INTRODUCCIÓN
La disolución de la Unión Soviética trajo consigo grandes desafíos en Rusia: luego de ser el eje central de la superpotencia que fuera la URSS, la Rusia post-soviética se veía enfrentada a una crisis económica profunda, redes de corrupción que permeaban el Estado, y grandes oligarcas que concentraban buena parte de la riqueza (Bullough, 2014). En dicho sentido, la transición al capitalismo se convirtió en un proceso traumático, al cual Boris Yeltsin, primer Presidente de la Federación Rusa, no le estaba dando una orientación efectiva.
En este orden de ideas, hacia el final del mandato de Yeltsin (1999), “Rusia había entrado en cesación de pagos de su deuda, los salarios de empleados del sector público y las pensiones se pagaban, con suerte, con meses de atraso. La infraestructura básica se desmoronaba” (Bullough, 2014). De igual manera, “el otrora poderoso ejército ruso había perdido la guerra en Chechenia, un lugar con menos habitantes que el número de soldados rusos” (Bullough, 2014).
Es en este escenario de crisis donde hace su aparición Vladimir Putin (1999), inicialmente como Primer Ministro de Yeltsin, y posteriormente como Presidente (Bullough, 2014). Con una línea clara de acción, su objetivo se ha concentrado en “restaurar la estabilidad, frenar lo que llamó las "revoluciones" que habían hundido a Rusia. Su política exterior era recuperar el lugar de Rusia en los asuntos mundiales” (Bullough, 2014)
Desde entonces, Putin ha centrado sus esfuerzos en la reconstrucción de Rusia, o mas bien, en devolver el pasado glorioso consagrado en la historia durante las épocas de prosperidad, tanto en la era soviética como en la Rusia zarista. “Putin restauró los símbolos soviéticos: el himno nacional y los emblemas y elogió el triunfo soviético en la Segunda Guerra Mundial. Pero también adoptó algunos objetivos de la era pre-soviética” (Bullough, 2014)
En dicho sentido, el interés ha sido depositado en encontrar un factor que identifique a los rusos y que determine un lugar común a donde ir, sin embargo, el discurso nacionalista también ha sido empleado para ocultar problemas económicos y sociales, además de radicalizar a la sociedad en contra de grupos a los cuales se les achacan los males del país, como extranjeros que provienen de repúblicas ex-soviéticas u homosexuales, e incluso a las potencias occidentales.
Asimismo, poco a poco se ha ido forjando la idea de que el pueblo ruso trasciende más allá de las fronteras nacionales, por lo que el Gobierno tiene el deber de proteger a los compatriotas que, a pesar de vivir en las naciones que una vez integraron la URSS, comparten fuertes lazos con Rusia. Esta es la población ruso-parlante, que, a pesar de ser ciudadanos de otros estados, se identifican más con Rusia que con sus países. Esta situación ha generado una gran tensión con sus vecinos de Europa, pues tras el argumento nacional, Rusia se anexó la Península de Crimea y apoya grupos rebeldes en Ucrania (Schifrin, 2017).
Bajo este contexto, el principal argumento para la dirección de la política exterior ha sido la defensa del interés nacional, y éste ha venido en aumento y calando entre la población. Laruelle (2015) explica que dicha situación más bien es un mecanismo para justificar las acciones emprendidas, las cuales responden a otros intereses políticos (Laruelle, 2015). Así las cosas, en Rusia actualmente se está dando una exacerbación del nacionalismo y el Gobierno está implicado en ello, especialmente el Presidente, quien no ha escatimado en defender a viva voz que Rusia debe recuperar la grandeza que históricamente ha detentado.
Por tanto, en este artículo se pretende generar una respuesta aproximada a cómo el Gobierno de Vladimir Putin ha utilizado una retórica nacionalista en la toma de decisiones políticas a nivel doméstico, y en política exterior cómo influyó esto en la confrontación con Ucrania e influye en la tensión existente con los países bálticos.
De tal manera, se pretende conocer las características principales del nacionalismo que ha tenido lugar durante el Gobierno de Vladimir Putin en Rusia, a través del análisis de los discursos oficiales y la identificación de la coherencia entre dicho discurso y la toma de decisiones de política exterior y en política doméstica, para comprender en qué medida el Presidente Putin puede estar instrumentalizado el nacionalismo para obtener apoyo en su Gobierno en la búsqueda de intereses estratégicos.
Así mismo, establecer las características del nacionalismo que se ha desarrollado durante el Gobierno de Putin en Rusia ayuda a explorar el respaldo en la toma de decisiones, incluso si ejecutarlas ha resultado costoso en términos de recursos o vidas humanas. De esta manera se podría determinar si tal postura se ha constituido en un “as bajo la manga” en momentos de crisis o impopularidad. En esta medida, resulta relevante para comprender cómo un discurso patriótico puede ser instrumentalizado para gobernar.
Igualmente, vale la pena observar cómo una ideología que parecía superada, el auge nacionalista, bien podría continuar vigente como instrumento político, y que en el caso ruso se ha materializado con la búsqueda de una identidad propia y el uso de la fuerza.
Delimitación teórica del nacionalismo y el nacionalismo en Rusia
En torno al nacionalismo en Rusia, hay distintas aproximaciones encaminadas a explicar las características del fenómeno. Por ejemplo, de acuerdo con March (2012), existen tres “caras” del nacionalismo ruso, a saber, una oficial, una cultural y una política. La faceta oficial “representa los enfoques estatales, los discursos y la ideología expuestos en las declaraciones del Kremlin, en las directrices presidenciales y en las doctrinas de política exterior” (p 403).
Por su parte, la faceta cultural se refiere a “la defensa y activación de la comunidad histórica” (March, 2012, p 403) y se encuentra enfocado en resaltar “los aspectos históricos, morales y sociales de un estilo de vida nacional "ruso" distinto y así construir un sentido de solidaridad nacional” (March, 2012, p 403). Y tercero, el nacionalismo político, el cual, parafraseando a March (2012), está encaminado a capturar determinados entes del Estado a través de la retórica nacionalista, en otras palabras, “la movilización electoral y social en torno a motivos nacionalistas” (p 403).
En igual sentido, Laruelle (2011) menciona características similares a las expuestas por March (2012) para el nacionalismo ruso en sus facetas cultural y política, pero haciendo énfasis en que el sentimiento nacionalista es alimentado por las élites para crear cohesión entre los ciudadanos para afrontar las crisis. De esta manera, el nacionalismo “se alimenta con los traumas sufridos después de la desaparición de la URSS, que llevaron a la sociedad rusa a anhelar una cierta modernización autoritaria”. (Laruelle, 2011, p 64)
Para Álvarez (1996), quien trae a colación el análisis de Erick Hobsbawn sobre la nación, ésta denota una construcción imaginaria, “utopías compensatorias, instrumentalizadas al servicio de fines políticos” (Álvarez, 1996, p 180). Es decir, que la idea de nación tiene un fin movilizador según el interés político.
En este orden de ideas, el nacionalismo (Maiz, 2006) desempeña en último término un papel político que puede conllevar a consolidar el Estado. Sin embargo, en cuanto a éste último punto, existe una dicotomía que diferencia la consolidación estatal entre Oriente y Occidente con base al nacionalismo, señalada por Máiz (2004), y es la existencia de un nacionalismo cívico y uno étnico. El primero hace referencia a “un nacionalismo positivo, el de Occidente, (…) inclusivo y político; y otro negativo, el de Oriente, étnico, reaccionario y excluyente” (p 1).
Así pues, Máiz (2004) trae a colación a Hans Kohn, y señala que “el nacionalismo occidental es fundamentalmente político, en razón de su base institucional cívica y de clase (hegemonía burguesa)” (p 2), por su parte, en Oriente el nacionalismo “debido a la ausencia de ambos fundamentos tanto institucional (autocracia absolutista), como clasista (hegemonía de nobleza terrateniente), resulta esencialmente étnico, orgánico, fundamentado en la diferencia cultural elaborada por los intelectuales nacionalistas” (Máiz, 2004, p 2)
Expuesto lo anterior, cabe decir que Máiz (2004), en la elaboración de las tipologías de nacionalismos contemporáneos, pone de manifiesto cómo el nacionalismo puede coactar el ejercicio político en beneficio de un grupo, o más bien en beneficio de una idea de nación en concreto. Esto lo denomina el Estado nacionalizador.
De esta manera, Máiz (1997), citando a Brubaker, señala que “Estado nacionalizador, se caracteriza por considerar al Estado al servicio de y para una específica nación, cuya lengua, cultura y posición demográfica, y cuyo bienestar económico y hegemonía política deben ser protegidas y promovidas por el poder político” (p 483)
El nacionalismo en el Gobierno de Vladimir Putin
El nacionalismo en Rusia presenta las características esbozadas por Máiz (1997) en cuanto al Estado nacionalizador, en el que una idea específica de nación debe ser protegida, y a ella se le deben garantizar sus intereses. También se puede encontrar lo expresado por March (2004), que menciona que el sentimiento patriótico puede ser utilizado por las élites para movilizar a la sociedad en virtud de sus intereses.
Bajo este contexto, vale decir que en febrero de 2018 el Presidente Vladimir Putin presentó una nueva tecnología de misiles, capaces de evadir cualquier sistema de detección. Una muestra de su interés en proteger su nación. La tecnología fue descrita por como “un misil crucero intercontinental y un torpedo nuclear que podría burlar todos los sistemas americanos de defensa” (MacFarquhar, 2018). Así pues, según se señala en un artículo del New York Times (2018), el anuncio del Presidente estaba encaminado a “despertar las pasiones patrióticas de los rusos” (MacFarquhar, 2018), lo cual, sigue el artículo, está enmarcado en vísperas de elecciones, en las que Putin buscaba su reelección.
De igual manera, en su discurso, el Presidente recordó que “el fortalecimiento militar tomaba lugar incluso si el gobierno estaba invirtiendo grandes sumas de dinero en mejorar la calidad de vida” (MacFarquhar, 2018) de los rusos. El desarrollo armamentístico, es una “respuesta a lo que él llamó el repudio al control de armas por parte de los Estados Unidos y sus planes por una mayor construcción armamentística” (MacFarquhar, 2018).
Lo anterior, es un ejemplo de una de las características principales que ha tomado la política exterior rusa con el Presidente Putin, y es el esfuerzo que ha mostrado en mantener la imagen de una Rusia fuerte, en una dinámica de confrontación con “Occidente”. En este orden de ideas, dicho curso de acción se ha basado en gran medida en una idea de nacionalidad claramente definida, y que según March (2012), se centra en la defensa del Estado sobre todas las cosas.
Para March (2012) “la nacionalidad oficial contemporánea expone un nacionalismo relativamente claro, moderado y pro-europeo, que, sin embargo, entra en conflicto con el énfasis (…) sobre la primacía del Estado” (p 11). De esta manera, el nacionalismo moderado, sigue el autor, “se ve aún más socavado por la marcada cultura antioccidental (…) expuesto por los medios pro-Kremlin” (March, 2012, p 11).
En este sentido, desde la postura oficial se ha fijado una distinción de Rusia con el resto de Europa, ya que si bien para el Kremlin son “inequívocamente un estado europeo y parte de la civilización europea” (March, 2012, p 11), su soberanía la coloca “aparte, con una Europa Mayor antiliberal que muchos países de la Unión Europea no reconocerían” (March, 2012, p 11).
En una serie de reportajes para la PBS NewshHour sobre el Gobierno de Putin en Rusia, Nick Schifrin (2017) intenta develar la nueva identidad que se ha afianzado desde la llegada del presidente al poder. Este reportaje obtuvo el apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting, se desarrolló en 12 ciudades y se realizaron 40 entrevistas (Schifrin, 2017).
En este orden de ideas, cabe decir que en el reportaje, que inicia en la ciudad de Krasnodar, se señala que “la nueva identidad rusa es una combinación de religión, viejas tradiciones rusas y un redescubrimiento del patriotismo” (Schifrin, 2017). Esto lo confirma, la entrevista realizada por Schrifin (2017), al Arcipreste ortodoxo Ivan Garmash, quien señala que “ser buen cristiano es la única manera de ser un buen ruso (…) Es Estado y su fe están unidas. No se pueden separar. Los valores de la Iglesia y del Estado coinciden” (Schifrin, 2017).
Bajo este contexto, Schifrin (2017), en la entrevista con el Arcipreste, lo cuestiona sobre la posición que ha asumido la Iglesia Ortodoxa en relación con el gobierno. Dado que Putin ha dado cobijo a los valores tradicionales, la Iglesia rusa ha gozado de especial protección durante su gobierno, al formar parte de la identidad que se ha venido construyendo en torno al ciudadano ruso. De esta manera, “la Iglesia Ortodoxa critica los valores liberales occidentales como herejías, mientras que los sacerdotes ortodoxos bendicen las armas rusas y aprueban a Putin política y personalmente” (Schifrin, 2017), a lo que se le suma que la “fe del presidente incremente su popularidad” (Schifrin, 2017).
En tal medida, la unión entre la Iglesia Ortodoxa y el Presidente ha servido como instrumento de acercamiento a las personas. Como el Arcipreste señala, “él (Putin), es un hombre religioso, y toma parte en el trabajo divino con las personas en las iglesias. Lo que el Presidente hace, lo que el Gobierno hace, por supuesto, nosotros lo apoyamos, porque el actúa conscientemente y honestamente” (Schifrin, 2017).
Por otra parte, un aspecto fundamental en la construcción identitaria rusa es la nación. Con el Presidente Putin “la nacionalidad oficial rusa contemporánea tiene fuertes continuidades con el pasado zarista y soviético” (March, 2012, p 12). Es decir, se ha dado una construcción que retoma aspectos tanto del Imperio como de la era soviética, sin intentar disimular u olvidar el pasado.
Tal como se había mencionado antes, “es un nacionalismo conservador que venera, justifica y está subordinado a los intereses del Estado” (March, 2012, p 12). Es por ende un nacionalismo instrumentalizado para la preservación el estado de las cosas según los intereses gubernamentales: “la nacionalidad oficial contemporánea se centra principalmente en lograr la estabilidad interna y el orden mediante la inculcación de la lealtad a las autoridades frente a las amenazas externas” (March, 2012, p 12).
Ahora bien, dicho nacionalismo ha incorporado a su vez nuevos elementos, por ejemplo, “el enfoque en el pragmatismo y la modernización económica, el secularismo y la adopción selectiva de la retórica de la democratización” (March, 2012, p 12). Pero lo fundamental se ha concentrado en la supremacía del Estado, en el que por la preservación del orden y la protección de las amenazas externas se ha recurrido al sentimiento patriótico.
Lo anterior es evidenciado en el reportaje de Schifrin (2017) en el que entrevista al manifestante Yevgeniy Greishen, quien señala que “si el régimen no puede suprimir la protesta civil a través de medios legales, castigan a través de asociaciones afiliadas, como los cosacos” (Schifrin, 2017). Los cosacos (Matveiev, 2016), son otros de los elementos que se han rescatado del pasado Imperial. Estos eran “los secuaces del Zar, (…) y ayudaban a vigilar las fronteras del Imperio. Los soviéticos los persiguieron y han sido restaurados en la Rusia actual” (Schifrin, 2017).
Así pues, este grupo ha ayudado a reprimir cuando los intereses del régimen lo demandan. Entre sus acciones se han encontrado el ataque contra la Banda Pussy Riot “durante las Olimpiadas de 2014 (…) al interpretar una canción que menospreciaba a Putin” (Schifrin, 2017), o también la agresión al “líder opositor Alexei Navalny y a su equipo” (Schifrin, 2017). En otras palabras, el regocijo hacía el pasado ha servido también para tomar instituciones que ayudaban a mantener las estructuras de poder de antaño.
Recapitulando, Greishen (entrevistado por Schifrin, 2017) reseña que “en Rusia, la categoría de Estado viene primero, y los derechos humanos vienen después. Se utiliza cualquier medio para probar que el Estado es lo mas importante, mas importante que los seres humanos” (Schifrin, 2017). Dicha afirmación corrobora el argumento expresado por March (2012) en el cual el nacionalismo impulsa y coloca antes que todo la preservación del Estado.
De esta forma, uno de los mecanismos utilizados por el Gobierno para fortalecer el nacionalismo ha sido la propaganda. Shrifin (2017), en su trabajo, entrevistó a Alexander Dugin, figura televisiva, “quien durante años ha inspirado la ideología del Kremlin” (Schifrin, 2017). Dugin, habla sobre la identidad rusa y la perspectiva que ha adoptado la política exterior, en la que Estados Unidos se ha materializado en el enemigo principal. Continuando, “dice que la identidad colectiva de Rusia proviene del patriotismo, la proyección del poder y el respeto por el gobernante. Putin se conectó con los tres, conectando la Rusia de hoy con su grandeza imperial” (Schifrin, 2017).
En esta lógica, Dugin argumenta sobre la primacía de la defensa del Estado, en el que nuevamente se observa la conexión con el líder y el sentimiento patriótico. “El patriotismo es orgánico. No es artificial. Imperio, o Estado, no es algo adicional o artificial, porque es nuestro aliento, nuestra piel, nuestra forma de vida orgánica” (Schifrin, 2017), afirma Dugin.
Shifin (2017) concluye que el patriotismo es instrumentalizado para cohesionar a los rusos: “hoy en día el Kremlin usa el patriotismo para tratar de unificar a la población y convencerlos de que solo un Estado fuerte puede protegerlos”. Lo cual, por supuesto, pasa por un líder fuerte que sea capaz de dirigirlo. De igual manera, desde el Gobierno se acusa a Estados Unidos de “humillar a Rusia, expandiendo la OTAN a las fronteras rusas y apoyando revoluciones en antiguas repúblicas soviéticas y satélites” (Schifrin, 2017).
El nacionalismo en la política exterior rusa
Bajo este contexto, se pueden entender algunas de las acciones que ha tomado el Gobierno de Putin en materia de política exterior, lo cual, ha conllevado incluso a la confrontación bélica bajo el argumento de la defensa de población ruso parlante que vive en otros estados. El discurso de la desestabilización proveniente de Estados Unidos y sus aliados ha respaldado a Putin en sus intervenciones, tanto en Crimea como en Ucrania, e inspira el temor de los países bálticos.
Tomando un poco la teoría Neorrealista de las Relaciones Internacionales, cabe mencionar que al finalizar la Guerra Fría la estructura bipolar fue reemplazada por la hegemonía de los Estados Unidos, presentándose un cambio en el balance de poder, e incluso autores como Francis Fukuyama (1992) aseveraron el fin de la historia con el triunfo irrevocable del capitalismo y la democracia en el mundo. Sin embargo, este unipolarismo a luz del Neorrealismo no resulta deseable, pues ningún Estado puede ser el policía en un sistema internacional anárquico, y los demás estados temerán ante un hegemón (Giacaglia, 2002) que pueda afectar su seguridad.
La Rusia de Putin parece haber asumido ese rol, en el que pretende evitar el orden hegemónico. Putin ha exacerbado el sentimiento nacionalista lo cual le ha ayudado a generar cambios de poder relativo, lo que da cuenta de que hoy día existe un unipolarismo cada vez mas difuso, y es pertinente preguntarse si sucesos como la amenaza rusa sobre los países bálticos, la intervención en Siria y Ucrania, y la anexión de Crimea demuestran un intento por regresar a un balance de varios hegemones, a través del uso del poder militar y bajo la premisa de la búsqueda de la seguridad.
Así las cosas, el capítulo 3 de las “Instituciones Internacionales y Poder Estatal”, Keohane (1993) explica (haciendo referencia al trabajo de Waltz) que el comportamiento de los estados está determinado por la estructura sistémica que es anárquica, y estos tienen como objetivo preservarse, para lo que emplean el poder. El aumento del poder, conlleva a la preservación, y desde el Kremlin, se ha entendido bien dicha premisa.
Keohane (1993), señala que “el deseo·de autopreservación hace que los Estados que están detrás en una lucha por el poder intenten con más fuerza, (…) y lleva a los Estados aliados de una potencia hegemónica potencial a cambiar de coaliciones, a fin de construir equilibrios de poder. Ninguno de estos procesos que Waltz confía que mantendrán el equilibrio -esfuerzo intensificado por parte del país más débil en un sistema bipolar y formación de una coalición contra Estados potencialmente dominantes en un sistema multipolar- podrían funcionar confiablemente sin esta motivación” (Keohane, 1993, p. 74).
En este orden de ideas aumentar el poder daría más relevancia a Rusia en el sistema internacional. Putin ha demostrado bien este concepto, dado que al mostrar la amenaza que supone la OTAN y Occidente le ha generado respaldo, y le ha permitido mantenerse en el poder, como el líder que es capaz de contenerlas amenazas externas.
Cabe mencionar también que para Waltz (2000, p. 28), un sistema unipolar es muy poco duradero. Esto por dos razones. La primera es que “el país hegemón toma muchas atribuciones fuera de sus fronteras, lo que debilita su poder” (Waltz, 2000, p. 28), y la segunda, es “que aunque el país dominante se comporte con moderación” (Waltz, 2000, p. 28), los débiles temen ante su futuro, por lo que ante la presencia de un “poder desbalanceado, algunos países incrementan su fuerza o se alían con otros para regresar el equilibrio al sistema” (Waltz, 2000, p. 28). La Rusia de Putin ha reñido con el equilibrio unipolar y pretende mostrar la fuerza de antaño.
Observando el contexto internacional, Putin ha demostrado la nueva influencia de Rusia por medio de conflictos internacionales que han tenido lugar. Cabe decir que la preocupación de los países bálticos (para simplificar el análisis Estonia, Letonia y Lituania) al igual que la de varios países de Europa del Este se remonta al conflicto entre Rusia y Ucrania. De éste se pueden destacar dos hechos significativos: la anexión de la península de Crimea (Ucrania) por parte de Rusia y los enfrentamientos entre grupos pro-rusos y pro-ucranianos al Este de Ucrania (Sanchéz, 2016) desde el 2014.
Vale aclarar que Rusia está involucrada en este conflicto porque Ucrania, cuyo gobierno históricamente ha estado alineado con Moscú desde la caída de la Unión Soviética, estaba dando pasos contundentes de acercamientos con Occidente, específicamente con la firma del Tratado de Asociación con la Unión Europea y el Tratado de Libre Comercio (VisualPolitik, 2017). Sin embargo, Víktor Yanukóvich, presidente de Ucrania en ese entonces, ante las presiones del Kremlin, decidió no dar vía libre a los mencionados acuerdos, lo que desató los enfrentamientos entre quienes apoyaban el europeísmo y los pro-rusos. En su afán de contener a Occidente, y bajo la máxima de proteger a la población ruso-parlante en estos territorios, el Gobierno de Putin ha apoyado a los pro-rusos, aunque no abiertamente, y se anexó la Península. (VisualPolitik, 2017).
Schifrin (2017), menciona el discurso de Putin el día de la anexión “si comprimes el resorte hasta el límite, se acoplará con fuerza. Rusia es un participante independiente y activo en asuntos internacionales. Al igual que otros países, tiene sus propios intereses nacionales que deben tenerse en cuenta y respetarse” (Schifrin, 2017). Además, esto tuvo un impacto positivo sobre su imagen, así pues, el corresponsal menciona que “la popularidad de Putin aumentó a casi el 90 por ciento. Los rusos dijeron a los encuestadores que de repente se sintieron como una superpotencia nuevamente. Y los rusos de todo el país se movilizaron” (Schifrin, 2017).
El impulso nacionalista ha conducido a Putin a la toma de decisiones en política exterior que le han traído grandes réditos en popularidad. Es reconocido como un líder que preserva a Rusia y que defiende la integridad del Estado. En tanto ha sido capaz de poner freno a las potencias occidentales y de proteger a los rusos que se encuentran mas allá de las fronteras.
Schfrin (2017), ejemplifica la idea de Rusia más allá de las fronteras al entrevistar a Denis Solomin, quien peleó en Ucrania. “Solomin fue a la guerra debido a esa identidad colectiva rusa. él creía que el gobierno ucraniano estaba atacando a los rusos étnicos” (Schifrin, 2017). Así pues, comenta que “aquellas personas que estuvieron bajo fuego, los identificó como personas rusas que necesitaban protección por aquellos que al menos pueden sostener un arma” (Schifrin, 2017).
En este sentido, cabe decir que la actitud de Putin ha despertado el repudio y el temor por parte de los países limítrofes con Rusia, en especial de los estados bálticos, por contar con población ruso-parlante, lo que podría servir para que Rusia utilice la misma excusa que en Ucrania. Tanto así que “algunos analistas han especulado con la posibilidad de que Rusia trate de agitar a las minorías de dichos países (rusas, en el caso de Estonia y Letonia; polacas, en el de Lituania) para generar situaciones de inestabilidad” (Iriarte, 2017).
Así pues “los tres estados han firmado acuerdos militares con EEUU para formalizar la futura presencia de tropas estadounidenses en sus países: Estonia y Lituania lo hicieron el 17 de enero (2017); Letonia lo había hecho una semana antes” (Iriarte, 2017). Además, estos países han incrementado exponencialmente su gasto militar ante la amenaza rusa latente ya que “el pasado otoño Moscú desplegó misiles balísticos Iskander en el enclave de Kaliningrado, entre Lituania y Polonia” (Iriarte, 2017).
Ahora, los países bálticos han estrechado sus lazos con la OTAN, que en 2016 decidió dar respaldo a la iniciativa de ubicar 4 batallones en estos países al igual que en Polonia (Agencias, 2016). Vale aclarar que la preocupación de los estados cercanos a Rusia se extiende incluso a Suecia, país que decidió restablecer el servicio militar obligatorio a partir de 2018 y que lo había suspendido en 2010, teniendo en cuenta el panorama geopolítico (Domínguez, 2017).
Descrito lo anterior, Putin está conduciendo a Rusia al uso del poder para garantizar la seguridad. Milosevich-Juaristi (2015), investigadora del Real Instituto Elcano, asegura que si bien es poco plausible un enfrentamiento directo con un miembro de la OTAN o de la Unión Europea por parte de Rusia, si existe una lucha por el poder dado que la cada vez mayor proximidad de la OTAN y de la Unión Europea a las fronteras rusas es percibida como una amenaza. Si a lo anterior se le suma la falta de solidez política de Europa para contener las acciones de éste país, hay una percepción por parte del Kremlin de hacer lo que desee.
En este contexto, los países bálticos y Polonia temen que por estar más alineados con Occidente, Rusia pueda aplicar lo que le hizo a Ucrania. Y es que según analiza Milosevich-Juaristi (2015), Rusia observa que los valores de la OTAN y de Estados Unidos y Europa “-democracia y mercado liberal, respeto a los derechos humanos-, son amenazas para sus intereses y su seguridad nacional” (Milosevich-Juaristi, 2015). Además, hay un “síndrome de humillación” (al sentirse engañada por supuestas falsas promesas acerca de la no ampliación de la Unión Europea y la OTAN hacia el este)” (Milosevich-Juaristi, 2015)
El sentimiento nacional, la vuelta a la grandeza de Rusia, la supremacía del Estado y su supervivencia por encima de todo ha impulsado la popularidad de Vladimir Putin, quien ha explotado las amenazas externas en función de mantenerse en el poder. Un líder carismático que de una u otra forma encarna los valores del ruso modélico, dispuesto al sacrificio por su nación.
Xavier Colás (2018), en artículo para el PAIS, señala que Putin asume nuevos retos en su cuarto mandato. Así pues, debe “sacar al país de sus problemas económicos sin renunciar a una desafiante política exterior” (Colas, 2018). A pesar de la oposición, ganó con amplia mayoría las elecciones de 2018 “(el 77% de los votos)” (Colas, 2018). El presidente afirmó que su triunfo “es “un enorme capital político y un sólido soporte moral” (Colas, 2018) en aras de “defender (sus) posiciones en la arena internacional”, para así recuperar “el orgullo por la patria y por los valores tradicionales” (Colas, 2018).
En concordancia con lo anterior, cabe destacar que según “una encuesta publicada el 7 de mayo (2018) por el Levada Center, (…) el 47% de los rusos cree que Putin logrado “devolver el estatus y el respeto a Rusia” (Colas, 2018). De igual manera, la fórmula empleada por el Presidente, no solo ha servido en el plano de la política exterior. También, es visto como parte de la ciudadanía como el líder que ha dado solución a los problemas del pasado. Así pues, “con una aprobación de alrededor del 80%, muchos rusos consideran a Putin el antídoto a las terribles agitaciones de los noventa, que tanto complicaron la subsistencia de los ciudadanos” (Colas, 2018)
En su discurso de posesión de 2018 el Presidente Putin resume lo que ha sido su Gobierno al frente del país: “sabemos que en la década de 1990 y principios de 2000, además de los necesarios cambios históricos, nuestra patria y nuestro pueblo pasaron por duros desafíos. Mucho, aunque no todo, ha sido restaurado” (Colas, 2018).
CONCLUSIONES
Al disolverse la Unión Soviética, Rusia atravesó graves crisis a nivel político y económico. El nacionalismo, entendido como el proceso por medio del cual se anteponen los intereses del Estado en cualquier decisión política y se justifican en la defensa de la nación, es el que se puede percibir en el gobierno de Vladimir Putin, precisamente como un instrumento de movilización de la sociedad, y le ha servido para mantenerse en el poder, catapultar su popularidad y emprender acciones, tales como intervenciones militares en terceros estados.
El uso del sentimiento patriótico, y la búsqueda de devolver la grandeza de Rusia ha sido explotado por el Presidente, e incluso acciones como la anexión de Crimea y el apoyo de grupos rebeldes separatistas en Ucrania, lejos de generarle consecuencias negativas a nivel político en su país, han disparado su popularidad. Lo anterior ha estado enmarcado en la construcción de la identidad rusa, que pasa por devolver la relevancia de Rusia en el escenario internacional.
Putin, se ha apoyado en las instituciones tradicionales, como la Iglesia Ortodoxa, para establecer una relación cercana con los ciudadanos. Se ha valido de los medios de comunicación y ha perseguido a la oposición. Ha logrado consolidar la noción de que Rusia no está limitada por las fronteras sino que es deber del gobierno proteger incluso a los ruso-parlantes, bien si estos son nacionales de otros estados.
En materia de política exterior, Putin ha mostrado gran contundencia en lo que argumenta son los intereses de Rusia. Sus actuaciones han generado gran temor en los Países Bálticos, por ejemplo, que ven una amenaza a su seguridad en las acciones que el Kremlin ha emprendido en Ucrania. Esto los ha llevado a establecer alianzas con Estados Unidos y la OTAN, como un mecanismo para contrarrestar la cada vez creciente dinámica intervencionista rusa.
El mundo unipolar heredado del fin de la Guerra Fría se ha tornado cada vez mas difuso. Putin ha recurrido al uso de la fuerza, a la exacerbación del sentimiento patriótico y al reforzamiento militar para devolver relevancia a Rusia en el escenario internacional. Gran parte de la ciudadanía percibe esto, de ahí el apoyo recibido en la urnas en las elecciones de 2018. Dicha estrategia le ha servido para mantenerse en el poder desde el 2000, hasta provisionalmente, el año 2024.