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Discusiones Filosóficas

versión impresa ISSN 0124-6127

discus.filos vol.23 no.41 Manizales jul./dic. 2022  Epub 17-Ago-2023

https://doi.org/10.17151/difil.2022.23.41.8 

Artículos

El Tractatus de Wittgenstein y la incertidumbre radical

Wittgenstein’s Tractatus and radical uncertainty

Magdalena Holguín-de-Torres1 

1 Universidad de los Andes. Bogotá, Colombia. mholguin@telmex.net.co. orcid.org/0000-0002-4525-646X. https://scholar.google.es/citations?view_op=list_works&hl=es&user=YhDdsrMAAAAJ.


Resumen

En el presente artículo, me centraré únicamente en la ontología del Tractatus porque, a pesar de ser uno de los temas que abandona después de 1930, tiene dos aspectos que quisiera resaltar de manera especial: su carácter relacional, y su afirmación de la contingencia del mundo. Considero que ambos son de interés en sí mismos por su carácter inédito, pero creo, además, que es posible establecer sugerentes relaciones entre ellos y algunas posiciones contemporáneas, tanto de las ciencias naturales como de las ciencias sociales. En el primer caso, haré referencia al libro recientemente publicado de Friedrich Hülster, Introduction to Wittgenstein ́s Tractatus Logico-Philosophicus. Para el segundo, tomaré como punto de partida Radical Uncertainty, publicado el año pasado por John Kay y Marvyn King.

Palabras clave: Tractatus; incertidumbre radical; lógica; ontología; contingencia

Abstract

In this article, the focus is on the ontology of the Tractatus because despite being one of the themes abandoned after 1930, it has two aspects that should be highlighted in a special way: its relational character, and his affirmation of the contingency of the world. Both aspects are of interest in themselves due to their unprecedented nature, but it is also possible to establish suggestive relationship between them and some contemporary positions, both in the natural sciences and in the social sciences. A recently published book by Friedrich Hülster, “Introduction to Wittgenstein’s Tractatus Logico-Philosophicus” will be the reference in the first case. “Radical Uncertainty”, a book published last year by John Kay and Marvin King will be the reference for the second case.

Keywords: Tractatus; radical uncertainty; logic; ontology; contingency

Se ha dicho que Wittgenstein ha sido el único pensador que ha modificado dos veces la filosofía. Los escritos posteriores a 1930, el llamado segundo Wittgenstein o incluso el tercero, han sido ampliamente difundidos, comentados, analizados y criticados y, tal vez por esto, la importancia y originalidad de su primera obra, el Tractatus Logico-Philosophicus, que llega este año a su centenario, ha sido relativamente opacada por esa etapa posterior de su pensamiento. El libro, sin embargo, representa una decidida ruptura con la filosofía tradicional, y muchas de las ideas que expone allí permanecen en el trasfondo de sus investigaciones, así hubiera debido abandonar otras a la luz de los nuevos derroteros filosóficos que adoptó. Quizás fue esta continuidad la que lo llevó a creer en la conveniencia de publicar conjuntamente el Tractatus y las Investigaciones filosóficas, proyecto que nunca se realizó.

En el presente artículo, me centraré únicamente en la ontología del Tractatus porque, a pesar de ser uno de los temas que abandona después de 1930, tiene dos aspectos que quisiera resaltar de manera especial: su carácter relacional, y su afirmación de la contingencia del mundo. Considero que ambos son de interés en sí mismos por su carácter inédito, pero creo, además, que es posible establecer sugerentes relaciones entre ellos y algunas posiciones contemporáneas, tanto de las ciencias naturales como de las ciencias sociales. En el primer caso, haré referencia al libro recientemente publicado de Friedrich Hülster, Introduction to Wittgenstein’s Tractatus Logico-Philosophicus1. Para el segundo, tomaré como punto de partida Radical Uncertainty, publicado el año pasado por John Kay y Mervyn King 2.

1. La desventurada historia del Tractatus

Lo que podríamos llamar la desventurada historia del Tractatus se inicia con el difícil momento en que se terminó su redacción; su autor se encontraba entonces en un campo de prisioneros en Monte Cassino, Italia, después de haberse alistado en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial. Este libro recogía un trabajo de más de seis años que había adelantado en Inglaterra durante sus estudios en Cambridge, principalmente con Russell; estaba convencido, sin embargo, de que nadie lo comprendería. En efecto, las diferentes editoriales a las que acudió en Austria y en Alemania para su publicación al finalizar la guerra se negaron a aceptarlo. Después de haber leído con Russell el Tractatus en Holanda a fines de 1919, pensó que tal vez una reseña del reconocido escritor podría ayudar a que la editorial Reclam de Leipzig lo recibiera. Pero fue tal la decepción que le produjo la introducción de Russell, que decidió que lo publicaría sin ella: “Todo el refinamiento de tu estilo inglés se perdió, obviamente, en la traducción, y no quedó más que superficialidad e incomprensión” (Wittgenstein, Briefe, 110-11), escribió en su momento. Como lo había previsto, Reclam, en efecto, se negó a continuar con la publicación, pero entonces fue Russell, quien se ocupó de gestionar su edición en Inglaterra3 -desde luego con su introducción, así como del envío de la versión original en alemán a Wilhelm Ostwald, editor de Annalen der Naturphilosophie4. Tal publicación llevó, a mi parecer, a un tercer evento infortunado: la interpretación que hizo de esta obra el Círculo de Viena.

Para Wittgenstein, Russell no había comprendido en qué sentido el Tractatus era una respuesta a los problemas de la lógica proposicional que habían discutido durante largo tiempo; esto confirmó su sospecha de que nadie podría entenderlo. Su decepción contribuyó, creo, a que se desentendiera de la suerte de su escrito, y dejara en manos de Russell su posible -o imposible- edición. Russell consideró, de todas maneras, que era un texto valioso y se esforzó por difundirlo. La publicación en los Annalen, por su parte, tuvo consecuencias más graves y desafortunadas. En efecto, el Círculo de Viena mostró un entusiasmo desbordado por el Tractatus, al punto que muchos de sus miembros lo consideraron como la obra que fundamentaba filosóficamente el positivismo o empirismo lógico que suscribían como grupo. No me detendré aquí en exponer los malentendidos a los que condujo esta fervorosa acogida. Luego vendrían las críticas más fuertes y devastadoras de todas: las del propio Wittgenstein, quizás la última desventura de este breve tratado.

2. El Tractatus: una lógica filosófica

Es un lugar común en la bibliografía wittgensteiniana señalar la originalidad de la concepción de la filosofía que aparece en el Tractatus. Ciertamente, el afirmar que la filosofía no es una teoría sino un método para aclarar la lógica del lenguaje, y que sus proposiciones, según estas mismas aclaraciones filosóficas, son sinsentidos, es una idea inédita a la que adhiere en todas sus investigaciones, así más tarde las reglas de la sintaxis lógica, a las que da prioridad en este primer momento, se conviertan posteriormente en reglas de uso de los conceptos, en una pragmática. Sus tesis sobre la lógica son asimismo novedosas para su época; su ataque a la axiomática lógica; a pesar de que tanto Russell como Frege propusieran cada uno axiomas de este tipo, la tesis de que los conectivos lógicos no representan, y su aporte a las tablas de verdad, son todos desarrollos independientes que incluso actualmente suscitan interés.

El Tractatus es, como lo indica el nombre sugerido por Moore, un tratado de lógica filosófica. Wittgenstein había pensado inicialmente llamarlo, sencillamente, La proposición. Aquello en lo que llevaba años trabajando antes de su redacción y que compartía con Russell eran, precisamente, los problemas relativos a la lógica proposicional. La idea russelliana de que la forma lógica de una proposición no coincide con su forma gramatical había llevado a desarrollos insospechados, como la introducción de la lógica simbólica, pero también a una serie de problemas teóricos que aún no estaban resueltos5. Las aporías que resultaron de la teoría de las clases y otras dificultades que surgieron con la publicación de Principia Mathematica entre 1910 y 1913 suscitaron interrogantes que, a juicio de Wittgenstein, habían sido insatisfactoriamente abordados. De ahí su entusiasmo al comunicarle a Russell que había resuelto “definitivamente” estos problemas, que consistían, esencialmente, en aclarar la lógica de las proposiciones, garantizando su decidibilidad -la posibilidad de determinar su verdad o falsedad- y evitando, a la vez, el platonismo en el que desemboca Russell6.

A pesar de su extrañeza y complejidad, el Tractatus tiene una estructura relativamente sencilla: primero se establecen las condiciones de sentido y de verdad de las proposiciones. Una vez establecidas estas condiciones-los aspectos esenciales de la lógica proposicional- Wittgenstein procede a considerar las consecuencias de estas condiciones para el resto de las proposiciones: las proposiciones de la lógica (incluida la matemática), la ciencia, la ética, la estética, y la filosofía, para concluir que, con excepción de las proposiciones empíricas particulares, todas las demás son pseudo-proposiciones o sinsentidos7, pues no satisfacen los requisitos de una auténtica proposición.

Siguiendo a Bouveresse, en su interesante libro sobre esta primera obra de Wittgenstein, su intención filosófica primordial podría verse como topológica8, más que como una propuesta teórica. En efecto, quizás uno de sus principales objetivos sea determinar el lugar de lo lógico y de lo empírico en las proposiciones, aquello a lo que, en escritos posteriores, se refiere como el deslinde entre los rasgos del aparato descriptivo y lo descrito. Así, las condiciones de sentido de una proposición son lógicas, pues se refieren a la común estructura lógica entre el estado de cosas y la proposición que lo describe; sus condiciones de verdad, por el contrario, no pueden serlo: ninguna proposición es a priori verdadera. Por eso es necesario contrastar el estado de cosas descrito con la realidad para saber si efectivamente se da. Al ser estos estados de cosas empíricamente posibles, las figuras que nos hacemos de ellos serán siempre decidibles respecto de su verdad -serán necesariamente verdaderas o falsas- pues los estados figurados ocurren o no lo hacen.

3. La ontología del Tractatus

La ontología es, indudablemente aquella parte del Tractatus que Wittgenstein decididamente abandona en sus escritos posteriores; habría, sin embargo, dos aspectos de ella que, incluso actualmente, resultan de particular interés. Siguiendo a Frege, Wittgenstein considera que la filosofía se reduce a la ontología y a la lógica. A diferencia de Russell, cree que la epistemología, en la medida en que se ocupa de los procesos de conocimiento y de asuntos como la percepción, pertenece propiamente a la psicología; la ética y la estética, que son lo mismo por referirse a valores, no son objeto de ninguna teoría. Y las ciencias naturales no guardan relación alguna con la filosofía.

La lógica, en este caso la lógica de la proposición, o lo que se conoce como figuración, exige como fundamento una ontología y es por ello por lo que, en el Tractatus, se la plantea desde una aproximación trascendental, esto es, la necesidad de determinar cuáles son las condiciones de posibilidad de un lenguaje con sentido. En otras palabras, ¿cómo debe ser el mundo para que podamos hacernos figuras verdaderas o falsas de él? Así, aun cuando el libro se inicia con la ontología, esta es solo una consecuencia lógica de la figuración.

Respecto a algunos de sus rasgos específicos, y es en ellos que quisiera centrarme -su carácter relacional y su contingencia radical-, esta ontología presenta interesantes rupturas con formas más tradicionales de concebir la realidad.

3.1 Una ontología relacional

Si bien puede decirse, en general, que la ontología del Tractatus es una versión del atomismo lógico, estos átomos o unidades ontológicas mínimas ya no habrán de ser objetos, sino estados de cosas, esto es, objetos en determinadas relaciones. “El mundo es todo lo que acaece” (T 1); “El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas” (T 1.1); “El mundo se descompone en hechos.” (T 1.2)

Esto significa que, desde el comienzo, su concepción del mundo es relacional, solo conocemos los objetos en sus diferentes configuraciones, pues solo en ellas tienen propiedades y puede decirse algo de ellos. “...Tampoco podemos representarnos objeto alguno fuera de la posibilidad de su conexión con otros.” Del objeto en sí mismo no podemos ni saber ni decir nada, pues se trata únicamente de un concepto formal, aquello que en la proposición tiene referencia directa y corresponde al nombre: “Así, el nombre variable “x” es el signo genuino del pseudo-concepto objeto.” (T 4.1272) Su forma “es la posibilidad de ocurrir en estados de cosas” (2.0141); son simples y forman la sustancia del mundo, sin la cual sería imposible garantizar el término del análisis, como tampoco la total independencia del hecho respecto a otros hechos.

El mundo, la totalidad de los hechos, esto es, de los estados de cosas que efectivamente se dan, determina también cuáles no se dan. Este mundo, entonces, consiste en configuraciones particulares, cada una de las cuales puede acaecer o no acaecer, y el resto permanece igual. “Los estados de cosas son independientes unos de otros” (2.061); “Del darse o no darse efectivo de un estado de cosas no puede deducirse el darse o no darse efectivo de otro” (2.062).

Sobre el carácter relacional de los hechos, creo conveniente hacer una precisión. El sentido de la figura, esto es, de la proposición elemental, es el estado de cosas empíricamente posible que describe una determinada conexión de objetos. Lo que comparten la figura y lo figurado es una forma lógica, la estructura de la configuración. Wittgenstein dice que la proposición afirma que se da esa específica relación entre objetos, con lo cual podríamos inferir que se trata de una estructuración particular, por oposición a otras posibles. No obstante, la idea del lenguaje como espejo del mundo ha sido repetida incansablemente en los comentarios sobre Wittgenstein9. Según esta posición, existiría un isomorfismo entre el lenguaje y el mundo; se trata de una concepción que -quizás erradamente- no comparto. Si lo entiendo correctamente, únicamente comparten la forma lógica una proposición elemental y un estado de cosas posible; únicamente en este sentido específico puede hablarse de un isomorfismo entre el lenguaje y el mundo. Sin embargo, como tales estados son, por definición, particulares, no sería adecuado decir que sea el mundo el que tenga una estructura lógica que comparte con el lenguaje. Si se lo piensa como un espejo, sería más bien como los fragmentos de un caleidoscopio. Cuando se suscribe la tesis del reflejo, sin embargo, tanto el lenguaje como el mundo tendrían una única forma lógica. De ser así, sería difícil negar relaciones lógicas entre los hechos que lo conforman, esto es, negar relaciones empíricamente necesarias (la causalidad) y afirmar la radical contingencia del mundo. El espejo, por decirlo así, solo refleja una determinada conexión o articulación de objetos que puede o no ocurrir; no refleja el mundo, ni podría hacerlo. De ahí el énfasis que se hace en el Tractatus en que el estado de cosas tiene una estructura determinada - no cualquiera, y tampoco una estructura general.

También a propósito del carácter relacional de la ontología, creo que es del mayor interés el libro recientemente publicado de Friedrich Hülster, Introduction to Wittgenstein ́s Tractatus Logico-Philosophicus, mencionado en la introducción. Hülster fue un físico que carecía de formación en filosofía, pero se interesaba enormemente por el lenguaje. Su lectura del Tractatus lo llevó a redactar un breve manuscrito, en el que intenta describirlo en sus propias palabras.

Unos de los puntos más esclarecedores de la comprensión de Hülster son aquellos apartes donde se refiere a la ontología tractariana. Para él, Wittgenstein adoptaría, en relación con la determinación de los objetos simples, el procedimiento que utiliza la física contemporánea. Así, en esta disciplina, aunque inicialmente se pensó que el elemento más simple de la física era el átomo, ulteriores análisis hallaron elementos más simples y, finalmente se llegó a la idea, semejante a la de Wittgenstein, de que solo se podía hablar de los elementos más simples en sus interrelaciones con otros, en lugar de tratar de identificar lo que son en sí mismos. Por esta razón, la reticencia de Wittgenstein a dar ejemplos de objetos simples y de proposiciones elementales obedecería a la idea de que resulta imposible determinar a priori el término del análisis, más allá de la exigencia, estrictamente lógica, de que termine en lo simple. Ambas nociones, la idea de que no podemos excluir la posibilidad de que posteriores análisis conduzcan a otros elementos “aún más simples”, por decirlo así, como aquella de que estos elementos más simples sólo son plenamente conceptualizables en sus mutuas relaciones, nos muestra fascinantes analogías posibles entre el pensamiento wittgensteniano y la física contemporánea.

Por otra parte, y esta vez en relación con la figuración, Hülster nos da también luces sobre otra forma de comprender esta idea. En este caso, recurre a su experiencia en la oficina de patentes para mostrar cómo en ella se presenta primero un diagrama que contiene únicamente los principales componentes del aparato que se desea patentar, por ejemplo, una máquina. Posteriormente, se incluyen diagramas sobre cómo estos componentes se relacionan entre sí, también de una manera muy esquemática y, únicamente en las etapas finales del proceso se presentan los detalles más específicos de su construcción y de sus elementos adicionales. Considera entonces Hülster que, dada su experiencia (y probablemente la de Wittgenstein) con la mecánica, la mejor manera de comprender las figuras sería como este tipo de diagramas generales, por la forma como se establece la correspondencia entre sus componentes y las relaciones lógicas que se dan entre ellos. Su perspectiva resulta refrescante, en el sentido de que una persona, ajena por completo a la filosofía, puede explicar en términos sencillos pero esclarecedores aquello que muchos de nosotros hemos tenido tanta dificultad en entender.

3.2 La contingencia del mundo

“Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esa noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo” (Camus 42). Esta frase de Albert Camus, que aparece casi al final de El Extranjero, es para mí una de las más bellas imágenes de cómo lo que sucede en el mundo es por completo ajeno a nuestros designios e imposible de modificar.

La mayor parte de la tradición filosófica, dentro de la cual la filosofía se consideró a sí misma como una ciencia, así como en la evolución misma del pensamiento científico, la importancia de la causalidad, o del principio de razón suficiente, que solo relativamente tarde vino a distinguirse de los principios de la lógica, dependió, en gran medida, de su eficacia para reducir la contingencia. De cierta manera, uno de los objetivos de estos enormes esfuerzos intelectuales era el de someter al control de la razón y de la predicción la aleatoriedad de lo empírico, y poder dar cuenta de la experiencia de una manera que disminuyera su arbitrariedad. Hasta fines del racionalismo, la idea de Dios, con independencia de las creencias personales de los filósofos, no fue más que el recurso utilizado por pensadores como Descartes, Leibniz e incluso por Kant, para tener la garantía de que, al menos para una mente que no estuviera limitada por la finitud humana, lo contingente sería necesario, las verdades de hecho serían verdades de razón.

Desde esta perspectiva, la lucha del conocimiento por colonizar cada vez mayores sectores de la experiencia podría verse guiada por la necesidad -evolutiva e intelectual- de predecir, tanto como sea posible, lo que pudiera acontecer y prepararse para ello. Si bien podríamos pensar que la ciencia natural ha conseguido, en buena parte, este propósito, como bien lo muestra Wittgenstein al final del Tractatus, y como lo explica en gran detalle en sus escritos posteriores, las explicaciones causales son siempre hipotéticas: “Que el sol vaya a salir mañana es una hipótesis, y esto quiere decir que no sabemos si saldrá.” (6.3631). “A toda la visión moderna del mundo subyace el espejismo de que las llamadas leyes de la naturaleza son las explicaciones de los fenómenos de la naturaleza. Y así se aferran a las leyes de la naturaleza como a algo intocable, al igual que los antiguos a Dios y al destino.” (6.371/372).

Incluso en las ciencias estamos, entonces limitados a buscar una probabilidad cada vez mayor, pero eso es todo. “Solo hay una necesidad lógica.” (6.37) Wittgenstein desarrolla esta proposición de la siguiente manera: “Todo inferir sucede a priori” (5.133). “Del darse efectivo de un estado de cosas cualquiera no se puede, en modo alguno, deducir el darse efectivo de otro enteramente distinto (5.135); “No hay un nexo causal que justifique tal deducción” (5.136).

Hume fue uno de los primeros pensadores en poner en duda la necesidad lógica de las relaciones causales. Afirma que lo único que puede efectivamente percibirse empíricamente es una secuencia temporal, esto es, que a A por lo general se sigue B. Esta relación de antecedente y consecuente, a diferencia de las inferencias lógicas, sí tiene una necesidad, pero tal necesidad es únicamente psicológica, creada por el hábito de percibir una repetida concomitancia. Es posible que Wittgenstein no conceda siquiera esta necesidad -la psicología no hace parte de la filosofía, y “...La creencia en el nexo causal es la superstición” (5.1361).

El enorme avance de la ciencia en el siglo XX y XXI, sin embargo, dio un nuevo impulso al predominio de los modelos científicos, confirmando la idea wittgensteiniana de que su época (y la nuestra) estaba marcada por la ciencia. Como lo dice al comienzo de las Investigaciones filosóficas, la cabal comprensión de sus escritos posteriores exigiría un profundo cambio de sensibilidad, alejado de este paradigma omnipresente. Sin embargo, tal como lo previó, hemos visto cómo se ha extendido el uso de los modelos matemáticos y estadísticos, no solamente en las ciencias naturales, sino en muchas de las ciencias sociales (no somos únicamente los filósofos quienes tenemos el modelo de la ciencia ante los ojos).

En relación con esta extensión de las ciencias naturales y exactas a las ciencias sociales, el libro que mencioné al comienzo de este artículo, Radical Uncertainty muestra, no solamente las limitaciones de los modelos matemáticos y estadísticos en una ciencia social como la economía, sino la forma como impiden una comprensión de los fenómenos que se intenta explicar con ellos. El punto de partida de la reflexión de sus autores fue la incapacidad de todos los modelos económicos de prever la crisis financiera de 2007-8. De acuerdo con ellos, el predominio de la racionalidad axiomática, así como el uso de la econometría, unidos al auge de la razón probabilística en la toma de decisiones durante las dos últimas décadas, han llevado a la errónea creencia de que lo que se aplica limitadamente dentro de un modelo puede extrapolarse sin más al mundo real. En estos modelos, sin embargo, las condiciones son estables y han sido fijadas de antemano, como sucede en los juegos. Pero, “en un mundo de incertidumbre radical, los problemas rara vez están especificados completamente”; por lo tanto, “confundir una probabilidad como se la calcula dentro de un modelo con una probabilidad en el mundo del que el modelo pretendió ser una representación,” es una grave equivocación.

Un aspecto interesante del análisis es la comparación entre el funcionamiento de los modelos matemáticos en la física y su aplicación a otras disciplinas, donde las condiciones son por completo diferentes, entre otras razones porque incluyen actividades desarrolladas por los seres humanos que inciden sobre sus posibles resultados, y tales acciones no son previsibles, pues no obedecen, como quisiera creerlo la racionalidad probabilística, a ningún cálculo. El interesante ejemplo que dan es el del presidente Obama enfrentado a la decisión de dar la orden de asaltar el lugar donde presuntamente se encontraba Osama bin Laden. Para ayudar en la decisión, sus asesores le presentaron una serie de análisis probabilísticos. Obama, sin embargo, los rechazó con el argumento de que no se trataba de probabilidades. En efecto, no había sino dos posibilidades: o estaba allí o no estaba. La idea, entonces, de asignar probabilidades solo ocultaba el hecho sencillo de que no había más que una opción, y que la decisión no podría escudarse en un conjunto de cálculos.

Este caso nos muestra, en primer lugar, las limitaciones de aquellas teorías sobre el comportamiento que se basan en el presunto cálculo racional de probabilidades para todos los eventos posibles, pues tal cosa es fácticamente imposible y teóricamente absurda. En segundo lugar, evidencia cómo aquello que se presenta como un instrumento para la toma de decisiones está, en realidad, ocultando lo que realmente sucede y dando la falsa impresión de que se adopta una decisión basada en datos científicos. Finalmente, no podemos desconocer las implicaciones éticas que tiene esta posición, pues en lugar de asumir la responsabilidad que nos cabe por las decisiones, correctas o erradas, que adoptemos, permite atribuirla a algo ajeno y presuntamente objetivo como sería un cálculo de probabilidades.

Por otra parte, la idea de que nuestra mente se asemeja en su operación a la de un computador, así como aquella de que el razonamiento matemático es “mejor” que otros tipos de raciocinio, nos impide ver que, frente a la incertidumbre radical -en términos de Wittgenstein, la irreductible contingencia del mundo- la forma más indicada de tomar decisiones es recurrir a otros tipos de racionalidad práctica, y ver con claridad que todos nuestros avances han dependido de la inteligencia colectiva.

El primer paso para un mejor entendimiento de los fenómenos económicos -y probablemente de los fenómenos sociales en general es, según estos autores, preguntarnos, “¿Qué ocurre aquí”- ¿qué es el caso y qué no lo es? Se parte entonces de allí para contextualizar los problemas y buscar colectivamente soluciones que, desde luego, no serán exactas, pero sí suficientes. Los autores apelan entonces a diversos tipos de racionalidad, diferentes de la racionalidad axiomática y probabilística, para insertar la toma de decisiones, ante la incertidumbre, dentro de la razón práctica y sus diversas modalidades. El uso indiscriminado de modelos matemáticos y estadísticos, además de ofrecernos la ilusoria certeza de su precisión, nos impide identificar los rasgos distintivos de la situación, las particularidades del contexto, todos aquellos aspectos que nos permitirían una adecuada evaluación y la búsqueda de las mejores soluciones, mejores por su adecuación y posible implementación, no por su exactitud teórica.

Podríamos decir, entonces, que la clara delimitación entre lo lógico y lo empírico, tal como la elabora Wittgenstein en el Tractatus, y una clara distinción de los problemas a los que se aplicarían los modelos, no solo evita una mala comprensión de lo que sucede, sino que contribuye a adoptar medidas más adecuadas. Para esto, sin embargo, es preciso aceptar de antemano la contingencia - la incertidumbre radical, y no hay ejemplo más triste de ella que el fracaso de predecir una pandemia universal como la que nos golpea y sigue causando estragos en todo el mundo.

Para finalizar, a pesar de todas las críticas que válidamente se puedan hacer al Tractatus, es preciso reconocer que muchas de sus ideas sobre la filosofía, sobre la lógica y sobre el deslinde de ámbitos diferentes que exigen tratamientos diferenciados tienen todavía, con algunos matices, plena vigencia.

Referencias

Camus, Albert. El Extranjero. Madrid: Taurus, 1942. Impreso. [ Links ]

Flórez, Alfonso, Holguín, Magdalena y Meléndez, Raúl. Del espejo a las herramientas. Bogotá: Siglo del Hombre, 2003. Impreso. [ Links ]

Hülster, Friedrich. Introduction to Wittgenstein’s Tractatus Logico-Philosophicus, Tr. W. E. O’Hea, Ed. Ingrid Trumper & Klaus Trumper. Amazon, 2019. Print. [ Links ]

Kay, John y Mervyn, King. Radical Uncertainty. Londres: W. W. Norton & Company, 2020. Print. [ Links ]

Wittgenstein, Ludwig. Tractatus Logico-Philosophicus. Routledge & Kegan Paul, Ltd.; Tr. De Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera. Alianza Editorial S.A., 1993. Impreso. [ Links ]

______. Briefe. Suhrkamp, 1980. Print. [ Links ]

1 Hülster se graduó en Física en la Universidad de Colonia en 1933 y trabajó la mayor parte de su vida en compañías donde adelantó investigaciones sobre la tecnología de los tubos al vacío. Con la llegada de nuevas tecnologías, pasó a la oficina de patentes de la compañía francesa donde trabajó desde su huida de Berlín en 1947 hasta su jubilación. Esta edición corresponde a la traducción al inglés de un manuscrito inédito, hallado en una caja por los sobrinos-nietos del autor después de su fallecimiento.

2 Los autores son importantes figuras del pensamiento económico contemporáneo, el primero director de la Escuela Saïd de Negocios de Oxford, y el segundo director del Banco de Inglaterra de 2003 a 2013.

3 La editorial Kegan Paul publicó entonces una edición bilingüe con la versión inglesa de C. K. Ogden, sustituida en la edición de 1961 de Routledge & Kegan Paul por aquella muy mejorada de D.F. Pears y B.F. McGuiness.

4Annalen der Naturphilosophie era una prestigiosa revista de la Universidad de Leipzig. Aun cuando Wittgenstein desconfiaba de Ostwald e incluso llegó a pensar que éste podría modificar el texto, la publicación se llevó a cabo con imprevistas y, en mi opinión, infortunadas consecuencias.

5 Aun cuando Wittgenstein pudiera discrepar de muchas de las ideas de Russell sobre la epistemología y sobre su aproximación al problema del significado, es indudable que, sin la revolución que representa la lógica simbólica de Russell en Principia Mathematica, siendo la lógica una disciplina que permanecía prácticamente igual desde Aristóteles, sus aportes no habrían sido posibles.

6 Para Wittgenstein, uno de los errores de Russell es adoptar una teoría referencial del significado, según la cual el sentido de la proposición es el hecho que representa. Además de las dificultades que entrañarían entonces las proposiciones que incluyen conectivos lógicos, como las proposiciones negativas, las proposiciones generales, etc., toda proposición con sentido sería ipso facto verdadera, pues describe un hecho.

7 Wittgenstein utiliza estos términos en un sentido técnico y no peyorativo: son pseudo proposiciones, pues tienen la forma de una proposición, pero no dicen nada y, por lo tanto, son sin-sentidos.

8 A este respecto, podemos recordar la metáfora que utiliza Wittgenstein sobre ordenar los libros en una biblioteca. Al utilizar esta imagen, quiere decirnos que encontrar el lugar correcto de unos pocos ejemplares es ya en sí mismo una tarea ardua, semejante a la de despejar así sea solo algunas de las confusiones en las que abunda la filosofía.

9 Del espejo a las herramientas (Bogotá: Siglo del Hombre) es el título que lleva la colección de ponencias presentadas con ocasión del Congreso sobre Wittgenstein realizado en 2001 en la Universidad Nacional, queriendo señalar, precisamente, el presunto tránsito del Tractatus a las Investigaciones filosóficas.

Cómo citar: Holguín, Magdalena. El Tractatus de Wittgenstein y la incertidumbre radical. Discusiones Filosóficas. Jul. 23(41), 2022: 141-153. https://doi.org/10.17151/difil.2022.23.41.8.

Recibido: 17 de Marzo de 2022; Aprobado: 30 de Mayo de 2022

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