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Discusiones Filosóficas

versão impressa ISSN 0124-6127

discus.filos vol.16 no.26 Manizales jan./jun. 2015

https://doi.org/10.17151/difil.2015.16.26.9 

DOI: 10.17151/difil.2015.16.26.9

Códigos estéticos en el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila

Aesthetic codes in Nicolás Gómez-Dávila's thought

Conrado Giraldo Zuluaga*
Universidad Pontificia Bolivariana. Medellín, Colombia. conrado.giraldo@upb.edu.co

* ORCID: http://orcid.org/0000-0003-1885-9158.

Recibido el 2 de febrero de 2015, aprobado el 18 de Mayo de 2015


Resumen

Proponer la existencia de filosofía en América Latina se convierte para muchos en un problema. Más dificultades se generarán ahora al proponer la existencia de una estética latinoamericana, teniendo como representante a un pensador colombiano: Nicolás Gómez Dávila. En medio de la obra de este pensador logramos entresacar una serie de códigos estéticos que, si bien están heredados de las concepciones europeas de la estética, podrían darnos atisbos de una mirada distinta otorgada por la observación de objetos y hechos generados por el mestizaje sucedido en medio de tierras fértiles, agrestes y exuberantes como las de nuestra geografía. Realizar esta presentación implica repasar un legado existente, pero olvidado, por lo que actualizar una experiencia filosófica rica que, aunque presente, no se ha manifestado en nuestro medio de manera suficiente. Como objetivos principales de este ejercicio investigativo están: argumentar a favor del ejercicio filosófico realizado en Latinoamérica; proponer el ejercicio aforístico de Gómez Dávila como una aportación colombiana en torno a la estética filosófica; y repasar algunos tópicos estéticos que queremos entresacar en la obra de este autor para realizar un ejercicio hermenéutico de los mismos. Con este trabajo se espera alcanzar no solamente ecos en nuestro medio sino en las distintas latitudes donde ya el autor es reconocido, pero ahora desde la estética. La metodología empleada en esta investigación es realizada desde un ejercicio hermenéutico, en la perspectiva gadameriana. Esperamos proponer, como resultado principal, argumentos que corroboren las aportaciones de Gómez Dávila a la estética desde una perspectiva latinoamericana. Finalmente, concluimos que la estética de Gómez Dávila es de estilo clásico con vínculos metafísicos, asociada a un canon griego y con una clara perspectiva cristiana, pero que ha sido elaborada por una mente perteneciente a un contexto latinoamericano, del cual no debemos extraer de ningún modo.

Palabras clave

Belleza, cánones, estética, Nicolás Gómez Dávila, pensamiento latinoamericano.

Abstract

To suggest the existence of philosophy in Latin America becomes a problem for many. Even more difficulties are generated by proposing the existence of a Latin American Aesthetics, having as its representative a Colombian thinker: Nicolás Gómez Dávila. In the midst of this thinker's work, we were able to identify a series of aesthetic codes which, although inherited from the European concepts of aesthetics, could give us glimpses of a different perspective given by the observation of objects and events generated by the miscegenation that took place in the midst of lush, rugged and fertile lands as those of our geography. To attempt his presentation involves reviewing an existing but forgotten legacy, and updating a rich philosophical experience that, although present, does not manifest in our environment sufficiently. The objectives of this research are: arguing for the philosophy made in Latin America; propose the aphoristic exercise of Gómez Dávila as a Colombian contribution to the field of aesthetics; and review some aesthetic issues that we want to conclude in the work of this author to conduct a hermeneutic exercise thereof. With this paper I expect to reach not only echoes in our philosophical community but in also in other latitudes where Gomez-Davila is already recognized, but now from the point of view of aesthetics. The methodology used in this research entailed a hermeneutic exercise, in the perspective of Gadamer. We propose some arguments supporting the contributions of Gómez-Dávila aesthetics from a Latin American perspective. Finally, we conclude that the aesthetics of Gómez-Dávila is of a classic style with metaphysical links, associated with a Greek canon and with a clear Christian perspective, but that it has been developed by a mind that belongs to a Latin American context, from which we cannot intend to separate it in any way.

Key words

Beauty, Cannons, Aesthetics, Nicolás Gómez Dávila, Latin American Thought.

Ni estilos, ni obras, ni individuos, descubren su núcleo
auténtico desbastando una certeza de supervivencias
estilísticas, de usos inveterados, de mimetismos sociales.
El estilo se construye sobre un estilo precedente. La obra
se elabora al través de las obras que imita. El individuo
se transforma en persona mediante las influencias que
asume. La autenticidad no es la simple expresión de una
naturaleza, sino la conquista de un significado. (Gómez
Dávila, Escolios I 380)


Introducción

Conviene iniciar este artículo recordando que como telón de fondo de este escrito tendremos el problema no resuelto de afirmar que existe una filosofía latinoamericana. Queremos indicar desde ahora que pensamos que la forma de vivir de nuestros antecesores prehispánicos, con sus características compartidas y diferencias evidentes, ha generado una manera de ver la realidad que se asemeja a la admiración que sintieron los primeros filósofos de las colonias griegas. Nuestros pueblos precolombinos fueron capaces de grandes desarrollos culturales demostrando el ingenio del pensamiento que, con toda seguridad, fue capaz de preguntar por el sentido del existir, la razón de estar en el mundo, originando una ética y una manera de vivir en sociedad que implicó la construcción de lazos efectivos que aunaron proyectos de sentido, de bien común y de felicidad. Ligado a este preguntar, también debió haber estado presente el cuestionamiento esencial por lo bello: los hallazgos arqueológicos de cerámica, pintura, tejidos, arquitectura, escultura, entre otros, son manifestación evidente de una increíble capacidad de representación figurativa de nuestros antepasados americanos que develan una gran sensibilidad estética.

Conviene anotar, a su vez, el origen de este escrito: nace de la sugerencia de Carlos B. Gutiérrez quien pidió, al conocer mi artículo titulado "Nicolás Gómez Dávila, entre la tradición y la innovación"1, me dedicara al asunto estético presente en su obra, ya que Gómez Dávila realiza numerosos comentarios respecto a este tema en muchos de sus escolios y en realidad no se ha dedicado un esfuerzo para tratar de presentar sistémicamente tal asunto. Con la sinceridad como antecedente, este ejercicio que presentamos aquí solo mostrará algunos de los escolios de Gómez Dávila dedicados a la estética, de manera general, en esta búsqueda de los códigos estéticos presentes en su obra. Tenía razón Gutiérrez: hay una gran cantidad de relaciones estéticas presentes en las obras de Gómez Dávila. Pondremos por escrito aquí solo una pequeña parte de ellas2.

Para llevar a cabo esta labor, en un primer momento, queremos realizar una exposición sintética de lo que se ha llamado estética de modo amplio. Luego presentaremos algunas aportaciones encontradas en el artículo titulado "Nicolás Gómez Dávila. La estética, el escolio y el ensayo" de Efrén Giraldo sobre la estética en este pensador colombiano. Así, para terminar este primer apartado, aclararemos a qué nos referimos cuando hablamos de 'códigos'. Posteriormente, en el segundo momento, asumiremos - de entre esos códigos que logramos identificar en su pensamiento - algunos tópicos: sus escolios y algunos breves comentarios serán fundamentales en el intento de mostrar el modo como este pensador comprende la estética; los apartados serán: la muerte del arte; el canon y su cumplimiento generan la verdadera obra de arte; el arte auténtico; el artista auténtico; el gusto como placer estético. Como momento final estableceremos algunas conclusiones que servirán para cerrar este ejercicio reflexivo que, por lo demás, queda abierto por el gran número de escolios que esperan todavía ser leídos e interpretados.

Primer momento

Breve preámbulo en torno a la estética

Antes que nada, conviene hacer aquí una breve definición de lo que se ha llamado estética. Dice Jorge Restrepo: "conocida como estética, la reflexión dispersa sobre sensibilidad, arte y belleza, por si sola tenía que ser incompleta" (13). A través de la historia, no han sido pocos los pensadores que le han dedicado su ejercicio reflexivo para tratar de definirla. Muchos la asimilan con la belleza o hasta la equiparan con el arte. Para los griegos la percepción, sensación o sensibilidad ante la belleza se entendía como aísthesis. Posiblemente es la causa de que confundamos habitualmente estética con belleza, pues la estética podría entenderse como la experiencia, a partir de la percepción, que podemos tener de algo; y, por su parte, la belleza es una de las experiencias más verdaderas y especiales que el hombre pueda tener. En tanto el arte es el ejercicio que permite producir belleza, es la reproducción formal que posibilita esa admiración y emoción que nos deja perplejos ante lo bello. Recordemos que para los griegos lo bello se relaciona con lo bueno. Por ende, la belleza en el arte y su percepción, la estética, tienen que ser buenas.

Dando un enorme salto temporal, no debemos dejar de lado al alemán Baumgarten3. En su propuesta considera que la estética es la ciencia que estudia la belleza, como disciplina filosófica que se preocupa del conocimiento sensible. Baumgarten lo anuncia en el "Prolegomena" de su Aesthetica: "§I. Aesthetica (teoria liberalium Artium, gnoseologia inferior, ars pulcre, ars analogi rationis,) est scientia cognitionis sensitivae". Por su parte, recordando a Kant, no olvidemos que este nos llevó a entender que la experiencia estética es un ejercicio puro de subjetividad4 donde una cosa es lo bello y otra lo sublime. Posteriormente, Hegel propone la estética como una experiencia sensible del espíritu absoluto. Bástenos enunciar estos autores modernos5 porque este será el punto de inicio de quiebre que identifique Gómez Dávila como el causante de la pérdida del sentido clásico estético desde los anuncios del romanticismo.

Así pues, asistimos hoy al surgimiento de numerosas reflexiones en torno a la estética y el arte6: Gómez Dávila, formado en el pensamiento estético clásico, conoció algunas de estas perspectivas siendo ante las más extrañas que reacciona. Hay algunas posturas que conservan aún los códigos propios de la estética griega. Sin embargo, desde la modernidad ha venido apareciendo un término que desea mayor amplitud: filosofía del arte (lo debemos a Hegel en su Lecciones de Estética). Incluso, hay corrientes que quieren desligar las nuevas estéticas de la concepción clásica vinculada a la belleza o al arte, relacionándolas con la cultura. Aquí cabe pensar en las corrientes relacionadas al nihilismo nietzscheano: en esta estrecha relación estética-cultura necesariamente lo que surge será una manera nihilista de ver el arte, lo bello y lo feo. De todos modos, el objetivo de este escrito no es proponer esas estéticas de lo prosaico (Cf. Mandoki) o pragmáticas (Cf. Shusterman). Como veremos, la postura estética de Gómez Dávila es clásica: ya que con la modernidad, el romanticismo y las vanguardias no establece sino una relación de delación y desprestigio.

A propósito del texto de Efrén Giraldo

Entremos de lleno a comentar el texto titulado "Nicolás Gómez Dávila. La estética, el escolio y el ensayo" de Efrén Giraldo. Ruego se excuse que omitamos en el presente texto todo aspecto biográfico del pensador colombiano - Gómez Dávila - y que, ante esta ausencia, sugiramos una rápida revisión de los diversos sitios existentes en la Internet dedicados a él7. Así las cosas, debemos partir del hecho de que además de no ser un pensador muy conocido por sus coterráneos, mucho menos su propuesta estética ha sido revisada con suficiencia. Dice Efrén Giraldo respecto a la poca revisión - en nuestro medio - de los aportes estéticos literarios de Gómez Dávila:

anotemos que la recepción más intensa de la obra de Gómez Dávila, así como las discusiones más animadas sobre su obra, como ocurre con otros ensayistas de mérito, se han dado sobre todo en el ámbito filosófico. Este hecho da cuenta de que la magra tradición crítica literaria del país aún tiene problemas para la identificación literaria y la valoración estética de muchos de sus escritores "de ideas". Aún se puede ver en algunas universidades a profesores que invalidan aproximaciones a la obra del escoliasta porque "perteneció a un grupo social decadente que vivió de espaldas a los problemas del país". (22)

Digamos sencillamente que el estilo habitual del escrito de Gómez Dávila es el escolio, que no es otra cosa que escribir a partir de comentarios breves y concisos de asuntos bien definidos. La acepción única del término 'escolio' que ofrece el Diccionario Real de la Academia Española de la Lengua es la siguiente: "nota que se pone a un texto para explicarlo". Como lo veremos en el segundo momento de este texto, el estilo escritural suyo es de perplejidad: lo dice todo en pocas palabras, pero requiere de un amplio conocimiento contextual para comprender su sentido, casi nunca libre de sarcasmo y provocación. Señala Efrén Giraldo: se puede imaginar el asombro que en la Colombia de mediados de los años cincuenta causaron estos textos agresivos, escritos con un arte nunca antes visto en la literatura del país, acostumbrada al ditirambo y a la efusión poética sensiblera. (21)

Respecto a esa manera extraña de escribir agrega:

y es que la mayoría de los escolios, notas y ensayos postulan una afiliación irrestricta con todo aquello que la misma modernidad y la cultura de lo nuevo rechazan. No obstante, la forma, la torsión lógica y los extraordinarios giros conceptuales no parecen encajar en una concepción conservadora de la escritura. Ya se sabía que la revolución política podía engendrar posiciones estéticas reaccionarias, pero poco se sabe sobre posiciones políticas auténticamente reaccionarias que pudieran apuntar hacia una concepción vanguardista de la escritura. (Ibíd. 23)

Hay algo de paradójico en el escolio de Gómez Dávila: aunque se supone que se trata de un ejercicio de explicación, lo desarrolla más bien como estilo estético que a menudo deja confuso a quien lo lee. Dice Giraldo respecto a la forma estética del escolio:

si el escolio o la nota responden a una manera literaria que tiene sus posibilidades estéticas, la otra también las ostenta. Escribir de manera corta y elíptica implica "asir el tema en su forma más abstracta, cuando apenas nace, o cuando apenas muere, dejando un puro esquema". Todo queda en la fulgurante estela que deja un chispeante juego de luces, una reverberación que parece ocurrir en el aire. "La idea es aquí un centro ardiente, un foco de seca luz". (Ibíd. 24)

Quien lee los escolios de Gómez Dávila debe estar dispuesto a sentir desconcierto. Esta manera de escribir tiene su efecto estético determinado. Afirma Giraldo:

los escolios y notas se caracterizan por hacer un cuestionamiento que se sirve de la definición negativa como la estrategia más importante, pues es la que finalmente desconcierta al lector, quien espera una confirmación, no una denegación. Y es allí, en esta torsión impredecible de la doxa, donde se da el efecto estético del escolio, su violencia sobre la mecánica aseverativa del discurso. (25) Es más, para Giraldo, la reflexión de Gómez Dávila sobre la estética se constituye en un oasis:

[…] señalemos que, entre tanta reprobación, hay una preocupación temática en los textos de Gómez Dávila (especialmente en su libro de notas y sus escolios), la cual constituye una especie de oasis afirmativo entre tanta negación, de manera similar a como ocurre con el erotismo. Se trata del arte y la literatura, prácticas sobre las que hace varias consideraciones, casi siempre de encomio. En especial, sobresalen aquellos fragmentos que postulan una poética del silencio y la distancia, señalan la escritura de formas breves como destino ético-estético y expresan una fe permanente en la experiencia estética y creativa. En la era democrática - parece decir Gómez Dávila -, arte, creación, literatura, experiencia estética y belleza son las únicas posibilidades, si exceptuamos la experiencia de la fe. (27)

En el ejercicio escritural de Gómez Dávila, habla Giraldo de una estética: "ahora bien, esta metáfora de la 'curva límpida' y su declarado 'puntillismo literario' afirman la relevancia que tienen la estética y la ética de la forma breve, plenas de exigencias y hallazgos rutilantes" (Ibíd. 28). Alabando la labor estética de Gómez Dávila:

sin embargo, más allá de que, en buena medida, la creación artística solo tenga una pequeñez orgullosa para proponerle al mundo, la vivencia artística se mantiene como la más plena justificación: "El milagro humano consiste en bordar, de trecho en trecho, sobre esa trama monótona, sangrienta y bestial, algún frágil arabesco de belleza o una noble imagen". (28)

Bástenos esta lectura, desde la perspectiva literaria, de los apartados de Efrén Giraldo, los cuales nos confirman la inquietud estética profunda de Nicolás Gómez Dávila para abordar, más adelante, algunos de sus principales tópicos formulados como códigos visibles a través de la lectura de sus textos.

El sentido de 'código' empleado

Se ha querido hablar en este artículo de los códigos estéticos que podemos entrever en el escolio y los escritos de Gómez Dávila, empleando el sentido de la palabra 'código' referido a la clave que nos sirve para comprender algo. Una de las acepciones de la palabra 'código' que presenta el diccionario de la RAE es esta: "conjunto de reglas o preceptos sobre cualquier materia". Si nos atenemos a la definición podremos comprender el sentido de este artículo: se quiere mostrar aquí una breve síntesis de eso que se constituye para Gómez Dávila como normativa del ejercicio estético. Son las maneras a través de las cuales él ha entendido la estética, el arte, la belleza, e incluso lo feo, a la luz de una mentalidad formada en la manera más clásica posible. Para esto recurriremos a algunos de sus textos fundamentales.

A continuación desarrollaremos, a partir de algunos escolios, los distintos tópicos enunciados desde la introducción, con los cuales pretendemos sugerir algunos de los códigos presentes en la propuesta estética de Gómez Dávila. Serán en su orden: la muerte del arte; el canon y su cumplimiento generan la verdadera obra de arte; el arte auténtico; el artista auténtico; el gusto como placer estético. Son solo títulos que tratan de abarcar la temática reiterada de tales sentencias. No obstante, somos conscientes que se dejan de lado algunos tópicos importantes, pero con toda seguridad esto será excusa para continuar con este ejercicio de profundización en un futuro artículo.

Segundo momento

La muerte del arte

Nicolás Gómez Dávila es un pensador reaccionario a secas. Dice en Textos I:

si un propósito didáctico me orientara, habría escuchado sin provecho la dura voz reaccionaria. Su escéptica confianza en la razón nos disuade tanto de las aseveraciones enfáticas, como la de las impertinencias pedagógicas. Para el pensamiento reaccionario, la verdad no es objeto que una mano entregue a otra mano, sino conclusión de un proceso que ninguna impaciencia precipita. La enseñanza reaccionaria no es exposición dialéctica del universo, sino diálogo entre amigos, llamamiento de una libertad despierta a una libertad adormecida. (55)

Esto implica que desconfía de la razón propuesta por la modernidad y que no acepta sin dudar lo que ella produce: "el pensamiento reaccionario teme la postiza simetría de los conceptos, los automatismos de la lógica, la fascinación de las simplificaciones ligeras, la falacia de nuestro anhelo de unidad" (Textos I 55). Su reaccionarismo se deja evidenciar en su posición frente al arte contemporáneo como fruto de la modernidad: "para eludir la tentación de imputar a la estética moderna la nauseabunda mediocridad del arte actual, recordemos la mediocridad semejante de la plebe artística en cualquier estilo. La mediocridad no tiene patria, ni siglo" (Escolios I 370). Como médico del pensamiento descubre síntomas de anemia en el arte que está asociado a la modernidad y que en su tiempo sigue mostrando señales de debilidad: "de la actual anemia del arte culpemos la doctrina que aconseja a cada artista preferir la invención de un idioma estético propio al manejo inconfundible de un idioma estético común" (Nuevos escolios I 13).

Uno de los productos de esta modernidad es la industrialización. Su relación con el ejercicio creativo estético implicó para nuestro pensador una desventaja: "también en las artes y las letras el industrial desalojó al artesano" (Ibíd. 17). Y asociado a las máquinas que desplazan al artesano está el ruido: "el que escucha atento el ruido de su tiempo no escribirá su música" (Ibíd. 22). Tampoco cree mucho en que los desarrollos científicos superen en el hombre la riqueza de la obra estética: "ningún descubrimiento científico torna obsoleto el contenido intelectual de la obra estética eximia que lo precede, ni torna profundo el contenido intelectual de la obra estética trivial que lo asimila" (Ibíd. 145).

Hay para Gómez Dávila una reducción de perspectiva por parte del hombre técnico que genera el proceso de industrialización, que se asocia a los síntomas de muerte de la estética y el arte en la modernidad:

como el homo faber maneja su herramienta con espontaneidad que hereda de una tradición irreflexiva, el acto técnico no es determinante único de su visión del mundo. El homo technicus, en cambio, procediendo previamente a la reducción conceptual del objeto, convierte el acto técnico en determinante único de su visión total. (Ibíd. 52)

En esta revisión de códigos estéticos en el pensamiento de Gómez Dávila, notamos un tópico interesante: su lectura de la arquitectura. Nos señala taxativamente: "la más grave acusación contra el mundo moderno es su arquitectura" (Ibíd. 64). Y esto es tan claro desde su postura porque: "a una civilización no se le toma bien el pulso sino en la arquitectura" (Nuevos escolios II 141).

Es enemigo declarado del arte abstracto. Burlándose de él afirma: "el diablo patrocina el arte abstracto, porque representar es someterse" (Nuevos escolios I 158). Además, indica: "el arte abstracto no es ilegítimo, sino limitado" (Ibíd. 156). Señala también frente a lo abstracto: "la pintura no-figurativa es el realismo de nuestro tiempo. Lo abstracto es el único medio dado a la imaginación para afrontar lo abyecto" (Ibíd. 243).

Es evidente el desprecio que siente por el arte contemporáneo al que considera decadente: "el neobalbuceo del arte contemporáneo es estertor de decrepitud" (Ibíd. 170). Y no se mide en el momento de acusar la pobreza estética del momento en que vive: "hoy escriben y pintan obras tan malas que ni siquiera a un crítico actual le parecen buenas" (Nuevos escolios II 142).

Nos recuerda que la muerte del arte se vincula a la instrumentalización por parte de la razón moderna de aquello que no lo era: "la conciencia de la autonomía del arte, como de la autonomía de la religión, nace en los albores del romanticismo. La tarea progresista de reducir religión y arte a instrumentos del hombre es francamente retrógrada" (Nuevos escolios I 180). La exaltación exagerada del arte contemporáneo es un síntoma de su decadencia: "tan grande es el prestigio del arte contemporáneo ante el público que su calidad no le importa" (Nuevos escolios II 49). Considera su momento como uno deprimente respecto a lo estético: "la fealdad del mundo moderno ha necesitado una labor titánica" (Ibíd. 130). Y agrega: "en el actual clima de las artes, lo simple nace insípido y lo complejo tedioso" (Ibíd. 130).

Gran culpa de este declive que vive el arte, dice él, es debido a haberle dado un valor económico a la obra artística:

la evolución de las obras de arte en objetos de arte y de los objetos de arte en bienes de inversión o en artículos de consumo es fenómeno moderno. Proceso que no patentiza una difusión de lo estético, sino la culminación del economismo contemporáneo. (Ibíd. 143)

Gómez Dávila hace una interesante relación entre el tiempo y el valor de una obra de arte: "el valor de la obra de arte emerge de la historia, pero no la obra misma. Todo es histórico, salvo su valor" (Nuevos escolios I 159).

Esta pobreza de la obra de arte, vinculada al hecho de concederle valor económico, se evidencia en la reiteración temática que cansa: "al arte de este final de siglo le vuelve uno pronto la espalda no porque espante con el escándalo de lo insólito, sino porque agobia con el tedio de lo ya visto" (Nuevos escolios II 160). Sin embargo, en momentos donde la reproducción mecánica de los objetos artísticos parece la norma general, reivindica la labor manual del artista, le da un gran valor a lo producido por su mano sin intervención de la máquina, pues "el alma solo le nace al objeto hecho a mano" (Ibíd. 166).

Pero, para Gómez Dávila, parte de la culpa de esta muerte del arte también la tiene el público: "la incompetencia del público actual en letras y en artes le permite estafarse a sí mismo" (Ibíd. 195). Y es que esta ignorancia le impide aprovechar lo que de útil tiene el arte para los problemas del hombre: "a pesar de la crítica moderna, los temas de las obras de arte no tratan de problemas que el hombre moderno sepa resolver" (Nuevos escolios I 110).

Se burla abiertamente del talento del artista de su momento: "el talento nace por generación espontánea, pero parece que haya épocas intelectualmente asépticas, como la nuestra" (Ibíd. 77). Contra el artista de su siglo dice: "tan mediocre ha resultado la posteridad de todo gran artista de este siglo que cada uno parece el sepulturero de su arte" (Nuevos escolios II 134). Incluso plantea ciclos de aridez de las artes: "los dos ciclos áridos de las artes: cuando nadie se atreve a ser original, cuando todos pretenden serlo" (Nuevos escolios I 124). Por lo que frente al artista de hoy indica: "el artista actual ambiciona que la sociedad lo repudie y que la prensa lo elogie" (Ibíd. 280). Y de él, además, afirma: "el artista contemporáneo se rebela contra la burguesía para venderle más caro sus obras" (Ibíd. 281). Es más, se atreve a acusarlo de embaucador. Dice que el artista de hoy es impostor:

las imposturas estéticas proliferan hoy, porque el aficionado actual suele ser un especialista cualquiera a quien es fácil sugerir que las actividades artísticas son tan inaccesibles al profano como las suyas. Crítica, letras, artes, se plagan de impostores cuando el aficionado simplemente culto desaparece. (Ibíd. 307)

Mofándose de la pintura y la literatura de su tiempo señala: "la pintura actual tiene más aficionados que la actual literatura, porque el cuadro se deja ver en dos segundos de aburrimiento, mientras que el libro no se deja leer en menos de dos horas de tedio" (Nuevos escolios I 355).

Prefiere reírse del arte de vanguardia que mirarlo y compara la mala obra de arte con un chiste:

el chiste es tan legítimo como el arte, pero no es lícito confundirlos llamando arte de vanguardia un conjunto de chistes simpáticos e ingeniosos. Lo que hoy se escribe, se pinta, se edifica, pertenece a la categoría de lo chistoso, porque el interés que la obra de arte suscita crece con cada nuevo contacto, mientras que la curiosidad que despierta el chiste decrece con cada contacto nuevo. No debemos cuestionar el ingenio de nuestros "artistas", sino sus pretensiones. (Nuevos escolios II 32)

No gusta del arte de los siglos XIX y XX: "a finales del siglo pasado solo hubo un 'arte sin estilo', en la segunda mitad de éste solo hay un estilo sin arte" (Ibíd. 85), ya que: "en períodos de decadencia las artes oscilan entre lo alegórico y lo abstracto" (Sucesivos escolios 62).

Pero insistamos en que Gómez Dávila no nos habla tanto de la enfermedad del arte, sino de su muerte y esta acaecida por asesinato. Sobre la muerte del arte nos dice: "asesinado el arte, asesinada la literatura, asesinada la filosofía, aún nos queda la función de fiscales ante el tribunal de la inteligencia" (Escolios II 189). Afirma también: "más grave que la muerte de las artes, es que muertas no quieran callar. Borborigmos de carroña" (Ibíd. 189). Y como poco aficionado a la sociología señala: "la historia, si el arte no existiese, hubiera degenerado en sociología" (Ibíd. 226). Detesta, asimismo, los museos: "los museos son el invento de una humanidad que no tiene puesto para las obras de arte, ni en su casa, ni en su vida" (Ibíd. 236).

Se burla del inculto que consigue nuevo arte para exhibirlo: "el arte revolucionario termina adornando los salones del ferretero rico" (Ibíd. 262). Por esta razón: "obra de arte, hoy, es cualquier cosa que se venda caro" (Ibíd. 277). Rechaza Gómez Dávila la innovación en el arte por considerarlo asunto mercantil: "la innovación en las artes ha resultado un adecuado substituto comercial al talento" (Ibíd. 278). Para concluir este apartado dedicado a la muerte del arte citemos una frase lapidaria suya que deja sin porvenir al arte huero: "el arte auténtico de este siglo es una investigación del vacío, un inventario de la ausencia" (Ibíd. 338).

El canon y su cumplimiento generan la verdadera obra de arte

Si partimos definiendo a Gómez Dávila como reaccionario manifiesto, en este segundo apartado, lo hacíamos para indicar que su concepción estética está vinculada a la manera más clásica de considerarla. Rechazará, por tanto, todo aquello que la modifique: "lo que el reaccionario le niega al Aufklärung no es que haya principios universalmente válidos, sino que los principios que el Aufklärung proclama hagan parte de esos principios" (Sucesivos escolios 114).

No debemos olvidar que Gómez Dávila fue formado desde una perspectiva europeizante: "el ideal del reaccionario no es una sociedad paradisíaca. Es una sociedad semejante a la sociedad que existió en los trechos pacíficos de la vieja sociedad europea, de la Alteuropa, antes de la catástrofe demográfica, industrial y democrática" (Ibíd. 152). Mira al mundo clásico como el gestor de la obra de arte original. Por esta razón, detesta la reproducción maquínica de la modernidad: "forma clásica es la carente de rebaba" (Nuevos escolios I 55).

Sin embargo, consideramos que más que catalogar a Europa como el prototipo cultural a seguir, lo que postula es el canon surgido desde el mundo clásico griego como arjé: "la perfección de la obra de arte depende del grado de obediencia de sus diversos elementos a su debida jerarquía" (Ibíd. 14). Pero propone, incluso, ser prudentes en el gusto estético: "ni petrificarnos en nuestros gustos primiciales, ni oscilar al soplo de gustos ajenos. Los dos mandamientos del gusto" (Ibíd. 25).

De todos modos, ve en Grecia el primer atisbo de canon que otorga una nueva y rica mirada al hombre: "sin la salvaguardia de la sonrisa lúcida, el hombre oscila entre el torpor y la angustia. Tan solo la sonrisa nacida en labios griegos disipa el vapor de sangre que nubla los ojos bárbaros" (Ibíd. 41). Alaba de esta tradición grecorromana hasta su sensualidad: "la sensualidad es legado cultural del mundo antiguo. Las sociedades donde la huella grecorromana se borra, o donde no existe, solo conocen sentimentalismo y sexualidad" (Ibíd. 89).

En Gómez Dávila hay una compresión de la tradición al estilo gadameriano: "la tradición es obra del espíritu que, a su vez, es obra de la tradición. Cuando una tradición perece el espíritu se extingue, y las presentaciones que plasmó en objetos revierten a su condición de utensilios" (Ibíd. 45). Para él la estética debe regirse por los cánones: "en arte no puede haber herejías: el acierto estético es la ortodoxia" (Nuevos escolios I 180). Y este canon se evidencia desde el propuesto para el cuerpo humano que se representa en la escultura: "la estatua griega debe su plenitud corpórea al espiritualismo helénico. Donde se cree en el solo cuerpo sólo hay inerte geometría" (Ibíd. 98). Así pues, Grecia es para Gómez Dávila el modelo a seguir en cuanto al arte se refiere: "tratemos de conducir nuevamente las nociones de bien y de belleza al sitio donde el griego las vio coincidir" (Nuevos escolios II 65). A lo que agrega, con la mirada puesta en los griegos: "la estimación del pintor y del escultor en Grecia le plantea al prestigio del escultor y del pintor en nuestro tiempo una interrogación espinosa" (Ibíd. 128). Sin embargo, sabe que seguir el canon griego no es tan sencillo: "nada más fácil que imitar la estética clásica, ni más difícil que acatarla" (Escolios I 102). Y esto sobre todo porque para él la modernidad, desde el romanticismo sobre todo, ha desviado el sentido de la estética griega: "la estética clásica trata de la obra, la romántica del autor; la primera muere en tratado de retórica, la segunda en tratado de sociología" (Ibíd. 109).

El arte auténtico

Luego de presentar el origen griego de la estética8, propuesto por Gómez Dávila y de exponer que solo con el seguimiento de sus cánones se hace arte, expongamos más extensamente la manera como considera nuestro pensador al arte auténtico.

En Gómez Dávila el arte tiene un fin fundamental: "solo la contemplación de lo inmediato nos salva del tedio en este incomprensible universo" (Sucesivos escolios 22). A su vez: "las dimensiones del mundo físico anulan la importancia de lo que les sea conmensurable. De la absoluta insignificancia solo nos rescata lo inconmensurable: una impresión estética, un gesto de caridad, la luz de unos ojos" (Ibíd. 26). Para él el arte tiene una estrecha relación con la metafísica tradicional: "el mensaje del arte no está en lo que dice sino en lo que es" (Nuevos escolios II 185). Señala, además: "cualquiera que sea su aparente rebeldía, el arte es fundamentalmente acatamiento al ser" (Escolios I 189). Halla en el mundo griego la posibilidad de plasmar en el mármol lo misterioso de ese ser: "el clásico no elude el misterio, pero no lo esculpe en basalto sino en mármol" (Nuevos escolios I 35). Siguiendo la estética griega considera que el arte auténtico es fruto de la inspiración divina, del sumo ser, y que el artista es un instrumento de tal inspiración.

Aunque piensa que: "la fecundidad artística depende menos de la generosidad de la naturaleza con el artista que de la condescendencia del artista consigo mismo" (Ibíd. 26).

Es muy interesante, también, ver la manera como presenta la obra de arte de manera autónoma9 puesto que ella es independiente en su autenticidad del artista mismo: "la autenticidad de la obra de arte no es una relación con su autor, sino consigo misma. La obra auténtica puede ser mentira del que la hace" (Ibíd. 168). Y va más allá al hacer caer en cuenta de la incertidumbre de la aceptación de la obra de arte por parte del público: "ni siquiera la aprobación que lo envanece disipa la incertidumbre del artista" (Ibíd. 169). Aunque nos recuerda que la admiración de hoy puede ser el anticipo del rechazo de mañana: "recordemos al admirador de lo contemporáneo que las obras de arte más admiradas por sus contemporáneos suelen ser las que la posteridad observa con mayor ironía" (Ibíd. 155). Porque, según él: "las auténticas obras de arte estallan a espaldas de su tiempo, como proyectiles olvidados en un campo de batalla" (Ibíd. 68).

En esta búsqueda de definición del arte auténtico debemos insistir en que, para Gómez Dávila, el arte está vinculado estrechamente con su concepción religiosa de la realidad: "todo esplendor terrestre es labor de manos atónitas, porque ningún esplendor depende de la voluntad humana. Porque todo esplendor refuta la aserción radical del pecado" (Ibíd. 106). Dice, además, al respecto: "la existencia del arte no es prueba de la grandeza del hombre, sino de la conmiseración divina con su impotencia" (Ibíd. 179). Señala incluso: "al divorciarse religión y estética no se sabe cuál se corrompe más pronto" (Nuevos escolios II 134).

Hay una estrecha relación, en este pensador, entre la religión y la estética. Los trascendentales presentados por la filosofía escolástica, bebidos como atributos del ser desde Aristóteles, encuentran una manifestación plástica a través de las más diversas manifestaciones artísticas10: "bien y belleza no se excluyen mutuamente sino donde el bien sirve de pretexto a la envidia y la belleza a la lujuria" (Nuevos escolios II 155). Así, la obra de arte nos permite contactar con lo imposible en la realidad inmanente humana: "en toda cosa tropezamos pronto contra sus límites. Salvo en la obra de arte. Infinito concreto" (Ibíd. 151). Y dice, además: "el arte es el paradigma de todo lo inexplicable" (Escolios II 296).

En esta relación que venimos estableciendo, Gómez Dávila no esconde su sensibilidad hacia el arte como posibilidad de contacto con lo inefable: "ninguna obra de arte nos franquea puertas de un trasmundo. Pero la diferencia entre la obra fallida y la obra lograda es grieta de luz transmundana" (Nuevos escolios II 170). Señalando: "la belleza es belleza de cosa terrestre. Pero que haya belleza no es asunto terrestre" (Ibíd. 170). Aún más, logra decirnos al respecto: "el acercamiento a la religión por medio del arte no es capricho de esteta: la experiencia estética tiende espontáneamente a prolongarse en premonición de experiencia religiosa. De la experiencia estética se regresa como del atisbo de huellas numinosas" (Ibíd. 170). Afirma, respecto a esta relación estética-religión: "en estética también solo se llega al cielo por el camino áspero y la puerta estrecha" (Ibíd. 190). Y dice, sin reservas, que: "la obra de arte es un pacto con Dios" (Escolios I 236). Además: "siendo lo irrecusablemente gratuito, lo estético debe servir de pauta suprema al pensamiento. Debemos utilizar las categorías estéticas como criterio de toda interpretación histórica. Lo estético es la manifestación sensible y profana de la gracia" (Ibíd. 254). Por lo que afirma: "a Dios como postulado de la ética prefiero un Dios que la estética postule" (Ibíd. 330). Indicando: "no hay que hablar de belleza de la religión, ni de religión de la belleza. Sino de complicidad entre belleza y religión" (Escolios II 126). Para él: "la obra de arte es un absoluto en nuestro mundo, es independiente y autónoma, sin raíces y sin nexos, objeto puro ofrecido a nuestra hambre de Dios" (Notas 128).

De todos modos, la obra de arte auténtica tiene efectos extraños en su observador: "la obra de arte no fue vista si el verla no modificó en el espectador actitudes aparentemente ajenas a ella" (Nuevos escolios I 170). Ella, nos dice Gómez Dávila, no debe ser realizada con el único fin de exhibirla: "toda obra de arte puede exhibirse, pero ninguna debe producirse para serlo" (Nuevos escolios II 148). A su vez: "la auténtica obra de arte es aquella de la cual podemos decir sin error, antes de verla, que su existencia es imposible" (Escolios I 128).

En Gómez Dávila, más que la obra de arte, lo que reúne su sentido más allá del simple objeto es la estética, este pende de ella: "no es el mensaje de la obra de arte, sino la existencia de lo estético, lo que tiene significado trascendente" (Nuevos escolios I 178). Ahora bien, es necesaria la inteligencia para realizar obras de arte: "la inteligencia no es condición suficiente de la obra de arte, pero es condición necesaria" (Ibíd. 184). Y añade al respecto: "la inteligencia es el único arte que puede sobrevivir en cualquier clima histórico" (Nuevos escolios II 130). Pero es una inteligencia sin conceptos: "ser inteligente sin conceptos es el privilegio del artista" (Escolios II 283). Por lo que habla incluso de conciencia estética: "poder decir lo que todos aplaudirían, pero sacrificarlo a más altas exigencias, es el triunfo de la conciencia estética" (Nuevos escolios II 175).

Para Gómez Dávila la obra de arte tiene sentido por sí misma: "todo necesita justificar su existencia, salvo la obra de arte" (Escolios I 33). La cataloga inclusive como milagro: "el artista se ha fingido creador por ser el lugar de un milagro" (Ibíd. 39). Y la define como intemporal: "la obra de arte asume el presente total en que nace y transforma en necesidad el capricho o la casualidad del instante" (Ibíd. 55). Al azar en el gusto, Gómez Dávila asocia la posibilidad del éxito de la obra de arte: "el arte nunca hastía porque cada obra es una aventura que ningún éxito previo garantiza" (Ibíd. 65). Ante la belleza de la obra de arte dice: "la belleza de las obras no es relativa. Solo es relativa su estética" (Escolios I 132). Para él la obra de arte es superior a la filosofía y a la ciencia: "las obras de arte son "representaciones" más exactas de la realidad que la filosofía o la ciencia, porque son ambiguas como ella" (Escolios II 293).

El artista auténtico

Y así como hay un arte auténtico, para Gómez Dávila, existe un artista auténtico. Este necesariamente debe ser clásico: "artista clásico es el que prefiere la perfección a la originalidad" (Nuevos escolios I 26). Aunque de todos modos: "el artista sin originalidad acude a la improbabilidad" (Ibíd. 32). Criticará al artista impostor: "entre los artistas abunda la especie infortunada del impostor sincero" (Ibíd. 28). De él dice, además: "el primer embaucado por una impostura estética suele ser su inventor" (Ibíd. 104). Y vuelve a relacionarnos al artista con el asunto metafísico: "el artista es hermeneuta del ser, el científico cicerone de la apariencia" (Nuevos escolios I 46). Confirmando la independencia de la obra de arte de su hacedor: "el artista es personaje trágico: redentor del objeto, pero no de sí mismo. El arte fructifica igualmente en pámpanos intactos y en sarmientos podridos. Ni el genio mismo sana la lepra del que unge" (Ibíd. 50). Dice refiriéndose a la autonomía del artista con respecto a la obra de arte: "como el acierto estético no depende del artista, ninguna intención del artista lo mancha" (Ibíd. 183). Es más, piensa que muchas veces ni es capaz de identificar el verdadero valor de su obra: "el autor estima en su obra generalmente lo que menos vale" (Ibíd. 184). Le concede incluso una categoría inferior: "aun cuando la obra de arte sea la más eximia de las obras humanas el artista pertenece a una tipo humano subalterno" (Nuevos escolios II 128). Sin embargo, el artista es necesario para que surja la obra de arte: "el único personaje irreemplazable es el artista. Los demás tienen suplentes" (Ibíd. 99). Aunque con este escolio nos deja perplejos, ya que en él no relaciona la vocación de los artistas con nada distinto a un golpe del destino: "la vocación en las artes y en las letras, lejos de ser garantía de talento, suele ser bellaquería del destino" (Nuevos escolios I 140).

Pero al artista auténtico lo visita de cuando en vez el dolor: "al artista a veces lo rescata de la miseria de su gloria el dios que entrelaza al laurel un vástago de espinas" (Ibíd. 53). Y será el artista perfecto el buen poeta, ya que en la poesía está la perfección estética: "el poeta acierta o fracasa. En las demás artes hay una gama extensa entre el fracaso y el acierto" (Ibíd. 153). Sin embargo, una de las funciones de ser artista es lograr desconcierto: "gran artista es obviamente el que desconcierta. Pero gran artista no es el que plantea desconcertar, sino el que comienza desconcertándose a sí mismo" (Ibíd. 197). En él se confía la posibilidad del talento como salida a los posibles problemas técnicos: "los preceptos estéticos, lejos de aportar soluciones técnicas, suministran un ingrediente más al problema que solo el talento del artista resuelve" (Escolios I 68). Ahora bien, tener sensibilidad artística para Gómez Dávila, es una asunto de haber sido elegido y al que no lo es le va mal: "el arte consume o corrompe a los que se le acercan si ser elegidos" (Nuevos escolios II 174). Comparando al artista que busca celebridad con personajes para él nefastos: "el artista que busca celebridad personal, no contento con la de su obra, se convierte en payaso o en político" (Ibíd. 174). Incluso lo ve como un personaje de doble vida: "socialmente el artista debe ser tan solo un hombre bien educado que lleva una vida doble" (Ibíd. 174).

Que el artista tenga éxito no es garantía de que su obra sea excelsa: "el éxito puede ser el indicio certero del fracaso íntimo de un artista" (Nuevos escolios II 175). Para Gómez Dávila este éxito es asunto silencioso en el artista verdadero: "la gloria, para el artista auténtico, no es un ruido de alabanzas, sino el silencio terrible del instante en que creyó acertar" (Escolios II 262).

El gusto como placer estético

Para terminar este último apartado, iniciemos afirmando con Gómez Dávila: "el arte es el supremo placer sensual" (Escolios II 247). Piensa él que el placer estético es un privilegio excepcional: "el placer estético es criterio supremo para las almas bien nacidas" (Nuevos escolios I 86). Y relaciona tal placer con la posibilidad de percibir manifestaciones de modo distinto a lo sensible: "contra la predominancia del criterio estético protestan los que ignoran que lo estético no es sensación, sino epifanía" (Ibíd. 91).

Recuerda Gómez Dávila que lo estético puede estar escondido en lo que vemos a diario, pero que nos falta percibirlo desde otro punto de vista: "lo más común nos deslumbra de pronto con esplendor de epifanía" (Ibíd. 120). Incluso, para él: "el buen gusto aprendido resulta peor gusto que el mal gusto espontáneo" (Sucesivos escolios 40).

La cuestión del gusto no es solo un asunto para aplicar en la decoración. La función decorativa de la obra de arte es lo de menos para Gómez Dávila: "donde acierte a decorar, la obra de arte tiene una legítima función decorativa, pero no decora solo por ser obra de arte" (Nuevos escolios II 49). Y afirma que el gusto no es solo cuestión de moda: "lo que gustó en alguna época puede volver a gustar, siempre que no haya gustado por motivos ajenos al gusto" (Nuevos escolios I 29). Además: "la obra que gustó a contemporáneos inteligentes, y que la posteridad desdeña, tiene la calidad atribuida, mas no en la cantidad supuesta" (Ibíd. 100).

No obstante, Gómez Dávila escribe también sobre el mal gusto: "el mal gusto es irrefutable. Pero solo el que tiene mal gusto ignora que su gusto es malo" (Nuevos escolios I 99). Aquí, es interesante hacer notar la relación que Gómez Dávila encuentra entre el gusto estético y la capacidad de crítica que se manifiesta ante la obra de arte: "tener buen gusto es ante todo saber qué debemos rechazar" (Nuevos escolios II 131). Incluso duda del que asiente a todo y no es capaz de crítica: "no confiemos en el gusto del que no sabe detestar" (Nuevos escolios I 170). Aunque parece contradecirse, a veces, respecto al dejarnos guiar por el gusto: "debemos desconfiar de nuestro gusto pero creer solo en él" (Ibíd. 121). Afirma que el goce, el deleite es el fin último del arte: "revelar para deleitar es el propósito del arte" (Escolios II 332).

Desconfía de la calidad estética del coleccionista de arte; más que de aficionados al arte, el gusto estético es de personas excepcionales: "hoy es prudente sospechar tanto de la sensibilidad estética del que colecciona objetos de arte como del origen de su fortuna" (Nuevos escolios II 10).

El goce estético es para sí mismo, por eso piensa que la exhibición del arte es tontería, que las exposiciones en los museos no tienen mayor valor, que ese tipo de actividades son solo eventos sociales cuyo centro no es realmente el arte: "cuando no es fruición solitaria el arte se vuelve ceremonia social" (Nuevos escolios II 196).

A modo de conclusión

Después de la revisión de estos tópicos, hemos quedado con alguna claridad respecto a ciertos códigos que somos capaces de entrever en algunos de los escritos de Nicolás Gómez Dávila. Es claro que la estética referida en su pensamiento es de estilo clásico con vínculos metafísicos, asociada a un canon griego. En perspectiva cristiana, relaciona el ser con lo bello y con lo bueno. Considera al artista como herramienta de la belleza, importando no tanto su genialidad sino que permita en sus obras la manifestación de lo bello que por lo demás no tiene valor en el sentido crematístico.

Desde una perspectiva foucaultiana, podríamos afirmar que Gómez Dávila está convencido de la posibilidad de hacer de la propia vida una obra de arte. En este sentido es necesario hacer resonar hoy el siguiente escolio: "el comportamiento estéticamente satisfactorio es el ético" (Nuevos escolios II 142). También señala: "la ética debe ser la estética de la conducta" (Escolios II 92). A lo que agrega: "a finales del siglo pasado solo salvó a la estética de confundirse con la cursilería su tradicional alianza con la ética" (Nuevos escolios II 162). Dice, además: "la estética no triunfa liberándose de los valores éticos, sino absorbiéndolos" (Ibíd. 167). Para él: "la 'educación estética' es ante todo educación ética. El 'inmoralismo' fomenta maneras de existir menos inmorales que feas" (Nuevos escolios II 167). Por eso concluye diciendo: "disciplina, orden, jerarquía, son valores estéticos" (Ibíd. 168).

Coincide Gómez Dávila con Wittgenstein cuando se refiere a la obra de arte desde el lenguaje interjectivo: "al juzgar la obra de arte, las razones abundan cuando condenamos, pero solo podemos prorrumpir en interjecciones cuando aplaudimos" (Escolios I 64). Asimismo, señala: "la interjección es el tribunal supremo del arte" (Ibíd. 381). Para él, la obra de arte no es para exhibirse solamente: "decoración o fruición son metas legítimas del arte, pero no exhibición" (Escolios II 267).

Este artículo nos alienta a seguir empleando los escolios de Gómez Dávila para revisar la manera como se piensa en nuestro continente. Es innegable su conexión con una filosofía europea, pero es muy interesante sentir el modo como los diversos matices latinoamericanos surgen en medio de frases, escolios, anotaciones que nos dejan estupefactos por su genialidad.

Cerremos con un escolio que puede sintetizar la idea estética de Nicolás Gómez Dávila: "basta que la hermosura roce nuestro tedio, para que nuestro corazón se rasgue como seda entre las manos de la vida" (Escolios I 120).


Notas al pie

1 El artículo hace parte de un especial monográfico dedicado a Nicolás Gómez Dávila en Paradoxa. Revista de Filosofía (2007).
2 En este escrito no haremos mucha referencia a la poesía. Junto con una mirada a la literatura como arte, hará parte de un futuro artículo dedicado a Gómez Dávila.
3 Muchos teóricos consideran que la estética como tal inicia con este pensador. Sin embargo, no podemos dejar de lado la propuesta que nos hace José María Valverde en su Breve historia y antología de la estética: "en Grecia, el pitagorismo presenta la primera gran cuestión estética: la armonía - auditiva y visual - […] desde el pitagorismo cabe pensar que en todo lo que nos encanta y atrae por su forma puede haber […] alguna formalidad universal, objetiva e incluso mensurable en términos numéricos: es decir, que la belleza acaso implique algún modo de estructura armónica" (17).
4 Dice Kant en La crítica de la facultad de juzgar: "el juicio de gusto no es un juicio de conocimiento, y por tanto no es científico sino estético, con lo que quiero decir que es un juicio cuyo fundamento solo puede ser subjetivo" (§1).
5 Entre ellos tenemos también a Schiller, Schelling, Nietzsche, Valéry.
6 Por no ser el propósito de este texto su presentación, bástenos recordar algunos nombres: Heidegger, Benjamin, Gadamer, Adorno, Duchamp, A. Danto, R. Bubner, Eagleton, Vattimo, Duque, Pardo, Gablik, Bourriaud, entre otros.
7 Recomendamos el sitio de la Sociedad Internacional de Estudios Gómez Dávila: http://nicolasgomezdavila.blogspot.com.co/.
8 Claro que es muy explícito al indicar el origen de la reflexión estética en el siglo XVIII: "la estética nace a mediados del siglo XVIII para reemplazar, en la búsqueda de trascendencias, el pensamiento religioso adormecido" (Nuevos escolios II 198). Pero debemos comprender el sentido irónico de la cita.
9 En la inspiración poética, por ejemplo, es esto evidente. En el Ion de Platón, Sócrates le dice al rapsoda Ion que su arte procede de una inspiración divina, lo que le permite decir cosas de mucha sabiduría aún sin comprenderlas.
10 Incluso tiene en cuenta el arte literario, del que hablaremos en otro artículo: "el gran arte literario está en presentar con plenitud plástica lo inefable" (Nuevos escolios I 37).


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Como citar:
Giraldo, C. "Códigos estéticos en el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila". Discusiones Filosóficas. Ene.-Jun. 2015: 129-150. DOI: 10.17151/difil.2015.16.26.9.


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