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Revista Colombiana de Antropología

versión impresa ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.45 no.2 Bogotá jul./dic. 2009

 

RESEÑAS

PALACES AND POWER IN THE AMERICAS. FROM PERU TO THE NORTHWEST COAST

JESSICA JOYCE CHRISTIE Y PATRICIA JOAN SARRO (EDS.)

Austin: University of Texas Press 2006, 432 p.



El poder no es un asunto que siempre haya fascinado a los arqueólogos. Es un tema relativamente nuevo que, sin embargo, se convirtió en visita obligada de las investigaciones arqueológicas desde la década de 1960. Ese interés tiene que ver con la forma como la arqueología científica abordó la propuesta de entendimiento sistémico de la sociedad hecha desde el siglo XIX (K. Marx y E. Durkheim no fueron los únicos en hacerla pero son, ahora, los más visibles), perfeccionada en antropología por el concepto de hecho cultural total y llevada hasta la náusea por un sentido corporativo reciente (el anhelo científico) que vio allí la posibilidad de ser político sin mancharse las manos con la desagradable cotidianidad. Por eso, los arqueólogos se interesan por la política, pero del pasado. El interés por la actual, es decir, por la intervención de las prácticas disciplinarias en las transformaciones de eso que los filósofos dieron en llamar la realidad, es otra cosa, un asunto de sujetos que se preocupan más por la economía política, de los discursos arqueológicos que por la producción de tiestos, fechas y tumbas. Los arqueólogos interesados en el poder en el pasado (una suerte de arqueopolítica que pareciera ponerlos a salvo de los cargos de indiferencia que, con frecuencia, les son endilgados) quieren saber cómo se expresó el poder, cuál fue el lugar de su formación y despliegue, cuáles sus protagonistas y cuáles sus medios de reproducción.

Este libro se inscribe en ese interés: indaga por los palacios no sólo como espacios de teatralización del poder sino como agentes activos de su constitución. Se diferencia de otras obras en que mientras otras quieren saber cómo son los palacios, esta quiere averiguar qué son antes de preguntar cualquier otra cosa. Este deseo de asegurar un piso argumental sólido es productode la ligereza de muchos arqueólogos, para quienes la relación (especular) entre poder y palacio es auto-evidente (como si el palacio no pudiese ser otra cosa, como si el poder no se pudiese expresar de diversas maneras y en muchos otros lugares).

Los doce artículos del libro, además de la introducción y del comentario final, fueron agrupados por las editoras en cuatro partes. Una sobre identificación de palacios es un ejercicio básicamente tautológico (definir qué es un palacio, sabiendo de antemano qué queremos que sea, para después encontrarlo, lo mismo que retrató J. L. Borges en su cuento sobre Uqbar); otra sobre palacios desde una perspectiva de agencia (su papel activo en la creación y sostenimiento del poder); otra sobre reflejos (la manera como los palacios terminan siendo espejos de la organización social, un asunto tan trillado en arqueología que resulta casi impensable que haya sido incluido en un libro que pretende estar en el filo de la navaja) y una última sobre comparaciones. En realidad varios artículos acuden a una perspectiva comparativa, sin haber sido alojados en esta sección del libro. Al respecto, debo decir que desde que comenzó mi formación disciplinaria he oído decir que comparar aguza y enriquece la mirada, que es la manera más expedita de romper la auto-referencialidad. El método comparativo se convirtió en una piedra angular de la antropología desde que allí se descubrió la mina de oro evolucionista y sus pretensiones globales. Mi ingenuidad infantil, sin embargo, pregunta por qué comparamos, cuáles son sus réditos si, acaso, el propósito no es universalizar una propuesta que, a fuerza de relaciones cruzadas, gana en densidad lo que no tiene de parsimonia. Más importante aún: ¿para qué comparar si no es para aceptar la perversidad teleológica? Quiero traer esa vieja duda a escena de nuevo, ¿para qué comparar los palacios Incas con los de Wari (Bill Isbell)?, ¿los aztecas con los incas (J. Christie)?, ¿los mayas de un sitio con los mayas de otros (A. Demarest)?, ¿varios sitios clásicos y postclásicos de México entre ellos (S. Evans)? y ¿los chimú con los incas (C. Mackey)?

Temo que no hay sino la respuesta de que al comparar se espera acceder a la solidez que demanda el conocimiento moderno, es decir, a la eliminación del ruido de la diversidad a través del hallazgo no fortuito de repeticiones encandilantes (dos mariposas amarillas no hacen que todas sean amarillas, pero dicen bastante de su especie cuando las otras exhiben colores distintos y ninguna se parece a la otra). Pero me equivoco. Las comparaciones en este libro proceden por densificación o por eliminación y concluyen una de dos cosas opuestas: (a) la realidad arqueológica tiene tanta coherencia, tanta articulación planeada, que sólo basta con indagar en el bosque para poder ver los árboles; (b) hay tantas diferencias y trayectorias que el único camino realista es describir las singularidades. Esta última conclusión, que pareciera historizar los eventos arqueológicos, podría ser la mayor virtud del libro (pienso, sobre todo, en el artículo de B. Isbell). La historización, sin embargo, queda reducida a los límites disciplinarios y no se muestra la contingencia de la producción arqueológica sino de sus referentes "materiales."

Dicho esto debo reconocer que un artículo, sólo uno, se sale del molde arqueopolítico y pregunta por las condiciones contemporáneas de la producción discursiva sobre el poder en arqueología. S. Lekson ha escrito un texto osado y original en el que muestra que el sujeto que representa (el arqueólogo) también lo es de la representación. Este artículo, la perla que salva un libro con argumentos poco imaginativos y bastante trillados, encuentra una reconciliación necesaria de la arqueología con las políticas de la representación. En él, el autor parte de la base de que los palacios han sido considerados, sin mayor discusión, como expresiones de poder centralizado y como lugares donde se pone en escena la complejidad política (no un asunto para psicoanalistas o filósofos políticos sino para arqueólogosteleólogos). Para decirlo en pocas palabras, los palacios son íconos de etapas evolutivas cercanas a eso que occidente llamó civilización, el canon de la medida logocéntrica. No obstante, S. Lekson sugiere que la reticencia de los arqueólogos a encontrar palacios al norte de México no se debe a que no existan (al fin y al cabo, los palacios son objetos discursivos) sino a que no pueden aceptar su existencia. El peso del archivo es tan grande en la arqueología norteamericana que aún los arqueólogos repiten la vieja historia decimonónica de que los indígenas de las épocas pre-europeas fueron incapaces de producir algo que pudiese ser admirado o rivalizar con el universo simbólico de Europa. Esos indígenas subdesarrollados fueron pasto de la colonización y del exterminio tanto por el poder de los rifles como por la retórica de la inferioridad, nutrida con generosidad por el discurso arqueológico. Como podría esperarse, la cereza en el helado del artículo de S. Lekson es su "encuentro" de palacios en Chaco Canyon, ese lugar clásico del suroeste de Estados Unidos donde los investigadores han afilado sus palustres desde el siglo XIX pero han evitado encontrar grados de civilización.

Por último, vale recordar, como señaló S. Tyler en su artículo en Writing culture (Tyler, S., 1986, pp. 122-140), que el discurso del valor se convirtió en el medio ideológico para la justificación del trabajo y todo lo dicho sobre el valor fue ligado a objetos y a la performatividad relacionada con objetos (las ficciones de realidad del trabajo). Termino con su paráfrasis: El discurso del poder en arqueología es el medio ideológico para la justificación de su (arqueo) política y todo lo dicho sobre el poder fue ligado a objetos (a palacios, en este caso) y a la performatividad relacionada con ellos (las ficciones de la realidad de la política).


BIBLIOGRAFÍA

TYLER, S. (1986). Post-Modern Ethnography: From Document of the Occult to Occult Document. En Marcus, G. y J. Clifford. En Writing Culture. The Poetics and Politics of Ethnography (pp. 122-140). Los Angeles: University of California Press.


Cristóbal Gnecco
Departamento de Antropología, Universidad del Cauca
cgnecco@unicauca.edu.co.