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Desafíos

Print version ISSN 0124-4035On-line version ISSN 2145-5112

Desafíos vol.35 no.spe Bogotá Nov. 2023  Epub Mar 21, 2024

https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.13982 

Editorial

Conflicto en Ucrania, guerra global

Conflict in Ukraine, Global War

Conflito na Ucrânia, guerra global

1 Universidad del Rosario (Colombia). federman.rodriguez@urosario.edu.co

2 Universidad del Rosario (Colombia). gilberto.molano@urosario.edu.co

3 Universidad Nacional de Rosario (Argentina). esteban.actis@facpolit.unr.edu.ar


Todo acontecimiento internacional suscita preguntas sobre su alcance, tanto temporal como espacial, y sobre la profundidad de su impacto sistémico. En el caso de la guerra entre Rusia y Ucrania, esta no comenzó en febrero de 2022 con la agresión rusa. Bien puede decirse que hay que remontarse a la anexión de Crimea en marzo de 2014 para situar una temporalidad más precisa. Así, desde una perspectiva más amplia, este conflicto, con intermitencias, no va camino de cumplir dos años, sino una década. En relación con su espacialidad, la nueva escala del conflicto a partir de febrero de 2022 tiene implicaciones globales, no tanto por el escenario de la confrontación -al menos por ahora restringido al territorio de los beligerantes-, sino por las dimensiones del despliegue político y diplomático que ha provocado: el desbordamiento de su impacto en ámbitos que van más allá de la guerra misma en un contexto de policrisis y de riesgos globales densamente interconectados, la intensidad de su proyección en la arquitectura institucional internacional y el papel relevante que para algunos efectos han desempeñado actores no gubernamentales de diversa naturaleza. La de Ucrania puede caracterizarse, entonces, como una guerra global enraizada, multiactoral, multidimensional e híbrida (Malacalza, 2023). Los conflictos bélicos entre grandes potencias han sido la norma de la historia de las relaciones internacionales y han ejercido un papel definitivo en la evolución de la configuración del sistema internacional. Pero la guerra en Ucrania, en la que se involucran las grandes potencias actuales -sin que pueda afirmarse sin reservas que se trata de una guerra vicaria (proxy)-, es algo que parece y puede diferenciarse de las guerras sistémicas, como las guerras mundiales, tal como se han producido hasta ahora.

En ese sentido, sin haber alcanzado las dimensiones de una guerra mundial, el conflicto en Ucrania es algo más que un enfrentamiento entre Moscú y Kiev. Sin ser estrictamente una guerra vicaria, es indisociable y compromete intereses del mayor valor estratégico de grandes potencias que no combaten de manera directa. Y siendo en esencia un conflicto armado, no solo se libra más allá del campo de batalla, sino que actúa como catalizador de un conjunto ampliado de riesgos globales -de los cuales es, además, expresión inmediata-. Lo que pasa en Ucrania no queda en Ucrania, y lo que pueda pasar -desde su persistente hibernación hasta la victoria militar de una de las partes o un arreglo diplomático, cualesquiera que sean sus términos específicos- tampoco afectará solo a Ucrania y a Rusia.

Una guerra interestatal en el contexto de policrisis y riesgos globales

Uno de los conceptos más difundidos y debatidos durante el último año en distintos ámbitos académicos, políticos y empresariales ha sido el de policrisis, acuñado por Adam Tooze (2022) para pensar fuerzas interconectadas de forma heurística que se vienen desarrollando y acumulando en el sistema internacional, cuyos efectos combinados y agravantes son de tal naturaleza que su impacto global supera la suma las partes. La matriz de distintas conexiones de crisis (dinámicas y derivaciones intermésticas) transmiten una idea de la situación compleja con la que cualquier actor en el plano internacional tiene que lidiar. Así, la guerra interestatal entre Rusia y Ucrania estalló en un escenario previo convulsionado y agregó nuevas tensiones. Para enumerar algunas de ellas: las tensiones en los mercados de energía y alimentos ya eran muy evidentes en 2021, así como las presiones inflacionarias de la economía global. Por su parte, la guerra afectó la dinámica de la política interna en Europa y Estados Unidos, puso un condicionante negativo a la relación entre Washington y Pekín y alteró los precarios dilemas de seguridad entre distintos actores (por ejemplo, tensiones entre Arabia Saudita y Yemen, y entre Azerbaiyán y Armenia y, desde luego, mayores tensiones entre China y Taiwán). Sin duda, el estallido de la guerra alteró un escenario de "recesión geopolítica" (Bremmer, 2020) y generó una "depresión geopolítica". Como argumenta Paul Poast (2023), la guerra en Ucrania resquebraja el orden de seguridad mundial, como ninguna otra guerra en el siglo XXI.

El telón de fondo de la policrisis en la que tiene lugar el conflicto ruso-ucraniano está conformado por una constelación de riesgos globales, que el Foro Económico Mundial ha definido como eventos o condiciones inciertas que, de ocurrir, pueden repercutir de manera negativa y significativa en varios Estados, industrias o sectores en la próxima década. Durante los últimos dieciséis años, el Foro Económico Mundial ha venido elaborando de manera periódica un reporte que registra la percepción de actores relevantes sobre la probabilidad y el impacto potencial de un inventario de estos riesgos, clasificados en cinco grandes categorías: geopolíticos, económicos, ambientales, societales y tecnológicos. Yendo más lejos, el reporte pretende identificar las interconexiones entre distintos riesgos para subrayar la necesidad de un abordaje multidimensional de ellos, tanto en el análisis como en la construcción de respuestas para su gobernanza (World Economic Forum, 2023).

El principal de los riesgos geopolíticos es, obviamente, el conflicto interestatal; pero un conflicto interestatal es siempre algo más y, sobre todo, en términos de riesgos globales. Una mirada rápida permite conectar hoy día los conflictos interestatales con otros riesgos geopolíticos, como el colapso estatal, la confrontación geoeconómica, la ineficacia de las instituciones multilaterales, los ataques terroristas o el uso de armas de destrucción masiva. También, con riesgos societales (erosión de la cohesión social, migración involuntaria a gran escala, desinformación y malinformación), así como tecnológicos (cibercrimen y ciberseguridad generalizados) y ambientales (crisis de recursos naturales). Ni qué decir de los riesgos económicos. El conflicto entre Ucrania y Rusia ha dado suficiente cuenta de ello.

El momento de policrisis es la clara manifestación de un "interregno" (Sanahuja, 2022), particular del orden internacional en el que, parafraseando a Gramsci, constituye un viejo orden que no termina de morir y un nuevo orden que no termina de nacer. El devenir y resolución de una guerra que va camino a completar dos años cumplirá un papel crucial a la hora de la definición y el perfilamiento de un orden internacional más nítido en cuanto a sus características, aunque tal vez no necesariamente más estable.

La interdependencia como arma

La globalidad del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania obedece en buena medida, tal como se ha señalado, a su multidimensionalidad. En lo relativo a la economía internacional, la guerra expuso con claridad el uso instrumental de la interdependencia como arma (weaponized interdependence). La guerra en cuestión es la primera guerra entre "grandes poderes" (si consideramos a Ucrania como un proxy) que se da en un contexto de fuerte globalización.

La idea de weaponized interdependence se postula como una condición bajo la cual un actor puede explotar su posición dentro de una red para obtener ventajas de negociación sobre otros actores (Farrell & Newman, 2019). Como bien analiza el trabajo de Julieta Zelicovich que integra este dosier, para fines de febrero de 2023 se contabilizaban diez paquetes de sanciones coordinadas entre el G7 (restricciones comerciales y financieras) con limitaciones para ciudadanos y empresas para operar en otros territorios con empresas rusas, y prohibiciones de distinto tipo para individuos y entidades específicas. En materia financiera, el congelamiento de parte de las reservas internacionales del Banco Central de Rusia y la exclusión del sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication) mostraron la centralidad de los Estados Unidos en las redes financieras globales, lo que confirma la idea de la única sanctions superpower (Farrell & Newman, 2022).

Sin embargo, más allá de las capacidades y de la influencia relativa de Occidente en materia comercial y financiera, el paso del tiempo mostró una máxima de las relaciones internacionales: no hay una relación lineal entre el poder como recurso y el poder como ejercicio. La resiliencia de la economía rusa a las sanciones evidenció los límites que tienen los actores estatales, incluso los más poderosos, para afectar y dirigir discrecionalmente las dinámicas de mercado (Eichengreen, 2022). Sin desconocer los fuertes impactos en la economía rusa -en especial en el largo plazo-, a pesar de lo esfuerzos desde Occidente, Moscú logró, de acuerdo con la conceptualización de Keohane y Nye (1987), mostrar sensibilidad (cambiar los resultados cambiando las políticas) y no vulnerabilidad. Sin lugar a dudas, y no obstante el claro impacto de las sanciones, la resiliencia de la economía rusa explica, al menos de modo parcial, la prolongación del conflicto en el tiempo.

El orden internacional contemporáneo y las reacciones ante la guerra en Ucrania1

Otra razón para referirse a la guerra en Ucrania como una "guerra global" atañe al hecho de que prácticamente ningún Estado ha podido evitar fijar una posición al respecto, ya sea en términos de condena fuerte o moderada, de neutralidad o ambigüedad ante la invasión, o de apoyo explícito o implícito a los "legítimos" intereses de Rusia en el este de Europa. Para algunos países, incluso, la guerra en Ucrania ha implicado una reafirmación o revisión de sus objetivos estratégicos de política exterior (véase Kliem, 2023). La necesidad de asumir una postura diplomática o estratégica ante la guerra obedece a que aquella no solo afecta la autopreservación e independencia física, cultural y política de Ucrania2 o los intereses de Rusia en el denominado espacio postsoviético, sino que, sobre todo, transgrede el orden internacional contemporáneo.

Dicho orden, pensado para garantizar unos mínimos niveles de coexistencia, se encuentra moldeado por un conjunto de objetivos supuestamente compartidos por los Estados para, en principio, restringir la violencia internacional, generar confianza y mantener sus independencias y soberanías externas. Esto último corresponde al ejercicio de autoridad en última instancia en un territorio delimitado y reconocido en el plano internacional. Este orden implica también un cierto grado de aceptación -o cuestionamiento, cuando este está en transformación- de la configuración del statu quo internacional, en especial de la "posición privilegiada" de las grandes potencias para mantener dicho orden (Bull, 2002, pp. 4-25).

La invasión rusa y el desarrollo de la guerra en Ucrania desafía el orden internacional, porque transgrede, en efecto, los principios fundacionales de la Organización de las Naciones Unidas y normas de orden público internacional. También importa porque invita a revisar el grado en que la prevalente arquitectura de la seguridad global y el sistema económico y financiero internacional -instrumentalizados para afectar el rumbo de la confrontación- pueden mantenerse vigentes, con sus respectivas consecuencias para el sistema de privilegios que esa arquitectura supone.

Las implicaciones globales de la invasión y la guerra

La invasión rusa ha transgredido, en efecto, el espíritu y la letra de la Carta de las Naciones Unidas. De hecho, puede ser considerada una guerra ilegal de agresión, porque ha puesto en riesgo los principios de soberanía, de integridad territorial, de independencia política y libre asociación política entre Estados. Por definición, ha socavado las disposiciones respecto de la resolución de disputas por medios pacíficos y la consecuente prohibición del uso o amenaza del uso de la fuerza contra uno de los miembros de la organización. Sobre todo, al invocar el principio de legítima defensa -con arreglo a una peculiar interpretación de los hechos y del artículo 51 de la Carta-, la invasión rusa ha puesto en duda lo que constituye una acción armada legítima (Lichterman, 2022, p. 186). Respecto de este último punto, nunca debería olvidarse, al analizar el desarrollo histórico de este conflicto, que el Kremlin inició tal campaña con el propósito de "desmilitarizar" y "desnazificar" Ucrania. La desmilitarización ha significado eliminar la capacidad material de Ucrania para defenderse de ataques externos y de contar, en consecuencia, con fuerzas armadas funcionales; mientras que la desnazificación ha supuesto erradicar movimientos y sectores de extrema derecha que supuestamente han promovido en ese país la hostilidad en contra de "compatriotas" rusos en Ucrania. Estas razones se suman a la necesidad de responder a la supuesta agresión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) derivada de sus ciclos de expansión (Putin, 2023; ver también Mearsheimer, 2014 y 2023). Tales razones aparecen, ante los principios del orden internacional descrito, no como legítimas, sino como indebidas justificaciones de la agresión e implican diferencias irreconciliables en términos geopolíticos e identitarios entre Rusia y Ucrania (Kuzio, 2023).

Las dinámicas de la guerra en Ucrania, además, han impactado otra capa del orden internacional, referida a la arquitectura de la seguridad global. Un conflicto que había sido antes regional, alimentado por la turbulenta historia de las relaciones ruso-ucranianas, enmarcado en la competencia entre la OTAN y Rusia por el destino de Ucrania, y condicionado por la propia agencia de los ucranianos, ha implicado ahora una revisión del sistema de alianzas de las partes involucradas. Ello se ha expresado en la renovada orientación de la alianza transatlántica. A pesar de lucir más cohesionada luego de años de diferencias estratégicas entre Estados Unidos y Europa, esta renovación ha implicado una mayor dependencia europea frente al liderazgo estadounidense (Sikorski, 2023; ver también "Emmanuel Macron warns Europe", 2019). Entre los públicos europeos no parece advertirse, sin embargo, esta preocupación, pues ellos insisten hoy en la necesidad de fortalecer simultáneamente la OTAN y la Unión Europea sin observar contradicciones insalvables entre sus respectivas lógicas estratégicas: la construcción de la paz en el continente mediante, o bien la integración económica, o bien el fortalecimiento militar (Orenstein, 2023, pp. 333 y 337). Al mismo tiempo, la guerra en Ucrania parece incentivar nuevas coaliciones y alineamientos, aunque no con el mismo grado de institucionalización observado en la comunidad transatlántica, entre Rusia, China e Irán. Aquellas se orientan a alivianar el aislamiento del primero y, en consecuencia, suponen un contrapeso implícito a la estrategia occidental. En especial, cabe señalar que la invasión rusa ocurrió pocos días después de que ese país firmara una declaración conjunta con China, encaminada a reconocer que "la amistad entre Moscú y Beijing no tiene límites y que no hay 'áreas prohibidas' para colaborar" (TASS-Russian News Agency, 2022, s. p.). El surgimiento de posturas de potencias emergentes o regionales, como India o Turquía, que aprovechan el momento para reafirmar sus intereses estratégicos, es así mismo una de las nuevas dinámicas incentivadas por la guerra. Dichos intereses parecen estar más en sintonía con una arquitectura de seguridad global que no dependa solo del liderazgo estadounidense y, en consecuencia, promueva de forma implícita una arquitectura con varios centros de gravedad.

Como ha sido documentado en extenso, la guerra en Ucrania ha impactado en otra capa del orden internacional, relacionada con el funcionamiento de la economía global. En particular, su efecto en el aumento de los precios en los sectores energético, agrícola y de alimentos ha contribuido, a su vez, al incremento de la inflación global. De hecho, ha impedido la pronta recuperación de la economía mundial después de la pandemia (Jenkins, 2023; UN-DESA, 2023; Schott, 2023). Este primer impacto es esperable de un mundo altamente globalizado y de un conflicto en el que la mayoría de los actores con intereses directos en su desarrollo representan más de la mitad del producto interno bruto mundial. No obstante, ello se ha sumado al efecto no tan calculado de las sanciones económicas impuestas por parte de la comunidad transatlántica y sus aliados más cercanos para limitar la producción industrial y militar de Rusia, a saber: la aceleración de un nuevo statu quo financiero global. Durante la guerra, Rusia, China e Irán, una vez más, han consolidado sus sistemas de pagos en yuanes y rublos como alternativa a los sistemas de pagos basados en el dólar estadounidense y en el SWIFT (Van Zwanenberg, 2023, pp. 31-33). Estas iniciativas se suman a la estrategia de China de crear nuevas instituciones encaminadas a rivalizar con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el G7, como el Nuevo Banco de Desarrollo, el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura y los BRICS+. Para muchos países del denominado sur global, que no están convencidos con el sistema financiero liderado por Estados Unidos o que perciben que este incentiva ciertos niveles de opresión, las iniciativas chinas podrían ser muy atractivas (véanse Leonard, 2023; Van Zwanenberg, 2023; Miliband, 2023). Con este último aspecto en mente, cabe señalar entonces que la guerra en Ucrania se expresa en el marco de la rivalidad entre Estados Unidos y China, la cual ya viene adelantándose en términos de "guerra comercial" y "tecnonacionalismo". Es bien sabido que las estrategias estadounidenses y chinas se han volcado en los últimos años a reducir sus dependencias económicas frente a su rival, a controlar las cadenas de suministro mundial y a impedirle a su contraparte el acceso a sistemas avanzados de tecnología (Moeni et al., 2021, p. 13; Carment et al., 2021, pp. 353-359).

En suma, aunque constituye una guerra ilegal de agresión a la luz de los principios fundacionales del orden internacional fundado después de la Segunda Guerra Mundial, la invasión rusa y la guerra subsecuente en Ucrania han implicado revisar otros componentes del orden internacional, referidos a la arquitectura y dinámicas de la seguridad global y del sistema económico y financiero mundial. Esta revisión ocurre a medida que la ayuda recibida por las partes en conflicto supone instrumentalizar las reglas de la seguridad global y la economía mundial para impactar las dinámicas de la guerra en el terreno. Esta forma de involucrarse, sin embargo, plantea implicaciones insospechadas no solo para la guerra en sí, sino también para el futuro del actual orden internacional y de las estrategias de los actores involucrados directa e indirectamente en esta guerra.

Diversas reacciones

La primera reacción ante la intervención militar en Ucrania fue una fuerte condena por parte de la comunidad internacional, cuya manifestación más evidente fue en la resolución ES-11/1, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 2 de marzo de 2022. A pesar de cinco votos en contra y de 35 abstenciones, 141 países deploraron esta intervención, al considerarla una agresión ilegal. Estos países exigieron que Rusia cesara de inmediato de recurrir a la fuerza para dirimir sus diferencias con Ucrania y de conceder un estatuto especial a las regiones de Donetsk y Luhansk, en detrimento de la soberanía e integridad territorial de Ucrania. La resolución desconoció implícitamente, en este sentido, la postura rusa de invocar el principio de legítima defensa, también consagrado en la Carta, para responder, como ha sido señalado, a la supuesta agresión de la OTAN -tras varios ciclos de ampliación- y de Ucrania -al solicitar su membresía ante esta organización y al suscitar -según el discurso del Kremlin- el "genocidio" de la población rusohablante y de rusos étnicos en ese país.

Los líderes norteamericanos y europeos consideraron con mayor vehemencia la agresión rusa y ofrecieron su apoyo irrestricto a Ucrania, en el marco de lo que concibieron como la "batalla entre la democracia y la autocracia, entre la libertad y la represión, entre un orden basado en reglas y uno gobernando por la fuerza bruta" (Biden, 2022; Sunak, 2023 [traducción libre de los editores]). Tal postura los condujo a responder con determinación y unicidad de propósito, fundamentándose en la histórica alianza transatlántica. Ellos han impuesto fuertes sanciones económicas, han readaptado sus políticas energéticas para reducir su dependencia del petróleo y gas ruso, han ofrecido ayuda militar a las fuerzas ucranianas para garantizar sus estrategias defensivas -y más recientemente ofensivas, en el campo de batalla- y han proporcionado ayuda humanitaria sin precedentes a los refugiados ucranianos (Miliband, 2023, p. 36; US Department of State, 2023). Cabe agregar que el grupo de países emisores de sanciones ha llegado a incluir no solo a los principales líderes de la comunidad transatlántica, sino también a sus aliados extracontinentales, como Japón, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Singapur y Taiwán. En consecuencia, en el régimen de sanciones impuesto a Rusia desde 2022 -que se suma al impuesto desde la anexión de Crimea en 2014- han llegado a participar cerca de treinta países, dispuestos a instrumentalizar o, más en específico, a restringir la interdependencia económica como estrategia coercitiva de política exterior (véase Tsouloufas & Rochat, 2023, p. 8).

Puede afirmarse sin ambages que los argumentos esgrimidos para condenar la invasión han hecho evidente la preocupación global por el grado en el que la invasión rusa agrede no solo la seguridad ucraniana y europea, sino la misma persistencia del actual orden internacional. Esto, sobre todo, por la consecuente estrategia de la comunidad transatlántica y sus aliados extracontinentales que demuestra la necesidad de mantener ese orden mediante la activación de instrumentos que aquel ha consagrado para mantener su preservación. Ello es evidente con el uso de sanciones por parte de aquellos actores que advierten que el actual orden les concede un lugar privilegiado en las redes y estructuras de intercambio comercial, financiero e informacional y, en consecuencia, proceden a instrumentalizarlo (Farrell & Newman, 2019; Tsouloufas & Rochat, 2023, p. 3).

No obstante, el orden internacional no es hoy, como en los años posteriores a la implosión de la Unión Soviética, moldeado solo por el liderazgo de la alianza transatlántica en los terrenos de la seguridad y el sistema económico y financiero globales (véase Buzan, 1991). El de la década de 2020 es un orden más pluralista, en el que coexisten otras formas de liderazgos y acomodos internacionales que, como se ha señalado, coexisten o, incluso, rivalizan con el orden internacional occidental.

En este escenario, no sorprenden los patrones cambiantes de la votación en el sistema de las Naciones Unidas, luego de la primera condena global. Sobre todo, puede ser particularmente significativo que alrededor de cuarenta países, "que representan alrededor del 50 por ciento de la población del mundo, se hayan abstenido de votar en contra de mociones orientadas a condenar la invasión rusa" (Miliband, 2023, p. 37 [traducción libre de los editores]). Dos votaciones ocuparán un lugar destacado en la reconstrucción histórica de estas. En primer lugar, a pesar de que la Asamblea General aprobó una resolución con 93 votos a favor para suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos el 7 de abril de 2022, China votó en contra, mientras países con creciente significación regional e internacional, como India, Brasil, Sudáfrica, México, Egipto, Arabia Saudita e Indonesia se abstuvieron (United Nations, 2022a). En segundo lugar, aunque diez miembros del Consejo de Seguridad cuestionaron la legitimidad de los referendos en las regiones ucranianas de Luhansk, Donetsk, Kherson y Zaporizhzhia realizados por Rusia, así como su posterior anexión al territorio ruso, China, India y Brasil se abstuvieron de votar (United Nations, 2022b). Con todo, la naturaleza jurídica y el valor diplomático de la abstención en estos órganos de las Naciones Unidas obligan a ser cautos a la hora de justipreciarlos.

Las posiciones de China e India, en particular, han demostrado la transformación del orden internacional. Sobre todo, aquellas evidencian que aun cuando hay actores centrales no occidentales dispuestos a reconocer la intervención militar rusa como una agresión a los principios fundamentales de ese orden internacional, ellos no avalan la respuesta occidental encaminada a detener a Rusia y, sobre todo, no están dispuestos a alterar sus relaciones estratégicas, por demás históricamente construidas, con ese país. Desde la anexión de Crimea de 2014, China ha asumido una calculada ambigüedad. Durante la crisis suscitada por esa anexión, China suscribió una declaración con Ucrania, mediante la cual ambas partes reconocieron los principios de soberanía e integridad territorial y legitimaron sus respectivos derechos a invocar esos principios. Sin embargo, el gigante asiático no condenó de manera abierta las acciones rusas de ese año. Luego de la invasión de 2022, China reconoció una vez más su apego a los principios fundamentales del orden internacional, al tiempo que reconoció los intereses legítimos de Rusia en Europa del Este (Zhang, 2023, pp. 3 y 6).

Por su parte, la postura de India desafía no solo la estrategia de la comunidad transatlántica para contener a Rusia, sino la misma interpretación de un orden liberal amenazado por posturas autocráticas. A pesar de constituir la democracia liberal más poblada del mundo, India parece cuestionar implícitamente las razones occidentales para prevalecer en Ucrania y, en su lugar, ha hecho un llamado al diálogo para resolver las diferencias entre ambas partes. Esta neutralidad calculada responde a la búsqueda de sus propios intereses nacionales y, en consecuencia, a la necesidad de definir sus relaciones con Occidente, Ucrania y Rusia en sus propios términos. Es un momento por demás en el que se exacerban el nacionalismo y las ambiciones globales de India como potencia emergente (Konwer, 2023). Sin perjuicio de que reconozca el derecho de autopreservación ucraniano, India ha mantenido una relación fluida con Rusia durante la guerra, con el propósito de satisfacer, además, su demanda de petróleo y su acceso al mercado de suministros militares rusos. Así mismo, la relación con Rusia reviste una dimensión geoestratégica, teniendo en cuenta que la principal preocupación india no es la estrategia rusa en el este de Europa, sino el avance chino en el sudeste asiático (Frayer, 2023). Acaso la posición india ante el conflicto ilustre, en la práctica, eso que el primer ministro Narendra Modi ha llamado multialineamiento.

Por último, a la ambigüedad estratégica china y la neutralidad india se suman las posturas de distintos países en el sudeste asiático, África y América Latina. Aunque estos países, con escasas excepciones, se unieron a la condena global en contra de la invasión de Ucrania, ellos no se han sumado ni legitimado el régimen de sanciones impuestos por la comunidad transatlántica y sus aliados. Mientras que la sanción simbólica generalizada indica que, en efecto, los principios del actual orden internacional operan aún en una escala global, la postura dubitativa respecto a la materialización de tal sanción indica que ese orden es más pluralista de lo que Occidente está dispuesto a admitir.

Antes de la invasión, estos países ya se habían acostumbrado a recurrir al orden internacional solo para beneficiarse de su declaración de principios y, por ende, habían demostrado no estar siempre dispuestos a mantener los costos de su mantenimiento. Esta postura no debería explicarse solo por la falta de capacidades materiales para asumir tales costos, pues en algunos casos estas sí existen, sino por el hecho de que estos países han percibido que ese orden no ha definido en realidad sus identidades y posturas estratégicas (Moeni et al., 2021, pp. 4-6). Después de la invasión y a medida que avanza la guerra en Ucrania, sus posturas parecen responder más a su adherencia a un mundo más multipolar orientado a denunciar, en algunos casos, la hipocresía occidental. Aparte de recordar que Occidente también ha transgredido el orden internacional, con la invasión de Irak, la guerra contra el terrorismo, la intervención de la OTAN en Kosovo, Afganistán y Libia, estos países han cuestionado cómo la guerra en Ucrania, a pesar de sus efectos devastadores, ha eclipsado otros conflictos y problemáticas globales igualmente apremiantes, como lucha contra el cambio climático, la pobreza, el hambre y la debida gestión de las migraciones (Carpenter, 2022; Kliem, 2023; Leonard, 2023; Miliband, 2023; Narine, 2023).

En suma, la guerra en Ucrania puede ser considerada una auténtica "guerra global", en cuanto ningún país ha podido abstenerse de fijar una posición. Sin embargo, esa posición no tiene solo relación con la guerra en sí, sino con el grado en el que aquella afecta el orden internacional contemporáneo, el cual se encuentra moldeado no solo por los principios que le dieron vida después de la Segunda Guerra Mundial, sino también por la cambiante arquitectura de la seguridad global y los sistemas económico y financieros mundiales. Abordar en simultáneo las distintas capas de este orden internacional es lo que permite comprender las distintas reacciones de la comunidad internacional y, sobre todo, el sentido en el que la guerra en Ucrania ha llegado a ser una "guerra global".

Síntesis de los artículos

El dosier que ahora presentamos recoge diversas contribuciones al esfuerzo necesario de contestar, en el marco de la idea del conflicto en Ucrania como una guerra global, algunas preguntas indispensables para entender y explicar un mundo en estado de fusión y rápida transformación. En especial, la convocatoria temática de Desafíos buscó manuscritos que abordaran -entre otras- las siguientes cuestiones:

  • ¿Demanda el alcance global de la guerra entre Rusia y Ucrania nuevos desarrollos conceptuales y teóricos en el marco de los estudios sobre seguridad, guerra y estrategia? ¿En qué consistirían estos desarrollos?

  • ¿Cuáles son los principales factores históricos y dinámicas recientes que han ampliado el alcance de esta guerra hasta transformarla en la primera guerra global?

  • ¿En qué medida la guerra ruso-ucraniana ha incidido o ha sido el resultado de la creciente transformación de la configuración del poder internacional y global?

  • ¿Qué impacto ha tenido y tendrá la guerra en Ucrania en América Latina y en Colombia en cuanto a su papel, relevancia y posicionamiento en el escenario geopolítico?

  • ¿Cómo las políticas exteriores de algunos Estados (como Estados Unidos, China, Turquía, Israel, India, Alemania, Suecia, Finlandia, entre otros) se han visto condicionadas o alteradas como consecuencia de la guerra en Ucrania?

  • ¿En qué grado las sanciones impuestas sobre Rusia constituyen una manifestación del uso creciente de la economía como un arma de disuasión no nuclear?

  • ¿Qué impacto tiene la invasión rusa a Ucrania en la legitimidad, la credibilidad y la funcionalidad de las instituciones internacionales, y qué desafíos plantea para el orden internacional basado en reglas?

  • ¿Cómo se ha desbordado la guerra en Ucrania y ha agravado diversos riesgos globales y qué implica para su gobernanza eficaz?

  • ¿En qué medida la guerra en Ucrania constituye una manifestación de la transformación de la frontera geopolítica entre Rusia y Europa?

Así, Carlos Alberto Patiño y Oscar Almario, en "Ucrania, la guerra y las nuevas descolonizaciones", abren el dosier con una propuesta interpretativa de la guerra en Ucrania orientada a contestar varias de las preguntas anteriores. En especial, ellos desarrollan su análisis enfocándose en tres conceptos fundamentales: reimperialización rusa, neonacionalismo ucraniano y descolonización. A su juicio, el conflicto constituye un hito tanto como un hecho inédito en la política mundial contemporánea. Al mismo tiempo, pone en evidencia la continuidad y la recurrencia de procesos históricos de mayor profundidad y más largo aliento. Por eso, sugieren aplicar un enfoque complejo y global, y avanzar de lo nominal a conceptos críticos con mayor capacidad explicativa y no solo descriptiva, mientras se utiliza una periodización flexible pero comprehensiva para situar históricamente proceso, acontecimiento y coyuntura.

La contribución de Rafael Piñeros y Manuel Rayran, "La guerra en Ucrania: entre la seguridad, la geopolítica energética y las sanciones internacionales", recurre a lo que los autores denominan "axiomas del realismo contemporáneo" y, más específicamente, al neorrealismo, para leer, en esa clave, el vínculo entre geopolítica, seguridad, energía y finanzas, tal como se ha revelado con ocasión del conflicto, y tal como queda en evidencia con la aplicación de sanciones al responsable de la agresión, cuyo impacto es, como parece ser característico de estos instrumentos coercitivos, impredecible.

En el texto "El comercio internacional en la guerra ruso-ucraniana: como arma y como víctima", Julieta Zelicovich analiza los impactos de la guerra en el comercio, pero desde una arista novedosa. Además de evidenciar la afectación y disrupciones del conflicto a los flujos de comercio, en especial en los mercados de alimentos y energía, la autora -luego de abordar la literatura más reciente sobre el uso instrumental de la política comercial- analiza cómo el comercio se transformó en un claro instrumento por el cual los terceros Estados (G-7) se han involucrado en el conflicto. La idea de interdependencia como arma ha quedado de manifiesto en esta guerra, tributando a su idea de globalidad.

En el artículo "Ruses of Nature: How the Defense of Ukraine might Hasten the Decay of American Hegemony", Leonardo Ramos, Javier Vadell y Caio Gontijo analizan el conflicto desde las teorías críticas de las relaciones internacionales. Los autores puntualizan que más que intentar medir los impactos en el corto plazo, la guerra debe mirarse con una lente historicista: el evento acelera procesos macro (cambios moleculares) en relación con la distribución del poder global, sobre todo el impacto sobre la hegemonía de Estados Unidos. En específico, los autores especulan sobre los impactos que las sanciones financieras impuestas por Occidente podrían tener, paradójicamente, sobre la primacía financiera de Estados Unidos.

En "Anexiones y derechos humanos: un análisis de la agencia de las redes transnacionales de defensa en Crimea", Francisco Daniel Trejos-Mateus y Patricia Herrera-Kit ofrecen otra de las dimensiones globales de la guerra en Ucrania: la que concierne a las violaciones a los derechos humanos, una de cuyas más flagrantes expresiones ha sido la rusificación practicada en Crimea. Pero, sobre todo, documentan el papel, así mismo global, que han cumplido actores no gubernamentales, reticularmente organizados, en materia de denuncia de vulneraciones y de defensa de los derechos humanos, así como las limitaciones de tales esfuerzos. Un papel que, tal vez, habrá de destacarse aún más en instancias como la Corte Penal Internacional y en la consolidación del acervo probatorio del que disponga la oficina del fiscal para construir los casos de su competencia.

En el artículo "Explaining Canada's Unsurprising Response to Russia's Invasion of Ukraine, 2022-2023", Aaron Ettinger pretende abordar, desde la perspectiva del caso canadiense, una de las temáticas centrales de este número, a saber: el grado en el que la guerra en Ucrania ha condicionado o alterado las políticas exteriores de algunos Estados. Ettinger sostiene que el indiscutible apoyo militar, económico, diplomático y moral de Canadá a Ucrania ha sido el resultado de la convergencia de cuatro "orientaciones" de la política exterior de ese país: los compromisos con el orden liberal internacional (internacionalismo), con sus aliados (multilateralismo), con la comunidad transatlántica, en especial la otan (atlanticismo) y con los Estados Unidos (continentalismo). En la literatura de la política exterior canadiense, esta convergencia es interesante porque estas orientaciones no siempre han estado alineadas y, en ocasiones, han sido contradictorias entre sí. Estos factores se suman al alineamiento de la política electoral con la configuración demográfica de una sociedad multicultural en la que la comunidad de migrantes ucranianos ha tenido un rol destacado. A pesar de esta convergencia de factores, Ettinger señala que ellos no son suficientes para mantener un compromiso de largo plazo con Ucrania.

Cierra el dosier el documento de reflexión "Gray Zone Warfare and Ethnic Conflict", en el que David Carment y Dani Belo analizan las dinámicas de conflictos étnicos, tal como el ruso-ucraniano y el grado en el que ellos han integrado de manera predominante estrategias de guerra híbrida o de zona gris. Esta reflexión es central para la temática de este número, porque ofrece una perspectiva comparada e histórica orientada a entender la actual intervención de Rusia en Ucrania. En especial, ayuda a descifrar el grado en el que esta intervención ha constituido un escalamiento en términos del uso de capacidades militares. Es decir, la intervención iniciada en 2022 ha suscitado una guerra librada con estrategias más convencionales, en contraste con las intervenciones de baja intensidad que Rusia adelantó en Georgia, Crimea y la región báltica. Carment y Belo amplían esta comparación al considerar otros conflictos étnicos, entre Azerbaiyán y Armenia, entre Etiopía y Eritrea y en el Sahara Occidental.

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1 Algunos de los argumentos presentados en esta sección fueron expuestos por uno de los editores en el artículo "The Conflict in Ukraine and its Global Implications" (Belo & Rodríguez, 2023).

2Véase la definición clásica del interés nacional de Hans Morgenthau (1952a, p. 972; 1952b, p. 38).

Para citar este artículo: Rodríguez, F., Molano Rojas, A., & Actis, E. (2023). Conflicto en Ucrania, guerra global. Desafíos, 35(Especial), 1-20. https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.13982

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