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Revista de Economía Institucional

Print version ISSN 0124-5996

Rev.econ.inst. vol.10 no.18 Bogotá Jan./June 2008

 


HECHOS Y VALORES EN EL PENSAMIENTO ECONÓMICO. UNA REFLEXIÓN EPISTEMOLÓGICA


FACTS AND VALUES IN ECONOMIC THOUGHT. AN EPISTEMOLOGICAL ANALYSIS



Paulo Reis Mourão*

* Magíster en Economía, profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Minho, Braga, Portugal, [paulom@eeg.uminho.pt]. Agradezco las sugerencias de un comentarista anónimo de la Revista de Economía Institucional. Las limitaciones que subsistan son de mi responsabilidad. Documento original en portugués. Traducción de Alberto Supelano. Fecha de recepción: 4 de septiembre de 2007, fecha de modificación: 6 de noviembre de 2007, fecha de aceptación: 1 de febrero de 2008.



En una época en que está en boga la “crisis de valores”, propagada por la democratización inducida por los medios de comunicación, el papel de los “valores” en la ciencia o de una ciencia sin valores retorna al ágora donde se debate la concepción científica, y se someten a discusión la metodología, su operatividad, sus fundamentos e incluso su eficacia.

Se percibe entonces la necesidad de una seria reflexión epistemológica entre los científicos sociales, en particular, entre los economistas. Esta nota muestra la importancia de los conceptos de
“hecho” y “valor” en el pensamiento económico, y su complejidad; resume los principales rasgos de la visión de los hechos y los valores en economía, y busca estimular la reflexión.

Como ciencia, la economía recurre a hechos y valores, bien sea como objeto o como producto de su acción; un aspecto relevante adicional de la reflexión. La reflexión provoca la crítica. La crítica estimula la definición, y la definición estimula la acción. La acción es un paso esencial que precede al desarrollo: ese desarrollo metodológico que diversos autores hoy exigen a la economía como espacio de debate promisorio de una temática acogida en el seno de esta ciencia durante más de doscientos años1.

Empezamos por la revisión de las posiciones más destacadas acerca de los hechos y los valores en el mundo científico (primera sección), concretando su papel en la teoría económica (segunda sección), donde se muestra la relevancia de la ciencia económica como espacio de pluralidades pero también de contradicciones en la visión de los hechos y de los valores. La última sección presenta las conclusiones.

HECHOS Y VALORES EN LA CIENCIA – EL ORIGEN DE LA DISCUSIÓN

HECHOS – UNA CONTEXTUALIZACIÓN

Desde una perspectiva filosófica amplia, Oliver (2005) identifica el “hecho” con la “cualidad de verdadera de una verdad”, es decir, el “hecho” es el núcleo sólido de una hipótesis que ayuda a identificar una verdad o tesis final2, una concepción cercana a las interpretaciones de la noción de verdad basadas en la idea de correspondencia que desarrolló Giambattista Vico en La ciencia nueva, en las que el “hecho” es el objeto final en el que confluye una expresión verdadera, conclusión a la que también llega el argumento de que siendo así, sólo puede existir un hecho: la verdad.

Aunque este argumento básico parezca consensual, en la realidad, una expresión factual tan obvia como “Lisboa es la ciudad capital de Portugal” combina por lo menos tres (sub)hechos o argumentos: Lisboa es una ciudad; Portugal tiene una capital; la capital de Portugal es una ciudad, de los que se infiere que Lisboa es esa ciudad capital.

De modo que en los hechos (compuestos) confluyen otros hechos, aún más nucleares, en el sentido de que son más simples. En el dominio de la epistemología, un hecho es una observación objetiva y verificable, a diferencia de las conjeturas o teorías que intentan explicar o interpretar los hechos.

Kuhn señala que el simple conocimiento de los hechos que se deben examinar (selección) y cómo medirlos (método de observación) requiere teorías complementarias o importadas de otras ciencias (así como la inferencia estadística requiere la contribución de las matemáticas), lo que genera nuevos hechos o problemas en el proceso científico. Percy Williams Bridgman, fundador del operacionalismo, va más lejos y muestra que en las observaciones (hechos) no sólo influyen los medios y supuestos de los observadores, sino que las determinan.

Sin embargo, en términos epistemológicos, la percepción más o menos objetiva de los hechos que se identifican en la investigación se clarifica mediante los procedimientos corrientes, como la exposición ante otras escuelas, la revisión empírica o la publicación sometida a revisores anónimos.

En el siglo XVIII, Giambattista Vico concibió la realidad como una construcción humana o social, idea que fue retomada por la escuela histórica alemana y por el institucionalismo norteamericano (McCall, 1991, y Mourão, 2007). Vico, en una precoz anticipación de Bridgman, observó que puesto que tenemos cuerpo y los actos humanos corporales involucran la interacción con el mundo físico, el éxito de esos actos depende de los condicionantes del mundo físico. Por ello, el científico “crea” a partir de lo que existe, revela hechos a partir de hechos, lo que es uno de los mayores aportes de la ciencia, en el sentido de que establece las combinaciones posibles de un conjunto finito.

VALORES – UNA CONTEXTUALIZACIÓN

David Hume examinó la línea tenue que separa los “hechos” y los “valores”. En el Tratado de la naturaleza humana, Hume sostuvo que no existe un modo inequívoco para sacar conclusiones a partir de un conjunto de premisas ni para verificarlas de facto. Moore consideró, además, que la pretensión de derivar valores a partir de los hechos es una falacia naturalista.

El valor se identifica más claramente con una cualidad de un objeto o hecho. Para el psicologismo y el utilitarismo, el valor es el acto individual de valorar, resultado del interés, el deseo o el agrado del sujeto. El sociologismo identifica el valor con lo que una sociedad o cultura acepta y reconoce como valioso.

No obstante, en la ontología de los valores existe una corriente que defiende el carácter objetivo de los valores y minimiza el papel del sujeto o del agente realzando el papel del objeto valorado. Esta corriente objetivista permite destacar tres tendencias (Valério, 2006): i) la idealista neo-kantiana (los valores preceden a la razón y a la experiencia); ii) la fenomenológica o empirista (los valores se derivan de la experiencia), y iii) la metafísica neo-escolástica (el valor proviene del Ser y trasciende su origen para el Ser Supremo).

Cabanas (2000) presenta una síntesis de la noción de valor basada en los textos más comunes en ciencias sociales: el valor no es la perfección del objeto sino la perfección estimada y estimable, deseada y deseable, por un sujeto. Cabanas sostiene que su propuesta combina el objetivismo axiológico (el valor es una cualidad del objeto) y el subjetivismo axiológico (el valor surge del interés del sujeto). La ciencia económica proporciona uno de los ejemplos más conocidos de la dicotomía entre lo deseado y lo deseable: el valor de un bien es el resultado de la interacción entre las cantidades deseadas y las cantidades deseables de ese bien por cuanto el elemento contractual (el precio) es el resultado de la interacción entre las cantidades deseadas (la demanda) y las cantidades disponibles (la oferta).

Los intentos filosóficos y epistemológicos de separar totalmente lo deseado y lo deseable llevan al vacío: lo deseable que no es deseado lleva a un vacío teórico o formal; los deseado que no es deseable o equivalente a lo deseable degenera en una concreción irracional, ineficiente e inútil.

La manera de conocer y reconocer los valores produjo contribuciones fundamentales en las ciencias sociales. Por una parte, autores que, a semejanza de Veblen (1899) o Hessen (2001), argumentan que los sujetos captan los valores de modo directo e inmediato, como fruto de la intuición, y no mediante razonamientos que se pueden modelar. Por otra, autores que afirman que sin una dimensión racional, los valores no serían objeto de debate, pues serían tan efímeros como la transitoriedad del tiempo; como Pareto, Popper y Wittman (1995), cuya posición se ve reforzada por la evidencia obtenida en la investigación neurológica, que demuestra que valorar es más que intuir.

También se ha debatido intensamente acerca de la universalidad de los valores. Por un lado, una corriente historicista e institucionalista de las ciencias sociales que defiende la localización individual y sociológica de los valores: “aquellos valores para aquellos agentes, estos valores para estas personas”. Por el otro, la posición esencialista de las escuelas neoclásicas (más visibles en economía) que, secundando a Rousseau, sostienen que entre dos culturas sólo cambian las costumbres externas, y que los valores esenciales siguen siendo fundamentales. Estos valores esenciales (nomos) se pueden encontrar mediante la sistematización de la ciencia, con modelos basados en la racionalidad de los agentes y en la posibilidad de comunicación axiológica en situaciones de “mercado”, en el sentido amplio de espacio comunicativo y no en el sentido estrecho de tienda de comerciantes.

HECHOS Y VALORES – SISTEMATIZACIÓN DE LA DISCUSIÓN

Diversos autores han tratado de sistematizar la manera de abordar los “hechos” y los “valores” en la ciencia. Uno de ellos, Japiassu (2000), sigue las propuestas de Sayre-McCord (1988) y Brink (1989). La posición de la ciencia ante los hechos y los valores se puede resumir en cuatro corrientes principales: realismo, no cognitivismo, relativismo y escepticismo. La oposición entre estas corrientes no es exclusiva del debate metodológico en economía; está ligada a concepciones de los hechos (y de los valores) que se remontan a la oposición entre las escuelas griegas clásicas.

El realismo, sin adjetivarlo de moral o científico (como tampoco a las otras corrientes mencionadas), considera que los hechos tienen un fundamento objetivo y no se basan en convenciones. Desde la célebre demostración platónica de la intemporalidad de la proposición 1 + 1 = 2 en La república hasta al positivismo moderno, pasando por los juicios naturales que rigen a los seres de Santo Tomás de Aquino, muchos han considerado que las causas y los hechos son independientes de las entidades que deciden. En esta nota nos interesa el realismo científico, investigado por Ian Hacking (1983, 41-47), que pone de manifiesto seis ideas básicas: 1) el énfasis en la verificación o falsación (en la línea de Popper); 2) la observación sensorial fundamenta todo conocimiento auténtico; 3) el llamado de Hume a entender las causas pero sobre todo los efectos; 4) la hostilidad al dominio de las causas; 5) la aversión a lo que no es observable y, por tanto, a las entidades teóricas; lo que nos lleva al último aspecto, 6) la oposición a la metafísica.

El no cognitivismo niega el absolutismo de la verdad (o falsedad) de las conclusiones. Sus seguidores reconocen la universalidad de frases como “Juan tiene el cabello rubio”, pero cuestionan la validez de “Juan es un muchacho alto” y, en un ejemplo extremo, de “Juan es una buen muchacho”. En la versión religiosa tomó la forma de agnosticismo, y en la científica involucra “supuestos” que contrarían la posibilidad de sacar conclusiones, bien sea por el complejo espacio-temporal circundante, por la emotividad de quienes sacan las conclusiones o por cualquier otro motivo. La corriente económica cercana a esta vertiente filosófica es el “institucionalismo norteamericano”, en la formulación original de Thorstein Veblen.

El relativismo acoge la idea de que “el hombre es la medida de todas las cosas”, de Protágoras, que en la terminología actual significa que cualquier postulado, ley o pauta social se deriva de convenciones humanas. Después de los sofistas, los relativistas más famosos, en el sentido más amplio del término3, fueron Durkheim, Comte, Albert Einstein y Thomas Kuhn. Para este último, no todas las teorías están sujetas a la falsación de Popper; en la realidad, las concepciones cambian y están dominadas por paradigmas aceptables para las opiniones dominantes y más influyentes, lo que diluye las fronteras entre ciencia y no ciencia. Las rupturas entre paradigmas ocurren de la manera como se entrega un correo en la guerra: el primero entrega el mensaje al segundo porque no tiene acceso al campo dominado por el segundo; así, un nuevo paradigma surge cuando las preguntas encuentran respuesta en el nuevo, que asimila las ideas más poderosas del antiguo. Como sucedió con el keynesianismo y su éxito después de la Gran Depresión.

Por último, el escepticismo niega el conocimiento o la justificación de los fundamentos de la acción y de sus objetivos. No niega los objetivos existentes, pero éstos están muy relacionados con el sujeto, como en un juicio estético. Un ejemplo de escepticismo extremo es el nihilismo, que postula que ningún valor tiene sentido, que no se pueda transmitir algún conocimiento. En términos teóricos, Malthus y Ricardo fueron los economistas más cercanos a la visión escéptica de la realidad (curiosamente, se tiende a considerar que Hume era escéptico4). Pero, en la práctica, los ejemplos nihilistas son exportados diariamente por las economías de países con índices de desarrollo mediocres, donde el pesimismo de la población y su entrega a las condiciones paralelas del mercado negro parecen conducir al fracaso los esfuerzos gubernamentales e internacionales de desarrollo.

Este último aspecto nos advierte sobre el papel fundamental de los valores en el proceso científico. El divorcio entre los “productores” de conocimiento científico y sus “usuarios” condujo, entre otros ejemplos, a las bombas atómicas que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki. No existe una ciencia exenta de valores ni desprovista de intenciones. Siguiendo a Weber, los valores son “ideas, objetivos finales, fines y evaluaciones prácticas de los hechos, acordes con los ideales humanos” (Rugina, 1984, 811). Esto nos lleva de nuevo a la discusión sobre el “ser” y el “deber ser”.

Weber utilizó un silogismo para mostrar que en la ciencia no había espacio para los valores y los juicios de valor: toda ciencia se basa en el conocimiento empírico; los valores y juicios de valor se basan en sentimientos individuales; por tanto: en la ciencia no existe espacio para los valores y juicios de valor. Hoy podríamos argumentar que no todo el conocimiento empírico es base de la ciencia, lo que nos permite llegar a conclusiones cercanas a las de Antonio Damasio (1996), quien en El error de Descartes llamó la atención sobre la importancia de la inteligencia emocional, por ejemplo. Pero aún estaríamos ignorando el papel preponderante de una línea normativa de la economía que, bien o mal, demostró la estrecha relación entre una ciencia y los valores que la motivan.

Con respecto al intento de separar la razón y los valores, cabe citar por completo un párrafo del filósofo y teólogo Hans Küng (1996, 37):

La crisis de la idea de progreso es, en el fondo, la crisis del racionalismo moderno. En efecto, a partir del siglo XVIII, se impuso una crítica de la razón ilustrada a la nobleza y a la Iglesia, al Estado y a la religión, pero concluyó, finalmente, con una autocrítica de la misma razón (las críticas de Kant). Sin embargo, la creciente autoafirmación de una razón que pide cuentas de todo (junto con la libertad de la subjetividad), de una razón sin conexión con cosmos alguno, y para la que nada es sagrado, termina por destruirse a sí misma.

A continuación se muestra cómo se trasladó esta discusión –q­ue se inició en otros campos de la ciencia– al dominio de la economía.

HECHOS Y VALORES EN LA CIENCIA ECONÓMICA COMO ESPACIO DE PLURALIDAD Y CONTRADICCIÓN

LA ECONOMÍA COMO ESPACIO DE PLURALIDAD

Los detractores de la ciencia económica suelen acusarla de ser el único campo científico donde dos individuos pueden ganar el premio Nobel por defender tesis contrarias. Ese espacio de pluralidad que proporciona la economía es más visible en el debate sobre la concepción de los hechos y los valores.

En primer lugar, la economía tiende a tratar a los seres humanos como miembros de grupos sociales: aunque existen razones (cuasi) deterministas que llevan a razonamientos que predicen comportamientos, la incertidumbre acerca de las motivaciones individuales, las diferentes capacidades y posibilidades de reacción ponen la Teoría del Caos en el orden del día, como previó Rothbard (1988), y por esta vía es inconcebible concretar reglas detalladas e ineludibles dentro de sistemas definidos, como las que se admiten en física o química y llevan a negar el divorcio entre hechos y valores, tan fácil en otras ciencias5. En cambio, los valores, como medios interpuestos entre hechos y agentes, son una pieza insustituible en la definición metodológica de los objetos de la economía.

En segundo lugar, la economía es una ciencia pro-experimental; mientras que en la física muchas situaciones se pueden verificar repetidas veces, en la economía eso es más complejo, no sólo por la dimensión humana que condena el uso del hombre como “ratón de laboratorio” sino también porque el comportamiento individual es imprevisible, debido a que los valores de los agentes económicos se traducen a los valores de los economistas; de allí la frase: “tres economistas tienen cuatro opiniones diferentes”. La elaboración de modelos económicos obliga a adoptar cierta fenomenología, por cuanto se supone que los fenómenos describen el comportamiento de los agentes y reflejan sus valores. Los trabajos de Vernon Smith (que recibió el Nobel en 2002) y de la escuela de economía experimental han intentado deducir predicciones de los modelos de optimización de los agentes con la observación in situ de sus reacciones y de sus valoraciones.

En tercer lugar, el economista actual se caracteriza por lo que llamaré el “mal del cronista”: las mayores joyas de la literatura laica medieval fueron escritas por cronistas reales, como Fernão Lopes y Geoffrey Chaucer; aunque persiste la duda sobre la exactitud de la información que transmitieron, debido a su cercanía (y dependencia) del mecenazgo. El papel del economista, aun en su tarea básica de analizar, interpretar y expresarse, también sugiere, casi automáticamente, una conexión idiosincrásica, que dificulta la producción científica exenta de valoraciones internas o inducidas por la crítica ajena (como la Wertfreiheit que preconizó Weber), como Sen reconoció (Chaves, 2002).

Por último, la economía tiende a reflejar y a ser “hija de” su tiempo, y aún hoy se puede decir que “quien no se interesa en la economía, tiene el castigo de ser gobernado por quienes se interesan en ella”6 (Pinto, 2000). Es entonces una ciencia permeable a juicios de valor que evolucionan y llevan a una comprensión de los hechos construida en momentos históricamente distintos, como veremos en seguida.

LA ECONOMÍA COMO ESPACIO DE CONTRADICCIÓN

En esta nota no puedo comentar algunas propuestas “marginales” –como la del “institucionalismo norteamericano”, de Veblen y Commons, con seguidores como Galbraith o Heilbroner, que trato en detalle en Mourão (2007)– ni las tesis recientes de Kevin Hoover y su “No-(wo)man’s land”, donde hace énfasis en la persistencia de campos económicos que no contienen definiciones metodológicas concretas7. Paso de inmediato, siguiendo el camino que abrió Mark Blaug (1992), a una revisión histórica de las vertientes metodológicas que dan sostén a la “corriente económica principal”.

Blaug empieza recordando la oposición “histórica” entre los adeptos a la introspección y los defensores de la observación empírica, a pesar de la opinión de Popper de que “las teorías sólo son ‘científicas’ si son falsables”.

Karl Popper creía que un ciudadano que viviera en democracia tomaría en cuenta los argumentos críticos y aprendería de la experiencia. El científico no sería diferente: aprendería mediante la conjetura (la situación experimental vivida) y la discusión crítica, y así llegaría a entender los hechos. Pero admitía que, como hipótesis, la premisa de que los “agentes actúan siempre de un modo apropiado ante la situación en que se encuentran” se debía concebir “como una regla muy cercana a la verdad” y a toda teoría social comprobable. Lo que se volvería clave para explicar el comportamiento individual (que, a priori, explicaría los hechos sociales por inducción). En resumen, Popper sostenía que la sociedad y la ciencia requerían el debate e, instrumentalmente, una acción racional; lo que implica, en primer lugar, que una acción sin una estructura social es una ficción y, en según lugar, que en las ciencias naturales y en los estudios sociales la explicación científica debe incorporar algunos mecanismos explicativos. Por tanto, no deben existir “feudos” donde los campos científicos se resguarden de la crítica y de la discusión.

Retornemos a Blaug, que advierte que el E nsayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia económica de Robbins, de 1932, fue el primero “que alborotó el avispero” después de la apasionada controversia metodológica entre William Nassau Senior y John Stuart Mill. A Robbins le debemos la separación entre “economía positiva” y “economía normativa”, después de la contribución de Hume que, en el Tratado de la naturaleza humana, estableció que no todos los hechos pueden ser sometidos a juicios morales o éticos y cortó al cuerpo del “deber ser” su miembro superior, el “ser”. Robbins también apoyó el “apriorismo radical”, que sólo juzga posible hacer deducciones lógicas a partir de la introspección, en clara oposición al “ultra-empirismo”, que comienza por los hechos –en contra de Cairnes, uno de los últimos clásicos, para quien “El economista empieza por el conocimiento de las causas últimas” (Blaug, 1994, 119).

Ya desde Adam Smith, la cuestión de los “hechos” como causas últimas fue motivo de polémica. Cabe recordar que algunos clásicos “liberales” como Stuart Mill o Cairnes apelaban a la existencia de variables exógenas sobre las cuales los agentes no tenían influencia, mientras que Marx se justificaba con las contradicciones intrínsecas al proceso dialéctico. Por su parte, los primeros marginalistas (de Jevons y Walras a Marshall) intentaron eludir el problema aceptando excepciones (que se convertirían en regla) como las del ceteris paribus y el estado estacionario, que facilitaban la manipulación de los modelos. Fue necesario que Keynes advirtiera que, a pesar de la persistencia de las variables independientes del modelo, esta regla de total alineamiento se rompía sistemáticamente en la vivencia cotidiana, crítica que resurgió con Mirowski (1991) y Ormerod (1999).

Algunos neoclásicos, como Hicks o Samuelson, se escudaron en teoremas microeconómicos estáticos, metodológicamente muy cercanos a las restricciones utilizadas en la química de laboratorio. Paul Samuelson también afirma que “en ausencia de información cuantitativa completa, se espera que se formulen restricciones cualitativas para poder derivar definiciones cualitativas definitivas, desde las reacciones del sistema en cuestión hasta cambios en algunos parámetros”, en lo que se conoció como método estático-comparativo.

En 1953, Milton Friedman, con su natural irreverencia, argumentó que era necesario abandonar los supuestos teóricos y preferir las pruebas de las implicaciones como presupuestos de los modelos, enriquecidos con hechos que, curiosamente, se llegaron a denominar “estilizados” (algunos de los más famosos, que datan de ese período, son los de Kaldor (1961), centrados en el crecimiento económico).

Desde entonces, con la mayor intervención del Estado en los procesos económicos nacionales e internacionales, la cuestión del carácter normativo y positivo de la economía se convirtió en centro de la atención metodológica, junto con las contribuciones a la metodología de una “vieja” señora rejuvenecida por las contribuciones críticas de los autores neoclásicos y la búsqueda de hechos estilizados por parte de los monetaristas de Chicago: la econometría.

Concluimos esta sección con las palabras de Jacinto Nunes (1998), quien dice, citando a Kuhn, que “todo científico actúa dentro de una comunidad que comparte un paradigma [...] Todo científico, que pertenece implícita o explícitamente a una comunidad, prefiere ese conjunto de criterios”. Nunes también nos advierte sobre la persistencia del método babilónico, muy común entre los estudiosos modernos del post-positivismo.

Lo ideal es entonces no caer en la tentación de los fundamentalismos metodológicos, cuyos extremos son el “pensar babilónico” y el “pensar cartesiano”, es decir, la imposibilidad del conocimiento completo (según la imagen bíblica, en la torre de Babel la diversidad lingüística confundió la comunicación entre los hombres) y la imposibilidad de la incertidumbre, típica de la clarividencia del autor de la frase “pienso, luego existo”. Quizá, como dice Blaug, deberíamos reconocer que “la Meca de la economía es el método de la ciencia”.

De allí la simplicidad de esta nota que muestra la complejidad (y la vitalidad) de una ciencia que entiende que sólo se elige lo que se valora, lo que ha suscitado dentro de la economía algunas de las discusiones metodológicas más pertinentes del último medio siglo.

CONCLUSIÓN

Después de un ensayo de esta naturaleza, la conclusión no puede ser un ejercicio de consenso o de mera síntesis. Esa no es una conclusión, que debe ser esencial, breve y revelar personalidad.

Durante el gran “renacimiento” del siglo XVIII, el pensamiento económico sólo se podía considerar científico si obedecía las reglas del tiempo. Entonces se optó por acoger una metodología que luego se transformaría en diversas corrientes epistemológicas y metodológicas, según las escuelas, los pensadores y las situaciones. No se trata de que Aristóteles, la escuela escolástica, Averroes o la escuela de Salamanca no sean dignos de mención por ser anteriores a la Riqueza de las naciones, sino de que no lo son en el mismo nivel que Smith, Marx o Keynes. No obstante, sólo después de los “clásicos” de la economía del siglo XVII la cuestión metodológica suscitó la controversia e hizo posible la ruptura y la discusión. El método que adopte un economista o una escuela será semejante a una moda, los convencionales lo adoptarán y los excéntricos lo rechazarán.

Desde una concepción filosófica abarcadora, hay diferentes maneras de entender y tratar a los hechos, lo que permite una asociación especial con el campo teórico. Esta nota muestra las diversas posiciones de los autores económicos ante los hechos. Los clásicos liberales reconocían la existencia de hechos no condicionados por la actitud individual de los agentes; los neoclásicos y monetaristas y sus discípulos percibieron los hechos como fuentes primarias de la economía y establecieron la distinción entre una economía positiva (relatora, intérprete y planificadora de los hechos) y una economía normativa (enfocada en los valores de los agentes que toman decisiones).

Los valores, a los que podríamos considerar como un resultado de la relación entre el hecho y el sujeto, existen en la teoría económica, que no puede menospreciar su aspecto “normativo”. Este aspecto normativo ayuda a definir el campo de observación, el objeto de estudio y la posición del científico social. Si bien el aspecto pro-experimental de la economía lleva a una complejización axiomática (los valores de los agentes que toman decisiones se traducen a los valores de los agentes que observan), también define el producto de la ciencia económica, encuadrándolo en una matriz histórica de pensamiento.

Esta nota destaca la complejidad de la economía, como ciencia social en la que se han desarrollado, en las últimas décadas, importantes debates sobre la historicidad de los hechos y los valores, y como espacio de pluralidad y de contradicción. Ese espacio ha sido enriquecido por la discusión permanente sobre los hechos y los valores, y ha provocado cambios (más silenciosos pero más radicales) en la forma como la misma economía se asume como ciencia.


NOTAS AL PIE

1. De acuerdo con Neves (2007), para evitar una interpretación “imperialista”, es preciso reconocer que otras ciencias, como la ciencia política –o, como sugirió un revisor de la Revista de Economía Institucional, la sociología del conocimiento– también contribuyen a profundizar el debate axiológico.

2. El término “hecho” proviene de factum, palabra latina que se usaba para designar “lo que se realizó de manera duradera”.

3. De acuerdo con Brink (1989), el relativismo engloba toda estructura de pensamiento que no invalida la presencia de dos conclusiones distintas y válidas sobre el mismo objeto emitidas por dos sujetos (o por el mismo sujeto en situaciones espacio-temporales diferentes).

4. Por ejemplo, Kemerling (2001).

5. Ver Myrdal (1969) y Pinto (2000).

6. Paráfrasis de la frase original que se refería a la política.

7. [www.econ.duke.edu/~kdh9/].

8. Searle (1969) hizo una crítica relevante a esta posición de Hume, acercándose a Vico y valorizando la experiencia como fuente normativa.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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