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Revista de Economía Institucional

versão impressa ISSN 0124-5996

Rev.econ.inst. vol.22 no.42 Bogotá jan./jun. 2020

https://doi.org/10.18601/01245996.v22n42.01 

Editorial

EDITORIAL*


I

En las elecciones presidenciales de 1992 en Estados Unidos, el aspirante republicano George H. Bush, que buscaba la reelección y cuya campana se centró en los éxitos de la política exterior -el fin de la Guerra Fría y la victoria en la Guerra del Golfo Pérsico- fue derrotado por el candidato demócrata Bill Clinton, quien se centró en los problemas que afectaban a la población y prometió reorientar la política económica aumentando el gasto público en educación e infraestructura, sin olvidar la reforma del sistema de salud para mejorar su cobertura y su calidad. Aunque Clinton proclamaba las virtudes universales del libre comercio y de la globalización, esa reorientación implicaba cierto distanciamiento de las políticas adoptadas en los años ochenta por Ronald Reagan, y en Reino Unido por Margaret Thatcher, impulsadas por lo que se suele llamar "pensamiento neoliberal".

Sus asesores de campana condensaron ese propósito en el eslogan "[Es] la economía, estúpido", que fue decisivo en su éxito electoral y, como suele suceder, cuyo sentido original ha sido reinterpretado para descalificar a quienes proponen abandonar el neoliberalismo y adoptar políticas económicas con mayor énfasis social.

Chile, el país donde se inició el experimento neoliberal, con sus políticas de laboratorio desde el poder del Estado -impuestas por la dictadura de Augusto Pinochet y sus asesores de Chicago- y que ha sido ejemplo para el mundo, acaba de mostrar la necesidad de adoptar otras políticas, que no favorezcan solo a unos pocos.

Pese al buen manejo de la economía -según los estándares imperantes-, tras décadas de aplicación de aquellas políticas, su estructura productiva no se ha industrializado ni diversificado -por abrazar la idea de que "la mejor política industrial es la que no existe"-, y sigue exportando bienes primarios sujetos a las alzas y bajas de los precios internacionales. Pese a que existe un sistema político estable y rotación de los partidos en el gobierno, y pese al aumento del PIB per cápita, un indicador que esconde la profunda desigualdad de los ingresos en toda sociedad, la gente común y los jóvenes que nacieron durante la democracia vuelven a expresar su descontento. Igual que durante el gobierno de la Concertación y el primero de Sebastián Pinera, que los reprimió duramente.

Las protestas recientes no se limitan a rechazar el alza de tarifas del metro, exigen una nueva Constitución, que se ponga fin al modelo neoliberal y se corrijan sus efectos perjudiciales, como el recorte del gasto público en educación y en salud; el alto desempleo, el aumento del empleo informal y del trabajo precario; la reducción de las pensiones; el enorme endeudamiento de las familias; el deficiente sistema de transporte público.

En América Latina esas protestas pueden ser un impulso para recuperar el papel de la política, para que la ciudadanía no se limite a votar en elecciones y exija el cambio de políticas y el cumplimiento de sus derechos constitucionales y de los tratados internacionales. Para que participe con conocimiento de causa en los procesos deliberativos y presione a los partidos para que representen sus intereses en todos los niveles de gobierno o forme coaliciones que impulsen la democracia desde abajo, adopten políticas realistas bien meditadas que se estudien concienzudamente en los parlamentos y tengan apoyo ciudadano, y vayan más allá de las opciones ideológicas que proponen grupos extremistas, de derecha y de izquierda, atados a las viejas concepciones de la Guerra Fría1. En fin, para que el descontento no solo se exprese en las calles, donde los desmanes de unos pocos sirven para deslegitimar y reprimir la protesta.

Para los empresarios son una oportunidad para reorientar sus inversiones hacia actividades productivas e innovadoras que generen empleos estables y bien pagados, que aumentan el consumo y mejoran el bienestar de la población, en vez de invertir en activos volátiles de alto rendimiento a corto plazo que se aprecian y deprecian con los vaivenes de la bolsa y de los mercados financieros.

Para los grupos favorecidos por dichas políticas, esas protestas son un aviso, que parece haber comprendido María Cecilia Moral, esposa del presidente de Chile, quien en privado advirtió: "Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás".

Para los economistas son un llamado a una seria reflexión sobre su responsabilidad intelectual, sobre la necesidad de superar la especialización estrecha y el provincianismo, y de no hacer eco a teorías y metodologías que estén de moda, sin explorar ni entender sus fundamentos intelectuales, sin considerar el contexto histórico, social e institucional, ni las consecuencias económicas, sociales y políticas de las políticas que trazan o recomiendan. Este es un requisito para que puedan integrar los conocimientos de otras disciplinas, encontrar nuevas maneras de pensar y, quizá, hacer aportes e innovaciones en materia de teoría y de economía aplicada. Quizá no sea exagerado decir que hoy la mayoría de los economistas somos neoliberales sin percatarnos, así como Monsieur Jourdain, el personaje de Molière no sabía que hablaba en prosa.

El apartado siguiente presenta una interpretación del pensamiento neoliberal y de los efectos de la aplicación de sus medidas, en un contexto más amplio, durante las últimas cuatro o cinco décadas, quizá densa y fragmentaria, con seguridad demasiado sintética, incompleta y no muy rigurosa, pero provocadora y controvertible, con el fin de contribuir a esa tarea que tenemos por hacer.

II

El pensamiento neoliberal, al que equívocamente se confunde con la economía neoclásica, es una visión del mundo que agrupa vertientes en continua evolución y adaptación a las circunstancias de tiempo y lugar, que buscan modelar el orden mundial a imagen del mercado, al que consideran el único mecanismo capaz de acopiar y procesar la información necesaria para asignar los recursos de manera óptima. El mercado debe regir todas las dimensiones de la vida social y funcionar sin trabas, sin la intervención del Estado y sin los estorbos que impone la atención a las demandas ciudadanas que se reflejan en el proceso político.

La concepción neoliberal de la sociedad no solo se opone a la del totalitarismo colectivista soviético o del nacionalsocialismo alemán que dio lugar a la escuela austriaca y al ordoliberalismo alemán. También difiere del liberalismo clásico, para el cual el orden social debía ser regulado por el contrapeso entre sistemas independientes -el mercado, el Estado y el sistema de justicia-, del liberalismo del Estado de Bienestar europeo, criticado por Friedrich Hayek, y de su variante estadounidense, el New Deal de Franklin Delano Roosevelt, atacado por Milton Friedman.

Para esas diversas corrientes, el objetivo no es reducir el tamaño del Estado sino utilizarlo para imponer el orden del mercado a nivel mundial, sea democrático, autoritario o expresamente dictatorial. A diferencia del liberalismo clásico, otro de sus objetivos es que el sistema judicial no funcione de manera independiente, atendiendo a principios de la ley y la justicia, sino conforme a criterios económicos. Un propósito más sutil y perjudicial para la sociedad, es profundizar el individualismo egoísta e insolidario y procurar que el ser humano se convierta en empresario de sí mismo, que sin activos financieros y de capital debe acumular su propio capital humano para participar en los mercados, pues cuando todas las esferas de la vida se mercantilizan, quienes carecen de recursos no tienen derecho a comprar, ni a elegir. Si figura entre los perdedores, es por su culpa, por su propia responsabilidad, porque apostó mal, pues esa es la ley en la "sociedad de mercado", donde solo existen individuos, sin vínculos sociales, solidaridad ni protección del Estado, como pregonó Margaret Thatcher.

En su propósito de establecer un nuevo orden mundial regido por la economía, ciertas corrientes neoliberales se han opuesto a la gran empresa y a los monopolios; otras, a los organismos multilaterales que apoyaban las políticas de posguerra, pero desde cuando se instalaron en ellos, aprovechando que su tecnocracia no está sujeta a elección pública, los utilizan para sus propósitos, presionando y castigando a países y gobiernos democráticos que se desvían de sus ordenanzas social y políticamente insostenibles, como en Grecia, donde produjeron una crisis humanitaria.

La aplicación de esa doctrina, que ha tenido un éxito extraordinario para convertirse en sentido común -y que por ello no se cuestiona-, ha mostrado innegables resultados: el desmonte de los Estados de Bienestar y de los sistemas de seguridad social; la mayor concentración de la riqueza y del ingreso en toda la historia humana, y la continua reducción de impuestos a los más ricos, solventada con aumentos a las clases medias y trabajadoras; la peor crisis económica y financiera desde la Gran Depresión, de la que aún no se ha salido debido a las políticas de austeridad; la deslocalización de las actividades productivas y la expansión de los paraísos fiscales; la conversión del conocimiento en una mercancía cuyo contenido de verdad es fijado por el mercado de ideas; la corrupción rampante, siempre impune puesto que el mercado sacraliza los vicios privados, el mercado político la premia y las sentencias judiciales pocas veces obligan a restituir el dinero mal habido y a encarcelar a los corruptos.

Entre los efectos sociales más graves basta mencionar la disgregación y la fragmentación de las sociedades; la aceleración del cambio climático inducido por la acción humana2, que pone en peligro la vida en el planeta; la frustración, la desesperanza y el vacío existencial, el cual se intenta llenar con el entretenimiento o el consumo de ansiolíticos y antidepresivos.

Y entre sus efectos políticos, el descrédito de la democracia y de los partidos políticos; la indignación de millones de personas que, movidas por el temor, la ira o el afán de revancha e inducidas por los troles y los bots que plagan las redes informáticas, respaldan a gobernantes ridículos y autoritarios que manipulan el descontento -como Donald Trump y Boris Johnson- sembrando mentiras y miedo, culpando a los grupos vulnerables y, en ciertos países, a los inmigrantes, a los indígenas y a grupos minoritarios.

Por supuesto, algunos objetarán que esos efectos no son un resultado de la aplicación de una doctrina económica particular sino del sistema económico imperante o de los profundos cambios sociales ocurridos en las tres o cuatro últimas décadas del siglo pasado. Otros dirán que son simples efectos de fallas del mercado. Otros más los atribuirán al populismo, ese término que sin precisar su significado confunde más de lo que aclara, como saben los historiadores y los estudiosos de la ciencia política. Esas objeciones y esos puntos de vista son legítimos y consustanciales a la sana controversia académica y política.

En Colombia, la esperanza venció (^transitoriamente?) al miedo en las primeras elecciones regionales después de la firma de los acuerdos de paz, en las que los jóvenes tuvieron una alta participación y mostraron que no son indiferentes a los problemas del país; y un alto número de votantes, su cansancio con la polarización política y su an-helo de cambio, sobre todo en las grandes ciudades, donde se rechazó el caudillismo y el extremismo de derecha y de izquierda -aunque en algunas regiones se mantuvo el gamonalismo tradicional- así como la preocupación por el medio ambiente y el deseo de igualdad entre hombres y mujeres, en contra de ideologías carpetovetónicas más propias de una monarquía obsoleta que de repúblicas modernas.

No obstante, perduran las viejas costumbres y el gobierno impulsa y anuncia medidas y planes como los que rechazan los chilenos. Estadistas prudentes prestarían atención a esos signos de cambio, así solo fuese para no perder legitimidad y seguir en el gobierno, y modificarían las medidas y planes anunciados que causan malestar político y social.

Eso no será posible si el manejo de la economía sigue en manos de tecnócratas que desdeñan la desigualdad, que favorecen al cuartil superior en la distribución de la riqueza y del ingreso, y trasladan cuantiosos dineros a paraísos fiscales. Que por interés propio, insensatez o simple desconocimiento no están preparados ni ayudan a preparar al país para enfrentar la crisis económica mundial que se avecina ni los retos económicos y los cambios sociales que vendrán con el empleo masivo de robots en los procesos productivos y el uso de la inteligencia artificial. Así como no han contribuido a la industrialización ni a la diversificación de la economía y de las exportaciones, ni a contrarrestar los efectos de la financiarización del sistema económico. Igual que en Chile.

El pueblo chileno nos vuelve a recordar lo verdaderamente esencial: "la gente, estúpido".

En el editorial de nuestro primer número, publicado hace ya veinte años, se indicó que uno de los objetivos de la revista era dar a conocer trabajos publicados en otros idiomas y de difícil acceso para académicos y estudiantes de lengua castellana. Los rígidos y discutibles criterios algorítmicos para indexar las revistas científicas hacen cada vez más difícil cumplir ese propósito. El castellano no es la lingua franca de la ciencia. La presión para publicar con premura y el hecho de juzgar la calidad de los trabajos y las revistas con índices de impacto -construidos con el número de citas que fácilmente pueden detectar los algoritmos- van en desventaja de las revistas dirigidas a un público más amplio que el de los especialistas. Los autores de otras lenguas se ven obligados a publicar en inglés, so pena de ser invisibles, en desmedro de las revistas en su propio idioma. No obstante, nos debemos a nuestros lectores, en su mayoría jóvenes y estudiantes universitarios, y pese a esa desventaja trataremos de no cejar en nuestro empeño. Por ello iniciamos este número con dos traducciones de textos que no figuran en sus currículos.

El profesor de historia de la ciencia Robert Proctor y el lingüista Ian Bolin acunaron el término agnotología para designar el estudio de la ignorancia, así como el término epistemología alude al estudio del conocimiento. El ensayo que publicamos en este número es la introducción a un libro con el mismo título que incluye trabajos sobre la supresión y la falsificación del conocimiento en campos como las ciencias del clima y la salud pública, sobre la pérdida de conocimientos de pueblos colonizados y revisiones históricas de las concepciones de la ignorancia. En la época de la posverdad, en la que la creación deliberada de la ignorancia y su difusión por los grandes medios y las redes sociales es una estrategia para engañar y sembrar dudas sobre los hechos observados, sobre el conocimiento científico y sobre las fuentes de conocimiento bien fundado, es necesario entender el papel de la falsa ciencia y de las noticias falsas, que generan estados de opinión y reacciones emocionales para manipular a la población.

Abraham Flexner, promotor intelectual del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton quien fuera su director entre 1930 y 1939 y quien redactó el texto que presentamos días después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando el afán de venganza y las doctrinas raciales del nacionalsocialismo amenazaban a la civilización, así como el legado de la Ilustración hoy peligra bajo el impulso de fuerzas y grupos que socavan la democracia sin declararse expresamente antidemocráticos. El autor argumenta que la vida intelectual y espiritual es una forma inútil de actividad que brinda grandes satisfacciones y que, en la historia de la ciencia, los grandes descubridores, no han sido motivados por el deseo de ser útiles sino por el de satisfacer su curiosidad. Y se pregunta si puede haber una vida plena cuando desaparecen los elementos que le dan significado espiritual. Esta pregunta debe ser respondida por las jóvenes generaciones, no figura en la agenda de los gobiernos contemporáneos, así como tampoco figura la educación superior pública, como derecho universal, ni en sus planes ni en sus presupuestos.

IV

Los cinco artículos siguientes se refieren a aspectos de teoría y de historia del pensamiento económico.

Luis Lorente critica algunos aspectos de la teoría monetaria moderna -que hoy defienden muchos economistas opuestos a las políticas de austeridad y proponen medidas alternativas para salir de la crisis- tomando como referencia la evolución institucional de las economías contemporáneas y plantea la necesidad de adoptar una nueva política económica, similar a la del New Deal. Precisa el significado del término financiarización-que ha modificado las motivaciones y los objetivos de los directores de las grandes empresas, financieras y de los demás sectores, que ahora se interesan más en la acumulación de activos financieros y en las ganancias de corto plazo-, a la vez que analiza los efectos de este proceso en la distribución del ingreso y en el crecimiento económico. Argumenta que los impuestos son necesarios para redistribuir el ingreso, propone un novedoso concepto de déficit privado, profundiza sus recientes análisis de las pensiones y de los fondos de pensiones, plantea la necesidad de adoptar una nueva política económica y sugiere medidas de política concretas.

Antonio Nogueira hace un paralelo entre los planteamientos de John Kenneth Galbraith, quien señaló las diferencias entre el sistema planificado de las grandes empresas y el sistema de mercados competitivos-, y cuya obra hoy poco o nada se estudia en los cursos universitarios- y los planteamientos de Mariana Mazzucato, que en su libro El Estado Emprendedor pone al descubierto los mitos que se han creado en torno a la relación entre el sector público y el sector privado, y muestra que en los países avanzados el Estado ha asumido los riesgos de la inversión en innovaciones, ha creado nuevos sectores, como Internet, y ha financiado innovaciones que luego aprovechan grandes empresas, como Apple.

Maxi Nieto muestra las debilidades teóricas y metodológicas del nuevo argumento austriaco contra la posibilidad del cálculo económico en el socialismo. Con base en argumentos expuestos por Jesús Huerta de Soto, el exponente más conocido de la escuela austriaca en lengua castellana, y de otros autores recientes. El autor concluye que la nueva crítica austriaca al cálculo socialista se basa en razonamientos circulares y alude a problemas que ya han resuelto las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

Rémi Stellian y Jenny Paola Danna Buitrago proponen una manera de construir modelos multi agentes considerando únicamente fenómenos monetarios. Establecen unos principios generales para formalizar las relaciones entre agentes que interactúan en forma descentralizada y con base en ellos construyen un modelo dinámico no determinístico que puede reproducir hechos macroeconómicos estilizados.

Fahd Boundi argumenta que, en la economía política, las concepciones del Estado y de la sociedad están relacionadas con la teoría del excedente. Critica la noción marginalista de la sociedad a partir de la teoría del excedente y señala los límites del principio de la demanda efectiva. Concluye que la política económica basada en metas de inflación, reducción de los salarios y del gasto público busca aumentar el excedente en las fases de crisis y recesión.

V

El último grupo de artículos trata diversos aspectos económicos y socioculturales de la sociedad colombiana.

Ligia A. Melo y Jorge E. Ramos analizan el gasto público colombiano de las dos últimas décadas y comparan el tamaño del Estado con el de otros países de América Latina y del mundo desarrollado. Pese al llamamiento a reducir el tamaño del Estado que estuvo tan de moda en las décadas pasadas, los autores constatan que se sigue cumpliendo la Ley de Wagner: que el gasto público -y, por tanto, el tamaño del Estado- aumenta a medida que avanza el desarrollo económico. Encuentran que el gasto del gobierno central colombiano como proporción del PIB es menor que el de los países suramericanos y apenas mayor que el de algunos países centroamericanos. Y, por supuesto, menor que el de los países europeos, pese a los ataques contra el Estado de Bienestar.

Los dos artículos siguientes se refieren a la explotación minera en dos regiones del país. Juan Sebastián Lara, André Tosi y Aleix Altimiras examinan los obstáculos y las posibilidades del desarrollo sostenible de la minería del platino y el oro en Chocó, donde la explotación aluvial informal y a pequeña escala ha generado una pobreza secular, un gran deterioro del medio ambiente y de la biodiversidad. Juliana Toro, Julián Mazo y Oswaldo Zapata analizan la acción colectiva en Buriticá, Antioquia, para entender su dinámica comunitaria a pesar de la explotación minera. Sus resultados indican que los habitantes del municipio tienden a actuar en forma cooperativa, aunque otros estudios encuentran que su principal motivación es maximizar los beneficios individuales.

El último artículo, de Luz Gómez, Andrey Ramos y Nora Es-pinal, analiza los determinantes de la asistencia a espectáculos de artes escénicas en Medellín mediante el uso de modelos de elección discreta regularizados, con datos de la Encuesta de Calidad de Vida de Medellín 2014. Los autores encuentran que los principales determinantes son el nivel de educación y las restricciones de tiempo.

1 Muchos autores contemporáneos sostienen que la división entre izquierda y derecha hoy carece de sentido, sobre todo en las democracias avanza-das. Sobre este tema es recomendable releer a Norberto Bobbio, el filósofo y jurista turinés cuyas sutiles distinciones aún no han sido invalidadas en la arena política. Y quien hace ya casi cuarenta años además nos advertía sobre la ilusión tecnocrática: "Creer que cuando se discuten problemas concretos se puede llegar a un acuerdo sobre la única solución posible".

2Que parecen entender mejor niñas como Greta Thunberg —a quien se descalifica y se insulta en las redes sociales para causar repudio emocional, sin atender sus argumentos, basados en estudios científicos— que William Nordhaus, ganador del premio del Banco de Suecia en Economía en 2018, cuyos modelos de equilibrio general indican que la temperatura de la Tierra puede aumentar más de 3° sin sobrepasar el umbral de daño irreversible, un nivel superior al que se fijó en el Acuerdo de París, firmado por 195 países y del que se retirará Estados Unidos siguiendo la política de Donald Trump. Frente a las mentiras y los ataques a los jóvenes ambientalistas, cabe recordar que en 1992 más de 1.700 científicos independientes, incluida la mayoría de los ganadores del premio Nobel en Ciencias, firmaron la Advertencia de los Científicos del Mundo a la Humanidad sobre la destrucción del medio ambiente. En diciembre de 2017, la revista BioScience publicó Un segundo aviso, ahora firmado por 15.000 científicos, quienes advierten que la "Humanidad no está tomando las medidas urgentes necesarias para proteger nuestra biosfera en peligro", y que la mayoría de las amenazas de las que advirtieron antes son mucho peores y se están agravando de modo alarmante.

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