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Desafíos

Print version ISSN 0124-4035On-line version ISSN 2145-5112

Desafíos vol.35 no.spe Bogotá Nov. 2023  Epub Mar 21, 2024

https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.13194 

Dossier temático

La guerra en Ucrania: entre la seguridad, la geopolítica energética y las sanciones internacionales*

The War in Ukraine: Between Security, Energy Geopolitics and International Sanctions

A guerra na Ucrânia: entre segurança, geopolítica energética e sanções internacionais

Rafael Pineros Ayala1 
http://orcid.org/0000-0001-5539-9395

Manuel Alejandro Rayran-Cortés2 
http://orcid.org/0000-0003-3658-2690

1 Universidad Externado de Colombia (Colombia). rafael.pineros@uexternado.edu.co

2 Universidad Externado de Colombia (Colombia). manuel.rayran@uexternado.edu.co


RESUMEN

La invasión de Rusia sobre Ucrania comenzó el 24 de febrero de 2022 y sigue en curso, lo que genera en distintos niveles y con diferente grado de intensidad afectaciones tanto en Europa como en otras regiones del mundo. Esta crisis no puede estar desarticulada de la primera invasión llevada a cabo por Rusia, en febrero de 2014, sino que están directamente relacionadas y crea, en esta ocasión, una crisis más impredecible y realmente sistémica. Este artículo utiliza una amplia gama de categorías o axiomas del realismo contemporáneo, así como una revisión de fuentes primarias y secundarias, para señalar las principales implicaciones en seguridad y geopolíticas, la afectación energética y la utilización de sanciones económicas y financieras como arma de guerra en el viejo continente, principalmente por Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia.

Palabras clave: Estados Unidos; Unión Europea; Rusia; Ucrania; seguridad; geopolítica; sanciones internacionales

ABSTRACT

Russia's invasion of Ukraine began on February 24, 2022 and is still ongoing, generating impacts at different levels and with different degrees of intensity both in Europe and in other regions. This crisis cannot be disjointed from the first invasion carried out by Russia in February 2014: rather they are directly related, generating on this occasion a more unpredictable and truly systemic crisis. This article uses a wide range of categories or axioms of contemporary realism, as well as a review of primary and secondary sources, to point out the main security and geopolitical implications, the energy impact, and to discuss the use of economic and financial sanctions as a weapon of war in the old continent, mainly by the United States, the European Union and Russia.

Keywords: United States; European Union; Russia; Ukraine; security; geopolitics; international sanctions

RESUMO

A invasão da Ucrânia pela Rússia começou em 24 de fevereiro de 2022 e ainda está em curso, gerando impactos a diferentes níveis e com diferentes graus de intensidade, tanto na Europa como em outras regiões do mundo. Esta crise não pode ser dissociada da primeira invasão levada a cabo pela Rússia em fevereiro de 2014, mas está diretamente relacionada, gerando nesta ocasião uma crise mais imprevisível e verdadeiramente sistêmica. Este artigo utiliza uma ampla gama de categorias ou axiomas do realismo contemporâneo, bem como uma revisão de fontes primárias e secundárias, para apontar as principais implicações na segurança e na geopolítica, o impacto energético e o uso de sanções econômicas e financeiras como arma de guerra no velho continente, principalmente por parte dos Estados Unidos, da União Europeia e da Rússia.

Palavras-chave: Estados Unidos; União Europeia; Rússia; Ucrânia; segurança; geopolítica; sanções internacionais

Introducción

El 24 de febrero de 2022 inició la invasión de Rusia a Ucrania sin una justificación clara y con alta capacidad de fuego. En noviembre de 2021, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski señaló que cerca de 100 000 soldados rusos se habían posicionado en la frontera común (Reuters, 2021). Hasta el día previo a la incursión, se produjeron infructuosas conversaciones diplomáticas para evitarlo con el auspicio principalmente de Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE).

Aunque la guerra inició hace más de un año y sigue en curso (septiembre de 2023), el enfoque de este artículo reconoce que el enfrentamiento está ligado a la producida en 2014. Esta es una prolongación de una situación no resuelta y que acá se analiza a través del prisma de la seguridad, la geopolítica energética y la utilización de sanciones internacionales. No son los únicos temas, pero son los que guiarán la explicación.

En febrero de 2014, tropas rusas toman control de la península de Crimea y, en marzo, el presidente Vladimir Putin firmó la anexión de esta al territorio de la Federación Rusa (BBC, 2014) en una acción que continuó con el establecimiento de las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk en el este ucraniano. Hasta 2023, gran parte del sur y del este ucraniano estaban bajo control ruso y en un limbo jurídico, porque los hechos descritos no son reconocidos como legales o legítimos por el derecho internacional. Aunque los acuerdos de Minsk I (septiembre de 2014) y Minsk II (febrero de 2015), tuvieron el auspicio de la UE, Francia y Alemania, además de Ucrania y Rusia como partes intervinientes, los compromisos dirigidos a apaciguar el conflicto y encontrar un acuerdo pacífico no se cumplieron y desencadenaron en la incursión actual.

En la alocución del 24 de febrero de 2022, el presidente Putin justificó que los objetivos en Ucrania serían: proteger al pueblo ruso, detener el genocidio que se cometía en el este del país, evitar la amenaza de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con futuras ampliaciones sobre intereses rusos y señalar que la "operación especial militar" no iba en contra del pueblo ucraniano, sino de aquellos que secuestraron el poder en Ucrania para enfrentarlo contra Rusia (President of Russia, 2022). Putin señalaba a los culpables principales: EE.UU. y la OTAN; actores secundarios: la UE y otros países europeos, y actores de reparto o marionetas instrumentalizadas por los primeros como el gobierno de Ucrania.

En marzo de 2022, las tropas rusas avanzaron con velocidad y capacidad de destrucción hasta llegar a las puertas de Kiev sin derrocar al gobierno de Zelenski. El verano y otoño presenciaron la contraofensiva ucraniana con apoyo militar, logístico y de telecomunicaciones occidental. Ucrania sigue manteniéndose gracias a ese apoyo. En el verano de 2023 se produjo una nueva contraofensiva ucraniana con resultados mixtos y no concluyentes.

La respuesta occidental ha sido estable. Desde 2014, y de manera sistémica en 2022, EE.UU. y la UE estrecharon lazos de cooperación e implementación de acciones de política exterior en varios frentes para defender a Ucrania. La coordinación económica y financiera para la imposición de sanciones, el fortalecimiento del diálogo político en temas de seguridad y defensa tanto bilateral como multilateral -a través de la OTAN- ha generado una revitalización euroatlántica (Borrell Fontelles, 2022).

Incluso países que habían mantenido históricamente una posición neutral como Suecia y Finlandia iniciaron el camino de incorporación a la OTAN y, en marzo de 2023, el segundo se convirtió en nuevo miembro de la organización (NATO, 2023), lo cual evidenció que el conflicto actual obligó a abandonar posiciones políticas históricas.

En ese sentido, la invasión rusa a Ucrania parece reflejar una crisis estructural del orden internacional contemporáneo, que agudiza asuntos no resueltos en el viejo continente y que exceden el propósito de este artículo. Así, la ampliación de la UE, la geopolítica energética europea y global, la amenaza de utilizar armas nucleares, el futuro euroatlántico y de la OTAN, entre otros asuntos, evolucionarán en función de los acontecimientos armados, políticos y diplomáticos. Aunque la guerra reafirmó grietas sobre la seguridad y defensa, también facilitó que los países occidentales desplegaran instrumentos de cooperación y coordinación de acciones no vistas desde la Segunda Guerra Mundial, al reforzar precisamente elementos del orden internacional vigente que se niega a desaparecer.

Este artículo se dirige a valorar el efecto de la guerra en Ucrania en la seguridad y la geopolítica energética europea, así como a valorar el uso creciente de las sanciones económicas como instrumento de política exterior. Con lo anterior, se evidencia que si bien la capacidad de respuesta de los países occidentales demuestra consistencia y coherencia en el tiempo, ha sido insuficiente para modificar el comportamiento de Rusia como Estado agresor, debido a que las previsiones efectuadas en los últimos años y el mantenimiento de las posiciones políticas de los actores han hecho que el conflicto conserve su vigencia.

Para lograr lo anterior, en el artículo se utilizan distintos autores de ascendencia neorrealista, entendiendo que entre ellos existen límites, empleados de forma holística para comprender el problema alrededor de la seguridad, la geopolítica energética y las sanciones internacionales, en el sentido que la guerra ruso-ucraniana no solo es una cuestión de política exterior, sino también de política internacional. El artículo se divide de la siguiente manera: la primera parte expone el marco teórico neorrealista que explica el comportamiento de los principales actores; la segunda aborda la relación entre seguridad y geopolítica energética, en especial alrededor de la tríada conformada por EE. UU., la UE y Rusia; la tercera muestra el impacto en la esfera económica y financiera con la imposición de sanciones, y, por último, la conclusión plantea interrogantes no resueltos pero influyentes de cara a una negociación entre las partes en conflicto.

Marco teórico

La anarquía de la estructura internacional, la incertidumbre por las intenciones e intereses de los Estados y la lucha por el poder son elementos centrales de la teoría neorrealista, porque justifican las acciones de los Estados dentro del sistema internacional. Para Waltz (2001), ante la ausencia de una autoridad superior, los Estados están obligados a conquistar un grado necesario de poder para garantizar su seguridad, definida esta como la probabilidad de que los intereses centrales del Estado no sean desafiados o violados por otro actor durante un tiempo.

Para Mearsheimer (2001), la estructura ofrece incentivos permanentes para que los Estados persigan insaciablemente poder para obtener la hegemonía regional. De igual manera, aquellos tienen como tarea primordial generar riqueza para aumentar su poder, que puede ser de dos tipos: latente y militar. El primero hace referencia a los factores socioeconómicos que son transformados y movilizados en el tiempo para reafirmar la superioridad en capacidades materiales. El segundo es la cantidad y calidad de armamento que dispone el Estado para eventualmente ser utilizado en un enfrentamiento bélico.

Sin embargo, debido a la competencia constante entre países por la búsqueda de un nivel óptimo de seguridad y de poder, a la incertidumbre de las intenciones de las otras naciones y a la certeza de que los Estados tienen una capacidad ofensiva, se crea un dilema de seguridad (Herz, 1950), razón por la cual este espiral de desconfianza origina una carrera armamentística e incrementa las tensiones entre los Estados.

Adicionalmente, los Estados establecen estrategias con el propósito de mantener su supervivencia y un equilibrio de poder. Entre ellas está la conocida como bait and bleed que, a pesar de que el propio Mearsheimer (2001) considere que es difícil de aplicarla en el siglo XXI, por la complejidad del sistema internacional, no quiere decir que no sea una herramienta que ayude a describir cuanto sucede en la actual confrontación, pues esta consiste en inducir a un país para que inicie una guerra larga y costosa, que lo conduciría a su vez a un desgaste político y económico, y a un desprestigio internacional (pp. 153 y 154).

Precisamente, un conflicto bélico entre Estados en un contexto como el descrito lleva a que las unidades yuxtapuestas del sistema cambien sus expectativas y conductas (Waltz, 1988), lo cual se traduce también en efectos en la interacción que tienen otros actores que componen el sistema internacional. Este escenario acentúa la sensación de anarquía e incertidumbre entre los Estados. De acuerdo con lo anterior, se asume que la situación en Ucrania es producto del comportamiento ejecutado por potencias, las cuales responden a una lógica particular basada en condiciones estructurales y objetivas que habilitan su actuación en los asuntos internacionales y de seguridad (Waltz, 2001).

Un primer factor por destacar es que la proximidad geográfica y la competencia territorial por espacios de influencia es fuente constante de desavenencia entre potencias, estimulada por la percepción y proyección del poder ejercido en un espacio geográfico determinado (Forsberg, 2019). Desde esta perspectiva, cuando los Estados perciben amenazas, se balancean utilizando tanto sus ventajas comparativas como sus medios ideacionales para afirmar su posición geográfica y política, situación que Rusia ha ejercido en Europa y más allá -guerra civil en Siria-, lo cual refleja una posición fuerte capaz de asumir costos políticos, económicos e ideológicos y, al mismo tiempo, una posición que revela su debilidad y la amenaza por utilizar todos los mecanismos disponibles para corroborar una posición dominante (Europa central), que está perdiendo (Edinger, 2022). Este argumento lo corrobora Walt (2009), en el sentido que los Estados no se balancean respecto a otros, sino a amenazas percibidas y latentes, conformando o fortaleciendo sus alianzas.

Desde la perspectiva neorrealista, no son solo factores estructurales los que determinan el comportamiento de los Estados; también las variables domésticas e ideacionales como el nacionalismo, el revisionismo y la radicalización de posiciones, que desempeñan un rol sobre las decisiones de política exterior dirigidas a fortalecer el estatus, el reconocimiento y la influencia política, ideológica y militar, incluso mediante la amenaza o el uso de la fuerza (Lobell et al., 2009; Götz & MacFarlane, 2019; Mearsheimer, 2014).

Un segundo factor es que los Estados combinan elementos de confrontación para conseguir objetivos diferentes, pero complementarios. En sus intervenciones en Europa Central del Este y en particular en Ucrania (2014-2022), Rusia despliega medios militares híbridos (regulares e irregulares) para alcanzar tanto ganancias territoriales y de demostración de fuerza como para explotar vulnerabilidades de la contraparte, destacando, entre otros: la utilización de la propaganda y la agitación política, el enfrentamiento de pequeñas columnas o escuadrones, la disputa fronteriza y acciones de agentes encubiertos (Lanoszka, 2016). Otra manifestación de hibridez es la utilización de fachadas legales que envuelven o justifican acciones militares ilegales, tal como ocurrió en 2014 y 2022 (Rynning, 2015).

Un tercer factor es el efecto de la triangulación política y diplomática como presión geopolítica. Una primera aproximación, efectuada por Gordon y Schneider (2014), estipula que las relaciones triangulares en el siglo XXI son el efecto de la estrecha y colaborativa cercanía entre dos actores para ejercer presión frente a un tercero. Otros señalan que la triangulación tiene la intención de coordinar la política exterior para cambiar el comportamiento de un tercero, y este ejecutará movimientos disruptivos para reducir afectaciones mayores por la acción ejercida por los primeros (Young & Birchfield, 2018a). Precisamente, la intención de EE. UU. y la UE es coordinar su actuación política y diplomática frente a Rusia por su actuación en Ucrania. Rusia hace lo propio mediante alianzas en Asia y África para vender bienes y servicios, incluso a precios por debajo del mercado.

Respecto a la utilización de sanciones internacionales, estas se consideran un instrumento político discutible y difícil de implementar. En primer lugar, hacen parte de la estrategia y acción exterior que tienen los Estados para señalar comportamientos inadmisibles en la política o la diplomática (Morin & Paquin, 2018). En segundo lugar, obedecen a una lógica de doble nivel, en la cual se sopesan las consecuencias internas y externas de la acción que se pretende inducir a partir de la respuesta que ofrecen las élites políticas, económicas y la opinión pública (Portela et al., 2021). En tercer lugar, el régimen de sanciones internacionales es fragmentado y complejo, en la medida en que no hay criterios claros para definir el alcance y la duración y para medir el efecto real que ocasionan, lo cual genera dudas y críticas respecto a su imple-mentación (Özdamar & Shahin, 2021).

Las sanciones económicas y financieras se definen como la restricción a la actividad económica impuesta por un actor sobre otro con la finalidad de señalar un acto indeseado, coaccionar un comportamiento específico o forzar un cambio en el actuar de un tercero, con lo que se reflejan los diversos grados de interdependencia y sensibilidad (Giumelli, 2011). Sobre el particular, estas pueden tener una variación en el efecto económico, al tiempo que sobre el comportamiento político de quien las envía y las recibe, con lo cual este instrumento suele ser inestable y difícil de medir en el tiempo (Özdamar & Shahin, 2021).

Constantemente, su uso lleva a debates acerca del efecto negativo y colateral de su imposición. La intervención directa o indirecta de un actor sobre otro puede tener efectos no deseados -no siempre negativos- en quien recibe la sanción, por lo que este tipo de acciones presentan una tendencia a ser más específicas y directas sobre las personas y no sobre el Estado o la economía nacional (Daase & Friesendorf, 2010), para que sean más efectivas. Como instrumento disponible de política exterior, estas se dirigen a entender la acción en sí misma y no las consecuencias derivadas de los actos, razón por la cual su utilización debe ser selectiva y puntual, pero no generalizada.

Ucrania en clave de seguridad

La guerra ruso-ucraniana se enmarca en la lógica competitiva y de inseguridad ya descrita, debido a que Ucrania está ubicada en un núcleo geográfico de contacto estratégico para europeos y rusos. Esta zona se conoce como la región del inter-marium (o entre mares), que se extiende desde Estonia al norte, desciende por Rumania y Bulgaria al sur y llega hasta el Cáucaso al este. Este "borde limítrofe", de igual manera, ha sido históricamente un punto de conflicto entre los imperios ruso, Habsburgo y otomano, que en la actualidad se materializa entre EE. UU. y Europa, por un lado, y Rusia, por otro. Dada esta condición, el estado de seguridad europeo determina las relaciones entre los países que hacen parte de la región, así como de otros centros de poder del sistema internacional (Kissinger, 2014).

Las explicaciones de seguridad que guían este apartado señalan que la triangulación de intereses entre EE. UU., la UE y Rusia son condicionantes para el desenvolvimiento de hostilidades presentes y de las futuras oportunidades de paz.

Previo a la primera invasión rusa, la prensa señalaba que nunca ha sido fácil encontrar la posición adecuada para Rusia, en especial de Vladimir Putin en la política exterior estadounidense. Bill Clinton evidenció lo fuerte y obediente que podía ser; George W. Bush quiso cooperar con él en la lucha contra el terrorismo, pero se sintió traicionado por la intervención en Georgia de 2008, y, por último, Barack Obama pretendió restablecer vínculos y terminó en su punto más bajo después de la anexión de Crimea, en 2014 (Baker, 2014).

Desde una perspectiva realista holística y contemporánea, los objetivos estratégicos de EE.UU. en el viejo continente han girado alrededor de cuatro ejes: primero, asegurar una transición de los países de Europa Central y del Este a sistemas democráticos y economías de mercado; segundo, facilitar la emergencia de Rusia como potencia regional a través de una relación cooperativa en asuntos prioritarios como seguridad, armas de destrucción masiva y lucha contra el terrorismo; tercero, asegurar la primacía de la OTAN en Europa, y, cuarto, apoyar la presencia y acción de la UE como un instrumento de integración política y económica abierta a aquellos que cumplan los criterios de ingreso (Stent, 2014).

Desde Washington, Rusia no es un competidor directo en la geopolítica global, pero sí un actor disruptivo en el viejo continente, cuyas acciones impactan la estabilidad de aliados importantes, perturban los mercados internacionales de combustibles y constriñen la seguridad y estabilidad del viejo continente (Young & Birchfield, 2018a; Mearsheimer, 2014), mediante acciones directas e indirectas.

Después de 2014, la administración Obama decidió no participar en la diplomacia que condujo a la formalización de los acuerdos de Minsk I y II, sino que adoptó una estrategia de empoderamiento europeo y prefirió contribuir con apoyo militar a Kiev y sanciones económicas a Moscú (Welch Larson, 2018).

El presidente Trump mantuvo el enfoque de su predecesor, aunque, a diferencia de Obama, quien redujo el perfil de la situación, este influyó para que Ucrania fuera nuevamente un tema de política exterior estadounidense, al condicionar la ayuda militar a cambio de investigaciones que involucran al hijo de Joe Biden (Hunter Biden) con la corrupción en el sector petrolero ucraniano (Welch Larson, 2018), sumado a que intervino para aumentar el presupuesto europeo a la OTAN al 2% del producto interno bruto (PIB) e incrementar la interoperabilidad de las tropas y los ejercicios conjuntos colectivos en Europa (Schreer, 2019).

Para tal fin, se intensificó la propuesta de adherir Ucrania a la OTAN; se retira de ciertos acuerdos internacionales de seguridad, como el Tratado de Cielos Abiertos (2018) y el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (2018); aumenta la ansiedad y vulnerabilidad de Rusia (Dobbins et al., 2019), e ignora las garantías de seguridad que Moscú estaba solicitando desde diciembre de 2021.

En febrero de 2022, con poco más de un año en el poder, Joe Biden enfrentó su mayor desafío político y diplomático. La relación euroatlántica para EE. UU. reflejaba dos grandes desafíos: primero, demostrar que a pesar de las diferencias existentes en asuntos estratégicos como la retirada de tropas de Afganistán, era firme la cooperación política y diplomática, incluso en seguridad y defensa, entre Washington y las capitales europeas, y, segundo, exhibir que la determinación política de hacerle frente a esta crisis no resta importancia a la más importante y de largo plazo que enfrenta EE. UU., y eventualmente Europa, que es la competencia estratégica frente a China (Rye Olsen, 2022).

Aunque la influencia de Washington disminuye con el tiempo y es difícil de ejercer, no quiere decir que no siga siendo un Estado determinante e influyente, especialmente en Europa, donde EE. UU. apoya el mantenimiento de instituciones y alianzas militares vitales para sus intereses y los de sus socios como la UE y la OTAN.

Con Biden se revierte el mal momento euroatlántico y se vislumbra la necesidad de controlar y evitar el resurgimiento de Rusia. Ciertas acciones contribuyeron a ello: primero, mantener las sanciones económicas y financieras impuestas durante la administración Obama y Trump; segundo, restituir la decisión de este último de retirar paulatinamente tropas de Europa; tercero, aprovechar el mejor momento financiero y militar de la OTAN, y, por último, fortalecer el diálogo en seguridad y defensa entre Washington, Bruselas y otras capitales europeas (Howorth, 2021). Estas acciones refuerzan la lógica neorrealista sobre alcanzar seguridad a partir de la cooperación y la utilización selectiva de sanciones económicas.

La firma en agosto de 2021 del Marco Estratégico de Defensa entre Washington y Kiev refuerza la relación en seguridad y defensa, y deja abierta la posibilidad para que Ucrania ingrese eventualmente a la OTAN (House of Commons, 2023). Así, Biden produjo un giro de 180 grados en la relación euroatlántica, que facilitó que los mecanismos de coordinación fueran más expeditos y la confianza mutua se rehiciera.

Por último, la posición relativamente cómoda de los demócratas en el Congreso estadounidense, al menos hasta las elecciones de medio término de 2022, facilitó la destinación de recursos financieros para apoyar militarmente a Kiev. A febrero de 2023, por ejemplo, EE.UU. había aportado más de 43.2 billones de dólares en ayuda militar, mucho más que la UE, con 3.6 billones, y Reino Unido, con 6.6 billones de dólares (Kiel Institute, 2023), con lo cual se evidencia la continuidad del enfoque asumido por Washington, dirigido a incrementar la capacidad militar de Ucrania para hacer frente a Rusia.

Desde la perspectiva europea, no resulta fácil articular los diversos vectores que simultáneamente conforman las decisiones en política exterior. Por un lado, la acción exterior europea es unitaria en nombre, dual en la construcción (Estados y Comisión Europea) y múltiple en su naturaleza -cada Estado tiene intereses propios frente a terceros- (Keukeleire & Delreux, 2014), incluyendo decisiones en materia económica y comercial, de seguridad y defensa, entre otros. Por otro, si bien el deterioro de las relaciones entre la UE y Rusia es evidente desde 2014, previo a esa fecha ya habían profundas diferencias entre la implementación de la política de vecindad por parte de la Unión y la presencia de Moscú en lo que considera su zona de influencia exclusiva en Europa Central, con lo cual la proximidad y superposición geográfica estimula la confrontación política y diplomática, debido a la divergencia de intereses, instrumentos y acciones desplegadas en la misma zona (Forsberg, 2019).

Sin embargo, el panorama no ha sido impedimento para que la UE perciba su acción respecto a Ucrania, bajo dos premisas: "por una parte, como demanda de la sociedad civil ucraniana por una mayor y cercana actuación que facilite el florecimiento democrático y, por la otra, como un ejercicio de libertad de acción en Europa central y del Este independiente de los intereses o percepciones de Moscú" (Haukkala, 2018, p. 81). Frente a la magnitud de la amenaza, la UE parece estar dispuesta a abandonar su histórico papel de mediación y disuasión política, adoptando una postura que incluye la imposición de sanciones e incluso el uso directo o indirecto de la fuerza.

Lo anterior refleja la descomposición y creciente desconfianza entre Rusia y la UE, que se producía incluso previo a la primera intervención militar de 2014. Las ampliaciones del bloque comunitario y la sobreposición en el mismo espacio geográfico de la política de vecindad, por el lado europeo, y del extranjero cercano, por el lado ruso, han generado ondas e insalvables tensiones entre Bruselas y Moscú (Lavenex, 2011).

Sin embargo, la UE también ha sido el actor más dispuesto a encontrar una solución pacífica y negociada entre Ucrania y Rusia, tanto en 2014 como en el presente. De hecho, la participación de los gobiernos de Francia y Alemania fue determinante para encontrar una hoja de ruta que permitiera sentar las bases de los acuerdos de Minsk, pero que ha sido violada en reiteradas ocasiones por las partes en disputa (Young & Birchfield, 2018). Así, la intervención de 2022 refleja un entorno europeo de inseguridad, producto de la acción de dos actores con capacidades diversas en el mismo espacio geográfico.

Desde 2016, la UE estableció una hoja de relacionamiento permanente frente a Rusia alrededor de cinco ejes: implementar los acuerdos de Minsk, reforzar las relaciones de la UE con Europa Central y del Este, fortalecer la resiliencia energética, comprometer selectivamente las instituciones europeas con el gobierno de Moscú y apoyar a la sociedad civil rusa (European Parliament, 2016). Esta situación confirma cierta triangulación entre Washington y Bruselas, los primeros apoyando el fortalecimiento de capacidades militares, y los segundos, a través de instrumentos económicos y sociales.

En contraposición, para Rusia, la situación en Ucrania es reflejo de una tendencia histórica de contradicciones tanto con el pueblo ucraniano como con Occidente. En Moscú se asume que la herencia cultural, la interdependencia económica y la situación política de Ucrania pertenecen al extranjero cercano y genera privilegios exclusivos para Moscú (Mankoff, 2012) que no deberían ser contestados o modificados por las potencias occidentales. En relación con el marco teórico, la guerra es una cuestión existencial que lleva a cometer actos que incluso violan el derecho internacional de los conflictos armados, porque se traducen en una forma de sobrevivir y de mantener el poder de acuerdo con la lógica neorrealista.

Además, Rusia ha estado guiada por una contradicción política arraigada en su concepción como pueblo y su relacionamiento con el mundo, en especial con Europa. Este agonismo existencial gira sobre dos posturas: la primera, ser una autocracia aislacionista con una alta inversión en seguridad; la segunda, en contraposición, ser un Estado cosmopolita integrado con Europa y EE. UU. a partir de los valores de estos últimos (Mongrenier & Thom, 2016).

En la primera postura, una parte de la élite política rusa considera que el camino para asegurar la supervivencia del país en un escenario internacional hostil es ejerciendo el poder absoluto encarnado en una sola persona, con una política expansionista y en lógica de seguridad. Lo anterior crea cohesión social e identitaria, así como estatus internacional, por su magnitud territorial y de armamento (Tsygankov, 2013). La segunda postura asume que valores occidentales liberales, como la democracia y el libre mercado, permiten obtener reconocimiento y una mejor articulación con Europa y América. Aunque las visiones de articulación son diferentes, cada una de estas ha construido estructuras de relacionamiento que han servido para la coexistencia entre Rusia y Occidente (Tsygankov, 2013).

Sin embargo, la guerra condujo a que Moscú agudizara el desacople político con Europa y tomara impulso la política de Putin de mirar hacia Asia como nuevo eje de relacionamiento mundial. En relación con el primer factor, las sanciones aplicadas por Occidente llevaron a que, por un lado, los países europeos redujeran a mínimos las compras de gas y petróleo a Moscú, con el cierre y posterior ataque a la infraestructura del gasoducto Nord Stream. Por otro, aceleró la producción de armamento europeo, así como por primera vez desde la unificación de Alemania, el canciller Olaf Scholz autorizó el envío de carro tanques Leopard-2 y facilitó que otros países hicieran lo propio y transfieran sus vehículos a Ucrania.

En cuanto al segundo factor, Vladimir Putin decidió proclamar una nueva idea nacional para Rusia mientras abandona el sueño de una Gran Europa. Esta nueva postura se encuentra en el discurso que el mandatario ruso ofreció en el salón San Jorge del Palacio de Invierno de San Petersburgo. En su diatriba, el mandatario deja claro que la Gran Rusia es una civilización que, en su concepción, es muy diferente a la occidental y que las políticas hegemónicas de EE. UU., con la proyección de sus valores universales, no serán aceptadas (Putin, 2022). Bajo esta lógica, Putin comprendió que la Gran Europa no sucedió por siglos, pero una Gran Asia, que incluya a Rusia, está emergiendo.

En otras palabras, sucedió lo que en 2014 señaló el presidente Putin: "si se comprime con fuerza un resorte hasta el límite, este se romperá y golpeará con más fuerza", pues, de acuerdo con su visión, fueron las acciones occidentales las que condujeron a Rusia a tomar una posición más agresiva y determinante, tal como lo hizo en 2014 y en 2022.

En suma, la disociación entre Occidente y Rusia a causa de la guerra ruso-ucraniana ha fortalecido los imaginarios que tienen las partes sobre las otras, y las narrativas de la guerra han llevado a que Moscú tenga claro que mientras la Unión Soviética fue el producto de la guerra patriótica, la guerra híbrida con Occidente, en la que Ucrania es solo una parte, remodelará a Rusia y su relacionamiento con el mundo. Esta nueva visión se ha empezado a pavimentar con la integración de sistemas de mensajería financiera con los bancos chinos y el establecimiento del uso del yuan como moneda de transacción.

Otro eje amenazante utilizado por Moscú ha sido la provocación de utilizar armas de destrucción masiva. En caso que la supervivencia de Rusia estuviera en riesgo por las acciones en Ucrania, apoyadas desde Occidente económica, logística y militarmente, el Kremlin invocará las disposiciones de su doctrina militar para usarlas con la intención de defender la patria (Bollfrass & Herzog, 2022). Lo anterior generó una alerta sobre la amenaza nuclear y su carácter disuasivo que se consideraba superada.

Por lo anterior, apaciguar el conflicto en Ucrania hoy pasa por reconocer y entender las preocupaciones de seguridad de Moscú, "generando un balance que satisfaga los intereses de todas las partes y no solo de las potencias occidentales, entendiendo los límites que genera la concentración de poder de rivales cerca de las fronteras de Rusia" (Bock et al., 2015, p. 70).

Adicionalmente, la actuación de Rusia no hay que entenderla solo a partir de las acciones desplegadas por Occidente, sino también de la lógica interna.

Con la elección presidencial de 2012, Putin consolidó un entorno más nacionalista y conservador que ve con preocupación cómo se pierde el control e influencia sobre Europa del Este, con lo cual es necesario recuperar la grandeza rusa (Neumann, 2016). Precisamente, la verticalización y concentración del poder se tradujo en una mayor ascendencia de personas que tuvieron vinculación con las fuerzas militares o con organismos de inteligencia (Silovikí) y que se constituyeron como el núcleo cercano y leal a Putin (Rotaru, 2022; Forsberg, 2019).

Así, la posición de Rusia respecto a Ucrania está determinada por un entrelazamiento de factores internos y externos: el primero, dirigido a afianzar una posición más autoritaria, nacionalista y conservadora que estimule una propaganda que reconozca el papel de Rusia como potencia de primer orden, y, el segundo, encaminado a afianzar el papel de ese país como potencia global, arquitecto y miembro principal de la seguridad europea (Freire, 2019; Götz & MacFarlane, 2019).

Europa: un entorno de geopolítica energética complejo

Este apartado analiza la afectación que la intervención militar genera sobre la geopolítica energética europea, la cual atraviesa un proceso de transformación entre la seguridad del suministro, la viabilidad económica y el cumplimiento de compromisos medioambientales.

Por un lado, Rusia ha utilizado coercitivamente el suministro de gas y petróleo sobre Ucrania y Europa para obtener ventajas políticas, económicas y, por supuesto, militares y de negociación. Esta situación evidencia una nueva y peligrosa geopolítica, en la cual se genera un cuello de botella tanto en la confiabilidad del suministro como en la capacidad de producción, principalmente al utilizar Moscú su capacidad energética como demostración de poder frente a Europa (Romanova, 2021).

Por otro, con el Pacto Verde Europeo, alcanzado en 2019, se aspira a convertir a Europa en el primer continente medioambientalmente neutro a partir de 55 compromisos nacionales y comunitarios, cuyo eje central es transformar la producción energética que impacte la reducción de emisiones, menguar la dependencia energética del exterior, transformar los sistemas de transporte y productivos para que sean menos contaminantes, ofrecer nuevos puestos de trabajo y crear incentivos fiscales adecuados para atraer inversiones en energías renovables y sustentables (Comisión Europea, 2022a).

La geopolítica energética europea, entonces, se enfrenta simultáneamente a la utilización coercitiva del suministro energético ruso, a la necesidad de acelerar la transición energética hacia fuentes más verdes y a las dificultades derivadas de certificar fuentes seguras para la provisión energética que se han incrementado en los últimos años. Tal vez por esa razón, el comisionado de transición energética europeo, Frans Timmermans, afirmaba que abordar las vulnerabilidades energéticas pasa por adquirir más independencia energética a través de una transición energética" (Comisión Europea, 2022b).

Como ha sucedido en otros momentos, la transformación a nuevas fuentes energéticas acarrea presiones adicionales sobre el entorno geopolítico y el cambio climático, lo cual incrementa los riesgos, la inseguridad y la vulnerabilidad entre los países productores, consumidores y el mercado con repercusiones regionales y globales (Bordoff & O'Sullivan, 2023; Bartuska et al., 2019).

Precisamente, esto conduce a una era de inseguridad energética, en el sentido que la dependencia de los recursos fósiles tradicionales (carbón, petróleo y gas) constituye una competencia geopolítica entre el viejo orden energético y una realidad volátil e impredecible en los mercados globales, entre la producción tradicional y nuevas fuentes que sean seguras y limpias. Tal vez por esta razón, y en claro reflejo del realismo defensivo, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, señalaba "la necesidad de adquirir independencia del carbón, gas y petróleo ruso porque no se puede confiar en quien amenaza" (Comisión Europea, 2022b).

Los países europeos enfrentan la disyuntiva de alcanzar los objetivos medioambientales de largo plazo o las necesidades energéticas de corto plazo de manera simultánea, con lo cual requieren: diversificar las fuentes energéticas que fortalezcan la gobernanza comunitaria; alcanzar un complejo equilibrio entre el consumo de recursos fósiles y el incremento de inversión y desarrollo de energías alternativas, y satisfacer las necesidades diferenciadas de grandes consumidores con estructuras energéticas más diversificadas y pequeños Estados altamente dependientes de importaciones netas de energía (Pepe, 2022).

Incluso, bajo un escenario optimista en el que se alcance en 2050 un equilibrio climático que mantenga el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 grados centígrados, tal como lo sugieren expertos en Cambio Climático, se necesitará al menos el consumo del 50 % del gas natural y del 30 % del petróleo que se consumió en 2021 (International Energy Agency, 2021), por lo cual la influencia de grandes productores como Arabia Saudita, Rusia y EE. UU., seguirá siendo determinante.

Tradicionalmente, la seguridad energética aspiraba a encontrar un equilibrio entre las fuentes y los usos energéticos. A esa tradicional ecuación, hay que añadir en la actualidad una tercera variable: que contribuya a la disminución de la crisis climática y la consecución de las metas de carbono cero (Pepe, 2022).

Los altercados energéticos no son nuevos en el viejo continente. Incluso, previo a las intervenciones militares de Rusia sobre Ucrania en 2014 y 2022, las disputas energéticas entre estos últimos generaron conmoción en los mercados, en especial en 2006 y 2009, cuando Rusia cortó unilateralmente el flujo de los gasoductos que atraviesan Ucrania y que se dirigen principalmente a Europa Central y del Este. Desde ese momento, la inestabilidad y la desconfianza fueron creciendo hasta convertirse en un elemento permanente de fricción entre Kiev, Moscú y Bruselas, que, a través del gasoducto Nord Stream II, pretendió evitar el tránsito de gas ruso a través de Ucrania para que llegara de manera segura a Alemania y otros países de la región (Noël, 2013).

En ese sentido, Rusia no solo tiene una capacidad militar amenazante, sino que utiliza indiscriminadamente la producción y distribución gasífera como un instrumento de coacción y un brazo adicional de política exterior dirigido a obtener mejores términos de intercambio en su relación frente a Ucrania y Europa (Noël, 2013). Este argumento es corroborado por Henderson (2016), para quien "Gazprom se convirtió en la chequera interna del régimen de Moscú y en un jugador indispensable de la política exterior rusa" (p. 464).

Con lo acá expuesto, la guerra es para Europa una profunda reconfiguración de la arquitectura energética con implicaciones en dos frentes: por un lado, obliga a buscar gas y petróleo que no quiere obtener de Rusia de otros oferentes como Noruega, el Reino Unido y países de Asia central; por otro, invita a superar cuellos de botella internos, como mejorar la capacidad de importar gas natural líquido, fortalecer la integración en infraestructura y perfeccionar el despliegue diplomático en asuntos energéticos frente a terceros (Tagliaprieta, 2022). Esta guerra desnuda los riesgos de la interdependencia energética frente a un rival geopolítico como Rusia y lleva consigo una noción estratégica sobre la transición energética y el futuro geopolítico de la UE (Skalamera, 2023).

El impacto impredecible de las sanciones económicas

Desde 2014, y con mayor intensidad en 2022, diversos países impusieron sanciones económicas y financieras a la actividad económica de individuos, empresas y sectores económicos estratégicos rusos. Lo que resulta novedoso es la cooperación y coordinación para hacerlas más fuertes, duraderas y con resultados concretos. Así, se coordinó entre las economías del G-7 imponer un precio techo a las exportaciones de petróleo ruso de sesenta dólares barril, congelar los activos y reservas internacionales depositadas en los bancos nacionales de aquellos países y continuar sancionando sectores estratégicos de la economía rusa, como aeroespacial, seguridad y defensa (Congressional Research Service, 2023). En ese sentido, el efecto de las sanciones del eje triangular que guía las explicaciones acá consignadas refleja que la coordinación de EE. UU., la UE y otros países europeos ha sido dirigida a señalar comportamientos inadmisibles de la élite y el gobierno ruso.

Desde la administración de Obama, EE. UU. decidió imponer fuertes sanciones sobre personas y sectores de la economía rusa. Tres elementos se destacan: primero, restringir las transacciones con el Banco Central ruso, limitando la capacidad de movilizar reservas internacionales en dólares u otras monedas asociadas; segundo, controlar las exportaciones e importaciones en los sectores de defensa, aeroespacial y marítimo, para limitar la producción y manufactura interna y de exportación, y, tercero, prohibir la importación de hidrocarburos dirigidos a los EE.UU. (Congressional Research Service, 2022).

Por varios factores, resulta difícil establecer una línea coherente y constante de la UE respecto a Rusia. Primero, debido a su cercanía geográfica, nivel de interdependencia económica y social, así como a las dificultades políticas y prácticas de ponerse de acuerdo, los países europeos suelen sopesar más la utilización y la profundidad de las sanciones (Young & Birchfield, 2018).

En segundo lugar, los socios europeos se dividen respecto al enfoque más adecuado para discutir con el vecino del este, observando dos grupos importantes: por un lado, aquellos países dispuestos a cumplir un rol agresivo que promueve sanciones robustas y resistentes en el tiempo;1 por otro, se ubican aquellos que prefieren forjar puntos en común con Rusia a través de la interdependencia económica y los lazos sociales, culturales y religiosos que facilitan la generación de márgenes de mediación2 (Portela et al., 2021).

La guerra de 2022 corrobora una amenaza estructural sobre los países europeos que generó un cambio de política exterior, incluso de aquellos reacios a la imposición de sanciones como lo era Alemania, obligado a modificar su tradicional posición de mediación a través de la densa red de acuerdos económicos y comerciales, y que aun generó un aumento en el presupuesto de seguridad y mayores recursos para la modernización de sus fuerzas militares (Major & Mölling, 2022).

Para Alemania, esta guerra es un completo cambio de era o Zeitenwende. Además, como señaló el alto representante para la acción exterior europea, Josep Borrell Fontelles (2022), las sanciones económicas por parte de la UE están dirigidas a dos objetivos: por un lado, la función de señalamiento y, por el otro, de coerción. La primera estipula que el comportamiento ruso es inaceptable y no puede permanecer sin castigo; la segunda se enfoca en limitar la capacidad económica de respuesta por parte del régimen de Moscú, lo cual afecta operaciones en diversos sectores económicos para alterar su comportamiento.

De acuerdo con Portela y Kluge (2022), las sanciones perseguían otros propósitos: mitigar y afectar la vitalidad económica rusa ejerciendo presión sobre las arcas estatales y, mediante una lógica selectiva y bien calibrada, señalar y condenar a aquellos cercanos política o económicamente al régimen de Moscú. En efecto, minar la confianza sobre el gobierno y presionar por cambios internos era un propósito loable para el que las élites rusas observaban la guerra como una locura y un sin sentido del que no pueden escapar, porque afecta sus intereses económicos y políticos (Prokopenko, 2023).

Por ello, crecen los temores por retaliación a las críticas sobre la invasión. Así lo reportó el magnate Oleg Tinkov, dueño del grupo financiero Tinkoff Bank, y quien denunció que después de las críticas efectuadas en mayo de 2022, recibió en su oficina una solicitud de venta del gobierno de sus activos financieros (Troianovski & Nechepurenko, 2022).

Para mayo de 2022 se estimaba que más de mil compañías europeas y estadounidense habían dejado Rusia y que el efecto sobre el crecimiento económico podría ser de hasta -8.8 % del PIB nacional, así como una contracción que se comenzaría a revertir en 2026 (Reuters, 2022). Adicionalmente, el Banco Mundial (2022) estimaba que las sanciones internacionales tendrían un efecto no solo en Rusia, sino en la recuperación económica pospandemia en regiones como Europa, Asia central y África, en los que el desempeño económico podría ser menor al 0.5 % del PIB proyectado para 2022, debido sobre todo al encarecimiento de alimentos, materias primas y combustibles.

No obstante, el reporte sobre crecimiento económico del Banco Central ruso de agosto de 2022 señalaba que la afectación del PIB estaría alrededor del -4 % al -6 %, menor que lo reportado a inicios de la confrontación y esperaba una recuperación incluso para el último trimestre de 2023, con un crecimiento económico del PIB de entre el 1.3 % y el 2.0 %. (Bank of Russia, 2022)

Las sanciones internacionales han sido instrumentalizadas por el Kremlin para generar una narrativa interna útil a sus intereses. Acusa a Occidente de sancionar y victimizar a Rusia, evita debates internos sobre el manejo económico de Putin y señala culpables que desvían la atención sobre opositores internos. Resultan desafiantes, porque Rusia es un país fuertemente integrado a la economía europea y mundial, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la UNO y del G-20, principal exportador de gas y petróleo y, desde 2014 cuando se utilizaron las sanciones como mecanismos de presión, implementó medidas para constituir una economía más resiliente constituyendo, entre otros, su propio sistema de pagos internacionales (Korhonen, 2019).

En ese sentido, a partir de 2017, Rusia, por su parte, con el propósito de mitigar las futuras sanciones económicas de Occidente, incrementó sus reservas en oro, y el Banco Central de Rusia, a través del Sistema Nacional Ruso de Pagos con Tarjetas, instaló el sistema MIR, con el que evade la inoperatividad de las empresas estadounidenses Mastercard y Visa, cuando tuvieran que aplicar el régimen de sanciones. EE. UU., por su lado, alimentó la idea de incluir a Ucrania dentro de la OTAN, así como buscó la manera de agudizar las ansiedades y vulnerabilidades de Rusia en aspectos políticos, económicos y militares internos, como en su zona de influencia (Asia central y el Cáucaso) (Dobbins et al., 2019).

Esta retórica amenazante generó una respuesta adicional en dos flancos. Primero, Rusia logró intervenir no solo en la elección presidencial de 2016 en EE.UU., sino también en los procesos democráticos de otros países. Segundo, de manera directa e indirecta a través de hackers y desinformación, ayudó a constituir un ambiente negativo hacia la democracia y los partidos políticos, mostrando este sistema de gobierno como un nido de corrupción y exclusión del pueblo (Marten, 2019).

Como se analizó, el efecto de las sanciones parece tener resultados mixtos. Por un lado, el efecto económico ha sido significativo, debido a que Rusia hoy no puede actuar con plena libertad, tiene dificultades en materia de suministros y debe ofrecer sus productos minero-energéticos a un menor precio en los mercados internacionales. En ese sentido, las sanciones logran su objetivo de señalar y aislar a Rusia. Por el otro, desde una perspectiva política resulta más complejo en la medida en que el Kremlin pareciera no haberse afectado lo suficiente como para desistir en el empeño de la acción militar de agresión contra Ucrania.

Aunque el objetivo de las sanciones esté claramente definido, la interacción entre factores económicos y políticos están íntimamente relacionados, con lo cual la presión sobre los primeros debería producir efecto sobre los segundos. En este caso, Putin y su entorno logran mitigar los primeros y no hay precisión sobre el alcance que pueda haber en la política, lo cual no quiere decir que el efecto de las sanciones no vaya a seguir generando un impacto prolongado y severo sobre la conducción de la economía y la política rusa (Portela & Kluge, 2022).

Conclusión

La confrontación entre Rusia y Ucrania no comenzó el 24 de febrero de 2022, sino que se ha extendido con dos incursiones armadas (2014 y 2022) y siguen en proceso. Las ramificaciones también son múltiples, aunque en este artículo, a partir de un enfoque neorrealista, se aborda el impacto en materia de seguridad y la geopolítica, en especial la energética y la utilización de las sanciones como arma de sanción y negociación. Sin que se puedan hacer reflexiones concluyentes, debido a que el conflicto sigue abierto y con una prolongación indescifrable en el tiempo, es conveniente señalar algunas deducciones respecto a los temas abordados.

La confrontación entre grandes potencias sigue siendo un eje para comprender el conflicto y las opciones de paz. La anarquía del sistema internacional, la utilización del poder latente y del poder militar, además de la guerra híbrida, siguen siendo el modus operandi de los actores implicados.

Las acciones ejecutadas por la tríada de EE. UU., la UE y Rusia son indispensables para entender el desarrollo presente y futuro en Ucrania. Retomando los aportes de Walt (2009), en el sentido que las grandes potencias balancean sus movimientos frente a amenazas, tanto EE.UU. como la UE perciben en Rusia una amenaza al orden de seguridad establecido y a la seguridad política, económica y energética, respectivamente. Además, factores históricos y sociales mostraron que cualquier avance de acercamiento de Occidente frente a Ucrania es percibido como una amenaza existencial en Moscú, razón por la cual debe mostrar su capacidad latente y militar frente a sus adversarios.

En términos geopolíticos y de seguridad, la guerra refleja una crisis profunda del orden internacional contemporáneo. La ampliación de organizaciones como la UE y la OTAN no han generado en el viejo continente un entorno de paz que satisfaga a todas las partes. Ahí radica una de las mayores frustraciones de Rusia, motivo que explica su comportamiento más agresivo durante el siglo XXI frente a vecinos próximos que hicieron parte de la extinta Unión Soviética, como Georgia y Ucrania. La guerra generó que las alianzas militares (OTAN) y la diversificación de fuentes energéticas desataran nuevas competencias geopolíticas. Así, Europa vuelve a ser sinónimo de enfrentamiento por mantener el poder, la influencia o la vigencia, tal como lo señala la teoría neorrealista.

Los movimientos de las potencias occidentales no se hicieron esperar en cabeza de EE. UU. y la UE, que ha desatado una ola de cooperación, colaboración y coordinación no vista desde la Segunda Guerra Mundial para proveer herramientas tanto militares como humanitarias y financieras a Ucrania. Ese hecho ha sido determinante para que este último logre, por el momento, resistir el ataque ruso, pero estará por verse por cuánto tiempo más. Sin embargo, las presiones internas en Washington y otras capitales van en aumento, con lo cual los procesos electorales son altamente influyentes para que las personas localmente mantengan o pierdan interés en apoyar a Ucrania y, al menos desde Washington, este sigue siendo un problema distante y principalmente europeo.

También, se requerirán nuevos acuerdos que muestren una realidad más completa y que incluya la visión de todos los actores en disputa. La ampliación de la OTAN y su permanencia en el tiempo seguirá siendo una amenaza para la seguridad rusa, pero una defensa necesaria para algunos países europeos, en especial los más cercanos geográficamente a Moscú y que no tienen las capacidades o la posibilidad de defenderse del gran oso nórdico. Las alianzas militares continuarán teniendo un papel importante como medio de disuasión, para algunos, y como amenaza, para otros. Además, genera presiones para que los países europeos, como Alemania y otros, inviertan más en seguridad, ya sea alrededor de la OTAN o a partir del fortalecimiento de las capacidades defensivas en el interior de la UE, enfocada más en operaciones de mantenimiento de la paz que en desarrollar capacidades de defensa territorial. La UE estratégica y geopolítica cobra vida.

Precisamente, el enfrentamiento entre los polos de poder conduce a que tanto Occidente como Rusia aumenten su percepción de amenaza recíproca y constituyan un dilema de seguridad. Esta situación impacta la estructura de seguridad y los espacios internacionales de negociación que, durante épocas de acoplamiento, sirvieron como mecanismo de resolución de controversias. Actualmente, EE. UU. ha logrado alinear y movilizar a los países occidentales para aplicar sanciones contra Rusia y condenar la invasión; sin embargo, no obtiene el mismo resultado con los países del Sur Global, que mantienen una postura más pragmática, que refleja una ventana de oportunidad para que sus posturas tengan más relevancia.

Desde la geopolítica energética, la guerra en Ucrania llegó en un momento de profunda tensión e inestabilidad en los mercados internacionales. No solo por los desbalances en materia de oferta y demanda generados por el efecto de la pospandemia, sino también por la necesidad de lograr un abastecimiento seguro, económicamente viable y medioambientalmente sustentable, Europa se encuentra en un momento de transición en el que el suministro de gas y de petróleo se vio abrupta y seriamente afectado por las medidas tomadas desde Bruselas para evitar comprar esos combustibles fósiles a Rusia.

La transición energética no se detendrá, pero ha sido más difícil encontrar en el corto plazo gas y petróleo disponibles a precios económicamente viables para todos los países de la UE. En otras palabras, la guerra afecta de manera diferenciada a los países europeos, pero debe propiciar las condiciones para promover soluciones conjuntas a problemas complejos derivados de la seguridad energética y ambientalmente sostenible. Desde una perspectiva neorrealista, la UE ha sido sensible a la utilización coercitiva por parte de Rusia de los hidrocarburos, con lo cual debe invertir más para alcanzar su independencia energética.

Desde 2014, las sanciones internacionales son un mecanismo de presión económica y política. Por un lado, Rusia ha sido asfixiada financieramente en los mercados internacionales. Sin embargo, este país comenzó de forma hábil un camino para evitar afectaciones directas, con lo cual ha logrado mantener su economía a flote. Es difícil saber durante cuánto tiempo más lo podrá hacer, pero el apoyo de China, India y de otros importantes compradores de bienes y servicios en Asia y África son una válvula de escape necesaria. Así, las sanciones cumplen parcialmente su papel y no se sabe por cuánto tiempo más se tendrá el consenso para seguirlas empleando.

Por otro, desde el punto de vista político, y tal como se evidenció, la efectividad de las sanciones es cuestionada, porque no detiene los comportamientos agresivos de Rusia. En ese sentido, la posición de Estado nuclear, miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y economía del G-20, siguen siendo atributos estructurales de Moscú que hacen inviable e imposible aislarlo por completo de los centros de poder y de toma de decisión. Como lo señala Drezner (2022), las sanciones internacionales continúan siendo un instrumento peligroso e impredecible tanto para quien las envía como para quien las recibe, porque no se puede determinar si la acción del primero tendrá el efecto esperado en el segundo, con lo cual es un instrumento cuya aplicación debe ser puntual y precisa.

Finalmente, la guerra en Ucrania señala la dificultad que ese país ha tenido para encontrar un espacio adecuado en Europa Central del Este después de la Guerra Fría. Ni los acercamientos a Occidente y sus instituciones, ni la permanencia bajo la órbita política y económica de Rusia son suficientes para la clase política, la sociedad civil y la actividad empresarial. Además, sigue siendo la parte más afectada del conflicto, porque su territorio ha sido desmembrado parcialmente y su infraestructura física, económica y humana tardará años en recuperarse en pleno.

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1 Los países bálticos: Polonia, Rumania, Reino Unido (mientras hizo parte de la UE) y Suecia.

2Bulgaria, Chipre, Eslovenia, España, Grecia, Italia y Portugal.

* Este artículo contó con la colaboración de la estudiante asistente de investigación Ángela María Rodríguez Hermida. Correo electrónico: angela.rodriguez@est.uexternado.edu.co

Para citar este artículo: Piñeros Ayala, R., & Rayran-Cortés, M. A. (2023). La guerra en Ucrania: entre la seguridad, la geopolítica energética y las sanciones internacionales. Desafíos, 35(Especial), 1-29. https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.13194

Recibido: 23 de Abril de 2023; Aprobado: 24 de Octubre de 2023

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