a sus acciones, cuando esta juventud marginal adhiere a 'prácticas políticas conflictuales', podemos encontrarnos en el corazón del objeto de nuestra investigación: una juventud que se identifica y adhiere a la noción de 'juventud popular'.
Somos conscientes de que la noción de juventud popular corresponde a una categoría construida en función del contexto y a partir de criterios definidos por cada sociedad. En el contexto chileno, una primera aproximación a la noción de grupos populares nos permite afirmar que se trata de un grupo humano que posee dos características genéricas: primero, viven en condiciones de pobreza, es decir que están privados de lo que los otros sujetos de la misma sociedad poseen y pueden aprovechar;10 segundo, forman parte de los grupos "dominados" en un sistema social dado (Baño, 2004). Esta última condición se refiere a una relación social de carácter conflictual que permite la constitución de sujetos populares.
Con respecto a la relación social conflictual del sujeto popular, esta se despliega en dos ejes: el primero se desarrolla en términos de dominación directa establecida por la relación de una producción capitalista, una "relación objetivamente conflictiva";11 el segundo eje es expuesto en términos de exclusión genérica del producto social, independientemente de una relación de producción directa. El primer eje describe la relación de clase tradicional del sistema de producción capitalista. Sin embargo, es en el segundo eje, fundado en relaciones sociales de exclusión y de desprecio (Honneth, 2008), en el cual encontramos las bases de la noción actual de 'joven popular', de la misma forma que en el tipo de acción política que esos jóvenes expresan. En estas acciones se observa un militantismo de alto riesgo en expansión.
1.1. Los orígenes del compromiso militante
Un análisis interaccionista del compromiso militante12 presenta el militantismo como un proceso subjetivo que se inscribe en relaciones de interdependencia entre el individuo y su medio ambiente, es decir, fundado en factores objetivos. Podemos entonces considerar la acción de transformarse en militante como un proceso a la vez afectivo y de adaptación. "Las reacciones afectivas (asociadas al compromiso) son acompañadas de una elevación del potencial de actividad que prepara al sujeto a buscar la acción más adaptada a lo que él percibe o cree percibir" (Traïni, 2010, p. 337). En los relatos de vida recogidos, los jóvenes militantes revelan, en sus discursos, los signos que ellos perciben en sus interacciones dentro de la estructura social, en donde resaltan la injusticia, el desprecio y diversas formas de violencia: violencias policiales (Fassin, 2011; Fillieule, 2012) y violencias simbólicas. De esa forma, el activismo radical sería una respuesta adaptativa a la percepción que los jóvenes tienen de una realidad que los oprime:
Yo creo que es la desesperanza que nos da este sistema [...] porque llega un momento donde uno dice ¡ya basta! De vivir agobiados, que tus padres se peleen por la plata, por las cuentas, que es lo que genera todo este sistema de mierda [...] que el trabajo [...] si tu padre es obrero, el salario que le pagan a un obrero es miserable, es aberrante lo que gana un obrero y cómo el arriesga su vida [...] todo va producir una violencia, además ellos nos violentan todos los días, con el aumento de los precios, con el aumento de la bencina, de la comida, con las tasas de interés, es una violencia constante. Nosotros lo mínimo que podemos hacer es tirar una piedra que con suerte le pega al guanaco.13,14
Esas experiencias o relaciones de interdependencia con el medio ambiente son acompañadas de ciertas características compartidas por el grupo o colectivo con el cual el individuo se ha comprometido (edad, sexo, nacionalidad, origen social, etc.). La combinación de experiencias y de características compartidas puede tomar innumerables formas y contener diferentes causas y consecuencias de un compromiso militante radical. Nosotros nos hemos interesado en los jóvenes estudiantes y alumnos de liceo provenientes de barrios populares. En efecto, incluso si sus trayectorias son diversas, encontramos recurrencias y espacios de conexión donde sus vidas se han cruzado.
Como lo señala Anne Muxel (1992), es durante la infancia y la adolescencia que se realizan los primeros aprendizajes políticos. De hecho, el individuo está sujeto, a lo largo de este período, a una gran vulnerabilidad política que le permite hacer una elección sobre la base de un tablero político:
Yo creo que para mí era más simple darme cuenta de todo eso, porque yo vengo de una familia que me crió de esta forma; podemos decir que yo nací con esta forma de pensar [...] por ejemplo, mi papá estaba siempre ahí, atento, él me llevaba a ciertos lugares, a campamentos,15 él me hacía ver la realidad, no solamente esa que sale en la tele o esa que te muestran en varios lugares, que te muestran un mundo color de rosa, él me mostró otra realidad, el lado B de la vida.16
Así "el sólo anuncio de una elección define el reconocimiento objetivado e interiorizado por el sujeto de una forma primaria de competencia y de una suerte de legitimación inicial de su derecho de expresión" (Muxel, 1992, p. 247). A partir de esta legitimación, algunos jóvenes emprenden su activismo, y es en el curso de este activismo que ellos llegan a una crítica del Estado y desafían su autoridad, alejándose de formas institucionales de militantismo. Ellos y ellas se organizan de este modo en colectivos donde encuentran una mayor libertad de acción, reivindicando la radicalidad de sus métodos: "Y es en ese momento que yo me implico, es en ese momento que yo formo mi primer colectivo, las primeras marchas, la primera vez que yo debatí con alguien de política, la primera vez que tiré una piedra y que aprendí a justificarla, eso fue un cambio en mis experiencias".17
En esos espacios de participación política no institucionales, los jóvenes no visualizan una organización para la conquista del poder, como era el caso de los partidos políticos o las federaciones estudiantiles tradicionales que monopolizaban las organizaciones de estudiantes y de liceanos. En esas estructuras, los jóvenes se concentran principalmente en temas cercanos a la vida cotidiana y a las luchas sectoriales, en las cuales la dimensión reivindicativa se aleja de los aspectos materiales, económicos y productivos, y se acerca a las dimensiones culturales, simbólicas e identitarias (Montoni, 2015). Esos espacios de resistencia constituyen acciones de transformación en sí mismas que aspiran, como lo explica Holloway (2005), a aplicar el poder en lugar de apropiárselo.
Podemos entonces hablar en el caso de los jóvenes, sobre todo los liceanos, de un militantismo 'a la carta', es decir, de una forma de compromiso donde cada uno se implica "de manera diferente usando a su manera acciones y movilizaciones puntuales" (Ion, Franguidakis & Viot, 2005, p. 59). Cada uno consagra el tiempo que estima conveniente al colectivo, del que se puede entrar y salir libremente sin que exista un sentimiento de traición. Así mismo, observamos que las relaciones que unen a los diferentes miembros del colectivo son del orden de las afinidades y de los afectos, en otras palabras, es ante todo un grupo de amigos, incluso puede considerarse un 'separatismo' en el sentido anarquista de un grupo de afinidad (Dupuis-Déri, 2003). Las emociones juegan de esa forma un rol importante en el origen, la permanencia y la evolución de la experiencia de los jóvenes hacia un activismo radical.
2. La construcción emocional del compromiso militante en la juventud popular chilena
Partiendo del principio de que detrás de cada emoción hay un objeto y que estas emociones son motivadas por esos objetos, podemos inferir que las emociones implicarían siempre un juicio o una evaluación, así como una forma de tratamiento de la información muchas veces más rápida que el funcionamiento de nuestra consciencia (Nussbaum, 2001). Las emociones no serían entonces irracionales, ellas pueden ser erróneas, pues si ellas poseen objetos dependen de nuestra comprensión cognitiva y de la evaluación de ese objeto. Podemos encontrarlas inapropiadas o no, según el contexto y las reglas culturales dadas. Ellas pueden ser consideradas como normales o desviantes, pero ellas no son irracionales, dado que comprenden un complejo proceso evaluativo (Jasper, 2004).
Por otro lado, justificamos el hecho de hablar solamente de emociones y no de afectos,18 porque, como lo indica Isabel Sommier (2015), la emoción es fundamentalmente social en al menos dos aspectos: por un lado, en sus expresiones y su aceptabilidad social, diferentes de una cultura a otra; por otro lado, en su reacción en función del 'otro' y de la adaptación del comportamiento respecto a ese 'otro', a diferencia de los afectos que se quedan en un estricto registro individual. Como lo explica M. Grawitz (1999): "La tonalidad afectiva es interior [...] y se distingue del sentimiento (o emoción) que es inspirado por un objeto exterior" (p. 7).
Teniendo en cuenta esto y basándonos en la hipótesis según la cual la dinámica emocional -que implica la aparición, el despliegue, la desaparición o la transformación de las emociones- conduce en ciertos sujetos a un activismo cada vez más riesgoso, proponemos abordar las emociones a través de los diferentes aspectos que toma la experiencia de un compromiso militante en los jóvenes.
2.1. Romper la represión afectiva y el control social
Norbert Elias (1973, 1975) define el control de la violencia -y de esa forma el control social- como un proceso ligado a la represión afectiva y al autocontrol. Según este enfoque teórico, dos elementos actuarían durante el paso hacia un militantismo de alto riesgo, esos elementos corresponden a cambios provocados en dos emociones centrales del proceso de control social: la vergüenza y el miedo.19
La primera característica que hemos querido observar durante el paso hacia un militantismo de alto riesgo en los jóvenes de barrios populares es la pérdida de la vergüenza, dicho de otra forma, de ese miedo interior a la aprobación de los demás, de esta forma de angustia que se produce en los individuos de forma automática y habitual en ciertas circunstancias. Esta transformación emocional se manifiesta a través de la ausencia de sanción, de la aprobación y del apoyo emocional de las personas cercanas que legitiman las manifestaciones, la apropiación del espacio público e, incluso, la acción violenta de los jóvenes.
De este modo un primer ejemplo de esta pérdida de la vergüenza es la masividad de las manifestaciones del año 2011, las más importantes desde el fin de la dictadura. Todos los jueves del mes de agosto, septiembre y octubre los jóvenes protestan en las calles. En ese contexto, sobre todo para los estudiantes secundarios, la manifestación callejera se transforma en un evento completamente normal. Esta nueva apropiación del espacio público abre la posibilidad de gritar contra las autoridades, de bailar, disfrazarse y progresivamente de ver el paso al acto violento como un repertorio de acción "legítimo" en el campo de la contestación (Crosley, 2003).20 Es lo que destaca el siguiente extracto:
Porque además la manifestación se vuelve tan normal, si la mitad de Chile está en la marcha y la otra mitad está trabajando [...] es por eso que es tan masiva la marcha, porque todo el mundo va, entonces nadie lo ve como algo raro. Yo pienso incluso que en la marcha no hay ningún peligro (represión), es tan masiva que el riesgo de que algo pase es débil, yo insisto, ellos (la Policía) están superlimitados, ellos no pueden reprimir [...].
Yo creo que hay una justificación (de la violencia) en términos de defensa, yo no sé si es la resistencia, más bien la defensa. Porque tu escuchai la señora que va en la micro (bus), ella justifica la violencia porque dice que los cabros (jóvenes) son agredidos, es por eso que ella lo justifica, porque los cabros tienen el derecho de marchar, y los que atacan no son na' los cabros [...] es decir, la señora lo ve como una cuestión defensiva. De todas formas yo creo que ella cuestiona el ataque a ciertas cosas y a otras simplemente no le provoca ni una oposición ni una defensa, por ejemplo, atacar un banco, la señora dice: "Que me puede importar el banco, yo no estoy ni ahí con el banco".21
De la misma forma, las acciones que han sido en el pasado condenadas son actualmente justificadas en términos de defensa frente a las violencias policiales, o tratadas con indiferencia cuando se trata de objetos profundamente deslegitimados como los bancos, los supermercados, las cadenas de farmacias o las grandes tiendas. El ejemplo más remarcable fue el incendio de la gran tienda La Polar, la noche del 4 de agosto de 2011. Esta empresa, entre los años 2009 y 2011 había falsificado informaciones sobre las deudas de sus abonados. Luego había aumentado de manera unilateral los intereses de las personas endeudadas (principalmente familias muy pobres) a través de falsas repactaciones de deudas. Esa noche una multitud incendia la tienda, sin saqueos ni robos, simplemente la queman.
Así mismo, cuando esta coerción afectiva se ve alterada por una situación en la cual sus actos pueden escapar a la sanción y que la interacción con otros individuos se muestra permisiva a la distensión de la coerción, un activismo radical puede transformarse en aceptable, reduciendo de esta forma la vergüenza. La vergüenza en general hace temer al individuo la pérdida del amor y de la estima de las personas que él aprecia. Los individuos buscan adaptarse al orden de las personas de quienes buscan la aprobación y el apoyo emocional que les son particularmente importantes en sus vidas y en su identidad (McAdam, 2005). Es por esto que la valorización (o simplemente la aceptación) del militantismo en el universo familiar y afectivo, observado durante las movilizaciones, intensifica la voluntad de participar en un militantismo radical:
Mis padres no pertenecen a ningún partido político. Ellos son, yo diría, demócratas yendo hacia la izquierda, pero ellos no pertenecen, no son militantes de ningún partido. Ellos siempre me han dicho que este sistema es malo, que un día habrá que cambiarlo, y lo más rápido posible será mejor, y que yo tengo las herramientas para luchar, porque yo ahora soy joven. Más tarde, cuando sea viejo, no podre quizás hacer las mismas cosas que hago ahora, yo tengo todo el tiempo para luchar.22
La segunda característica que quisimos observar en los jóvenes militantes es la disminución del miedo. Esta emoción, a diferencia de la vergüenza, está más ligada a presiones exteriores (miedo de la Policía, de la justicia, del castigo). Hemos identificado en el transcurso de las entrevistas que su ausencia está fuertemente ligada a tres factores. El primer factor es la falta de conocimiento de los peligros, sobre todo cuando los jóvenes no han vivido procesos represivos extremadamente violentos; el extracto siguiente ilustre esta afirmación: "El cabro (joven) no ve el peligro como algo posible, porque él no ha sufrido la represión luego de una tentativa de revolución, sus padres han perdido en esta tentativa, ellos intentaron y perdieron. Es esa la visión que sus padres tienen [...] los cabros no la tienen, porque ellos no han intentado nada aún, según ellos si es necesario perder, bueno ellos perderán".23
El segundo factor es la herencia no compartida del miedo. En general son los padres quienes juegan el rol de agentes de reparto de este miedo en las nuevas generaciones. Elias (1975) lo explica de la manera siguiente: "El adolescente es absolutamente incapaz de adoptar un código de comportamiento, si las personas que lo rodean no despiertan en él el miedo [...] es a través del miedo que se puede modelar el alma del niño, de tal forma que él sepa comportarse mientras crece, en armonía con las normas en vigor" (p. 312). El despertar del miedo a la represión en los jóvenes manifestantes ciertamente ha estado menos presente, ya que sus padres son los hijos de los últimos años de la dictadura y sus relaciones con los eventos históricos más crueles provienen del recuerdo de sus abuelos. Como lo explica una de las personas entrevistadas, es una relación memorial y no directa al miedo:
Yo pienso que de cierta forma hay una renovación, yo creo que incluso nuestra generación venía aún con la idea de la dictadura [...] había mucho miedo. Pero estos cabros, nuestra misma generación no les ha criado así. Ellos son diferentes, ellos no tienen miedo, sus padres no tienen un familiar o un amigo desaparecido. Ellos están en otra, yo creo que ellos fueron incluso un poco purificados de toda esta mierda.24
No, desde que soy pequeña aprendí a no tener miedo de ese tipo de cosas (represión policial). Desde pequeña aprendí a no tenerles miedo (a la Policía), porque mi viejo me crió con esta mentalidad, el comenzó a enseñarme todo, yo no he tenido nunca miedo de esa forma, nunca hasta hoy día.25
Un tercer factor que ilustra la disminución del miedo se encuentra en un análisis racional del contexto, cuando el miedo simbólico desaparece. Es el caso particular en situaciones riesgosas donde los jóvenes son conscientes de ser más numerosos, de estar protegidos por el anonimato o por la imposibilidad de ser encarcelados en el caso de los menores de edad.
La observación de una acción directa a la salida de un liceo en toma en Villa Francia en agosto de 2011 testimonia esta evolución. La aproximación de la Policía para apagar una barricada encendida por los jóvenes muy temprano en la mañana se transforma en una excusa para una confrontación directa. La Policía se transforma en un blanco, como podrían serlo un anuncio publicitario o las vitrinas de los bancos. De esta forma cuando la Policía se acerca en un vehículo no blindado, la reacción inmediata de los estudiantes secundarios, todos encapuchados, es de perseguir el vehículo policial tirando piedras y otros objetos. Los y las jóvenes logran destruir completamente las ventanas del vehículo y hacer huir a la Policía. Luego ocupan la calle y encienden nuevamente la barricada, que arderá toda la mañana.
Podemos afirmar entonces que el miedo y la vergüenza, como emociones del control social, participan de este proceso, cada una en diferentes grados, en diversos momentos y circunstancias. Esto permite observar en el caso chileno, en un primer tiempo, un cambio importante en la forma de protestar, que está acompañado cada vez más de un paso al acto violento. Sin embargo, otras emociones se insertan al miedo y a la vergüenza, nosotros las identificamos como las emociones del compromiso militante.
2.2. Las emociones en y para el compromiso militante
Desde comienzos de los años 2000, las emociones en los movimientos sociales han sido sobre todo analizadas en el interior de los procesos militantes. Ellas pueden presentarse como un "trabajo emocional", como lo analiza Deborah Gould en el caso de Act Up (2002) al explicar el mantenimiento en el tiempo del compromiso militante. Ellas pueden igualmente manifestarse, como lo muestra James Jasper (1998) a través de tipologías emocionales encontradas en diversas formas de compromiso militante. Este último enfoque se acerca más a la noción de dinámica que guía nuestra investigación y que, de nuestro punto de vista, va más allá que la noción de trabajo emocional, mucho más instrumental. Este enfoque nos proporciona las primeras pistas para nuestro análisis.
De este modo, entre los jóvenes que hemos entrevistado identificamos antes del compromiso por una causa diversos "shocks morales" (Jasper, 1998). Estos shocks aparecen cuando un evento inesperado o una nueva información despierta la indignación en un individuo empujándolo a la realización de una acción política. En nuestras entrevistas hemos identificado dos tipos de shock moral, ligados principalmente al origen de los jóvenes entrevistados, es decir, los shocks vividos por los estudiantes y los secundarios que participan del movimiento estudiantil y otros vividos por los jóvenes habitantes de Villa Francia -quienes en su mayoría son igualmente estudiantes universitarios y secundarios-.
Para los primeros, el evento detonante en sus relatos de vida es con frecuencia un hecho reciente y ligado a una experiencia de violencia política que despierta en ellos camaradería o rabia: "El 3 y 4,26 durante la huelga nacional, todo lo que pasó me hizo sentir que lo que hacemos está bien, que no éramos solo nosotros, que había más de 50 barricadas, todas con su panfleto, es decir que estábamos generando consciencia".27
Para los jóvenes de Villa Francia, al contrario, los eventos detonadores son generalmente recuerdos de infancia, nacidos de un relato menos preciso, pero donde la dimensión emocional está mucho más desarrollada:
Hay una ocasión en particular que yo no he podido olvidar, yo tenía, [...] espera, cuando estaba en la básica (enseñanza) yo estudiaba acá al lado, al lado de Quinta normal (comuna del sector poniente de Santiago) y yo tenía unos compañeros de colegio que vivían donde se encuentra hoy la carretera que hicieron en General Velázquez. Allá había un campamento y yo tenía cuatro compañeros que vivían ahí, ellos eran todos primos. Y bueno, un día, yo no me di ni cuenta cuando fueron echados a la calle para construir la carretera. Yo tenía un montón de amigos que vivían en ese tipo de circunstancias, y esta situación, si podemos decir de violación, era cotidiana en ese momento, yo pienso que eso fue un tema que me marco.28
Además de las emociones, el proceso de formación es el segundo aspecto que forma parte integral del proceso de compromiso militante. La psicosocióloga Molly Andrews (1991), quien ha recogido y analizado la biografía de militantes socialistas británicos que habían comenzado su militancia en los años treinta sin interrupción hasta los años ochenta, identifica tres influencias mayores en la formación de la consciencia política. Esas mismas influencias las hemos observado en nuestra investigación: la presencia de estímulos intelectuales (libros, películas, formas de educación popular), el rol de organizaciones que benefician de una gran visibilidad (organizaciones de jóvenes, sindicatos, etc.) y el rol jugado por individuos fuertemente identificables. Dos elementos resaltan de ese marco de análisis, que Olivier Fillieule (2012) califica de moldeado organizacional, estos se encuentran estrechamente ligados a las dinámicas emocionales: el proceso de formación y la existencia de un tutor.
En lo que incumbe al proceso de formación, se puede identificar durante las formaciones una serie de "dispositivos de sensibilización",29 como los seminarios de estudios políticos, la distribución de panfletos y documentos políticos, la realización de actividades de propaganda, antes y durante las manifestaciones, y la realización de actividades culturales, como las batucadas, las pinturas murales e, incluso, actividades deportivas.
Esas actividades ayudan a formar y a reclutar nuevos militantes y son normalmente coordinadas por los jóvenes que denominamos 'tutores'. De esta forma, el segundo elemento observado es la existencia de un tutor que permite la integración de los nuevos militantes y que es quien supervisa la formación. En Villa Francia ese rol es ocupado por los activistas mayores, quienes son igualmente los más comprometidos e ideologizados. Ese rol es luego delegado en función de la antigüedad a los participantes más jóvenes. Esos elementos muestran una 'carrera' progresiva y dependiente de un efecto de arrastre producido por el contexto político y social, y por la entrega afectiva del actor a su rol. Ciertamente, la existencia de un lazo positivo e interpersonal con uno o varios miembros del grupo puede actuar como canal de información. Ese lazo aumenta la credibilidad de los llamados a la militancia e intensifica la presión por transformarlos en aceptables, así como las prácticas que los acompañan. No es sorprendente, en esas condiciones, que "la conversión sea improbable en ausencia de lazos afectivos" (Snow & Machalek, 1984, p. 183).
En el caso de los liceos tomados, la dinámica es diferente. Incluso si muchos secundarios provenientes de barrios populares y politizados dirigen las acciones de formación, la lógica de organización en el interior de las tomas es mucho más horizontal y posee una orientación que se inspira de los movimientos autonomistas y antiautoritarios (Montoni, 2015). Incluso si la 'lucha de clases' sigue siendo una referencia importante en el discurso de los jóvenes, el marxismo que había guiado las acciones de los estudiantes en los años ochenta y noventa -con su verticalidad y sus obligaciones- abre un espacio a un autonomismo y antiautoritarismo que se adapta mejor a las lógicas de los colectivos, de los voceros y de la democracia directa que los estudiantes secundarios aplican en las tomas y que dirigen de esta forma su compromiso militante (Montoni, 2017; Ancelovici, Dufour & Nez, 2016).
Un tercer aspecto emocional, fundamental en la práctica de acciones cada vez más riesgosas, está constituido por los 'mecanismos culturales de aprendizaje y valorización de los comportamientos agresivos'. Como lo señala Albert Bandura (1973), "una cultura puede efectivamente producir personas altamente agresivas y al mismo tiempo mantener un nivel bajo de frustración, valorizando las performances agresivas, proporcionando un modelo de 'éxito' de tipo agresivo, asegurando a aquellos que recurren a acciones agresivas gratificaciones o recompensas" (p. 59).
Desde ese punto de vista, Villa Francia, con sus numerosos "mártires"30 de la dictadura y sus actividades de conmemoración, se transforma en un terreno propicio a la valorización de acciones radicales. De hecho, en cada actividad de conmemoración la comunidad se organiza para cerrar la jornada con acciones de violencia política planificada, que dan cuenta igualmente de la conflictividad que construye la identidad de los jóvenes provenientes de barrios populares.
En el caso de los liceos en toma, la valorización se concretiza durante los días de huelga, donde la o el estudiante más temeraria o temerario, aquel o aquella que logra golpear un vehículo policial con una bomba de pintura o un coctel molotov o que intercepta una bomba lacrimógena y la devuelve a la Policía, es aclamado o aclamada por sus compañeros. De esta forma, todos estos repertorios de acción que antes de las movilizaciones podían ser condenados son aceptados e, incluso, reforzados. Esos mecanismos culturales nos recuerdan que las emociones no pueden ser seriamente estudiadas sin tomar en cuenta el orden moral del lugar donde ellas se han producido (Harre, 1986).
Los aspectos comunes que hemos señalado se resumen en la construcción de una identidad colectiva particular, la cual puede igualmente ser vista como una emoción, un afecto positivo hacia otros miembros del grupo. De esta forma ciertas emociones colectivas, emociones recíprocas o afectos, ligadas a la amistad, al amor, a la solidaridad y a la lealtad dentro de un grupo crean lo que Goodwin (1997) denomina "la economía libidinal de un movimiento", en la cual se manifiestan los placeres de la contestación que permiten su prolongación.
Las emociones en el interior de un movimiento social serían entonces uno de los detonantes de las acciones colectivas, siendo ellas mismas un producto de rituales internos que recuerdan a los participantes sus compromisos morales primarios, suscitando fuertes emociones y reforzando un sentido de la solidaridad de grupo (Jasper, 1998).
Conclusión
Hemos expuesto en este texto cómo el compromiso militante y la dinámica emocional que lo acompaña son el resultado de un proceso de adaptación, es decir, una respuesta pensada frente a una percepción subjetiva del mundo. De esta forma es posible analizar las emociones como reacciones compatibles con razonamientos explícitos y se puede concluir que una creencia -un juicio, en el sentido estricto- es necesaria a la existencia de una emoción.
Hemos igualmente mostrado cómo una parte importante de todo movimiento social, en sus diferentes etapas, es representada por las dimensiones afectivas y emocionales. Podemos afirmar así mismo que las emociones están presentes en cada etapa del surgimiento de un activismo radical. Es decir, en su construcción sociohistórica e individual.
De este modo hemos observado cómo la dinámica emocional, que se encuentra en el centro de nuestro análisis, se ilustra primeramente en sus condiciones macro a través de la transformación de dos emociones: el miedo y la vergüenza, donde su disminución se encuentra ligada a cambios estructurales en la sociedad. Luego, hemos observado la presencia de condiciones subjetivas donde destacan los shocks morales, los dispositivos de sensibilización, la construcción de lazos afectivos y los mecanismos culturales de aprendizaje y valoración de comportamientos agresivos. Esas condiciones darían finalmente cuenta de la creación de una identidad colectiva que permite el mantenimiento de la actividad y del compromiso militante.
El análisis de la experiencia chilena muestra de manera concreta las diversas formas de compromiso militante según el lugar donde ellas nacen, se despliegan y se transforman. Hemos identificado, por un lado, un activismo radical originario de grupos comunitarios, los cuales, por medio de un trabajo emocional, incitan desde la niñez a un activismo radical. Por otro lado, observamos que son generalmente los jóvenes originarios de esos grupos comunitarios los que en el interior de los liceos en toma, como ocurrió durante las movilizaciones de 2011, motivan a optar por otra vía de compromiso militante. Esta última, mucho más espontánea, se origina en un evento contestatario puntual, que, sin embargo, puede conducir a una militancia de largo plazo.
Ciertamente, los eventos que componen cada dinámica emocional pueden ser diferentes. Sin embargo, los elementos emocionales se repiten. Nosotros solo hemos trabajado aquellos elementos que han sido identificados en los relatos de vida y en las observaciones de campo. Esos ejemplos constituyen, no obstante, una simple muestra de un gran abanico de elementos emocionales que influyen en el compromiso militante de alto riesgo en los jóvenes estudiantes provenientes de barrios populares.