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Revista Colombiana de Antropología

versión impresa ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.47 no.1 Bogotá ene./jun. 2011

 

LA ACTIVIDAD RADIAL COLOMBIANA A TRAVÉS DE ALGUNOS PERIÓDICOS Y REVISTAS, 1928-1950

COLOMBIAN BROADCASTING THROUGH SOME NEWSPAPERS AND MAGAZINES, 1928-1950

 

CATALINA CASTRILLÓN GALLEGO
CANDIDATA A DOCTORA EN HISTORIA
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA, SEDE MEDELLÍN
ccastri@unal.edu.co

Recibido: 6 de marzo de 2010 Aprobado: 11 de enero de 2011


Resumen

El artículo pretende evidenciar las relaciones que se establecieron entre los medios escritos y la radiodifusión durante la primera mitad del siglo XX en Colombia y su incidencia en la conformación de la audiencia radial. Podemos considerar los primeros como un factor importante en el proceso de introducción de la radio en el país, ya que, en un primer momento, periódicos y revistas se convirtieron en el vehículo para que esta novedad técnica trascendiera hacia sectores más amplios. Posteriormente, se ocuparon de registrar la constitución de la actividad radial como industria rentable y acogieron en sus páginas diferentes discusiones en torno a los criterios de programación que marcaron el rumbo de su funcionamiento.

Palabras clave: medios de comunicación, radiodifusión, audiencia radial.


Abstract

The article focuses on the relations established between the print media and radio broadcasting during the first half of the 20th century in Colombia, and their impact in shaping a radial audience. I consider the print media as an important factor in the process of introducing radio broadcasting in the country, because in the early years of radio the newspapers and magazines became the vehicle that made possible their expansion to a wider audience. Later on, the newspapers and magazines focus in the radio as a profitable industry; and its pages expressed discussions about program criteria that determined the course of its operation.

Key words: mass media, radio broadcasting, audience.


INTRODUCCIÓN1

Los estudios sobre los medios masivos de comunicación coinciden en afirmar que la aparición de la radiodifusión repercutió de manera directa en la cotidianidad de las personas; además, son reiterativos en señalar su importancia en lo relacionado con la información, la educación y el entretenimiento de la población (Albert & Tudesq, 2001; Briggs & Burke, 2002; Castellanos, 2001b; López de la Roche, 2004). En general, se acepta que entre 1930 y 1950 la radio contribuyó a transformar la vida familiar al sustituir parcialmente entretenimientos como las veladas, los juegos de salón y las visitas, para convertirse en un pequeño teatro en la sala de la casa, que permitió a las mayorías asistir, a través de ella, a los grandes eventos que tenían lugar en la ciudad (Gutiérrez, 2006; Martín-Barbero & Rey, 1999, p. 118; Monsiváis, 2000, pp. 214-216).

La radio, durante la primera mitad del siglo XX, y el cine, ya desde antes, fueron espectáculos que maravillaron a sus contemporáneos por el milagro técnico que materializaban y por la brecha que abrieron en favor de la democratización cultural. Ambos fueron protagonistas de la masificación de los procesos de recepción iniciada en el siglo XIX con la prensa rotativa. Los estudios históricos sobre la radio coinciden en señalar las décadas de 1930 y 1940 como su época de esplendor, cuando alcanzaron su auge las emisiones de programas dramatizados, informativos, de concurso, transmisiones en directo con artistas de moda y de eventos deportivos; y cuando, dadas las limitaciones técnicas del momento, emplearon un sinnúmero de recursos para recrear ambientes y captar la atención de la audiencia (Albert & Tudesq, 2001; Arnheim, 1980; Castellanos, 2001b; Téllez, 1974).

Asimismo, es posible identificar durante este período conexiones entre los diferentes medios. Era frecuente encontrar en los periódicos y las revistas de la época noticias sobre el cine y la radio, reunidas en una misma página y presentadas como maravillas de la técnica y el espectáculo. De esta manera se hacía evidente una suerte de circuito artístico constituido por ambos medios, y en el que cantantes, músicos y actores trasegaban del uno al otro, como muestra del éxito de sus respectivas carreras; por otro lado, fue innegable el impulso que tanto el cine como la radio dieron a la industria discográfica del momento.

Desde finales de la década de los veinte, distintos periódicos y revistas de circulación nacional y local comenzaron a dedicar algunas de sus páginas a temas relacionados con las comunicaciones a distancia. En ellas el lector encontraba desde comentarios y recomendaciones sobre la instalación, el funcionamiento y la reparación de los aparatos de emisión y recepción radial, hasta anuncios publicitarios de emisoras, programas y las diferentes marcas de radiorreceptores disponibles en el mercado. El diario Mundo al Día y la revista Chapinero2 se destacaron por la temprana relevancia que dieron a estos temas, que en otras publicaciones de la época apenas se adivinaban.

Posteriormente, fueron puestas en circulación revistas especializadas. Algunas de ellas desarrollaron temas relacionados con la farándula radial, mientras otras hicieron énfasis en el aspecto técnico y el componente científico de la actividad. Unas y otras proporcionaron a sus lectores y potenciales radioyentes información precisa sobre emisoras, programas y el elenco de artistas nacionales y extranjeros que pasaban por los micrófonos, pero, sobre todo, buscaban delimitar los estándares de buen gusto y moralidad que debían imperar en el ambiente radial3.

La existencia de estas publicaciones especializadas y la presencia de secciones dedicadas a la radiodifusión en diferentes diarios del país permiten hablar de un lector-oyente, parte de una audiencia radial en construcción que tenía como interlocutores informativos las publicaciones seriadas, partícipes de la consolidación de la actividad radial en el país, en tanto unos y otros, en mayor o menor medida, contribuyeron en asuntos como el establecimiento de emisoras y la definición de criterios de programación para las estaciones radiales (Cortés, 2004, p. 162).

Dos ejes nos permitirán ilustrar las relaciones establecidas entre las revistas, los periódicos y la radiodifusión. El primero está vinculado con el proceso de introducción de la radio, la aparición de los clubes de aficionados y la puesta en funcionamiento de la estación hjn de Bogotá en 1929, para lo cual haremos una revisión de los comentarios publicados en el diario Mundo al Día y la revista Chapinero. El segundo tiene que ver con la organización empresarial de la actividad radial y los criterios de programación desarrollados por las diferentes emisoras, para lo cual nos concentraremos en el funcionamiento de los espacios informativos en la década de 1940 y el estreno de El derecho de nacer, en 1950, teniendo en cuenta las noticias y comentarios publicados en los diarios El Espectador, El Tiempo, El Colombiano y la revista Semana.

LOS MEDIOS ESCRITOS Y LOS INICIOS DE LA RADIODIFUSIÓN

Desde 1924, Mundo al Día comienza a publicar información relacionada con la industria radiotelefónica y con los cambios que esta actividad estaba ocasionando en la vida de sus contemporáneos. Con entusiasmo reseñaron la primera transmisión radial efectuada en Colombia:

Dr. Aquilino Villegas, Ministro de Obras Públicas, quien dictó anoche, en las oficinas de "El Nuevo Tiempo" una conferencia por medio del aparato radiotelefónico que tiene establecido el mencionado diario. La conferencia versó sobre los ferrocarriles y fue oída en Cartagena, Medellín y Cúcuta. Esta primera experiencia de transmisión por radio en el país ha sido muy satisfactoria. (Mundo al Día, 10 de septiembre de 1924, p. 11)

En noviembre de 1929, este diario comenzó a publicar la sección "Radio", en la que tuvieron prelación los comentarios con orientaciones técnicas para los radiófilos y los anuncios publicitarios de almacenes radioeléctricos y de aparatos de recepción. Con el tiempo, la sección incluyó reseñas de transmisiones especiales, la programación de estaciones de ciudades como Nueva York y Madrid, comentarios sobre música y todo tipo de asuntos que permitían a los lectores-oyentes tener un conocimiento amplio de las múltiples implicaciones de la radio. En agosto de 1928, la revista Chapinero comenzó a publicar una sección permanente denominada "Radiotelefonía", con temas similares a los del ya citado diario, a los que se sumaba la publicación de las reglamentaciones establecidas por las Conferencias Internacionales de Radio y los decretos del Gobierno nacional sobre perifonía, además de esquemas para el ensamblaje de aparatos y fotografías de artistas y estaciones radiodifusoras de distintos países del mundo.

A través de estas secciones especializadas, ambas publicaciones fueron partícipes de los sucesivos intentos de agremiación emprendidos por los radioaficionados y de sus actividades en busca de reconocimiento. Entre agosto de 1928 y agosto de 1929 fueron publicados varios comentarios relacionados con la creación de un radio club en la ciudad de Bogotá, similar a los que en el momento existían en otros lugares:

En muchos países de Europa y América se han formado clubs de radio con el fin de reunir a todos los aficionados para facilitarles la adquisición de conocimientos de radioelectricidad, para realizar experimentos de manera práctica y económica, para ayudarse entre sí y para tratar algunas veces con los gobiernos los asuntos que pueden interesar a toda la clase de los aficionados. (Chapinero, 18, 1928)

Los clubes de radio constituyeron una forma de sociabilidad que, en países como el nuestro, fue incipiente, pero que en otros tuvo proporciones considerables, ya que dichos clubes pueden ser estimados como el núcleo de la audiencia radial. En Colombia, estuvieron integrados en su mayoría por hombres pertenecientes a las elites intelectuales y económicas de las principales ciudades del país, quienes se sintieron motivados a conformar instituciones en las cuales se fomentara el estudio y el desarrollo de la radio. El propósito fue facilitar el acceso a los conocimientos sobre la "novísima ciencia de la Radioelectricidad" (Chapinero, 17, 1928) y permitir que los afiliados adquirieran y compartieran sus hallazgos e interrogantes. Aunque los impulsores de la iniciativa fueron enfáticos en la necesidad de establecer tal entidad, hubo varios intentos fallidos, hasta que en agosto de 1929 se anunció la conformación de un centro de estudio e investigación que propiciaría el intercambio de ideas con instituciones similares de otros países y la organización de conferencias y sesiones de demostración. Sin embargo, su objetivo principal fue buscar la derogación de las leyes que obstaculizaban el ejercicio y desarrollo de la radioafición en el país (Chapinero, 31, 1929), intenciones que solo se concretaron con relativo retraso respecto a los demás países de la región, cuando, en 1933, se conformó la Asociación de Radioaficionados de Colombia.

Ahora bien, podemos afirmar que Mundo al Día y Chapinero fueron pioneras al buscar introducir interés y gusto por la actividad radial entre los lectores colombianos. Además, sus secciones especializadas fueron para muchos la forma de adquirir los conocimientos técnicos necesarios para el ensamblaje y manipulación de los aparatos de emisión y recepción radial. De igual forma, cumplieron un papel destacado en la difusión de las actividades de los aficionados de la capital y del país en general. Adicionalmente, a través de los comentarios que publicaban, pedían a las autoridades nacionales que se establecieran buenas estaciones radiodifusoras en el país. Otros periódicos capitalinos las acompañaron en esta labor. Fue el caso de El Nuevo Tiempo y El Fígaro, que había "comenzado a publicar una página semanal de radiotelegrafía. Esta sección se ha encomendado a un experto en radio que posee receptores de alta calidad, en los cuales se oyen con toda pureza las estaciones de onda corta de Europa y América" (Chapinero, 28, 1929).

Los primeros años de la radio conjugaron la vocación técnica con el placer y la excitación suscitados por la comunicación a distancia. Los medios escritos y la recepción radial constituyeron una red en la que era posible encontrar suministros, consejos, experiencias y dificultades compartidas, y que permitía que los oyentes fueran al mismo tiempo técnicos y potenciales emisores (Sarlo, 2004, p. 111).

En 1929 se hicieron comunes comentarios, en tono de reclamo, que encontraron eco en las publicaciones a las que nos hemos referido. Estas emprendieron una suerte de cruzada orientada a llamar la atención sobre el retraso que sufría Colombia en materia radial, al tiempo que exigían explicaciones al Ministerio de Correos y Telégrafos por las demoras para la puesta en funcionamiento de la estación de radio que el Gobierno nacional había dispuesto en Puente Aranda.

No sabemos cuál es la causa para que aún no se haya inaugurado el broadcasting de Bogotá, pues se han gastado ya grandes sumas en la instalación de las máquinas y edificios para la estación. El Ministerio de Comunicaciones debe apurar a los contratistas para que entreguen pronto la radiodifusora de Bogotá, o ceder el campo a las iniciativas particulares. Esta ciudad es la única capital del continente que no tiene estación radiodifusora. (Chapinero, 12, 1928)

En una nota breve, Mundo al Día informó que el presidente de la República había aprobado un contrato para la instalación de una estación radioperifónica en Bogotá que estaría lista en poco tiempo, "[...] y al efecto se están organizando clubs de radio en todas las ciudades del país y se abrirá una escuela de radio con matrículas especiales privilegiadas, en la cual se instruirá a gran número de jóvenes, que pueden hallar en esta una profesión honorable" (Mundo al Día, 24 de noviembre de 1928, p. 37). Poco después de la inauguración de la estación HJN de Bogotá, la revista Chapinero se pronunciaba respecto a sus programas: "[...] desgraciadamente no ha sido posible para el gobierno organizar los programas a la altura de la capital de la República. Se nos informa que hay varias propuestas para seleccionar estas audiciones, y que pronto quedarán establecidas de modo satisfactorio" (Chapinero, 33, 1929).

Meses después, la revista publicó, por fuera de la sección de "Radiotelefonía", un artículo titulado "El país y el radio", en donde el autor expresaba su alegría por la virtual superación, a través de las ondas hertzianas, de la incomunicación y el mutuo desconocimiento en que estaban sumidas las diferentes regiones del país y su capital por los obstáculos físicos impuestos por la geografía:

[...] El monte que ha sido en Colombia el fiero terranova de la tradición y del aislamiento, es al fin vencido por el genio del hombre. En las horas de la noche, después de haber encendido su cigarro, el hacendado del Patía y el último corregidor de la Goajira [sic], podrán escuchar en la radiola o el altoparlante el discurso del representante Camacho Carreño, la conferencia sobre cuestiones de derecho civil que el profesor Antonio José Uribe pronunció en la Facultad Nacional, un speech político del senador Jaramillo Isaza y la música negra de un jazz-band. [...] Pero la ampliación de esos programas tiene que venir. La cofradía voraz de radioescuchas así lo exige. País locuaz y curioso, Colombia congestionará el éter en el curso de pocos años, intercambiando ideas y prejuicios, pasillos, guabinas y bambucos. (Barrera, 1929)

Esta última sentencia parece augurar la vital actividad radial que comenzó a tener el país a partir de la década de 1940. El hecho de que tanto Mundo al Día como Chapinero dieran importancia a la información relacionada con las comunicaciones a distancia, en una etapa todavía temprana para la radio colombiana, tiene que ver con que ambas publicaciones tenían vínculos con sectores interesados en la difusión cultural y en las tecnologías modernas. No en vano los encargados de las secciones sobre radiotelefonía eran miembros del cuerpo directivo de estas, a la vez que hacían parte del reducido grupo de radioaficionados del país.

Además, la revista y el periódico tuvieron en su haber estaciones de recepción radial, y después de 1930, cuando el Ministerio de Correos y Telégrafos dio vía libre al establecimiento de radiodifusoras, contaron con estaciones emisoras, ya fuera a nombre de la publicación, como en el caso de Mundo al Día, o a título personal, como en el de algunos de los propietarios de la revista Chapinero. Finalmente, la aparición de las secciones especializadas en ambas publicaciones pareció estar vinculada de manera directa con la expectativa generada por la puesta en funcionamiento de la primera estación radiodifusora del país.

LOS MEDIOS ESCRITOS Y LA RADIO, 1940-1950

La radio colombiana experimentó durante la década de los treinta un proceso de organización empresarial que dio pie a su consolidación. Varios autores coinciden en señalar la década del cuarenta como la edad dorada de la radio en el país (Pareja, 1984; Pérez & Castellanos, 1998; Téllez, 1974). Para ese momento, las emisoras constituían una efectiva herramienta de publicidad para la creciente oferta de productos nacionales y extranjeros consumidos en las principales ciudades; fue así como se constituyó una especie de circuito radial que tuvo sus epicentros en Bogotá y Medellín, y que se amplió principalmente hacia Cali, Barranquilla y Bucaramanga.

El proceso de consolidación de la radio como medio de comunicación de masas puede seguirse a través de las publicaciones seriadas que circulaban en ese momento, que, en tanto cronistas de su tiempo, registraron la paulatina instauración de diferentes estaciones y los contenidos transmitidos por estas. También es posible advertir la importancia que adquirió la radio, en su doble dimensión de medio y objeto técnico, ya que para finales de la década de 1940 era común encontrar en las páginas de diarios y revistas numerosos anuncios publicitarios, noticias y comentarios sobre emisoras, programas radiales y aparatos radiorreceptores, lo cual no era frecuente en los años anteriores, cuando este tipo de contenidos aparecía de manera esporádica y solo era ofrecido a los lectores de manera permanente en casos excepcionales, como los señalados en el acápite anterior.

Durante la década de 1930, diarios como El Colombiano, El Tiempo, El Liberal y El Espectador comenzaron a incluir en sus páginas temas relacionados con la radio, especialmente notas sobre la programación de las emisoras, con hincapié en la radiodifusora del Estado. A la par, se ocupaban de asuntos como las iniciativas gubernamentales de instalar radiorreceptores en las escuelas, la censura a los radioperiódicos y la candente pugna entre el periodismo radial y el escrito, entre otros. Solo a partir de la década siguiente empezaron a aparecer en estos diarios secciones especializadas en el tema: en noviembre de 1944, en El Liberal; y al año siguiente, en El Espectador4.

A través de las páginas de Semana, revista que comenzó a circular en octubre de 1946, fue posible apreciar un panorama de los hechos relevantes de la vida cultural y política del país. Esta publicación contaba con secciones especializadas en temas como economía, notas sociales, cine, entre otros. En agosto del año siguiente, dio lugar a una página de radio que, si bien no fue permanente, apareció con relativa frecuencia hasta 1954. Las notas allí publicadas abordaban asuntos como el funcionamiento de las emisoras y el proceso de conformación de las cadenas radiales colombianas, con especial énfasis en lo referente a la rentabilidad comercial de la radiodifusión, aspecto que queda claro desde su primera edición, en la cual fue publicado un artículo que en uno de sus apartes afirmaba: "Hace 15 años nadie creía que hacer programas para el deleite auditivo de un anónimo auditorio fuera negocio. Hoy contamos con fuertes capitales metidos en el ramo y con centenares de personas que de él derivan su subsistencia y a él consagran sus esfuerzos e iniciativas" (Semana, 2 de agosto de 1947, pp. 28-29). En adelante, la sección se dedicó a registrar las innovaciones que en ese momento estaban siendo introducidas en las distintas emisoras del país, que demostraban la solvencia económica de la que gozaba la actividad radial y daban testimonio de su crecimiento y fortalecimiento como un negocio rentable.

Mientras que la Nueva Granada, la Voz de Antioquia y unas cuantas más organizan la radiodifusión como una industria, a altos costos, todavía se admite el funcionamiento comercial de emisoras cuyo equipo valdrá $3.000 y a las que nada puede exigirse en selección y calidad de programas. Para mejorar la radio colombiana, las de primera categoría aceptarían que los reglamentos oficiales fuesen más exigentes. Y sobra decir que el público quedaría encantado, si limpiasen tanta basura como queda. (Semana, 13 de septiembre de 1947, p. 31)

La adquisición de equipos que permitieran ampliar la potencia y alcance de las emisoras, la remodelación de sus instalaciones o la construcción de grandes edificios en donde fuera posible albergar las dependencias administrativas, los estudios, y sobre todo los recintos para radioteatro, fueron asuntos que despertaron el interés de la prensa y de la audiencia, en tanto constituían la materialización de la relevancia económica y social que ostentaba la radio en ese momento. Un aviso publicitario de Radio Miramar, importante emisora cartagenera, anunciaba con beneplácito la construcción del primer radio centro del país, edificio diseñado para atender las necesidades de una emisora moderna y que además contaba con "[...] radio-cine de 600 butacas, heladería, night club, restaurante y 8 almacenes" (Semana, 16 de diciembre de 1950, p. 3) para el disfrute de sus oyentes.

La polémica escrita por los diarios hablados

Los medios de comunicación y la política han sido estudiados desde diferentes perspectivas que han evidenciado la estrecha relación entre los primeros y la segunda; la prensa y el cine fueron eficaces vehículos de propaganda para diferentes regímenes autoritarios (Fritzsche, 2008; Kriger, 2009). En nuestro medio, han sido objeto de estudio las iniciativas gubernamentales implementadas durante las décadas de 1930 y 1940, en las que la radio y el cine fueron pensados como herramientas efectivas para el proceso de incorporación de las masas populares a la cultura hegemónica (Castellanos, 2001a; Martín-Barbero, 2003; Páramo, 2003; Silva, 2005; Vizcaíno, 2002). De igual forma, se ha mostrado que tanto la radio como la prensa fueron tribunas para la expresión de las ideas políticas (Vallejo, 2006).

Para las principales emisoras del país fue importante ofrecer a su audiencia radioperiódicos, como sello de seriedad y calidad de la respectiva estación. Con este propósito en mente, vincularon a eminentes representantes del periodismo escrito y de la intelectualidad en general, aunque en la mayoría de los casos esto fue solo una pretensión y los espacios informativos se convirtieron en fortín de los partidos políticos, que eran al mismo tiempo sus patrocinadores. De ahí que buena parte de las regulaciones emitidas por el Gobierno nacional para la actividad radial tuviera un fuerte énfasis en los radioperiódicos. Durante la década del cuarenta, el acontecer político del país reveló dos hechos que abrieron la discusión sobre la manera en que debía organizarse el funcionamiento de la radiodifusión y la forma en que esta se debía reglamentar: el golpe militar contra el gobierno del presidente Alfonso López Pumarejo, ocurrido en Pasto el 10 de julio de 1944, y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en Bogotá, el 9 de abril de 1948.

En el curso de pocas horas la radio ha podido, en dos ocasiones, influir decisivamente en el curso de la historia nacional. Gracias a su poder persuasivo, único que se ejerce con abrumadora simultaneidad sobre todas las capas de la opinión pública, la radio logró: a) tranquilizar al país, en momentos en que su presidente [López] había sido capturado por sediciosos militares, lejos de la capital; b) intranquilizar al país, con base en la exaltación popular producida por el asesinato en Bogotá de un jefe político. El 10 de julio y el 9 de abril han sido las primeras grandes fechas, en Colombia, para demostrar que la radio es un poder, un enorme poder. [...] Es imposible que la irresponsabilidad siga utilizando este gran vehículo de difusión para desviar el criterio público y envenenar a nuestro pueblo. (Semana, 5 de junio de 1948, p. 24)

Como señala el artículo citado, el 9 de abril de 1948 marcó un punto de inflexión en la orientación que se determinó para las emisoras colombianas. Sin embargo, cuatro años atrás el Gobierno nacional ya había implementado serias medidas de censura y una sistemática persecución contra las estaciones radiodifusoras, y en particular contra los radioperiódicos que tenían algún tipo de filiación con el Partido Conservador. Además, desde la década anterior existían conflictos entre los diarios y las emisoras porque en la mayoría de los casos los radioperiódicos se limitaban a leer las noticias publicadas en la prensa: "[...] en materia de radioperiódicos, estos prestan al público un servicio oportuno pero adolecen igualmente de defectos capitales, entre otros el de la carencia de fuentes de información propias" (El Colombiano, 21 de agosto de 1944, p. 5).

En mayo de 1948, el Gobierno nacional expidió el Decreto 1787 que reglamentaba la conformación de una federación de emisoras y a través del cual se restringió el otorgamiento de las licencias a las estaciones que hicieran parte de ella. La disposición responsabilizaba directamente a las emisoras por los contenidos que en adelante transmitieran los radioperiódicos, medida en virtud de la cual impedía que estos continuaran siendo segmentos de tiempo que las empresas radiales arrendaban a particulares o a grupos políticos. Adicionalmente, circunscribía sus emisiones a la frecuencia de onda larga, y limitó así la cobertura a las ciudades o localidades desde los que estos eran emitidos (Semana, 5 de junio de 1948, pp. 24-25).

Los programas de tinte partidista recibieron un espacio en las emisoras en tanto no riñeran con la rentabilidad de estas ni con la consolidación de la radiodifusión como una industria cultural en nuestro país. En este sentido, los debates políticos se vincularon a una polémica más amplia sobre el tipo de contenidos que se transmitían y su asociación a normas, valores y estilos de vida. La preocupación por la calidad de los programas fue una constante; a pesar del éxito de las emisoras comerciales y de la fuerza que estas tomaron a partir de 1948, cuando se comenzaron a organizar en cadenas, la pauta del refinamiento y del buen gusto era marcada por las pocas emisoras culturales, la Radiodifusora Nacional y, a partir de 1950, la HJCK. Al respecto, un comentario publicado en Semana resaltó el dinamismo de los oyentes de una de ellas para expresar, a través de cartas y llamadas telefónicas, su complacencia con un programa musical (Semana, 3 de abril de 1948, p. 32).

El derecho de nacer y la polémica escrita por el drama radial

Además de los espacios informativos y de los programas de entretenimiento (musicales y concursos), fueron los dramatizados radiales, y especialmente las radionovelas, los que captaron de manera más exitosa la atención de los oyentes. De esto dan cuenta los numerosos comentarios publicados en la prensa sobre los sobresalientes montajes del grupo radioteatral de la Radiodifusora Nacional y la polémica desatada en 1950 a propósito de la transmisión de El derecho de nacer, controvertido melodrama cubano que tuvo una alta sintonía en toda América Latina (Castellanos, 2006).

Miles de lectores y radio-oyentes han seguido de cerca, intrigados, la campaña publicitaria realizada últimamente por Kolkana [...]. Y este velo de misterio se correrá el próximo lunes 25 de septiembre, cuando un locutor de la emisora Nuevo Mundo de Bogotá, a las 7:15 p. m., anuncie la intrigadora [sic] sorpresa, en los siguientes términos, más o menos: "Kolkana, amigos de la emisora Nuevo Mundo, ofrecerá a partir de hoy y todas las noches de lunes a sábado, a la misma hora, durante treinta minutos, la sensacional radio-novela original del escritor cubano Félix B. Caignet, El derecho de nacer, con la participación de más de 45 radio-actores. 165 minutos más tarde -10 p. m.-, [de] lunes a sábado, La Voz de Colombia repetirá la obra de Caignet, considerado como el más humano de los autores". (El Espectador, 22 de septiembre de 1950, p. 10)

Fue inusitado el revuelo causado por esta radionovela. Los diarios capitalinos se ocuparon de la discusión y dieron la palabra a defensores y detractores de su transmisión. Un ejemplo fue la nota "Sobre una novela radial", publicada en el periódico El Tiempo, en la que se sacaba a colación el examen al que fue  sometido el citado drama por parte de las censuras civil y eclesiástica, que habían autorizado su emisión; además, hacía alusión a la lectura de la novela La familia de Pascual Duarte, que en días anteriores se había realizado en la emisora del Gobierno y que calificaba como espléndida desde el punto de vista literario, pero tremendamente cruda por su realismo patético, que la hacía no apta para la audiencia familiar.

No creemos pues que haya razón suficiente para crear ahora una nueva censura, cuando ya actuaron la eclesiástica y la civil para autorizar el novelón cubano, que, según nos dicen, es un folletón literariamente deplorable, pero dizque con el más vasto auditorio. Acaso por la misma razón de su precaria calidad. (El Tiempo, 19 de octubre de 1950, p. 5)

La compañía productora del controvertido programa publicó al día siguiente, en el mismo periódico, una extensa nota aclaratoria en la cual manifestaba que, a pesar de que había querido ignorar los ataques de los que estaba siendo víctima, estaba dispuesta a debatir la tesis moral de la radionovela; advertía también que en sus archivos reposaban "un sinnúmero de conceptos de personas de la más alta calificación moral e intelectual" que respaldaban dicha transmisión (El Tiempo, 20 de octubre de 1950, p. 3).

A su vez, los partidarios de que fuera sacada del aire apelaban al concepto de dos respetados miembros de la intelectualidad del país, los escritores Eduardo Caballero Calderón y Hernando Martínez Rueda, que en ese momento se desempeñaban como directivos de la emisora HJCK.

[...] a poco de iniciarse el programa, abrieron una tremenda ofensiva sosteniendo que es inconveniente permitir la radiodifusión de una novela, basada en el nacimiento ilegítimo, porque dadas las características de su presentación es comprensible hasta para los niños, quienes no debieran escucharla. Otra objeción de fondo y de forma, según la HJCK: desde el punto de vista literario, esa novela es de un mal gusto deplorable, y, por consiguiente, en lugar de elevar el nivel cultural de los oyentes, lo rebaja. (Semana, 11 de noviembre de 1950, p. 25)

Meses más tarde, un comentario titulado "El derecho de escuchar" indicaba la amplia aceptación que el programa había alcanzado entre los oyentes:

La sintonía del programa radiofónico El derecho de nacer es, cada noche, más extensa en Bogotá. Quienes no tienen receptor, o se hallan lejos de su casa a la hora de la transmisión, la escuchan en cualquier café. Muchos se abstienen de ir al cine antes que perder un episodio. Ya el asunto está casi como en La Habana, de donde vino la serie. Allá interrumpían las películas para calmar la ansiedad de los espectadores, a quienes se brindaba el programa mediante altoparlantes. Una dama bogotana salió la semana pasada a disfrutar de vacaciones en municipio antioqueño donde las condiciones de recepción son deficientes. Encargó a su ama de llaves de enviarle diariamente, por correo aéreo, el relato correspondiente a la noche anterior, a fin de no "perder el hilo". (Semana, 20 de enero de 1951, p. 29)

Al parecer, la caldeada polémica estuvo circunscrita al ámbito de la capital del país, dado el relativo silencio que mantuvieron al respecto las publicaciones periódicas de otras ciudades del país, como Medellín.

CONSIDERACIONES FINALES

Se ha querido mostrar los vínculos entre los medios escritos y el establecimiento de la radio en el país durante la primera mitad del siglo XX, para en ellos rastrear el proceso de configuración de la actividad radial a través de la relevancia que diferentes publicaciones periódicas dieron a temas relacionados con las comunicaciones a distancia. Ello hizo posible que esta actividad, en un principio restringida a círculos de expertos y aficionados, pudiera expandirse a otros sectores. Con la lectura de revistas (Chapinero y Semana) y diarios (Mundo al Día, El Liberal, El Colombiano, El Tiempo y El Espectador), fue posible identificar asuntos que permiten dilucidar la presencia de una audiencia que se constituía a la par que el medio radial.

Las secciones especializadas hicieron énfasis en un primer momento en aspectos técnicos. Su aparición a finales de la década del veinte parece estar vinculada con la expectativa generada por la puesta en funcionamiento de la estación radiodifusora de Bogotá. Se podría decir que tanto Mundo al Día como Chapinero fueron pioneros al difundir entre sus lectores el interés y el gusto por la actividad radial. Ambas publicaciones proporcionaron conocimientos fundamentales para el ensamblaje y manipulación de los aparatos de emisión y recepción radial. Se podría entonces afirmar que la radiodifusión fue un medio incipiente que dependía de la iniciativa estatal o de la práctica técnica entre pares.

En la década del cuarenta, las secciones o páginas de radio se ocuparon de asuntos relacionados con el mejoramiento técnico de las emisoras, la actividad artística que estas propiciaban, además de la moralidad y calidad de sus programaciones. En ocasiones la información sobre radio aparecía publicada junto con la de teatro y cine, y se conformaba así una sección de espectáculos, como en el caso de El Espectador. En la revista Semana, las notas sobre radio constituían un mismo bloque con las de prensa. Además, hacían énfasis en los temas relacionados con la organización y el funcionamiento de la radiodifusión como actividad industrial generadora de importantes ganancias.

El lector-oyente encontró en estas secciones el derrotero de las distintas polémicas que se libraban en torno a temas controversiales, como los concernientes a la reglamentación de los espacios informativos y la transmisión de radionovelas. Es posible pensar entonces que los medios escritos contribuyeron a configurar entre la audiencia el imaginario de la radio como espacio del espectáculo, la información y el entretenimiento. A la par, los oyentes, a través de sus cartas y llamadas telefónicas, negociaron desde una posición subordinada los contenidos emitidos, para contribuir así a dar unas formas específicas a la radiodifusión colombiana.


Notas

1. Parte de la investigación que sustenta este artículo se desarrolló gracias al apoyo en el área de estudios culturales, otorgado por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) (convocatoria de 2009).

2. Mundo al Día fue un diario vespertino bogotano que circuló entre 1924 y 1938 y en el que se informaba sobre sucesos locales e internacionales, pero que daba gran importancia a lo relacionado con la cultura, el arte y, en especial, la denominada música nacional; los sábados publicaba una edición especial en la que estos temas eran tratados con profusión. Chapinero fue una revista quincenal editada por la junta de vecinos del homónimo barrio bogotano; en sus páginas, además de los temas relacionados con la  vida barrial, tuvieron espacio escritos alusivos a la radio.

3. Entre este grupo de revistas especializadas se pueden mencionar: Radio, órgano de la Liga Colombiana de Radioaficionados (Bogotá, 1933-1936), Ecos (Medellín, 1935), Ondas Radio- Revista (Bogotá, 1938-1941), Boletín de Programas, (Bogotá, 1942-1954), Radio-Fonía (Medellín, 1945), La Voz de Londres (Bogotá, 1945), Boletín de Programas, Emisora Cultural Universidad de Antioquia (Medellín, 1949-1954), Micro (Medellín, 1940-1949); Ecos RCN (Medellín, 1951).

4. Antes de esta fecha, en sus páginas editoriales y de opinión era frecuente encontrar apuntes relativos a los intentos de regulación de la radiodifusión por parte del Estado, y textos en los que se reflexionaba sobre la responsabilidad de la radio para con la población del país.


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