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Revista Facultad Nacional de Agronomía Medellín

Print version ISSN 0304-2847

Rev. Fac. Nac. Agron. Medellín vol.59 no.2 Medellín July/Dec. 2006

 

LOS RETOS DE LA EXTENSIÓN ANTE UNA NUEVA Y CAMBIANTE NOCIÓN DE LO RURAL

THE CHALLENGES OF EXTENSION FACING A NEW AND CHANGING NOTION OF RURALITY

 

Marlon Javier Méndez Sastoque1

 

1 Profesor. Universidad de Caldas. Facultad de Ciencias Agropecuarias. Departamento de Desarrollo Rural. Calle 65 No. 26-10 Manizales, Colombia. <marlon.mendez@ucaldas.edu.co>

 

Recibido: Noviembre 11 de 2005; aceptado: julio 10 de 2006.


RESUMEN

Ante los cambios ocurridos en el ámbito rural, las formas y las estrategias usadas en la práctica de la extensión no pueden permanecer inmóviles. En respuesta a esta preocupación, el propósito de este artículo es reflexionar y discutir en torno a los retos que supone el ajuste de los modelos tradicionales de extensión a las nuevas formas de concebir, significar e interpretar lo rural. Tras este fin, el documento amplía tres temas principales: el tránsito de la extensión agrícola a la rural, el perfil de un nuevo extensionista rural y el rol del extensionista ante la multidimensionalidad rural. El documento termina con algunas consideraciones acerca de lo que presume asumir los cambios sugeridos.

Palabras claves: Extensión agrícola, extensión rural, ruralidades emergentes.


ABSTRACT

In the face of the changes occurring in the rural realm, the forms and strategies used in extension practices cannot remain immobile. To address this concern, the objective of this article is to reflect on and discuss in turn the challenges implicit in adjustment of traditional extension models to the new ways of conceiving, emphasizing, and interpreting the rural realm. To this end, the document amplifies three main topics: the transition of agricultural extension to rural extension, the profile of the new rural extensionist, and the role of the extensionist in the multidimensional rural realm. The document ends with some considerations about what the suggested changes presumable imply.

Key words: agricultural extension, rural extension, emergent ruralities.


DE LA EXTENSIÓN AGRÍCOLA A LA EXTENSIÓN RURAL
EL EXTENSIONISTA FRENTE A LA MULTIDIMENSIONALIDAD DE LO RURAL
HACIA UN NUEVO PERFIL DEL EXTENSIONISTA RURAL
CONSIDERACIONES FINALES
BIBLIOGRAFÍA


 

DE LA EXTENSIÓN AGRÍCOLA A LA EXTENSIÓN RURAL

Hablar de lo rural hoy implica hacer referencia a los distintos cambios sobre él acaecidos. De lo rural asimilable a la territorización de lo agrícola  (Bejarano 1998), ahora se trasciende hacia una noción más amplia, sustentada en el reconocimiento de su múltiples dimensiones.

De acuerdo con Ceña 1993, autora que promueve el reconocimiento de una nueva ruralidad, lo rural es un conjunto de regiones y zonas con actividades diversas (agricultura, artesanía, industrias pequeñas y medianas, comercio, servicios) en las que se asientan pueblos, pequeñas ciudades y centros regionales, espacios naturales y cultivados.

En esta misma línea, según lo expuesto por Ramos y Romero 1993, lo rural corresponde a una entidad socioeconómica en un espacio geográfico que funciona con cuatro componentes básicos:

  1. Un territorio que funciona como fuente de recursos naturales y materias primas, receptor de residuos y soporte de actividades económicas.
  2. Una población, que con base en cierto modelo cultural, practica actividades muy diversas de producción, consumo y relación social, formando un entramado socioeconómico complejo.
  3. Un conjunto de asentamientos que se relacionan entre sí y con el exterior, mediante el intercambio de personas, mercancías, información, a través de canales de relación.
  4. Un conjunto de instituciones públicas y privadas que vertebran y articulan el funcionamiento del sistema, operando dentro de un marco jurídico determinado.

Como es visible, haciendo una lectura desde nuestro ángulo principal de mira, esto es, la extensión para el desarrollo agrícola y rural, la nueva noción de lo rural resalta tres aspectos prioritarios:

  1. La actividad agropecuaria tiene lugar dentro de entornos culturales, económicos, políticos y ambientales diversos; por lo que, para motivar y acompañar procesos de desarrollo agrícola y rural, el conocimiento técnico especializado ha de complementarse con el conocimiento a profundidad de los distintos contextos sociales en que la producción agrícola se desenvuelve.
  2. La producción agropecuaria, entendida en sentido amplio, no se limita a la actividad primaria en sí, es decir, a la producción directa de bienes alimenticios para el consumo humano y la industria. La nueva concepción de lo rural enfatiza que en los ámbitos rurales, además de la agricultura, se realizan múltiples actividades. Para nuestro interés particular, es necesario reconocer que muchas de ellas tiene origen en la propia producción agropecuaria (venta de insumos, transporte, comercialización, mecánica agrícola, servicios de alimentación y alojamiento para trabajadores agrícolas, aviación agrícola, fabricación artesanal de empaques, servicio público y privado de asistencia técnica, entre otros).
  3. Igualmente, gracias a la fuerza y dominancia de las dinámicas agrícolas, otros tipos de actividades tienen cabida en los entornos rurales. Al motivar el intercambio de bienes, conocimientos y servicios, dichas dinámicas favorecen la formación de múltiples canales de relación. A modo de ilustración, ubicándonos en el contexto de buena para de los municipios nacionales, es fácil reconocer como éstos presentan su máximo dinamismo durante los “días de mercado”; es decir, cuando los campesinos y otros productores agropecuarios, comerciantes mayoristas y minoristas, amas de casa y comerciantes informales, entre otros actores, se encuentran en las plazas de mercado y sus alrededores. Son estos sujetos los que aquel día de la semana visitan los restaurantes,  bares, tiendas de abarrotes y supermercados, puestos de salud públicos y privados, almacenes de ropa, calzado y productos para la producción agropecuaria instaurados en los pueblos, dándole movilidad económica y social a los distintos entes locales y regionales.

Bajo esta nueva concepción, el quehacer de los extensionistas deja de limitarse a acompañar procesos absolutamente asociados a la producción agrícola directa, es decir, a la asistencia técnica tradicional. Definitivamente, su unidad operativa pasa de la finca a la localidad, y de ésta al territorio más amplio con el que la localidad sostiene relaciones de intercambio de la más diversa índole. Como plantea Cano 1999,

“es imprescindible asumir la actividad agrícola bajo un enfoque de cadenas, entendidas como circuitos en los que se entrelazan diversos actores de la agricultura desde los consumidores hasta los consumidores”.

No obstante, en la medida en que continúan primando las visiones netamente económicas y productivas, lo anterior no es suficiente. El enfoque de circuitos o cadenas ha de incorporar también el contexto social; reconociendo que medio social y producción agrícola siempre van de la mano. Como ya se mencionó, la producción agropecuaria tiene lugar en entornos sociales particulares. En este sentido, los condicionamientos culturales que definen las formas de ser, pensar y hacer; los inequilibrios en las relaciones de poder que median los intercambios y las negociaciones entre los distintos actores agrícolas y rurales; así como las relaciones establecidas entre hombre, sociedad y naturaleza, han de constituir, en conjunto, preocupaciones primarias del extensionista rural. Definitivamente, cuando se trata de acompañar procesos de desarrollo mediados por la producción agropecuaria, la visión global del contexto en que estos se desarrollan resulta fundamental; así como reconocer que el tipo de relaciones establecidas entre los distintos actores rurales, como se ve a continuación, no son exclusivamente comerciales.

 

EL EXTENSIONISTA FRENTE A LA MULTIDIMENSIONALIDAD DE LO RURAL

Superar la tradicional visión netamente productiva es el principal desafío que sugiere la transición hacia una nueva forma de concebir la práctica extensionista. La nueva propuesta concibe al extensionista como un acompañante de procesos que aporta sus conocimientos, habilidades y percepciones en función de la búsqueda de condiciones que satisfagan el vivir. En este sentido, es necesario vislumbrar la actividad agrícola, más que como un fin, como un medio para la generación de desarrollo. Pero, si hablamos reiterativamente de la necesidad de reconocer e incorporar la multidimensionalidad rural como eje de la extensión, ubicados en los entornos locales y regionales, ¿sobre que aspectos o situaciones centrar la atención? A continuación, al referirse por separado a cada una de las dimensiones sugeridas, se dan algunas luces sobre ello, para posteriormente derivar de allí una propuesta de perfil para el nuevo extensionista rural:

Dimensión antroposocial. Sin lugar a dudas, las diversas formas de pensar y actuar presentes en los diferentes ámbitos rurales están guiadas por condicionamientos sociales. En la cotidianidad rural, la relación con los medios de producción, la forma de tenencia de la tierra, los intereses de clase, las posibilidades de acceso a los beneficios sociales (salud, educación, vivienda), así como el acervo cultural perteneciente a cada grupo, permean la configuración de las relaciones sociales. En este sentido, cada grupo expresa una lógica distinta de pensamiento y acción, que es necesario reconocer, interpretar e incorporar a la práctica extensionista. Ciertamente, al desatender dichas particularidades, siempre se corre el riesgo de imponer una lógica distinta como guía de las propuestas realizadas; en este caso, la lógica del extensionista o la de la agencia que representa.

Es común que cuando no se tiene en cuenta la perspectiva del grupo que se acompaña, los planes, programas y proyectos no sean compatibles con los intereses de los “beneficiarios”. De ahí la importancia de transitar de un modelo vertical de extensión a otro donde primen las relaciones sociales de orden horizontal; donde, para el caso de campesinos y pequeños productores, ellos logren ubicarse, más que como simples beneficiarios de asistencia socioproductiva, como protagonistas y forjadores de su propio presente y futuro.

En esta tónica, la revaloración de lo que significa ser rural y campesino es una acción prioritaria al momento de  plantear cualquier estrategia de desarrollo y extensión. Rescatar el valor de la cultura cotidiana, del conocimiento popular y la idiosincrasia rural como símbolo de identidad, ha de ser una labor implícita en el quehacer extensionista. La estimación de sí mismo es una condición indispensable en cualquier proceso de desarrollo, sea este individual o colectivo. Sin disponer de un mínimo de confianza en sus propios valores y capacidades, sin  ser conciente de la posesión inmediata de recursos y medios valiosos para la acción, el individuo permanecerá mudo e inerte ante su propio devenir. En este contexto, la valoración del otro en su condición de actor en capacidad de asumir el protagonismo de su propia vida, sin que simplemente esté a la espera de una mano amiga y caritativa que venga a solucionarle sus problemas, ha de constituir una aptitud fundamental en todo extensionista rural. Como menciona Freire 1982,

“si una determinada población recibe hasta el cansancio un mensaje que la define como atrasada, ignorante, incapaz, no competitiva, perezosa, marginal, subdesarrollada, arcaica, etc., ésta terminará por interiorizar dicho mensaje y comenzará a comportarse de acuerdo con esa imagen negativa”.

Por el contrario, afirmar su valor y su potencial la hará más creativa y propensa a la acción; siendo este el objetivo de explorar, incluir y potenciar a profundidad las propias dinámicas socioculturales de cada comunidad relacionada como parte de una estrategia integral de desarrollo. Aunque para un observador desprevenido lo que allí brille sea el desorden, al interior de cada colectivo existe un orden implícito que hay que aprender a reconocer y respetar. Definitivamente, pasar por encima de éste implica violentar lo dado y construido a través de toda una historia de vida. Ante esta circunstancia, saber mediar entre lo nuevo y lo tradicionalmente asentado es en el extensionista una competencia altamente deseable. Como menciona Huergo 2004, no sólo se trata del conocimiento del mundo cultural rural, es decir,

“obtener informaciones acerca de los modos de vida, de las formas de trabajar la tierra, de la vida cotidiana, de los saberes rurales, sino que se trata de algo más complejo: de reconocer que el otro, desde su cultura, puede jugar el mismo juego que yo, por así decirlo, sin necesidad de adoptar mi cultura para jugarlo. Se trata de reconocerle su dignidad en los procesos de extensión.

Por otro lado, es necesario tener siempre presente que en cualquier espacio o práctica social nunca se parte de cero. Los logros, entusiasmos y desaciertos ocurridos en las comunidades en las que el extensionista interviene determinan el punto de partida.  De lo que se trata es de potenciar experiencias y vivencias. En muchas ocasiones, los caminos y las luchas emprendidos se olvidan. Cuando este es el caso, recuperar los ánimos que en cierto momento activaron la movilización social, encausándolos ahora hacia la resolución de los nuevos problemas, resulta una acción prioritaria.

Asociado a lo anterior, una tarea primaria en el ejercicio de la extensión rural consiste en procurar la identificación de intereses. Derivados de sus expectativas, preocupaciones y aspiraciones, los individuos y las comunidades, por supuesto no siempre con la ayuda de agentes externos, definen y priorizan sus acciones. Es muy probable que ellos sepan y tengan claridad acerca de lo que quieren. En este contexto, al incursionar en esas realidades, si se trata de generar procesos efectivos de avance hacia situaciones de bienestar, la intervención del extensionista ha de apuntar hacia esas mismas intenciones. No obstante, esto no quiera decir que el extensionista tenga que asumir una aptitud pasiva o de completa aceptación respecto a las opciones por las comunidades planteadas. Al tener la aceptación del colectivo, él debe asumirse como un actor más, con voz y voto para sugerir mejoras y cambios, formular críticas constructivas, o incluso otras alternativas no contempladas con anterioridad, poniendo al servicio del colectivo sus saberes y experiencias.

Coincidiendo con lo expuesto por González 2000, desde esta perspectiva se concibe al extensionista como un facilitador o inductor de la construcción de prácticas y conocimientos y no como un simple suministrador del mismo; premisa muy acorde con lo anteriormente planteado.

Dimensión político-institucional. Reconocer en los ámbitos locales y territoriales relaciones de poder, así como saber mediar entre las diferentes fuerzas, es una habilidad necesaria en los extensionistas rurales. En su labor cotidiana, este actor tiene que asumir en muchas ocasiones el papel de mediador entre autoridades y comunidades locales y regionales, acción para la cual debe estar capacitado. En el plano profesional cotidiano, el extensionista, debido a su contacto directo con los distintos actores rurales, es frecuentemente asumido como vocero de las comunidades que acompaña ante las distintas instituciones que actúan en pro del desarrollo agrícola y rural; convirtiéndose, de esta manera, casi en un líder natural.

Por otro lado, la tendencia institucional actual, que exige la gestión propia de recursos, a través de la presentación de propuestas y proyectos ante organismos nacionales e internacionales, demanda estar preparado para ello; es decir, para interactuar con agencias financiadoras en los distintos niveles, siempre bajo la perspectiva de asumir la representación de una comunidad, localidad o región. Bajo este enfoque, como menciona Mires 1993,

"no siempre las relaciones de poder son relaciones de fuerza. Las relaciones de poder surgen también del poder de las ideas, al fin y al cabo, son las ideas las que empiezan a imponerse en el escenario político, antes, inclusive, de que haya alguien que las presente como centro de su discurso"

En estos términos, la función de un extensionista rural consiste en servir como decodificador de las ideas de las comunidades que acompaña, con miras a motivar el diálogo entre éstas y otras instancias de poder; así como en saber traducirlas al leguaje institucional, esto es, en programas y proyectos que resulten altamente convincentes, dado su rigor metodológico y justificativo. En este orden, la capacidad argumentativa es una fuente inmensa de acción y coacción que ha de desarrollar todo extensionista rural.

En esta misma tónica, promover y practicar la participación ha de ser una de sus labores bandera. Dejar como saldo un capital político y social constituido, fundamentado en la capacidad de autogestión, debe ser el objetivo general de cualquier propuesta de extensión. Coincidiendo con lo dicho por González 2000,

“la participación social es un requisito fundamental para la construcción y mantenimiento de un tejido social suficientemente consistente. Participación que no debe limitarse a los asuntos relacionados con el sector agropecuario, sino en temas mucho más generales de la vida nacional.”

No obstante, para que un extensionista rural asuma el papel de promotor y estimulador de cambio, debe él mismo estar convencido de que su acción ha de sobrepasar el nivel de la instrucción y el de la asistencia técnica puntual. Esta premisa implica que el extensionista se comprometa con los hechos, convirtiéndose en un líder formador de otros líderes en función de las diversas empresas promovidas. ¿Cuántas empresas se han truncado al no evidenciar que su viabilidad se centra en la cuestión política, inclusive por encima de lo netamente tecnológico? En ocasiones, el papel político de un extensionista puede fundamentarse en su capacitad para reconocer el contexto y ajustarse a las condiciones del momento. Su papel está en hacer uso del poder argumentativo y de la capacidad de gestión para posicionar las propuestas participativamente diseñadas.

Dimensión económica. Comprender la dinámica económica de una localidad o región demanda identificar los distintos actores implicados, sus actividades sociales y productivas, pasando luego a reconocer las múltiples interacciones entre ellos establecidas. Cuando se alude a lo rural, con frecuencia, lo económico se restringe a lo agrícola, y este a su vez, a la cuestión tecnológica, dirigiendo la totalidad de las acciones al mejoramiento de los sistemas productivos, como vía para el aumento de ingresos y rentabilidades. No obstante, como se menciona en el apartado anterior, la actividad agrícola, al formar parte de circuitos productivos más amplios, posee encadenamientos hacia alante y hacia atrás, que complementan o dan lugar a su realización en el mercado. Bajo esta perspectiva, reconocer con suficiencia las características de cada cadena, es decir, sus distintos actores o eslabones, el papel que cada uno desempaña, el tipo de relaciones entre ellos establecidos, así como los nudos problemáticos frecuentemente encontrados a lo largo del circuito, constituye una labor prioritaria.

De igual manera, al concebir la producción en sentido amplio, incorporar “tecnologías blandas” (nombre con el que se reconocen los conocimientos y prácticas asociadas a la comercialización, el mercadeo, la administración y la gestión empresarial) resulta altamente necesario, cuando de asegurar el éxito económico se trata. Lo anterior sugiere superar el sesgo técnicocientífico de la extensión rural. Esto es, ser concientes de que poseer una fuerte formación en aspectos asociados a la actividad productiva directa (fitotecnia y zootecnia) no es suficiente para dar cuenta de la totalidad del proceso. En este sentido, disciplinas vistas como complementarias o accesorias durante el proceso de formación profesional, ahora pasan a ocupar un lugar privilegiado.

Definitivamente, desde el plano general, uno de los objetivos esenciales de la práctica extensionista consiste en mejorar el nivel de ingreso de las empresas, familias o comunidades involucradas. No obstante, aunque es fundamental, éste no siempre es el objeto perseguido. Aunque los programas o proyectos se sustenten en propuestas económicas y productivas, el mejoramiento del ingreso puede ser tan sólo el camino para cumplir otros propósitos. En otras palabras, más que el fin último en sí, la generación de recursos vía proyectos productivos puede constituir el medio para alcanzar un objetivo de índole político, cultural, social o ambiental. Así, aunque para los profesionales en ciencias agropecuarias, la actividad productiva constituya su principal razón de ser, no hay que olvidar que para muchos otros actores rurales, está representa, más que un fin, el principal medio para garantizar la reproducción social individual, familiar o colectiva.

En este sentido, tanto las comunidades como los extensionistas involucrados deben tener claridad acerca de los resultados esperados. Si se trata de optimizar el uso de los recursos disponibles, es importante definir, desde el principio, los cambios que se quieren suscitar. Aquí es necesario recordar que las transformaciones generadas o las innovaciones introducidas no sólo repercuten sobre la eficiencia de los sistemas productivos, sino, por encima de todo, sobre la cotidianidad de los actores involucrados. En la medida en que la actividad agrícola es el medio para generar condiciones de bienestar, los resultados deben proyectarse sobre el devenir de la gente. Tratando de ilustrar la idea expuesta, ¿de qué sirve, por ejemplo, mejorar el ingreso familiar, si los excedentes logrados van a ser invertidos en licor, más que en educación o mejoramiento de vivienda?, o, ¿qué sentido tiene mejorar el ingreso, si esto se hace a costa del deterioro ambiental?

A estas alturas no se puede desconocer que la noción de desarrollo fundamentada en el crecimiento económico continúa hasta hoy siendo dominante. Una adecuada incursión al mercado, guiada por parámetros de competitividad, es con frecuencia el objetivo perseguido. No obstante, un extensionista crítico debe estar en capacidad de reconocer nuevas opciones, esto es, capacitado para plantearse a sí mismo y a los demás que, para ciertas comunidades, la motivación vital no siempre es de carácter económicoproductivo. El  derecho a ser y a actuar de acuerdo con una noción propia de desarrollo viene siendo para muchos nuevos movimientos sociales su principal motivación y guía. Esto nos conduce a sugerir que un nuevo extensionista debe mantener una postura abierta al cambio, haciendo, cuando sea el caso, el quite a las tendencias dominantes.

Por otro lado, aunque a veces cueste aceptarlo, como señala Arias (1992), “hoy por hoy en las comunidades rurales existe cada vez más gente que no posee tierra, ni se dedica a las labores agrícolas; gente que se procura la sobreviviencia sin una base agraria”. Bajo esta perspectiva, sin desconocer el rol de la producción agropecuaria como actividad económica tradicionalmente sustentadora del ámbito rural, actualmente es necesario reconocer que la agricultura ha cedido paso a otras actividades. Como bien menciona Schneider 2003:

“Tal vez el ejemplo emblemático de ese cambio estructural sea la emergencia y la expansión de las unidades familiares pluriactivas, pues no raramente una parte de los miembros de las familias residentes en el medio rural pasa a dedicarse a actividades no agrícolas, practicadas dentro o fuera de las propiedades. Esa forma de organización del trabajo familiar viene siendo denominada pluriactividad y se refiere a situaciones sociales en que los individuos que componen una familia con domicilio rural pasan a dedicarse al ejercicio de un conjunto variado de actividades económicas y productivas, no necesariamente ligadas a la agricultura o al cultivo de la tierra, y cada vez menos ejecutadas dentro de una unidad de producción”.

En estos términos, es claro que la agricultura dejó de ser la única actividad económica desarrollada por los actores rurales más tradicionales. Hoy día, en muchas circunstancias, la dedicación de tiempo parcial de campesinos y pequeños productores a la actividad agrícola es una realidad a contemplar. De esta forma, cualquier programa orientado a generar condiciones de bienestar social rural, vía proyectos productivos, requiere incluir la dimensión no agrícola. Ciertamente, la diversificación de la base económica de las sociedades rurales ha de ser entendida como una acción prioritaria: se trata de enfrentar el declino económico de la actividad agrícola y de encontrar otras actividades que permitan a los habitantes rurales tener y mantener un nivel de vida adecuado.

Dimensión ambiental. Como bien menciona Leff 1986,

“las relaciones de un grupo social con su entorno natural no se producen simplemente por la forma de inserción de los procesos ecológicos en los procesos económicos de aprovechamiento de los recursos. La sobredeterminación que ejerce la dinámica del capital sobre la transformación de los ecosistemas y la explotación de sus recursos naturales está siempre mediada por el funcionamiento característico de estos grupos sociales asentados sobre ecosistemas específicos”

Interpretando lo anterior, se hace evidente que la cultura ejerce un papel determinante sobre el aprovechamiento de los recursos y condiciona las interrelaciones entre los procesos ecológicos y los procesos históricos de construcción de identidad y arraigo a la naturaleza. Definitivamente, no hay una sola forma de interacción individuo-naturaleza-sociedad. Si se exploran los extremos, mientras unos adoptan el discurso y la acción proteccionista y conservacionista como eje general de interacción; para otros, un poco más inmersos en la lógica productiva y consumista dominante, lo anterior puede ser simple retórica.

Definitivamente, reconocer lo anterior resulta prioritario para el extensionista rural. Ante dicha circunstancia, independientemente de su postura individual, el agente de desarrollo debe estar capacitado para incursionar en distintos escenarios, ajustando su acción a la medida de las necesidades. No obstante, ubicados en el momento actual, el replanteamiento de las formas dominantes de relación hombre-naturaleza-sociedad ha venido cobrando un espacio preponderante. Nuevas formas de concebir la realidad empiezan a tomar fuerza; asunto sobre el cual el extensionista debe estar atento.

Respecto a lo anterior, se puede plantear que en caso de apostarle a formas alternativas de concebir el desarrollo, es necesaria la construcción de nuevos discursos de la cultura y de la vida. Según Escobar (1999), siendo concientes de la prevalencia del modelo dominante, estas nuevas narrativas,

 “deberán ser híbridos de algún tipo, en el sentido de que deben partir de las mediaciones e hibridaciones que las culturas locales logren efectuar sobre los discursos y prácticas del capital y la modernidad. La tarea supone luchas por construir identidades colectivas y por definir fronteras y modos de relación entre la naturaleza y la cultura“. [Según esta postura], “para que una cultura ecológica pueda ser vista como la base de una propuesta económica y tecnológica propia (lo cual implica que la naturaleza no se reduzca a un objeto de mercado bajo el signo de ganancia), los grupos sociales tendrán que desarrollar formas de democracia ambiental y esquemas participativos de planificación y gestión ambiental. La creación de espacios autónomos a nivel local en los cuales se puedan promover proyectos alternativos podría ser una forma concreta de desarrollar esta estrategia”.

En situaciones reales cercanas a lo anteriormente expuesto, la acción del extensionista ha de enmarcarse en contribuir a la creación de espacios autónomos generados a partir de esquemas participativos, motivando la conversión hacia formas originales de democracia ambiental. Bajo esta perspectiva, cualquier propuesta debería partir del reconocimiento de un nuevo tipo de relación entre individuo, naturaleza y sociedad. Asumiendo su rol de motivador y acompañante del cambio, el extensionista ha de ser conciente de que la visión economicista de capitalización y monetización de la naturaleza se encuentra en proceso de transformación: la naturaleza, antes de ser concebida como un recurso, empieza a ser vista como fuente biológica de existencia, y en este contexto, el interés de muchas comunidades se enfoca hacia la defensa de un proyecto de vida, y no solamente a la de los recursos naturales. Para un extensionista rural, asumir lo anterior implica que su acción, más que en compartir o poner en común pautas productivas amables con el ambiente, consista en acompañar procesos de avance hacia nuevos tipos de relación hombre-naturaleza-sociedad.

No obstante, ubicados en el plano de la sociedad general, es necesario reconocer cómo ante el desbarajuste ambiental que experimentan las ciudades, la dimensión ambiental de lo rural viene siendo revalorizada. De acuerdo con Ramos y Romero 1993, autores que escriben desde el contexto europeo, en la actualidad los problemas que afectan a los habitantes urbanos son objeto de atención general y llevan a otorgar nuevas funciones a los espacios rurales que constituyan una vía posible al reequilibrio de las ciudades. Entre las nuevas funciones destacan las siguientes:

  1. Equilibrio ecológico, en cuanto a conservadores de ecosistemas y a la producción de paisaje de calidad, abierto y natural.
  2. Producción de agua limpia y conservación de sus fuentes.
  3. Espacios para actividades de esparcimiento y recreo al aire libre que, cada vez más, están ampliamente demandados por los habitantes urbanos.
  4. Sumideros de contaminantes del aire, el agua y el suelo.

Aunque es posible que en el contexto colombiano se encuentren casos que se ajusten a la descripción anterior, se tiene que reconocer que ésta corresponde más al ámbito de los países económicamente avanzados, donde el retorno a lo rural se experimenta de una manera distinta. En países como Colombia y similares, el interés sobre lo rural, a pesar de que mantiene un matiz ambientalista, privilegia la conservación y la expansión de lo urbano. Las áreas rurales son consideradas fundamentalmente portadoras de recursos escasos como el agua, los bosques, la biodiversidad, percibidos como necesarios para el logro de un equilibrio ecológico que permita la sobrevivencia de la ciudad. En esta vía, en términos del desarrollo urbano, lo rural importa como escenario vacío, es decir, sin gente. Más que las personas, importan los recursos convertibles en bienes de consumo.

Sin embargo, a pesar de la crítica realizada, lo anterior puede convertirse en oportunidad. Como es cada vez más común observar hoy, la demanda urbana de servicios ambientales posibilita el surgimiento de proyectos asociados al agroturismo y el ecoturismo, que se convierten en alternativa económica para los habitantes del campo y foráneos con capacidad de inversión. Ciertamente, las nuevas funciones atribuidas a las áreas rurales remarca la existencia de nuevas articulaciones entre estos espacios y las áreas urbanas; confiriéndoles un nuevo protagonismo cada vez más social, cultural y ambiental, y cada vez menos asociado a la producción agropecuaria directa. Acompañando esta creciente valorización ambiental, está también el reconocimiento institucional de que los espacios y sociedades rurales desempeñan un papel fundamental para el sostenimiento de la sociedad general. Definitivamente, preservar o mantener reservas naturales puede ser una actividad clave en muchas áreas rurales a largo plazo.

En este contexto, estar preparado para dar respuesta a este tipo de alternativas, implica para el extensionista aproximarse a ámbitos disciplinarios en ocasiones distantes al de su formación de base. En la medida en que dichas propuestas se alejan de lo estrictamente agrícola, el trabajo interdisciplinario junto a ecólogos, biólogos, sociólogos y antropólogos se hace estrictamente necesario; hecho que, en reconocimiento de la multidimensionalidad de lo rural, resalta la importancia de la apertura formativa y mental de los profesionales en ciencias agropecuarias hacia otras disciplinas, prácticas y saberes.

 

HACIA UN NUEVO PERFIL DEL EXTENSIONISTA RURAL

Retomando todo lo anterior, lo que viene es una aproximación al perfil del nuevo extensionista rural, que considera algunos de los principales elementos asociados a la nueva forma de concebir lo rural, puntualizando algunos de los aspectos hasta aquí discutidos. En síntesis, el nuevo extensionista rural:

  • Concibe lo rural más allá de la simple territorización de lo agrícola, reconociendo su carácter multidimensional y actuando en función de dicha particularidad: tiene claro que, además de económico y productivo, lo rural también es social, cultural, político y ambiental.
  • Sabe que la actividad agropecuaria tiene lugar dentro de contextos sociales, culturales, económicos, políticos y ambientales variados; y actúa en función de dicha diversidad.
  • Reconoce la actividad agropecuaria como parte de un todo más amplio, inserto en dinámicas territoriales que ocurren a distintos niveles (local, regional, nacional, global).
  • Concibe la agricultura en su rol de actividad dinamizadora de economías locales y regionales; comprendiendo que su labor va más allá de lo que pasa al interior de las fincas o empresas agropecuarias.
  • Percibe la actividad agropecuaria incorporada a procesos productivos en cadena, reconociendo eslabonamientos hacia adelante y hacia atrás, y actuando en función de dicho escenario conjunto.
  • Conoce con suficiencia las características de las cadenas productivas afines a las dinámicas locales y regionales en las que se encuentra involucrado.
  • Comprende que, para un agricultor, más que un fin en sí, la actividad agropecuaria es el principal medio para asegurar la reproducción económica y social tanto propia como familiar y/o empresarial.
  • Reconoce y acata la diversidad socioeconómica como punto de partida para el diseño diferencial de propuestas de desarrollo agrícola y rural. Sabe que la diversidad existente al interior de las sociedades rurales amerita intervenir diferencialmente, de acuerdo con las particularidades de la población que se acompañe.
  • Fomenta la participación directa de los sujetos involucrados en cada una de las etapas de las propuestas de extensión que acompaña o coordina, como estrategia tendiente a asegurar la viabilidad social de los proyectos emprendidos.
  • Asume a los sujetos rurales que acompaña como portadores de conocimientos valiosos, además de seres pensantes y actuantes, promoviendo el diálogo de saberes y la planeación participativa.
  • Reconoce los resultados de experiencias pasadas (no sólo positivas, sino también negativas) como punto de partida para la presentación de propuestas de desarrollo. Comprende que el momento de su llegada o incorporación a una comunidad o empresa no es el inicio de todo proceso.
  • Se asume como un actor más y no como el líder único o supremo de los procesos de mejoramiento que acompaña, valorizando siempre las posturas de los otros; eso sí, sin caer en la trampa de considerar toda propuesta comunitaria o de consenso como la única o mejor alternativa, sin antes analizarla a fondo, haciendo uso de su acervo de conocimientos.
  • Es un gestor de recursos. Está capacitado para formular y gestionar programas y proyectos de desarrollo agrícola y rural, así como para identificar las distintas agencias financiadoras existentes, de acuerdo a los intereses perseguidos.
  • Conoce con suficiencia las estructuras políticas y administrativas de los niveles local, regional y nacional en los que tiene que desenvolverse, así como sus lógicas formales e informales de acción, como medida para asegurar el tránsito adecuado de los programas y proyectos propuestos.
  • Reconoce a los líderes que intervienen en los procesos en que participa, así como el tipo de liderazgo ejercido, como estrategia para determinar el tipo de mediación a realizar, cuando la situación lo amerite.
  • Establece acciones de representación democrática efectiva, buscando que los diferentes tipos de actores participen activamente en los procesos de toma de decisiones y tengan mayor acceso a la información pertinente.
  • Interviene en los núcleos de toma de decisiones (gobiernos locales, regionales y nacionales, cuando se trata del poder estatal), procurando establecer nuevas formas de diseño e implementación de políticas públicas, en lo que se refiere al manejo de recursos, poblaciones y territorios, fundamentadas en las nuevas formas de concebir lo rural; rompiendo con la visión sectorial como única postura de análisis e intervención socioeconómica.
  • Contempla la pluriactividad como característica cada vez más común del perfil ocupacional rural, a la vez que promueve alternativas ocupacionales no agrícolas en casos donde sea necesario; actuando en función de generar entre los miembros de las comunidades habilidades y capacidades para un mejor y digno desempeño en ámbitos distintos al tradicional.
  • Reconoce los distintos tipos de relación hombre-naturaleza-sociedad, interviniendo cuando identifique fallas asociadas a la sostenibilidad ambiental; privilegiando la toma de conciencia como paso inicial para la intervención directa sobre las prácticas y visiones problemáticas.
  • Potencia y viabiliza el surgimiento de propuestas ligadas a las nuevas funciones ambientales de lo rural (conservación y protección de la naturaleza, producción de agua y oxígeno, eco y agroturismo, entre otras), como alternativa de diversificación y/o reconversión productiva; velando por el uso sostenible de los recursos involucrados.
  • Mantiene la disposición para el trabajo inter y transdisciplinario, atendiendo a la complejidad de las realidades rurales. En este sentido, además de especialista en su área específica del conocimiento, ha de ser generalista en lo referido tanto al conocimiento de los ámbitos rurales en sus distintas dimensiones, como a sus nuevas funciones.

Definitivamente, como menciona Cano 2004, el extensionista de los tiempos de hoy ha de ser:

“un diseñador, promotor, facilitador y acompañador de estrategias frente a los cambios en los entornos locales con una visión global. Visto así, el extensionista antes que un especialista en materias técnicas es un acompañante de actores sociales y productivos en sus lecturas, interpretaciones y acciones frente a las señales de los entornos”.

No obstante, asumiendo una postura crítica, y acogiendo lo expuesto por Suárez 2000,

“esta labor no ha sido plenamente incorporada al perfil con que las universidades forman a sus estudiantes, y en muchas ocasiones ha sido vista como una carga laboral adicional o como una distorsión de sus funciones tecnológicas. Por otra parte, los centros de formación técnica y profesional han reaccionado muy lentamente a estas exigencias sociales y los organismos de desarrollo también lo han hecho de una manera tardía e inconclusa”.

Lastimosamente, la educación descontextualizada, fundamentada en un ansia de universalización que descuida el entorno local y regional, sigue siendo dominante.

En muchos casos, dentro de los programas de educación formal profesional, la extensión rural ha sido a un área optativa que cursan los alumnos cuando quieren dirigir su atención hacia los pequeños productores. Sin embargo, a pesar de su existencia, el interés de los estudiantes no es muy elevado. El ejercicio de la labor extensionista es desmeritado y relegado a unos pocos. En el ámbito académico, si se compara con el de investigador, es un oficio de bajo perfil.

Bajo estas circunstancias, replantear el papel de la extensión implica también redefinirla como una opción vocacional y ocupacional digna. Siguiendo a Engel 1998, lograr lo anterior requiere de dos elementos básicos:

  1. Fortalecer la investigación e interacción académica sobre los temas críticos de la extensión, y
  2. Redefinir el perfil de los profesionales que optan por la labor extensionista, y luego adaptar los currículos de acuerdo a las propuestas admitidas.

De acuerdo con este mismo autor, en Latinoamérica hay muy pocos académicos dedicados a la investigación en extensión, o inclusive al intercambio de experiencias prácticas en ella. En nuestro lado del mundo no parece existir una amplia comunidad académica que se preocupe por desarrollar el tema, lo que resulta asombroso en un continente que durante los años sesenta y setenta lideró el trabajo académico y práctico de la educación de adultos, la educación informal y la comunicación para el desarrollo. Definitivamente, la invitación es a reanudar y a mejorar lo alguna vez realizado.

 

CONSIDERACIONES FINALES

Aunque en el documento se exploran por separado algunas de las más importantes dimensiones del ámbito rural, en la práctica, dicho aislamiento es ficticio. En la complejidad del mundo real todo se entremezcla. Definitivamente, fomentar en los extensionistas una visión global de la realidad es una tarea prioritaria. En esta vía, retomando lo expuesto por Morin (1995), la clave para lograrlo puede hallarse en “sustituir la alternativa reductivismo/holismo por un concepto sistémico que integre las relaciones complejas entre las partes y el todo”. No obstante, si se piensa en escenarios formativos como el universitario, en donde la fragmentación del conocimiento es lo que prima, el reto es aún más grande. El divorcio entre lo humano, lo biológico y lo físico parece irreconciliable. Generalmente, las ciencias básicas y aplicadas transitan guardando distancia de las ciencias humanas y sociales. Por otro lado, al ubicarse en el contexto de carreras como Ingeniería Agronómica, Veterinaria, Zootecnia e Ingeniería Forestal, en donde la visión técnicoproductiva ha sido la históricamente dominante, la cuestión social siempre corre el riesgo de quedar relegada a un segundo o tercer plano.

Con todo, si a lo que se quiere apostar es al desarrollo de una postura crítica e integradora, el cambio de aptitud ha de iniciar en cada quien. En medio de la especialización en la que habibualmente se desenvuelven las profesiones, cabe preguntarse hasta donde va la responsabilidad como actores insertos en las diversas dinámicas rurales. Sin lugar a dudas, el oficio de extensionista, asumido a la manera en que aquí se ha expuesto, para nada rivaliza con otras preferencias profesionales y/o disciplinares. Ante esta lectura, para quienes el campo constituye el principal escenario de acción, incluso por encima de la forma en que se inserta al sistema, aprehender lo rural en un sentido amplio constituye una responsabilidad ineludible; pues, ¿cómo simplificar un escenario complejo, cuando las decisiones y acciones están a diario alimentando dicha complejidad? En este sentido, en concebirse como actores que intervienen desde adentro y haciendo parte del sistema puede estar la clave.

Asociado a lo anterior, centrarse ahora en las ciencias agropecuarias, es prioritario reconocer las distancias existentes entre la formación profesional y el ejercicio de la profesión en sí. En muchas ocasiones, precisamente en virtud de la multidimensionalidad a la que aquí se alude, el profesional en algunas de estas disciplinas tiene que enfrentar diversas situaciones, para lo que requiere capacidades que van mucho más allá de las adquiridas a través de su sólida formación técnico-científica.

Piénsese, por ejemplo, en el profesional que asume la dirección de una unidad local o regional de atención agropecuaria. En casos como el señalado, su principal objetivo, incluso por encima de procurar el óptimo manejo y funcionamiento de los distintos sistemas de producción, es velar por el desarrollo integral de las comunidades insertar en dicha dinámica económica-productiva; acción que le demanda abrirse a las múltiples dimensiones que en conjunto configuran el mundo cotidiano. Definitivamente, lo anterior ha de conducir a encontrar un punto de equilibrio entre la oferta formativa y la demanda social que recae sobre los profesionales del agro.

A manera de cierre, y parafraseando a Morin 1995, vale la pena volver sobre lo siguiente: la simplificación, la reducción y la mutilación cognoscitiva no son solamente impertinentes, sino que incitan a decisiones y a políticas ciegas ante las necesidades de las sociedades rurales.

 

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