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Desafíos

Print version ISSN 0124-4035

Desafíos vol.32 no.1 Bogotá Jan./June 2020

 

Sección general

La sociología histórica, la teoría de las relaciones internacionales y la condición imperial*

Stephan Stetter** 

** Profesor Titular de Política Internacional y Estudios de Conflictos en la Universidad de las Fuerzas Armadas en Munich, y coeditor de la revista "Zeitschrift für Internationale Beziehungen".


Estimados y estimadas colegas, buenos días.

Me siento honrado por dictar esta conferencia con ocasión del congreso sobre el "Estado y futuro de las relaciones internacionales en América Latina" aquí en Bogotá. Estoy agradecido con la profesora Arlene Tickner y con la Universidad del Rosario por haberme invitado. Es mi primera visita a este maravilloso país y, de hecho, a este continente. Las cosas podrían haber sido diferentes si mi abuela, quien era de Stuttgart, se hubiera embarcado en un barco de vapor en 1933. Ella ya tenía un boleto a Buenos Aires cuando vivía como au pair en Francia a principios de 1933. Sin embargo, después de que los nazis tomaron el poder en Alemania, las autoridades francesas la enviaron de regreso a Alemania y nunca pudo salir de Europa con destino a Suramérica como ella lo había previsto. En cambio, conoció a mi abuelo. Y así, el giro latinoamericano de la familia Stetter nunca ocurrió. Al menos hasta hoy. Estoy muy contento de estar aquí con ustedes.

Estimados colegas, imagínense a un extraterrestre visitando nuestro maravilloso planeta con la intención de sobresalir en el arte de la teoría de las relaciones internacionales (RI). Nuestro extraterrestre ya tiene un conocimiento rudimentario sobre cómo los humanos llevan a cabo los estudios de ciencias sociales y, por lo tanto, se ha familiarizado con la hermenéutica y con los métodos etnográficos. Equipado con este conocimiento, nuestro extraterrestre aplica dos estrategias diferentes para aprender sobre la teoría de las relaciones internacionales. La primera, que puede llamarse la estrategia hermenéutica, es pasar horas y horas en una biblioteca polvorienta leyendo la literatura teórica canónica escrita por Hedley Bull, Kenneth Waltz, Alexander Wendt, Barry Buzan y otros autores clásicos de las relaciones internacionales. La otra estrategia es más de naturaleza etnográfica. El extraterrestre se sumerge en el campo y encuentra al subalterno. Él o ella simplemente sube a un taxi en, digamos, El Cairo, Delhi o Estambul, realiza un viaje largo y conversa con el taxista sobre la política internacional.

Dejando de lado la pregunta sobre cuál de estas dos estrategias pone a nuestro extraterrestre en contacto con teorías de conspiración más oscuras y suposiciones más audaces, lo que surge del experimento será la confusión. Por lo tanto, mientras que el estudio hermenéutico sugiere a nuestro visitante que la teoría de las relaciones internacionales es un proyecto universalista en el que el objetivo es llegar a algún tipo de gran teoría planetaria que explique cómo funciona la política internacional independientemente del tiempo y del espacio, y en realidad sin realmente escribir sobre ejemplos concretos de la política internacional, el enfoque etnográfico sugiere que el mundo es todo menos universal. Más bien es bifurcado, su forma deriva fundamentalmente de dos divisiones casi infranqueables cuando se trata de poder en la política internacional: por un lado, de la división entre el sur global y el Occidente. Y, por otro lado, de la división entre la pequeña élite de la clase global en la política exterior frente al resto de la gente. Qué sentido tiene hacer esto, pregunta nuestro alienígena. Y esta es, también, la pregunta que me gustaría abordar en esta conferencia.

A continuación, me gustaría enfatizar los siguientes tres puntos principales. En primer lugar, las teorías canónicas de las relaciones internacionales se encuentran en un estado de crisis. John Hobson (2012) describe como un eurocentrismo arraigado el lugar donde las teorías clave de las Rl se quedaron atascadas, lo que las hace asépticas y sufrir por falta de profundidad histórica. Además, son teorías escritas principalmente en y para el norte global. Teorías que se atascaron en la prisión de la modernidad colonial, como David Blaney y Arlene Tickner (2017) lo expresan muy bien. En segundo lugar, no hay necesidad de entrar en pánico. Esta crisis de las teorías tradicionales de las relaciones internacionales se puede superar si los académicos de nuestra disciplina se abren a más contactos con el mundo académico por fuera de ella. En un nivel teórico, eso significa abrirse a teorías más amplias de las ciencias sociales sobre lo que denomino la condición global moderna. Empíricamente, esto significa no solo enfocarse, como lo hace la corriente principal de las relaciones internacionales, en cómo se ve la política internacional desde la perspectiva de los Estados occidentales o desde las burocracias de la gobernanza internacional. Lo que se requiere es, para citar al sociólogo Niklas Luhmann (2009), diseñar una teoría que aborde la "causalidad en el sur", contrarrestando así el eurocentrismo arraigado en la disciplina. En tercer lugar, los enfoques histórico-sociológicos de la política internacional constituyen una estrategia muy prometedora para esa meta. Como propongo demostrar, estos permiten a las relaciones internacionales integrar la distribución desigual del poder en la política global -sobre la cual nuestro extra-terrestre ha escuchado tanto por los conductores de taxis en Dakar y en Skopje, pero ha leído poco en las teorías clásicas- a un lenguaje teórico rico que, con suerte, puede rejuvenecer las teorías de la disciplina como un todo.

Un enfoque histórico-sociológico de las relaciones internacionales destaca, en particular, la importancia fundamental de las estructuras y las prácticas de las dinámicas de campos imperiales y poscoloniales en la forma en que funciona la política internacional, tanto históricamente como en la actualidad. En pocas palabras: el colonialismo y el imperialismo no son simplemente una de las muchas dimensiones de la política internacional, sino su nucleo estructural. Y un enfoque histórico-sociológico es capaz de concebir estas dinámicas en términos teóricos que superan las deficiencias de las teorías tradicionales de la disciplina en este respecto. El precio que se pagará por esto (argumentaría que es más una recompensa) es que tenemos que integrar las relaciones internacionales al universo más amplio de las teorías de las ciencias sociales en lugar de ver sus teorías como una rama solitaria de la teorización, como de manera discutible se hace en las teorías canónicas de la disciplina. En ese sentido, y en el lenguaje de nuestro alienígena, la salvación de las teorías proviene del borde exterior de la galaxia, del borde exterior de las teorías histórico-sociológicas de los imperios y del colonialismo.

Esta exploración no tiene que empezar desde cero. Una mirada a los debates en las principales revistas durante la última década revela que un enfoque teórico nuevo está ganando prominencia en la disciplina. Así, además de las teorías clásicas y canónicas de las relaciones internacionales, como el liberalismo, el realismo, el constructivismo social y el posestructuralismo, que Yosef Lapid (1989) anunció en su maravilloso artículo sobre los grandes debates de la disciplina, lo que vemos es lo siguiente: en la periferia de la disciplina, han surgido nuevas teorías y enfoques que abordan la desigualdad de la distribución del poder en la política mundial y la centralidad de la bifurcación entre el norte global y el sur global para comprender la estructura constitucional más profunda del sistema político global. Cuando hoy se habla de los imperios en las relaciones internacionales, no solo se evocan constelaciones históricas, como el Imperio Habsburgo o el Imperio otomano, y mucho menos el Imperium romanum, que dio origen a la palabra. El recurso a los imperios y a las estructuras coloniales y poscoloniales hoy es de relevancia no solo para las investigaciones históricas, sino que también ocupa un papel mucho más prominente en los estudios sobre la política mundial contemporánea que hace una o dos décadas. La teoría poscolonial es, por supuesto, el enfoque más conocido al respecto, pero, en mi conferencia, me gustaría plantear algunos argumentos por los que enriquecerla con un enfoque histórico-sociológico es un esfuerzo que vale la pena.

A continuación, abordaré esto desde tres ángulos principales. En un primer momento, haré una breve reseña sobre cómo se estudian el imperialismo y el colonialismo en las teorías contemporáneas de las relaciones internacionales. En particular, destacaré a la escuela inglesa, las teorías poscoloniales y las teorías del imperio neoliberal. Como ya se mencionó: a pesar de este renovado interés conceptual y teórico en el imperialismo y el colonialismo en las relaciones internacionales, la disciplina solo se ha involucrado de manera rudimentaria con los debates en la historia global y la sociología histórica, posiblemente dos campos en los que se llevan a cabo actualmente los estudios más densos empíricamente y más matizados teóricamente sobre el imperialismo y el colonialismo. Por eso, en un segundo momento, presentaré aquí los principales contornos de estos enfoques histórico-sociológicos. Por último, trataré de describir cómo estas consideraciones conceptuales pueden ser fructíferas para el estudio de la política mundial y, más específicamente, para un rejuvenecimiento de la teoría de las relaciones internacionales entendida como una sociología política histórica de lo internacional. En particular, resaltaré, en este último punto, cómo los estudios histórico-sociológicos sobre el imperialismo y el colonialismo se pueden reunir en el estudio de la política mundial al ponerlos en diálogo con las teorías de la sociedad mundial, y con otras teorías centrales sobre las múltiples modernidades globales, para que sean fructíferos.

Entonces, ¿cómo se tratan los conceptos de colonialismo e imperialismo en las relaciones internacionales? ¿Y cuál es la razón del aumento relativo en la prominencia de estos dos conceptos en la literatura de las últimas dos décadas? Una razón se relaciona con la sociología del conocimiento y ha sido bien descrita en el artículo de Ole Waver (1998) con "las relaciones internacionales como una disciplina no tan internacional". El panorama general es bien conocido: el tipo de teorías que encontramos en las principales revistas y libros proviene casi en su totalidad de universidades de Europa y América del Norte, con algunas excepciones que confirman esta regla. La disciplina -uno puede resumir- está cojeando. Una pierna funciona bien y con esta se tratan las perspectivas occidentales sobre las relaciones internacionales -ya sean los grandes juegos estratégicos entre las superpotencias durante la Guerra Fría, los procesos de integración y legalización en las organizaciones internacionales o las formas en que funcionan normas como los derechos humanos y la buena gobernanza-. No obstante, a menudo la disciplina no apoya esto en una segunda pierna igualmente fuerte: por eso, las relaciones internacionales cojean cuando se trata de teorizar el mundo global moderno. Todo lo que no está en sintonía con lo que de hecho son perspectivas eurocéntricas provinciales en lugar de universales es ignorado con frecuencia, al menos a nivel teórico.

Aquí, uno podría pensar en el lado oscuro de la política occidental, por ejemplo, en las no tan nobles intenciones detrás de políticas aparentemente benignas, desde mantener el estándar de la civilización a finales del siglo XIX hasta las llamadas intervenciones humanitarias en el siglo xxi. Aunque también se podría pensar en perspectivas teóricas que integraran sistemáticamente las perspectivas sobre y desde el sur global. Como mi ejemplo del taxista lo demostró anteriormente: las históricas y contemporáneas asimetrías de poder entre Occidente y el sur global, pero también la distinción entre una élite de la política exterior globalizada y la gente común, simplemente se hacen más y más visibles cuanto más nos alejamos de los centros metropolitanos del Occidente o del núcleo de las organizaciones internacionales con funcionarios educados en Occidente. En Occidente esto se puede ignorar mucho más fácilmente, y eso es lo que también ocurre en las relaciones internacionales convencionales. En suma, esto explica por qué las teorías canónicas son tan sospechosamente silenciosas cuando se trata del imperialismo y del colonialismo.

Una excepción parcial aquí es la escuela inglesa. Debido a su enfoque general en los orígenes históricos y la expansión global de su concepto central de la "sociedad internacional", la escuela inglesa tiene incorporado un interés empírico en el gobierno colonial y en las relaciones entre las grandes potencias. Esto también incluye investigaciones clave sobre cómo la lucha anticolonial del siglo XIX en Japón, China o Turquía fue moldeada por una aspiración para integrarse a la sociedad internacional como una estrategia para contrarrestar las intrusiones occidentales. Edward Keene (2014) y Barry Buzan (2014) se han centrado en el llamado "estándar de civilización" como una efectiva herramienta normativa y práctica, mediante la cual se mantuvo el dominio colonial occidental hasta el siglo xx. Buzan también se ha aventurado en un territorio generalmente ocupado por el poscolonialismo al preguntar cómo las políticas aparentemente universales -como el buen gobierno, las intervenciones humanitarias y otras- todavía están vinculadas a alguna noción subyacente de jerarquía civilizacional en la política internacional que privilegia a Occidente frente al resto del mundo. Además, Buzan y George Lawson (2015) han resaltado la centralidad de las relaciones coloniales e imperiales entre centro y periferia en el siglo xix para la forma en que la sociedad internacional se consolidó en este período. Otros como Ana González-Peláez (2009) y Morten Valbjorn (2004) han mostrado cómo el concepto de la sociedad internacional de la escuela inglesa puede aplicarse al estudio de sociedades internacionales regionales no occidentales, como Oriente Medio. Pero, aparte de la escuela inglesa y, por supuesto, de los enfoques marxistas como la teoría del sistema-mundo, hay poca cobertura del imperialismo y del colonialismo en las teorías centrales de las relaciones internacionales.

Esto tuvo que ser traído desde fuera de la disciplina, lo que se muestra más claramente en la creciente referencia a las teorías poscoloniales en las relaciones internacionales, tendencia que comenzó a principios de la década de 1990, como en el caso de Darby (1997) y Paoloni (1999). No solo en los estudios sobre paz y conflicto, sino también en los estudios críticos sobre seguridad y en otros subcampos, vemos un aumento de lo que se conoce en la jerga actual de las relaciones internacionales como el "nivel local", que generalmente significa regiones no occidentales y las personas que viven en ellas, y no solo significa los líderes, sino también la gente común, es decir, lo subalterno y su papel en la política internacional. Los estudios poscoloniales a nivel local han sido el vehículo para un número creciente de análisis sobre el sur global que los estudiosos de las relaciones internacionales ya no parecen considerar más como el territorio de los estudios de área. Sin embargo, este mayor interés en el colonialismo y el imperialismo también está relacionado con el estado de la teoría. Creo que no es casual que veamos un interés creciente en las estructuras poscoloniales e imperiales de la política mundial, al mismo tiempo que figuras como Barry Buzan y Richard Little (2001), Tim Dunne, Colin White y Lene Hansen (2013), John Mearsheimer y Steven Walt (2013) y otros han diagnosticado una crisis o hasta el fin de las teorías de las relaciones internacionales.

Sin discutir los detalles de este debate, es justo decir que la crítica tiene dos ángulos. Por un lado, cada vez hay menos grandes teorías en la disciplina. Si bien los aspectos individuales de las relaciones internacionales se estudian con herramientas conceptuales y metodológicas cada vez más sofisticadas, existe una inclinación decreciente a teorizar sobre la estructura fundamental del orden político global. Si uno rechaza la gran teoría como condenado al fracaso, esta es una buena noticia. Pero para una disciplina que siempre se ha definido en relación con los grandes debates impulsados por la teoría sobre la naturaleza misma de la política internacional, este es un desarrollo decepcionante. Otra conclusión que se puede extraer de este debate sobre la crisis de la teoría es que aquellos que buscan teorías inclusivas del orden global tienen que superar la orientación interna de los enfoques tradicionales. Solo se puede notar que, si bien estas teorías son "moneda fuerte" o capital en términos bordieusianos, que hacen y rompen carreras dentro de la disciplina, las teorías tradicionales de las relaciones internacionales tienen poco peso intelectual fuera de la disciplina. Aquí es de donde proviene la petición de Barry Buzan y Richard Little de integrar las islas de la teoría de las relaciones internacionales en un archipiélago teórico más grande de las ciencias sociales enteras. Y esta petición, sugiero, conduce casi automáticamente, por un lado, a una consideración sistemática de las teorías de la modernidad global y, por el otro, al cimiento histórico de la modernidad global en una estructura social desigual conformada por las formas imperiales y coloniales de gobierno.

Inspirándose en los escritos poscoloniales clásicos de Frantz Fanon (1965) sobre Argelia, William Du Bois (2007 [1903]) sobre la línea de color global y la contribución de Edward Said (1978) sobre cómo se percibe al Oriente en el pensamiento intelectual y político occidental, los estudios poscoloniales en las relaciones internacionales han destacado que existe un antagonismo fundamental en la política global. Los argumentos son bien conocidos. Existe un antagonismo entre un Occidente orientalizante como potencia de la política internacional y un sur global orientalizado en el que diversas estrategias de adopción y resistencia al dominio occidental han dado forma a las políticas exteriores durante los dos últimos siglos. Como también se sabe, el poscolonialismo ha demostrado que existe una mentalidad global muy arraigada que atribuye la racionalidad y la seguridad a Occidente, mientras que los conflictos, los Estados y las personas del no Occidente se construyen regularmente como problemas de seguridad que deben ser regulados y controlados.

El argumento central en el pensamiento poscolonial entonces es que tales percepciones del Yo y del Otro en las relaciones internacionales van de la mano con asimetrías de poder profundamente arraigadas. No son solo charlas baratas. En otras palabras, las mentalidades tienen consecuencias en el mundo real, comenzando por el alcance colonial de las potencias europeas desde finales del siglo XV y conduciendo a la actual condición poscolonial que perdura incluso décadas después de la desaparición formal de la mayoría de los sistemas coloniales formales. Pensemos aquí sobre el imperativo de seguridad que subyace a los proyectos de construcción de paz en zonas de conflicto, como los estudiaron Oliver Richmond (2016), Patricia Owens (2015) y otros. O consideremos la forma en que los constructores de paz proyectan nociones de niveles supuestamente "naturales" de alta violencia en el sur global, como lo estudió Séverine Autesserre (2010) con vistas al Congo. Richmond, Owens, Autesserre y muchos otros han resaltado con razón que la seguridad internacional está moldeada fundamentalmente por una estructura binaria subyacente que yuxtapone un orden global u occidental que necesita ser protegido, y amenazas a este orden que se derivan de la inseguridad que se construye como ontológicamente inherente al sur global: el terrorismo, la pobreza, la violencia, la migración, la corrupción, los conflictos étnicos, los Estados fallidos y otras dinámicas se construyen como problemas del sur global y no como fenómenos que resultan de las desigualdades y asimetrías de poder del propio orden global que necesita ser protegido.

En otras palabras, la forma compleja en que las asimetrías y jerarquías de poder global contribuyen a tales inseguridades es el punto ciego de muchas discusiones académicas y políticas relacionadas con estas amenazas globales. Es una observación interesante y frustrante que esta visión eurocéntrica también sustenta la mayoría de las teorías de las relaciones internacionales que enseñamos a nuestros estudiantes, desde Marx a la teoría de la paz democrática, y de Morgenthau a Wendt. En su libro importante The Eurocentric Conception of WorldPo&tics, John Hobson (2012) demostró que Kenneth Waltz desarrolló su concepto de anarquía basándose en su lectura del etnógrafo estadounidense S. F. Nadel (1957), cuya conceptualización bastante racista habla de una supuesta anarquía en las sociedades tribales africanas a principios del siglo XX.

Si bien podría decirse que la teoría poscolonial es el campo de estudio más prominente en relaciones internacionales que hoy resalta la centralidad del imperialismo y el colonialismo, también se deben mencionar las diversas teorías del imperio. O mejor: la teoría de un imperio neoliberal global con Estados Unidos como centro, ya que esto ha sido estudiado por Michael Hardt y Antonio Negri (2000), así como por Susan Strange (1996), y también figura en la conceptualización de la política global de Justin Rosenberg (1994). En este contexto, el imperio se ha convertido en un término bastante amorfo. Estados Unidos es el centro, pero la forma en que funciona este imperio del siglo xxi es mucho más descentralizada en comparación con las épocas anteriores. John Ikenberry (2001) o Rixen, Viola y Zürn (2016) y Mark Mazower (2009), en el campo de la historia global, han vinculado esta discusión sobre el imperio a la estructura institucional de las relaciones internacionales. Por lo tanto, lo que vemos en el contexto de la ONU y de precursores como la Liga de Naciones puede describirse como una desigualdad institucionalizada basada en reglas establecidas por el poder imperial líder de la época, como Gran Bretaña en la década de 1920 y Estados Unidos en la década de 1940.

No obstante: a pesar de sus méritos indiscutibles por cambiar la atención en las relaciones internacionales a las perspectivas del sur global, tanto las teorías del poscolonialismo como las del imperio tienen deficiencias. Ninguna ha logrado abordar la crisis mencionada anteriormente de las teorías clásicas y aún no han conseguido sugerir un marco teórico alternativo integral para la política mundial. La razón de esto es que las teorías poscoloniales a menudo permanecen estancadas en una visión en última instancia politizada de las relaciones internacionales. La imagen maniquea de que el mundo está dividido en Occidente y el resto es de insuficiente complejidad, y corre el riesgo de ignorar las enormes diferencias que existen entre los distintos entornos poscoloniales: Oriente Medio es diferente de América Latina. China es otro caso que África Occidental y el sudeste asiático se diferencia de los Balcanes. En resumen, lo que nos muestran las teorías poscoloniales es que vale la pena estudiar las dinámicas imperiales y poscoloniales en la política mundial, pero creo que desde la perspectiva de la teoría de las relaciones internacionales aún hay mucho más que decir sobre los fundamentos imperiales y poscoloniales del orden político global.

Esto me lleva a mi segundo punto. Al tratar de encontrar teorías innovadoras sobre el imperialismo y el colonialismo, no se pueden ignorar los hallazgos de la investigación en la sociología histórica y en la historia global, como también sostuvo Sanjay Seth (2009). En ambos campos, uno de los argumentos centrales es que el siglo XIX, o el largo siglo XIX, como suele llamarse, debe considerarse como el período de tiempo constitutivo de nuestro orden global moderno. Esto no solo se relaciona con el grado en que el gobierno colonial e imperial se institucionalizó en el siglo XIX, sino también, como observan Barry Buzan y George Lawson (2015) y Mathias Albert (2016), al surgimiento de un verdadero orden político internacional global en este período. Como señala Jürgen Osterhammel (2014), uno de los principales investigadores contemporáneos en historia global: la transformación del mundo, dominada por Occidente en el siglo XIX, también implicó "el nacimiento de las relaciones internacionales como las conocemos hoy" (p. 394). Lo interesante aquí es, en particular, la petición de Osterhammel de combinar dos líneas de investigación disecadas con demasiada frecuencia. Por lo tanto, él sugiere hacer más esfuerzos para combinar la "historia de la diplomacia de las grandes potencias en Europa y la historia de la expansión imperial" (p. 396). Creo que este es un buen indicio para comprender mejor cómo superar la crisis teórica de las relaciones internacionales. Por lo tanto, las teorías canónicas generalmente solo están interesadas en la dimensión anterior y, de hecho, desarrollan la teoría desde esta dimensión: las relaciones de las grandes potencias y sus diversas graduaciones. Esto es lo que subyace a las nociones del Estado y de la soberanía en relaciones internacionales, y también a las de la anarquía y de los dilemas de seguridad. El segundo aspecto, sin embargo, la expansión imperial, solo recibe atención teórica de vez en cuando y de manera dispersa. A pesar de la tremenda importancia empírica de las dinámicas imperiales y poscoloniales en las relaciones internacionales contemporáneas, sus teorías tienen poco que decir al respecto.

Entonces, ¿qué nos dice la historia global sobre la condición imperial-colonial? La palabra clave aquí es la transnacionalización. Así, los imperios, como el Imperio británico, el Imperio ruso, el Imperio otomano, Austria-Hungría y más tarde también Estados Unidos y Japón proporcionaron un ambiente fértil, particularmente en forma de infraestructura y tecnología, para la difusión de prácticas y para la circulación de estas. De ideas entre centros metropolitanos y colonias. Los estudiosos de la historia global han demostrado que esto, y la rivalidad entre los imperios, por ejemplo, en el debilitado Imperio otomano en el siglo XIX, no solo aceleró la innovación tecnológica y económica, sino que también respaldó la expansión mundial de ideologías clave de nuestra era, como el nacionalismo, la autodeterminación y los derechos humanos. La difusión global de estas ideas se produjo, paradójicamente, como una consecuencia a menudo involuntaria de las políticas violentas y coercitivas llevadas a cabo por las potencias coloniales que estaban destinadas a evitar que estas ideas se extendieran a los sujetos coloniales. Un buen ejemplo de esto es Egipto. Así, el surgimiento del islam político como una poderosa fuerza política, hasta hoy, fue el resultado paradójico de dos procesos interrelacionados pero bastante distintos: la resistencia a las aspiraciones coercitivas de los coloniales británicos en Egipto, por una parte, y una circulación no violenta de ideas acerca de la autodeterminación, el nacionalismo y el papel de la cultura y la religión que se discutió en las redes intelectuales entre los reformistas musulmanes y los intelectuales europeos en ese momento. Mohammed Abduh, uno de los padres fundadores del islam político, se opuso al colonialismo británico, pero también tuvo un intercambio intenso, basado en cartas y visitas, con intelectuales europeos (Kedourie, 1997). Dada la impresionante evidencia empírica recopilada por los historiadores globales con una visión de la dinámica de la transnacionalización que se contrajo en el mundo durante el siglo xix, es lamentable que la historia global vacile en extraer consideraciones teóricas más amplias de ella. Por lo tanto, es revelador que, en el capítulo de Osterhammel (2014, cap. 8) sobre el imperialismo en su obra The Transformation of the World, él solo se permita introducir un poco de teoría, absteniéndose de sacar conclusiones teóricas más amplias.

No obstante, hacer afirmaciones teóricas más amplias es exactamente lo que hace la sociología histórica, o mejor la sociología histórica global. La sociología histórica combina la teorización innovadora con la profundidad empírica y es, en mi opinión, el punto de partida ideal para la salvación de la teoría de las relaciones internacionales. ¿Cuáles son las contribuciones de la sociología histórica para el estudio del imperio y el colonialismo? La primera es la clasificación y las definiciones básicas. Un argumento central y, en mi opinión, convincente en la sociología histórica es que el imperialismo es el término general que abarca tanto el imperialismo formal, también conocido como colonialismo, como las múltiples expresiones informales del gobierno imperial. Una definición de trabajo general, presentada por el politólogo Michael Doyle (1986), es que el imperialismo describe una "relación de control político impuesta por algunas sociedades políticas sobre la soberanía efectiva de otras sociedades políticas" (p. 19). Este control político puede tomar muchas formas: militar, burocrático, legal, económico o cultural, generalmente se trata de una mezcla de estos. Y puede manifestarse en términos formales e informales. Como destaca George Steinmetz (2014), una de las principales figuras de la sociología histórica global, el imperialismo y el colonialismo no han disminuido en importancia después de la descolonización. Así, el dominio imperial incluye todas las formas de "control político de tierras extranjeras que no necesariamente conlleva la conquista, la ocupación, y el dominio extranjero permanente" (p. 59).

¿Qué hace que la sociología histórica sea innovadora desde una perspectiva teórica? Permítanme resaltar tres contribuciones principales de la sociología histórica que agudizan la forma en que observamos las bases coloniales e imperiales y, como un efecto secundario agradable, podrían ayudar a superar la crisis de la teoría de las relaciones internacionales. La primera característica innovadora es la vinculación de una sociología del poder y de la dominación, o Herrschaft en términos weberianos, con la teoría del campo bourdieusiano. La sociología histórica se extiende así más allá de las tipologías habituales de los sistemas imperiales de gobierno en la historia global. Steinmetz y otros como Julian Go (2011) consideran a los Estados coloniales, pero también a los entornos poscoloniales, como campos semiautónomos. Por lo tanto, dentro de estos campos, los actores como las autoridades coloniales, las élites locales y los actores gubernamentales y no gubernamentales internacionales luchan por lo que puede denominarse capital "imperial", que es específico de este campo semiautónomo. Este enfoque en el capital específico del campo y en las diferentes formas de hábito imperial que resultan de eso ha dado forma a un fascinante programa de investigación que permite identificar similitudes, pero también las grandes diferencias en distintos proyectos imperiales.

El segundo aspecto innovador es que, a diferencia de muchos estudios de las relaciones internacionales en los que el sur global aparece como víctima en un juego global que juegan los actores occidentales, la sociología histórica global destaca tanto las asimetrías de poder entre el centro metropolitano y la periferia, como la autonomía parcial de esta periferia. El campo imperial-colonial es un campo semiautónomo y, por lo tanto, no puede entenderse como un mero apéndice de los poderes coloniales e imperiales. Podría decirse que la sociología histórica incluso podría beneficiarse más en ese sentido si se involucra más sistemáticamente con las teorías del poder en las ciencias sociales. Un ejemplo es la noción de poder alternativo de Michel Foucault, tanto desde arriba como, por ejemplo, las élites locales, o desde abajo, el famoso poder del subalterno que resulta de la expansión global de las subjetividades modernas. Y, finalmente, el tercer aspecto innovador se relaciona, entonces, con los circuitos de retroalimentación del poder colonial en los centros metropolitanos. Un ejemplo estudiado por la sociología histórica global es cómo la violencia y la coacción practicadas por las potencias coloniales regresan a la vida doméstica de estas. No solo hay continuidades estructurales, sino también biográficas, de los funcionarios coloniales que trajeron de vuelta las prácticas coercitivas, por ejemplo, los oficiales de la policía de Estados Unidos que tradujeron sus estrategias de contrainsurgencia en Filipinas al control de los vecindarios de Chicago, a la manera en que alemanes, franceses y los oficiales británicos en la Primera Guerra Mundial diseñaron sus estrategias militares en los campos de batalla europeos basándose en las prácticas que ya habían aplicado en los reinos coloniales en las dos décadas anteriores a la guerra.

Estos tres focos de investigación en sociología histórica ofrecen un rico aparato teórico para las relaciones internacionales que solo espera ser estudiado en muchos estudios de caso y desde perspectivas comparativas. Pero, a pesar de estos elogios, creo que desde una perspectiva de nuestra disciplina aún queda un problema. Por lo tanto, el foco principal de la investigación en sociología histórica son las dinámicas de poder y las asimetrías dentro de los campos coloniales y poscoloniales. En otras palabras, lo que interesa es la forma en que emergen y evolucionan los campos semiautónomos. Por supuesto, no discuto que estos campos son tremendamente importantes. Sin embargo, son solo partes de un sistema global de política internacional que, según Buzan y Lawson (2015), Osterhammel (2014), Bayly (2004) y otros, se consolidaron en su forma actual en el siglo xix. Y este sistema global en su conjunto, y el papel que desempeñan el imperialismo y el colonialismo dentro de este sistema, se ha estudiado en mucho menor grado en sociología histórica. Este es precisamente el nivel en el que hay mucho que ganar para las Rl. No solo para tener más estudios sobre el colonialismo, el imperialismo y el orden global, sino también para contribuir a superar la crisis teórica ya mencionada ofreciendo nuevos entendimientos teóricos de la estructura fundamental del sistema internacional. Supongo que eso es lo que Julian Go (2014) tiene en mente cuando afirma, pero no elabora, que el estudio de los imperios es el "camino hacia la nueva forma global" (p. 178). También Steinmetz (2013) propaga un cambio "alejándose de un enfoque en los Estados como el nivel más alto de organización política" y sugiere que los imperios son "totalidades complejas y sobredeterminadas" (p. 3). Pero cómo esta totalidad, y, por lo tanto, el sistema internacional en su conjunto, está conformada por las características coloniales, poscoloniales e imperiales sigue siendo vago.

Para ser justo, abordar esta cuestión no es la preocupación de la sociología histórica global. Pero debería ser la preocupación de las teorías de las relaciones internacionales. Hay, sin duda, muchas maneras diferentes de cumplir con la meta. Pero, desde mi punto de vista, empezar con la perspectiva de una teoría de la sociedad mundial será una estrategia muy prometedora. Me refiero aquí a las teorías de la sociedad mundial en la tradición de la teoría sistémica moderna de Niklas Luhmann (2006) y de otros. No obstante, al aceptar la petición de Foucault de considerar las teorías de las ciencias sociales como herramientas serias, la teoría de la sociedad mundial comparte muchas credenciales con otras teorías de las ciencias sociales que reflejan la condición moderna, una condición que, para bien o para mal, es bastante global. De este modo, la teoría de la sociedad mundial puede enriquecerse y fortalecerse inspirándose en la teoría de la política mundial, la teoría del sistema-mundo, los estudios sobre la gubernamentalidad global y la teoría bourdieusiana de los campos sociales, por mencionar solo algunos candidatos que, de una u otra manera, resaltan la paradoja de un orden global que al mismo tiempo está muy interconectado, pero también altamente diferenciado en múltiples modernidades globales.

Por lo tanto, lo importante es resaltar que, cuando hablo de la sociedad mundial, esto no debe ser entendido como una forma de comunidad normativamente integrada. De hecho, la sociedad mundial tiene que ver con la diferenciación, no solo a nivel sistémico, sino también a nivel de roles y hábitos. Para utilizar un concepto de Bourdieu, la sociedad mundial es el mayor campo de lucha posible para concebir. Y dentro de la sociedad mundial moderna han surgido diferentes sistemas o campos con un grado de autonomía considerable y en los que se producen luchas específicas para ellos. Luhmann llama a esto un proceso de diferenciación funcional. Así, en la modernidad, diferentes sistemas como la política, el derecho, la economía, la religión, la ciencia y otros desarrollan más y más modos internos de operación. Se vuelven más complejos y autónomos, pero al mismo tiempo más interdependientes, un tema sobre el que Jochen Kleinschmidt (2018) también ha escrito. Siguiendo lo que he sugerido en relación con lo que sostienen los estudiosos de la historia global y algunos académicos de orientación histórica en el campo de las relaciones internacionales: el sistema internacional tal como lo conocemos hoy en día es exactamente tal sistema autónomo. Y, al igual que con otros sistemas y la modernidad en su conjunto, el largo siglo xix ha sido fundamental en el sentido de que la globalización de este sistema internacional ocurrió exactamente durante este período. Ver el ámbito internacional como un sistema sugiere que este sistema es más que sus partes. Es un sistema, o campo, que se define por las relaciones que tienen lugar dentro de él. En términos bordieusianos: las luchas por el capital, el estatus y el hábito definen las posiciones dentro del campo. Por eso, desde la perspectiva de la sociedad mundial, el poder, el gobierno y la resistencia son conceptos clave para el estudio de la política internacional.

¿Cómo entran en juego el colonialismo y el imperialismo? Permítanme cerrar mi conferencia sugiriendo tres puntos de partida principales para tal esfuerzo teórico. Primero: las luchas en todos los campos producen ideas normativas de orden sobre actores legítimos y formas de acción apropiadas. Esto también incluye ideas sobre órdenes alternativos, ya que sabemos, parafraseando a Foucault (1982), que incluso el orden más totalitario no puede excluir la resistencia y la oposición. En la teoría de la sociedad mundial, estas ideas de ordenación se denominan "fórmulas de legitimación" (Luhmann, 2006, p. 741). Estas fórmulas de legitimidad no tienen un estatus ontológico propio, siempre son constructos culturales. Lo que me gustaría sugerir es que el imperialismo y el colonialismo han sido las dos fórmulas de legitimación clave que desencadenaron la diferenciación del sistema internacional moderno como un campo autónomo en el siglo XIX, y que continúan operando, aunque en un formato transformado, como fórmulas de legitimación importantes de la política mundial hasta hoy. Esta manera de ver el imperialismo y el colonialismo como fórmulas de legitimidad, que definen las luchas dentro del campo de la política internacional, puede, en mi opinión, vincularse a lo que creo que es una discusión bastante innovadora en las relaciones internacionales sobre instituciones primarias de la sociedad internacional, como Buzan (2004, p. 161) las llama, o instituciones fundamentales, como lo tiene Christian Reus-Smit (1997). Por lo tanto, en las escuelas principales de la escuela inglesa, los candidatos centrales, como la soberanía, la diplomacia, la guerra, los derechos humanos y el equilibrio de potencias, son algo así como la estructura constitucional subyacente, pero en gran parte no escrita, de la política internacional. Estos no solo definen lo que se considera una acción legítima y de oposición en la política mundial, sino que también enmarcan nuestra comprensión de quién puede ser considerado un actor dentro del sistema respectivo.

Sin embargo, el problema con el concepto de instituciones primarias de la escuela inglesa es que hasta el momento ha preferido reunir un número cada vez mayor de tales instituciones primarias, pero se ha mostrado reacio a discutir cualquier jerarquía entre ellas. En mi opinión, hablar de una jerarquía así daría al imperialismo y al colonialismo un papel teórico mucho más prominente. Esto no debe ser mal entendido. El imperialismo y el colonialismo hoy significan cosas muy diferentes que en 1878. Y en 1962 significaron algo diferente en comparación con 2019. La política internacional es un sistema dinámico que está sujeto a una evolución constante. Y es por eso por lo que el significado del colonialismo y del imperialismo cambia. El lenguaje formal de la teoría de la evolución social es adecuado para describir este proceso. Permítanme, por lo tanto, resaltar cómo se pueden utilizar, en este contexto, dos conceptos clave de la teoría de la evolución: la reestabilización y la variación.

La reestabilización se refiere a la dependencia del camino que resulta del hecho de que el sistema internacional tal como lo conocemos hoy tomó su forma en el contexto del siglo xix, y de la centralidad de las formas imperiales de gobierno para las relaciones globales en este período. Visto desde esta perspectiva, hay más en la noción de un "siglo xix largo" (Hobsbawm, 2009, p. 14) que el simple hecho de ser una frase pegadiza. Por lo tanto, la idea del largo siglo xix conlleva la idea de que las condiciones contorno en el momento de la aparición de un sistema dado se reproducen más fácilmente de lo que se alteran fundamentalmente. Sin entrar en detalles aquí, creo que esta reestabilización se caracteriza por la notable resistencia de las construcciones de identidad étnica que originalmente fueron impuestas por los poderes coloniales como un medio para controlar las poblaciones locales, y que da forma no solo a la matriz, sino también a la forma en que se habla de muchos conflictos internacionales, desde el Congo hasta Siria y Bosnia en la contemporaneidad. Parte de esta restauración también es la división fundamental del mundo en los discursos de seguridad global en un orden global amenazado, por un lado, y los problemas de seguridad que están ontológicamente ligados al sur global, mientras que se 'olvida' de su interacción fundamental con el orden global que produce, al menos en parte, estos problemas de seguridad en primer lugar.

Esto también es de gran relevancia en vista de las identidades subyacentes que dan forma al sistema de la política mundial. El concepto de la "ansiedad poscolonial" (Krishna, 1999, p. 73) viene a la mente aquí. El miedo a volverse, una vez más, sujeto a las políticas imperiales de Occidente moldea, por ejemplo, el discurso contemporáneo de la política exterior en Turquía. La ansiedad poscolonial surgió originalmente en el Imperio otomano en el siglo xix y principios del xx, cuando las potencias occidentales y los actores locales, como los kurdos y los árabes, durante incluso un breve período se aventuraron a reducir las partes turcas del Imperio otomano a un Estado marginal en Anatolia. Estos temores configuran las percepciones de la política exterior en Turquía hasta hoy, tanto entre élites como entre los taxistas, y es difícil diferenciar entre qué tan real es la creencia en esta narrativa y en qué medida se utiliza para manipular la opinión pública. No obstante, la ansiedad poscolonial también existe en Occidente, como lo indican los discursos impulsados por el miedo sobre los migrantes, los extremistas, pero también sobre el ascenso de China en la Unión Europea y en Estados Unidos.

Sin embargo, también hay variaciones. Como lo demuestra la sociología histórica global, los poderes coloniales no controlan completamente lo que está sucediendo. Los discursos evolucionan en direcciones a menudo involuntarias y contingentes. Siempre hay espacio para la resistencia y para órdenes alternativos. Es por eso por lo que el imperialismo y el colonialismo siempre han sido mecanismos mediante los cuales los líderes y las personas en territorios sujetos al gobierno imperial manifestaron su propia subjetividad política y su propia agencia. Existe un debate en la historia global sobre hasta qué punto la difusión global de ideas como los derechos humanos y la autodeterminación nacional ha sido una difusión desde Occidente a otras partes del mundo, o si, de hecho, fue desencadenada por procesos de apropiación local de estas ideas como parte de la resistencia contra Occidente. Esto se puede estudiar en contextos coloniales y cuasicoloniales desde la India hasta Arabia Saudita, Haití, África y el sudeste asiático. También es relevante aquí el tema de cómo los actores no occidentales pueden hacer uso de la oposición a las estructuras coloniales e imperiales para fomentar su configuración de la agenda en organizaciones internacionales, desde la Liga de las Naciones Unidas hasta la ONU. Y, finalmente, el papel de los Estados no occidentales en la formulación de modos alternativos de orden político que operan como un mecanismo contrario al dominio del gran poder. La Liga de los Estados Árabes se basó en tales credenciales, al igual que la OPEP y el Movimiento de Países no Alineados encabezado por India y Yugoslavia durante la Guerra Fría.

Estimados colegas, en mi conferencia, he intentado demostrar que las relaciones internacionales pueden, tanto empírica como teóricamente, beneficiarse de un compromiso intelectual mucho mayor con la teoría y la práctica sobre el dominio imperial y colonial, tanto histórico como contemporáneo. He sugerido teorías de la sociedad mundial y la modernidad global como la caja de herramientas teórica que contiene excelentes instrumentos conceptuales para tal viaje. Este es un aspecto posible para el futuro de las relaciones internacionales, como lo discuten en esta conferencia. Les deseo excelentes discusiones y muchas gracias nuevamente por su atención. Muchísimas gracias.

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* Este texto es una versión revisada de una conferencia magistral dictada por el autor en el taller internacional "Estado y futuro de las relaciones internacionales en América Latina", el 20 de febrero de 2019 en la Universidad del Rosario (Bogotá). Traducida por Jochen Kleinschmidt con la revisión de Sarah Nieto.

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