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Discusiones Filosóficas

versión impresa ISSN 0124-6127

discus.filos vol.23 no.40 Manizales ene./jun. 2022  Epub 13-Mar-2023

https://doi.org/10.17151/difil.2022.23.40.9 

Artículos

Entre el origen y la pertenencia: consideraciones de Gadamer y Octavio Paz sobre el lenguaje de la poesía*

Between origin and belonging: considerations on Gadamer and Octavio Paz on the language of poetry

Yulieth Estefanía Ruiz-Pulgarín1 

1 Universidad Católica Luis Amigó. Medellín, Colombia. yulieth.ruizpu@amigo.edu.co. orcid.org/0000-0002-8367-8911. https://scholar.google.com/citations?user=s3Ctzf0AAAAJ&hl=es.


Resumen

Este trabajo parte de la premisa de que, en El arco y la lira, Octavio Paz hace una reflexión acerca del lenguaje poético que se aproxima en diversos aspectos a la hermenéutica de Hans-George Gadamer. En ambos autores encontramos la idea de que la poesía es un lenguaje originario que, por su carácter creador, nos separa de las relaciones habituales del mundo, al mismo tiempo que nos conecta con la tradición. La poesía deviene, así, como una experiencia de origen y de pertenencia: nos lleva a lo que nunca antes habíamos contemplado (experiencia de la otredad y de lo indeterminado), pero también nos conecta con la historia y con la tradición que está presente en toda lengua. Así, el propósito de este trabajo es mostrar los puntos de encuentro entre ambos autores, que, desde puntos de partida muy diferentes, han llegado a planteamientos bastante compatibles entre sí, lo cual se explica, en buena medida, por el hecho de que ambos han superado la visión del lenguaje como medio y han afirmado la esencia lingüística de la poesía.

Palabras clave: Poesía; lenguaje; lenguaje poético; creación poética; hermenéutica; Octavio Paz

Abstract

This work is based on the premise that, in El arco y la lira Octavio Paz reflects on the poetic language that approaches in several aspects the hermeneutics of Hans-George Gadamer. Both authors argue that poetry is an original language that, due to its creative character, separates the reader from the daily relationships of the world and, at the same time, connects him with tradition. Poetry thus, becomes an experience of origin and belonging. Poetry takes the reader to what he has never seen before (experience of otherness and experience of the indeterminate), but it also connects the reader with history and with the tradition that is present in every language. Therefore, the purpose of this article is to show the meeting points between the two authors who, from very different starting points, have reached approaches that are quite compatible with each other, which is explained, to a large extent, by the fact that they both have overcome the vision of language as a medium and have affirmed, instead, the linguistic essence of poetry.

Keywords: Poetry; language; poetic language; poetic creation; hermeneutics; Octavio Paz

Introducción

Quien intente desentrañar la esencia de la poesía siempre se encontrará con una limitación que se impone desde lo más constitutivo de esta, esto es, que, hasta cierto punto, la poesía es inasible a las formas conceptuales y racionales, que todo lo que decimos del poema es originalmente un testimonio de nuestra propia experiencia con este y que siempre existirá un misterio alrededor de la poesía. Quizás lo único que podemos afirmar es, precisamente, el carácter indeterminado del fenómeno poético. No solo es en vano que pretendamos definir la verdad última del poema, sino que, de intentarlo obstinadamente, también terminaríamos cercenando sus posibilidades de configurar sentido desde la apertura que le es propia. Resuenan aquí los contundentes versos de Borges cuando en “Signos”, un poema de La moneda de hierro, nos recuerda la importancia de conservar el carácter indescifrable de algunas cosas: “Puedo ser todo. Déjame en la sombra”. Lo que permanece en el misterio está abierto a ser todo. Esto no quiere decir, sin embargo, que frente al poema no tengamos más alternativa que la suspensión del juicio. Octavio Paz denominaba como “extrañeza” el sentimiento que nos produce el encuentro con el poema, un sentimiento que no puede explicarse y frente al cual a veces no nos queda más que el silencio. Pero el silencio no es el final. Según Paz, intentamos comprender la creación poética para aproximarnos, a través de ella, al reconocimiento de lo humano y de nosotros mismos. La poesía, al igual que el ser humano, no puede reducirse a una definición. Por eso todo conocimiento es todavía limitado e incompleto, y toda teoría poética está sujeta a esta limitación. El sentido total del poema incluso escapa a la comprensión conceptual de la filosofía y, en ese sentido, tampoco la filosofía puede decirnos algo de su naturaleza última. No obstante, desde que, a raíz del giro lingüístico, todas las reflexiones han puesto su atención en el lenguaje, parece que la mayoría de las teorías poéticas empezaron a coincidir en algunas consideraciones. Filósofos y poetas parecían apuntar a lo mismo, lo cual podría ser el indicio de que había algo de la poesía que se estaba develando. La coincidencia entre filósofos y poetas es verdaderamente significativa, porque, además, parece indicar la reconciliación de una antigua tensión entre la filosofía y la poesía.

En este trabajo nos proponemos mostrar las coincidencias y puntos de encuentro entre un filósofo y un poeta que, a partir del reconocimiento de la esencia lingüística de la poesía, llegaron a planteamientos muy similares y que, sin cercenar las posibilidades de la poesía, nos permiten comprender rasgos fundamentales de lo poético. Es más, ambos autores siempre reivindicaron el carácter indeterminado y abierto de la poesía. Nos referimos aquí al poeta mexicano Octavio Paz y al filósofo alemán Hans-Georg Gadamer. En El arco y la lira no hay ni una sola alusión a Gadamer; en cambio, de su maestro Heidegger encontramos varias referencias en toda la obra. Sin embargo, intencionalmente o no, la mayoría de las reflexiones de Octavio Paz acerca de la poesía tienen un enfoque claramente hermenéutico que coinciden con varios de los análisis que Gadamer hizo en torno al lenguaje y a la verdad de la poesía. Por ello, el objetivo de este artículo es mostrar la coincidencia entre ambos autores en dos puntos esenciales de sus respectivas poéticas, esto es, por un lado, la comprensión de la poesía como origen y como absoluta creación y, por otro lado, la idea de que la poesía es también participación y, por tanto, lo que reafirma nuestra pertenencia a una tradición o comunidad, a la vez que la resignifica.

Entenderemos por origen ese lugar y momento de indeterminación en el que decir equivale a crear. Nos referimos al momento en que el sentido último de las cosas no está establecido, sino que, por el contrario, estas devienen en total apertura, en la pura posibilidad de expresar nuevos y diversos sentidos que antes no eran y que no se habían concebido. Entender la poesía como origen es poner de manifiesto su capacidad para desplegar nuevos sentidos y para abrir, de la nada, nuevos mundos y horizontes de comprensión. La pertenencia, por otra parte, indica lo contrario, porque pone de manifiesto que la tradición es lenguaje y que adquirir una lengua equivale a adquirir una tradición y un mundo que nos rebasa y antecede. La pertenencia pone de manifiesto que la experiencia lingüística que nos otorga la poesía genera vinculación con una tradición y abre el ámbito en que nos comprendemos como parte de un mundo en el que la experiencia humana siempre es histórica. En este artículo nos proponemos mostrar que estas concepciones se encuentran tanto en Gadamer como en Octavio Paz y partimos de la tesis de que la compatibilidad entre las consideraciones de estos dos autores es posible gracias a que ambos comprendieron que la poesía es creación en el lenguaje.

Reconociendo las limitaciones que pueden tener la filosofía y la reflexión teórica frente al hacer poético, este trabajo sigue un enfoque hermenéutico y establece un diálogo entre la reflexión filosófica, las reflexiones de Octavio Paz y las intuiciones e imágenes de la poesía. Asimismo, el trabajo hace una aproximación filosófica a la obra de Octavio Paz, lo cual es posible gracias al carácter filosófico de muchas de sus reflexiones. En este trabajo afirmamos que en la obra de Paz no solo hay un temple filosófico, sino también hermenéutico. Así, en un primer momento, presentaremos la concepción hermenéutica del lenguaje y empezaremos a mostrar la proximidad entre Gadamer y Paz; luego, analizaremos la relación entre lenguaje y poesía que emerge en el horizonte de la hermenéutica para, finalmente, analizar las experiencias de origen y de pertenencia a partir del diálogo entre los dos pensadores de los que se ocupa este trabajo.

La concepción hermenéutica del lenguaje

No hay duda de que la poesía es un arte del lenguaje. Sin embargo, la definición del lenguaje como mero medio de expresión por mucho tiempo limitó la comprensión de la poesía. Si el lenguaje no es más que un medio para expresar ideas, sentimientos y visiones de mundo, entonces el poema también se limitaría a expresar o manifestar ideas, lo que nos llevaría a concluir que el contenido de la poesía es independiente del medio en que se expresa. Según esta lógica, las ideas y el contenido de la poesía serían previos a la configuración lingüística, e incluso serían independientes de la lengua en que se expresan; asimismo, la traducción de un poema no representaría una dificultad real, siempre y cuando se transmitieran las mismas ideas. Así, para comprender la profunda relación entre lenguaje y poesía, primero fue necesario comprender el carácter ontológico del lenguaje y reconocer todo su potencial para configurar mundo.

En la obra de Gadamer la relación entre lenguaje y mundo es innegable. El lenguaje constituye el mundo de las relaciones humanas. No hay uno sin el otro, pues, en Verdad y método I dice el filósofo: “No solo el mundo es mundo en cuanto accede al lenguaje: el lenguaje solo tiene su verdadera existencia en el hecho de que habla a través de él” (531). El lenguaje es algo propio del ser humano, y es justamente esa “lingüisticidad” o “lenguajicidad” suya la que constituye el mundo, no como un conjunto de objetos naturales, sino como una constelación de sentidos.

La experiencia que el ser humano tiene de sí y de todo lo que lo rodea, es siempre lingüística: su pensamiento se da en el lenguaje y con el lenguaje accede a la comprensión de su entorno y de sí. Dicha comprensión del entorno y la posibilidad de dotarlo de múltiples significados es precisamente lo que Gadamer denominó como elevarse al mundo (Verdad 533), es decir, trascender el entorno material hasta hacerlo mundo. Pero mundo no significa aquí un objeto o una mera existencia material e independiente de la subjetividad humana, sino que mundo se refiere a un asunto humano. Fundar el mundo parte de actos tan cotidianos como nombrar las cosas, definirlas, comunicarlas e interpretarlas. El lenguaje es algo vivo y es en el lenguaje donde las cosas se hacen cosas, es decir, se hacen patentes para el ser humano. Con esto, la hermenéutica presenta una ontología del lenguaje: el lenguaje es connatural al hombre y en el lenguaje las cosas adquieren significado. Es evidente, así, la unidad entre lenguaje y mundo.

Es innegable la proximidad entre Octavio Paz y la hermenéutica gadameriana en este aspecto. Así como para Gadamer el lenguaje es condición para establecer los espacios en que se desarrolla el ser humano (la política, la ética, la cultura, etc.), para Paz ni siquiera podría haber filosofía o ciencia sin lenguaje. El ser humano surge y se constituye en el lenguaje: “La palabra es el hombre mismo. Estamos hechos de palabras” (Paz, El arco 30). El ser humano no puede definirse de manera sustancial ni separado de su realidad lingüística, pues este es “inseparable de las palabras. Sin ellas, es inasible” (El arco 30). Esta realidad lingüística es, además, la prueba de la mortalidad del ser humano y de su intento de trascenderla. Por eso, en un poema titulado “Conversar” (Claridad 45), Paz se niega a ponerle un origen divino al lenguaje, porque este solo puede devenir en el tiempo, condición de posibilidad de la experiencia humana:

La palabra del hombre es hija de la muerte. Hablamos porque somos mortales: las palabras no son signos, son años.

Al decir lo que dicen los nombres que decimos dicen tiempo: nos dicen. Somos nombres del tiempo. Conversar es humano (Claridad 46)

Paz, al igual que Gadamer, se aleja de la tradicional escisión entre sujeto y objeto, hombre y mundo, y nos recuerda que solo accedemos a la realidad con palabras. Es más, Paz reconoce que el lenguaje “es la realidad misma, no una versión/interpretación de la realidad” (de la Torre-Cruz 90). Con ello, el arte, la lectura y la escritura adquieren una relevancia de primer orden, pues, como reconoce Fidel Sepúlveda Llanos, “nos plantean, mejor dicho, visionan, ensueñan un modo de hacer que es crear no una obra sino la vida. La palabra es vida, las palabras son vivas” (18). El mundo que pensamos y experimentamos es lenguaje y el silencio no es más que la expresión de lo que aún es inasible para nosotros. Dice el poeta en El arco y la lira:

No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre frente a una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla. Lo que ignoramos es lo innombrado. Todo aprendizaje principia como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas y termina con la revelación de la palabra-llave que nos abrirá las puertas del saber. O con la confesión de ignorancia: el silencio. Y aun el silencio dice algo, pues está preñado de signos. No podemos escapar del lenguaje. (30-31)

Paz siempre planteó que hay un misterio alrededor del lenguaje, el cual, en su realidad última, siempre se nos escapa. Sin embargo, renunciar a comprender el sentido del lenguaje, sería renunciar a comprendernos a nosotros mismos. Para el poeta mexicano, el origen del lenguaje y el del hombre son lo mismo. El hombre empieza a crearse a sí mismo cuando nombra por primera vez el mundo. Si seguimos el poema citado anteriormente, nombrar equivale, entonces, a introducirse en el tiempo mismo; los nombres indican tiempo y en el lenguaje cobramos la conciencia del tiempo. En ese sentido “la historia del hombre podría reducirse con toda tranquilidad a la historia de la palabra” (Ruiz 61). Paz concreta esta idea bellamente cuando nos dice que “[p]or la palabra, el hombre es una metáfora de sí mismo” (El arco 34). Aunque la naturaleza última del hombre y del lenguaje escapen a nuestro conocimiento, no podemos renunciar a intentar comprenderla, porque, como diría Gadamer, “[el] ser que puede ser comprendido es lenguaje” (Verdad 567). Hay elementos de la realidad que no pueden explicarse con palabras y, no obstante, solo a través de la palabra podemos llegar a comprender la realidad. Así, aunque sea una tarea incesante, no podemos renunciar a desenterrar los misterios de la palabra para comprender nuestro propio origen. Esto es lo que nos sugiere Paz en “El cántaro roto”:

… hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y también hacia afuera,

descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y arrancarle su máscara,

bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del astro y la del río,

recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo, volver al punto de partida… (El fuego 84)

El primero y el último verso citado reflejan la nostalgia de quien cree que hubo un tiempo mejor, un tiempo al que habría que regresar. Es necesario “desenterrar la palabra perdida” para volver al punto de origen en que nos hablan la sangre, la marea, la tierra y el cuerpo, es decir, para retornar al momento primigenio en que el mundo nos resulta más diáfano y transparente, ese momento en que las palabras develan, en lugar de ocultar. Paz no ve en su tiempo este tipo de palabras; por el contrario, él piensa que el lenguaje “se ha ido contaminando poco a poco hasta apartarse de su realidad primigenia” (Ruiz 61). El lenguaje se aleja de su origen cuando es instrumentalizado y cuando las palabras pierden su capacidad originaria de expresar una pluralidad de significados. Diríamos que el lenguaje va en contra de su naturaleza cuando se restringe a ciertos significados que validan un único universo de sentido. Octavio Paz vio en su época este tipo de lenguaje, un lenguaje que anula la otredad, la contradicción y la diversidad del mundo. Para escapar a las determinaciones de la época, el lenguaje tiene que regresar a su naturaleza original.

Como lo reconoce Ociel Flores, Gadamer y Paz abogaron por un decir auténtico, un decir que manifieste el lenguaje original. Para ello, “hay que devolverle la pureza a las palabras; solo por este medio podrán recuperar sus capacidades originales” (190). ¿Pero dónde podremos encontrar estas capacidades originales del lenguaje? La respuesta de Gadamer y de Paz es la misma: la poesía. Para ambos pensadores, la poesía no solo es el arte del lenguaje por excelencia, sino que la poesía es en sí misma el lenguaje original; en la poesía el lenguaje regresa a su origen, esto es, la absoluta creación. Debemos detenernos primero en la relación entre lenguaje y poesía para comprender todas las dimensiones de esta idea.

Lenguaje y poesía

El descubrimiento de las potencialidades del lenguaje transformó los modos de comprender la poesía. Paz era heredero de un grupo de poetas que habían adquirido una profunda conciencia del lenguaje, entre los cuales resonaba especialmente Mallarmé (Ruiz 62). Desde Mallarmé, casi todos los poetas habían centrado su atención en el lenguaje y habían empezado a considerarlo el alma de la poesía. Tal es el caso, por ejemplo, de Paul Valéry, quien siempre defendió la unidad entre lenguaje y sentido en la configuración poética. No hay un proceso de creación por fuera del lenguaje, ni un contenido prelingüístico; el poema se forma con las palabras y la modificación de una sola palabra altera el sentido del poema. Así lo expresa el poeta francés cuando nos dice que “[t]odas las partes de una obra deben ‘trabajar’ y dignidad del verso: falta una palabra, está todo equivocado” (ctd en Szondi 270). De acuerdo con esto, el lenguaje no es el medio a través del cual se expresa lo poético, sino que es el material y, a la vez, la esencia de la poesía. Sonido y sentido no pueden desarticularse, porque en el poema la forma y la materia no se separan1.

Pero no solo los poetas habían dirigido la mirada al lenguaje. Gran parte de las reflexiones filosóficas del siglo XX reconocían que la mayoría de los principales problemas de la tradición requerían un análisis del lenguaje. Las reflexiones filosóficas en torno a la poesía también tomaron el lenguaje como punto de partida. Gadamer, desde luego, no sería la excepción2. Y es que parece existir una relación ineludible entre hermenéutica y poesía. La hermenéutica tiene una relación fundamental con la palabra, y por eso mismo está destinada a unirse con el arte de la palabra, en el que la dimensión interpretativa y lingüística de la realidad se manifiesta. Así lo expresa Gadamer en Arte y verdad de la palabra:

… el texto con configuración literaria es texto en un sentido todavía más elevado y a esto corresponde que la interpretación de configuraciones poéticas sea «interpretación» en un sentido eminente. Mi tesis es que la interpretación está esencial e inseparablemente unida al texto poético precisamente porque el texto poético nunca puede ser agotado transformándolo en conceptos. (53)

Cuando comprendemos que el lenguaje configura mundo y genera constelaciones de sentido, el camino hacia la poesía parece desplegarse por sí solo, porque la poesía figura, precisamente, como el ámbito en el que se revela la esencia creadora del lenguaje. Aunque toda forma artística se encuentra siempre en una situación hermenéutica, abierta a la interpretación, la creación y la interpretación parecen estar más íntimamente ligadas en la poesía -que, para Gadamer, no se restringe a las obras líricas, sino que abarca la literatura en general-, que en otras formas artísticas (Castañeda 13). Esto se debe a que la poesía, por su carácter lingüístico, “tiene en sí, frente a todos los otros géneros artísticos, una indeterminación específica, abierta” (Gadamer, Estética 77). Pero no es el carácter lingüístico per se lo que genera la vecindad entre la poesía y la hermenéutica, sino el particular modo de ser del lenguaje poético. Su centralidad en la experiencia hermenéutica se debe a que, a diferencia de otros lenguajes, es “de una multivocidad inagotable” (Estética 76). La palabra poética trasciende los modos comunes y cotidianos de la significación, porque su sentido está abierto y genera siempre una situación interpretativa3. Para Gadamer, solo puede interpretarse lo “multívoco” (vieldeutig).

Los poetas y los filósofos del siglo XX parecen haber llegado a la misma premisa esencial: la poesía no solo es un arte del lenguaje, sino que es el arte en el que se trasciende el lenguaje. Valéry denominaba a la poesía un “lenguaje dentro del lenguaje” (Estética 84) y Paz señalaba que, sin dejar de ser lenguaje, “el poema es algo que está más allá de lenguaje” (El arco 23). Mientras que en la cotidianidad el lenguaje es, hasta cierto punto, anulado por la acción -pues no buscamos recrear las palabras exactas que nos dicen los otros-, el lenguaje poético crea su propia necesidad. Siempre que intentamos recitar algún verso, hacemos lo posible por recuperarlo tal como lo configuró el autor. Intentamos recuperar las palabras exactas, porque sabemos que, al perder alguna, se pierde algo esencial del poema; desde un artículo, hasta una coma o una conjunción, son una parte importante del poema. Cada parte constituye un todo orgánico que no es posible disgregar y que tiene autonomía como obra. En la cotidianidad, el lenguaje está anclado a alguna finalidad extralingüística; el lenguaje poético, en cambio, vale por sí mismo. Para Octavio Paz, cada poema es una unidad autosuficiente. Por ello es tan difícil definir la poesía. Solo podemos conocer la poesía a través “del trato desnudo con el poema”, porque el poema es “poesía erguida” (Paz, El arco 14) y, sin embargo, cada poema es único; sus palabras valen por sí mismas y son irrepetibles.

Gadamer y Paz coinciden en afirmar que el lenguaje de la poesía trasciende todas las formas lingüísticas al sostenerse en sí mismo, porque, al desprenderse de todo decir referencial, la palabra poética se vuelve palabra plena. Su verdad no se mide en una relación de correspondencia con las cosas, sino que la palabra respalda su propia verdad. Lo que dice el poema no puede verificarse por fuera de este, porque el decir poético es “declaración” (Aussage) (Gadamer, Estética 116) que, en el momento en que se dice, se planta en la palabra y queda libre de toda referencia. Esta declaración se sostiene a sí misma en un autocumplimiento y autonomía que hace que cobre realidad por sí misma, y no como medio para expresar algo más. Así, la poesía realiza su propio sentido; no puede ser verificada y corroborada en una relación de correspondencia, porque es un decir absolutamente nuevo. Como diría Paz, la poesía vive en un “ritmo perpetuamente creador” (El arco 26). La palabra poética tiene una fuerza realizadora, nacida de una “voluntad creadora” (El arco 37), que hace de la poesía el ámbito en que más se despliega el potencial del lenguaje como realización de sentido, porque “en su calidad mágica, restituye al mundo la palabra plena de sentido” (de la Torre-Cruz 92). La poesía deviene así como “lenguaje en sentido eminente” (Gadamer, Estética 112). Es la forma más alta y elevada del lenguaje, porque ella, como advierte Paz, da un sentido más puro a las palabras cuando las lleva a trascender la finalidad a la que están sujetas en la historia y en la sociedad (El arco 47). La labor del poeta consiste, en ese sentido, en trascender su propio lenguaje. El poeta convierte el lenguaje de la historia en palabras e imágenes que, sin dejar de pertenecer a la historia, al mismo tiempo la resignifican. El acto poético es un acto de creación. Poetizar es crear y realizar nuevos sentidos. Para Paz, decir, hacer, crear y realizar son una misma cosa en el acto poético:

No es un decir:

es un hacer.

Es un hacer

que es un decir.

La poesía se dice y se oye:

es real…

(“Decir: hacer” en El fuego 289)

De acuerdo con esto, el lenguaje poético adquiere dignidad ontológica. La palabra no es reflejo ni copia de una realidad externa, sino que la palabra misma es la existencia (Dasein) de aquello a lo que se refiere (Gadamer, Estética 118). Por eso, en concordancia con lo que afirma Mauricio Beuchot, la universalidad poética es previa a la universalidad ontológica (46). La poesía no reproduce una historia universal de la que es mera espectadora, sino que su virtud consiste en que es capaz de recrearla. De ahí que Paz siempre advirtiera que la relación entre la historia y la poesía es de pertenencia y, a la vez, de separación. En palabras de Sepúlveda Llanos, la poesía pone de manifiesto que la realidad “está en la zona fronteriza entre la mismidad y la otredad” (15). La experiencia poética “se da en la historia, es historia y, al mismo tiempo, niega la historia” (El arco 25). En ese sentido, la poesía no solo trasciende el lenguaje, sino también el tiempo histórico. Gadamer va en la misma dirección cuando en Verdad y método I señala que el poeta es como un vidente, porque “representa por sí mismo lo que es, lo que fue y lo que va a ser, y atestigua por sí mismo lo que anuncia” (582).

Paz también propone que el tiempo de la poesía reúne y trasciende todos los tiempos. Es un tiempo que fluye, pero también se detiene y condensa todos los instantes. El poema es una manifestación histórica y, sin embargo, es irreductible a la comprensión histórica. No hay duda de que el poema se sitúa históricamente, pero también es anterior a la historia misma, porque, al decirla, la recrea, la resignifica y la transforma. No olvidemos que la poesía es “un hacer / que es un decir”. Así, el tiempo de la poesía es más que el tiempo pasado y el tiempo presente: “[…] el poema da de beber el agua de un perpetuo presente que es, asimismo, el más remoto pasado y el futuro más inmediato” (Paz, El arco 188). El tiempo de la poesía se convierte en un tiempo indeterminado. La consagración del instante consiste en anular los límites temporales y en darle a la experiencia una temporalidad diferente; es conjugar todos los tiempos para que el poema nunca se agote y permanezca siempre vivo.

La poesía desdibuja los límites entre pasado, presente y futuro para darnos un tiempo que es todos los tiempos y, a la vez, ninguno. Por eso es tan bella y profunda la imagen de la llama que Bachelard crea en La llama de una vela. La imagen poética -una imagen que surge, desde luego, en el seno del lenguaje- es como una llama que arde y que, mientras está encendida, se sostiene a sí misma siempre erguida y condensando todos los tiempos; su tiempo no puede descomponerse, porque todo está unificado en el ardor del fuego. La palabra poética es “palabra que arde” (Bachelard, La llama 75), palabra irreductible e imposible de descomponer. Es más que figurativa la analogía entre esta imagen de Bachelard y las ideas de Gadamer y Paz. Estos últimos, como hemos visto hasta aquí, siempre plantearon que el poema se sostiene y se atestigua a sí mismo, tal como la llama que se mantiene erguida. Para Paz, la poesía es “lenguaje erguido” y para Gadamer, igualmente, la palabra poética se “yergue” sobre sí; permanece sobre sí misma con una autoridad que evidencia su autonomía, igual que la llama imponente que siempre tiende hacia arriba y que lucha para mantenerse firme. También figuran aquí algunos versos de Paz en “El fuego de cada día”:

Sílabas son incandescencias.

También son plantas:

sus raíces

fracturan el silencio,

sus ramas

construyen casas de sonidos.

Sílabas:

se enlazan y se desenlazan,

juegan

a las semejanzas y las desemejanzas.

Sílabas:

maduran en las frentes,

florecen en las bocas.

Sus raíces

beben noche, comen luz.

Lenguajes:

árboles incandescentes

de follajes de lluvias… (El fuego 232)

Crecen las plantas, las raíces y los árboles; al crecer, habitan el mundo de la naturaleza. De la misma manera, las “sílabas incandescentes” arden y fundan sentidos y “casas de sonidos” que rompen con el silencio del mundo. Así es la poesía: resplandeciente, erguida sobre sí como los “árboles incandescentes de follajes de lluvias”. El poema viene de las sílabas que se enlazan y juegan, y que al hacerlo florecen como algo absolutamente nuevo.

Los últimos versos citados son extraños y bellos, porque se mueven en la contradicción. La palabra “incandescente” proviene de incandescĕre. El prefijo in-, que significa adentro o en el interior, nos sugiere que lo incandescente es lo que resplandece y brilla en color rojo o blanco por estar “adentro” del calor. No obstante, lo que aquí está encendido es un árbol “de follajes de lluvias”. Guiados por la lógica, y partiendo del principio de identidad y el de no contradicción, no pensaríamos en unir en una misma línea de sentido lo incandescente con la lluvia. La poesía, sin embargo, se libera de las ataduras y de las normas del entendimiento para llevar el lenguaje a ese punto primigenio de indeterminación, en el que las realidades opuestas y los contrarios se unen para expresar la esencial heterogeneidad del mundo, es decir, ese punto en que el mundo se resignifica y la lluvia se enciende como una llama ardiente. En otras palabras, con la poesía retornamos al “lenguaje original”. Aquí es donde encontramos, de nuevo, una coincidencia fundamental entre Gadamer y Paz. La poesía no solo es el lenguaje original y trascendente, sino que, a nuestro parecer, para ambos autores la operación poética es capaz de darnos una experiencia originaria, al mismo tiempo que nos pone en contacto con la historia y con la tradición4.

Experiencia de origen y de pertenencia

La posibilidad más originaria de la palabra se encuentra en el acto de nombrar. El ser humano empezó a configurar mundo cuando empezó a nombrar las cosas. Nombrar era un acto de creación. Para Paz, hubo un “tiempo en que hablar era crear” (35), un tiempo en el que decir y hacer eran exactamente lo mismo. Así, cada vez que se nombraba algo por primera vez, se estaban creando nuevos sentidos. Por ello, toda forma del habla es, en su origen, creación. Si la creación es una de las cosas que constituye y caracteriza a la poesía, entonces todo lenguaje tiene originalmente una gran proximidad con esta. En muchos pueblos la poesía fue el primer lenguaje elaborado y consciente, por lo que tuvo un carácter fundacional en estos. Muchas de las visiones griegas del mundo, por ejemplo, surgieron en la poesía5. Por ello, a Homero se le considera educador de los griegos, pues la épica representó para los griegos una fuente de conocimiento y verdad. Los poemas homéricos ejercieron una gran influencia en la formación de una concepción de mundo.

Pero, con el transcurrir histórico, las palabras fueron perdiendo su fuerza creadora y fueron cerrándose en las definiciones exactas. La fuerza creadora de la palabra se reemplazó por relaciones de identidad y de correspondencia. En el discurso y en el habla cotidiana las palabras empezaron a “constituirse en significado unívoco” (Paz, El arco 21), lo que significó ir en contra en contra de la naturaleza misma de la palabra, pues toda palabra encierra en sí misma una “pluralidad de sentidos” (El arco 21). Gadamer también pensaba que la capacidad originaria del lenguaje se perdía en el habla cotidiana. Esto se debe, explica Gadamer, a que la palabra del habla cotidiana no está por sí misma, sino que siempre pasamos por encima de ella hasta llegar a “lo dicho” (Gadamer, Estética 174). No es palabra que se yergue por sí misma, sino palabra que tiene validez en cuanto que refiere algo más. Lo dicho deja la palabra tras de sí; sobre el decir termina primando la finalidad. Podemos afirmar que, en el mundo de la racionalidad instrumental, las potencialidades de la palabra son aun más cercenadas. Se violenta la naturaleza del lenguaje cada vez que la palabra se usa para validar órdenes vigentes o para establecer un único universo de sentido. La palabra termina reducida a un concepto o a un solo significado.

Pero ¿podríamos volver a ese momento original en el que hablar era igual a crear? Paz habla de “un regreso al tiempo original” (El arco 35), pero este regreso no puede ser más que la experiencia que nos otorga la poesía. El poema rompe con la construcción predicativa del discurso (Balcázar 6) y libera las palabras de sus conexiones habituales. Mientras que en la estructura común del juicio evitamos la contradicción y la ambigüedad, el poema puede vivir en la contradicción. En el poema coexisten términos cuya unión sería inconcebible para las formas habituales de pensamiento, y por eso en el poema es posible afirmar, como diría Paz, que “las plumas ligeras son piedras pesadas” (El arco 106). Así, el poema puede condensar sentidos opuestos y transfigurar el significado de las cosas y de las palabras. Lo pesado puede ser ligero cuando trascendemos el significado unívoco de las cosas y nos abrimos a la pluralidad de sentidos. Mientras que en el habla cotidiana decimos que las plumas son leves y livianas -en definitiva, solo “plumas”-, en el poema, la pluma y lo ligero pueden volverse una carga fatigosa e insoportable como la piedra más pesada. De esta manera, el poema nos muestra otros sentidos, porque la palabra poética vive en la “multivocidad”. Podríamos interpretar de muchas maneras la “pesadez” de las plumas y, aun así, no agotaríamos el significado de esta expresión. De la misma manera, todo poema nos pone en una perenne situación interpretativa. Su sentido permanece abierto e inasible.

Paz denomina como “extrañeza” el sentimiento que suscita el poema, pues la realidad cotidiana de pronto se revela como algo nunca antes visto, como un otro inaccesible. La experiencia poética es esencialmente una experiencia con la otredad. La “inaccesibilidad absoluta” (Paz, El arco 129) que sentimos frente al poema es la misma que sentimos frente a los otros cuando reconocemos que son irreductibles a nuestras determinaciones. Así, la palabra poética despliega significados que nos arrancan de nuestro modo cotidiano de experimentar el mundo. Un poema en el que se pone de manifiesto esta transfiguración del sentido es, por ejemplo, “Entre la piedra y la flor”, del cual reproduciremos los primeros versos:

En el alba de callados venenos amanecemos serpientes.

Amanecemos piedras,

raíces obstinadas,

sed descarnada, labios minerales.

La luz en estas horas es acero,

es el desierto labio del desprecio.

Si yo toco mi cuerpo soy herido por rencorosas púas.

Fiebre y jadeo de lentas horas áridas,

miserables raíces atadas a las piedras (Paz, Obras completas 106)

La “extrañeza” es, sin duda, una expresión que define bien la experiencia que nos otorga este poema. Aquí la metáfora impone toda su ley y nos obliga a salirnos de los lugares habituales de comprensión y de enunciación. De manera aislada, todas las palabras son familiares y, sin embargo, no nos ofrecen por sí solas el sentido último de cada verso. ¿Qué clase de relación hay entre los callados venenos del alba y el amanecer “serpientes” y “piedras”? ¿Es la hostilidad del momento la que determina el estar y el ser? ¿O es el veneno interno (de “serpiente”), la rigidez y quietud propias (de “piedras” y “raíces obstinadas”) lo que corrompe la hora y la luz que llega? Al volver sobre el poema, el sentido parece abrirse ante nosotros poco a poco, pero también nos resulta inalcanzable.

La palabra poética nos resulta cercana y, a la vez, lejana, porque el lenguaje ha sido trascendido. Paz sintetiza esta idea en la siguiente expresión “Nacido de la palabra, el poema desemboca en algo que la traspasa” (El arco 111). Pero no solo las palabras nos resultan “extrañas” o “ajenas”. El mundo (la naturaleza, la sociedad, la historia, etc.) también deviene como “otro” cuando es contemplado poéticamente. La poesía recrea el mundo cuando lo configura en el poema. El mundo del poema nos parece fundamentalmente distinto, ambiguo e indeterminado. La poesía lo despoja de las definiciones habituales y lo pone en el horizonte de lo indescifrable. En ese sentido, nombrar y crear vuelven a ser lo mismo y ponen en evidencia que la poesía es un lenguaje originario y que una de sus operaciones esenciales consiste en llevar las cosas al origen, ese punto de indeterminación en el que no se restringen a un significado específico, sino que se mantienen abiertas a la pluralidad de sentidos.

A través del poema podemos presenciar cómo la materia retorna a su origen. A través de las imágenes, el poeta da a la materia posibilidades distintas a las que establece su fin útil o su concepto, ya que las imágenes poéticas permanecen en una situación de indeterminación. De esta manera, la realidad se libera de los discursos que la fijan y que pretenden consolidar un único universo de sentido. En el origen, las cosas permanecen indeterminadas e inconmensurables; encuentran la posibilidad de “ser todo”, como rezan los versos de “Signos”, el poema de Jorge Luis Borges mencionado en la introducción y que ahora vale la pena reproducir de manera completa:

Indescifrada y sola, sé que puedo

ser en la vaga noche una plegaria

de bronce o la sentencia en que se cifra

el sabor de una vida o de una tarde

o el sueño de Chuang Tzu, que ya conoces

o una fecha trivial o una parábola

o un vasto emperador, hoy unas sílabas,

o el universo o tu secreto nombre

o aquel enigma que indagaste en vano

a lo largo del tiempo y de sus días.

Puedo ser todo. Déjame en la sombra. (468)

Borges señala en el epígrafe de este poema que es inspirado por unos caracteres chinos que un día vio en una campana y que, al parecer, nunca pudo o quiso descifrar (curiosamente, el poema fue escrito 61 años después de esta experiencia). Podemos afirmar que Borges llevó estos caracteres al origen. Al mantener el enigma de lo que podrían significar, aun después de 61 años, les dio realmente la posibilidad de ser todo: desde una simple sílaba hasta el inconcebible “universo”. Lo mismo vale para el poema. Lo que Borges afirma de los caracteres chinos es igualmente válido si nos referimos a la palabra poética. Cada palabra de un poema es “insustituible” (Paz, El arco 110), se yergue como “palabra plena” (Gadamer, Estética 113) y nos invita a que nos demoremos en ella y a que la interpretemos, a la vez que fija un límite y nos recuerda que no es posible asirla de manera completa. Mientras se mantenga en esa indeterminación, la palabra puede ser “todo”. La verdad poética, en ese sentido, no puede verificarse por fuera del decir poético; este respalda su verdad, una verdad que nos invita a demorarnos en el poema, aunque muchas veces la profundidad de su significado permanezca “en la sombra”.

Ahora bien, en este punto de la reflexión surge una pregunta esencial: ¿cómo puede la poesía, el lenguaje originario y creador por excelencia, abrir horizontes de comprensión del mundo si su palabra se sostiene en sí misma? Gadamer formula una pregunta similar: “¿Qué significa «verdad» allí donde una configuración lingüística ha cortado toda referencia a una realidad normativa y se realiza en sí misma? (Arte 55). La respuesta de Gadamer y de Octavio Paz es la misma: el poema no podría ser sin la “participación” del lector o espectador.

En El arco y la lira, Paz señaló que la operación poética es doble. Así como el poema es creación, la poesía misma necesita ser recreada en la interpretación y encarnarse en la historia. En palabras de Paz:

El poema es creación original y única, pero también es lectura y recitación: participación. El poeta lo crea; el pueblo, al recitarlo, lo recrea. Poeta y lector son dos momentos de una misma realidad. Alternándose de una manera que no es inexacto llamar cíclica, su rotación engendra la chispa: la poesía. (39)

Gadamer va en la misma dirección, pues, para él, la dimensión interpretativa del lector es intrínseca a la poesía. La obra poética es, para este filósofo, una obra en constante ejecución. La palabra poética perdería su potencia creadora sin la interpelación. Aunque sea lenguaje “eminente” debe recuperarse, una tarea que, por supuesto, es interminable. Así, para Paz y para Gadamer la poesía es separación -del lenguaje cotidiano y de los modos habituales de significación-, pero también es reconciliación y unión. Paz habla de “comunión”; Gadamer, de “pertenencia”.

La palabra poética, según Gadamer, puede tocarnos y transformarnos en la medida en que “llega a nosotros desde la tradición” (Verdad 553). Recordemos que el poema nace en la historia, pues las palabras del poeta son también, como reconoce Paz, “las de su comunidad” (El arco 45). Para el poeta mexicano, las palabras del poeta “son también las de la tribu o lo serán un día” (El arco 46). La poesía solo despliega su potencialidad si genera la reconciliación de la interpretación. No hay duda de que tanto Paz como Gadamer coinciden en que la historia es el lugar de la encarnación poética. La pertenencia a un mundo común (Gadamer), o a una comunidad (Paz), es una condición para que la poesía se despliegue como lenguaje original, ya que esta solo puede reconfigurar el mundo, o al menos abrir nuevos horizontes de sentido, en el acto interpretativo en el que el ser humano se encuentra con lo diferente, pero también lo propio. Como advierte Carlos B. Gutiérrez, la pertenencia “tiene entonces que ver más con lo que somos que con lo que sabemos; de ahí que ser histórico quiera decir no agotarse jamás en el saber de sí mismo” (9). Por eso hay una vecindad entre poetizar e interpretar. La recitación y la lectura poética se convierten también en una “fiesta” que genera “comunión” (El arco 117). El lector va más allá de la tradición, pero a la vez se reconcilia con ella y se reconoce como parte de ella. La relación con el poema genera una relación de pertenencia y de separación. Nos unimos con la historia y con la tradición, pero a la vez la resignificamos. De esa manera, “la historicidad y la infinitud se dan la mano y en este encuentro comienza «un juego creativo que juega al infinito»” (Flores 192).

Gadamer denomina como “mentar” el acto de aludir a algo que ya tiene un sentido específico dentro de un marco histórico o una tradición. Asimismo, las palabras expresan un significado objetivo que no abandonan. Siempre partimos de esos significados objetivos o denotativos para después ir más allá de ellos. Por ello, “la multivocidad de la poesía se entreteje inextricablemente con la univocidad de la palabra que mienta” (Gadamer, Estética 76). Para que la palabra poética despliegue todas sus potencialidades debe haber una relación de pertenencia con una tradición o comunidad. Ahora bien, la relación que la poesía tiene con esa tradición a la que pertenece no es, como hemos visto, una relación pasiva. Es, más bien, una relación recíproca y compleja. La palabra poética se sostiene y se atestigua a sí misma, pero también está abierta a la interpretación. Así, la declaración poética es como una “leyenda” (Sage). Con este concepto Gadamer explica cómo se da la relación entre “la palabra erguida” y el acto interpretativo. Veamos lo que afirma en Estética y hermenéutica:

La obra de arte es una declaración que no constituye ninguna frase enunciativa, pero que es lo que más dice. Es como un mito, como una leyenda, precisamente porque tanto retiene lo que dice como, a la vez, lo brinda. La declaración hablará siempre, una y otra vez. (295)

La leyenda es un decir que retiene lo que dice y se mantiene viva en el “ser-dicho” (Gadamer, Estética 77). De esta manera, como diría Octavio Paz, el poema puede reencarnar indefinidamente. El poema es palabra “escrita” que se conserva y se sostiene como palabra plena, pero hay que volver una y otra vez sobre él si queremos desplegar su sentido. El poema, entendido como leyenda, permanece y, a la vez, se actualiza perpetuamente.

Hemos podido ver algunos de los principales puntos de encuentro entre Gadamer y Octavio Paz frente a la comprensión del lenguaje poético, al menos desde los planteamientos de Paz en El arco y la lira y en algunos de sus poemas. Queda por determinar si estas convergencias se mantienen en otras obras del poeta mexicano, lo cual nos permitiría confirmar que Paz tiene una visión bastante hermenéutica en sus reflexiones sobre el lenguaje, influenciado también, claro está, por otras fuentes. Muchas de sus consideraciones sobre el lenguaje parten también de principios del pensamiento oriental. Estas consideraciones, sin embargo, no generan radicales desavenencias con la hermenéutica. Más bien, podrían nutrirla. Ahora bien, el punto esencial ha sido la consideración de la poesía como un lenguaje originario, que a la vez pertenece a la historia. La poesía fluctúa entre el origen y la pertenencia, porque siempre surge en una tradición histórica que intenta trascender. La poesía vive, en ese sentido, en una contradicción, pues se sitúa históricamente, pero también es anterior a la historia. Esa presunta “circularidad”, sin embargo, no es sino el reflejo del potencial que tiene la poesía para configurar mundo y sentido. La pertenencia posibilita el encuentro con nosotros mismos y con lo que nos determina, pero la experiencia del origen también nos lleva al encuentro con lo otro, a la separación y a la creación. Finalmente, ambas operaciones son necesarias para el ser humano. Gadamer y Paz coinciden en que la multiplicidad y “multivocidad” de la palabra poética es analógica a la multiplicidad que constituye al ser humano. La otredad nos habita del mismo modo que en el poema vive la contradicción. Ese podría ser el tema de una futura reflexión en la que se pongan a dialogar nuevamente estos dos pensadores y amantes de la poesía.

Referencias

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1 Aunque aquí afirmamos la unidad entre sonido y sentido y materia y forma, reconocemos, desde luego, que esta es una afirmación controvertible. Si bien no es posible desligar sonido y sentido, no podríamos afirmar exactamente una relación de identidad entre ambos elementos del poema. En El final del poema, Giorgio Agamben señala, por el contrario, que ambos elementos viven en tensión. Para el filósofo italiano, el poema es “un organismo que se funda sobre la percepción de límites y terminaciones, que definen, sin coincidir nunca completamente y casi en diálogo alterno, la unidad sonora (o gráfica) y la unidad semántica” (250). Según esta perspectiva, el poema lírico se funda en una escisión, ya que hay “cisma” entre el sonido y el sentido. Por eso, por ejemplo, el límite métrico difiere del límite sintáctico y la pausa prosódica se distingue de la pausa semántica. Y si bien la pausa sonora del verso también determina el sentido, para Agamben la tensión sostiene el poema y lo distingue del lenguaje prosaico. El filósofo afirma que solo el último verso, el que termina en punto, puede generar la coincidencia entre la pausa sintáctica y la pausa semántica, y por tanto acabar la tensión. Sin embargo, para evitar caer en el ámbito de lo prosaico, el poema se apresura y cae en el silencio antes de generar esta coincidencia (Agamben 257).

2 Octavio Paz tampoco es la excepción en este aspecto. El temple filosófico de su obra no solo refleja un profundo conocimiento de la tradición, sino también un esfuerzo por superarla. Paz es tan cercano al giro lingüístico del siglo XX porque sus reflexiones acerca del lenguaje también lo llevaron a romper con el lenguaje de la metafísica y sus pretensiones de universalidad. Su obra atestigua y hereda las más importantes rupturas por las que atravesó la filosofía a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, razón por la cual Omar Astorga califica su pensamiento como una “reflexión postfilosófica” (142). Según Astorga, Paz es “un pensador que ha ido más allá de las posiciones filosóficas tradicionales” (142), un pensador cuya obra “responde a una posición filosófica que emerge de la crítica a los grandes sistemas metafísicos, en sintonía con el pensamiento y la cultura que se desarrollará en la segunda mitad del siglo XX” (Astorga 142). En este punto se pone de manifiesto la profunda cercanía entre la obra de Paz y la hermenéutica de Gadamer, en tanto que ambos son herederos y partícipes de esta ruptura con la tradición.

3 de La Torre-Cruz señala que en la poesía termina depositándose aquello que le es negado a la filosofía. Mientras que en la reflexión filosófica las formas de la lógica y de la argumentación establecen unos límites, en la poesía “el lenguaje no se angosta sino que se ensancha, evoca y permite hablar de lo que no se puede hablar en otros discursos (la imagen poética), el lugar fundacional del lenguaje y de los alcances nominales del hombre, donde se funden emotividad y racionalidad por igual o al menos no se excluyen” (93).

4 Sepúlveda Llanos parece haber anticipado esta idea cuando señalaba que en la concepción de Paz acerca del lenguaje “decir es ser” (20) y que esta operación trasciende las temporalidades comunes porque “pone al origen en presente, pone al presente en el arco largo del ser, conectado al origen” (20).

5 Esta es una idea que también aparece en la poética hegeliana. Para Hegel, el filósofo alemán, los poetas fueron los primeros en instaurar un ethos. En la Filosofía del arte, Hegel compara la función de la poesía épica en Grecia con la función que tendría una biblia para un pueblo con una religión institucionalizada. Así, La Ilíada, por ejemplo, cumplió una función similar a la que cumple un libro religioso fundamental. Y ciertamente, como lo expresa Marcel Detienne en Los maestros de la verdad en la Grecia arcaica, el poeta griego tenía igual autoridad que el adivino y el rey. Su palabra era “palabra eficaz” (Detienne 104), porque lo que decía le resultaba al ciudadano griego tan real y verdadero como las premoniciones del adivino. En términos gadamerianos, en la antigua Grecia la palabra poética tenía la fuerza de la “realización”; era palabra efectiva que se cumplía e instauraba su propia verdad. Hegel tenía esa misma concepción, y por eso consideraba la poesía un lenguaje “originario”. En sus palabras, el carácter fundador de la poesía residía “en el hablar mismo; no se trata[ba] de costumbre, sino de esa misma creación, poiein” (465).

* Este artículo está vinculado al proyecto de investigación de Maestría en Filosofía titulado “La verdad en la poesía. Una reivindicación de lo poético en diálogo con Hegel y Borges” realizado en la Universidad de Antioquia, sede Medellín.

Como citar: Ruiz Pulgarín, Yulieth Estefanía. “Entre el origen y la pertenencia: consideraciones de Gadamer y Octavio Paz sobre el lenguaje de la poesía”. Discusiones filosóficas, vol. 23, no. 40, Ene. 2022: 167-188. https://doi.org/10.17151/difil.2022.23.40.9.

Recibido: 30 de Noviembre de 2021; Aprobado: 06 de Abril de 2022

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