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Revista de Economía Institucional

Print version ISSN 0124-5996

Rev.econ.inst. vol.5 no.9 Bogotá Dec. 2003

 


TEORÍA ECONÓMICA Y NEOINSTITUCIONALISMO.
COMENTARIOS A “EL NEOINSTITUCIONALISMO COMO ESCUELA” DE SALOMÓN KALMANOVITZ


ECONOMIC THEORY AND NEW INSTITUTIONALISM.
COMMENTS TO “THE NEW INSTITUTIONALISM SCHOOL” BY SALOMÓN KALMANOVITZ



José Félix Cataño*

* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, jcatano@uniandes.edu.co Fecha de recepción: 2 de junio de 2003, fecha de aceptación: 20 de junio de 2003.



El ensayo de Kalmanovitz plantea varias tesis, unas de teoría económica, otras de filosofía de la historia y otras de análisis histórico comparado. En primer lugar, hace un balance muy sintético de la situación actual de la teoría económica tal como se percibe en los párrafos siguientes:

En la economía hay una especie de esquizofrenia entre el programa neoclásico de teoría micro y macroeconómica, basado en supuestos simples pero heroicos sobre la racionalidad de los agentes económicos y el equilibrio en todos los mercados, que permiten una abundante formalización matemática, y una oposición minoritaria, proveniente de una tradición keynesiana que no cree que los mercados se equilibren por sí solos ni que los agentes, sobre todo los financieros, sean racionales.

Podríamos afirmar entonces que en la profesión existe una situación de combinación ecléctica de teorías.

En segundo lugar, presenta la teoría neoinstitucional como un conjunto de ideas diferente del neoclásico:

El neoinstitucionalismo informa que las reglas de juego que guían el comportamiento de los agentes en una sociedad son fundamentales para explicar su desempeño económico.

Los neoinstitucionalistas también han enfilado sus baterías contra la ortodoxia al enfatizar los costos de transacción, que ésta supone inexistentes.

A diferencia de los neoclásicos, que se apoyan en el utilitarismo combinado con el conductismo, la teoría neoinstitucional incorpora una sicología pragmática y experimental.

Los neoinstitucionalistas introducen un concepto que es muy importante para establecer el nivel de fricción en un sistema económico: el de los costos de transacción […] Los economistas neoclásicos consideran que los costos de transacción son nulos y, sin embargo, cuando se miran en detalle aparecen en forma protuberante costos legales, de ejecución, de vigilancia y costos de información, de cuyo estudio ha surgido una teoría que constituye el aporte de George Akerloff y Joseph Stiglitz a la ciencia económica.

En tercer lugar, y a pesar de todo, afirma que el neoinstitucionalismo no es un nuevo paradigma:

No creo que el neoinstitucionalismo constituya un paradigma en sí mismo, si empleamos el término en el sentido de Khun, quien lo define como una teoría completa que guía la labor de investigación de una comunidad científica.

En cuarto lugar, tras una discusión erudita sobre las concepciones de filosofía de la dinámica histórica y económica, argumenta con ejemplos sugeridos por las grandes investigaciones de North y otros autores que el neoinstitucionalismo permitiría hacer una historia económica comparada que daría mejor cuenta de las causas del éxito y los fracasos del desarrollo económico de los distintos países, ya que el marco institucional sería clave para explicarlo (por encima de la situación propiamente económica: las condiciones de demanda, mercado, oferta, acumulación de capitales, etc.), especialmente cuando éste proviene de tradiciones protestantes y liberales, y no de orientaciones colectivistas (holistas) y católicas. Al final, Kalmanovitz se aventura a utilizar estas referencias para defender sus nuevas ideas sobre el desarrollo de América Latina y culpabilizar a ciertos intereses corporativistas, católicos y rentistas por haber impedido la creación de las condiciones favorables para un capitalismo próspero y equitativo.

No comentaremos todas las ideas expuestas en este interesante ensayo porque en su mayor parte se refieren a discusiones de historia económica que no son de nuestra especialidad. Sólo queremos discutir aspectos que atañen a la teoría económica y a su relación con el neoinstitucionalismo en cuanto enfoque teórico.

EL PRIMER DEFECTO DE LA TEORÍA NEOCLÁSICA

A Kalmanovitz le parece criticable el paradigma neoclásico (y no es una idea sólo suya) porque acepta la heroica hipótesis de racionalidad perfecta. Los economistas han considerado que esta hipótesis es importante porque piensan que la forma en que los individuos toman las decisiones explica los resultados económicos colectivos como si lo colectivo calcara lo que pasa a nivel individual sin importar el mecanismo de coordinación que genera la interdependencia entre los individuos1. En realidad, y en contra de las apariencias, en la teoría neoclásica no hay que prestar mucha atención a esta hipótesis porque sus principales resultados “positivos”: el equilibrio general de Arrow-Debreu (el modelo central de esta teoría), la microeconomía, es decir, los equilibrios de oferta y demanda de un mercado, y con mayor razón la macroeconomía convencional, no dependen de ella, salvo en casos muy particulares. Ésta no es una tesis de un enemigo, de un antineoclásico y antiliberal, sino la consecuencia del teorema de Sonnenschein; quien demostró que en todos estos estudios lo que importa es la propiedad de la demanda excedente agregada de muchos individuos distintos, y ésta no está determinada por la forma de las demandas excedentes individuales específicas sino que a una estructura de demanda agregada pueden corresponder varias formas de conducta individual y varias estructuras de dotaciones de recursos.

Con base en este resultado, Arrow afirma que “en el agregado, la hipótesis de comportamiento racional en general no tiene ninguna implicación”, y concluye que “la lección es que la hipótesis de racionalidad es débil” (Arrow, 1987, 202). Ingrao e Israel (1990, 316) confirman esta conclusión afirmando que el teorema de Sonnenschein niega “la cree ncia de que se pue de n obten er resultados significa tivos mediante una hipótesis muy general sobre la conducta de las unidades económicas” y, entonces, parecería más pertinente aceptar que “la hipótesis de racionalidad o de maximización no es suficiente para hablar de regularidades sociales” (Risvi, 1994, 363). Frente a este resultado, uno se puede preguntar si al utilizar “una sicología pragmática y experimental” mejorarían los resultados analíticos que no se obtuvieron con un principio de conducta tan simplista como el de maximización perfecta2.

Ahora bien, si la economía se reduce a un individuo (como en muchos modelos de agente representativo) es cierto que lo que decide el individuo le sucede a la economía, pero así se elimina lo más característico de la sociedad de mercado: la pluralidad de los individuos y, lo más importante, el modo de coordinación de los intereses particulares, aquello que Adam Smith atribuía a su “mano invisible”.

No obstante, supongamos que la hipótesis de racionalidad perfecta sí es importante. De inmediato, surge el problema de su falta de realismo, y para salir del problema acogemos la insinuación de Simon sobre la racionalidad acotada (lo mismo hace Arrow en el artículo citado). Pero los primeros en saberlo fueron los mismos neoclásicos que no se quedaron adorando su hipótesis sino que siguieron el consejo de Simon y pasaron a investigar lo que ocurre cuando el modelo se construye con otras hipótesis de racionalidad o con restricciones para ejercer la racionalidad perfecta. No es muy exacto pensar que los neoclásicos son solamente modelos de “todo perfecto”: competencia e información perfecta, ausencia de externalidades, bienes privados, etc. ¡Al contrario! Funcionan como un paradigma. Por ejemplo, a J. Stiglitz y a Ackerloff (mencionados por Kalmanovitz) no se les ha ocurrido decir que están contra los neoclásicos ni que se han convertido al institucionalismo porque hicieron y promovieron modelos de información asimétrica premiados con el Nóbel. En su reciente best-seller contra los neoliberales, Stiglitz es consciente de pertenecer a un paradigma: “l a tesis según la cual los mercados logran por sí solos resultados exitosos fue propuesta por A. Smith en su libro Riqueza de las naciones. La prueba matemática formal que especifica en cuáles condiciones esta idea se verifica fue dada por dos premios Nóbel, G. Debreu y K. Arrow. El resultado que demuestra que cuando la información es imperfecta o cuando los mercados son incompletos, el equilibrio competitivo no es óptimo en el sentido de Pareto se debe a B. Greewald y J. E. Stiglitz” (Stiglitz, 2000, Capítulo 4, nota 3).

El aporte teórico de Stiglitz fue el de demostrar la existencia de equilibrios no óptimos en el marco de la teoría convencional, suponiendo información asimétrica, y abrir así un fértil terreno para nuevas investigaciones en la economía de la información (Stiglitz, 2000). Esto nos muestra que la teoría neoclásica no es sólo un modelo de competencia o información perfecta, sino que es un paradigma, una forma de pensar las realidades económicas, cuyo centro (y norma) es precisamente la construcción de Arrow Debreu (donde el mercado no “falla” ya que es óptimo de Pareto o “eficiente”), a partir del cual se construyen toda la serie de modelos que incorporan asimetrías de información, rigideces de precios, externalidades, bienes públicos, competencia imperfecta, racionalidad acotada etc., que llevan a equilibrios subóptimos y que la literatura engloba como teoría de las “fallas de mercado”. Ésta es tan fecunda que el importante macroeconomista Blanchard (2000) pudo contestar a los rebeldes estudiantes franceses del año 2000 que atacaban a los neoclásicos por “autistas”, que no sufrían de tal enfermedad puesto que:

Hace más de doscientos años, Adam Smith explicó que, en una economía de mercado, los egoísmos individuales se mezclan para generar el mejor resultado posible para la colectividad. La proposición era tan sorprendente, y tan cargada de consecuencias, que era esencial entender la naturaleza y los límites. Gracias a Walras a principios del siglo XX, y 50 años después a economistas como Arrow y Debreu y, sobre todo, gracias al enorme esfuerzo de abstracción y a herramientas matemáticas poderosas, se clarificaron las condiciones del teorema de Adam Smith. De hecho, en los años 60, la economía aparecía como una ciencia muy formal, autista. Una vez se clarificaron las condiciones necesarias para el teorema de Adam Smith, la investigación se orientó casi completamente a saber lo que pasa cuando no se satisfacen: ¿por qué algunos mercados funcionan mal?, ¿qué tipo de institución sería necesario crear para mejorar su funcionamiento? Y, en cada fase, el uso de las matemáticas ha sido precioso, para precisar y refinar los argumentos [….]

R. Solow (2001) sostuvo el mismo punto de vista en esa polémica:

Tomo por sabido que la teoría neoclásica se funda en un conjunto de hipótesis de base. […] Que los hogares y las firmas son agentes racionales que maximizan a largo plazo un objetivo perfectamente definido; que usan la información correctamente para determinar sus conductas y formar sus expectativas; que los precios y los salarios son suficientemente flexibles para que los mercados de bienes y de trabajo encuentren el equilibrio rápidamente, de tal manera que la mayoría de las observaciones se registren en la vecindad de este equilibrio; que la mayoría de los mercados conocen una competencia casi perfecta […] Cada una de estas hipótesis tiene un alcance empírico cuestionable ¡Y cada una es criticada por los partidarios del enfoque neoclásico! De hecho, la investigación contemporánea se atiene a conocer las consecuencias de los mercados incompletos, de la competencia imperfecta, de la racionalidad limitada, de los precios rígidos, de la información asimétrica, de los objetivos no convencionales y las conductas en desequilibrio. Es en estos dominios que el progreso rinde los reconocimientos científicos[…].

Colocar a Stiglitz en una posición de ruptura porque “relaja” las hipótesis neoclásicas va contra el espíritu de su obra y revela desconocimiento de la lógica del paradigma neoclásico. Sus manuales de introducción a la economía son himnos a la teoría tradicional, a su capacidad de hablar primero del “mercado perfecto” y después de las “fallas del mercado”, tanto en micro como en macroeconomía3. Su reciente libro de combate contra los neoliberales muestra que, para él, el deber de un buen neoclásico es ser antineoliberal, pues la realidad está llena de imperfecciones cuyos efectos sólo se podrían corregir gracias a una simbiosis entre las instituciones, el Estado y el mercado. Como argumento en otra parte (Cataño, 2001), esta capacidad de los neoclásicos para extender sus investigaciones elaborando modelos cada vez más realistas es una ventaja de su paradigma. Todo esto representa lo que más adelante D’Autume designa como “neoclasicismo extendido” y es lo que encontramos en la “nueva microeconomía” de fallas del mercado, en la teoría neoclásica del dinero o de los fondos de pensiones utilizando el modelo de generaciones traslapadas o la teoría de los bancos como intermediarios financieros y aun en la misma teoría de los contratos derivada de la información asimétrica.

Este caso muestra la confusión de muchos economistas colombianos, por un lado, aquellos que piensan que ser neoclásico es ser naturalmente neoliberal, y por el otro, muchos “socialdemócratas” y “neokeynesianos”, que posan de ser básicamente antineoclásicos en su razonamiento a pesar de enseñar o citar constantemente a Stiglitz. Todas estas debilidades se entienden finalmente porque el hecho es que frente a la teoría neoclásica actual no hay ninguna otra teoría general fuerte y esto hace que la inmensa mayoría de los economistas tiendan a usar esa misma plataforma científica para los urgentes combates públicos. Pero esa simpatía científica se oculta porque es necesario aparecer más novedoso o más crítico de lo que se es en realidad y, también, porque no es muy satisfactorio aceptar que se comparten plataformas científicas con los enemigos ideológicos.

LA SEGUNDA DEBILIDAD DE LOS NEOCLÁSICOS

Kalmanovitz afirma que “l os economistas neoclásicos consideran que los costos de transacción son nulos”, como si sufrieran de miopía por no ver la realidad con el enfoque neoinstitucionalista. El punto importante es entender que, en los modelos centrales, este desconocimiento no se hace por ceguera sino por lógica.

En Arrow y Debreu (y también en toda la microeconomía y macroeconomía estándar que de allí se deriva) no hay costos de transacción (aquellos que preocupan a los neoinstitucionalistas) porque, cuando hablan del equilibrio económico de una sociedad mercantil (abstracta y “perfecta”), los neoclásicos nos presentan un modelo donde los costos individuales de transacción se hacen nulos porque existen instituciones implícitas que así lo garantizan.

En efecto, en contra de las apariencias, allí no se incorporan únicamente agentes calculadores (sin instituciones) que se encuentran en el vacío, en una planicie desierta, como cuando unos salvajes “racionales” se encuentran al borde de un río después de cazar y quieren intercambiar sus diferentes presas por medio de un sistema de precios que haga compatible sus decisiones. Si así fuese, lo más probable es que no se estableciera ningún intercambio ante la incertidumbre del cazador de pájaros por no saber si otro le va a quitar la presa, desconocer qué han capturado los otros seres, cuáles son las demandas y ofertas agregadas (ley de la oferta y de la demanda), cuándo se establece el sistema de precios compatible para todos (el equilibrio o clearing de los mercados) y, finalmente, cómo va pagar su compra (el vínculo entre ambos) el que desea castores si posee una cabra que el otro no desea y, todo esto sin conversar entre ellos ni hacer una asamblea para una concertación previa, dado que es el mercado el que debe funcionar. Al ser todo esto incierto no habría mercado, es decir, no habría transacciones.

Cuando compramos un objeto en un supermercado no sólo calculamos la conveniencia de comprarlo sino que también revisamos si tenemos los medios, la cantidad de dinero, que allí nos aceptan porque somos agentes del mismo mercado. Es decir, los comerciantes tienen que incorporar en su conducta, además de sus preferencias, algo externo a ellos, las formas del acuerdo social entre los individuos que permitan llegar y realizar una transacción. Entender el comercio con los otros no es sólo pensar en lo que le conviene a uno sino también tener en cuenta las modalidades de la relación con el otro para poder realizar el intercambio deseado. En resumen, el mercado está compuesto de individuos y de mecanismos sociales de transacción con los demás.

Lo que nos dice la teoría neoclásica acerca de este problema (así sucede en Arrow y Debreu) es que su agente privado, con su dotación y gustos particulares, sólo se tiene que preocupar de su cálculo racional individual porque de lo demás se encargan dos instituciones artificiales, el subastador y el mecanismo de compensación de cuentas4. En efecto, si el primero transmite la información sobre los bienes y los precios, si agrega las ofertas y las demandas individuales, si cambia los precios, si anuncia en qué momento la economía está en equilibrio; y si el segundo centraliza los activos y pasivos, realiza una compensación entre ellos y así permite las transacciones sin dinero, resulta evidente que los individuos no incurren en costos de transacción ni tienen que pensar en el sistema de vínculos sociales de este mundo abstracto. Sin ellos, el agente económico neoclásico repetiría la angustia de los cazadores imaginarios y tampoco tendríamos transacciones. Los neoclásicos no hablan de esos costos porque sean ciegos al faltarles la visión neoinstitucionalista sino porque en sus modelos de referencia los individuos no están en un vacío institucional, en un estado presocial,sino que suponen implícitamente instituciones ficticias que hacen tantas tareas que los costos (individuales) de transacción no existen. Y esto también nos muestra, contra las aclamadas pretensiones del individualismo metodológico, que aun en la teoría neoclásica más pura y carente de realismo, la transacción basada en el comportamiento individual depende de la relación con un marco social preexistente o unas reglas de juego colectivas5.

Según Kalmanovitz, también el autor de El capital fue ciego a los costos de transacción porque supuestamente “Marx hace énfasis en las relaciones duras de producción; considera que la esfera del intercambio, justamente donde aparecen los costos de transacción, no tiene mucha importancia”. Aquí se confunden dos temas diferentes: intercambio y costos de transacción. El hecho de no incorporar en la teoría pura del precio y del intercambio los costos individuales de transacción no implica desconocer la esfera del intercambio. ¿Acaso se debe también criticar a los neoclásicos porque al omitir los costos de transacción también omiten el intercambio? Curiosamente Kalmanovitz no lo hace contra ellos pero sí contra Marx. Nos parece lógico que para hablar de “costos de transacción” es necesario definir primero la transacción, el intercambio comercial. Cualquier teoría pura del precio debe enseñarnos cómo se determinan los precios y cómo es posible el intercambio, o sea, debe explicar la transacción comercial antes de hablar de sus eventuales costos para los individuos.

Por ejemplo, aun aceptando, como dice Kalmanovitz, que para Marx casi siempre los precios de las mercancías se determinan en la producción (una de las malas herencias de Ricardo), Marx de inmediato nos indica que hay necesidad de realizar ese precio, de vender la mercancía, es decir, convertirla en dinero y de ahí su teoría del equivalente general como intermediario del intercambio: “(los productores) de mercancías sólo pueden relacionar entre sí sus mercancías […] al relacionarlas antitéticamente con otra mercancía cualquiera que haga las veces de equivalente general […]. Pero sólo un acto social puede convertir a una mercancía determinada en equivalente general” (Marx, 1975, 105). Según esto, para Marx el intercambio comercial mínimo no se realiza en un vacío institucional como si se tratara de cambiar bienes privados entre sí, ni tampoco supone un sistema de compensación de cuentas centralizadas como propone Debreu en el modelo de Equilibrio general, sino que la transacción tiene como base un marco institucional preciso, que pone en relación un poseedor del objeto que representa el poder social de compra indiscriminado (la liquidez, el dinero) y un bien privado, la mercancía propiamente dicha. Por lo tanto, hablando de la transacción pura, del vínculo mínimo entre individuos comerciantes, del momento inicial de la teoría cuando se quiere definir la institución que permite la transacción de intercambio ¿no es injusto criticar a Marx y juzgarlo inferior o igual a los neoclásicos? ¿Es lo mismo definir la transacción comercial pura como una transacción esencialmente monetaria que representarla por medio de un sistema centralizado de cuentas o por un imposible sistema de trueque?6. El silencio neoinstitucionalista sobre este punto es patente y revelador de cierta miopía teórica.

La teoría del valor de Marx y la de Arrow y Debreu no son criticables porque hablen del intercambio sin costos de transacción sino porque no logran representar un sistema puro de intercambios descentralizados. La primera, porque no logra desarrollar lo que propuso (en contra del ricardianismo), esto es, que los precios son el resultado de las transacciones, o sea de la conversión (por medio del mercado) de los trabajos privados en cuotas de trabajo social, y la segunda, porque supone un mundo económico hipercentralizado que impide los intercambios bilaterales entre compradores y vendedores y las situaciones de desequilibrio.

Todo esto nos conduce a precisar nuestra gran diferencia con la óptica de los neoinstitucionalistas que ahora Kalmanovitz promueve. Para éstos, la teoría económica convencional sólo les parece criticable porque plantea una idea de transacción incompleta, ya que deja a un lado aspectos tales como el “respeto de la propiedad o el cumplimiento de los contratos”, es decir, aquello que mejora las relaciones entre los individuos que intercambian y que condiciona sus decisiones de transar por motivos de incurrir en costos individuales. Para ellos, la teoría se mejora añadiendo aquellas instituciones que provean “información, seguridad, legalidad, confianza y garantías en los derechos de propiedad”. Pero al hacer esto y a pesar de reclamar que poseen un lente más potente, no se dan cuenta del gran defecto de la teoría neoclásica central: su fracaso en ofrecernos una buena teoría de la transacción mercantil en su forma más pura. En este punto los grandes pensadores han contemplado algunas instituciones que sirven de vínculos básicos, de condición y soporte de la transacción entre los individuos, haciendo abstracción de aquellas que les dan seguridad y cumplimiento. Marx y Keynes apuntaban al dinero (aunque por distintas razones) para resolver esta inquietud, Debreu propone el sistema de cuentas, Sraffa no propuso nada y la mayoría de los economistas desconocen el problema porque la teoría neoclásica de manual les hacer confundir dos cosas distintas: un equilibrio económico y un mercado7. Al no percatarse de esta carencia fundamental, el neoinstitucionalismo falla en darnos lo que nos hace falta, la explicación de cuál es la institución básica (en lugar del subastador y sistema de cuentas de los neoclásicos) que permite la existencia de las transacciones comerciales en un sistema de mercados, y de esta manera situarse como teoría alternativa al paradigma neoclásico. Por el contrario, y a pesar de cierta retórica de batalla que habla de “enfilar baterías” contra la ortodoxia económica, acepta rápidamente el paradigma neoclásico hasta tal punto que se resigna a ser, como declara finalmente Kalmanovitz, “una profundización de la microeconomía, por cuanto estudia en detalle los costos de transacción y analiza su origen, y por ello ha influido con fuerza en la economía de la empresa y en la economía del desarrollo”.

LOS SUPUESTOS ECLECTICISMOS Y ESQUIZOFRENIAS

No compartimos la opinión de que la tendencia principal de la ciencia económica sea a la “esquizofrenia o eclecticismo”. En realidad, la corriente principal busca incorporar en una sola teoría o en un solo paradigma (como caso particular derivado de hipótesis especiales) aquellas que antes parecían ajenas o externas a ella. Más que eclecticismo existe absorción de ideas. D’Autume (2000), uno de los más importantes economistas de Francia, dijo hace poco:

La economía ha tenido en los últimos 30 años un gran movimiento de integración. Usa en todos los dominios las mismas herramientas teóricas, las del estudio de las conductas y, por supuesto, el equilibrio, pero también la teoría de los juegos, y tiene en cuenta las restricciones de incentivos incluso los de naturaleza política […] La teoría económica también progresó integrando a menudo las nuevas ideas que venían de la periferia o que eran expresadas primero por autores que desarrollaron críticas a las teorías establecidas. La imperfección de la información o de la competencia está ahora en el centro del paisaje. Los análisis han ganado mucho en realismo. La economía industrial está interesada en las relaciones duraderas entre vendedores y consumidores, en la mezcla de competencia y cooperación tácita que caracterizan las relaciones entre firmas, en la organización interior de las empresas. La economía internacional distingue los determinantes del comercio Norte-Sur de los del comercio Norte-Norte y saca conclusiones sobre la evolución de las desigualdades nacionales e internacionales. Como las nuevas teorías del crecimiento endógeno, concede un lugar importante a los rendimientos crecientes, que hacen que el tamaño cuente, y a los efectos externos que algunas veces vienen a deformar y dominar los mecanismos de mercado. La economía pública se renueva completamente cuando abandona una óptica de first best y así admite que el dilema entre la justicia y la eficacia es endémico. Muchos otros ejemplos son testigos de este enriquecimiento del análisis económico que también se traduce en una densificación del campo que ocupa. Algunos análisis antes separados ahora están conectados. ¿Por qué querer mirar la teoría keynesiana como una teoría radicalmente separada del resto del análisis económico? ¿Las fallas de las bolsas de valores y del mercado de trabajo, los problemas de la coordinación de las economías de mercado, no son acaso transversales? Es claro que la teoría keynesiana se resiste a esta integración, en el sentido de que a menudo es difícil precisar bien y con bases sólidas muchas de sus intuiciones. Pero la mayoría de los macroeconomistas estarán de acuerdo en ver esta dificultad como un desafío esencial para el progreso de su disciplina. De la misma manera, la economía del desarrollo, o la de las instituciones, no se puede contentar en un espléndido aislamiento, aunque nadie puede negar que sean dominios donde nuestra comprensión es todavía muy parcial y quizás falte lo esencial. […] El conjunto teórico así descrito puede calificarse de “neoclasicismo extendido”. […] La teoría se extendió más allá de la teoría walrasiana, la teoría neoclásica de referencia. Ella ha integrado contribuciones que vienen de horizontes diversos. Sobre todo, el campo cubierto es, precisamente, tan extendido y vago que uno no sabría decir dónde se detiene. Permite espacios para conflictos teóricos y la oposición entre subescuelas. Pero también guarda una unidad, en el sentido de que de todas maneras se conserva un campo donde la discusión es posible. Sigue siendo neoclásica porque guarda una referencia a los axiomas metodológicos, como es la referencia a la racionalidad o al equilibrio, pero es flexible porque éstos se pueden poner en cuestión: la racionalidad limitada o el desequilibrio también son campos de investigación (énfasis mío).

El neoclasicismo extendido no es lo mismo que el eclecticismo ni mucho menos la esquizofrenia, pues el primero pega cosas de diverso origen sin ninguna coherencia y la segunda sostiene al mismo tiempo teorías divergentes. La teoría neoclásica ha tenido la capacidad de convencer a la mayoría de la profesión de que los hechos económicos se pueden estudiar utilizando las ideas de racionalidad y equilibrio, pero esta metodología se empieza a resquebrajar al mostrar sus limitaciones. Por tanto, no nos extraña que las investigaciones heterodoxas ganen algún terreno o que existan fuerzas hacia una “balcanización” de la investigación económica sobre todo por el impulso de la teoría de juegos o la economía experimental8.

EL NEOINSTITUCIONALISMO COMO ESCUELA

Kalmanovitz afirma que a partir de Ronald Coase en 1937 “Los neoinstitucionalistas introducen un concepto que es muy importante para establecer el nivel de fricción en un sistema económico: el de los costos de transacción” y que gracias a éstos se “determinan las instituciones”, con lo cual se tiene “una de las contribuciones importantes de esta escuela al pensamiento contemporáneo”.

Aquí vale la pena aclarar que usar una idea nueva no significa haberla creado. Klaes (2000) muestra que efectivamente la idea del costo de transacción se desarrolló a partir de la idea de “fricción” expuesta por los grandes neoclásicos de los años 30, como Hicks, es decir antes de Coase: “las nociones de costos de transacción no entraron en la ciencia económica desde el exterior sino por medio de la teoría monetaria y la literatura sobre los mercados financieros. Sólo en fases posteriores fue tomada y prosperó en otras áreas tales como la nueva teoría de la empresa, la literatura de los derechos de propiedad, la ley y economía, y la historia económica” (Klaes, 2000, 192). Además, este autor nos informa que su tratamiento moderno proviene de la contribución de Arrow sobre los seguros de salud de 1965: “mientras que las imperfecciones del mercado se refieren al carácter subóptimo de la institución del mercado, Arrow generalizó los costos de la transacción para elevarla a categoría analítica que captara la relativa imperfección de los mecanismos alternativos de asignación […] La definición de Arrow de los costos de transacción puso el concepto en el centro de una economía institucionalmente inspirada” (ibíd., 210).

Si Klaes tiene razón, el concepto de costo de transacción es una creación de la misma ortodoxia neoclásica al derivarla analíticamente de la teoría de mercados o economías imperfectas que sufren fricciones y del estudio de sistemas alternativos de asignación (firmas, planes)9. Volvemos al cuento inicial: considerando que los costos de transacción y las instituciones conexas no son importantes en el mundo más abstracto de la teoría, nada impidió a priori que su tratamiento se hiciera siguiendo las pautas neoclásicas, es decir, hablando de mundos imperfectos, de mundos con “fallas de mercado”, y de los costos de transacción que de allí se derivan. Esto indica claramente que los neoinstitucionalistas, antes de crear conceptos nuevos sobre temas esenciales y así rivalizar con los temas de la economía pura (teoría de los precios en un mercado, microeconomía, macroeconomía, etc.), lo que hacen es aprovechar los aportes neoclásicos para proponer una reflexión (interesante de todos modos) sobre algunas instituciones secundarias del comercio y sobre las condiciones del desarrollo económico del capitalismo occidental.

Por estas consideraciones compartimos la reflexión de Guerrien (1996, 358) según la cual “el neoinstitucionalismo aparece como una clase de popurrí de análisis neoclásicos que se sitúan fuera del marco de la competencia perfecta: un poco de teoría de contratos (esencialmente el análisis de principal-agente), un poco de teoría de juegos (por el ‘oportunismo’), un poco de ‘racionalidad limitada’. Todo para llegar a la conclusión de que el ‘mercado’ (concepto que los neoinstitucionalistas no definen) no es la panacea y, por lo tanto, que la existencia de organizaciones no mercantiles se puede justificar (o explicar) desde el punto de vista de la ‘eficiencia’”10.

NEOINSTITUCIONALISMO Y DESARROLLO ECONÓMICO

Kalmanovitz, en la línea de North, muestra efectivamente que esta escuela propone una explicación de las instituciones correspondientes a los éxitos o fracasos en el desarrollo económico de las naciones modernas.

Aquí no vamos a discutir las ideas que Kalmanovitz expone para hacer pensar que el subdesarrollo de América Latina obedece a que ha estado dominado por intereses e ideologías antiliberales tales como el corporativismo, el catolicismo y aun el marxismo, y que éstos impidieron que una ideología liberal anglosajona iluminara la construcción institucional correcta que habría propiciado un desarrollo exitoso al unirse a una globalización que se debió hacer desde el principio de la vida independiente. Ésta es una polémica de historia económica que otros estarán más capacitados para llevarla a cabo. Sólo queremos señalar algunas cuestiones generales:

1. La lectura de la historia con los conceptos de la teoría económica supone que el investigador confía en que éstos están bien construidos. Por ejemplo, que cuando hablamos de mercado o de dinero y de Banco Central, o costos de transacción, el investigador sabe a qué se refiere. ¿Son adecuados los conceptos de mercado, de dinero, de Banca Central y de institución que nos da la ciencia económica neoclásica? Muchos dudamos de ello11. Por tanto, si los utilizamos en la historia nos arriesgamos a verla de manera deformada. El mismo problema existía cuando se hacía historia con los conceptos marxistas, que paulatinamente hemos llegado a comprender que no eran científicamente muy sólidos.

2. No es conveniente crear la nueva ilusión teórica de que el éxito de las decisiones de los agentes para crear la riqueza en una sociedad comercial y liberal depende principalmente de esos marcos, como si las situaciones económicas propiamente dichas (demanda, tecnología, conocimientos, relaciones en el mercado mundial y hasta las relaciones imperialistas) fuesen secundarias. Si una vieja economía del desarrollo pudiera parecer muy economicista por descuidar los marcos institucionales, no podemos irnos al otro lado y defender una exaltación fetichista de dichos marcos. Está bien insistir en que las instituciones son condiciones necesarias, pero tampoco se debe crear la ilusión de que son suficientes para crear una dinámica económica positiva (el desacuerdo sobre la evaluación de la apertura comercial en Colombia de los años 90 así lo indica).

3. Francia, una parte de Bélgica e Italia y, más aún la misma España, vienen del catolicismo y hoy tienen un capitalismo desarrollado. Panamá, Jamaica, Kenia y Belice adoptaron legislaciones liberales y anglosajonas y, sin embargo, no están desarrollados. ¿Por qué lo que vale para unos no es válido para otros? ¿El riesgo de la historia comparada de los institucionalistas es hacer generalizaciones a partir de casos particulares?

4. El éxito reciente del capitalismo chino bajo la batuta autoritaria del Partido Comunista, el del Japón y el de los tigres de Asia no parecen ser ejemplos de marcos liberales y aperturistas, establecidos para que los creadores de riqueza pudieran tomar las decisiones óptimas y el liberalismo económico pudiera tener otros ejemplos para ufanarse. Ojalá los seguidores de North puedan hablarnos de estos casos.

De todas maneras, aun con todas las confusiones en que incurre, se debe reconocer que el neoinstitucionalismo abrió un nuevo canal de unión entre historiadores y teóricos de la economía para pensar el papel de las instituciones en el desarrollo económico12. Esperamos que el artículo de Kalmanovitz sea, además de una vía para conocer una literatura muy amplia sobre la dinámica del mundo occidental, un impulso para que lleguen al foro público nuevos aportes sobre la calidad de las instituciones en la historia de Colombia.


NOTAS AL PIE

1. Nótese que Kalmanovitz no critica la idea de relación de intercambio ni el mecanismo mercantil de coordinación entre individuos que nos ofrece la teoría neoclásica.

2. Se debe reconocer que para la economía normativa la hipótesis de racionalidad es necesaria.

3. “En la base del modelo Arrow y Debreu existían dos hipótesis adicionales (además de las referidas a la información): había un conjunto completo de mercados y no había problemas de cumplimiento ( enforcement). La mayoría de la literatura de los últimos 50 años puede ser considerada como la investigación sobre las consecuencias de relajar este grupo de hipótesis” (Stiglitz, 2000, 144).

4. Es Debreu quien introduce en su Teoría del valor (capítulo 2) esta hipótesis para explicar que su “economía funciona sin la ayuda de un bien que sirve de medio de cambio”. Es sabido que los intentos neoclásicos de reemplazar esta hipótesis por una teoría del dinero han sido un fracaso.

5. Ver, Cataño (2000). Es curioso que los pensadores liberales sientan que si su doctrina no se compagina con el individualismo metodológico esto la debilita, como si la combinación de un holismo teórico y una posición liberal a favor del individuo fuese imposible.

6. Como al neoinstitucionalismo parece gustarle el “realismo de la teoría” (¿una herencia del viejo institucionalismo?), Marx merecería aquí una felicitación y no el injusto ataque que ahora le lanza Kalmanovitz.

7. Benetti y Cartelier (1994) afirman que “los individuos no son comerciantes porque sean racionales, pueden ser más o menos racionales porque son comerciantes”,para indicar que la sociedad no se construye ni se entiende a partir de “ladrillos” independientes llamados individuos sino que su comportamiento en tanto comerciantes presupone un determinado vínculo social. Esta posición radicalmente contraria a la del individualismo metodológico puede parecer similar a la del neoinstitucionalismo en la versión de Kalmanovitz, pues en su opinión para esta escuela el punto de partida es igualmente el individualismo metodológico “aunque se dé más importancia a las normas que emiten las instituciones, las que, a fin de cuentas, son construcciones sociales”. Pero a pesar de que acepta que son construcciones sociales, no queda claro si esas instituciones se deben entender a partir de las conductas de los individuos o por fuera de ellas.

8. Ver, Colander (2000).

9. Clower (1999) critica a Coase por hacer creer que las firmas son sustitutos del mercado, del sistema de precios, como si éste último pudiera existir sin firmas, sin lo que él llama los “dedos” de la mano invisible. Encontramos otra vez la queja sobre la creencia en un mundo teórico inicial que funciona en un vacío natural, sin instituciones.

10. Es curioso que s i los viejos institucionalistas (Veblen, Commons, Mitchell, etc.) fueron antineoclásicos por negar la utilidad de modelos abstractos, ahora los neoinstitucionalistas se unan a los enemigos de sus inspiradores insistiendo en que a pesar de que a la teoría básica le falta realismo, confían en que ella ha avanzado para borrar esa falla.

11. Clower (1999, 410) nos advierte: “la búsqueda de micro fundamentos es un intento desafortunado para construir una teoría monetaria que sea consistente con los dos principios fundamentales de ‘racionalidad y equilibrio’; esto es, hacer compatible la teoría monetaria con conceptos e imágenes derivadas del paradigma neowalrasiano en bancarrota”.

12. El objeto del neoinstitucionalismo se parece al de la “escuela” francesa de la regulación (Boyer, Lipietz, etc.) ya que esta también propone unir la economía y la historia para ofrecer una lectura del desarrollo del capitalismo moderno sin que sea tampoco un paradigma alternativo para la economía. La diferencia estaría en la doctrina ideológica y económica en que se fundan. La primera se nutre de la teoría neoclásica y del liberalismo anglosajón para defender proyectos de desarrollo liberales y aperturistas; la francesa, de elementos provenientes del marxismo y del keynesianismo europeo para alimentar posiciones “izquierdistas” o “socialdemócratas” en contra de la globalización liberal.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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4. Cataño, J. F. “Instituciones y teoría neoclásica” Cuadernos de economía 32, Bogotá, 2001.

5. Cataño, J. F. “Por qué el predominio de la teoría neoclásica”, Cuadernos de economía 34, 2001, Bogotá.

6. Colander, D. “The Dea th of Neoclassical Economics”, Journal of History of Economic Thought 22, 2, 2000.

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11. Klaes, Matthias. “The History of the Concept of Transaction Costs: Neglected Aspects”, Journal of the history thought 22, 2, 2000.

12. Marx, Karl. El capital. Contribución a la crítica de la economía política, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Argentina Editores, 1975.

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