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Bitácora Urbano Territorial

Print version ISSN 0124-7913

Bitácora Urbano Territorial vol.25 no.1 Bogotá Jan./June 2015

https://doi.org/10.15446/bitacora.v1n25.47449 

http://dx.doi.ora/10.15446/bitacora.v1n25.47449

Paisaje urbano y fragmentación en la ciudad*

Cityscape and fragmentation in the city

Arquitectura da cidade e fragmentação na cidade

Ramón Ramírez-Ibarra
rramib44@amail.com
Licenciatura en Historia, Magister en Educación y Doctor en Filosofía con orientación en Arquitectura y Asuntos Urbanos. Profesor Investigador de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Nuevo León y miembro Candidato del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) CONACYT. México

* El presente artículo se presenta bajo el auspicio del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México dentro de las actividades del padrón de investigadores nacionales.

Recibido: 15 Noviembre 2014 Aprobado: 23 Mayo 2015


Resumen

El presente trabajo constituye un ejercicio reflexivo sobre el paisaje urbano y la fragmentación, tomando como punto de partida los aportes de la sociología comprensiva al estudio del espacio. Así, se interpreta al paisaje urbano emergente del Área Metropolitana de Monterrey (AMM) como una representación ultra fragmentada de la ciudad mexicana, resultado de una incapacidad social por generar imaginarios culturales efectivos y coordinados del hacer ciudad. Entre los objetivos del texto, se propone la superación de la imagen simple de transgresión entre lo agrícola y lo urbano, por formas efectivas que generar dinámicas de interacción en la dicotomía entre lo global y local.

Palabras clave: sociología comprensiva, paisaje urbano, fragmentación, inequidad social, imaginario social.


Abstract

The present work is a reflective exercise on the urban landscape and fragmentation, taking as a starting point the contributions of comprehensive sociology to the study of space. Thus, it is interpreted the emerging urban landscape of Greater Monterrey (AMM ) as a ultra fragmented representation of the Mexican city , the result of a social imaginary inability to generate effective and coordinated the making cultural city. Among the objectives of the text, overcoming the simple image of transgression between agricultural and urban, for effective ways to generate dynamic interaction for the dichotomy between local and global aims.

Keywords: comprehensive sociology, urban landscape, fragmentation, social inequality, social imaginary.


Resumo

O presente trabalho é um exercício reflexivo sobre a paisagem urbana ea fragmentação, tendo como ponto de partida as contribuições da sociologia compreensiva para o estudo do espaço. Assim, ele é interpretado a paisagem urbana emergente da Grande Monterrey (AMM) como uma representação de ultra fragmentada da cidade mexicana, o resultado de uma incapacidade imaginário social para gerar eficaz e coordenada a cidade cultural fazendo. Entre os objetivos do texto, superando a imagem simples da transgressão entre caminhos agrícolas e urbanas, para eficaz de gerar interação dinâmica para a dicotomia entre objectivos locais e globais.

Palavras-chave: sociologia compreensiva, paisagem urbana, a fragmentação, a desigualdade social, imáginario social.


Introducción

La sociología comprensiva ha contribuido al reconocimiento de la capacidad formadora del espacio en la vida social. No solo permite observar cómo se vuelve posible la existencia física del hombre -paradigma paratáctico-cuantitativo-, sino también las formas en que se estructura el mundo de la cultura en el fenómeno espacial. Georg Simmel (1858-1918) atribuía a su sociología del espacio una dialéctica recíproca entre contener y las acciones del individuo. Este sociólogo distinguía cinco cualidades sociales del espacio que serían: exclusividad, divisibilidad, fijación, proxemia y movilidad, nociones tendientes a observar las interacciones entre las ciudades y el mundo interno del sujeto (Simmel, 1986).

Para esta reflexión comenzaré con su interesante noción de divisibilidad espacial: "el límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino un hecho sociológico con una forma espacial" (Simmel, 1986: 652), tratando de ejemplificar el constructo urbano desde una lógica de reproducción social.

A escala urbana, desde una visión sociológica comprensiva, es posible interrogarse por la aparición de factores inversos a la escalada progresiva del capitalismo financiero que, en la ciudad, se expresa bajo el triunfo aparente de una tecno economía, gestora de necesidades urbanas para un sector comercial que impulsa estilos de vida internacionales, pero que promueve al mismo tiempo una inequidad social intrínseca. De eso resulta un oxímoron urbano cuya figuración subraya enfáticamente la línea divisoria entre un afuera y un adentro en su morfología.

La búsqueda de lo urbano desde esta sociología se caracteriza por la tendencia a integrar los elementos de configuración en un todo, cuya meta sería la capacidad del sujeto para concretarse como agente libre, es decir, consciente y en movimiento. Este constructivismo del espacio social tiene su raíz en el entendimiento de la ciudad como forma comprensiva, resultado de relaciones sociales determinadas mediante probabilidades subjetivas que se complementan en el sentido. La acción, por su parte, es intersubjetiva ya que se construye por medio de la interacción y la consideración del otro (Schütz, 1974). La idea clave es entonces que la alteridad, manifiesta en la relación social, sigue a la espacial. La forma emergente de tal distinción comienza con la división entre lo interno y externo tal como sugiere Simmel en La metrópolis y la vida mental (1903), a través del encuentro entre el individuo y lo social por medio del fenómeno urbano.

La noción de divisibilidad interrelacionada entre estructura y forma como límite del espacio análogo al social observado por Simmel (1903) ha permitido la comprensión del papel que juegan los agentes y su posicionamiento en el espacio. Sociologías más cercanas y contemporáneas como la de Pierre Bordieu (1999) con el concepto de habitus, explican cómo el espacio físico termina naturalizado por medio de las posturas o distribuciones de bienes y servicios. Bordieu sostiene que todo espacio social se retraduce en el espacio físico por medio del poder que brinda la posesión del capital como reproducción. En la sociología de este autor, se puede identificar cómo se estructura de manera enfática una lógica de reproducción del capital como posicionamiento social, sea al nivel del capital cultural en la escuela o a través de la ciudad. Lo urbano en esta perspectiva, se concentra en la estructuración de los significados de lo político (Ansart, 1990).

En este sentido es posible interpretar la ciudad global que emerge de la economía terciaria como un límite reproductivo del capital desde la denominada urbanalización. El término acuñado por Francesc Muñoz (2010) identifica la sobrecentralidad urbana que introduce a escala global una lógica de segmentación, administración y control, soportada en el predominio del consumo y la imaginería visual frente a su contraparte en el mismo espacio. Una cultura urbana tendiente a la marginalidad, caracterizada por los procesos derivados de un desarrollo inequitativo y contradictorio, perceptible a través de las contracciones entre los mercados de trabajo y las migraciones masivas, así como en las políticas de vivienda y servicios ineficientes con respuestas inadecuadas al crecimiento demográfico, el deterioro ambiental o frente al avance creciente de la criminalidad. Las ciudades regidas por la fuerza coercitiva del capital son productos lineales y estáticos orientados en una sola dirección.

Una ciudad paradigma de la economía neoliberal se reduce a ser ciudad-imagen y, por lo tanto, símbolo de aquello que la socióloga norteamericana Naomi Klein (2011) distingue como una urbe emblema del mercado, agente principal de la privatización del espacio público, fuente de vaivenes, desequilibrios e inequidades, donde se percibe y se apropia el movimiento a nivel territorial -desterritoriante- cuya forma evoluciona hacia una metropolización in extenso. Esta metropolización configura un espacio horizontal con sitios en los márgenes de las regiones, creando corredores y subcentros periurbanos. Dicha expansión fragmenta (atomiza) lo urbano a ritmos interminables hasta convertirlo en un producto inmobiliario.

Este producto, como ha señalado Jordi Borja (2003) haciendo uso del concepto de agorafobia urbana, trae de nuevo a cuenta el viejo problema de delimitación distinguido por Simmel (1986) y trabajado por Bordieu (1999): una ciudad reproducida en un desequilibrio socioespacial inicial, en la cual, el miedo genera su correlato1, la marginación. Es decir, una demanda creciente de cierre en lo privado donde unos pocos con la capacidad de extender su permanencia por medio de su posición individual respecto al capital, excluyen a otros, impedidos estructuralmente de experimentar la ciudad más allá de la mera supervivencia en actividades efímeras y deprovistas de seguridad social y urbana.

En el presente artículo quisiera establecer una reflexión guiada por la línea de tensión entre lo interno y lo externo que ha distinguido la sociología comprensiva en el vínculo entre espacio y sociedad, ya que la desigualdad genera una nueva lectura del paisaje urbano, cada vez más extenso, confuso y practicamente sin identidad, en un recorrido donde las posibilidades de la comprensión intersubjetiva parecen ser un rostro negado de la urbe moderna imaginada por el racionalismo urbano. El propósito sera observar el resultado de esa atomización continua a nivel de la interacción social y espacial en la forma reproducida por el paisaje urbano.

Del paisaje urbano en fragmentación al paisaje hiperfragmentado

La fragmentación es un concepto que un sector de académicos partidarios del nuevo colonialismo británico como Niall Ferguson (2012) observan como principal factor productor de inequidades y, en consecuencia, causante de desestabilización en un progreso continuo que los países del norte o la denominada civilización occidental intentan introducir en lo que llaman, un tanto despectivamente, el "resto del mundo".

Estudios macro-globales como el de Ferguson (2012) o el choque de civilizaciones de Samuel Huntington (1997), incurren con frecuencia en la reducción de los problemas particulares que se gestan a nivel urbano y que exigen formas comprensivas más allá de una racionalidad política de aspiración técnica. Con frecuencia en las teorías urbanas postdesarrollismo, las nociones de "imperio de la ley" basadas en el carácter hegemónico del Estado son elevadas al nivel de manifestación incuestionable de las políticas públicas (Dror, 1990). Por ello, no es fortuito que la planeación estratégica a escala urbana viva una retracción importante hacia objetivos impulsados por enfoques que tienden a enfatizar sólo la producción de equipamientos, redes e infraestructuras abocadas al incremento de la competitividad de las ciudades, mientras permanecen escondidos o invisibilizados los nuevos modelos espaciales y sus correspondientes formas de segregación.

A contracorriente de esta tendencia, la sociología comprensiva y la geografía humanista centran su atención en la dimensión cultural de la movilidad urbana, es decir, abordan esta temática como una práctica social que no solo es el resultado de movilizar bienes, capitales o tecnologías, sino de las variantes de construcción del territorio que interrelacionan escalas, formas de vida o concepciones del mundo y el espacio (Ramírez Velázquez, 2013).

En este sentido, la ciudad mexicana y, en especial, la del norestense vive en la actualidad en un entorno urbano más allá de la fragmentación denunciada desde las teorías políticas neo-coloniales. Experimenta un auténtico destrozo producido por la mercantilización permanente promovida por el Estado, que añade un uso de frontera abierta (regímenes de posesionarios irregulares) a masas marginales movilizadas por el incremento de la fuerza de trabajo bajo la inconmovible dialéctica campo-ciudad. La aceleración del volumen de la migración y la ocupación del entorno urbano a partir de poblaciones desplazadas o movilizadas desde lo rural, en el sentido de agentes colectivos que usan y transitan un territorio determinado produciendo y reproduciendo constantemente transformaciones sociales, materiales e imaginarias (Lefebvre, 2001), genera una dicotomía creciente entre los integrados al desarrollo urbano y los excluidos, lo que tiende a la supresión del espacio público a través de entornos privados regulados por sistemas de control y seguridad.

Estos entornos ratifican una división constante entre los poseedores de bienes (centrados en la permanencia) y los agentes móviles (desplazados, inmigrantes, excluídos) deprovistos de su condición consumidora. Esta fragmentación, visible tanto en el entramado urbano como en las barreras materiales, se finca además en una división inmaterial e imaginaria creciente: la desigualdad emergente de la radicalización de los intereses individuales donde los espacios publicos pasan a convertirse en áreas rentables que cada individuo explota de manera privada en función de temores, fobias o prejuicios (Guzmán Ramírez, 2010).

El Área Metropolitana de Monterrey (AMM), ciudad divisible

Uno de los puntos más importantes que aporta la sociología comprensiva a las ciencias sociales es la de constituir en objeto de explicación, mediante la interpretación, el sentido del actuar social. A través de un constructo o modelo creado por el investigador, se atribuye al objeto una serie de características que sin ser "hipótesis" tratan de brindar medios de expresión para representarlo (Weber, 1982). Desde tal perspectiva, trataremos de observar por una vía intersubjetiva la acción social urbana.

El Área Metropolitana de Monterrey (AMM), zona con mayor ocupación de áreas y población en el norte de México, ha tenido una sobreexplotación del entramado urbano en los últimos cuarenta años común a muchos asentamientos latinoamericanos, donde los límites físicos de las superficies se ocupan y crecen transformando radicalmente el entorno a un ritmo frenético, a diferencia del tejido urbano tradicional europeo, en el cual, es posible encontrar una arquitectura que, aunque se altere, no afecta su solidez o contexto (Guzmán Ramírez, 2010).

En la ciudad de Monterrey y su entorno metropolitano encontramos los síntomas de un seccionamiento ordenado por flujos, característica principal del abandono de una planeación integral para dar paso a un esquema de especulación inmobiliaria inmanente, con dispositivos de gestión y regulación autónoma. Esto refleja un diseño en partes o secciones en menoscabo del significado colectivo (Harvey, 1992).

Este seccionamiento indefinido se desarrolla mediante dos dinámicas en desequilibrio: el constante crecimiento (expansión) de la mancha urbana y su contracción (implosión) en las relaciones sociales. La agorafobia urbana que observa Borja (2003) como síntoma de una violencia intrínseca promovida por el fraccionamineto constante de la propiedad inmobiliaria, se dispara en el Área Metropolitana de Monterrey con su crecimiento a imagen de Los Ángeles (California), hacia la descripción catastrófica que brindaba Mike Davis (2004) en Fuerte Los Ángeles: un paisaje hiperfragmentado resultado de la motorización indiscriminada, la ausencia de una calidad ambiental óptima y una preocupación constante por las estrategias de control y seguridad territorial. Esto no solo es consecuencia de un imperativo ético, también es un factor emergente de la incomprensión del esquema de racionalidad económica coordinada por una lógica monovalente. Si observamos el paisaje urbano en la ciudad mexicana, y en particular, en la norteña, es posible apreciar la necesidad de acercarse a las ciudades desde lo que el especialista en sociología urbana Néstor García Canclini (2009) denomina racionalidad sociopolítica interactiva.

La racionalidad sociopolítica que parte de la interacción tiende a la multiculturalidad, no al cierre de expectativas que buscan centralizar las decisiones. La llamada ciudad-marca o de clase mundial, la ciudad global, es un punto geográfico y territorial que, más que un receptor pasivo, privado y sobre todo atomizado, deviene en una comunidad interpretativa de consumidores y, en este aspecto, se define poco en relación a la historia política (discurso patrimonial) o a los límites territoriales administrativos, principales formúlas de coordinación a inicios de la era industrial.

A diferencia de las ciudades con un distrito financiero de centralidad muy fuerte coordinado por antecedentes históricos de muy alta resonancia, la baja densidad de población del centro del AMM, junto a la ocupación de las pocas edificaciones gubernamentales, han propiciado el surgimiento de un nuevo downtown en la zona sur, caracterizado por edificios de alta tecnología, un alto costo de la superficie urbanizable y la transgresión violenta de áreas naturales. Esto fomenta una imagen de contraste y desigualdad con la zona suroeste, la cual, tiene uno de los mayores focos de pobreza en la localidad.

Lectura visual de la fragmentación: urbanismo anárquico, paisaje desigual

Una lectura visual y comprensiva del paisaje urbano nos prepara para el entendimiento sociológico de una interacción cada vez más ausente entre los grupos humanos, reflejada en sus formas de ocupación del territorio. El territorio, además de constituir una categoría abstracta de significado administrativo también es una experiencia sociofísica. La explicación racionalista de la ciudad ha buscado en el espacio público la experiencia primaria de socialización por medio del ágora democrática o la convergencia en las ciudades comerciales de la burguesía, sin embargo, actualmente hay un vacío en la conexión entre estructura urbana y experiencia social.

¿Cómo es posible detectar esta insufiencia explicativa de la ciudad moderna? Con la falta de una política activa que traduzca el vínculo necesario entre espacio, sociedad y experiencia territorial. La mediación de esta vinculación se expresa en su forma de paisaje, el cual, tiende a una inmersión y producción constante de sentidos territoriantes. Si admitimos lo que investigaciones feno-menológicas en geografía y urbanística denominan el giro humanístico de las disciplinas espaciales, influidas en gran medida por el paradigma comprensivo, es posible advertir que los elementos de estructuración urbana guardan un especial interés a través de la comunicación, la figuración narrativa y simbólica, además de la irrupción de conductas en forma de redes, lo que coincide con el retorno del paradigma liminar y la reducción del fenómeno territorial a un simple contenedor espacial de objetos (Turco, 2010).

Cuando el paisaje urbano se manifiesta como un panorama irregular, multiforme y hasta caótico en una sucesión múltiple y estridente de calles, edificios, puentes y publicidad que coexiste con carretones impulsados por fuerza motriz humana o equina, tendremos la imagen concreta de una desigualdad urbana creciente y distópica, pero también imaginaria de sus agentes. Allí, los pocos vacíos urbanos son rodeados por edificios con sistemas de seguridad complejos, mientras un ejército de pobres se instala rutinariamente en los cruces de los semáforos bajo una parafernalia de actitividades que van desde la venta de frutas y baratijas, pasando por las acrobacias improvisadas y por la petición de limosna. Tampoco se queda sin representar la ironía en el funcionamiento de los sistemas modernos de transporte colectivo (Sistema de Transporte Ecovía, BRT), custodiados por una hilera incesante de cables de electricidad y basureros móviles, adaptados como servicio público de limpieza ante la ineficiencia en la cobertura por parte del gobierno.

Desde una apreciación morfológica, el paisaje urbano del AMM es lineal en todo sentido. Se extiende en un horizonte de ocupación indefinido, cuyo límite son las montañas, aunque está atomizado en su interior y es allí donde se reflejan las desigualdades más sórdidas. Desde las inequidades históricas de convergencia nacional en los habitantes más recurrentes a la informalidad (el 79.3% de la población hablante de lenguas indígenas es pobre y sin derechos laborales en todo el país, sin distinción regional), hasta las de movilidad social más urgentes del capitalismo terciario (solo el 6% de las personas con discapacidad es capaz de realizar estudios de educación universitaria), tenemos un panorama urbanístico que promueve una estructuración social altamente estratificada y polarizada.

La carencia de factores de movilidad social y urbana unidos a la reducción del espacio público presentan dos facetas en el entorno del AMM visibles intersubjetivamente a través de la imagen urbana. Primero, un mecanismo de reacción en cadena a la metropolización, cuyo movimiento parte de la necesidad de una superfragmentación del régimen territorial. Por ejemplo, en Monterey y su entorno metropolitano hay una ocupación recurrente desregularizada de la superficie destinada a la explotación inmobiliaria y una política ínfima de creación de reservas prediales. Esta situación ha terminado por generar un déficit tanto en el mantenimiento de los servicios públicos, como en factores clave del equilibrio biológico, ya que existen apenas 3.9m2 de área verde por habitante en un entorno metropolitano concentrado (4 millones de personas), mientras que organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud sostienen que debe haber entre 9 y 15m2 de área verde por persona.

En segundo término, la ocupación incesante de la propiedad comercial presenta dos formas inherentes a esta superfragmentación: por un lado, el crecimiento del parque vehicular en un área metropolitana cuatro veces más densa y con una dispersión indefinida, cuyo patrón de transporte público sigue un desplazamiento radial (centro-periferia) incapaz de seguir el ritmo de ensanche metropolitano. Por otro lado, una contaminación visual progresiva que asfixia tanto el espacio público, como las propiedades privadas.

Un paisaje urbano anárquico y redundante, repleto de construcción y autoconstrucción, publicidad indiscriminada y escasa participación de la sociedad civil son factores atacados por el Estado bajo la batuta de una planeación racionalista del fenómeno urbano (Planes Municipales y Estatales de Desarrollo Urbano). Estos se limitan a la identificación de la fragmentación, es decir, el reconocimiento del régimen de propiedad particular suceptible de convertirse en factor de productividad y atracción monetaria, pero de escasa capacidad relacional entre capital ecónómico y social.

Estas políticas de planeación vertical no cuestional la inequidad profunda e histórica que se desarrolla entre la globalización y la fijación territorial del capital, pues son incapaces de crear procesos de cooperación efectiva que superen las desigualdades y el ensanche geográfico de la ciudad. Al identificar la manera como este escenario trasciende la fragmentación, observamos que el fenómeno de la globalización trae consigo la dispersión y la crisis de categorías estables como nación y ciudadanía, mediante las cuales, el Estado era capaz de entender el territorio. En el AMM, sin embargo, existe algo más allá de la fragmentación: el destrozo de una hiperfragmentación que refleja la descomposición del tejido social y su creciente incapacidad de vinculación efectiva entre autoridades y ciudadanía para conseguir gobernanza, es decir, estructuras y procesos par que los actores políticos y sociales establezcan prácticas de intercambio, coordinación y control en colaboración para la vida democrática de la comunidad.

La ciudad ante la crisis de gobernanza: el miedo y su imaginario urbano colectivo

La sociología comprensiva trasciende la dicotomía entre lo económico y lo ideológico, por ello, Simmel (1903) se interesaba en la relación entre la forma de vida en las nacientes metrópolis del capitalismo industrial y la psique de los individuos. Si bien la clase social tiene una base económica, no se reduce a un conjunto de relaciones comerciales. Tanto las relaciones económicas como la cultura se encuentran íntimamente ligadas, reproducen e interiorizan formas de la exterioridad y de las subjetividades, y mantienen las desigualdades y las autoridades (Ansart, 1990), es decir, las relaciones de clase.

Los problemas emanados de la cultura y la expresión comprensiva del paisaje urbano superan con creces la intención de aplicar formúlas técnicas restringidas al papel administrativo del Estado. El problemática abierta por la intersubjetividad del paisaje urbano mexicano no puede ignorar la historicidad que estructura los factores geosimbólicos de la territorialización. Las acciones violentas motivadas por el narcotráfico en la última década afectan a la sociedad civil mexicana, por ejemplo, con atentados en sitios públicos, robos, secuestros y ejecuciones e incluyen un factor nuevo al esquema complejo de vinculación entre lo global y local: el miedo colectivo.

El miedo explota el sentido de agotamiento, la tendencia a sentirse sitiado en la propia localidad que, como señala Zygmunt Bauman (2006), implica una nueva condición existencial que ha trastocado por completo la divisioria tradicional del territorio entre un adentro y un afuera, y ha revelado la trascendencia imposible a lo global por la vía del aislamiento terriotorial de lo local.

También podemos encontrar esta geosimbólica de la cultura urbana en las prácticas de divisibilidad urbana del sector financiero (creación de rascacielos corporativos frente a barriadas y colonias marginales), las acciones de los grupos criminales que establecen sus marcas o huellas en el ámbito público y urbano, o las respuestas de la sociedad civil ante el aumento de criminalidad.

La contrucción de blindajes es vista como una estrategia de los propios grupos criminales asentados en la colonia para resguardarse en lo privado, es decir, como un objeto funcional. Pero para los vecinos la utilización del blindaje urbano también tenía una carga simbólica, establecía una distinción entre quiénes se interpretan a sí mismos como clase social en ascenso, frente a otros habitantes de la comunidad a quienes consideran gente "baja, morena, fea, ratera" entre otros.

Esta formúla tan agresiva de demarcación territorial, me lleva a recordar la historia del cacicazgo mexicano y sus expresiones violentas, una mezcla entre el antiguo régimen indígena -fomentado por la Corona a través de la ordenanza de migración tlaxcalteca para apoyar asentamientos norteños- y el señorío español, la cual, todavía influye entre líderes comunales, alcaldes de municipios rurales e, incluso, entre intelectuales apegados al esquema de conservación patrimonial. Es muy interesante notar que gran parte del imaginario tanto del narcotraficante, como de muchos líderes políticos mexicanos, se gesta en la cultura norteña de inspiración rural, kitsch, de una modernización parcial e imperfecta que denota la expresión "naco" o "ranchero" y que cuenta en las ciudades principales de los capos de la droga con adaptaciones arquitectónicas vernáculas-campestres, seguidas de bóvedas, columnas y capiteles griegos como una forma agresiva de demarcación y diferenciación territorial, cuyo movimiento, a la inversa de la libertad perseguida por la sociología comprensiva, trata de fijar la permanencia del individuo a la comarca, al pueblo o al rancho.

En los últimos quince años, Monterrey y su área metropolitana se han convertido en territorios de las luchas por el control de "plazas", es decir, espacio de distribución de la droga en puntos especiales que, con frecuencia, se transforman en lugares donde se prolonga esta delimitación agresiva del territorio. Cuando los excedentes económicos impactan directamente la vida cotidiana de la comunidad, este imaginario geosimbólico, sustentado en función del compromiso con la tierra, por su capacidad de ser "chingón" o "fregón" por ella, de llegar antes que nadie a colonizar, haciendo eco las antiguas políticas coloniales del "adelantado", aparece como expresión idealizada, capacitada para proteger el entorno de amenzas externas por medio de una conducta de vigilancia familiar.

La percepción subjetiva del territorio es una clave para entender las apropiaciones y su relación señorial rural a pesar de la inexorable tendencia urbana. Este entorno metropolitano presenta una contradicción: la fragmentación intensiva que no fomenta un ideal racional sustentado en la productividad y su capacidad de crear nuevos contactos y posibilidades de explotar diversos flujos, sino el retorno a la protección de una aldea imaginaria, aislada de extraños, necesitada de individuos armados y valientes capaces de hacer justicia sin aplicar la ley, ataviados en su apariencia ranchera, campestre, a bordo de un caballo que atestigua la sinceridad de sus líderes y participantes.

De aquí se deriva un elemento que he querido introducir en esta reflexión, la incapacidad de sujetar la vida social en la ciudad desde un esquema de autoridad racional absoluta. El recorrido histórico y cultural de la ciudad revela prácticas de agenciamiento múltiple al margen de las pretensiones de control y, más aún, de lo que desde el ámbito académico del urbanismo se ha llamado planeación estratégica. Esto revela el fracaso de las acciones han buscado convertir lo social en un objeto de regulación normativa y administración (Bauman, 2006). En términos de crecimiento económico e imagen urbana, las ciudades latinoamericanas expresan una cacofonía terrible y una desintegración del tejido social generadas por la incapacidad estatal para dar respuesta a las demandas de una población creciente y marginada, no solo en su sentido material.

En cuanto a la ocupación laboral, en México se identifican a 28.9 millones de personas en el sector informal, lo que equivale al 59.9% de la población ocupada del país (INEGI, 2012). El 10.4% de la población del país, alrededor de 11.7 millones carecen de todo, es decir, entran en la categoría de extrema pobreza, mientras 52 millones (46%) son pobres, con carencias de salud, vivienda y salario (Coneval, 2011). Se advierte una profunda inequidad en el acceso a los servicios públicos y en el disfute de los derechos ciudadanos, situación que ha sustentado una crisis en la representación política y que ha traído como efecto la elección del primer gobernador sin filiación partidista en una de las entidades más importantes de la federación en términos económicos, el estado de Nuevo León.

Jaime Rodríguez Calderón "El Bronco", apodo que hace alusión a su carácter bravo o guerrero -su popularidad es detonada tras liderar un comando armado como presidente municipal que enfrentaba a balazos a miembros del hampa-, se convierte en gobernador computando más de la mitad de la intención del voto popular. Su éxito se fincó en la capacidad de traducir la escasa efectividad del gobierno saliente para establecer un contacto cercano con la ciudadanía, además de la urgente necesidad de poner en marcha medidas para combatir la desigualdad económica, el alto nivel de criminalidad y la ausencia de un ordenamiento territorial metropolitano.

Es notable observar como Jaime Rodríguez propone desde su campaña y como gobernador electo una política en contra de la clase política oficial y que se centrada en el retorno a los valores de la cultura "norteña" como la restitución de símbolos regionales y de conductas asociadas a ideales de honestidad campirana, por ejemplo, el valor de la palabra, el honor, la responsabilidad financiera disfrazada de "tacañería"2 y la importancia de hacer justicia al margen de la acción del Estado.

Lo cambios económicos y tecnológicos de la era del neo-liberalismo global han influido en las migraciones del campo a la ciudad se consolidaron durante la era de la sustitución de importaciones, la cual, siguió por muchos años un modelo centralista. La inspiración colonial que ha fomentado este crecimiento y su dinámica regional no ha visto menguada su fuerza en áreas del norte mexicano como el AMM y un efecto de esto es la reproducción de un imaginario rural concebido como desafío ante el reto de una cultura global.

El paisaje degradado y destrozado proveniente de una fragmentación extrema que es objeto de una recepción pasiva, constante y neutralizada se remite a un sitio de inobservancia donde la expansión del capital, en lugar de generar riqueza, propicia una mercantilización intensa del trabajo y de la propia ciudad, expresión del desequilibrio, el nomadismo y una vida líquida. El imaginario agrario no establece un contacto para sustentar una visión urbanística que posibilite una salida al régimen de superfragmentación, pues como dice Bauman (2006), la localidad sigue atada a respuestas de una modernidad sólida, distinguible como límite físico.

El encuentro entre lo urbano y lo rural es el contacto entre lo global y local a nivel urbano y su resultado es una cacofonía interminable y horizontal de sectores cada vez más incapaces para desplazarse en todos los ámbitos. El tránsito entre estas formas requiere de fórmulas cada vez más complejas, que van más allá del simple enfrentamiento armado con un programa utópico y antiurbano, y que abordan la movilidad, atendiendo escalas, niveles, espacios y culturas. Este es el paisaje urbano que se convierte en receptor de políticas públicas que implican la convergencia entre gobernanza y combate a las desigualdades. La legitimidad, además de la legalidad es un componente clave de la recepción de este paisaje urbano que involucra tanto la proximidad de lo afectivo, como los sentidos y el inconsciente colectivo (Maffesoli, 2012).

De la divisibilidad inequitativa al paisaje urbano móvil

Para Simmel (1986), un rasgo de modernizar consiste en la capacidad de moverse de un lugar a otro ya que la proximidad espacial no coincide con la social. Todo espacio estructurado en el movimiento de la divisibilidad, pasando por la fijación y la distancia, se concretará en la capacidad de movilizarse. No en vano el sociólogo alemán usa la figura del extranjero como instrumento de análisis socioespacial.

El problema de la movilidad en los espacios urbanos ha llevado a distinguir elementos y categorías de análisis centrados en los factores que dan origen a la capacidad, mediante la cual, los individuos cambian de lugar y construyen sus vidas en torno a relaciones dinámicas y temporales en función de los ambientes, la economía y los vínculos familiares. Estructurar el espacio es estructurar el cuerpo social. La dimensión territorial es un factor decisivo en las expresiones y en las formas que adopta una movilidad. Mientras que la migración en los estudios clásicos habla de una sola dirección (campo-ciudad), el paradigma de la movilidad enfatiza las relaciones entre diferentes escalas construidas por la dinámica de interacción entre los agentes.

Un estudio precursor del urbanismo en este sentido fue el de Paul Singer (1975) que, al analizar la migración desde el materialismo histórico, puso especial atención en las variables de migración interna que asumen la dialéctica campo-ciudad como territorios de trabajo motivados por su especialización económica y la producción de excedentes. La expansión de la ciudad es vista como un desplazamiento gradual de la economía agrícola a la industrial, pero con la contradicción de la capacidad urbana para absorber el desplazamiento.

El estudio de las comunidades en contextos de diversidad y movilidad ha producido enfoques más allá de la fijación clara y definida del ordenamiento territorial, así, es posible observar las luchas vecinales por la preservación o por la transformación de los lugares de residencia no en términos patrimoniales, sino como expresiones políticas de variabilidad social y de autodeterminación (Portal, 2005). Los contextos locales forman dialogos imprescindibles para la comprensión del crecimiento y el desarrollo urbano.

La ciudad dual, que caracteriza a las urbes crecidas horizontalmente donde hay una relación entre vivienda irregular, carencia de servicios y equipamientos mientras hay una aspiración modernizadora en el ocio, el turismo y la moda, es un panorama emergente de nuestras urbes y que requiere acciones políticas de gestión creativa, capaces de vencer el miedo y la reclusión, construyendo e interiorizando ciudadanía. Pero, ¿cómo pasar a un entendimiento identitatrio y cooperativo, a la "Bogotá Coqueta" defendida por el exalcalde Antanas Mockus (2014) mientras la inequidad, la violencia y el desamparo se asientan en la realidad de millones de jóvenes condenados al desempleo y a una infantilidad eterna?

Los entornos locales, si bien ofrecen una oportunidad para construir arraigo y emoción, también son portavoces de pasividad y conservadurismo. Las ciudades son, finalmente, lugares de entrecruzamientos sociofísicos, pueblas y repueblas cuya misión es ofrecer lugares para vivir. El problema ambiental es visto allí como ese cruce entre lo corpóreo y el entorno, el foco de una crítica trascendente al aspecto "estético" o "escenográfico" de la urbe, pero también al escapismo idílico de una comunidad rural imaginaria que, ante la pobreza e inequidad, goza de las respuestas más simples para agregar más problemas a los ya existentes.

Una acción intersubjetiva se consolida en la gestión urbana como un evento estratégico capaz de interactuar con los diversos soportes materiales y humanos que se coordinan en ejes estructurales donde se involucran la política, la economía, la tecnología y, por supuesto, las ideologías. La dimensión comprensiva del paisaje urbano permite encuadrar tanto la pluralidad de objetos existentes, como la coexistencia de los factores antropológicos en un punto clave: el hacer de la ciudad. Esta ciudad que expresa su realidad productiva y su referente imaginario a través de organizaciones, flujos, redes y acontecimientos, se constituye en un auténtico punto de fusión que reclama multidisciplina, pluralidad y apertura. Ajustar las señales que sus ritmos o variaciones imaginarias requieren es una manera de generar constructos capaces de ofrecer alternativas más allá de la simple respuesta mecánica y divisible del localismo y la tradición.


Notas

1 En la lingüística y la crítica del arte el correlato alude a una técnica de representación que consiste en buscar una cadena de acontecimientos basada en la capacidad simbólica para detonar una emoción concreta en la mente del lector.
2 Rasgo común con el cual se identifica al norteño en el resto del país y principalmente al "regio"; habitante del municipio de Monterrey y ahora del AMM.


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