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Revista de Economía Institucional

Print version ISSN 0124-5996

Rev.econ.inst. vol.12 no.22 Bogotá Jan./June 2010

 

EL KIOSCO DE LA LUZ EN EL CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA


THE KIOSK OF LIGHT IN THE CENTENNIAL OF INDEPENDENCE



Juan Santiago Correa R.*

* Magíster en Historia, candidato a doctor en Sociología Jurídica e Instituciones Políticas de la Universidad Externado de Colombia, director de Investigación del Colegio de Estudios Superiores de Administración (CESA), Bogotá, Colombia, [juansc@cesa.edu.co]. Fecha de recepción: 1°. de junio de 2010, fecha de modificación: 8 de junio de 2010, fecha de aceptación: 1.° de julio de 2010.


Como parte de las celebraciones del Centenario de la Independencia, en Bogotá se realizó la Exposición Industrial y Agrícola que fue inaugurada el 23 de julio de 1910 en el Parque de la Independencia. Con ese motivo se levantó una serie de edificios que albergaron las muestras principales “en el término angustiado de tres meses” (Triana, 1910, 209). Esta nota describe el contexto económico y social de esa feria y la calidad de patrimonio histórico del único edificio que queda de esa exposición: el Kiosco de la Luz.

Primero se hace una descripción detallada de los edificios que se construyeron en el Parque de la Independencia para albergar la Exposición y luego se analizan las principales críticas e impresiones que suscitó la Exposición en 1910.

El Pabellón Central, el más grande de los edificios que se construyeron para la Exposición, fue construido en cien días (a partir del 14 de febrero) por los arquitectos Mariano Santamaría y Escipión Rodríguez, con un costo de $22.000 oro. Este pabellón contenía la muestra industrial y exhibía artículos de cerámica, fotografía, litografía, panadería, pastelería, cigarrería, licorería, sastrería, zapatería, talabartería y carpintería, así como productos farmacéuticos, chocolates, tejidos, velas y jabones (i bíd., 237).

En este listado llama la atención que muchos de esos artículos hoy no se considerarían productos industriales sino manufacturas o artesanías. Pero a finales del siglo XIX y comienzos del XX, el término “industria” cubría un campo más amplio: el trabajo considerado en extenso. En ese sentido, había industria siempre que hubiera un trabajo continuo o una serie de trabajos encaminados a superar una serie de obstáculos, entendiendo por obstáculo la dificultad que se opone a la utilización de alguna cosa (Pérez, 1880, 13).

El segundo edificio era el Pabellón de la Maquinaria, también construido en cien días por el arquitecto Escipión Rodríguez, con un valor de $15.000 oro. En este pabellón se exhibían productos de una fábrica de muebles y una de peinetas, varias máquinas de hilandería –de las que según los inmodestos comentarios de la época Manchester se habría ufanado–, relojes, obras de fundición de imprenta y catres de hierro, una pequeña serie de máquinas para beneficiar café, productos de una fábrica de tubos de gres, fábricas de fósforos, algunos motores a vapor y una rueda Pelton (Triana, 1910, 238).

Llama la atención que la muestra de maquinaria para la industria del café fuera tan limitada pues, como señala Nieto, la demanda interna en las primeras décadas del siglo XX estaba condicionada por el café en todas las regiones colombianas. Las industrias tenían asegurado un consumo estable en todo el territorio debido a que el café, al crear la economía nacional, elevó la capacidad de compra (Nieto, 1999, 53). El café no sólo aumentó el volumen de la demanda, sino que impulsó cambios cualitativos en su composición, pues aumentó el consumo de artículos que hasta entonces estaban fuera del alcance del “consumidor ordinario”: gaseosas, dulces manufacturados, objetos de cuero, porcelana, cervezas y cigarrillos extranjeros, entre otros (Correa, 2001, 89).

El Pabellón Egipcio, copia del Templo de Edfú, se construyó bajo la dirección del ingeniero Arturo Jaramillo y del arquitecto Carlos Camargo, con un costo de $12.000 oro, en 137 días. Este pabellón era manejado por las damas que apoyaban las Salas del Asilo, que por medio de la venta de refrescos y comida recogieron fondos para esta obra de caridad (Triana, 1910, 239). El Pabellón de las Bellas Artes también fue construido por los constructores del Pabellón Egipcio. Las obras comenzaron el 15 de marzo y tuvieron un costo de $15.000 oro. En este pabellón se exhibía la muestra de pinturas y esculturas de los artistas locales y sus discípulos (ibíd.).

Además de los edificios principales, para la Exposición se erigieron algunos kioscos dispersos para exhibiciones particulares. El primero fue el Kiosco de la Música, con una capacidad para cien músicos, donado por la Compañía de Chocolates. El Kiosco de la Luz, el único edifico que aún permanece de todos ellos, fue construido en concreto de cemento (sic), sin el auxilio de maderas, por el albañil Simón Mendoza, obra financiada por los hijos de Miguel Samper para exhibir la maquinaria que distribuía la luz donada por la Compañía de Energía Eléctrica para la Exposición (ibíd., 214 y 239).

El conjunto de edificios, pabellones y kioscos, podía albergar unos cuarenta mil visitantes, y era una pálida copia del Campo de Marte, de Versalles y del majestuoso Palacio de Cristal. Pero las obras estaban lejos de hacer gala del despliegue técnico y arquitectónico de la Feria Industrial de Londres de 1851, para la que se construyó el Palacio de Cristal.

La principal crítica a la Exposición fue que no representaba a la industria nacional, pues muchas regiones del país no asistieron y las que concurrieron lo hicieron de manera incompleta. Las industrias minera y agrícola tuvieron una mínima representación en el pabellón dedicado a las manufacturas y la muestra de productos del suelo fue muy limitada, faltando en especial los aceites y los minerales de exportación (i bíd., 235).

Según comentarios de la época, la Feria de 1910 exhibió un espíritu imitativo y aplicación artesanal, pero no dio muestras del desarrollo fabril, de adelantos agrícolas ni del sentido económico de aprovechamiento del suelo. Además, por el desorden de la exposición, no representó el mapa industrial del país, faltando las industrias principales y las descripciones corográficas. Tampoco se elaboró un catálogo de la exposición ni estadísticas ilustrativas que permitieran evaluar la capacidad real de la industria nacional en 1910 (i bíd., 236-237).

Estas críticas cobran mayor fuerza si se tiene en cuenta que la Exposición se realizó durante el gobierno de Carlos E. Restrepo, quien inauguró los actos del Centenario. El país que existía en ese momento no era la “república patriarcal, agrícola, entregada a la placidez de una vida provinciana” que describió Nieto Arteta en su obra (1999, 43), por el contrario, era una república que había sufrido los sucesos más dramáticos en su difícil paso del siglo XIX al XX. Este gobierno fue uno de los matices más interesantes de la República Conservadora, pues a pesar de estos tumultuosos acontecimientos y del renacimiento de un sectarismo político que se fortalecía a medida que el gobierno de Reyes se debilitaba, Carlos E. Restrepo llegó al poder con una fórmula de Unión Republicana (Duque, 1982, 33). Esta alianza era un tercer partido (con miembros liberales y conservadores), cuya concepción política se expresó en la reforma constitucional de 1910, que buscaba adecuar el aparato estatal a las necesidades económicas del país, con un producto de exportación estable, el café, y la aparición de nuevas industrias (Correa, 2001, 95).

Además, la Feria y, en especial, el Kiosco de la Luz, sirvieron para apoyar el “b oycotteo del tranvía yankee” y demostrar que no se había “bastardeado del de 1810” (Triana, 1910, 240). El boicot se llevó a cabo desde el 7 de marzo de 1910 hasta octubre de ese año, cuando el Municipio tuvo que comprar el tranvía de Chapinero por ochocientos mil dólares. Se considera que éste fue el primer paro de usuarios del transporte, encabezado por Tomás Samper, hijo de Miguel Samper, quien además organizó los festejos del Centenario y la construcción del Kiosco de la Luz. Con esta celebración se pretendía demostrar que el pueblo colombiano era soberano e independiente de Estados Unidos, y que las modificaciones de Reyes al tratado Cortés-Root, en las que se aceptó vergonzosamente el robo de Panamá, no eran compartidas por el resto de la nación (Esquivel, 1996, 27-28).

Como ya se mencionó, el Kiosco de la Luz es el único edificio que aún sigue en pie de los que se construyeron, en apurados tres meses, para la Exposición. Infortunadamente este edificio no era el más importante ni el más hermoso de la exposición, ni era intención de quienes lo construyeron que perdurara cien años, por el contrario lo construyeron como publicidad para la industria cementera de la familia Samper y, además, con una intencionalidad política soslayada frente a los acontecimientos de 1910.

Aunque este kiosco, pálida imitación de la casa de muñecas del palacio de Versalles, tiene el mérito técnico de haber sido construido totalmente en cemento para mostrar las virtudes de este material para aquella época, no es ni mucho menos una gran proeza técnica ni una obra de arte hecha para perdurar. En la actualidad, este pequeño edifico está restaurado y es el último recuerdo físico de las celebraciones del Centenario. Habrá que ver cómo nos recuerdan en el Tricentenario de la Independencia.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Correa, J. S. “Nieto Arteta y el café en la sociedad colombiana”, Memoria y Sociedad 10, 5, 2001, pp. 75-101.

2. Duque E., I. “Perfil y huella de Carlos E. Restrepo en la historia nacional”, A. L. Gómez, ed., Carlos E. Restrepo antes de la presidencia, tomo 1, Medellín, Imprenta Departamental de Antioquia, 1982, pp. 15-37.

3. Esquivel, R. “Sociedad y transporte urbano en Bogotá (1865-1950)”, Memoria y Sociedad 2, 1, 1996, pp. 19-37.

4. Nieto A., L. E. El café en la sociedad colombiana, Bogotá, El Áncora, 1999.

5. Pérez M., S. “Programa analítico de economía política i estadística”, mimeo, 1880.

6. Triana, M. et al. Revista de Colombia - Volumen del Centenario, Bogotá, Casis, 1910, pp. 209-240.

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