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Revista Colombiana de Antropología

versão impressa ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.39  Bogotá jan./dez. 2003

 

RESEÑAS

¿POR QUÉ VIVIMOS?

MARC AUGÉ

Fayard. París. 2003
198 páginas


EN SU LIBRO MÁS RECIENTE, EL CÉLEBRE ETNÓLOGO FRANCÉS, QUE DESDE hace dos décadas planteara la apuesta epistemológica titulada Por una antropología de los mundos contemporáneos, examina una pregunta que concierne especialmente a quienes hoy, más que nunca, hemos tomado conciencia del "desencantamiento" del mundo y de la "muerte" de Dios. Por qué vivimos es el eco de una protesta ante el elevado silencio global de las instituciones, que parecieran preferir la gestión en lugar de las luchas políticas, la seguridad del encierro para evitar el anonimato de andar por la calle, y la apología inmediata del consumo en vez de la imaginación creadora.

Retomando buena parte de las "lecciones" aprendidas en África, especialmente a partir de sus trabajos en Costa de Marfil y en Togo, Marc Augé reconoce el inmenso aporte que dichas comunidades le hicieron –sin saberlo– a sus reflexiones posteriores. En efecto, tras muchos años de investigación, el autor de los no-lugares logró comprender que la mediación "es una función que cumplen los dioses", porque: "creyendo en ellos fundamentalmente se busca recrear las relaciones humanas". De suerte que estudiando el profetismo, el investigador de lo lejano alcanzó a vislumbrar un objeto más cercano para la antropología: objetivar y explicitar, de la manera más rigurosa, las relaciones cotidianas entre lo individual y lo colectivo, tal cual los hombres suelen religarse por medio de sus dioses. Porque la vida política, familiar y económica permanece, paradójicamente, bastante independiente de la esfera religiosa, mas no alejada por completo de la actividad ritual, ya que esta traspasa –por así decirlo– a la religión misma, a través de los múltiples pliegues del lazo social.

En esa dirección, el rito consiste en la ejecución de ciertos gestos en un orden prescrito, que coinciden con la realización de signos formales, acompañados o no de palabras, que marcan el compás de la manipulación de algunos objetos; pero tales signos sólo cobran sentido con respecto al tiempo en que se sitúan, al espacio donde se desarrollan y a los actores que los escenifican. Dicho de otra manera, toda actividad ritual desemboca en relación con otros seres humanos, de modo que la celebración de un rito generalmente se hace ante una colectividad, y la conciencia de que tal colectividad existe y de ella formamos parte es requisito fundamental para la eficacia simbólica del lazo social.

Nos encontramos pues ante una visión laica del rito, cuya finalidad es restablecer el lazo social entre quien es el objeto de este y uno u otros Otros. Y para el viajero subterráneo que supo hacer una magnífica etnología del metro parisino semejante lazo social debe ser posible y pensable, en tanto "institución de sentido". Ahora bien, lo que Marc Augé llama "sentido" no corresponde a una entelequia metafísica o trascendental, sino simplemente a la conciencia compartida –recíproca– del lazo representado e instituido respecto al otro. Y el rito es ese dispositivo espacial, temporal, sensorial e intelectual que tiende a recrear, recordar y reforzar ese lazo. Poder recrear el lazo social es la condición necesaria para escribir los capítulos fundamentales de toda antropología: la identidad y la alteridad, la memoria y el olvido, el don y el intercambio, la apariencia y lo sagrado. De modo que cuando –sobre todo hoy– nos preocupa dotar de sentido a los sistemas políticos y educativos, pues con mayor intensidad detectamos "crisis de identidades", lo que tratamos de decir profundamente es que tenemos dificultad en pensar el lazo que nos liga a los otros.

El rito es, entonces, la condición del sentido social. Y ante los nuevos contextos que subrayan a toda costa la "urbanización del mundo", los no-lugares insertados en múltiples espacios públicos, la circulación y atomización del creer, el miedo a la guerra como violencia simbólica para neutralizar la utopía; contra la soledad del sin-sentido y la ausencia que por todas partes muestra el vacío, no hay otro recurso simbólico, es decir relacional, que el rito. O sea, esa conciencia práctica que reafirma la posibilidad que tenemos de intercambiar y compartir con otros: ser a la vez singular y como los demás, poder sobrevivir comprendiendo que no se está completamente solo. He ahí pues una reflexión que, a pesar del hiper-individualismo contemporáneo, nos confronta e impide vacilar: se trata de una invitación necesaria a la solidaridad, al pensamiento y al saber.


Fabián Sanabria-S.
Profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia