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Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

versão impressa ISSN 0370-3908

Rev. acad. colomb. cienc. exact. fis. nat. vol.46 no.179 Bogotá jan./jun. 2022  Epub 12-Set-2023

 

In Memoriam

Carlos Corredor, en memoria de un gran maestro

Susana Fiorentino1 

1 Profesora Titular. Departamento de Microbiología. Facultad de Ciencias. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia


Hablar del Dr. Carlos Corredor es un honor, no solo por el inmenso cariño y admiración que tenía por él, sino también porque durante su vida influyó a un gran número de investigadores y personas que reconocen en la generación de conocimiento un proyecto de vida, como él mismo lo decía en muchas de sus intervenciones. El Dr. Corredor -nunca lo pude llamar Carlos- fue uno de los hombres más inteligentes que he conocido. Su visión de la ciencia y de la educación trascendía los estándares comunes de la academia y suscitaba muchas reflexiones de gran trascendencia. Siempre tenía en mente la integración del conocimiento básico con su aplicación, tanto de los elementos tangibles como de los intangibles. Los primeros son fáciles de entender, pero los segundos son más etéreos, aunque no por ello menos importantes, y es en estos en los que quiero centrar mi homenaje a la memoria del Dr Corredor.

Para Carlos Corredor el tener un proyecto de vida centrado en el conocimiento y la ciencia era un eslogan vital, una marca hecha con sangre, como dirían algunos. Consideraba importante que los maestros lo tuvieran y que su actividad académica no fuera solo el cumplimiento de un plan de trabajo, sino el motor que nos saca cada mañana de la cama y nos lleva a compartir esa profunda pasión con nuestros colegas, pero, más aun, con nuestros estudiantes. Convertirse en maestro para transmitir la pasión por lo que se hace es algo que quizás nosotros, sus colegas académicos y docentes, también llevamos en la sangre, pero verlo a él, siempre incansable, recalcarlo no solo con las palabras sino con sus actos diarios, era un motivo de inspiración enorme.

Recuerdo que cuando viajé a Francia a realizar mi posdoctorado, le pedí que se quedara liderando el pensamiento académico de mi grupo de investigación mientras regresaba. Aunque mi área de trabajo es la inmunología, el Dr. Corredor pudo asumir el profundo análisis de las preguntas de investigación desde su visión de la célula, de la bioquímica, de la ciencia. Mis colegas recuerdan que se reunían con él en la oficina de la decanatura una vez por semana y tenían largas conversaciones en torno a la ciencia, jornadas estas agotadoras, pero que permitieron que el grupo se fortaleciera y que sus miembros encontraran, cada uno, su lugar en este universo del conocimiento.

Algunas veces cerraba los ojos, y cuando todos pensaban que se había dormido, los abría y hacía la pregunta pertinente, con lo que demostraba la enorme capacidad de escucha que tenía y que complementaba con su habilidad innata para proyectar cada uno de los temas a una dimensión mucho mayor. Hombre sensible, brillante e inteligente como pocos. Aún ahora, escribiendo estas líneas, siento el corazón arrugado, y de forma egoísta pienso cuán valioso sería su consejo en este momento de nuestras vidas.

Estando yo en Francia, el Dr. Corredor viajó con varios decanos de facultades de ciencias a revisar temas varios, que no hacen parte de esta reflexión. En ese viaje tuvimos la ocasión de recibirlos a todos en compañía de mi marido y acompañarlos a hacer turismo relajado y tranquilo en una camioneta de reparto no muy adecuada para las visitas. A todos los decanos les resultó muy divertida la experiencia. Rememoro este pasaje ahora por el impacto que en todos marcó su carácter tranquilo y su curiosidad, casi felina, dignos signos de un líder innato que, sin pretenderlo, nos arropaba con sus pensamientos y nos hacía partícipes de sus sueños.

Él era un habitante del mundo. Ningún tema le era ajeno, tenía, realmente, un proyecto de vida. Pensaba que si veíamos el mundo desde la física o la matemática, podíamos entender mejor el funcionamiento de la célula, de los organismos multicelulares y, en general, de los seres vivos. Amaba profundamente su país y tenía confianza en que se podían cambiar las cosas, aun aquellas que estaban ancladas en el tiempo. Ello le permitió aportar en la transformación de esquemas arcaicos de enseñanza, lo que, estoy segura, tendrá impacto en el futuro si nosotros, sus discípulos, y lo digo con orgullo, podemos continuar su legado, que bien podría resumirse como "enseñar a aprender".

Uno de los grandes cambios que quiso implantar fue la enseñanza integrada en la facultad de ciencias, la cual requería que los mismos maestros aprendieran a discutir y a enseñar de forma interdisciplinaria, sin perder la fortaleza de sus disciplinas. Estos cambios requieren no solo de un profundo conocimiento de las disciplinas, sino de un enorme acto de generosidad y desapego, y, sobre todo, de que los maestros reconozcamos que nuestros pares, nuestros alumnos, y la sociedad misma, son también nuestros maestros. Eso lo aprendí de Carlos Corredor. Hombre culto y generoso con quien hubiera deseado tener muchos más encuentros para forzarme a leer y a ampliar mi conocimiento en temas que él manejaba con tanta fluidez. Cumplía a cabalidad la máxima que dice que el buen maestro no es aquel que enseña más, sino aquel que hace que sus estudiantes estudien más. Ya te extrañamos Carlos Corredor, pero tu huella seguirá viva en aquellos que te conocimos, que te recordamos con inmenso cariño y agradecemos el privilegio de habernos cruzado en la vida con un ser como tú.

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