La introducción de la escala barrial en las políticas urbanas ha monopolizado el modo de entender las relaciones vecinales: acotándolas espacialmente, desconectándolas de la totalidad urbana, organizándolas y adecuándolas a las políticas oficiales y como consecuencia de todo lo anterior, restringiendo su papel en la producción de lo urbano (Letelier, 2018;Tapia, 2018)
Introducción
La concepción neoecológica de lo vecinal, que ha colonizado los conceptos de barrio o vecindario, está originada en los trabajos de la Escuela de Chicago a inicios del 1900 (R. E. Park, Burgess, & McKenzie, 1925). Fue asumida en los años 1980 por diversos gobiernos de América del Norte, América Latina y Europa, en el marco de la agenda neoliberal y sus políticas re escalamiento (Brenner, 2004; Madden, 2014). Se buscó enfrentar los efectos de las desigualdades urbanas producidas por los procesos de 'destrucción creativa'. El propósito era doble, por un lado movilizar a la propia comunidad en la solución de sus problemas (Harvey, 1997) y por otro lado, contener los problemas en espacios acotados, buscando que su solución fuese originada en el lugar mismo donde "se producía". Esta estrategia ha convertido al barrio en el lugar privilegiado para ensayar políticas urbanas (Martin, 2003; Silver, 1985; Wellman & Leighton, 1979).
La introducción de la escala barrial en las políticas urbanas ha monopolizado el modo de entender las relaciones vecinales: acotándolas espacialmente, desconectándolas de la totalidad urbana, organizándolas y adecuándolas a las políticas oficiales y como consecuencia de todo lo anterior, restringiendo su papel en la producción de lo urbano (Letelier, 2018; Tapia, 2018)
Discutiendo esta concepción dominante de barrio, se postula que lo vecinal no es un espacio delimitado, sino un ámbito de relaciones que se establecen (o pueden llegar a establecerse) en el marco del habitar compartido (Keller, 1979; Massey, 2012). Así, lo vecinal puede entenderse como un "magma" de relaciones complejas, abiertas y dinámicas articuladas en geografías diversas (Massey, 2012; Merrifield, 2011) que dan origen a distintas formas de territorialidad.
A partir de esta conceptualización se revisan dos casos en los cuales las relaciones vecinales traspasan los límites de la noción de barrio y escalan hacia arriba, al 'distrito' y a la ciudad. En ambos, las organizaciones sociales aumentan su superficie de contacto con diferentes niveles de complejidad que participan en la producción de lo urbano y establecen causalidades entre las problemáticas del vecindario y factores que están más allá de este. Concluimos, primero, que lo vecinal debe entenderse dentro de procesos de constitución de nuevas configuraciones relacionales, no constreñidas por espacialidades predefinidas, sino creadoras de sus propias espacialidades y redes de relaciones (geografías). Segundo, dado que lo que los sujetos sienten, piensan y hacen tiene su origen y se manifiesta en las estructuras de relaciones, la existencia de geografías vecinales más complejas posibilitan formas de territorialidad con mayor capacidad de incidir en los procesos urbanos. En este proceso los espacios vecinales 'meso', que aquí se denomina 'geografías vecinales complejas' juegan un rol fundamental al intermediar entre el habitar cotidiano y lo político.
El barrio como geografía de la contención
De acuerdo con la visión neoecológica del barrio (R. E. Park et al., 1925) y para sus aplicaciones prácticas como la 'Unidad Vecinal' (Perry & F, 1929), los vecindarios se conforman y reproducen de manera natural a través de dinámicas ecológicas de cooperación interna y competencia con el entorno. Para la Escuela de Chicago, los vecindarios son portadores de valores que contribuyen a la socialización de sus miembros y representan una seguridad ante la amenaza de una ciudad cada vez más impersonal (R. E. Park et al., 1925). Por lo tanto se hace necesario resguardar, promover y restituir la comunidad vecinal (Bettin, 1982; Martínez, 1999). Pero esta restitución se hace pensando que la organización de la ciudad es un proceso natural y por lo tanto es posible intervenir en cada vecindario de manera independiente, sin tener en cuenta las condiciones estructurales que lo producen.
A partir de los años ochenta y de la mano de concepciones neoliberales que reivindicaron lo comunitario como espacio liberado de la coacción estatal, la idea neoecológica de barrio se fue instalando como la concepción dominante de lo vecinal (Madden, 2014)
El barrio se consideró una escala de gobernanza urbana ideal para lo que se ha denominado como el "nuevo localismo" (Brenner & Theodore, 2002), perspectiva para la cual la búsqueda de soluciones a los problemas sociales y económicos debe ser hecha traspasando la responsabilidad a las áreas locales (Martin, 2003). Esto significa que los problemas son del barrio y deben solucionarse en él.
La concepción dominante de barrio se ha venido consolidando a través de diversos programas públicos en Europa y América Latina (Atkinson, R., Dowling, R. & McGuirk, 2009; Sepúlveda y Fernández, 2006). Todos estos programas intervienen focalizadamente, definiendo áreas delimitadas en función de carencia de infraestructura, servicios y residencia de la población más pobre. Así, se dificulta la problematización de las lógicas urbanas que causan los problemas. "No se concibe al ciudadano-habitante en su derecho a producir el territorio desde una reflexión crítica en torno a su rol en la sociedad y su relación con el Estado y el mercado; no se concibe, por ende, a un ciudadano-habitante capaz de definir horizontes políticos más amplios de acción" (Letelier, Tapia, Boyco e Irazabal, 2019, p.13).
Puesto en el marco de la discusión acerca de la naturaleza del espacio, la visión dominante de barrio se ubicaría en lo que se denomina espacio absoluto: un espacio contenedor, fijo, que actúa sobre todos los objetos que contiene sin que ellos puedan ejercer acciones recíprocas sobre él (Schroer, 2006; Harvey, 2012). La idea de barrio encajona las relaciones vecinales, constriñe los vinculos comunitarios y los entiende solo desde la primacía de vínculos fuertes (Wellman, 1979, 2001). A través del barrio se busca que las relaciones urbanas se desconecten de su potencial de transformación y producción de lo urbano, constituyéndose en geografías de la contención (Tapia, 2018).
Territorialidades y geografías vecinales
Desde una perspectiva teórica distinta, a finales de los años 1970, Susane Keller (1979) concluyó que lo propio de lo vecinal son las relaciones y prácticas de vecindad y no su delimitación física. El espacio (vecinal) solo existiría en función de las relaciones que se establecen en él (Harvey, 2012) y se construye (y transforma) en virtud de los vínculos, redes y flujos que establece con distintas escalas (Massey, 2012).
Sin embargo, la idea de comunidades vecinales no ancladas totalmente a un territorio específico (Giddens, 1993) no implica que las personas dejan de llevar sus vidas en localidades reales. Lo que ocurre es que, al debilitarse sus constreñimientos espaciales, las relaciones de cotidianeidad y proximidad se complejizan (Villasante, 1999). Por tal razón, los lugares pueden ser pensados como momentos articulados en redes de relaciones sociales construidas, en buena parte, a una escala mayor a la del barrio, más que como áreas contenidas dentro de unos límites (Massey, 2012).
Lo vecinal puede significar una calle, el área de residencial próxima, el radio de algunas cuadras o toda la ciudad (Jacobs, 1961; Suttles, 1972). La escala de lo vecinal estará en relación con los propósitos y las agendas que las organizaciones vecinales se planteen (Madden, 2014; Suttles, 1972), porque la escala no es una realidad objetiva y estática, sino un medio de lucha política por el control del espacio y del proceso de acumulación (Sevilla, 2017).
Considerar lo vecinal desde una perspectiva multiescalar precisa introducir la noción de vínculo de lazo débil que actúa conectando grupos y dando lugar a estructuras más complejas (Espinoza, 1998; 2003; Granovetter, 1973). En este sentido, las comunidades vecinales pueden entenderse como redes que trascienden los límites físicos de un área encapsulada (Sanz, 2003). Lo anterior plantea la pertinencia de observar lo vecinal en términos de sus geografías, es decir, de la estructura que adoptan las redes locales-vecinales en un momento y un espacio determinados.
El análisis de redes sostiene que la acción social está condicionada por las estructuras de relaciones y no por las características de los individuos (Villasante, 1999). Esto significa que la estructura de las relaciones vecinales, su geografía, puede condicionar la manera en que los actores vecinales producen el territorio, es decir, su territorialidad, entendida como la producción de significados colectivos y la forma en que el poder se expresa en el espacio (Lopes de Souza, 2016; Raffestin y Butler, 2012).
Pensar lo vecinal como formas diversas de estructuración de las relaciones comunitarias (geografías vecinales) y, consecuentemente, como distintas modalidades de espacialización del poder (territorialidades vecinales), permite una aproximación más efectiva al problema al que se refirió Lefebvre en su crítica al barrio: definir las condiciones que permitan constituir unidades territoriales que si bien son producto de procesos de estructuración urbana de mayor escala, también pueden ser capaces de participar en su propia producción y en la de la ciudad (Lefebvre, 1991; Letelier, Micheletti, Boyco y Fernández, 2019). Ante esto, Jane Jacob apuesta por el distrito y lo entiende como lugar de articulación política del habitar cotidiano, cuya principal función sería mediar entre los barrios, desamparados políticamente, y la poderosa ciudad en su conjunto. El escalamiento de las geografías vecinales hacia el distrito, en la propuesta de Jacob, o hacia la unidad vecinal, en el caso chileno, posibilitaría una geografía de relaciones vecinales capaz de traducir las experiencias de la vida real de los vecindarios en políticas y objetivos de la ciudad (Letelier et al. 2019; Jacobs, 1961). Esta geografía debería conjugar y vincular distintas espacialidades del habitar a través de estructuras de organización flexibles. Ha de ser en este sentido una geografía vecinal compleja (Letelier et al, 2019).
Geografías y territorialidades vecinales complejas: Chile y Cataluña
Utilizaremos la idea de geografía vecinal para analizar dos procesos asociativos. Uno, en el distrito de Nou Barris en la ciudad de Barcelona y otro en Las Américas, en Talca, una ciudad intermedia de Chile. Son espacios vecinales de tamaño medio respecto a sus ciudades y poseen condiciones socioeconómicas similares. Sin embargo, sus trayectorias de articulación se han desarrollado en escenarios históricos, institucionales y políticos distintos, lo que posibilita explorar la idea de geografías vecinales en condiciones diversas.
Para informar los casos, se han utilizado diversas fuentes de información. En la reconstrucción de la trayectoria de las políticas urbanas y vecinales y la introducción de la noción de barrio en Cataluña y Chile, se ha recurrido a la revisión bibliográfica y documental. Para la reconstrucción de las trayectorias de articulación de Nou Barris y Las Américas se han utilizado: entrevistas realizadas entre 2014 y 2019 a líderes, hombres y mujeres, de asociaciones y organizaciones vecinales, realizadas tanto por el propio investigador como otras disponibles en trabajos académicos; documentos de trabajo de las propias organizaciones vecinales, tales como diagnósticos participativos, planes, y propuestas de desarrollo; material periodístico y notas de prensa de medios escritos y finalmente un conjunto de artículos y trabajos académicos.
Contexto de los casos
Lo vecinal en Cataluña
Durante la dictadura franquista el movimiento vecinal en España y especialmente en Cataluña fue activo en la defensa de los derechos civiles y tuvo importantes logros en el plano del derecho a la vivienda y en las luchas por evitar grandes proyectos especulativos (Mesa, 2017). Fue un actor político de primera línea con capacidad de pensar y actuar en la ciudad (Borja, 1975, pág. 99). Uno de sus aspectos más destacables fue su capacidad de articularse en redes de asociaciones para abordar problemas que iban más allá del propio barrio (Gail, 1980)
Bonet y Marti (2012) plantean que hasta 1979 se asiste al auge del movimiento vecinal, a la reivindicación de equipamientos y urbanización. Entre 1979y 1983, se producen grandes consensos urbanos entre las nuevas autoridades y las asociaciones vecinales. Entre 1983 y 1990, se produce la regulación de la participación ciudadana y la descentralización en distritos. El primer proceso dio naturaleza legal a la participación e introdujo al mismo tiempo cierta burocratización de la iniciativa ciudadana que dificultó la introducción de componentes deliberativos y la implicación de la ciudadanía en los asuntos públicos (Villasante, 2000). El segundo conllevó la descentralización administrativa que aumentó las competencias administrativas de los distritos (Borja, 2001). En Barcelona está reorganización se produjo en 1984. Entre 1990 y 2000 se inician los primeros Planes Comunitarios y con ello el énfasis en el fortalecimiento del espacio comunitario barrial. En 2008, el ayuntamiento de Barcelona hace una apuesta para vincular los procesos de participación ciudadana a la descentralización con la división municipal en 73 barrios, con lo cual se creó un nuevo espacio de participación; el consejo de barrio (Bonet i Marti, 2012). Finalmente, se define un marco para actuaciones focalizadas en barrios degradados a través de la aprobación de la Ley 2 de 2004 del gobierno de la Generalitat (Ayuntamiento de Barcelona, 2017).
Como se puede observar, la institucionalización de la relación entre lo vecinal y la ciudad ha tenido, crecientemente, a la escala barrial como protagonista. El fuerte movimiento vecinal de los 70, articulado y con posicionamiento sobre la ciudad, fue poco a poco siendo contenido espacialmente en distritos y en barrios; en agendas y demandas comunitarias, acotadas a problemas de escala local y regulado a partir de un conjunto de normativas de participación.
Lo vecinal en Chile
Hasta 1973, en Chile, se producía un proceso ascendente de organización social relacionado con las luchas por la vivienda[1] y servicios urbanos. En 1968, este proceso se consagró en una primera Ley de Juntas de Vecinos y Organizaciones Comunitarias que dio carácter legal a una expresión asociativa existente (Delamaza, 2016). Primero, igualó la escala territorial con la organizacional, esto implicaba que por cada Unidad Vecinal[2] existía solo una organización de vecinos con legitimidad para actuar en representación del conjunto de los habitantes. Segundo, dio esta organización atribuciones en la promoción de procesos asociativos y en la planificación del territorio.
Eso se acabó con el golpe de Estado de 1973. Las Juntas de Vecinos fueron prohibidas y luego funcionaron intervenidas durante todo el gobierno militar (Espinoza, 2003). Finalmente, justo antes del término de la dictadura se modificó la Ley de Juntas de Vecinos. Esta modificación consagró la desarticulación política de la organización del territorio al posibilitarla existencia de varias juntas de vecinos en el territorio de la unidad vecinal (Drake & Jaksic, 1999).
Los procesos experimentados durante la dictadura tuvieron un efecto profundo en la organización vecinal. Los más importantes son la fragmentación de sus luchas y reivindicaciones y una reclusión a lo comunitario como espacios de resistencia y protección, y junto a ello, una desconfianza y temor hacia lo público-político (Espinoza, 2003, p. 24).
Estas dinámicas continuaron y se reforzaron en los gobiernos democráticos. La atomización vecinal se reforzó estimulada por las subvenciones y fondos concursables que mantenían a las organizaciones en competencia permanente (Delamaza, 2004; Espinoza, 2004) y concentradas en acciones que no siempre obedecían a sus agendas internas, sino a los marcos temáticos y objetivos de los mecanismos de financiamiento (Márquez, 2004).
Un aspecto central de esta etapa fue el protagonismo que la idea de barrio adquirió en una serie de iniciativas de política[3]. De esta manera, se convirtió en una de las escalas clave para enfrentar el problema de la pobreza y desigualdad urbana en el contexto de profundización de los procesos de neoliberalización.
Los casos: Nou Barris (Barcelona), y Las Américas (Talca, Chile)
Nou Barris. Caracterización del territorio
Nou Barris tiene una población de 164 881 personas, es el quinto distrito más poblado y sus habitantes representan el 10,3% de la población total de la ciudad (Ayuntamiento de Barcelona, 2018a). Es el distrito con la Renta Familiar Disponible per cápita (RFD) más baja de Barcelona, con un 53,8% de la RFD. Está muy por debajo de la media de la ciudad, que se representa con el valor 100 (Ayuntamiento de Barcelona, 2017b). Mientras en 2015 la tasa media de paro de Barcelona se situaba en 7,7%, en Nou Barris superaba el 14%. El 5,9% de sus habitantes nunca ha ido a la escuela y solo el 13,3% ha ido a la universidad, un porcentaje mucho más bajo que la media de la ciudad, que se sitúa en un 30% (Ayuntamiento de Barcelona, 2017b).
Proceso vecinal
Entre los años 1950 y 1970 se acelera la construcción de nuevos polígonos habitacionales y la zona de Nou Barris experimenta un gran crecimiento. Los nuevos barrios no consideraron servicios mínimos, ni conectividad adecuada con la ciudad (Ayuntamiento de Barcelona, 2017a). La precariedad urbana, sumada al descontento político con el régimen franquista, dio impulso al trabajo colaborativo entre vecinos, cuadros políticos y profesionales de izquierda (Andreu, 2015). Bajo este contexto, en 1970 se crea la Asociación de Vecinos Nou Barris, conformada originalmente por entidades y grupos de vecinos de los barrios Trinitat Nueva y Trinidad Vieja, Torre Baró, Vallbona y Roquetas (Andreu, 2015:52).
Durante los años 70 y 80 se llevaron adelante muchas acciones que reivindicaron mejoras urbanas, negociadas por la Asociación Nou Barris con los primeros ayuntamientos democráticos numerosos adelantos urbanos (Sasa, 2013).
A partir de mediados de los años 90, en una situación económica nacional positiva, con una administración municipal abierta a las reivindicaciones vecinales y habiendo conseguido numerosos adelantos urbanos, la articulación fue disminuyendo y las entidades de cada barrio empiezan a mirar un poco más sus realidades particulares (Cano, 2017). Se mantiene cierto nivel de coordinación entre las asociaciones y entidades, pero esta no se traduce en una acción conjunta significativa.
Pero, a partir de fines de los años 2000, los efectos de la crisis de 2008 y los sistemáticos recortes de las partidas públicas comenzaron a producir grandes problemas socioeconómicos en el distrito. Esto puso en alerta a las redes vecinales de Nou Barris, al tiempo que el movimiento 15M[4] sirvió de impulso para que se activara nuevamente el trabajo articulado en el territorio.
Bajo este contexto, en 2012, un centenar de asociaciones, entidades y redes del distrito lanzaron la campaña Nou Barris Cabrejada diu ¡Prou! En noviembre 2014 se publicó el informe No es pobreza, es injusticia, que había comenzado a ser elaborado dos años antes a partir de un esfuerzo de organización vecinal. En el mismo año, la plataforma se movilizó para reclamar acciones concretas a los representantes políticos. La campaña Nou Barris Cabrejada solicitó al gobierno del distrito la realización de un pleno extraordinario en junio de 2016, del cual nació la medida de gobierno Pla d'Acció per la Cohesió i els Drets Socials de Nou Barris 2016-2019 (Cano, 2017).
Las redes vecinales de Nou Barris se han venido complejizando a partir de sucesivas luchas sociales y la constitución y agregación de numerosas organizaciones y plataformas. En 1992, se creó la Coordinadora de asociaciones y entidades vecinales Nou Barris; en 1990 la plataforma Nou Barris Acull, que trabaja para facilitar la incorporación en los barrios de las personas que provienen de la inmigración; en 2006 se crean la asociación 500x20 para luchar por un alquiler público asequible; en 2013 se crea la plataforma Salvem les pensions 9 barris y en 2014 se legaliza como asamblea la plataforma Aturats, que había surgido como producto del incremento de la tasa de paro en Nou Barris.
Pese a que han tenido periodos de latencia, las redes vecinales se han activado en momentos de crisis y han permitido politizar la agenda vecinal, en la que se evidencia la conexión entre los problemas del territorio con las políticas de ciudad. Su espacialidad y organización le han permitido actuar a escala de distrito, lo que le otorga una voz política significativa para dialogar con la autoridad (Sasa, 2013). Es una geografía vecinal compleja en tanto posee mecanismos para traducir los problemas cotidianos a la esfera pública, tanto a través de las organizaciones territoriales, como a través de sus redes temáticas.
Las Américas[5]
Caracterización del territorio
Ubicada en el sector norte de la ciudad de Talca, Las Américas es una zona compuesta por conjuntos de viviendas sociales construidas entre los años 1992 y 2000 en un marco de periferización, privatización y precarización del acceso a la vivienda (Rodríguez & Sugranyes, 2005). Sus cerca de dos mil unidades habitacionales se construyeron en etapas sucesivas, dando origen a sus nombres: desde villas Las Américas I a Las Américas XI. La población que escapa a esta taxonomía es Villa Doña Rosa, que constituye un pequeño sector ubicado a un costado de Las Américas X. En Las Américas, habitan 7 257 personas (Censo de Población Vivienda, 2017). El 83% de familias pertenecen al estrato más pobre de la población (Censo de Población y Vivienda, 2017) y presentan altos niveles de hacinamiento: el 22% de las viviendas tiene un nivel de hacinamiento medio y el 4% un hacinamiento crítico.
Proceso vecinal
Si bien las poblaciones que componen el territorio son etapas de un mismo proyecto habitacional, las políticas urbanas chilenas y el marco legal que regula la organización vecinal, estimularon que cada etapa se organizara en torno a su propia asociación de vecinos. Esta fragmentación socioorganizacional que está en el origen de la geografía vecinal de Las Américas, y que se replica en la mayoría de las ciudades chilenas, es el telón de fondo ante el cual se han producido diversos esfuerzos de articulación vecinal en los últimos veinte años.
La primera articulación vecinal se produjo entre los años 2000 y 2003, diez años después del inicio de la construcción de las viviendas y cuando ya se habían acumulado un conjunto amplio de problemas urbanos y sociales. El impulso vino desde una ONG local y entre los resultados más importantes estuvo la constitución de un espacio de coordinación ente asociaciones (Mesa Territorial), la definición de una agenda de necesidades y problemas compartidos y un proceso de negociación con la autoridad en torno a necesidades de equipamiento urbano. Este último, permitió priorizar y acelerar inversiones relevantes en educación y salud. A la par, la Mesa Territorial impulsó actividades culturales y propició la formación de un Centro Cultural y una Radio Comunitaria. El proceso de articulación se extinguió poco tiempo después de haber alcanzado sus principales logros y las redes vecinales volvieron a sumergirse en la vida de cada población por separado.
Después de diez años sin coordinaciones de escala territorial, en 2014 comienza un nuevo ciclo. Fue estimulado a partir de una alianza entre una Universidad regional, varias ONG y algunos vecinos que habían sido parte del ciclo anterior (Programa Territorio y Acción Colectiva, 2015). En este marco, se apoyó la articulación entre organizaciones de cada barrio. También, se constituyó una nueva Mesa Territorial (dispositivo que ya se había utilizado en el proceso 2000-2003) y se elaboró un diagnóstico sociourba-no del territorio, el que fue construido en gran medida por los propios vecinos y vecinas. Con base en el diagnóstico sociourbano comenzó un diálogo con las autoridades que terminó en acuerdos de gestión e inversión; el principal acuerdo fue la formulación y puesta en marcha del Plan Maestro de Regeneración urbana Las Américas 2017-2020, el que implica una intervención global en el territorio y termina con muchos años de intervenciones menores y parciales que en nada contribuían a modificar el déficit urbano estructural del territorio (Ministerio de Vivienda y Urbanismo, 2016). El Plan fue diseñado durante 2016 y se han comenzado a ejecutar las primeras inversiones programadas (Letelier, Tapia y Boyco, 2018). Sin embargo, las dificultades han sido muchas. El cambio de gobierno de 2018 implicó el desconocimiento de compromisos y retrasos importantes. Las nuevas autoridades estimularon a través de subsidios de adquisición de vivienda el éxodo de numerosas familias, lo que debilitó la organización social. Hoy, pese a que en términos formales el Plan Maestro continua, sus objetivos se han desdibujado notablemente y en este contexto, se ha debilitado la red de trabajo vecinal que le dio origen.
La geografía vecinal de Las Américas ha insinuado una articulación entre los problemas del habitar cotidiano y la esfera política. Sin embargo, el funcionamiento de su red vecinal depende en gran medida del apoyo de organizaciones externas al territorio. Existen muchos conflictos entre líderes y dirigentes, promovidos por una cultura clientelista. A esto se suma una actuación errática de las autoridades que ha generado históricamente mucha desconfianza. El entorno urbano, altamente precarizado, genera un contexto de convivencia difícil y sensación de desesperanza.
La capacidad que tiene la red asociativa vecinal de Las Américas para vincular los problemas cotidianos con la esfera de las decisiones públicas es precaria. Pese a esto, su trayectoria de articulación permite identificar algunas tendencias que también muestra el caso de Nou Barris: en primer lugar, se ha venido constituyendo poco a poco un nuevo mapa cognitivo del espacio vecinal, que está más allá de los recortes administrativos y urbanísticos predefinidos. Este territorio es más complejo, sus problemáticas y oportunidades son de escala mayor y, por tanto, exigen una comprensión y una acción más política. En segundo lugar, y a la par de lo anterior, se ha ensayado una práctica de coordinación vecinal que se desacopla de las lógicas de competición tradicionales. En tercer lugar, y pese a la fragilidad de la nueva geografía de relaciones, hemos observado cambios en la lógica de la acción vecinal, su territorialidad, tradicionalmente supeditada a la oferta pública y acotada a pequeños problemas cotidianos. Se posibilita en ciertos momentos una relación más simétrica con las instituciones de gobierno y una politización de los problemas urbanos.
Discusión
En segundo lugar, la estructura de la geografía vecinal es distinta en ambos casos. En Nou Barris, a la coordinadora de asociaciones y entidades se suma una seria de redes y plataformas que, en conjunto, conforman un entramado denso capaz de articular eficientemente escalas y ámbitos distintos, lo que la hace más fuerte y sostenible. En el caso de Las Américas, los únicos espacios de coordinación entre asociaciones vecinales han sido las Mesas Territoriales, las que han tenido muchos problemas para sostenerse como espacios permanentes y convocantes. La estructura de relaciones que sostiene su geografía vecinal es débil. En tercer lugar y en línea con lo anterior, la agenda vecinal de Nou Barris es hoy compleja e integral, entiende el habitar no solo como lo físico sino también en su relación con los derechos sociales y económicos: trabajo, pensiones, juventud, migraciones, etc. En Las Américas, si bien se ha transitado desde demandas puntuales relacionadas con el equipamiento hacia otras más urbanas e integrales, la agenda no traspasa los aspectos físicos de lo urbano. Se puede decir que ha escalado, pero no se ha complejizado temáticamente. Por último, en Nou Barris el impulso hacia la articulación y al surgimiento de geografías vecinales más complejas, es interno. Son las propias organizaciones quienes se auto convocan para activar su potencial de acción asociativa. En el caso de Las Américas, esta activación ha precisado de un estímulo externo y sostenido. Aquí, se manifiestan los efectos diferenciados de sus contextos históricos y políticos: en Barcelona un proceso de institucionalización del movimiento vecinal paulatino y negociado y en el caso chileno la destrucción del movimiento poblacional en su apogeo y la creación de un tejido fragmentado y despolitizado.
Pese a estas diferencias, los casos también muestran algunas similitudes. En primer lugar, observamos un tipo de geografía vecinal, que, con mayor o menor fuerza y regularidad, va más allá de los límites físicos de cada barrio y actúa en un nivel escalar distinto (el territorio o el distrito). Segundo, la expresión concreta de las geografías vecinales tiene fluctuaciones de intensidad. A veces, se sumergen en el trabajo intrabarrial y otras emergen para actuar a nivel del territorio o distrital. Tercero, en ambos casos, las redes vecinales se organizan de maneras no formales o no tradicionales y tienden estructuras horizontales y asamblearias de decisión. Cuarto, en ambos casos, cuando las redes que conforman una geografía vecinal compleja se ponen en movimiento, la territorialidad se amplifica hacia agendas más complejas e integrales y las estrategias también se modifican: desde la petición, hacia la propuesta, la reivindicación y la negociación con la autoridad.
El análisis de los casos evidencia que es posible discutir, desde la práctica urbana, la hegemonía de la concepción dominante de barrio como contenedor de las relaciones comunitarias. Pero, incluso una geografía vecinal más compleja parece ser más eficaz para que las organizaciones incidan en la gobernanza urbana. La articulación de espacialidades diversas a partir de la construcción de redes vecinales propicia el surgimiento de escalas de actuación con mayor capacidad de politización del habitar y de interlocutar con la autoridad.
Queda por ver cómo desde las políticas públicas es posible promover, o al menos no obstaculizar, la emergencia de nuevas geografías vecinales, más complejas, abiertas y poderosas. Al tiempo que, desde el ámbito académico, se profundiza en la comprensión de los procesos vecinales que están más allá de la idea de barrio.