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Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

Print version ISSN 0370-3908

Rev. acad. colomb. cienc. exact. fis. nat. vol.44 no.170 Bogotá Jan./Mar. 2020  Epub June 08, 2021

https://doi.org/10.18257/raccefyn.1178 

Reproducción de artículos Julio Garavito Armero

NUEVOS CONCEPTOS ECONOMICOS

JULIO GARAVJTO ARMERO1 

1Director del Observatorio Astronómico Nacional, de 1893 a 1919


CAUSA PRINCIPAL DE LA GUERRA DE 1914

El eminente sabio y filósofo francés H. Tornearé se maravillaba de la existencia de las leyes naturales: para un espíritu tan escéptico como el de aquel ilustro profesor, todo, puas, debería ser obra del acaso, fio veía sin embargo, obligado a admitir la realidad de tales leyes; de ahí que escribiese en cierta ocasión: creerlo todo es simplismo y negarlo todo también, lo es.

Los fenómenos del orden físico, o, por mejor decir, los del orden inorgánico, obedecen a leyes bien definidas: an codificación cuantitativa constituye la ciencia adquirida.

La teoría determinista, en la cual se funda la aplicación de las matemáticas a los fenómenos del orden físico supone que el estado actual de un conjunto aislado depende del estado inmediatamente anterior.

Si se observan tres posiciones de un cometa, será posible calcular su órbita y la ley de su movimiento; se podrá así prever las posiciones aparentes que ha de ocupar sucesivamente entre las estrellas para seguirlo después hasta donde el podei1 de la visión óptica lo permite.

Dadas la forma y dimensiones de Un cuerpo pesado, se podrá calcular la duración de su oscilación alrededor de determinado eje. La experiencia verifica la exactitud de tales previsiones.

Pero basta de ejemplos: la ciencia adquirida sirve de verificación al determinismo, al menos en lo que respecta al orden inorgânico. La teoría determinista, generalizada más allá, de tal orden, constituye la hipótesis sobre la cual se funda la posibilidad de las ciencias biológicas. Pero en este caso, la dependencia del estado actual, respecto del estado anterior, no puede ser Himple; no es lineal, como diríamos, hablando metafóricamente en lenguaje matemático. Esta dependencia, es, al contrario, muy compleja, lo cual da lugar a multitud de soluciones igualmente posibles, referentes a determinado estado inicial, y de las cuales el estado siguiente sería una de ellas. Las soluciones uniformes se refieren a los fenómenos puramente físicos, en lus que el determinismo se confunde con el fatalismo; mientras en lo que respecta al orden biológico, el determinismo no excluye la libertad de elección entre las varias soluciones posibles. Las dificultades suscitadas contra las ciencias biológicas quedan así desvanecidas.

Existen, por otra parte, influencias generales a las cuales está sometida toda la materia: un albañíl que pierde el equilibrio sobre un andamio, desciende al suelo como si fuese un cuerpo inerte.

Quienes niegan la posibilidad de una ciencia sociológica fundándose en que no se han enunciado hasta hoy las lejos a las cuales obedecen los acontecimientos sociales, confunden la ignorancia en que está aun la humanidad respecto de tales fenómenos, con la existencia misma de ellos.

S¡ admitiésemos que los hechos sociales son obra del acaso, nos veríamos al fin en presencia de la ley de los grandes números, y ésta, al menos, sería una ley.

Pero hay más: la sociedad humana no puede es capar a las influencias materiales de que hemos hablado, las cuales por su ordenada orientación tienden a efectuar el desarrollo natural y sano de ese vasto pero incipiente organismo. La influencia del hombre sobre el porvenir de la sociedad humana se pone de manifiesto más por los errores cometidos que por los aciertos: estos últimos ayudan a la tendencia natural y se confunden con las influencias exteriores; mientras que los errores producen perturbaciones profundas, cuyos efectos se asemejan a las enfermedades en los organismos vivos.

En la producción de un hecho cualquiera concurren multitud de antecedentes, los cuales podrían considerarse como causas; pero todos no tienen igual importancia. Entre ellos hay uno que puede ser considerado como el principio productor del efecto, esto es, la energia potencial, cuya transformación en actual produce el fenómeno y determina su intensidad: es a ese antecedente al que llamamos causa principal.

Las causas de las guerras deberían hallarse consignadas en La historia. Desgraciadamente los historiadores no las han podido descubrir y en su lugar han consignado como hechos históricos sus caprichosas opiniones, los pareceres de otros historiadores o los pretextos alegados por los pueblos para lanzarse a la guerra.

La guerra de Troya fue causada, según Homero, por una intriga de amor: el rapto de Helena. Gran número de historiadores han visto la misma causa en todas las guerras. La Conquista de España por los moros, según se nos enseña, tuvo por causa los amores del rey Rodrigo con la bella Florinda, hija del Conde don Julián. Otros cronistas atribuyen las guerras a las ambiciones de los monarcas o a odios personales entre los soberanos; otros, en fin, a circunstancias étnicas, políticas y religiosas.

Tales opiniones no resisten la crítica, pues las causas supuestas subsisten de una manera continua, mientras las guerras no acaecen sino de vez en cuando.

La creencia errónea de que los pacidos están siempre dispuestos a la guerra ha sido la causa del fracaso de gran número de conspiraciones.

Las grandes leyes sociológicas no se pueden desenredar del enorme cumulo de circunstancias de detalle que se presentan al historiador y al hombre de estado. Al seguir con el microscopio puso a paso, todos los detalles de la superficie de una pintura, analizando cuidadosamente las sustancias colorantes, contando el número de hilos del lienzo por milímetro cuadrado, midiendo con el micrómetro el espesor de colorido, etc., no se sabrá cuál es la imagen que representa el cuadro. Cuanto más minucioso sea el estudio de los detalles, menor será la probabilidad para juzgar acertadamente del conjunto, l'ara apreciar la piulara es necesario arrojar a un lado el microscopio y colocarse a distancia conveniente, en plena luz.

Solamente considerando los acontecimientos históricos desde un punto de vista general, es como se pueden descubrir las causas de mayor influencia en el desarrollo de los pueblos.

El descubrimiento de la manera como se reproducen las plantas y la consecuencial aplicación al cultivo de las tierras, hizo de tribus nómades pueblos fijos o naciones. El descubrimiento del fuego trasformó el régimen alimenticio del hombre, lo cual influyó en sus condiciones fisiológicas. Además acarreó el descubrimiento del hierro y de los otros metales y facilitó la utilización de éstos en la fabricación de herramientas y de armas.

¿Habrá una causa que explique las guerras? Esta pregunta podrá parecer muy extraña, pues se asemeja a esta otra: ¿todas las enfermedades del cuerpo humano provendrán de una sola causa?

En un organismo tan complejo como el cuerpo humano, el número de influencias desequilibrantes es el conjunto de todas las circunstancias capaces de lesionar todos y cada uno de los órganos; pero en un organismo rudimentario el número de causas nocivas se reduce proporcionalmente a la sencillez de su estructura.

Se cree que la guerra fue el estado natural de la especie humana en la época salvaje. Las tribus nómades vivían del botín; sus correrlas se trocaban en excursiones cuando hallaban regiones cultivadas. La guerra ofensiva era útil para aquellas tribus que ignoraban la agricultura, A su vez, la guerra defensiva era indispensable a los pueblos agrícolas, obligados como estaban a defender los cultivos contra la voracidad de las tribus errantes.

Hoy todos los pueblos trabajan y cambian sus productos entre sí ; el estado natural y sano de la sociedad moderna debe, pues, corresponder a la par.; salvo el caso de circunstancias que alteren el intercambio de productos o la distribución y consumo de éstos.

El atavismo secular explicaría la tendencia bélica; pero el estallido de la guerra no se puede concebir sino por motivos al menos igualmente poderosos a los que impulsaban a las tribus salvajes: de otro modo tendríamos que admitir que el hombre moderno había degenerado.

Varias civilizaciones han caducado sucesivamente, como si fuese ley natural aquella que se ha impuesto a la sociedad de no poder avanzar siempre. La desmoralización no es causa sino efecto; como la putrefacción no es la causa de la muerte sino el signo de la desorganización.

El hombre en estado salvaje es más o menos individualista. Una larga serie de circunstancias, que sería imposible expresar sucintamente, ha venido estrechando los vínculos sociales de una manera lenta pero segura. Todos los trastornos que ha sufrido la marcha natural de la sociedad provienen, en síntesis, de lucha entre el egoísmo individualista, resabio atávico del salvaje, y la imperiosa necesidad de la asociación a la cual deben hoy su progreso los seres humanos.

Esta lucha incesante entre el egoísmo y el bién general es la causa de un mal que subsiste desde los más remotos tiempos; pero, que jamás había tenido los caracteres asfixiantes que ha presenta do en estos dos últimos siglos a la par del enorme desarrollo industrial y manufacturero.

Ante el amenazante espectro de la miseria la mayoría de las gentes, especialmente en las ciudades más populosas, no tienen, no pueden tener otra mira que la de ganar dinero. Todo lo que no tienda exclusivamente a ese solo y único objeto es pérdida de tiempo. Tal afán no es manifestación de avaricia sino de miedo: es el pánico de la miseria reagravado por la dificultad de escapar de sus tremendas garras. No se estudia por saber, no se viaja por conocer, no se manifiesta amor por cariño, sino por negocio: la vida no tiene otro objeto que el de ganar dinero. El hombre se ha encerrado en un círculo vicioso demasiado estrecho: gana dinero para vivir, pero vive sólo para ganar dinero !

El individuo humano, noble por naturaleza, se hace cada día más egoísta por miedo a la miseria. Toda acción generosa se conceptúa como una temeridad, como un atentado contra la propia conservación, y hoy lo es en realidad. El Hada Merlinga sólo existe en los cuentos fantásticos, y al contrario, la hipocresía, la mentira, la astucia y la avaricia se vuelven poco a poco virtudes: al menos, son prácticamente premiadas por el éxito.

Los vínculos de familia se debilitan más y más por el interés; pues se desea la muerte de los parientes ricos. En una palabra, el mundo moderno inspira asco y desprecio.

¿Qué causa ha ocasionado tan lamentable estado?

Desde que se instituyó el libre uso de las máquinas, corolario forzoso de la libertad de industria, ciertos espíritus videntes previeron el perjuicio que sufriría la gran mayoría de la gente por causa del trastorno profundo que se introducía en el régimen económico-social con semejante permiso. La nebulosidad de las ideas de las gentes respecto de la riqueza y de la moneda y, por tanto, de la causa de la miseria; la infantil creencia de que la sola escasez de productos es la que puede originar el hambre y la desnudez, como si no se necesitase de moneda para comprar la mercadería: todo eso, hacía imposible comprender que la máquina siendo como es un poderoso auxiliar de la producción, agravase la miseria en vez de aliviarla. 101 vulgo no podía comprender cómo al facilitarse la producción por un lado, se estancaba la circulación de la moneda por otro.

¿Fueron temores infundados los de aquellos seres bondadosos que temieron por la suerte de la gran familia humana? No tal: séanos permitido consignar aquí algunos conceptos que hemos expresado en otros escritos.

La distribución de ocupaciones es hoy muy diferente de lo que era antes de la invención de la máquina de vapor. El obrero a domicilio ha desaparecido completamente en los países industriales, y en su lugar existe el operario de fábrica. Esta transformación radical se verificó en Inglaterra en los años de 1782 a 1788, y en Europa entera, después de la gran revolución francesa y durante las guerras de Napoleón.

Según Beauregard, la clase obrera de Inglaterra experimentó al principio crueles padecimientos que duraron poco, porque después sobrevino una bonanza económica. El representante de la escuela económica ortodoxa (individualista) Leroy Beaulieu, ha designado esa época de crisis en Inglaterra con el nombre de estado caótico.

La corta duración de la crisis en Inglaterra-el gran argumento en favor de la escuela ortodoxa- se explica fácilmente, así como la bonanza económica que le dio fin. La manufactura inglesa, con el auxilio de las máquinas de vapor y de operadores perfeccionados, mejoró de calidad, aumentó en cantidad y disminuyó en precio, haciéndose vencedora en todos los mercados libres sobre la manufactura de los otros países industriales del Continente europeo. El triunfo industrial de Inglaterra fue tan completo que pudieron establecerse nuevas fábricas, las que dieron cabida a muchos trabajadores, y aun el salario aumentó de precio. Inglaterra era la poseedora de la máquina y era, por tanto, la (pie usufructuaba el beneficio.

¿Pero qué aconteció en Francia, competidora industrial de Inglaterra? ¿Aquella bonanza no refluiría en otras regiones?

He aquí los hechos: "Watt en asocio de Boulton creó en 1774 los talleres de Saho, de donde salieron las poderosas máquinas llamadas de Cornuillex, de que se proveyó la industria del Reino Unido". "En 1782, Watt había perfeccionado su máquina y tomaba patente por la invención de la expansión" (Historia de, las Matemáticas, por M. Mary).

La indústria inglesa, auxiliada con la máquina de vapor, podía luchar con ventaja en los mercados libres. Inglaterra levantó la bandera del libre cambio y logró hacerla triunfar en el mundo, con lo cual venció completamente a su rival en industria, esto es, a Francia.

La industria francesa debía sufrir una primera derrota en el extranjero, después de 1774, y en efecto: "el déficit que era pequeño en 1776, cuando Turgot era Ministro, se elevó considerablemente en tiempos de Neker y Calonne" (Cantó, Historia Universal).

El malestar económico se agravaba más y más: la entrada libre de la manufactura inglesa en el territorio francés debía producir y produjo en realidad, la bancarrota completa de la industria francesa. El tratado Pitt-Neker, que permitió tal medida, se firmó en 1736". "En Lyon, en 1787, treinta mi! obreros esperan su subsistencia de la caridad pública" (H. Taine, Orígenes de la Francia contemporánea). Lyon era una de las ciudades más manufactureras de Francia.

Después de esa fecha principiaron los motines en todas las ciudades industriales.

En el año de 1788, en marzo o abril, dice Taine: "Por la mañana, en el paseo de Long-Champs, el populacho, reunido en la puerta de la Estrella, ha insultado de 3a manera más grosera a las personas que pasaban en carruaje, los miserables se subían a los estribos gritando: ¡El año próximo iréis detrás de vuestras carrozas y nosotros adentro!"

En 1789 la Asamblea Nacional rebajó todos los impuestos y suprimió todos los servicios. La corte de Francia desapareció: París vivía del fausto de esa corte y gran número de proveedores, joyeros, sastres, modistas, peluqueros, floristas, etc., quedaron sin trabajo. Tal fue la causa de los motines y de los asesinatos de París en ese año; tal fue la causa de la toma de la Rastilla. "En 1701 el censo de París arrojaba 050.000 habitantes, de los cuales 113.000 eran mendigos" (H. Taine). Marat escribía en marzo de ese año, en El Amigo del Pueblo: "Es necesario matar a los obreros o darles de comer" (Paul Janet). Tal fue la causa que originó no sólo la revolución francesa sino también la guerra continental.

Luis XVI y la Reina, los girondinos, los franciscanos y los jacobinos fueron decapitados vanamente: el hambre continuaba haciendo estragos.

Las campañas de Napoleón sí vinieron a resolver la crisis continental ; desde esa época se crearon los ejércitos europeos, halló colocación en ellos gran parte de la masa de gente cuyo trabajo se había hecho inútil a causa de la inmensa producción fabril.

Los enormes ejércitos, el lujoso tren oficial, las obras públicas, etc., han sido instituidos por los gobiernos para aminorar en parte el enorme mal causado en la distribución de las ocupaciones por la inconsulta libertad en el uso de las máquinas.

Hay un funesto error, preocupación universal, de que la miseria proviene de escasez en la producción de la riqueza. A cada instante vemos ejemplos de lo contrario: la abundancia de las harinas americanas produjo la crisis de la industria harinera en Austria; la enorme exportación de café brasilero en 1S9S 1900 acarreó la crisis del café en Colombia, en esa misma época. Los industriales se arruinan por la escasez de ventas y ésta proviene de la enormidad de la competencia.

La inaudita cantidad de avisos de oferta demuestra de manera palmaria que lo que se produce o pudiera producirse es enorme respecto de lo que se consume.

¿Por qué hay necesitados habiendo sobreproducción? Hé ahí una pregunta que pocos se hacen porque todos tienen la creencia de que hay necesitados porque hay falta de productos y todos claman por un aumento de producción, sin echar de ver que aquellos que carecen de dinero no podrán proveerse jamás de nada, por grande que sea la abundancia de todo.

El proletarismo proviene de escasez de ocupaciones lucrativas, esto es, de imperfección de la circulación de la moneda y no de imperfección en la producción de la riqueza.

Bajo el régimen económico individualista (libertad de industria) la vida social no es posible sino con la creación de servicios distintos de la producción de riqueza. Si la tercera parte de la población, por ejemplo, posee todas las fuentes de riqueza, y si lo que produce esa parte es más de lo que pudiere consumir toda la humanidad, ¿qué ocupación lucrativa restaría a las otras dos terceras partes?

Ha sido pues necesario crear servicios distintos de aquellos que tienen por objeto la producción de riqueza, para ocupar el sobrante de gente cuya lavor productiva sería inútil, por una parte, e imposible económicamente por otra. Las guerras son efecto natural, o consecuencial, de la superabundancia de gentes desocupadas, esto es, de gentes cuya labor no podría ser remunerada económicamente hablando: para evitar la perturbación, o para mantener el orden, se ha creado un nuevo servicio: el ejército.

El paliativo creado por los gobiernos con el abundante tren oficial, las obras públicas, el ejército, la marina de guerra, etc., ha sido insuficiente ante la enormidad de la masa de gente que ha quedado sin trabajo lucrativo, a causa del perfeccionamiento en la industria y por la heterogénea distribución de las fuentes de riqueza, creada por esa misma perturbación. La vida humana en el siglo y medio que ha transcurrido desde que entró en acción la máquina de vapor, ha sido un lento suplicio para la gran mayoría.

Se han cumplido, pues, los fúnebres augurios de aquellos espíritus bondadosos que vieron un espantoso peligro en la distribución del trabajo, cuando se opusieron al libre uso de las máquinas.

Ha pasado más de un siglo bajo el régimen de la libertad de industria, auxiliada por la máquina. El decantado progreso que debía resultar de tal medida está a la vista de todos. Las máquinas han llegado a un alto grado de perfección, pero ya se empieza a sentir el retroceso; lo propio acontece con las manufacturas; las comunicaciones son instantáneas y universales; los trasportes rápidos y cómodos; los edificios son monumentos; los buques ciudades flotantes.... y ¿qué más? Cómo..... ¿Acaso Baco no ha dado al mercantilismo actual el poder de transformarlo todo en oro, como lo concedió al rey Midas? El amor, la amistad, los honores se cotizan como cualquier mercancía. La balanza de la justicia se inclina hacia el peso del oro. Pero hay algo mejor que todo, y ese algo no se consigue sino con dinero: es el dinero mismo. Sólo con oro se pueden hacer buenos negocios, y qué mejor empleo se puede dar al capital que no sea acrecentarlo más y más? Ninguno.

Quien carezca de capital es hombre perdido; para satisfacer sus más urgentes necesidades tiene que fletarse como si fuera una mula de carga, y a esto se agrega que el trabajo es cada día más escaso a causa de la competencia industrial.

Pero ¿qué es la competencia industrial? Sólo Víctor Hugo sabría describirla, puesto que ha descrito al pulpo. Los horrores del infierno del Dante hacen reír a los que han conocido los padecimientos del proletarismo en las ciudades populosas. El combate industrial es silencioso; no hay descanso, no hay auxilio posible, no hay esperanza alguna de salvación; es como nadar en el mar, sólo que no se teme a la muerte sino a la bancarrota, a la miseria en medio de la civilización, es decir, a algo mil veces peor que la muerte. Cada correo trae nuevas decepciones, pues la demanda disminuye y mientras los depósitos se llenan de productos, los periódicos se colman vanamente de avisos. No es posible parar las máquinas y suspender la producción, porque eso sería la completa derrota. Hay necesidad de la reserva para pagar las materias primas y los obreros; pero ésta se agota al fin y entonces se apela al crédito para continuar la producción. La demanda sigue disminuyendo, los depósitos están repletos y no hay en caja lo suficiente para pagar los obreros; entretanto los huelguistas inculpan a los empresarios el ser la causa de la precaria situación de los obreros.

Se presenta en ocasiones un pequeño alivio con el cual se puede retardar algún tiempo el desenlace fatal; el Gobierno resuelve aumentar algunas unidades a la marina de guerra. Se ha hallado al fin un cliente a quien vender tales o cuales artículos de los que entran en la armadura, la coraza, la maquinaria, la arboladura, el mobiliario, etc., con cuyo producto se puede atender momentáneamente a los gastos. Lo cual no impide que tanto los empresarios como los obreros se lamenten de la ponderosa carga de un gobierno que derrocha tanto dinero en la marina. ¿Cuándo acabarán esos despilfarros? Pero el beneficio ocasionado por las compras oficiales se acaba y la situación vuelve a su estado asfixiante, hasta que sobreviene la bancarrota. La fábrica se cierra, se rematan sus edificios y sus máquinas. Los obreros desocupados buscan vanamente ocupación en otras fábricas colmadas de trabajadores. Algunos se despiden de sus padres ancianos para lanzarse al mundo en busca de un pan que su patria les niega; otros se vuelven mendigos o ladrones. Los empresarios, personas acostumbradas a la vida cómoda, se encuentran al fin en la más completa ruina. Son abandonados por sus amigos, y nadie vuelve a recordar esas estrellas apagadas que se hunden en el seno de la miseria. Pero los huelguistas continúan sosteniendo que los empresarios absorben el trabajo de los obreros. En respuesta los economistas de la escuela clásica niegan que haya problema social, porque si bien es cierto que los obreros están mal, no lo es menos que los empresarios están peor aún, de lo cual deducen que todo marcha admirablemente y que el desarrollo social es perfecto bajo el régimen de la libertad de industria.

Así ha pasado el siglo y medio del tan decantado progreso industrial. No es pues de extrañar que ante el pánico de la miseria todo lo bueno haya caducado y el crimen por interés se generalice de manera alarmante.

Sismondi fue considerado como un utopista pernicioso, enemigo del progreso, envidioso de los ricos, detentador de la sagrada propiedad, etc. Aún resuena la atronadora algarabía de pueriles argumentos en favor de las máquinas, como si éste atacase las máquinas y no el libre uso de ellas. Aún resuena el eco de la estruendosa serie de insultos contra aquellos que manifestaron el temor de una perturbación profunda en el régimen de la distribución del pan cotidiano. Ninguna idea ha sido más acremente combatida. La Inquisición quemaba herejes pero no los insultaba! El régimen moderno ha sacrificado al género humano como holocausto al dios Mamón y ha insultado calumniosamente a los que osaron oponerse a tan cruel sacrificio en aras del falso ídolo.

Pero la máquina de vapor no fue sino un primer paso; sus efeetos no han podido destruir el equilibrio de la sociedad moderna, si bien es cierto que la han minado de manera profunda. Hay más, la electricidad ha permitido a la industria utilizar toda la energía hidráulica, la que es completamente gratuita.

La lucha de la manufactura servida por vapor contra la servida por agua no es posible, y nos hallamos hoy ante un cataclismo mucho más intenso que el de hace siglo y cuarto. Inglaterra tenía que empezar a sufrir lo que en otro tiempo sufrió Francia. La bancarrota de muchas fábricas era inminente; la emigración crecía hasta llegar a seiscientos mil ingleses por año, y a pesar de esto las huelgas tomaban proporciones gigantescas.

Pero no era la industria inglesa la sola que estaba asfixiada; era toda la industria europea inclusive la alemana.

La perspectiva de la guerra social era inminente y en espera de esta catástrofe escribimos en Lo Revista Nueva de 1909:

"La verdadera causa del mal es el atraso de la Institución gubernamental. La perturbación producida por la atrofia del poder civil no es un simple trastorno pasajero, sino una dolencia patológica, una verdadera enfermedad social, una obstrucción, un estancamiento, una asfixia que requiere eficaz remedio si se aspira a que el progreso moderno alcance a su completo desarrollo".

La Economía Política clásica no es todavía una ciencia adquirida, se ha conservado hasta ahora en los primeros términos de esa serie cuya suma representa el haber positivo del ramo, y en todos los ramos de observación los primeros términos han sido siempre negativos.

¿Por qué no ha avanzado la Economía Política? La persistencia de ese statu quo depende sin duda, de ciertas masas ocultas de que habla el Profesor Emilio Picard en su opúsculo "La Ciencia moderna y 6U estado actual".

Los actuarios tropiezan en sus cálculos con una grave dificultad: es la de aceptar una convención impuesta por los hábitos de una sociedad asfixiada por la carencia de un signo de cambio del cual se pueda disponer fácilmente para el desarrollo de la producción. Los economistas ortodoxos tan hábiles para ofuscar los entendimientos no han podido, sin embargo, hallar ninguna razón justificativa de un abuso debido claramente a la ineficacia del ramo oficial de la hacienda pública.

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Las consideraciones anteriores nos han llevado aparentemente muy lejos del tema de que nos hemos querido ocupar. Tratábamos de inquirir la causa principal de la actual guerra europea.

No hay duda de que la Europa periférica preparó y llevó a cabo la actual conflagración contra la Europa central, mediante laboriosas gestiones diplomáticas. No hay tampoco la menor duda de que Alemania y Austria aceptaron de muy buena voluntad el reto sin lo cual no se hubiera podido llevar a cabo la guerra. El rápido avance de Alemania no prueba que dicha nación fuera la provocadora del conflicto sino que estaba preparada para ello y se propuso conseguir que el campo de batalla estuviese fuera de sus fronteras. Sea de ello lo que fuere, no se trata aquí de inculpar a tal o cual nación el haber sido causa del conflicto, sino de consignar los hechos tal y conforme a la verdad. Cuál haya sido la iniciadora del trastorno no importa al caso, puesto que todos los países beligerantes han entrado a la guerra voluntariamente.

El hecho principal que debemos consignar aquí es el de que los pueblos no tenían conocimiento alguno de la conflagración antes de que estallase. La sola voluntad de un puñado de hombres-los gobernantes de los países beligerantes-decidió la catástrofe.

Si la paz es el bien supremo de los pueblos y la guerra un espantoso desastre ¿cómo ha podido suceder que el capricho de un puñado de hombres haya podido aniquilar el bienestar de centenares de millones?

Los gobiernos no tienen un poder ilimitado; el más insignificante desacierto ante la opinión general, basta para desprestigiarlos. ¿Cómo no vacilaron ante la declaratoria de guerra? ¿Por qué motivo estaban seguros de que los pueblos los secundarían en esa temeraria empresa? ¿Cómo explicar que las gentes se hayan sometido de buen grado a tan funesta medida? ¿Por qué singular capricho cerca de trescientos millones de seres humanos han sacrificado su bienestar, sus negocios, sus esperanzas ante el grito de guerra?

Y los gobernantes, personas sensatas e instruidas ¿cómo no vacilaron ante la perspectiva de una posible derrota en tan peligroso y criminal juego? ¿Será admisible que la morbosa ambición de un príncipe haya sido la causa del cataclismo? Jamás!

Las gentes irreflexivas, acostumbradas a creer en las pueriles explicaciones de los cronistas, atribuirán la guerra a la ambición del Emperador de Alemania, quien se proponía la conquista del globo entero; pero esta explicación ante la enorme cantidad de intereses opuestos vale tanto como la que se ha dado respecto de la conquista de España por los moros.

Alemania es la nación mejor constituida económicamente, pues había logrado restringir la emigración de una manera sorprendente, según lo rezan las más modernas estadísticas, y para conseguirlo atendía eficazmente de manera fastuosa, como a lo Luis XIV, todos los ramos de la administración pública.

La atención que prestaba al ensanche del ejército y la marina obedecía en primer término a la creación de consumidores que diesen vida a la enorme producción industrial, con el pretexto, hoy justificado, de la defensa nacional; pero de seguro nunca con la mira criminal de conquistar al mundo por la fuerza de las armas.

La causa de la guerra no puede hallarse en futilezas. Ciertamente una explosión la causa una chispa, pero la violencia del efecto estaba latente en el explosivo.

La guerra no hubiera estallado si hubieran sido mejores las condiciones de la gran mayoría de las gentes. De otro modo tendríamos que confesar que el hombre habría degenerado moral e intelectual mente.

El proletariado forma el 99 por 100 de la población en las llamadas naciones civilizadas. La vida del proletario es la de un condenado: la mula y el ratón están en mejores condiciones. Millones de emigrados salían anualmente de Europa en busca del pan cotidiano que les' negaba su tierra natal; sólo así la presión que sufría la clase obrera polla competencia de la máquina no sobrepasaba del límite de la estabilidad social; pero hé aquí que entra en juego la fuerza hidráulica transmitida a distancia y sin pérdida sensible a causa de los transformadores mediante los cuales se pueden emplear los altos voltajes en la línea. ¿Cuál iría a ser la suerte del mundo industrial ante la nueva presión? Los motines de la Francia en los años de 1789 a 1793 no serían sino insignificantes trastornos, La tempestad rugía; el radicalismo en Francia quería como antaño, salvar al capitalismo linchando al pueblo contra la sotana: nadie hacía caso de ello. En Inglaterra, a la ruina de la fábrica A seguía la de la empresa B y luégo la C; la emigración aumentaba de manera alarmante, y a pesar de esto los desocupados se multiplicaban y las huelgas lomaban proporciones gigantescas; hasta las mujeres amenazaban perturbar el orden público. El malestar tomó por fin allí un pretexto - la autonomía de Irlanda - y se preparaban para la guerra civil. Todo auguraba la presencia de una tremenda tempestad social. Felizmente los gobiernos se afanaron por descargar la tormenta en una forma menos funesta.

La tremenda guerra social de la cual saldría o la redención del género humano o la caducidad de la actual civilización ha sido aplazada: la guerra internacional, remedio eficaz contra la revolución social, estalló primero. El espantoso cataclismo que hubiera causado la fiera humana hambrienta y andrajosa, enfurecida por la miseria y la desesperación, se trocó en una guerra de trincheras, organizada militarmente, con soldados bien equipados y provistos de alimento y abrigo.

Europa llama hoy a todos sus hijos esparcidos por el mundo; más aún, recibe contingente humano de Asia, de África y de América y hay alimento y vestido para todos, lo que no acontecía en tiempo de paz!

La actividad que antes se consumía en la fabricación de artefactos destinados al regalo del hombre, combatida incesantemente por una competencia asfixiante, ha cambiado de oficio y se ha dedicado a fabricar armas, proyectiles y explosivos; objetos que compran y pagan los gobiernos, con el beneplácito de los pueblos. La bestia humana guiada por sus feroces instintos paga con mucho gusto los enormes impuestos de guerra y no reprocha que se derrochen millares de millones, siempre que sea para sembrar la muerte y la desolación.

Hay una sabia enseñanza después de todo: en Europa entera, pero diremos mejor en Alemania, pára evitar contrarréplicas ridículas, por estar bloqueada de tina manera completa, los hombres de quince a sesenta años están todos dedicados a la guerra y además gran número de mujeres. La gran producción de la riqueza, que consume hoy toda la Alemania, está en manos de los niños, de los ancianos y de parte (le las mujeres; y a nadie falta lo necesario para la vida. Si no hubiera acaecido la guerra, todos los hombres más vigorosos y todas las mujeres estarían, como lo estaban antes, dedicados a incesantes ocupaciones fabriles, y, sin embargo, no habría pan para todos.

Hoy no trabajan sino las máquinas de guerra, pero éstas producen menos daño al hombre. Sin embargo, los insultos contra aquellos espíritus bondadosos que se opusieron al libre uso de las máquinas, continuarán como antes. Todos seguirán deseando la paz para el desarme de los ejércitos, porque en la paz los ejércitos están de sobra y es necesario ahorrar el salario de los soldados.

Esto sería un grave error, pues la anhelada paz no podría llegar de esa manera, y en su lugar estallaría la temida guerra social; la cual derribaría, es cierto, el alter que el hombre ha elevado al dios dinero; pero la humanidad quedaría sepultada bajo aquellas ruinas.

"Dad y se os dará". Dad para la paz lo que dais con gusto para la guerra y así, desdeñando las riquezas "hallaréis el reino de Dios y su justicia y todas las cosas se os darán por añadidura".

Desgraciadamente el reino de Dios no es de este mundo.

Bogotá, julio de 1916.

EVOLUCION DE LA DISTRIBUCION DE LA RIQUEZA

El ramo de las finanzas tiene por objeto establecer los principios que deben servir de guía a la política financiera en la organización de los impuestos y en la recaudación de los fondos destinados al Tesoro público.

El fundamento del impuesto ha seguido una evolución paralela a la del concepto que la humanidad ha tenido respecto del fin u objeto del Estado.

En los tiempos medioevales se consideraba al soberano como el propietario genuino del Estado. El impuesto se pagaba al rey con la misma aquiescencia con que el inquilino paga el arriendo al propietario.

El contrato social de Rouseau y la teoría kantiana del Estado como institución destinada únicamente a la actuación del derecho en la vida social, creó la escuela individualista, en la cual se considera el impuesto como el pago que se hace al Estado en proporción al servicio que esa entidad presta al individuo. Esta teoría que está hoy desprestigiada, domina, no obstante, todavía en la práctica, pues sobre ella se basan los presupuesto* de rentas y gastos de casi todos los estados del globo.

La idea orgánica del Estado como fenómeno espontáneo de la vida social perfectible y representada en una colectividad consciente y activa, toma base científica en la Filosofía moderna, y tiende a repercutir en las instituciones y en la vida política de los países. El individuo y el Estado no son ya dos entidades contratantes; el individuo es una célula del organismo social cuya vida y desarrollo depende de la del ser entero.

Este concepto constituye un gran avance en la escuela financística moderna. Sin embargo, el criterio investigativo no avanza y continúa todavía, como antes, constituido por disertaciones a priori, fundadas en las ideas prohijadas por la Economía Política ortodoxa. El estudio de las finanzas no ha utilizado todavía la Estadística.

Todos los ramos de observación han tenido que sufrir una gestación lenta para depurarse de la multitud de conceptos pueriles y consiguientemente erróneos, con que nacen impregnados. Las primeras ideas astronómicas eran completamente erróneas como que eran debidas al juicio espontáneo de las gentes. Por mucho tiempo los viajeros buscaron el borde del mundo. La idea de la redondez de la tierra y su aislamiento en el espacio necesitó una lenta evolución del cerebro humano. A Galileo le argumentaban la imposibilidad del movimiento de la tierra en atención a que después de doce horas todos estarían con la cabeza hacia abajo y se caerían.

La Física perduró miles de años en lo que pudiéramos llamar el período aristotélico, esto es, en el período de las disertaciones a priori, fundadas sobre los conceptos espontáneos de las gentes. Es en este período en el que se halla todavía la Ciencia de las finanzas.

No se puede negar que hay en ese ramo análisis muy profundos en los que juega papel importante la ciencia del actuario, como es todo aquello que se refiere al catastro, al avalúo y a las nociones sobre incidencia, repercusión y difusión del impuesto.

El desideratum del ramo de las finanzas estriba en determinar lo que llaman la capacidad contributiva de los individuos y de las empresas como dependiente de su capacidad productiva; y en vez Se estudiar lo que enseña la experiencia respecto de las causas que hacen variar esta última capacidad, se entregan los autores a disertaciones interminables sobre si el impuesto debe gravar el producto neto, la renta neta o la libre, y si debe ser proporcional, progresivo o regresivo.

Hay una sabia enseñanza después de todo: en Europa entera, pero diremos mejor en Alemania, para evitar contrarréplicas ridículas, por estar bloqueada de una manera completa, los hombres de quince a sesenta años están todos dedicados a la guerra y además gran número de mujeres. La gran producción de la riqueza, que consume hoy toda la Alemania, está en manos de los niños, de los ancianos y de parte de las mujeres; y a nadie falta lo necesario para la vida. Si no hubiera acaecido la guerra, todos los hombres más vigorosos y todas las mujeres estarían, como lo estaban antes, dedicados a incesantes ocupaciones fabriles, y, sin embargo, no habría pan para todos.

Hoy no trabajan sino las máquinas de guerra, pero éstas producen menos daño al hombre. Sin embargo, los insultos contra aquellos espíritus bondadosos que se opusieron al libre uso de las máquinas, continuarán como antes. Todos seguirán deseando la paz para el desarme de los ejércitos, porque en la paz los ejércitos están de sobra y es necesario ahorrar el salario de los soldados.

Esto sería un grave error, pues la anhelada paz no podría llegar de esa manera, y en su Jugar estallaría la temida guerra social; la cual derribaría, es cierto, el altar que el hombre ha elevado al dios dinero; pero la humanidad quedaría sepultada bajo aquellas ruinas.

"Dad y se os dará". Dad para la paz lo que dais con gusto para la guerra y así, desdeñando las riquezas "hallaréis el reino de Dios y su justicia y todas las cosas se os darán por añadidura". ' Desgraciadamente el reino de Dios no es de este mundo.

Bogotá, julio de 1916.

EVOLUCION DE LA DISTRIBUCION DE LA RIQUEZA

El ramo de las finanzas tiene por objeto establecer los principios que deben servir de guía a la política financiera en la organización de los impuestos y en la recaudación de los fondos destinados al Tesoro público.

El fundamento del impuesto ha seguido una evolución paralela a la del concepto que la humanidad ha tenido respecto del fin u objeto del Estado.

En los tiempos medioevales se consideraba al soberano como el propietario genuino del Estado. El impuesto se pagaba al rey con la misma aquiescencia con que el inquilino paga el arriendo al propietario.

El contrato social de Rousenu y la teoría kantiana del Estado como institución destinada únicamente a la actuación del derecho en la vida social, creó la escuela individualista, en la cual se considera el impuesto como el pago que se hace al Estado en proporción al servicio que esa entidad presta al individuo. Esta teoría que está hoy desprestigiada, domina, no obstante, todavía en la práctica, pues sobre ella se basan los presupuestos de rentas y gastos de casi todos los estados del globo.

La ¡dea orgánica del Estado como fenómeno espontáneo de la vida social perfectible y representada en una colectividad consciente y activa, toma base científica en la Filosofía moderna, y tiende a repercutir en las instituciones y en la vida política de los países. El individuo y el Estado no son ya dos entidades contratantes; el individuo es una célula del organismo social cuya vida y desarrollo depende de la del sér entero.

Este concepto constituye un gran avance en la escuela financística moderna. Sin embargo, el criterio investigativo no avanza y continúa todavía, como antes, constituido por disertaciones a priori, fundadas en las ideas prohijadas por la Economía Política ortodoxa. El estudio de las finanzas no ha utilizado todavía la Estadística.

Todos los ramos de observación han tenido que sufrir una gestación lenta para depurarse de la multitud de conceptos pueriles y consiguientemente erróneos, con que nacen impregnados. Las primeras ideas astronómicas eran completamente erróneas como que eran debidas al juicio espontáneo de las gentes. Por mucho tiempo los viajeros buscaron el borde del mundo. La idea de la redondez de la tierra y su aislamiento en el espacio necesitó una lenta evolución del cerebro humano. A Galileo le argumentaban la imposibilidad del movimiento de la tierra en atención a que después de doce horas todos estarían con la cabeza hacia ahajo y se caerían.

La Física perduró miles de años en lo que pudiéramos llamar el periodo aristotélico, esto es, eu el período de las disertaciones a priori, fundadas sobre los conceptos espontáneos de las gentes. Es en este período en el que se halla todavía la Ciencia de las finanzas.

No se puede negar que hay en ese ramo análisis muy profundos en los que juega papel importante la ciencia del actuario, como es todo aquello que se refiere al catastro, al avalúo y a las nociones sobre incidencia, repercusión y difusión del impuesto.

El desideratum del ramo de las finanzas estriba en determinar lo que llaman la capacidad contributiva de los individuos y de las empresas como dependiente de su capacidad productiva; y en vez de estudiar lo que enseña la experiencia respecto de las causas que hacen variar esta última capacidad, se entregan los autores a disertaciones interminables sobre si el impuesto debe gravar el producto neto, la renta neta o la libre, y si debe ser proporcional, progresivo o regresivo.

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