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Revista Colombiana de Antropología

Print version ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.39  Bogotá Jan./Dec. 2003

 

RESEÑAS

THE POLITICS OF ETHNICITY: INDIGENOUS PEOPLES IN LATIN AMERICAN STATES

DAVID MAYBURY-LEWIS (ED.)

Harvard University Press
Cambridge (Mass.) y Londres. 2002
386 páginas


SIN LUGAR A DUDAS, UNO DE LOS ASPECTOS FUNDAMENTALES PARA ENTENDER el desarrollo reciente de las sociedades latinoamericanas es la emergencia de movimientos indígenas como actor político. Este desarrollo se ha visto reflejado de manera visible en los recientes cambios constitucionales en algunos países –por ejemplo, Bolivia, Colombia, México, Ecuador– y en movilizaciones masivas de pueblos indígenas por medio de manifestaciones, marchas o levantamientos en contra de políticas neoliberales y la corrupción de las clases políticas dominantes, y en favor de visiones propias de formas de desarrollo. Como lo explica una de las autoras de la presente compilación, estamos frente a una "re-significación de lo indígena" (Jackson: 111).

En The politics of ethnicity se examinan las diferentes formas de esta re-significación del sujeto indígena. Se propone lograrlo, como lo explica el compilador Maybury-Lewis en una breve introducción, mediante el análisis comparativo de las diversas estrategias de construcción de nación en los diferentes países. No obstante las diferencias históricas, socio-culturales y geográficas entre los países latinoamericanos, para Maybury-Lewis es impresionante cómo después de "500 años de agresión" y de políticas de asimilación –que se expresan por medio del indigenismo en México o bajo las amenazas de aniquilamiento en Guatemala– finalmente se están declarando los estados-nación como multiculturales y pluriétnicos. De esta manera a los pueblos indígenas se les reconoce su papel dentro de la misma idea de la nación, respetando sus diferencias culturales y garantizando el ejercicio de esta diferencia. Como lo describe Macdonald (182) para el caso de Ecuador en los años 1990: "Como los líderes indígenas se ponían a re-definir la sociedad nacional, las distinciones étnicas iban a ser la tela nacional, no simplemente un fragmento de ella".

El libro es el resultado de una conferencia que se organizó en la primavera de 2000 en Cambridge, Massachusetts, y los autores son todos antropólogos. Este "sentido antropológico" es evidente en los capítulos que le presentan al lector once estudios de caso de manera detallada. Usan materiales de entrevistas, cortes de periódicos locales y otras herramientas etnográficas que permiten al lector acercarse hasta de manera íntima a los sujetos de los estudios. Se analizan sobre todo los cambios de las relaciones entre grupos indígenas y estados en los países donde más impacto han tenido: México, Guatemala, Panamá, Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú, pero también Paraguay y Brasil. Encontramos los casos más conocidos, como la situación en Chiapas o el "golpe más corto" en Ecuador en 2000, así como casos menos "visibles" como la situación del pueblo indígena en Paraguay y de los kuna en Panamá.

Uno de los aspectos centrales en casi todas las contribuciones son los cambios constitucionales que se han dado en varios países de América latina en los años 1990, que han declarado a los países, de una u otra manera, multicultural, pluriétnico o plurilingual. Con esto no sólo se ha reconocido el papel importante de los grupos indígenas en los procesos de construcción de nación, lo que en sí es un rompimiento drástico con anteriores políticas y actitudes de asimilación, sino también una territorialidad indígena que difiere de la lógica dominante occidental. Esta se expresa por medio de derechos territoriales colectivos, sea en forma de resguardos o cabildos indígenas como en Colombia, reservas en Ecuador, tierras comunitarias de origen (TCO) en Bolivia, o como la comarca de Kuna Yala en Panamá. Como lo explica Ramírez (144) para el caso colombiano, "los cabildos tradicionales justifican sus demandas sobre derechos como grupo étnico con referencias a su memoria colectiva que se considera inscrita materialmente en el territorio". O, en otras palabras, las luchas de los pueblos indígenas parten del territorio como expresión material y simbólica de sus geografías sagradas.

Estos logros son el resultado de muchos años de movilización indígena, y han sido mayores donde ha sido más fuerte. Sin embargo, no concuerdo con el análisis del compilador que sugiere que hay una relación directa entre el porcentaje de población indígena y los logros de su respectivo movimiento. Aunque este es el caso de Bolivia y Ecuador, ambos países con un alto porcentaje de población indígena y presencia fuerte en la escena política nacional, en países como Colombia y Panamá, con poblaciones indígenas de apenas 2% del total nacional, se han logrado mayores resultados de movilización y reconocimiento estatal que en Perú, por ejemplo, donde estos procesos han sido más bien lentos.

A pesar del reconocimiento estatal del carácter pluriétnico de las naciones, sería equivocado entender estos cambios como un proceso que, simplemente, va desde la exclusión del sujeto indígena hacia su inclusión. Como apunta Gustafson en su artículo sobre Bolivia, estos cambios han estado acompañados por reformas económicas neoliberales que han privatizado bienes y empresas nacionales. Esta mezcla particular y contradictoria de un "interculturalismo neoliberal no es un proceso uniforme … sino una serie de cambios desiguales y contradictorios de idiomas e instituciones políticas que buscan re-ordenar y legitimar expresiones cambiantes de diferencia social, identidad ciudadana y formas jerárquicas de participación" (269-270). Dentro de este escenario contradictorio existe entonces siempre la posibilidad de que la inclusión discursiva de derechos indígenas esté acompañada por formas de exclusión socioeconómica en la vida real.

Otras contribuciones a este volumen se refieren también a las limitaciones y problemas asociados con los cambios constitucionales. Jackson (116) observa que la nueva constitución colombiana de 1991 no dice nada sobre las desigualdades socioeconómicas en el país, mientras que existen esfuerzos contrarreformistas por parte del ejecutivo y el legislativo. Ramírez (141) observa, también para el caso colombiano, que ciertos actores han sido excluidos de los beneficios, como en el caso de los colonos no-indígenas dentro de los resguardos. Mientras que la identidad étnica se ha vuelto una estrategia política para los indígenas en el ejercicio de sus derechos territoriales, el no ser indígena presenta problemas para los colonos campesinos, aunque hayan nacido en la misma región. La nueva constitución cambió el equilibrio de poder local en favor de los grupos indígenas y, al mismo tiempo, en contra de colonos y campesinos locales. Estas nuevas relaciones entre vecinos han llevado, incluso, a conflictos entre colonos y grupos indígenas.

Otro aspecto central que tratan casi todos los artículos son las alianzas que se han dado entre varios grupos indígenas, como por ejemplo los del altiplano y las tierras bajas en Bolivia y Ecuador –aunque menos exitosas en Perú–, y también con sectores no- indígenas como los sindicatos. Gustafson narra un ejemplo interesante que muestra la ambigüedad de estas relaciones. En el caso de las demandas por una educación bilingüe en Bolivia, las organizaciones indígenas de las tierras bajas y de las tierras altas compartían el objetivo por lograr reformas del sistema educativo. Sin embargo, en la fase de la implementación de estas reformas se dio un giro por parte de los indígenas de los Andes, quienes estaban relacionados en una alianza estratégica con el sindicato de profesores, que se oponía a la implementación de una educación bilingüe en el país (278). Por otra parte, Macdonald (174) muestra cómo lo que empezó como una alianza entre el ejército y los indígenas en Ecuador en enero de 2000, cuando el presidente Jamil Mahuad fue derrocado por medio de un golpe, terminó en la disolución del triunvirato que le reemplazaba y que incluía al líder indígena Antonio Vargas Huatatuca. Los altos mandos del ejército decidieron que se había tratado de un acto inconstitucional e intolerable, mostrándose así limitaciones de la movilización indígena que aún quedan por superar.

En otro capítulo fascinante Schirmer explora las relaciones entre indígenas maya y el ejército en Guatemala (51-77). Su etnografía difiere considerablemente de los otros autores al acercarse al sujeto indígena mediante las percepciones que tienen de él los militares guatemaltecos. Como se sabe, ellos llevaron adelante una campaña de exterminio contra el pueblo maya durante la contrainsurgencia de los años 1980. Surge aquí otra temática central que examina al sujeto indígena como víctima de diversas formas de violencia, aunque en el libro surge más bien de manera coincidencial y no como análisis sistemático. También en Perú y México los indígenas han sufrido la violencia sistemática de los ejércitos respectivos en sus campañas de contrainsurgencia contra movimientos guerrilleros –Sendero Luminoso y los zapatistas, respectivamente–. Por otra parte, en Colombia los grupos indígenas se encuentran entre los fuegos de grupos paramilitares, guerrilleros y del ejército, a pesar de la neutralidad que han declarado en el conflicto interno.

Más allá de lo que promete el libro en su título e introducción, se examinan entonces no sólo las relaciones de los pueblos indígenas con los estados latinoamericanos, sino con una gran variedad de actores de la sociedad. Esto se hubiera podido resaltar, si no necesariamente en los capítulos individuales, por lo menos en la conclusión del libro. Las alianzas con la sociedad civil serán las que tengan un impacto sobre la suerte de los pueblos indígenas en el futuro.

Surge aquí otra crítica al libro. Al hablar de "etnicidad" se refiere, exclusivamente, a los grupos indígenas. No hay mención alguna sobre la situación, bastante parecida, de los pueblos afro en América latina. Parece que el concepto de "etnicidad" aún se reserva para lo indígena y el de "raza" para el pueblo afrodescendiente. Es sorprendente esto, sobre todo si, como en el caso colombiano, la constitución incluye a las comunidades negras en el concepto de "multiculturalidad", y cuando posteriormente se adoptó una legislación que reconoce derechos territoriales colectivos a los grupos negros en el Pacífico colombiano. Es más, en la vida real se están dando alianzas interétnicas importantes entre indígenas y población afro en Colombia que en últimas, beneficiarán a ambos pueblos en sus luchas respectivas. Es una lástima que no haya ninguna referencia a estas luchas en el volumen. Parece sintomático que Jackson use, equivocadamente, una cita de líderes afrocolombianos (111), cuando ella habla de "territorio indígena".

Además, las teorías de movimientos sociales han insistido desde hace rato en la importancia de redes y alianzas entre diversas identidades y actores sociales para enfrentarse a la dominación del sistema económico neoliberal globalizante. Clara expresión de este desarrollo es, por ejemplo, el Foro social mundial que se efectuó en los últimos tres años en Porto Alegre, Brasil, y que tuvo lugar en 2004 por primera vez en India. No podemos ignorar estos desarrollos y quedarnos encerrados en categorías analíticas como la "etnicidad" si no se abren, al mismo tiempo, a nuevas interpretaciones.

Quien busque en The politics of ethnicity direcciones teóricas sobre las recientes políticas de etnicidad en América latina ha llegado al lugar equivocado. En el libro no hay ninguna referencia a la literatura sobre movimientos sociales, aunque esta ausencia tampoco se explica. Esto, a pesar de que varios autores mencionan situaciones de "estructuras de oportunidades políticas", "movilización de recursos", "liderazgo", y, cómo no, "construcción de identidades", conceptos claves, todos, en la literatura sobre movimientos sociales. Aun cuando no sugiero que todos los autores hubieran debido situarse frente a estas teorías, sí hubieran podido discutirse en la introducción o en la conclusión del libro. Me parece una oportunidad perdida, pues el material empírico presentado es excelente y con gran potencial de enriquecer los debates teóricos sobre movimientos sociales. Una perspectiva más interdisciplinaria seguramente hubiera ayudado a resaltar esta carencia.

También le hubiera servido al lector tener más mapas para orientarse mejor. Muchos de los capítulos tienen descripciones detalladas de regiones y pueblos, pero en siete de ellos no se incluyeron mapas. Y, por último, un comentario sobre los títulos de las cuatro subsecciones del libro que se refieren a los contextos geográficos (I. México y América central; III. Los países andinos; IV. Países de tierras bajas en Sudamérica). La segunda sección se titula "La zona de guerra de Colombia". Me sorprende la falta de sensibilidad aquí, estigmatizando a Colombia de nuevo como el país en guerra, como si no existieran otras facetas. Y sobre todo en el contexto de las políticas de etnicidad de este libro, podría decirse, inclusive, que los pueblos indígenas de otros países han corrido una suerte peor que los de Colombia. Ni se merece el país esta estigmatización, ni los pueblos indígenas en Colombia el desvío de enfoque que semejante título pueda dar en la lectura de sus luchas. Además, no se debería incluir aquí, en mi opinión, el capítulo sobre los kuna en Panamá, que pertenecería más bien a la sección de América central.

No obstante estos últimos comentarios críticos, en The politics of ethnicity encontramos una compilación muy valiosa de trabajos antropológicos sobre uno de los aspectos más fascinantes de la historia latinoamericana reciente: el despertar de los movimientos indígenas a gran escala. Por su lenguaje comprensible y la gran calidad en la redacción de todos los artículos, el libro será de gran interés y placer, no sólo para los estudiantes de la materia específica, sino también para el público en general, que encontrará en este volumen un sinnúmero de historias muy bien contadas.


Ulrich Oslender
Departamento de geografía, Universidad de Glasgow
uoslender@geog.gla.ac.uk