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Revista Colombiana de Antropología

versión impresa ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.43  Bogotá ene./dic. 2007

 

LA ANTROPOLOGÍA COLOMBIANA DESDE UNA PERSPECTIVA LATINOAMERICANA

COLOMBIAN ANTHROPOLOGY FROM A LATIN AMERICAN PERSPECTIVE

 

ROBERTO PINEDA CAMACHO
DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA,
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA (BOGOTÁ)
robertopinedacamacho@yahoo.com

Recibido: 12 de junio de 2006. Aprobado: 25 de septiembre de 2007.


Resumen

ESTE ARTÍCULO ANALIZA LA SITUACIÓN DE LA ANTROPOLOGÍA COLOMBIANA CONTEMPORÁNEA, COMPARÁNDOLA con las trayectorias recientes de la brasilera y la mexicana. Las tres hacen parte de lo que ha sido denominado antropologías del sur, pero han desarrollado estilos diferentes en función de su inserción y articulación con diferentes proyectos nacionales. De otra parte, como práctica científica, cada una de ellas se inserta en procesos universitarios y desarrollos de la ciencia propios a cada uno de los países mencionados. Mientras que la antropología brasilera se ha expandido en el ámbito de postgrado, su crecimiento en el campo aplicado es un fenómeno más o menos reciente. La antropología mexicana, por el contrario, tiene una larga trayectoria aplicada y también un desarrollo en el ámbito académico. La antropología colombiana, se desarrolló principalmente en el marco del pregrado (los posgrados son relativamente recientes) y presenta una escisión entre su actividad académica y aplicada.

Palabras clave: historia de la antropología, antropología colombiana, ciencias sociales, América latina.


Abstract

THIS PAPER ANALYZES THE SITUATION OF CONTEMPORARY COLOMBIAN ANTHROPOLOGY, IN COMPARISON with the recent trajectories of Brazil and Mexico. All three are part of what has been called Southern Anthropologies but have developed different styles according to their insertion into and articulation with different national projects. As scientific practice they are part of specific academic processes and scientific developments in each country. While Brazilian anthropology has expanded at the graduate level, its applied developments are a rather recent phenomenon. Mexican anthropology, on the contrary, has a long trajectory of applied work as well as in the academic ambit. Colombian anthropology developed primarily at the undergraduate level (graduate studies are relatively recent) and is divided into academic and applied endeavors.

Key words: History of anthropology, Colombian anthropology, social sciences, Latin America.


LAS ANTROPOLOGÍAS DEL SUR1

LA ANTROPOLOGÍA COLOMBIANA PERTENECE AL GÉNERO DE "LAS ANTROPOLOGÍAS periféricas o del sur", y gran parte de su ejercicio profesional está condicionado por ese carácter y por las diversas tensiones -para utilizar las expresiones de Esteban Krotz (1996)- que surgen en relación con las antropologías metropolitanas: inglesa, francesa, estadounidense. Según la célebre definición de Gerholm y Hannerz (1982), estas se caracterizan por ser una especie de continentes con tradiciones y escuelas propias, mientras que las del sur son como "islas", desconectadas unas de otras, relacionadas principalmente con las metropolitanas, que legitiman su ejercicio teórica e institucionalmente. En aquellas se formaban en gran medida los antropólogos del sur en el ámbito de sus posgrados, y desde allá se definen los cánones de la profesión.

Algunas de las antropologías metropolitanas, como la estadounidense, alcanzan una dimensión considerable: conformada por una excepcional masa crítica de profesionales e instituciones de por lo menos doce mil antropólogos, posee numerosos departamentos de antropología, además de museos, fundaciones y otras instituciones públicas y privadas relacionadas con el campo. Durante las últimas décadas sus antropólogos han tenido, tradicionalmente, como objeto de estudio sociedades externas o que en una época pertenecieron al ámbito colonial, aun cuando muchos de ellos siguieron ocupándose de las poblaciones aborígenes de dicho país o trabajan en otros ámbitos dentro de Estados Unidos.

Los antropólogos del sur, por su parte, se conocen muy poco entre sí, inclusive se leen muy poco entre ellos mismos, y por lo general limitan su campo de estudio a las fronteras de su país. Esto no significa que las antropologías del sur sean meros receptores de la que se crea y difunde desde los centros. Roberto Cardoso de Oliveira (1995) ha llamado la atención sobre sus diferencias de estilo; el contexto de su práctica en el marco de los estados nacionales individualiza las diferentes modalidades de dichas antropologías, así como las de los centros metropolitanos. Algunas de ellas se han forjado -como resalta él- en el ámbito de antiguas naciones con grandes tradiciones letradas -Japón e India, por ejemplo- y otras corresponden a naciones nuevas, en las cuales habría que distinguir también procesos de formación más tempranos -como en el caso de las latinoamericanas- de las más recientes -las africanas-.

Los antropólogos de las antropologías del sur han tenido la doble condición de antropólogos y ciudadanos, han contribuido diversamente a la construcción de los proyectos nacionales, o al menos de ciertos proyectos nacionales, y han aportado a la creación de los grandes mitos o metarrelatos de la nación. No obstante, este maridaje de la antropología con los estados nacionales es variable. Quizá México es el mejor ejemplo de una relación relativamente estable entre la antropología y el estado. Argentina es, de otra parte, otro buen ejemplo de los sobresaltos, las rupturas y la persecución de sus antropólogos y otros ciudadanos por los regímenes militares, obligándolos al exilio temporal o permanente. Es el caso de Eduardo Archetti, fallecido hace poco, quien terminaría su carrera en Noruega a la cabeza del Departamento de antropología de la Universidad Oslo dedicado a estudiar a la Argentina por medio del fútbol, el tango y el polo (Archetti, 2003).

A más de veinte años de la caracterización mencionada, dicha tipología habría que matizarla o revisarla. Algunas de las "antropologías periféricas" se han internacionalizado e influyen notablemente en el pensamiento de las metropolitanas, como en el caso del pensamiento social e histórico de India y su gran influencia en el mundo académico contemporáneo anglosajón (Inglaterra y los Estados Unidos). Quizá la antropología social mexicana nunca haya sido "periférica", y sólo una versión de la historia de la antropología hegemónica la haya minimizado. La brasilera también se ha internacionalizado ostensiblemente en las últimas décadas, y los antropólogos de ese país han comenzado a efectuar estudios fuera del mismo, haciendo trabajos de campo, según J. Chelekis (2007), en diversos estados y regiones africanas (Mozambique, Zimbabue, Cabo Verde) y de América latina; o estudiando a los brasileros en Portugal, Estados Unidos e, inclusive, haciendo trabajos comparativos de la formación de la antropología en Cataluña o Canadá. No obstante, y a pesar de todo, dicha dicotomía tiene alguna utilidad en cuanto nos ayuda a pensar ciertos problemas como tipos ideales, a la manera weberiana.

TRAYECTORIAS DE LAS ANTROPOLOGÍAS LATINOAMERICANAS

AUN CUANDO TIENEN DIVERSAS GÉNESIS Y CONTEXTOS, SUS CAMPOS DE FORMACIÓN están muy ligados, como se advirtió, con las trayectorias de los estados nacionales y también con el contexto internacional. La proyección y dinámica de los organismos y fundaciones internacionales -Fundación Ford, Unesco, etcétera- o la conformación de entidades como la Comisión Económica para la América latina y el Caribe (Cepal) o la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) fueron y son también determinantes de su dinámica, así como la presencia de una industria editorial en cada país. La dinámica de las ciencias sociales en México o en la Argentina, por ejemplo, está influida por la creación del Fondo de Cultura Económica, en 1939, o de la Editorial de la Universidad de Buenos Aires, la famosa Eudeba, establecida después de la caída del régimen peronista en 1955. Sus industrias editoriales y culturales permitieron divulgar las ciencias sociales y humanas metropolitanas y conseguir lectores para los científicos sociales locales. Al contrario, la debilidad editorial en ciencias sociales en otros países de América latina ha impedido la formación de un público para estos, quienes apenas se inquietan por esa carencia.

En este contexto, la antropología mexicana es, como se sabe, hija de la revolución mexicana. En 1937 se fundó el Instituto Nacional de Antropología e Historia y al año siguiente se estableció la carrera profesional de antropología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. La vocación práctica de la antropología mexicana marcó en gran parte su destino, y su fortalecimiento está ligado también a la consolidación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que mantuvo la hegemonía durante casi medio siglo. Los antropólogos de este país no sólo constituyeron un saber experto, sino que muchos de ellos -incluyendo a Manuel Gamio, Moisés Sáenz, Alfonso Caso, Gonzalo Aguirre Beltrán, Guillermo Bonfil Batalla y Roger Bartra, para citar unos pocos- también han sido destacados intelectuales.

La antropología brasilera, para citar otro ejemplo, es en gran parte hija del proceso de modernidad de la década de 1920, del papel de la elite del estado de Sao Paulo y de los proyectos populistas de Getúlio Vargas en la década de 1940. En 1936, con la constitución de la Universidad de Sao Paulo y de la Escuela Libre de Sociología, se crearon las condiciones para el ejercicio de las ciencias sociales y de la etnología en ese país, sobre la base del modelo francés, permitiendo el ejercicio de la antropología por fuera de los contextos de los museos.

José Domingo Perón, en la Argentina, pondría su cuota para la incorporación de cierto tipo de antropología al estado, con la fundación del famoso Instituto Étnico Nacional, que tenía en parte la función de estudiar a los emigrantes y "cuidar de la salud de la raza argentina", en un país que para entonces se consideraba en gran medida homogéneo "racialmente", con pequeños grupos indígenas en las zonas de frontera.

La antropología colombiana encaja también en la caracterización de las antropologías del sur. Fue fundada bajo el modelo francés del Museo del Hombre y en su desarrollo ha influido notoriamente la estadounidense. Seguimos con una antropología organizada alrededor de las cuatro grandes áreas, al mejor estilo de Franz Boas. Una rápida mirada a los diversos programas de estudio -desde 1941, fecha de la fundación del Instituto Etnológico Nacional- hasta la actualidad, muestra que son sorprendentemente similares, aun cuando las materias cambien y aparezcan, como es normal, nuevas combinaciones. Al analizar los cursos de teoría se constata con facilidad que estudiamos fundamentalmente los enfoques clásicos o contemporáneos metropolitanos -ayer era, por ejemplo, Bronislaw Malinowski, y hoy Pierre Bourdieu-. Los grandes antropólogos estadounidenses o europeos constituyen los maestros, las fuentes miméticas que nos dan legitimidad, como dice Carlos Uribe (2005).

Todavía leemos muy poco a nuestros propios colegas, conocemos poco de la antropología de otras latitudes y nuestro trabajo se hace, sobre todo, dentro de nuestras fronteras nacionales. ¿Qué sabemos de la antropología china o japonesa? ¿O de la de India, excepto lo que nos llega mediado por los especialistas en estudios subalternos y poscoloniales localizados en los Estados Unidos?

Esta caracterización global deja de lado, sin duda, nuestro estilo, marcado también por la relación con el estado y las demandas sociales internacionales y de los movimientos sociales del país. El surgimiento de los primeros cuatro departamentos de antropología -como los de sociología, ciencia política, etcétera- estuvo condicionado por la necesidad de saberes expertos, en función de los proyectos de modernización fomentados también por los organismos internacionales. Como aconteció en otras regiones de América  latina, el discurso del desarrollo no sólo se expresó en una teoría y práctica del "desarrollo", sino también en la necesidad de contar con expertos para su desarrollo, a fin de borrar la brecha entre zonas "tradicionales" y "modernas" y para superar la llamada marginalidad de grandes sectores de la población. Se debe resaltar, sin embargo, el surgimiento de nuevos planteamientos -como los de la Cepal- que señalaron la existencia de condiciones estructurales, como la reforma agraria y la modificación de relaciones de intercambio, para superar lo que entonces se llamaba "subdesarrollo".

En ese ámbito, así como el de la Alianza para el Progreso y los temores generados por la revolución cubana, a partir de la década de 1960 fue necesario contar -reitero- con expertos para el diseño y puesta en marcha de programas rurales, de salud y de familia, expresados en la creación de entidades como el Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (Incora) y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). El departamento de antropología de la Universidad Nacional de Colombia nació en 1966 en el contexto de la facultad de sociología, conformado en gran medida como respuesta a la necesidad de tener expertos en reforma agraria. El de la Universidad de los Andes, fundado en 1964, se gestó en el marco de una reunión de rectores que tenía como meta discutir el destino de una donación de la Fundación Ford para fortalecer las ciencias sociales en Colombia, tal como lo había hecho en otros países como, por ejemplo, Argentina.

Desde 1960 hasta la actualidad la antropología colombiana siguió -si miramos el fenómeno a cierta escala- una tendencia similar a otras mundiales, y particularmente las latinoamericanas. Aquí y allá el número de antropólogos creció ostensiblemente. La formación universitaria disparó el número en México, Brasil, Colombia y Perú. De una "pequeña tribu" se pasó a formar un número relativamente grande de antropólogos. En Colombia se estima entre dos mil y dos mil quinientos el número de graduados, lo que contrasta notablemente con la veintena formada en el Instituto Etnológico Nacional. En Brasil su número se calcula entre dos mil quinientos y tres mil. En casi todas partes, el crecimiento de estas antropologías latinoamericanas aconteció en un momento de crisis general de las sociedades, y con frecuencia los fundadores de los programas fueron percibidos negativamente por sus propios discípulos. Gino Germani, fundador de la sociología moderna argentina, debió buscar refugio académico en Estados Unidos. Gerardo Reichel-Dolmatoff, en la Universidad de los Andes (Bogotá), y Graciliano Arcila, en la de Antioquia (Medellín), también dejaron sus cargos e instituciones.

La generación universitaria abrió aquí y allá nuevos campos de trabajo, y percibió las ciencias sociales, en general, no sólo como una herramienta del cambio, sino como un arma para la revolución. La idea del profesional comprometido (engagé) fue, sin duda, el acicate fundamental de las generaciones de antropólogos de las décadas de 1960, 1970 y 1980, y definió gran parte de su agenda de trabajo. En realidad, en diferentes estados de América latina el antropólogo dejó de ser únicamente un agente experto para proyectarse como intelectual orgánico de las luchas populares, entre ellas las indígenas o campesinas. O de todos modos como un actor solidario, en diferentes niveles, con los actores sociales que luchaban por transformar la sociedad latinoamericana en el marco de una teoría de la dependencia, y también en el contexto de nuevas prácticas de investigación acción, inspiradas en Paulo Freire, o en los planteamientos de Orlando Fals Borda, entre otros.

Aun cuando los economistas latinoamericanos participaron también de esta "vocación crítica" de la antropología y de otras ciencias sociales -por medio de diversas versiones sobre la teoría de la dependencia y la crítica, entre otros aspectos, de la situación agraria-en las diferentes regiones del continente se consolidó el economista como "nuevo profeta". Como diría Marco Palacios en relación con Colombia:

en la medida en que la economía colombiana se pudo modelar con métodos matemáticos, encarnó esa supuesta cualidad de neutralidad ideológica, esencial en un régimen que había proscrito la controversia. En el imaginario colectivo el economista joven emergió como el portador de lo moderno" (Palacios, 2004: 14-15).

En Colombia y otros países de América latina esta situación marcará en gran media el estatus del sociólogo y del antropólogo.

Los científicos sociales y en particular los antropólogos contribuyeron igualmente durante el periodo 1950-1970 con conceptos de rango medio a la teoría social, lo que nos exige matizar en cierta medida la idea de que nuestras antropologías son sólo consumidoras de teoría. En México, por ejemplo, Gonzalo Aguirre Beltrán elaboró su teoría sobre las regiones de refugio, una alternativa a las ideas de Robert Redfield sobre la aculturación y el paso de lo tradicional a lo moderno desarrolladas a propósito de Tepoztlán. En Brasil, para citar otro caso, Roberto Cardoso de Oliveira creó el concepto de "fricciones interétnicas" para pensar las relaciones entre indios y blancos en la amazonia y otras regiones de ese país. Sin embargo, la circulación internacional de esos conceptos no tuvo el alcance de teorías emanadas de los centros metropolitanos. En el caso colombiano una contribución muy notable a la etnobiología fue el modelo desarrollado por Gerardo Reichel-Dolmatoff en su famosa conferencia en Londres,  "Cosmología como análisis ecológico" (1974), trabajo que tuvo más impacto internacional debido, quizá también, a que Reichel estuvo afiliado como profesor a la Universidad de California durante varios lustros.

EXPANSIÓN DE LA ANTROPOLOGÍA COLOMBIANA

EL PERIODO 1960-1990 ESTUVO CARACTERIZADO EN TODA AMÉRICA LATINA -con excepción de la Argentina y otros países del Cono Sur, donde los golpes militares afectaron seriamente la viabilidad de los programas sociales- por una fuerte expansión de los profesionales antropólogos que se desempeñaron, como dije, en diversas funciones y actividades.

En 1990, en Colombia había setecientos setenta y nueve antropólogos, en su gran mayoría de origen universitario -veintidós habían egresado del Instituto Etnológico Nacional y dieciséis del Instituto Colombiano de Antropología-. Una parte considerable se dedicaba a labores aplicadas, y estuvo organizada alrededor de la Sociedad Antropológica de Colombia, que editaba un boletín (Noticias Antropológicas) y participaba en diversos eventos públicos, de manera similar a otras agremiaciones de antropólogos existentes en Brasil y México.

Al mirar con cierta perspectiva histórica la antropología colombiana constatamos su expansión universitaria: hoy en día contamos con cinco nuevos departamentos de antropología, además de los de las universidades de Antioquia (Medellín), Nacional de Colombia y los Andes (Bogotá), y del Cauca (Popayán). Hay numerosos antropólogos que se dedican a nuevas e importantes materias, como género e identidad sexual, antropología forense, jurídica, medio ambiente, conflicto y violencia, etcétera. También se han consolidado programas de maestría en antropología en las universidades Nacional, de los Andes, del Cauca -en este caso, de antropología jurídica-, y en 2005 se abrió el primer doctorado de antropología en la Universidad del Cauca, en colaboración con el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh).

Pero también hemos visto contracciones importantes. El Instituto en cierta forma ha reducido su planta aunque aún tiene una importante producción editorial y de investigación. La bonanza de los estudios arqueológicos de "rescate", relacionada con la construcción de obras de infraestructura, también se ha reducido nacionalmente. De igual manera, en la Universidad de los Andes desapareció -por lo menos temporalmente- un destacado programa internacional de formación de posgrado en etnolingüística.

Si usamos el microscopio en otra dirección, en el campo del ejercicio de las ciencias en Colombia, la antropología como las otras ciencias sociales humanas tiene un papel destacado. Según el Observatorio para la Ciencia y Tecnología, en 2004 el 41% de los grupos de investigación registrados en Colciencias -entidad oficial encargada de la administración de la ciencia en Colombia- correspondía al área de ciencias sociales y humanas; 25% a naturales y exactas; 15% a ingeniería y tecnología; 12% a ciencias médicas; y sólo 7% a agropecuarias (2004: 51, gráfica 5). En 2005, de un total de 2.244 grupos activos, setecientos treinta y siete correspondían a ciencias sociales y humanas (Observatorio, 2005: 64).

En muchas universidades públicas y privadas sus grupos de investigación en ciencias humanas y sociales ocupan un papel destacado. En 2005, en la Universidad Nacional de Colombia, de doscientos ochenta y nueve grupos activos, noventa correspondían a ciencias sociales y humanas. En la Universidad de Antioquia existen cincuenta y ocho grupos en dichas ciencias, de un total de ciento sesenta y dos activos, y en los Andes se registran cincuenta y tres grupos en ciencias sociales y humanas de un total de ciento dos. En la Javeriana había ciento quince grupos activos, de los cuales sesenta y cinco corresponden a las citadas ciencias sociales y humanas; y en la Universidad del Cauca, había veintidós grupos en ciencias sociales, de un total de sesenta y uno activos (Observatorio, 2005: 99)2.

En 2007, según Colciencias, la distribución de grupos de investigación reconocidos en dicha entidad es la siguiente:

  • Antropología: treinta y cuatro.
  • Arqueología: ocho.
  • Ciencia política: treinta y cuatro.
  • Educación: doscientos once.
  • Filosofía: sesenta.
  • Geografía: tres.
  • Historia: cincuenta y uno.
  • Psicología: setenta y ocho.
  • Sociología: cuarenta.
  • Teología: dos.

No obstante, si se mira de nuevo comparativamente, podemos afirmar -como veremos- que la antropología colombiana, que tiene, insistamos, una trayectoria propia y no es una mera réplica, como he tratado de mostrar de las antropologías metropolitanas o de otras de América latina, ha crecido. Pero su campo, en el sentido de Bourdieu -instituciones, distinciones, etcétera-, no ha crecido al mismo ritmo de su expansión demográfica, por razones estructurales que tienen que ver, sobre todo, con la dinámica del sector universitario en Colombia y con la política de investigación en general, así como con las políticas neoliberales que se implantaron desde 1990.

UNA MIRADA COMPARATIVA

APESAR DE QUE LA GESTACIÓN DE SUS ESCUELAS DE ANTROPOLOGÍA SE DIO en un periodo relativamente similar -si exceptuamos la fundación en México del Instituto Internacional de Arqueología y Antropología Americana (1911)- el destino de la formación de posgrado en Brasil, Colombia y México fue desigual.

Ya en 1940 la Escuela Nacional de Antropología e Historia (Enah) firmó un convenio de colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam), mediante el cual esta última, por medio de la Escuela de filosofía y letras, concedía el título de maestría a los egresados de la Enah -acuerdo que finalizó en 1971-. En 1959, dicha facultad creó el doctorado en antropología, con la colaboración del Instituto de Investigaciones Históricas. Años más tarde, en 1973, se conformó en la Unam el Instituto de Investigaciones Antropológicas.

En el Brasil, en la Facultad de filosofía y letras de la Universidad de Sao Paulo destacados antropólogos brasileros obtuvieron su título de doctorado, pero sólo en 1961 Roberto Cardoso de Oliveira creó, en el Museo Nacional en Río de Janeiro, el primer posgrado en antropología propiamente dicho en ese país.

En nuestro caso debimos esperar hasta 1984 para la creación de la maestría en etnolingüística en la Universidad de los Andes. En 1996 se conformó la primera maestría en antropología en la Universidad Nacional de Colombia; y sólo en 2007 se abrió el doctorado en antropología en la del Cauca. Todo esto a pesar de que en 1967, en la reunión de centros docentes latinoamericanos en Warburg (Austria), animada por John Murra, era indudable que los dos programas universitarios colombianos allí representados por la profesora Alicia Dussán de Reichel -los de pregrado de la Universidad de los Andes y de la Nacional- mostraban claramente una madurez para saltar al nivel de posgrado.

En Brasil, y aún con los militares en el poder, se forjó una política de estado que llevaría a la formación de maestrías y doctorados en diversos centros académicos. Desde la década de 1960 y con el apoyo de la Fundación Ford se abrieron diversos programas de posgrado en ciencias sociales: ciencia política, sociología, antropología. De acuerdo con Gilberto Velho, "el desarrollo de los posgrados, en términos de un modelo nuevo de maestría y doctorado, fue absolutamente fundamental para la maduración de la investigación científica como un todo en el Brasil". Específicamente, sostiene, "nuestra área de antropología presentó un salto muy significativo" (en Reis et al., 1997). En dicho país, en 2001 había aproximadamente cien mil alumnos matriculados en los cursos de posgrado: 1.453 maestrías y ochocientos veintiún doctorados (Trajano y Lins Ribeiro, 2004: 19). En lo que respecta a la antropología, entre 1992 y 2001 se graduaron en once programas de posgrado seiscientos ochenta y ocho maestros y ciento noventa y nueve doctores, en su mayoría mujeres, graduadas con un promedio de 33,7 años de la maestría y de 40,9 años en el doctorado, sin contar con un número importante de graduados en el exterior (Ibídem: 43). Los estudiantes de posgrado, además, tienen becas de tiempo completo, y las universidades públicas brasileras disponen de un verdadero programa de formación doctoral de sus docentes. Se estima que anualmente se gradúan ocho mil estudiantes de posgrado en diferentes campos profesionales y científicos.

Esta dinámica contrasta con nuestra situación: en 2000, según el Observatorio Colombiano de la Ciencia y Tecnología, sólo 1.443 personas habían obtenido su grado de maestría y veintinueve su doctorado en programas de posgrado en Colombia (Observatorio, 2004, cuadro 3.6). La situación mejoró para 2002, cuando ciento sesenta y siete estudiantes habían recibido su título de doctor. Cabe notar que, según el Informe de 2005, "entre 1995 y 2004 Colciencias otorgó 342 becas para este tipo de estudios en Colombia, lo cual permite esperar que el número de graduados se duplicará al terminar el 2006" (Observatorio, 2005: 17). De acuerdo con una publicación reciente de Unimedios, de la Universidad Nacional de Colombia, en 2005 el número de estudiantes de doctorado en el país se estimó en novecientos veinte, y se considera que en 2006 "se superó el millar de estudiantes" (UniMedios, 2007: 4)3.

Sin duda se dirá que este contraste con Brasil se explica porque es un país de 188 millones de habitantes, la octava potencia del mundo y un gigante industrial, a pesar de sus grandes diferencias sociales. Pero se explica también por nuestra baja inversión pública en educación en relación con el PIB: en este caso estamos también en franca inferioridad frente a muchos de nuestros vecinos: en 1995, en Colombia la inversión pública en educación fue de 3,67 mientras que en América latina el promedio fue de 4,37. Estuvimos por debajo de Brasil (5,07), Costa Rica (4,64), México (4,87), Bolivia (5,93) y Cuba (6,78), aun cuando superamos a Argentina, Perú, Chile y Ecuador (Misas, 2004: 140).

La comparación con Brasil es interesante también por cuanto resalta de nuevo la dinámica de nuestras respectivas antropologías en lo que atañe a la organización gremial de sus antropólogos. La Associação Brasileira de Antropologia (ABA) fue fundada en Bahía en 1955, hace cincuenta y dos años. Desde entonces su número de miembros ha crecido ostensiblemente -en la actualidad tiene mil cien afiliados-, se ha organizado regionalmente, y su presidencia circula entre las diferentes universidades con programas de antropología. Tiene una influencia nacional destacada como interlocutor del estado, tuvo un papel notorio en la nueva Constitución de 1988 y ha incidido significativamente en la consolidación de los posgrados en antropología así como en las políticas de definición de tierras indígenas y de aplicación de derechos a los pueblos afroamericanos.

En nuestro caso, la Sociedad Antropológica de Colombia se fundó a finales de la década de 1960, en parte como respuesta a la matanza en 1967 de los indígenas cuivas en el hato de la Rubiera, en el actual departamento de Casanare. La Sociedad, que desempeñó un papel muy significativo durante varios lustros, hoy tiene una existencia nominal, pero carece de una organización, y, como gremio, ha estado ausente frente a los grandes acontecimientos del país y su influencia en la formulación de las políticas públicas es mínima. En 1997 se fundó la Sociedad Colombiana de Arqueología, que ha tenido un rol muy destacado en la organización de cuatro congresos relacionados con su campo (comunicación personal con Hope Henderson).

La comparación con México es interesante también: allí no sólo se mantiene ese gigante que es el Instituto Nacional de Antropología e Historia4, sino que existen por lo menos diecinueve licenciaturas, dieciocho maestrías y nueve doctorados en antropología en diversos estados del país (Krotz, 2006), además de diversos programas de posgrado en ciencias sociales. Entre sus instituciones de investigación y docencia sobresale, además de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), que tiene ciento cuarenta y cinco investigadores y cinco técnicos bilingües, distribuidos en siete regiones, incluida ciudad de México. Los antropólogos mexicanos se encuentran agrupados en la Sociedad Mexicana de Antropología y en el Colegio de Etnólogos, organizaciones activas en diversos campos.

Estos datos confirman el maridaje ya mencionado entre la antropología y el estado mexicano, y la función del antropólogo mexicano allí: se dice que en alguna época toda familia mexicana contaba con un hijo antropólogo. Sin embargo, según algunos antropólogos mexicanos, esta situación se encuentra amenazada por las nuevas condiciones sociales relacionadas con la crisis del PRI, el tratado de libre comercio con Canadá y Estados Unidos y la emergencia de nuevas formas de identidad posnacionales, según Roger Bartra.

Claudio Lomnitz, quizás exageradamente, considera que la antropología mexicana está en crisis -por su banalización-, debido en gran parte a las nuevas condiciones estructurales: la predominancia del mercado como regulador de la vida social. "El giro hacia los negocios resulta de una falta de interés por parte del gobierno al diálogo con el conocimiento antropológico y, pienso, con la intelectualidad en general" (Lomnitz, 1999: 95). Pero el peso de la antropología mexicana sigue gravitando en la vida nacional del país y, por cierto, los colegas mexicanos también han reaccionado intensificando su comprensión de las nuevas dinámicas: las migraciones, las ciudades, los fenómenos de etnicidad, los círculos de poder, etcétera. La producción editorial en asuntos de antropología es considerable, ya sea en el número de revistas y en la publicación de textos y libros.

En Colombia, a diferencia de Brasil o México, seguimos con cierta insularidad, a pesar de las grandes ventajas del internet. ¿Cuántos de los ochocientos artículos publicados en el periodo 1996-2000 en Estados Unidos por científicos colombianos corresponden a antropólogos? Pero en realidad, esto no es, a mi juicio, lo más preocupante, porque al fin y al cabo -por lo menos así entiendo nuestra labor- somos antropólogos ciudadanos de nuestro país. La antropología en Colombia siempre ha tenido una significación política, en la medida que ha valorado la diversidad, ha propendido al respeto de las diferencias culturales, y diversos antropólogos han tenido un papel destacado en la formación de los metarrelatos sobre la nación e influido en las políticas públicas.

Sin embargo, los modelos neoliberales, como se dijo, han reforzado el poder del economista experto, subalternizando otros saberes sociales. El antropólogo, por otra parte, cada vez más se convierte en experto -por influencia de los modelos de formación y profesionales metropolitanos- y pierde terreno como intelectual independiente y conciencia crítica de su tiempo, que marca derroteros a la sociedad e influye en los ciudadanos y en las políticas culturales y de otro tipo. Tal vez, aquí, haya que matizar y se podrán señalar algunas excepciones.

En la antropología colombiana hay una tradición destacada, una herencia que data del periodo colonial. Su futuro depende en gran medida de su capacidad de influir en las políticas de educación, ciencia y tecnología y otras políticas públicas. Así mismo, de su capacidad de diseñar sus prioridades, sin que su agenda dependa, al menos totalmente, de las agencias del estado y sus magros recursos -recursos públicos para investigación que han descendido en términos absolutos y relativos-.

La organización gremial debe ser una de nuestras prioridades, para volver a recuperar la voz colectiva en los grandes debates del país; para hacer, como pedía Darcy Ribeiro, de la antropología en América latina una disciplina importante para la sociedad; y, en nuestro caso, para superar el conflicto, con el surgimiento de una sociedad democrática y socialmente justa. Para que la futura sociedad colombiana no sea el reconocimiento legal y de facto de una nueva realidad social que concentró el poder económico y político en nuevos sectores sociales y poderes regionales que pescaron en el río revuelto de la guerra en Colombia.

El reto de la antropología colombiana, como la latinoamericana, consiste en analizar y situarse frente a los nuevos cambios fruto de los procesos de globalización y la emergencia de las nuevas identidades locales, regionales, nacionales e internacionales, para convertirse en interlocutor de los nuevos agentes que dinamizan a nuestras sociedades. Debe coadyudar, junto con otros científicos sociales, a la comprensión de las transformaciones de los estados nación y de América latina, con una perspectiva que privilegie el diálogo entre las antropologías latinoamericanas, sin menoscabo de las relaciones con las de otras regiones del mundo.


Notas

1. Ponencia presentada en el XI Congreso de antropología en Colombia, Santa Fe de Antioquia, Universidad de Antioquia, 2005.

2. Una relación detallada de los grupos registrados y activos en diversas instituciones del país se encuentra en el Informe de indicadores del Observatorio citado, de 2005: 66-76.

3. Esta buena noticia, contrasta, según el mismo Observatorio, con una mala: "el ritmo es muy lento y (...) deberíamos estar graduando cinco mil doctores por año para igualar el ritmo de los países que efectivamente incorporan el conocimiento en su desarrollo". Después, el Informe dice que Corea, que en 1960 tenía un nivel socioeconómico similar al de Colombia, "en el 2005 tuvo 5.000 doctores nuevos" (Observatorio, 2005: 17-18).

4. El Instituto Nacional de Antropología e Historia posee un carácter ministerial, equivalente a las llamadas Secretarías en México. Está organizado en once coordinaciones y treinta y un centros regionales. Tiene la responsabilidad de proteger y gestionar 110.000 monumentos históricos, y 25.000 zonas arqueológicas, de los cuales ciento cincuenta son accesibles al público. Así mismo, tiene más de un centenar de museos, la Escuela de Conservación y Restauración y la Escuela Nacional de Antropología e Historia, entre otras entidades y programas. Cuenta con setecientos académicos en las áreas de arqueología, etnohistoria, historia, lingüística, antropología social, antropología física, arquitectura y conservadores del patrimonio. Se estima en 200.000 el total de sitios arqueológicos existentes en México.


BIBLIOGRAFÍA

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