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Discusiones Filosóficas

versión impresa ISSN 0124-6127

discus.filos vol.23 no.40 Manizales ene./jun. 2022  Epub 02-Mar-2023

https://doi.org/10.17151/difil.2022.23.40.5 

Artículos

Apuntes sobre la naturaleza de la filosofía y su enseñanza

Notes on the nature of philosophy and its teaching

Daian Tatiana Flórez-Quintero1 

1 Docente, Universidad de Caldas. Profesora Titular Universidad Nacional de Colombia-Sede Manizales, Colombia. daian.florez@ucaldas.edu.co; dtflorezq@unal.edu.co. orcid.org/0000-0002-9371-1850. https://scholar.google.com/citations?user=9oPHjTQAAAAJ&hl=es.


Resumen

Las definiciones populares de la filosofía (incluyendo algunas que se pueden calificar como tradicionales) en términos de (i) “amor al saber” o “amor a la sabiduría”, (ii) “madre de todas las ciencias”, (iii) “opio para aliviar las penas” o “terapia” (iv) o “investigación sobre el porqué de las cosas” son claramente insatisfactorias. Me he encontrado con estas y otras definiciones similares en auditorios constituidos principalmente por no-filósofos. Adicionalmente, considero que el imperativo vocacional que se nos impone a todos aquellos que consagramos nuestros esfuerzos al saber filosófico nos exige buscar una caracterización adecuada de ese saber, i.e., lo mínimo que debe poder responder cualquier filósofo es cuál es la naturaleza del saber filosófico. En este artículo voy a ofrecer las razones por las cuales dichas definiciones son inadecuadas y formularé una definición del término “filosofía” sin los defectos identificados en las definiciones anteriores. La reflexión que adelantaré no será un mero ejercicio ocioso de elucidación conceptual, pues lo que busco es una comprensión profunda de la naturaleza misma del saber filosófico.

Palabras clave: Filosofía; naturaleza del saber filosófico; definiciones populares

Abstract

Popular definitions of philosophy (including some that can be considered as traditional) in terms of (i) “love for knowledge” or “love of wisdom”, (ii) “mother of all sciences”, (iii) “the opium to alleviate sorrows” or “therapy”, (iv) or “investigation into the why of things” are clearly unsatisfactory. Similar definitions made up mainly by audiences of non-philosophers are commonly found in high school and college courses. The vocational imperative that is imposed on all those who dedicate their efforts to philosophical knowledge requires to seek an adequate characterization of that knowledge, because the minimum that any philosopher should be able to answer is what is the nature of philosophical knowledge. In this paper, I shall attempt to give a satisfactory explanation that shows why folk definitions of philosophy are inadequate and try to advance a definition of the term “philosophy” free of the shortcomings identified in the previous definitions. The reflection that will be undertook will not be a mere idle exercise of conceptual elucidation since the very nature of philosophical knowledge is looked for.

Keywords: Philosophy; nature of philosophical knowledge; popular definitions

Filosofía: ¿amor al saber? ¿Amor a la sabiduría?

Cuando los docentes de filosofía en la enseñanza media se enfrentan a la difícil tarea de ofrecer una definición medianamente precisa del término “filosofía” encuentran que en la historia misma de la filosofía se han planteado un número abigarrado de definiciones del término, algunas de las cuales son incluso incompatibles entre sí. A diferencia de otros dominios del conocimiento en los cuales resulta sencillo ofrecer una definición puntual de sus disciplinas (¿qué es la geografía? ¿Qué es la trigonometría?), la profesora de filosofía seguramente tendrá que vacilar ante el vasto repertorio de significados que ofrece la historia de la filosofía.

La profesora de geografía, por ejemplo, puede ofrecer una definición precisa acerca del objeto de su saber, afirmando, inter alia, que la geografía es la ciencia que trata de la descripción o de la representación gráfica de la tierra. La de trigonometría tampoco tropieza con mayores dificultades conceptuales, de suerte que puede definir etimológicamente dicho saber cómo aquella rama de la matemática encargada de ‘la medición de los triángulos’, ya que se deriva de los términos griegos τριγωνοϛ trigōnos ‘triángulo’ y μετρον metron ‘medida’. Naturalmente, la docente de trigonometría podría precisar la definición anterior, atendiendo el campo del que se ocupa, dicho en otras palabras, bien podría definirla como el estudio de las razones trigonométricas (seno, coseno; tangente, cotangente; secante y cosecante).

Pero en el dominio de la filosofía la etimología no es suficiente. Como ya se dijo, hay diversas definiciones y si no se quiere ser arbitrario en la elección, resulta imprescindible hacer justo lo que propongo aquí, a saber, adelantar un examen crítico de algunas de las definiciones más extendidas, para elegir la mejor, la menos ambigua, o proponer una definición nueva. Comencemos esta tarea, entonces, por la definición más común en la enseñanza media, i.e., aquella que atiende precisamente al sentido etimológico del término. Según esta perspectiva, el término “filosofía” remite a los conceptos griegos “filos” que significa “amor” y “sophos” que significa “saber”. Así debería entenderse como “amor al saber” o “amor a la sabiduría”. Ahora, aunque las nociones de “saber” y “sabiduría” son semánticamente cercanas, no son equivalentes. Veamos entonces por qué ni la identificación de la filosofía con el “amor al saber” ni con el “amor a la sabiduría” es satisfactoria.

La definición de la filosofía como “amor al saber” es defectuosa por varias razones. La primera de ellas estriba en que el amor al saber podría entenderse como una entrega desinteresada al conocimiento. Ello significa que lo que nos mueve hacia la búsqueda del conocimiento no es un beneficio práctico como el prestigio social o el dinero, sino la superación de la ignorancia y el deseo de conocer por conocer. De manera que la pregunta por los fines prácticos o la utilidad del saber sería completamente necia. Justamente por ello, decía Kepler en su Mysterium Cosmographicum:

No nos preguntamos qué propósito útil hay en el canto de los pájaros, cantar es su deseo desde que fueron creados para cantar. Del mismo modo no debemos preguntarnos por qué la mente humana se preocupa por penetrar los secretos de los cielos ... la diversidad de los fenómenos de la Naturaleza es tan grande y los tesoros que encierran los cielos tan ricos, precisamente para que la mente del hombre nunca se encuentre carente de su alimento básico. (ctd por Sagan, 45)

Si entendemos que la entrega al saber implica una búsqueda desinteresada por hallar las respuestas a interrogantes de distinta naturaleza, las actividades intelectuales que exige la ciencia pura, también satisfacen estos rasgos. Con ello el amor al saber no sería un rasgo o una propiedad distintiva que sirva para diferenciar a la filosofía de otros dominios del conocimiento, o de otras actividades humanas como la ciencia. Mujeres y hombres de ciencia también se han entregado con devoción al conocimiento, movidos solo por el deseo de hallar respuestas a determinados interrogantes. Incluso muchos de quienes se entregan a las ciencias han declarado explícitamente su afán por encontrar la verdad. Si el amor al saber consiste en la búsqueda incansable y desinteresada de respuestas a ciertas preguntas, la ciencia pura también es “amor al saber”.

La segunda razón por la cual esta definición es defectuosa estriba en lo siguiente. Quien haya tomado un curso de lógica elemental, está familiarizado con las cinco reglas básicas para una correcta definición. Las reglas estipulan que:

(i) la definición debe indicar los atributos esenciales de la especie. (ii) no debe ser circular, (iii) no debe ser demasiado amplia, ni demasiado estrecha, (iv) no debe formularse en un lenguaje ambiguo, oscuro o figurado y (v) no debe ser negativa cuando puede ser afirmativa. (Copi 165-168)

De acuerdo con las reglas anteriores, la definición etimológica de filosofía viola la primera regla, ya que lo que está en juego al ofrecer una definición es, precisamente, que la definición no solo sea clara y precisa, sino que también proporcione una idea acerca de las propiedades esenciales de aquello que se quiere definir. Si esta definición pretende establecer que “el amor al saber” es la propiedad constitutiva de la filosofía, falla evidentemente porque el amor por el conocimiento no es una propiedad sui géneris del filosofar, no es una propiedad exclusiva de la filosofía, ya que otras actividades intelectuales son también el resultado de la entrega desinteresada al conocimiento. El error que se comete al identificar la filosofía con el “amor al saber” es comparable al que cometeríamos si definiéramos el término “mesa” indicando que su propiedad esencial es su material, la madera, ya que dicho material es común a otros objetos, por ejemplo, la silla.

Tal vez esta definición captura bastante bien sus raíces o su genealogía. Cuando nace la filosofía, la filosofía y la ciencia se hallaban en una relación indisoluble “especulación filosófica y conocimientos científicos positivos se encontraban mezclados en la obra de los pensadores presocráticos. (...) De hecho, la naciente filosofía helénica es predominantemente ciencia de la physis.” (Entralgo y López-Piñero, 26). Debido a ello, los estudios historiográficos de la ciencia antigua remiten a los fundadores mismos de la filosofía. En el siguiente pasaje, podemos apreciar que se considera a Tales de Mileto como uno de los fundadores de la ciencia antigua:

La cuna de la ciencia es Mileto, la ciudad más importante de la vieja Jonia, en la costa occidental del Asia menor. Allí trabajó Tales de Mileto, que vivió del 624 hasta el 546 a.c. Es el primero de los siete sabios de Grecia y se le considera el primero de los pensadores de la historia cuyo nombre conocemos. Por ser el primero en interesarse por las razones naturales de las cosas, valorándolas en sí mismas, debemos considerarle el fundador de la ciencia. (Wiechowski 13)

Al analizar los orígenes mismos de la filosofía, no hay lugar a dudas de que tanto la filosofía, como la ciencia surgen de una actitud natural de asombro. Dicha actitud puede estimarse como una actitud necesaria para emprender la búsqueda por el conocimiento. El asombro y la curiosidad son el acicate esencial para el cultivo de cualquier tipo de conocimiento. Los estudios historiográficos de la ciencia resultan fascinantes precisamente porque en su análisis del desarrollo de las ciencias muestran que las contribuciones de las mentes más brillantes representan una entrega desinteresada por el conocimiento o la verdad (o por el “amor al saber”). Kepler, para mencionar solo a uno de los astrónomos más brillantes, quedó muy afectado al verse en la necesidad de abandonar, tras muchísimos años de arduo trabajo, el viejo prejuicio sobre la perfección del círculo, mantenido desde los tiempos de Pitágoras. Deshacerse de dicho prejuicio implicaba para él poner en duda su fe misma en un Dios concebido como un geómetra divino.

El camino tortuoso que Kepler recorrió para deshacerse de algunas de sus conjeturas más queridas es, una prueba fehaciente de que “el amor al saber” o a la verdad es una de las motivaciones más poderosas en las mujeres y los hombres de ciencia para entregarse a sus investigaciones. Un impulso semejante también se puede encontrar en las investigaciones filosóficas. Kant refería, por ejemplo, que le tomó doce años resolver la pregunta: ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori? Pero la búsqueda del conocimiento no solo ha significado un forcejeo contra nuestros propios patrones de pensamiento o creencias más profundamente arraigadas, la lucha puede llegar a ser aun más descarnada cuando se trata de combatir creencias adquiridas a hurtadillas, prestando oído a la voz de los prejuicios, como el de que las mujeres no eran aptas ni para pensar, ni para la ciencia. La batalla que tuvo que librar Caroline Herschel para entregarse al placer del contemplar el cielo, resulta tremendamente conmovedora:

Caroline había tenido la desgracia de padecer de un ataque de viruela a los tres años que le dejó la cara marcada, y un tifus a los diez que casi terminó con su vida y detuvo su crecimiento dejándola con poco más de 1,20 metros de estatura. La madre de Caroline ... necesitaba a esa hija para poder realizar las numerosas y pesadas tareas domésticas de una casa de familia numerosa ... como la vida de las mujeres ha estado determinada por su belleza; en el caso de Caroline, su falta de atractivo físico la condenaba a vivir limpiando las casas ajenas. (Muñoz Páez 206).

Pese a todas estas vicisitudes y gracias al trabajo que hizo junto a su hermano William Herschel (descubridor del planeta Urano) Caroline “se convirtió en la cazadora de cometas más exitosa de toda Europa” (Muñoz Páez 213)

Quizás la perspectiva que identifica a la filosofía con el amor al saber, se propone eludir (o quizás exorcizar) la pregunta molesta sobre la utilidad social de la filosofía1. Al identificar la filosofía con el amor al saber, no deberíamos esperar beneficio práctico alguno como desde la antigüedad clásica afirmaba Aristóteles:

Que no es una ciencia productiva resulta evidente ya desde los primeros que filosofaron: en efecto, los hombres -ahora y desde el principio- comenzaron a filosofar al quedarse maravillados ante algo, maravillándose en un primer momento ante lo que comúnmente causa extrañeza y después, al progresar poco a poco, sintiéndose perplejos también ante cosas de mayor importancia, por ejemplo, ante las peculiaridades de la luna, y las del sol y los astros, y ante el origen del Todo. Ahora bien, el que se siente perplejo y maravillado reconoce que no sabe... Así pues, si filosofaron por huir de la ignorancia, es obvio que perseguían el saber por afán del conocimiento y no por utilidad alguna. (Metafísica, Libro I, Cap. 2)

Sin embargo, el “amor al saber” o la búsqueda desinteresada del conocimiento (del tipo que no espera beneficios prácticos inmediatos) no es un rasgo que defina al saber filosófico exclusivamente, porque muchas otras actividades humanas, entre ellas la ciencia pura o básica, constituye también una búsqueda desinteresada del saber. Pasemos ahora a la variante de esta definición que identifica a la filosofía con el “amor a la sabiduría”. El término “sabiduría” también se entiende de diversas maneras por los filósofos. Aristóteles en el capítulo 2 del libro I de la Metafísica, define la sabiduría a partir de los siguientes rasgos: (i) la sabiduría es conocimiento de lo universal; (ii) dado que es un conocimiento de lo universal y que se encuentra alejado de las sensaciones dicho conocimiento es también el más difícil para los hombres); (iii) es un conocimiento exacto que versa sobre principios; (iv) es un conocimiento que se busca por el conocimiento mismo, y no en función de utilidad alguna; (v) los demás saberes le están subordinados.

Identificar la sabiduría con los rasgos anteriores no está exento de dificultades. La principal es que tanto la actividad científica, como la actividad filosófica, satisfacen esas características; salvo, quizás, por el rasgo estipulado en el numeral (iii) que identifica a la sabiduría con el conocimiento exacto. En nuestros días, la “exactitud” es una cualidad propia de los sistemas formales. De manera que podría ser satisfecha incluso por la filosofía misma, si la filósofa se ve en la necesidad de recurrir al lenguaje formal, para dirimir disputas. Por otro lado, en la filosofía se ha planteado también un sentido más profundo del término. Se trata de una perspectiva que identifica a la sabiduría con la virtud, y -por extensión- al hombre sabio con el hombre virtuoso. El arquetipo del hombre sabio desde la antigüedad clásica ha sido Sócrates, justamente porque sostuvo una simbiosis entre conocimiento y moral.

Pese a lo atractiva que puede resultar la imagen del filósofo como un hombre sabio o virtuoso, difícilmente se podría atribuir tanta nobleza a muchas de las figuras más admiradas por sus contribuciones intelectuales al pensamiento filosófico. Si mantuviéramos la simbiosis que Sócrates defendió, difícilmente podríamos considerar a Bacon, a Sartre, o a Rousseau genuinos filósofos, dado que, en la esfera de sus vidas personales, muchas de sus acciones no parecían guiarse por las máximas que recomendaría la filosofía moral, incluso muchas de ellas serían una prueba irrebatible de sus inconsecuencias. En su libro “Los intelectuales” Paul Jonhson cuenta que:

Aunque buena parte de la reputación de Rousseau descansa en sus teorías sobre la educación, que es un tema subyacente en el Emilio, El contrato social o incluso en La nueva Eloísa, las cosas discurrieron de este modo en su esfera privada: el primer hijo con Thérése, nacido en el invierno de 1746 y 1747, fue entregado envuelto en un paquete al hospital de los Enfants Trouvés. Y lo mismo resolvió hacer con los cuatro hijos siguientes. Ninguno recibió nombre, sabiendo que sólo un 5% de aquellos asilados llegaba a la madurez y, los que lo lograban se volvían mendigos, por lo que es dudoso que sobrevivieran demasiado. (Johnson 17)

Igualmente se podrían estimar censurables muchos de los excesos del padre del existencialismo Jean Paul Sartre. De Sartre dice que:

En sus Carnéts, el padre del existencialismo escribía en torno a 1940: «Necesito disfrutar de la compañía de las mujeres para aliviarme de mi fealdad». Sartre, bon vivant, desaseado, dispendioso, amante del whisky, el jazz, los cabarés y las mujeres, en los finales de los años cincuenta llegó a tener hasta cuatro amantes al mismo tiempo: Michelle, Arlette, Evelyne y Wanda, sin contar con Simone de Beauvoir. Su Crítica de la razón dialéctica (1960) fue dedicada a Castor (apelativo cariñoso para la Beauvoir. beaver es castor en inglés), pero solicitó a Gallimard la impresión de dos ejemplares de uso privado con la dedicatoria «A Wanda». (Johnson 130)

Otro escándalo sacudió a lo más destacado de la sociedad inglesa, en los orígenes mismos de la modernidad, cuando la integridad de uno de sus científicos y filósofos más respetados se vio envuelta en un escándalo por corrupción. Me refiero a Sir Francis Bacon. Bacon fue uno de los pensadores modernos más destacados por sus contribuciones inter alia, sobre los estudios filosóficos de metodología de la ciencia. De acuerdo con los estudios biográficos, desde muy joven, Bacon obtuvo uno de los cargos de mayor prestigio en la Corte de Inglaterra, el de Lord Canciller. Sin embargo, tras muchos años de ejercicio en el poder, a la edad de 60 años, cuando se encontraba en la cumbre del poder tuvo que enfrentar un escándalo y un juicio por corrupción:

Se descubrió, en efecto, que había aceptado un soborno de una de las partes enfrentadas en un proceso judicial que él debía decidir. No pudo negarlo y afirmó en el juicio al que fue sometido: “Confieso con total claridad que soy culpable de corrupción y renuncio a defenderme”. Fue condenado, naturalmente. La sentencia incluía la pérdida de todos sus cargos y honores, la prohibición de ser miembro del Parlamento, una multa de cuarenta mil libras y el encarcelamiento en la Torre de Londres. Pero solo se cumplió parcialmente. Quedó deshonrado, ciertamente, y nunca volvió a sentarse en el Parlamento. Pero la multa nunca fue cobrada y no pasó más de cuatro días en la Torre. (Johnson, 1988)

Los casos mencionados son suficientes para controvertir la tesis socrática de que el conocimiento es una condición necesaria y suficiente para ser un hombre virtuoso2. Recordemos que una de las críticas más poderosas que se dirigieron en contra del intelectualismo moral socrático, proviene de la existencia de acciones akráticas o incontinentes3, es decir, de acciones que se caracterizan porque el agente actúa en contra de su mejor juicio.

Pero, ¿cómo constituyen los casos aquí referidos, una refutación de la identificación de la filosofía con el “amor a la sabiduría”? Si la “sabiduría” es el conocimiento de la virtud, tendríamos que concluir que figuras del pensamiento que, sin lugar a duda consideramos como “filósofos” no lo son, en razón de las acciones moralmente reprochables en la esfera privada; y lo que es peor aún, tendríamos que concluir que, pese a sus brillantes contribuciones al pensamiento son ignorantes (recordemos que el akrates para Sócrates es un ignorante). Sin embargo, creo que pocos de nosotros estaríamos dispuestos a concluir que ni Bacon, ni Rousseau, ni Sartre son filósofos. Por supuesto que lo son. Con toda seguridad no satisfacen los criterios morales necesarios que harían de ellos hombres sabios, y es indiscutible que no tenían -para nuestro desconcierto- las nobles virtudes que la filosofía socrática demanda en el filósofo para guiar correctamente sus acciones en la esfera privada. Pese a ello, difícilmente encontraríamos en el dominio de su vida privada, una razón para desvirtuar sus contribuciones al pensamiento filosófico4.

Filosofía: ¿madre de todas las ciencias?

Otra definición de la filosofía común en el bachillerato es aquella según la cual “la filosofía es la madre de todas las ciencias”. La idea que recoge es la siguiente: al estudiar la historia del pensamiento humano, podemos advertir que tanto las ciencias naturales, como las ciencias humanas y sociales tienen una deuda significativa con la filosofía. La física surgió con la filosofía como estudio de la Physis o “naturaleza”. Esta relación se mantiene hasta el siglo XVIII. De hecho, una de las obras más importantes de la física moderna, los Principios matemáticos de filosofía natural de Sir Isaac Newton muestra la estrecha relación entre filosofía y física. La física, la biología, la química, entre otras ciencias, se podían entender en términos generales como “filosofía natural”5. No es sino hasta después del siglo XVIII y XIX que las ciencias empíricas y las sociales toman su camino, respectivamente, por lo que esta definición afirma que:

La filosofía es la matriz universal de las ciencias, una madre generosa, siempre dispuesta a sacrificar un pedazo de sí misma para dar a luz a un hijo ingrato, el cual, una vez firmemente plantado sobre sus dos pies, echará a andar ignorando o despreciando el útero común. (Moulines 39)

El error de esta definición radica en que, si bien es cierto que las ciencias han compartido ese “útero común”, y que esta definición logra transmitir ciertos sentimientos respecto al uso del término; falla no obstante en el intento de dar una explicación clara acerca de su significado al utilizar un lenguaje figurado o metafórico. Definir la filosofía en sentido figurado como el útero común que ha dado a luz a las ciencias, es tan inadecuado como definir “pan” como el sustento para la vida. Ambas definiciones explican muy poco acerca del significado de sus respectivos definiendum6. La definición falla porque viola la regla (iv) de una adecuada definición, pues no debe formularse en un lenguaje ambiguo, oscuro o figurado. Por esta misma razón, debo rechazar la definición de Moulines en su texto: ¿En qué consiste la filosofía?, de acuerdo con la cual: “la filosofía es un cajón de sastre en expansión, que contiene toda clase de tesis, sistemas, argumentos, concepciones del mundo, métodos, resultados, enojos, fracasos” (Moulines 24). Como se ve, no solo está formulada en un lenguaje figurado, sino que puede aplicarse a otros dominios ya que también podríamos concebir la ciencia pura como un cajón de sastre en expansión que ha producido toda clase de tesis, teorías, experimentos7, concepciones del mundo, enojos, fracasos8.

Adicionalmente, es falso que la filosofía sea la madre de todas las ciencias: la bioquímica, por ejemplo, surgió en el siglo XIX como una disciplina integradora, cuando ya las ciencias naturales se habían emancipado de la filosofía. Así mismo, las ciencias de la computación, pese a que su origen se remonta a los filósofos Blaise Pascal y Gottfried Leibniz, se establece como ciencia en 1940 a partir de la formulación de la teoría de algoritmos y la lógica matemática. Por otro lado, quienes definen la filosofía como madre de todas las ciencias, parecen encontrar en dicha identificación una estrategia argumentativa que permite justificar la utilidad social de la filosofía. La estrategia, de hecho, parece promisoria cuando se recurre a casos históricos que muestran cómo algunas teorías filosóficas desembocan en teorías científicas o incluso en artefactos tecnológicos. Entre ellas9, se arguye que la geometría clásica o euclidiana surgió como resultado final de la confrontación de los mejores espíritus de la época con las aporías de Zenón10 sobre el movimiento. En esa misma dirección:

Quien se haya ocupado un mínimo de los fundamentos de la inteligencia artificial, sabe que no habría surgido la idea de programas de computación si antes no se hubieran construido lenguajes formales, y éstos no se habrían construido si antes no se hubieran desarrollado las elucubraciones abstractas de filósofos tales como Carnap, Frege o Leibniz. (Moulines 37)

El problema de esta línea de argumentación, como muy bien lo señala Moulines estriba en que se incurre en la falacia del historicismo:

El curso de la historia y, en particular, la eventualidad de futuros acontecimientos aún desconocidos no puede ser criterio de validez para una propuesta presente ... hubiese podido darse el caso que las paradojas de Zenón, en lugar de conducir al desarrollo de la geometría euclideana, hubiesen provocado una parálisis intelectual. (Moulines 40)

Comparable, por ejemplo, a la que se derivó del vínculo entre la filosofía y la teología en el medioevo.

Filosofía: ¿opio para superar las miserias de la vida? O de la filosofía como terapia

Otra definición de filosofía asegura que ésta es una suerte de opio para aliviar las penas, en particular “las penas metafísicas”. Este tipo de dolencias se pueden derivar de múltiples causas, entre ellas, del desarraigo metafísico que provoca la muerte de Dios o ante la experiencia misma de la muerte, en cuyo caso la actitud filosófica sería el sustituto de la religiosa11. La filosofía, bajo esta perspectiva, es una balsa de salvación dado que se concibe como aquella disciplina encargada de responder a los grandes enigmas e interrogantes de la humanidad. Precisamente por ello, es común que en los libros de texto de enseñanza de la filosofía en la secundaria se defina a la filosofía como la disciplina encargada de responder las grandes preguntas: ¿quiénes somos?, ¿para dónde vamos? Y ¿por qué estamos aquí? El punto crítico es que ni la filosofía ni el filósofo (o en este caso el “filósofo-gurú”) disponen de una respuesta medianamente satisfactoria para estas preguntas, lo cual muestra que la filosofía, lejos de tener ese carácter de omnipotencia, es limitada. Esta concepción de la filosofía como opio para aliviar las penas metafísicas (o de la vida) falla irremediablemente porque confunde al filósofo con el gurú, y como muy bien lo señala Woodhouse, hay diferencias sustanciales entre ellos.

Los gurús son maestros espirituales que han alcanzado supuestamente la iluminación y la serenidad. Para ayudar a otros a alcanzar dichos estados utilizan una variedad de técnicas, entre ellas la meditación. Ahora dado que las afirmaciones de los gurús suenan profundas y plausibles, es fácil confundir a los gurús con los filósofos. En efecto, la apariencia de los gurús se ajusta bastante bien a la imagen popular de los filósofos como hombres viejos sabios y barbados. (Woodhouse 27)

Además de ofrecer una descripción general de la figura legendaria del gurú, Woodhouse explica las diferencias entre ellos y los filósofos12 manteniendo que cada uno de ellos persigue metas bien distintas. No se trata de desconocer que el filosofar puede ser un asunto visceral y que sabemos que cruzamos el umbral de la filosofía cuando podemos formular una pregunta genuinamente personal, lo que demuestra que la filosofía es una búsqueda vital. Sin embargo, no se sigue de ello que el significado del término “filosofía” resulte bien definido en términos de la disciplina encargada de liberarnos de las penas metafísicas, simplemente por el hecho de ser una suerte de entretenimiento o actividad ociosa, pues desde esta perspectiva cualquier actividad intelectual puede servir de opio para aliviar las penas. Detrás de ello está también la idea de que la filosofía tiene una función terapéutica, o si prefieren liberadora. No es gratuito el éxito del libro de Lou Marinoff “Más Platón y menos Prozac”. Sin embargo, creo que debemos ser muy cautelosos con la idea feliz de que leer a Platón puede tener efectos curativos; o de que alguien a quien se le ha prescrito la fluoxetina -u otro antidepresivo- pueda sustituirla de manera eficaz por la lectura del Teeteto.

Filosofía: ¿el porqué de las cosas?

Esta es, en mi opinión, la más defectuosa de todas las definiciones populares del término “filosofía”. Sobre todo porque es excesivamente ambigua y demasiado amplia. Podemos apreciarlo analizando el significado del término “cosa” que -según la definición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española- es “todo aquello que tiene entidad ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta”.

En este orden de ideas, la filosofía debería preguntarse, por ejemplo: “¿por qué se cubrió de humedad la parte exterior del vaso, cuando lo llené de agua helada?” Y la respuesta, en líneas generales, podría ser que “la temperatura del vaso, después de llenarlo de agua helada, era considerablemente inferior a la temperatura del aire circundante; el aire contenía vapor de agua; y el vapor de agua del aire se licua cuando el aire entra en contacto con una superficie suficientemente fría” (Nagel 36). La filosofía debería preguntarse también, ¿por qué el cielo es azul?, y una respuesta adecuada tendría que mencionar el hecho de que el color del firmamento procede de los rayos del sol y del hecho de que cuando dichos rayos chocan con la atmósfera se descomponen en un abanico de colores cuyo color más perceptible para nuestros ojos es el azul.

Las preguntas anteriores claramente no son filosóficas, sino que pertenecen al dominio de la química y de la física, respectivamente. Aunque el vaso y el cielo son cosas, los fenómenos que despiertan nuestra curiosidad; tales como, que el vaso de agua fría se cubra de humedad y que veamos el cielo de color azul, no son preguntas filosóficas. La definición del término “filosofía” como el porqué de las cosas es tan amplia que, si se aplica estrictamente, llevaría a preguntarse no solo por el volcán Monte Olimpo en Marte, sino también a ocuparse de los satélites galileanos, o la Nepenthes villosa, ya que son cosas con entidades corporales. Dada la amplia comprensión del término “cosa” la filosofía debería estudiar entidades abstractas, como ecuaciones y sus soluciones, o la resolución del problema de la trisección de un ángulo agudo. Pero la demostración de una ecuación o la solución de la trisección de un ángulo agudo, claramente son problemas que le conciernen al matemático, y no al filósofo.

Las definiciones ambiguas enfrentan la dificultad de significados tan amplios que el definiens, al cubrir tantas opciones termina por no significar nada. A modo de ejemplo, “se cuenta que los sucesores de Platón en la Academia dedicaron mucho tiempo y meditación al problema de definir la palabra “hombre”. Finalmente decidieron que significaba bípedo implume. Estaban muy satisfechos con esta definición hasta que Diógenes desplumó un pollo y lo arrojó dentro de La Academia por encima de la muralla. Era indudable que se trataba de un bípedo implume, pero era también indudable que no se trataba de un hombre13.

Quizá la motivación tras la perspectiva que identifica la filosofía con la pregunta general acerca del porqué de las cosas sea mostrar de qué objetos se ocupa la filosofía. Para responder este interrogante, Moulines señala que toda pregunta filosófica tiene el siguiente esquema: ¿qué es X? Con base en este esquema se pregunta: ¿qué instancias para la variable X son relevantes para las investigaciones de los filósofos?

Una lista muy abreviada de objetos que han sido considerados filosóficamente relevantes como instancias de la variable X es el siguiente: el hombre, el ser, el espacio, el tiempo, la angustia, la vida, el pecado, el conocimiento humano, los números naturales, Pegaso, la teoría de la evolución, Dios, el trabajo, la muerte, la ley de la gravitación, el sumum bonum, el arte, el derecho, las pruebas matemáticas, el lenguaje, el espíritu, la historia, la verdad, la inducción, la náusea. (Moulines 21)

El esquema ¿qué es X? plantea una genuina pregunta filosófica, en la cual la variable X, como deja claro Moulines, puede ser instanciada por cualquier cosa; por ejemplo, por la gravedad. La pregunta ¿qué es la gravedad? Puede parecer a simple vista una cuestión de competencia del físico; sin embargo, es realmente una pregunta filosófica, o más exactamente, una pregunta ontológica. Con todo, es necesario aclarar que, si bien toda pregunta de la forma ¿qué es X? es genuinamente filosófica, no toda pregunta filosófica tiene la forma de este esquema. Así, por ejemplo, en el dominio de la lógica -que es una sub-área de la filosofía pura- podemos preguntarnos: ¿cuál es la distinción entre verdad necesaria y contingente?; en el dominio de la epistemología: ¿cuáles son las fuentes del conocimiento? o ¿cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para que haya conocimiento?; en el dominio de la ética podríamos plantear: ¿hay criterios universales para distinguir una acción moralmente incorrecta de una correcta?

Estas son preguntas genuinamente filosóficas, pero no tienen la estructura de las cuestiones ontológicas de la forma ¿qué es X? De manera que, si bien podemos admitir que cualquier cosa puede ser objeto de reflexión filosófica14, lo que resulta crucial es el modo cómo se investiga dicho objeto.

El esquema de las preguntas del tipo ¿por qué X? no es exclusivo de la filosofía, ya que si bien la instancia ¿por qué a veces actuamos en contra del mejor juicio? es genuinamente filosófica, hay muchos otros como: ¿por qué el murciélago tiene un sistema sofisticado de eco-localización?, que no son de competencia del filósofo, sino del biólogo.

El análisis de las definiciones comunes en los libros de texto permite concluir que la dificultad para formular una definición satisfactoria del término “filosofía” radica en que se confunden tres cosas distintas -aunque relacionadas-, a saber, (i) el asunto en torno al origen o de cómo o por qué surge la filosofía, en cuyo caso se apela al sentido etimológico. (ii) el asunto sobre la utilidad social de la filosofía, (¿para qué filosofar?) en cuyo caso se apela al sentido figurado de filosofía como “matriz universal”, y finalmente (iii) el asunto en torno a los objetos de los que se ocupa o investiga la filosofía, que considera la filosofía como el saber que investiga el porqué de las cosas. A raíz de estas confusiones nos olvidamos del problema más relevante, a saber, el del significado del saber filosófico. En la sección final, voy a proponer una posible definición de lo que cabe entender por filosofía.

¿Qué es filosofía?

“La filosofía no es únicamente una búsqueda intelectual. Involucra al ser humano entero en la medida en que es ante todo un forcejeo contra nuestros patrones de pensamiento, prejuicios y sentimientos” (G. Thomson)

Para proporcionar una definición de filosofía que consiga identificar sus propiedades esenciales es preciso recordar que la filosofía es tanto una actitud, como una actividad, según lo planteó Wittgenstein. Pero, ¿qué tipo de actitud? La respuesta simple sería: una actitud crítica. Cabe advertir, sin embargo, que la filosofía como actitud crítica no es -como comúnmente se cree- una posición desde la cual se cuestiona todo y no se acepta nada. La actitud crítica exige pensar con criterios para elaborar o construir determinados juicios. Como actividad, la filosofía involucra el análisis de conceptos y el rigor argumentativo. Para ello se requiere un marco estructural dentro del cual se filosofa, que comprende: (i) precisar y plantear preguntas, (ii) formular las respuestas a esas preguntas, (iii) ofrecer argumentos, contra-argumentos, ejemplos, contra-ejemplos y (iv) derivar sus consecuencias e implicaciones.

Se podría pensar, sin embargo, que estas no son características propias y únicas de la filosofía dado que las ciencias naturales y sociales también formulan preguntas, respuestas tentativas y argumentos. Ahora bien, aunque se puede conceder que hay coincidencias “metodológicas” entre la filosofía y la ciencia natural, y la filosofía y las ciencias sociales, también hay diferencias estructurales sustanciales. Es cierto que todo nuestro conocimiento surge de problemas, preguntas e intentos de solución. Sin embargo, la propiedad esencial de la filosofía es precisamente el modo como se propone resolverlas. Las ciencias naturales y las ciencias sociales formulan preguntas “empíricas”; esto es, preguntas que indagan o por fenómenos naturales (¿por qué caen los cuerpos?, ¿cuál es la naturaleza de la luz?), o por fenómenos sociales, (¿cuáles son las características de una civilización?, ¿por qué Enrique VIII de Inglaterra anuló su matrimonio con Catalina de Aragón?). Por contraste, la filosofía formula preguntas de carácter a priori; es decir, sus preguntas -y métodos de análisis- no resuelven los interrogantes únicamente a partir de la experiencia. Subrayo este punto porque Scruton, por ejemplo, sostiene que “las preguntas a priori se responden sólo en el dominio del pensamiento”. De hecho, también plantea que “ninguna teoría científica puede probar o desmentir una teoría filosófica” (Scruton 11), afirmación que parece completamente falsa, pues si una teoría filosófica sobre la naturaleza de la mente o sobre la naturaleza de la percepción es manifiestamente incompatible con las teorías más acreditadas en las neurociencias sobre el funcionamiento de la mente y de nuestro aparato perceptivo, ¿dicha teoría filosófica tendría alguna plausibilidad teórica para sostenerse con solidez? Seguro que no. Scruton es mucho más preciso al caracterizar el rasgo de la filosofía como un saber a priori cuando plantea que:

Las preguntas filosóficas se caracterizan porque tienden a emanciparse de las circunstancias que las originaron ... si usted pregunta por qué se caen las cosas, está formulando una pregunta científica. Pero si pregunta por qué existen eventos, está frente al umbral de la filosofía. (Scruton 3)

Incluso algunas preguntas parecen ser “comunes” a filósofos y científicos. No obstante, el método para resolverlas es significativamente distinto. Por ejemplo, tanto las neurociencias como la filosofía se proponen examinar la naturaleza de la percepción. Sin embargo, en el dominio de las neurociencias la explicación que tiene lugar se da -inter alia- en términos fisiológicos. El neurofisiólogo se encarga de explicar cómo funcionan fisiológicamente todos los elementos que forman parte del sistema perceptivo: el cerebro, los sentidos (que incluye todas las modalidades sensoriales: el gusto, la vista, el tacto, el olfato, el oído) y el entorno.

Adicionalmente, las teorías científicas recientes sobre la percepción aceptan -sin discusión- que la percepción es el punto de contacto cognitivo más inmediato con el mundo que nos rodea. Gracias a que percibimos nos enteramos inmediatamente y de manera directa qué es lo que ocurre a nuestro alrededor. Oímos la incómoda música del vecino, sentimos el frío del viento, vemos toda clase de objetos con sus formas y tamaños, etc. Además, solemos pensar que muchas de nuestras creencias sobre el entorno circundante se soportan en la información proporcionada por nuestros sentidos: creo que “el café es amargo” porque así me lo informa mi sentido del gusto cuando bebo la taza de café.

Para los filósofos, sin embargo, no es obvio (i.e., no está lejos de ser problemático) que la percepción sea nuestro contacto cognitivo más inmediato con el mundo. Las teorías filosóficas sobre la percepción plantean algunas razones muy sugestivas para dudar acerca del rol cognitivo de las percepciones (plantean dudas acerca del rol de las percepciones en el conocimiento, especialmente si se entiende el conocimiento como creencia verdadera justificada). Además, hay teorías filosóficas que ofrecen razones para dudar acerca del carácter inmediato de la información sobre el mundo (e.g., “teorías de los datos sensoriales”).

Con base en lo anterior, resulta claro que la reflexión filosófica puede controvertir algunas de nuestras intuiciones más arraigadas sobre la percepción y su rol cognitivo. Por otro lado, la reflexión filosófica sobre la percepción ofrece, a diferencia de los estudios empíricos, un análisis metafísico, fenomenológico, epistemológico, de la estructura de la percepción. Los estudios empíricos podrán indicar las causas fisiológicas de las alucinaciones, pero el análisis filosófico se propone capturar la fenomenología misma de la experiencia perceptiva. No podemos concluir que el rasgo distintivo de la filosofía es que prescinde de la experiencia, mientras que las demás áreas del conocimiento no pueden prescindir de ellas, ya que ello sería impreciso. Recordemos que buena parte del arsenal argumentativo de los filósofos proviene de los hechos, y de la experiencia, (e incluso de experimentos mentales, claro está). Pero en una disputa con un filósofo las “pruebas” que exigimos en apoyo de sus tesis son fundamentalmente argumentativas, no empíricas.

Supongamos que un interlocutor imaginario nos fuerza a señalar los rasgos distintivos del saber filosófico. Frente a esta exigencia podríamos decir que (tal y como se plantea en el epígrafe de este acápite) la filosofía implica un forcejeo permanente contra nuestros patrones de pensamiento. Justamente por ello, el filósofo presta escrupulosa atención a la argumentación. La argumentación es el método par excellence si queremos explorar los alcances del raciocinio. Sin embargo, nuestro interlocutor podría objetar que otras ciencias sociales y humanas también argumentan, y que, de hecho, en las ciencias naturales también hay argumentación. Se puede conceder, por supuesto, que la argumentación hace parte de las actividades intelectuales comunes a todos los dominios del conocimiento, pero hay que aclarar que no es el método que las define, pues mientras en las otras ciencias es indispensable recurrir a datos empíricos, a la experimentación, a la observación y al uso de pruebas formales (matemáticas), en la filosofía la argumentación por sí sola basta para elaborar desde un intrincado sistema filosófico15, hasta un intuitivo contraejemplo que rebata una teoría filosófica firmemente establecida (los famosos contraejemplos Gettier). Esta característica hace que la filosofía sea, sin lugar a duda, “una excitante aventura intelectual, que exige, entre otras cosas, aprender a tomar una posición desde el interior de los debates filosóficos” (Thomson).

La filosofía se caracteriza además por examinar -y cuestionar- las recónditas bases del pensamiento. Ello significa que no solo se ocupa de los supuestos más arraigados que están a la base de nuestros sistemas de creencias y valores, sino también de los conceptos que estructuran dichos sistemas. En el campo de las ciencias, en lugar de estudiar y analizar los conceptos, se construyen conceptos, tales como “sociedad”, “civilización”, “fuerza”, “aceleración”, entre otros. La filosofía, si bien construye también conceptos tales como a priori, sustancia, paradigma, entre otros, lo hace con el propósito no de conocer los fenómenos naturales (ciencias empíricas) o los fenómenos sociales (ciencias sociales), sino para analizar, a su vez, los conceptos construidos por las ciencias en sus teorías. En conclusión, la filosofía es una reflexión no sobre los hechos del mundo, sino sobre las reflexiones sobre el mundo, esto es, una reflexión sobre las reflexiones.

Referencias

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Copi, Irving. Introduction to Logic. Macmillan Publishing, 1982. [ Links ]

Entralgo, P. Laín y José María, López-Piñero. Panorama Histórico de la Ciencia Moderna. Ediciones Guadarrama, 1963. [ Links ]

González-Calero, Pedro. Filosofía para bufones: Un paseo por la historia del pensamiento a través de las anécdotas de los grandes filósofos. Ediciones Culturales Paidós, 2019. [ Links ]

Johnson, Paul. Intelectuales. Editorial Leviatán, 1988. [ Links ]

Kepler, Johannes. Mysterium Cosmographicum. citado por Carl Sagan, en: “La armonía de los mundos”. Cosmos. Editorial Planeta, 1985. [ Links ]

Moulines, Ulises. Pluralidad y Recursión: Estudios Epistemológicos. Alianza Editorial, 1991. [ Links ]

Muñoz Páez, Adela. Sabias. La cara oculta de la ciencia. Debate editorial. Penguin Random House, 2017. [ Links ]

Nagel, Ernest. La Estructura de la Ciencia. Editorial Paidós, 1961/2006. [ Links ]

Scruton, Roger. Filosofía moderna: una introducción sinóptica. Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1994. [ Links ]

Thomson, Garret. Introducción a la práctica de la filosofía. Editorial Panamericana, 2002. [ Links ]

Wiechowski, Siegfried. Historia del átomo. Nueva colección Labor, 1969. [ Links ]

1 Se trata de una pregunta incómoda ya que, a diferencia de otros campos del conocimiento, como la medicina, por ejemplo, en la que ante la pregunta ¿para qué sirve la medicina? se puede responder: para aumentar la expectativa del promedio de vida. En la filosofía, por contraste, el camino está lleno de vericuetos. Sin embargo, si nos viésemos forzados a responderla podríamos decir que, la función social de la filosofía radica en promover un espíritu reflexivo “quebrantador de certidumbres”. Ello quiere decir que no hay sistema político, moral, religioso, etc. (o en general, no hay producto humano y cultural) cuyos supuestos no sean examinados por la filosofía. Esta es, de hecho, una tarea típicamente filosófica. (Moulines 47)

2 Estos no son los únicos casos. Realmente podríamos recurrir a otros casos -ad nauseaum-. Por ejemplo, podríamos mencionar el machismo de Aristóteles: Aristóteles no fue capaz de vencer el peso de la tradición que relegaba a la mujer a una posición totalmente secundaria e irrelevante en la sociedad griega, y fiel a su sistema de investigar las causas de cualquier fenómeno, explicó la inferioridad femenina por su naturaleza menos cálida que el varón, dentro de un orden jerarquizado que situaba al hombre como el ser más perfecto por su mayor calor interno. Así llegó a la extravagante conclusión de que «la mujer es como un niño o un macho estéril» (reproducción de los animales). También es conocida la vida disoluta de San Agustín en su juventud, quien pese a propugnar en sus obras de madurez la castidad y el recogimiento, en sus Confesiones reconoce que elevaba esta plegaria: “Señor concédeme castidad y continencia, pero todavía no” (González-Calero, 2019: 86). Kant quien murió célibe y pasó a la historia de la filosofía, no sólo por su conocido imperativo categórico, también es conocido por sus chistes misóginos: “según Kant las mujeres no van al cielo porque en un pasaje del Apocalipsis de San Juan -dice la Biblia- el cielo llegó a quedarse en silencio durante media hora. Tal cosa habría resultado imposible de haber estado allí una mujer” (González-Calero 129).

3 Aristóteles. Ética Nicomaquea. Editorial Gredos: 1997.

4 Con todo, creo que aún podríamos conceder que, la sabiduría es el ideal regulativo del filósofo.

5 Entre otros casos a partir de los cuales se puede mostrar la importancia de la filosofía para el desarrollo de las ciencias cabe mencionar el de la geometría clásica o euclidiana, la cual surgió como resultado final de la confrontación de los mejores espíritus de la época con las aporías de Zenón sobre el movimiento.

6 Copi. Op Cit.

7 Se podría objetar que al introducir la noción de “experimentos” se constituye una diferencia notable entre el cajón de sastre que sería la filosofía y el cajón de sastre de la ciencia. Sin embargo, vale la pena recordar que, hay un tipo de experimentos que son comunes a la ciencia y a la filosofía, a saber, los célebres “experimentos mentales”. Considérese, por ejemplo, entre los experimentos mentales más fascinantes en la física: el experimento mental del tren de Einstein. En el dominio de la filosofía también encontramos experimentos mentales asombrosos, tales como, el experimento mental del violinista de Judith Thomson o el experimento de los cerebros en una cubeta (Putnam).

8 Entre los enojos más memorables que nos refieren los historiadores está la célebre disputa sobre la prioridad en la formulación del cálculo infinitesimal entre Leibniz y Newton.

9 Sigo en este análisis a Moulines. Algunas razones para dedicarse a la filosofía (Op. Cit, 1991)

10 Entre las paradojas planteadas por Zenón, para negar el movimiento (y mantener a su vez la tesis de que todas las distancias son infinitas) sobresale la de Aquiles y la tortuga. La paradoja de Aquiles y la tortuga plantea una carrera imaginaria entre Aquiles, el más veloz de los guerreros Aqueos (de ahí que en los poemas homéricos le apodaran “el de los pies ligeros”) y la tortuga, un animal de proverbial lentitud. Como Aquiles es mucho más rápido que la tortuga, antes de empezar la carrera decide darle una ventaja, pero debido a esa ventaja y a la divisibilidad al infinito de toda distancia, Aquiles jamás puede alcanzar a la tortuga y pierde la carrera.

11 Moulines. Op Cit.

12 Woodhouse señala tres diferencias sustanciales entre los filósofos y los gurús: “Primero, los gurús ofrecen un estado de serenidad, que es un estado de la mente, una condición de calma o desapego de las vicisitudes de la vida. Por contraste, el propósito del filósofo no es inducir ningún estado particular de la mente. En efecto, desde la depresión hasta el éxtasis podría resultar de un encuentro genuino con la filosofía. Segundo, aunque los gurús pueden iluminarnos, muchas de sus reflexiones son más cercanas a generalizaciones psicológicas sobre la naturaleza humana. Consideremos el siguiente pasaje de un maestro Zen: Ser feliz no significa que todo es perfecto. Significa que has decidido ver más allá de las imperfecciones. Tercero, hacer filosofía exige defender las creencias con argumentación racional. Los gurús no están preocupados por ofrecer razones a favor de sus reflexiones. Uno no debate con un gurú, uno requiere aclaraciones como una autoridad establecida, como alguien que tiene la verdad (Woodhouse 28).

13 Copi 158.

14 Según Scruton: “la filosofía estudia cualquier cosa. Los interrogantes filosóficos emergen de cualquier coyuntura y se refieren a cualquier clase de cosa. Hay preguntas filosóficas sobre mesas -por ejemplo, ¿qué hace que esta mesa sea la misma mesa que encontré ayer? (el problema de la “identidad a través del tiempo”)-, sobre personas, obras de arte, sistemas políticos: en resumen, sobre cualquier cosa que exista. En verdad hay preguntas filosóficas sobre ficciones y también sobre objetos imposibles -ni siquiera la existencia es un requisito que el tema de la filosofía deba cumplir; si lo que nos interesan son las preguntas fundamentales, entonces la no-existencia es un punto de partida tan válido como cualquier otro” (7).

15 Pensemos, por ejemplo, en el sistema hegeliano.

Como citar: Flórez Quintero, Daian Tatiana. “Apuntes sobre la naturaleza de la filosofía y su enseñanza”. Discusiones filosóficas, vol. 23, no. 40, Ene. 2022, 93-112. https://doi.org/10.17151/difil.2022.23.40.5.

Recibido: 04 de Enero de 2022; Aprobado: 15 de Mayo de 2022

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