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Perspectivas en Nutrición Humana

Print version ISSN 0124-4108

Perspect Nut Hum vol.16 no.1 Medellín Jan./June 2014

 

INVESTIGACIÓN

 

La alimentación: mediación en la reconfiguración identitaria en los desplazados hacia Medellín-Colombia

 

Feeding: mediation reconfiguration of displaced identity to Medellín-Colombia

 

 

Rubiela Arboleda Gómez1

1 Instituto de Educación Física y Deportes, Universidad de Antioquia UdeA, Calle 70 No. 52-21, Medellín, Colombia. luzmar.arboleda@gmail.com.

 

Como citar este artículo: Arboleda R. La alimentación: mediación en la reconfiguración identitaria en los desplazados hacia Medellín-Colombia. Perspect Nutr Humana. 2014;16: 37-50.

 

Artículo recibido: 26 de octubre de 2013; Aprobado: 10 de diciembre de 2013

 


RESUMEN

Este artículo es un producto de la macroinvestigación denominada La cultura corporal un lugar de síntesis en la construcción social del miedo como referente identitario en escenarios de conflicto (2006-2009) y del estudio derivado Improntas cultura somática-ciudad de los desplazados hacia Medellín (2010-2012). Objetivo: identificar el lugar de las prácticas alimentarias en el proceso de acomodación de la población afrodescendiente, de cara a la experiencia del destierro en Colombia. Metodología: obedece a la perspectiva de la etnografía reflexiva, implementada con entrevistas, registros visuales, observaciones y talleres. Resultados: el estudio permitió comprender la función identitaria de las prácticas alimentarias desde tres aspectos: las añoranzas, las preferencias y lo posible; la experiencia ante lo desconocido, y la manera como la tensión entre los acervos culinarios y las ofertas en Medellín media en la reconfiguración identitaria en desplazados por el conflicto en Colombia.

Palabras clave: alimentación, preferencias alimentarias, cultura corporal, desplazamiento, conflictos armados, identidad.


ABSTRACT

This work is derived from the macro project Body culture as a synthesis site in the social construction of fear as a model of identity in conflict scenarios (2006-2009), and the study Imprints somatic-city culture of the displaced towards Medellin (2010-2012). Objective: To identify the food practices place during accommodation process of Afro-Colombian population, in the context of exile in Medellín-Colombia. Methodology: It is a reflexive ethnography study. Interviews, visual records, observations, and workshops were developed. Results: The study allowed us to understand the identity rol of feeding practices from three points of view: longing, preferences, and possible thinks. Experiences from an unknown context, and contrast between culinary collections and food offer in Medellin mediates the identity reconfiguration from population displaced by the conflict in Medellín.

Key words: feeding, food preferences, body culture, displacement, armed conflicts, identity.


 

 

INTRODUCCIÓN

Los finales del siglo XX y los inicios del XXI en Colombia han estado marcados por el conflicto armado entre guerrilla y paramilitarismo, y por la movilización campo- ciudad, con lo que ha emergido una categoría social imputada: la de desplazado. La posesión de la tierra en Colombia y los afanes de progreso, evidentes en los megaproyectos, han promovido un forcejeo de largo aliento por la apropiación de zonas de gran valor en lo referido a producción, comunicación vial, extensiones y dominio de los suelos.

La Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES) (1) señala que el 25% de los desplazados en el 2011 fueron afrocolombianos; porcentaje elevado respecto de las últimas estimaciones del gobierno sobre el total de esta población. El CODHES reporta más de 250.000 nuevos desplazados en 2012. Medellín se ha identificado como el municipio que presenta mayor cantidad de víctimas por desplazamiento, lo que ha significado un redibujamiento como ''paisaje'', como posibilidad y como hábitat.

El desplazamiento acarrea consecuencias existenciales profundas, como el abandono temporal de prácticas y costumbres que caracterizan la cotidianeidad y favorecen una identificación propia y del otro. Ser desterrado desborda la pérdida de un espacio; connota el desarraigo involuntario del territorio ''domesticado'', la pertenencia, la adaptación y la transformación; remueve cimientos que definen al sujeto y al grupo. Salir es muy difícil y llegar es a veces imposible. No consiste en un acto mecánico de moverse entre localidades, se trata de un drama que encierra el romper aquello que afina la existencia al tenor de las respuestas sobre quién soy/somos y quién es el otro/los otros. Llegar, implicará reconstruir esas posibilidades simbólicas que dan respuesta a esas preguntas, antes resueltas. El arribo representa el ingreso en otros horizontes de posibilidad, significa adecuaciones, como los ajustes alimentarios, que comprometen a desplazados y receptores.

El territorio es una categoría definitoria de la cultura y de la identidad; de la comprensión de este enlace emergen las preguntas sobre los desplazados en tanto desterrados: ¿no poseen identidad?, ¿pierden la cultura? Si bien estas cuestiones se inscriben en una lógica derivativa, es importante acudir a los denominados constitutivos antropológicos que otorgan la condición de humanidad, las cuestiones entonces se reformularían: ¿pierden la humanidad los desplazados?, ¿es posible vivir por fuera de la cultura?, ¿es pensable una colectividad por fuera de la identidad y de la cultura?, interesa aquí la pregunta por la redefinición de la identidad en grupos afrodescendientes.

Otros estudios realizados en el marco de la cultura corporal, relativos al desplazamiento (2-4), se han preguntado por las funciones que cumplen las dimensiones: sexualidad, estética, motricidad, producción, semiótica, emociones, política y salud, en el proceso de acomodación en Medellín. En este caso se acota la cuestión en torno a los significados que adquieren las prácticas alimentarias, como componente de la dimensión salud de la cultura corporal, en la reconfiguración de la identidad de los migrados afrodescendientes, asentados en la ciudad, el dilema gira en torno a: ¿qué función cumplen las prácticas alimentarias en esta reconfiguración identitaria?

Apuntes conceptuales

Con cultura corporal se hace referencia a la inscripción histórica, antropológica y contextual evidente en las dimensiones: sexualidad, salud, motricidad, estética, semiótica, política, emocional, producción, ocio, entre otras, que configuran al ser humano. En este marco, la dimensión salud se asume como la interacción con el entorno, una ''suerte de capacidad vital'' para exponerse permanentemente a la incertidumbre de la vida y para participar activamente en la construcción del propio porvenir. El potencial que permite responder o no a las diferentes eventualidades, como comprenderlas y actuar de acuerdo con las posibilidades del sujeto y de la comunidad (5). Esta visión reclama como prerrequisitos para su logro la paz, la educación, la vivienda, la alimentación, la renta, un ecosistema estable, la justicia social y la equidad. La alimentación se inscribe en la dimensión salud y participa en la construcción cultural de cuerpo como: necesidad, posibilidad, pertenencia, tradición y memoria.

Las prácticas alimentarias representan una manera de acercamiento a la experiencia del destierro en relación con la identidad y se definen como aquellos usos de los recursos comestibles que marcan la cotidianidad y se transforman en demanda fundamental, más allá del cubrimiento de una necesidad fisiológica. Como dice Uribe (6): la necesidad de alimentarse está indisolublemente ligada a la supervivencia de la especie humana y a sus condiciones de existencia variables, pero esta necesidad se modifica por la manera como los seres humanos, organizados en sociedad, valoran los procesos alimenticios. En este sentido, lo que se come depende, en primer término, de lo que el medio produce y de la capacidad de acceso económico a dichos bienes, pero en un segundo momento depende más del orden social y de la cultura.

Dichas prácticas entrañan el comportamiento de los grupos sociales construidos por la acción sincrética de numerosos factores históricos, biológicos y económicos. Corresponde al legado de preferencias y rechazos que hacen parte de un concepto amplio, abierto y simbólico, e implica un flujo permanente entre lo material y lo inmaterial (7). El tipo de comida que se consume denota la disponibilidad de alimentos, las condiciones socioeconómicas, el estado de salud, establece categorías sociales (8).

La alimentación es una función biológica fundamental y esencial para la vida social. Como un tema de investigación es multidimensional, que va desde lo biológico a la diversidad cultural, desde nutricional a lo simbólico... se considera una necesidad prioritaria en relación con un conjunto de los elementos estructurales y cíclicos, estableciendo la disponibilidad y acceso a los alimentos que interactúan y están inmersos en la realidad socioeconómica y política (7).

Las prácticas alimentarias son flexibles y ofrecen posibilidades que permiten la elección de gustos y preferencias, los cuales pueden ser modificados por factores endógenos y exógenos; para el caso: la movilidad territorial. Obedecen a una estructura normativa, que implica una codificación del deseo y una operatividad social de valores estandarizadores que proporcionan seguridad. Estas actúan sobre el cuerpo, lo marcan, lo regulan, lo construyen a su imagen y semejanza, y se hace así una realidad encarnada (9). Así las cosas, entre cuerpo y alimentación existe una relación compleja en la que una parte, para el caso las prácticas alimentarias, nos dice del todo: el cuerpo. La alimentación sintetiza la dialéctica naturaleza- cultura, y resulta emblemática de la misma.

La identidad se aborda como los rasgos, materiales y simbólicos, portadores de la ''distinguibilidad'' (10), término connotativo de aquello que permite el reconocimiento, tanto diferenciador como unificador; incluyente por cuanto genera un código de admisión en la lógica cultural y excluyente toda vez que señala a quien no pertenece: habla del otro. En la contemporaneidad estos trazos identitarios se han desarraigado de su esencialismo para transitar hacia las mutaciones permanentes, favorecidas por la globalización, la mass mediación, las transformaciones cognitivas, la eclosión de género, y las migraciones, para el caso, forzadas. La subjetivación de los avatares cotidianos es una condición que describe las emergencias identitarias de la actualidad; sin embargo, esta identidad móvil e irresoluta que nos habita no ha perdido su carácter de ''necesidad existencial''; se la requiere, se la busca, se la demanda y disputa.

La identidad para Castells (11) es el proceso de construcción del sentido, atendiendo a un conjunto de atributos culturales. Plantea una relación dialógica: establece un nexo con la tradición y exhibe la adaptación; diferencia y vincula. La noción de reconfiguración identitaria adquiere el sentido de rescatar, re-asir y/o rehacer prácticas aprehendidas; refiere la adecuación de experiencias propias en un entorno desconocido.

En este estudio, las prácticas alimentarias entran en lo que Geertz (12), en lo relativo a la cultura, asume como un conjunto de mecanismos de control (planes, recetas, fórmulas, reglas e instrucciones) que gobiernan la conducta del ser humano, a la manera de programas culturales, que ordenan y dirigen la vida de los individuos y del colectivo. De tal manera que devienen los referentes identitarios que demandan re-hacerse en función de atender a la necesidad básica de la distinguibilidad.

Por su parte, los desplazados son definidos en Colombia por la ley 387 de 1997 (13), que explicita que los desterrados son responsabilidad del Estado. Uribe (14) dice al respecto: en lo fundamental, son ciudadanos de pleno derecho, miembros de la colectividad nacional, sujetos productivos, que tuvieron la desgracia de habitar en un territorio en disputa por los señores de la guerra y fueron separados violentamente de sus entornos vitales, despojados de sus pertenencias, maltratados en su dignidad y en sus derechos y obligados por la fuerza a abandonar sus lugares de residencia y de trabajo, para dirigirse a cualquier parte, donde los persiga el estigma y los acompaña el abandono de los gobiernos, la hostilidad de sus conciudadanos y la indiferencia de casi todos.

En la narrativa se acude a la acepción desterrados propuesta por Molano (15), con la que propone desbordar el desplazamiento en sentido solo físico, e identificarlo no solamente como un drama humano de miseria y de gente pidiendo en los semáforos, etcétera. Desterrado es aquel que ha sido sometido a una expropiación brutal de la tierra y que rodea la economía... es un desarraigo de carácter cultural. A la gente le rompen las comunidades, le destrozan sus vínculos sociales, sus vínculos familiares, sus vínculos veredales, se le rompe, de una manera brutal también, su cultura, sus autoridades, sus sueños, sus perspectivas.

Este artículo corresponde a una lectura puntual de la información recabada en torno a la cultura corporal en desterrados autodenominados afrodescendientes, asentados en la ciudad de Medellín. Se busca develar los significados de las tradiciones y preferencias alimentarias, en la reconfiguración de la identidad en los desplazados por el conflicto armado en Colombia.

 

METODOLOGÍA

La metodología se ha levantado en el marco de la etnografía reflexiva como posibilidad de construir estrategias para la comprensión de las realidades sociales, que corresponda a la articulación de la complejidad, transdisciplinariedad y nuevas epistemologías. Hammersley y Atkinson (16) acuñaron el adjetivo reflexividad con el afán de entablar un diálogo entre el conocimiento común (Doxa) y el método; consideran imposible apoyarse solo en fundamentos epistemológicos que desconocen las producciones in situ. Esta metodología acoge diferentes: enfoques, miradas, instrumentos, relatos y correlatos. La interpretación rebasa la preocupación por la persona porque su sentido implica el locus, el contexto, el mundo objetivado que co-construye al sujeto. El trabajo de campo relieva el escenario en el que trascurre la vida, donde lo cotidiano se decanta en virtud de las lógicas locales que le otorgan de sentido.

La etnografía pretende restituir su esencialidad en las interacciones, goznes, sujeciones, enlaces y análogos, que la emplazan a un sitio privilegiado para aprehender lo social. Su potencial se halla en la pericia para explorar la capacidad discursiva de distintos universos, las situaciones diversas, los actores-sujetos. La etnografía queda como un oficio descriptivo fino y potente que hace confluir subjetividad y objetividad en el estar entre extraños y en el relato a conocidos y desconocidos (17).

Grupo de interés

El estudio 1: La cultura corporal un lugar de síntesis en la construcción social del miedo como referente identitario en escenarios de conflicto (2006-2009), se ejecutó con desplazados in situ, ubicados en los límites de la Comuna Centro-Oriental de Medellín, entre La Cañada y La Sierra. En 163 viviendas, habitan 756 de los miles de desplazados, en su mayoría provenientes del Urabá antioqueño, que han llegado a la ciudad buscando albergue.

Para el estudio 2: Improntas cultura somáticaciudad de los desplazados hacia Medellín (2010- 2012), se contactaron desplazados apostados en el centro de la ciudad de Medellín, ya no focalizados en un asentamiento como en el estudio 1. La evidencia empírica se conformó en relación con el espacio público donde se ubican como lugar de paso o de trabajo. Se mapeó el centro de la ciudad con referencia en los lugares que por pilotaje se apreciaron más concurridos por esta población, para llegar a la siguiente delimitación: plaza Minorista, iglesias de San José, Veracruz y Candelaria; parques de Bolívar, San Antonio y Berrío; Unidad de Atención al Desplazado (UAO) y el Albergue Temporal de Villahermosa (18).

Para efectos de la presente interpretación se retoman testimonios de aquellos afrodescendientes desplazados que participaron en alguno de estos estudios. La codificación se reeditó para la actual deriva alimentaria. Los testimonios aparecerán registrados así: los correspondientes al estudio 1 (E1 nombre ficticio) y al estudio 2 (E2 nombre ficticio).

Diseño de campo

Preconfiguración

Estudio 1. Se realizó un censo poblacional en el asentamiento: 380 mujeres (50,2%) y 376 hombres (49,7%). Edades: menores de 18 años, 376 personas (49,7%), 54 entre 12 y 14 años (14,3% de los jóvenes y 7,1% de la población de Macondo), mayores de 19 años, 346 (45,6%). Los tres asuntos que más han extrañado son: la familia 30 (18,4%), la tierra 30 (18,4%), el trabajo 18 (11). Las familias negras han extrañado, principalmente, la tierra 22 (22,4 de las familias negras y 13,4% de las censadas), 20 familias negras han extrañado sus familias (20,4% de las familias negras y 12,2 de las censadas) y 11 han extrañado: animales, cultivos, la comida, etc. (11, 4% de las familias negras y 6,7% de las censadas).

Estudio 2. El grupo de interés fue conformado con tres perfiles de actores: 26 desplazados, 15 mujeres entre 23 y 70 años y 11 hombres entre 48 y 79 años; en este grupo quedaron incluidos 11 afrodescendientes, seis indígenas y nueve mestizos; seis empleados que trabajan en instituciones vinculadas a los desplazados y cuatro personas de la comunidad receptora.

Configuración

Estudio 1: observaciones etnográficas en los escenarios de los actores, los objetos, las prácticas. Registros permanentes en el asentamiento: casas, caminos, ''canchas'', escuela, bailadero, ''chorros'' y calles circundantes, con formatos de diario de campo por escenario. Somatoscopías: registro de marcas en el cuerpo (permanentes o temporales, estéticas o terapéuticas); ejecución de talleres con los niños entre 7 y 14 años, entrevistas a adultos y a niños.

Estudio 2: se aplicaron tres guías de entrevistas correspondientes a las categorías de actores, confeccionadas en virtud de los objetivos y las categorías previstas. Esta información permitió recabar: biografías, sentidos de los hechos, sentimientos, opiniones y emociones, las normas o estándares de acción, los valores y conductas sociales, y posibilitó reconstruir, en contexto, aquellos matices que escapan a los testimonios y a la lente (19).

La presente lectura ha perseguido, en ambos estudios, los ejes nocionales identidad y salud. Esta última centrada en las prácticas alimentarias; aquello que en efecto describe la ingesta de productos determinados para saciar el hambre, el deseo o la ansiedad. Se indaga así por las preferencias (lo que elegirían comer), las percepciones (cómo experimentan el cambio en los hábitos alimentarios), actitudes (cómo reaccionan ante dicho cambio) y prácticas (cómo se adaptan al cambio). Y en lo referido a la identidad-subjetividad, la categoría, analíticamente tratada, fue la de territorio.

Reconfiguración

Para ambos estudios se partió de un cuadro relacional en el que se articulan los diferentes fragmentos del repertorio, a la luz del trabajo de campo. Las categorías descriptivas corresponden a las elaboraciones y avances conceptuales de las indagaciones previas, relativas a la cultura corporal y las prácticas alimentarias en distintas comunidades, como se observa en los cuadros del análisis relacional de ambos estudios.

  • Se realizó una correlación de las estrategias de acercamiento: diálogo horizontal entre las entrevistas, las somatoscopías, los diarios de campo, los registros visuales y el censo.
  • Se identificaron las concomitancias entre actividades: talleres, visitas, certámenes; actores: desplazados, receptores, expertos, y tiempos: salida, asentamiento y expectativas.
  • Se reorganizaron los instrumentos y las técnicas aplicadas en razón de los ejes analíticos: cultura corporal, identidad y conflicto, de allí las inferencias.
  • Se aplicaron protocolos en Excel, ATLAS Ti, SPSS para la objetivación del dato.
  • Se realizó una validación fenomenológica.
  • Se estructuró el informe final desde categorías analíticas retomadas de la propuesta de landscape de Appadurai (20).

  • Se realizó la objetivación del dato con pasos artesanales y en Excel.
  • Se socializaron las entrevistas, las fotografías y los diarios de campo.
  • Se construyeron las categorías analíticas desde las preestablecidas en la cultura corporal.
  • Se realizó un diálogo mediante el cuadro relacional.
  • Se produjeron las inferencias mediadas por discusiones con otros investigadores del proyecto macro.
  • Los testimonios se filtraron desde las subcategorías, y se organizaron y registraron en nexo con los hallazgos y corolarios.

 

Consideraciones éticas

En el proceso de recolección de información se procuró ofrecer elementos, a los actores de ambos estudios, que les significaran un aporte para su propio conocimiento. Algunas estrategias de acercamiento, como el censo, dejó información que les permitió operar ante entes administrativos; otras, como los talleres, significaron aprendizajes para sectores de la población. Los testimonios fueron codificados, preservando el anonimato de los interlocutores en campo; se realizó un retorno de la información y se llevó a cabo un proceso de aprobación de las interpretaciones, con las comunidades, mediante la lectura de diarios, reconocimiento fotográfico, participación en presentaciones públicas.

 

RESULTADOS

HACIA UNA INTERPRETACIÓN POSIBLE

Canto y danza se integran en la dimensión de encuentro político, los viejos cuentan la historia del poblamiento del río, en el mapa van marcando los sitios donde se asentaron los primeros mayores, enseñan sobre historias de esclavos y amos, sobre comidas y fiestas del pasado, sobre indios y negros, sobre la historia que en el encuentro es portadora de identidad Villa (21)

La añoranza, las preferencias y lo posible

Los inmigrantes afrodescendientes indagados aquí provienen del Pacífico colombiano, son ribereños, no solo por su procedencia, sino por sus prácticas culturales. Con el río se ha escrito su cotidianidad; este ha representado acceso al agua, aseo personal, transporte, diversión y, muy significativamente, provisiones alimentarias.

El Chocó quizás sea el más afrocolombiano de los departamentos colombianos. Sus 46.530 kilómetros cuadrados se consideran patrimonio de la humanidad, por la enorme diversidad de recursos animales y vegetales que albergan, y por los volúmenes de aire que sus bosques reciclan. Así se convirtió en un refugio apropiado para quienes, desde mediados del siglo XVIII, comenzaron a huir de la esclavitud minera, ya fuera por cimarronaje o por automanumisión. Estos, libres se fueron convirtiendo en proveedores de alimentos cultivados que se exportaban hacia los distritos mineros de Citará y Nóvita (22).

Vivir en las orillas del Pacífico significa habitar suelos llanos, con un clima clasificado como súper húmedo tropical, en el que aunque hay muchas lluvias, no deja de ser caliente bochornoso. De la misma manera ser ribereño connota recursos alimentarios con los que se ha ido construyendo una suerte de corporeidad individual y colectiva. Una identidad soportada en aquello que se consume.

El tránsito rural-urbano mueve a la extrañeza y el río es emblemático del detrimento patrimonial experimentado. En el recuerdo de su cauce se vinculan los correlatos del hábitat, el entorno dominado, referente de su cotidianidad ahora en jaque. En las narrativas de los desplazados asoma, insistentemente, el lugar de procedencia. Nostalgia y añoranza se mezclan para dar paso a la descripción de las pérdidas que, en ocasiones, adquieren la figura de lo comestible y el peso de lo irrecuperable. Así lo dijeron:

Lo que más extraño del Chocó es el río, y los tíos. El Chocó era grande, muchas fincas, muchas frutas, muchos árboles, me gustaría ir al Chocó, por el río... (E1 Georgina).

El territorio es el aspecto que aparece de manera pertinaz en los múltiples paisajes contados por los entrevistados, en los que la accesibilidad a los recursos básicos, la alimentación y la familia, representan los contenidos más cargados de sentido. El campo de la recordación sugiere una vida de abundancia y comodidad en lo correspondiente a la adquisición de la comida, la que encierra una simbología que los ata al pasado remoto y al menoscabo reciente.

Me levantaba a las cinco de la mañana, le daba el tetero a ella, preparaba la comida, miraba las gallinitas y los marranitos, sembrábamos plátano y yuca y cuando había tiempo se sembraba maíz (E2 Lucinda).

Aquí no es como alimentarse allá, con su yuca, papa, pescado (E2 Gregorio).

Lo que más extraño es mi casita, los animalitos, la miel, la mazamorra (E2 Santiago).

Para los habitantes del Urabá chocoano las prácticas en torno a la alimentación han representado su diario transcurrir, su fuente de empleo, saberes ancestrales, como: labrar la tierra, criar animales y dominar los ríos en calidad de bogas y pescadores; dominios asimilados y explotados, lo que se expresa en su corporeidad.

Las preferencias alimentarias trascienden la saciedad del hambre, la inmediatez de los productos, las premuras de la escasez; estas comprometen los horizontes de sentido que históricamente han ofrecido contenidos simbólicos a sus vidas. En la evocación de su comida se sintetiza la aflicción por el detrimento del orden tradicional e identitario al que los somete el destierro. Las predilecciones se ven mediadas por los recursos económicos y por las prácticas alimentarias de los receptores, que resultan ser más determinantes de lo que se come, porque algunos productos pueden tener el mismo costo pero no se consiguen porque en el escenario de llegada no se consumen. He ahí la potencia del destierro en cuanto despojo de aquello definitorio del sujeto, como las posibilidades alimentarias.

En el caso de los desplazados afrodescendientes visitados en E1 y E2, es notable la nostalgia por aquello de la alimentación que los ata al territorio, como la lucha constante con las preferencias que hay que modificar al son de lo factible. Y, por los intersticios de ese ejercicio adaptativo entre la nostalgia, las preferencias y lo posible, se filtra una alternativa identitaria.

Entre la pérdida y lo desconocido

La situación extrema a la que los empuja el desplazamiento: carencia de techo, servicios, comida, les demanda un potencial de respuesta que en ocasiones desborda la percepción de sí mismos. Las prácticas han sido resignificadas; optan por automedicarse y autopercibirse sanos antes que acudir a los servicios médicos y nutricionales.

La comida ha cambiado mucho, uno allá come más, aquí he perdido peso, porque nos toca comer cualquier cosa, una libra de arroz pa' todo el día, pero pues yo me siento bien, no tengo problemas de salud, no me duele nada o me hago la loca para poder seguir en la lucha (E1 Carmela).

Los cuidados básicos, las prácticas de higiene y la alimentación están mediados por los recursos económicos, de tal manera que se hacen cómplices de la invisibilización de los signos de deterioro e ignoran las amenazas que penden sobre su bienestar. Una observación en campo ilustra sobre los cambios corporales y cómo esquivan la asepsia:

Han disminuido de peso desde hace un año que las conocí, es evidente el paso de las necesidades y cómo se controlan... La familia blanca prepara mazamorra, ahí fuera de su casa, y bajan hasta el centro a venderla, la asepsia no existe, no hay ningún control sanitario... así se la vende a los vecinos (E1. Diario de campo. 2008).

Padecer hambre, perder peso, no poder acceder a los alimentos de sus preferencias y tradiciones son características que bien podrían corresponder a las prácticas actuales en la búsqueda de un ideal estético. Como lo describen Arnaiz y Comelles (23): cuidarse y estar a dieta es hoy casi una nueva forma de religión... estar delgado es sinónimo de salud, atracción física, persuasión, éxito, realización personal, aceptación del orden. Estar gordo lo es de egoísmo, descontrol, suciedad, debilidad, dejadez, enfermedad.

La alimentación sintetiza los vacíos existenciales que ha dejado el desplazamiento, llegar a Medellín significa un choque inicial y contundente con la alimentación, ello demandará un primer ejercicio adaptativo de gran esfuerzo al intentar romper un lazo ancestral sólido, que proporciona seguridad.

Comer arroz pela'o... eso no es comida pa' uno, uno en el campo no sufre por comida, va al solar y agarra que una gallina, que un marrano, que el plátano, el pescao que es lo que a uno le gusta y lo tiene a mano... pero toca comer lo que sea, 'donde no hay solomo de todo como', como dicen por ahí (E1 Bernardo).

La mediación del dinero en todos los aspectos de la vida urbana obstaculiza la acomodación en el nuevo escenario. Así lo expresan:

La alimentación es superdistinta aquí, porque nosotras en el campo teníamos la alimentación pareja, el desayuno, el almuerzo y la comida, y hay veces que hasta golosinas comíamos, porque él mercaba parejo y si no mercaba, pues ahí en el campo se cultiva mucho la fruta, en cambio acá, desde que no sea con plata, es maluca la alimentación acá, porque como él no tiene trabajo, a mí me toca salir a pedir (E1 Celina).

Llegar, estar y quedarse en Medellín significa ingresar en la lógica del consumo y de sus costos.

Mi tierra me hace mucha falta porque es que las cosas de allá no son como las de aquí, por ejemplo en la comida, uno allá no compraba la gallina, ni el marrano, ni el plátano, no compraba el arroz, ni el maíz, muchas cosas allá nosotros las teníamos ahí a la mano (C1 Coralina).

El compartir la comida tiene significados especiales, comer crea lazos de afecto y amor, además de representar un valor para los sentidos (gusto, olfato, tacto, oído y visión) y de establecer una relación de placer con el alimento y con el hecho de compartirlo (26). Una pérdida más generada por el destierro: la consolidación de lazos, la comunión en el acto de comer y en lo que se come, los momentos y atmósferas que ello demanda y propicia.

Los requerimientos alimentarios generados por el conflicto en Colombia han favorecido, por lo demás, el acceso institucional a la corporeidad de los llegados a la ciudad. Suplir el hambre significa atender una prioridad vital y allí, en ese gesto, se juegan vínculos afectivos, nexos organizacionales, filiaciones políticas y religiosas. Un sacerdote cuenta:

El problema inmediato es el del hambre y desde la parroquia está funcionando un restaurante; hemos privilegiando a los niños, para que tengan su restaurante, su alimentación... Ellos están con lo más inminente que es el hambre (E1 párroco).

Así operan algunas ONG ante la vulnerabilidad de los menores:

Con los niños hacemos despiojes, revisión oral y ofertas alimentarias (E1 líder ONG).

Y tal como sucede con la iglesia y la escuela, sus designios se aceptan porque ofrecen una atención hasta el momento desconocida. Las ONG están sumergidas en el contexto biopolítico de la constitución del habitus de los desterrados y anticipan el poder de su intervención mediante las propuestas pacificadoras y productivas (24).

Los desplazados afrodescendientes considerados en estos estudios padecen la ausencia de sus prácticas y escenarios conocidos, manifiestan extrañeza por lo que encuentran y, particularmente, por lo que no encuentran; sin embargo, no ceden en la intención de resguardarse, reasentarse y protegerse, ello los induce a promover estrategias que les permita reencontrarse y reconocerse como sujetos de derecho, como comunidad étnica y como singularidad cultural: las prácticas alimentarias son emblemáticas de los ajustes entre tradición y reasentamiento.

Reconfiguración identitaria

La alimentación, prenda de la conquista cimarrona y del dominio de la naturaleza, se ha mezclado con fríjol y arepa, es decir, con las condiciones del entorno al que se llega. Este rasgo da cuenta de la tensión entre lo propio y lo ajeno, que forja una versión remozada de la cultura corporal, con la que empiezan a esbozar las respuestas a la pregunta fundamental de la identidad: ¿quién soy?, ¿quiénes somos?

En la cocina de los afrodescendientes reasentados en Medellín se puede inferir la cultura que los acunó. Y es que el plátano, el arroz, el ñame y el pescado conforman una simbólica desde los tiempos de la trata, no son solamente productos para comerse, son además su historia. Los esclavos solicitaron a sus amos la posibilidad de obtener tierras para el cultivo del plátano que se había convertido en un producto de primer orden para la alimentación de esclavos de cuadrilla y cuyo monopolio se hallaba en manos de los corregidores de indios (25). Las comidas aprendidas en África fueron reacomodadas en territorio americano (26). Y como sucediera en tiempos de esclavos y cimarrones, los desplazados hacia Medellín traen lo suyo y lo adecúan al nuevo espacio continente:

Sí, ya está uno adaptado, no adaptado a la comida de aquí porque uno siempre busca pues las comidas que acostumbraba allá. Lo que más compro aquí es pescado, el pollo pa'lla uno lo acostumbra a que uno mismo lo cría en las casas como la gallina criolla; aquí se compra ya despresado, entonces no es lo mismo... compro más el pescado, los frijoles no tanto, porque por allá no se acostumbra (E1 Heriberto).

Podría decirse que justo estas preparaciones, reacomodadas, vuelven ahora a modificarse (rereacomodarse) sin dejar sus particularidades chocoanas; son una expresión alimentaria que viene a conectar pasado-presente, emociones-necesidades, recursos-saberes. La alimentación y sus demandas permite la reinvención de lo cotidiano, lo conocido, lo propio: la identidad. Es allí, en ese intento por reponer sus platos típicos, en el que los afrodescendientes desplazados buscan tener un referente de un sí mismo histórico y cultural.

En esta dinámica de afectación cuerpo-ciudad, las prácticas alimentarias afrodescendientes se erigen como otro signo en Medellín procedente de Urabá: los asentamientos están rodeados de cultivos de plátano, algunas personas tienen pollos y por sus senderos deambulan vendedores paisas que pregonan: el pescado fresco. Las negritudes adecúan así el nuevo espacio a sus necesidades y lo transforman en su territorio, mientras son interpretados por los receptores, quienes buscan hacer negocio acomodándose a sus necesidades.

Aquí se come arroz, plátano, banano, lo mismo que se come allá; se come pescado, aquí mismo nos lo traen a la puerta, suben desde La Minorista a vender en cajas de madera, pero yo no sé... llega como raro, no es lo mismo. Lo que sí es más escaso por aquí es el chontaduro, el borojó, porque usted sabe que el borojó aquí venden unas peloticas pequeñas y el borojó bueno es el grande, el macizo, lo que pasa es que por aquí es muy escaso y muy caro (E1Coralina).

Los espacios de encuentro se motivan por la vía alimentaria: recordar, reacomodar y hasta enseñar las preparaciones típicas se ha convertido en una manera de fortalecer alianzas de recuperación identitaria. El siguiente testimonio lo narra así:

Ahora estuvimos en un recorrido por el centro, donde un grupo de mujeres; allá sí bailábamos porque eso era una rumba con música de tambora como toda del Choco, querían hacer un reconocimiento de las mujeres de la negritud, vino mucha gente de Bucaramanga, de Cartagena y los pusieron hacer la comida de las negras, yo hice las panelitas con coco, otras hicieron el arroz con coco, otras hicieron el pescao con coco, otras los tamales de arroz o sea que la mayoría hizo algo (E2 Lucinda).

Los afrodescendientes han sido, consuetudinariamente, comunidades gregarias, amarradas con lazos más profundos que la propia consanguineidad, ligados por una historia tan antigua como dura, y gracias a su patrimonio socializante, integrador, en común-unión, han impedido su invisibilización. La gran familia negra en Colombia, una vez más, ha constituido un mecanismo de protección frente a un medio agresor que la ha desterritorializado, así ha recuperado su función de tiempos del esclavismo, como lo ilustra Romero (27): la familia extendida era más que un proceso de encuentros y realizaciones de parentesco. También a través de ella se pudieron fraguar procesos libertarios que permitieron autonomía a los integrantes de las comunidades, autonomía que se expresaba en la formación de poblados libres, en el manejo relativamente autónomo de los espacios, y en el ejercicio de la cultura, uniones entre hombres esclavos y mujeres libres eran un buen recurso para filtrar la libertad, puesto que los hijos de mujer libre nacían libres.

Los afrodescendientes, a diferencia de otras poblaciones mestizas, cuentan con acervos culturales claramente definitorios del sí mismos. En una contemporaneidad marcada por las identidades irresolutas, esta comunidad ha mostrado atributos adaptativos sin sacrificio de las raíces que les brindan horizontes de sentido.

 

CONCLUSIONES

En contextos cruzados por la política, el desplazamiento, reedición neoliberal de la desterritorialización y del desarraigo de las negritudes en función de intereses de las lógicas económicas, el cuerpo vía formas de subsistencia y prácticas alimentarias, potencializa su contenido simbólico y enseña la relación dialéctica con la cultura.

Los afrodescendientes desplazados hacia Medellín intentan reconfigurar sus preferencias y tradiciones alimentarias con el apoyo de una memoria con la que han construido su cuerpo de tal forma que el pescado, el arroz, el plátano afloran permanentemente en sus relatos; la alimentación, se les brinda a la manera de reminiscencia. Los alimentos conforman una simbólica, por excelencia, del territorio del recuerdo y devienen en atavismo. La evocación de sus preparaciones es un acto vinculante con su pasado, su terruño y su historia.

En los tiempos de la trata de Cartagena, el cuerpo de los cimarrones posibilitó la reconstrucción de acervos patrimoniales, por la vía de las prácticas alimentarias, favoreció la reconfiguración de la identidad elaborada con los recursos que el entorno les ofrecía. Llegados a Medellín emerge una suerte de evocación ancestral, de un lado la nostalgia del territorio perdido y con ello los insumos gastronómicos y, de otro, la efervescencia de aquellos rasgos que los define culturalmente. Pareciera que una memoria antigua acudiera para recordarles su lugar histórico, marcado en las prácticas.

En los aspectos con los que los afrodescendientes desplazados dibujan su añoranza por lo que dejaron atrás, expresan justamente la persistencia del lugar de origen ligado a la alimentación que les devuelve su pertinencia, llevan su territorio a cuestas o, en una expresión más acorde al problema: el cuerpo por la vía de la alimentación, es continente del territorio.

Los migrantes forzados hacia Medellín se encuentran en una encrucijada identitaria: por un lado cargan su territorio, lo portan consigo y, por el otro, deben hacer de este espacio agreste su universo de referentes, que les permita asirse a una idea de quiénes son. Sus prácticas alimentarias trazan un puente entre lo viejo y lo nuevo, lo propio y lo ajeno. Difícil tarea, puesto que su situación les demanda un accionar dirigido a la búsqueda de la subsistencia básica: alimentación, vivienda y trabajo. Y es precisamente en esta gestión que empieza a perfilarse su singularidad y que las prácticas alimentarias se constituyen en ruta para la reconfiguración de la identidad.

 

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