El pasado 16 de enero José Luis Villaveces dejó este mundo. A muchos de quienes compartimos espacios con él nos apena saber que hemos de renunciar tan pronto a su presencia. Es difícil decir algo diferente de lo que la mayoría de la comunidad académica de nuestro país conoce de tiempo atrás o ha leído en las múltiples manifestaciones de aprecio que siguieron a su fallecimiento. Sin embargo, para quienes llegamos al Departamento de Química de la Universidad Nacional de Colombia a principios de la década de los 80, José Luis comenzó siendo un profesor recién llegado de Europa, que calzaba botas de alpinista, y muy pronto se convirtió en uno de nuestros profesores más queridos.

Ya nos enteraríamos de que se había graduado poco más de diez años atrás, que pronto se había interesado por la fisicoquímica, que buscó nuevos horizontes en el entonces muy joven campo de la química cuántica, lo que lo llevó al grupo de Química Cuántica de la Universidad de Uppsala (el primero que así se denominó en el mundo), y que regresaba de hacer su doctorado en Bélgica en ese campo. Sus inquietudes sobre la estructura de las moléculas, la epistemología y la historia de la ciencia y su enseñanza, le llevaron a convocar a un grupo de colegas y estudiantes que pronto se conocerían como los cazadores del electrón perdido.

Como profesor siempre escuchaba atento las preguntas y respondía ofreciendo una mirada alternativa, cuando no irreverente y provocadora. Un verdadero Sócrates en acción, tuvimos que reconocer. Sus inquietudes pedagógicas darían lugar a una imparable reacción que movilizó un profundo cambio en los planes de estudio, no solo de su carrera, sino de toda la Universidad Nacional de Colombia. No satisfecho con lo que se podía hacer desde la carrera de Química, pronto se embarcó en la creación del primer programa doctoral en ciencias de nuestro país, muestra de su confianza en que la investigación podía dar mucho más a nuestra sociedad. Con la creación del doctorado en química nació también una nueva inquietud intelectual, la química matemática, campo al cual dedicó sus investigaciones desde entonces.

Como gestor de ciencia y educación su influencia no fue menor. Su acción se inició en la dirección de investigaciones de la Universidad Nacional y pronto alcanzó una escala mayor. Entre sus muchísimos logros en este campo basta con recordar algunos hitos: la formalización de los grupos de investigación cuando fue subdirector de Colciencias, la prohibición de expulsar a las adolescentes embarazadas de los colegios cuando fue Secretario Distrital de Educación, y la medición y contextualización del quehacer investigativo desde el Observatorio de Ciencia y Tecnología, espacios donde también creó escuela como el gran maestro que nunca dejó de ser. Todo ello constituye un ejercicio de honestidad intelectual al servicio de la sociedad.

Quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo personalmente muy difícilmente podremos olvidar a aquel lector acucioso y profundamente crítico, los libros que nos obsequiaba, las exóticas lecturas sugeridas y esos grandes relatos que procuraban tejer relaciones entre los tópicos más diversos para ofrecer una estructura compleja que permitiese ver holísticamente la naturaleza y la sociedad. Sin esos mapas grandiosos nos deja José Luis.