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Revista Colombiana de Antropología

Print version ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.49 no.1 Bogotá Jan./June 2013

 

ARTE RUPESTRE Y RITUAL. UN ESTUDIO ARQUEOLÓGICO DE LOS PETROGLIFOS DE EL COLEGIO (CUNDINAMARCA)

ROCK ART AND RITUAL. AN ARCHAEOLOGICAL STUDY OF THE EL COLEGIO PETROGLYPHS (CUNDINAMARCA)

 

PEDRO MARÍA ARGÜELLO GARCÍA
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA Y TECNOLÓGICA DE COLOMBIA, TUNJA
pedroarguello76@gmail.com

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ BUITRAGO
FUNDACIÓN INVESTIGACIONES EN ANTROPOLOGÍA Y MEDIO AMBIENTE (INAMA)
xintana@gmail.com

Recibido: 12 de noviembre del 2010 Aceptado: 13 de diciembre del 2011


Resumen

A partir de la construcción de una serie de expectativas arqueológicas basadas en diferentes consideraciones con respecto al carácter ritual del arte rupestre, este artículo analiza un conjunto de petroglifos ubicados en el municipio de El Colegio (Cundinamarca) y su relación con otros objetos arqueológicos. Más allá de la determinación de si es o no un objeto producido y usado ritualmente, se pretende ahondar en los contextos en que los petroglifos fueron utilizados. En contraste con la tendencia a entender el arte rupestre como un objeto altamente ritualizado, y por ende diferenciado de la esfera doméstica, los resultados de nuestro análisis demuestran la estrecha asociación de los petroglifos de El Colegio con contextos domésticos y remiten a una serie de eventos cuya escala no parece ir más allá del ámbito familiar.

Palabras clave: arte rupestre, arqueología, ritual, El Colegio (Cundinamarca).


Abstract

Based on the construction of some archaeological expectations about the ritual character of rock art, this article analyzes a group of petroglyphs of El Colegio (Cundinamarca) and their relation with other archaeological objects. Beyond the consideration about the ritual production and using of rock art, the intention is going deeper in the context in which petroglyphs were used. In contrast with the tendency for looking rock art as a highly ritualized object -differentiated from the domestic sphere- our analysis demonstrate the close relation between petroglyphs and domestic contexts and therefore with events whose scale is not beyond the familiar domain.

Keywords: rock art, Archaeology, ritual, El Colegio (Cundinamarca).


INTRODUCCIÓN

Bien sea de manera implícita o explícita, casi todas las aproximaciones contemporáneas al arte rupestre1 sostienen que dicho objeto fue producido y/o utilizado en contextos rituales (Clottes y Lewis-Williams 1998; Díaz-Andreu 2003; Lewis-Williams 2002; Ross y Davidson 2006; Whitley 2005). A su vez, lo ritual generalmente se observa como un campo de acción relacionado con el comportamiento religioso, y por ende como una esfera con algún grado de diferenciación con respecto a las actividades cotidianas, domésticas, rutinarias y utilitarias (Bell 1992, 2009; Fogelin 2007).

Dada la ubicuidad del plano doméstico y cotidiano, lo ritual se entiende, en contraposición, como parte de un comportamiento especial, consecuencia de un proceso en el que ciertas actividades son diferenciadas de forma estratégica (Bell 1992, 7) por medio de la formalización, la recurrencia a la tradición, la invariancia, el seguimiento y la ejecución de actos reglados, y la apelación a lo sagrado, en tiempos y espacios determinados y prescritos (Bell 2009, 138-169; Rappaport 1999). En consecuencia, cierta lógica asociada a lo mágico y supernatural se contrapone a aquella doméstica guiada por principios tecnoeconómicos (Bradley 2005; Troncoso 2005).

En arqueología, tanto los objetos como los contextos a que se refiere el ritual son casi siempre catalogados en términos que apelan a la diferencia, especificidad, unicidad, singularidad y particularidad, a tal punto que pareciera existir una máxima según la cual todo aquello que es incierto, justamente porque no ha aparecido antes o de forma recurrente, puede ser catalogado como ritual (Hodder 1982, 159-166). La materialización de esa diferencia, por ende, se traduce en espectacularidad, visibilidad, alto grado de elaboración, etc. En contraposición, lo doméstico es conceptuado como repetitivo, no elaborado, constante.

Esta diferenciación de esferas rituales y domésticas no es en modo alguno una invención propia de la arqueología. Ella responde a una larga tradición antropológica que se ha esforzado por entender la especificidad de las prácticas rituales y su rol dentro de los procesos constitutivos de la sociedad o su transformación2. En este contexto, los arqueólogos han centrado sus esfuerzos en construir correlatos arqueológicos de rituales como forma de entender la esfera religiosa y/o ideológica, en contraposición de la cotidiana y/o material (Fogelin 2007; VanPool 2009). Particularmente, la ritualidad del arte rupestre, que generalmente se supone y asume como obvia, se reflejaría en aspectos tales como su ubicación preferencial o restringida (Bradley, Criado y Fábregas 1994), la asociación espacial con otros objetos rituales, la utilización de objetos rituales en su elaboración (Boyd y Dering 1996), la representación misma de ritual (Keyser y Whitley 2006), entre otros.

Recientemente, la disyuntiva entre espacios rituales y domésticos ha sido criticada por un grupo de arqueólogos que plantean que tal vez la diferenciación de dichas esferas responde más bien a criterios tales como el sesgo del investigador y la forma como se ha recolectado la información, en términos de cantidad y tratamiento (Bradley 2005). Según Bradley (2005), el ritual no puede ser comprendido como una esfera directamente opuesta a lo doméstico, sino como un continuo con mayor o menor grado de formalidad o mayor o menor restricción. Sin embargo, y dado que tampoco se puede desconocer la existencia de espacios privilegiados para la ejecución de cierto tipo de rituales, como producto de la diferenciación de dichas prácticas con aquellas que se pueden denominar rutinarias (Bell 1992), se entiende entonces que el carácter ritual del arte rupestre y su naturaleza particular deben ser demostrados en vez de ser asumidos a priori. En otras palabras, existen dos niveles de indagación que deben ser suficientemente entendidos con respecto al arte rupestre si se pretende comprender la forma en que fue articulado y utilizado por un grupo social: 1) si este corresponde o no a una esfera ritual y 2) cuál es el carácter de dicho ritual, en caso de que su naturaleza haya sido demostrada. En este sentido, tal vez sea útil tratar de entender el contexto de aparición del arte rupestre y evaluarlo a la luz de lo que se espera que sea ritual y diferenciado.

Con base en lo anterior, el objetivo de este artículo es contribuir al entendimiento del proceso de producción y uso del arte rupestre por medio del estudio de un caso particular. Mediante la integración del arte rupestre con información derivada de investigaciones arqueológicas adelantadas recientemente en el municipio de El Colegio (Cundinamarca), se evaluará si la naturaleza de este objeto corresponde en efecto a una esfera diferenciada o si se relaciona con el ámbito doméstico; y en cualquiera de los dos casos, si existe evidencia de que haya estado involucrado en actividades rituales. Para ello se observará el fenómeno en dos escalas: regional y de sitio.

EXPECTATIVAS ARQUEOLÓGICAS. ARTE RUPESTRE Y RITUAL

El postulado según el cual el arte rupestre corresponde a una esfera ritual, diferenciada de las actividades cotidianas propias de la esfera doméstica, permite la construcción de un grupo de indicadores arqueológicos con base en los cuales evaluar el carácter de los sitios rupestres de El Colegio. Diferentes estudios realizados sobre una plétora de conjuntos rupestres, y en los que se ha postulado que el arte rupestre corresponde a una esfera diferenciada de lo doméstico, se convierten en una guía de lo que se esperaría encontrar si el arte rupestre de El Colegio respondiera a la misma lógica.

La tabla 1 resume el conjunto de expectativas arqueológicas en términos de las esferas diferenciadas de lo ritual y lo doméstico.

TABLA 1. EXPECTATIVAS ARQUEOLÓGICAS BASADAS EN ESTUDIOS DE LA RELACIÓN DEL ARTE
RUPESTRE CON RITUALES DIFERENCIADOS O NO DE LA ESFERA DOMÉSTICA A ESCALAS REGIONAL  Y DE SITIO

Es importante mencionar que dichas expectativas han sido construidas como una herramienta analítica para estudiar nuestro caso particular, razón por la cual son expresadas en términos dicotómicos. Esto significa que, aunque se reconoce que un conjunto de sitios puede en realidad ser un palimpsesto de diferentes funcionalidades fundamentadas en diferentes lógicas y motivaciones (Lenssen-Erz 2004), o puede responder a distintos patrones con variaciones temporales y socioculturales (Fairén-Jiménez 2007), aquí se tratarán como si respondieran a una sola lógica con miras a establecer puntos básicos de comparación. Diferentes investigadores (i.e. Tarble y Scaramelli 1999) han llamado la atención con respecto a la posible presencia de diversos contextos funcionales del arte rupestre en una misma región. Asimismo, sobre este grupo de indicadores es importante hacer al menos cinco aclaraciones.

En primer lugar, a pesar de que el arte rupestre goza de amplia visibilidad arqueológica y se encuentra espacialmente "fijo" (Chippindale y Nash 2004) (lo que no ocurre con una gran cantidad de objetos arqueológicos), no ha sido objeto de tratamiento suficiente desde la perspectiva locacional (Hyder 2004). Dado que son limitados los estudios de los patrones de distribución espacial del arte rupestre y que muchos de ellos no se basan en un registro sistemático de los sitios, es posible que un buen número de aseveraciones con relación a la preferente ubicación espacial del arte rupestre responda en realidad a un sesgo introducido por la falta de registro y análisis verdaderamente sistemáticos y regionales, o que las asociaciones espaciales con otros objetos arqueológicos sean más sugerencias que hechos demostrados (i.e. Sognnes 1987).

En segundo lugar, es un hecho que la distribución espacial puede responder a su vez a cambios temporales cuyo trasfondo sean procesos de cambio social. No obstante, en razón a la dificultad para datar el arte rupestre (Whitley 2005), es posible que un buen número de explicaciones con respecto a la relación espacial (o falta de ella) con otros objetos y contextos arqueológicos se basen en suposiciones cronológicas poco sólidas o sustentadas en alguna suerte de homogeneización temporal (i.e. Redmond y Spencer 2007; Shock 2002).

En tercer lugar, el interés de muchos investigadores por demostrar el carácter ritual del arte rupestre ha derivado en que varios objetos hayan sido tomados como tal sin que su naturaleza exacta haya sido establecida. De suerte que se genera un razonamiento circular que implica que los objetos cercanos al arte rupestre son rituales porque se encuentran asociados a este, lo que a su vez confirmaría que el arte rupestre es ritual porque dichos objetos están presentes (Bengtsson y Ling 2007; Kaul 2006a, 2006b).

Cuarto, debe ser claro que ciertas expectativas arqueológicas están íntimamente relacionadas y por ende corresponden a ciertos tipos de sociedades. Por ejemplo, la asociación del arte rupestre con construcciones monumentales parece corresponder de manera preponderante a sociedades cacicales (Oliver 1998) o estatales (Troncoso 2008), lo cual aportaría elementos adicionales para comprender el lugar que dicho tipo de manifestaciones tuvo en unas y otras. Asimismo, la mayor dependencia de cierto tipo de recursos se determina por la conjugación de patrones socioeconómicos y ambientales, lo que implica a su vez patrones diferenciales de agregación (Conkey 1980; Jochim 1983; Shock 2002). Lo anterior trae importantes connotaciones en la distribución espacial del arte rupestre, ya que diferentes sociedades, con diferentes patrones de subsistencia, así como distintas condiciones sociopolíticas, pueden producir patrones diferenciales de producción y uso del arte rupestre (Schaafsma 1985; Sognnes 1998). La redundancia en algunos de los indicadores listados corresponde justamente al intento de distinción en términos evolutivos.

Finalmente, la falta de integración de diferentes tipos de objetos arqueológicos puede generar otro sesgo a favor de la función ritual del arte rupestre. Cuando la información de patrones de asentamiento no es contrastada con la ubicación espacial del arte rupestre, es posible que en realidad se esté construyendo una imagen que en últimas pondera en exceso aspectos ideales sobre materiales (Díaz-Andreu 2002). Esta tendencia tiene su origen en la falta de integración del arte rupestre como objeto arqueológico, producto del interés por construir un campo de estudio diferenciado que poco contribuye a su entendimiento.

ARQUEOLOGÍA Y ARTE RUPESTRE EN EL COLEGIO

Desde el año 1996 un grupo de proyectos de documentación de arte rupestre y otros de investigación arqueológica se han llevado a cabo en el municipio de El Colegio (Argüello 2009; Argüello, Rodríguez y Tovar 2001; Muñoz 2006; Rodríguez 2006; Rodríguez et al. 2002). Solamente en uno de ellos (Argüello 2009) ha sido establecida una metodología expresamente diseñada con miras a la comprensión del arte rupestre como objeto arqueológico. Lo anterior significa que, para poder dar cuenta del tema que nos ocupa, es necesario tratar de integrar información reunida desde distintos puntos de vista y con objetivos diferentes.

El arte rupestre de El Colegio forma parte de una tendencia regional caracterizada por la presencia de petroglifos (figura 1). Esta característica es común a toda la zona de la vertiente que va hacia el valle del río Magdalena y definitivamente se diferencia de la tendencia del altiplano, donde son comunes las pinturas en rojo (Botiva 2000; Triana 1970). Es importante aclarar que las razones por las cuales se presenta esta diferenciación no son conocidas, aunque es un lugar común que los investigadores la refieran como producto de la diferenciación cultural entre grupos panche y muisca (Arango 1974; Triana 1970). Lo cierto es que, en términos generales, parece existir un patrón en la técnica de fabricación de los petroglifos (percusión), así como en algunos diseños (espirales, surcos en los lomos de las rocas), que se diferencia del que se encuentra en el altiplano cundiboyacense, caracterizado principalmente por pinturas rupestres.

En la zona de El Colegio se han documentado tres elementos frecuentemente asociados al arte rupestre. En primer lugar, la mayor cantidad de rocas con petroglifos en realidad son compuestas por cúpulas (Rodríguez 1998): pequeños hoyos circulares de 2 a 3 cm de diámetro y 1 a 2 cm de profundidad, elaborados mediante la misma técnica de los petroglifos (figura 2)3. Segundo, se ha documentado la presencia de metates, morteros y otras superficies en los que sin duda alguna se llevaron a cabo labores de trituración (Argüello 1998) (figura 3). Estos objetos aparecen frecuentemente asociados al arte rupestre, no solo porque se encuentren en las mismas rocas, sino también porque en algunos casos son interconectados por surcos elaborados mediante la misma técnica. Tercero, en asociación con algunos petroglifos es posible encontrar afiladores cuyos productos aún son desconocidos (figura 4).

Un proyecto de documentación de arte rupestre llevado a cabo entre los años 1996-2002 por el Grupo de Investigación del Arte Rupestre Indígena (Gipri) dio cuenta de 1.800 rocas en diferentes veredas del municipio (Muñoz 2006, 109). Lamentablemente, la información completa correspondiente a la totalidad de las rocas mencionadas no fue entregada a la Alcaldía Cívica de El Colegio (entidad que patrocinó la documentación) ni ha sido publicada. Solo se cuenta con información fragmentaria de alrededor de 200 rocas y la ubicación georreferenciada de otras 632 (Gipri 2002).

Las investigaciones arqueológicas en El Colegio se han concentrado básicamente en tres proyectos. El primero de ellos consistió en el rescate arqueológico de un grupo de tumbas en la zona baja del municipio (Argüello, Rodríguez y Tovar 2001; Rodríguez et al. 2002). El segundo consistió en un reconocimiento aleatorio de 45,9 km² en la zona media (Rodríguez 2004, 2006). Y, finalmente, excavaciones puntuales han sido llevadas a cabo por nosotros en las zonas media y alta del municipio, concretamente en los alrededores de algunas rocas con petroglifos.

Con base en la tipología cerámica de la vertiente occidental de la cordillera Oriental, Rodríguez (2004) propuso que en El Colegio se habían presentado dos periodos de ocupación: el primero entre los siglos I a. C. y III d. C., denominado periodo Herrera, y el segundo entre los siglos IX y XIV d. C. Sin embargo, los tipos cerámicos identificados por Rodríguez, a nuestro juicio, solo comprenderían un lapso que no iría más allá del siglo X d. C. En otras palabras, ningún tipo cerámico de entre los procedentes de diferentes excavaciones arqueológicas en la zona de El Colegio parece corresponder a la época tardía (X-XVI d. C.). De otra parte, el tipo cerámico perteneciente al periodo posterior al Herrera, denominado Pubenza Baño Rojo, en El Colegio, no parece presentar características tan distintivas del Mosquera Rojo Inciso (perteneciente al periodo Herrera), como sí ocurre en la zona baja de la vertiente en sitios como Pubenza y Tocaima (Argüello 2004; Cardale 1976). Nuestras excavaciones en al menos dos sectores de El Colegio han mostrado que, en caso de existir cerámica Pubenza Baño Rojo, ella sería contemporánea de otros tipos Herrera, razón por la cual, y dadas sus semejanzas con el Mosquera Rojo Inciso en atributos tales como el color, la decoración, las formas, el tratamiento de la superficie y la cocción, preferimos agruparlos como un solo tipo.

En suma, el análisis de la cerámica recuperada en diferentes trabajos arqueológicos realizados en El Colegio muestra una sola ocupación prehispánica cuyo núcleo son los tipos que han sido agrupados como periodo Herrera. Como se puede observar en la seriación presentada en la figura 5, dominan los tipos cerámicos pertenecientes a dicho periodo, aunque sería posible establecer alguna diferenciación temporal con base en el comportamiento de los tipos Salcedo Arena de Río y Mosquera Roca Triturada. No es clara todavía la extensión temporal del periodo Herrera, que algunos investigadores datan entre los siglos VIII a. C. y VIII d. C. (Argüello 2004; Langebaek 1995; Peña 1991) y otros entre los siglos IV a. C. y IV d. C. (Boada 2006). Una fecha de AMS obtenida en la base de un área de vivienda en la vereda Arcadia, parte alta de El Colegio, permitió datar el inicio de la ocupación en la zona entre los años 2150 y 1960 A. P. El rango total de esta única ocupación aún debe ser determinado, pero es posible que se extienda hasta inicios del siglo X d. C. Lógicamente, nuevas excavaciones arqueológicas y fechados radiocarbónicos corroborarán o refutarán esta idea.

FIGURA 5. SERIACIÓN TIPOS CERÁMICOS, SITIO ARCADIA I
(SA: SALCEDO ARENA DE RÍO. MRT: MOSQUERA ROCA TRITURADA. MRI: MOSQUERA ROJO INCISO.
MOD: MODERNO. SC: SIN CLASIFICAR)

Fuente: Análisis de los autores.

Con respecto a la asignación cronológica del arte rupestre, consideramos que existe evidencia sugerente para asignar los petroglifos a este único periodo de ocupación, y es sobre este supuesto que hemos hecho los análisis subsiguientes. En el aparte donde se describen las excavaciones arqueológicas puntuales se hará referencia a tales evidencias. No sobra recordar que la datación del arte rupestre es una empresa en extremo difícil (Whitley 2005) y somos los primeros en reconocer la necesidad de nuevos estudios con miras a solucionar este problema.

ESCALAS DE ANÁLISIS: ARTE RUPESTRE Y ARQUEOLOGÍA

Escala regional

Como se anotó anteriormente, en el área de estudio no se han llevado a cabo proyectos de arqueología a escala regional y la documentación completa de arte rupestre no se encuentra disponible. No obstante, con base en la información que se posee es posible hacer algunas aseveraciones a la luz de las expectativas arqueológicas mencionadas anteriormente. Con ayuda de un sistema de información geográfica se analizaron algunas variables derivadas de las expectativas arqueológicas propuestas en la tabla 1. Tal vez registros sistemáticos de arte rupestre, al igual que información arqueológica colectada en diferentes escalas, puedan en el futuro o bien corroborar o bien descartar las conclusiones derivadas de la limitada información disponible a la fecha y con base en la cual se realizaron los análisis que se describen a continuación.

Desde las primeras fases de registro de arte rupestre en el municipio de El Colegio fue evidente la gran cantidad de rocas que podían ser encontradas en sectores relativamente pequeños, lo que fue descrito en términos de alta concentración y densidad (Muñoz 2006, 105). Evidentemente, si se observa la distribución espacial de las rocas con petroglifos (figura 6), es fácil inferir que ellas en efecto se encuentran agrupadas. Un análisis de vecino más cercano (nearest neighbor) realizado con 488 rocas registradas por Gipri dentro del área del municipio (119,2 km²) arrojó como resultado un nearest neighbor ratio (R) de 0,256 (p ≥ 0,001), lo cual ratifica el planteamiento según el cual las rocas se concentran espacialmente. No obstante, es importante mencionar que las agrupaciones de rocas que se pueden observar en la figura 6 responden más a la forma en que fue colectada la información, a partir de determinados focos de trabajo (Muñoz 2006), que al resultado de un registro propiamente sistemático. Esto de ninguna manera desvirtúa el resultado del análisis de vecino más próximo, pero impide conocer con mayor precisión las áreas en las que los petroglifos fueron más o menos concentrados.

La segunda variable evaluada fue la relación de sitios de arte rupestre con áreas de vivienda. Con miras a obtener una visión ajustada en términos espaciales, se tomó como base de análisis únicamente la zona trabajada por Rodríguez (2006) y las rocas contenidas en ella que fueron georreferenciadas por Gipri (2002). En este polígono, fueron a su vez explorados dos niveles de precisión. En primer lugar, fue calculada la distancia de cada área de vivienda a las rocas más cercanas, de lo cual se obtuvo como resultado un rango de distancia de entre 15 m y 8,9 km, con un promedio de 2,78 km. Si solamente se seleccionan las rocas ubicadas dentro de las grillas del área trabajada por Rodríguez (2006), el promedio es apenas un poco menor: 2,59 km. Esto significa que la distancia máxima que se tendría que recorrer para acceder a la roca más lejana desde una vivienda dentro de un área de 46 km² es de un poco más de 8,9 km.

La anterior distancia se reduce considerablemente si se calcula la cantidad de rocas a las que tiene acceso una vivienda de acuerdo con un rango de distancia determinado. Es difícil saber cuál fue el área de actividad que en extenso pudo tener una vivienda, pero lo cierto es que una buena cantidad de rocas fue accesible a cada sitio de vivienda. Si se toma un radio de 100 m desde cada uno de los sitios de vivienda identificados por Rodríguez (2006), 17 rocas estarían a tan solo un par de minutos de distancia, 202 rocas se encuentran en un radio de 500 m de alguna vivienda y la mayoría de las rocas en el polígono analizado, 415/507, se hallarían a una distancia no mayor de 1.000 m, los cuales pueden ser recorridos en apenas unos minutos. En otras palabras, aunque algunas rocas registradas se encuentran a una distancia de las viviendas que podría ser considerable (hasta De 8,9 km), lo cierto es que la mayoría de rocas en el área analizada se hallan en un rango de 1 km de las zonas de vivienda (figura 7).

Las condiciones topográficas fueron la tercera variable evaluada, en términos de las dificultades de acceso a los sitios con arte rupestre. Las 632 rocas de las cuales se posee información geo-rreferenciada (Gipri 2002) fueron superpuestas a un mapa de pendientes generado a partir de curvas de nivel. Dicho mapa arrojó básicamente dos zonas: una ubicada hacia el sector occidental del municipio con pendientes pronunciadas que conforman la cuchilla de Peñas Blancas y otra que cubre el resto del área municipal, caracterizada por colinas onduladas con pendientes no superiores a 20 grados. No existe información con respecto a la presencia de arte rupestre en la cuchilla de Peñas Blancas o en su área aledaña. Lo que sí es evidente es que existe una importante cantidad de sitios con arte rupestre que no presentan, al menos topográficamente, dificultades de acceso. La casi totalidad de las rocas referenciadas se encuentra en áreas con poca pendiente (menos de 20 grados), en lugares donde no es evidente alguna restricción para el acceso (figura 8).

No se cuenta con información detallada sobre las condiciones ambientales imperantes en la región durante la época en cuestión. Sin embargo, análisis de fitolitos provenientes de al menos cuatro sitios arqueológicos en las zonas alta y media de El Colegio mostraron predominancia de plantas del género Graminácea, lo cual indicaría la presencia de áreas despejadas en los alrededores de las zonas de vivienda. Dos de los sitios donde se llevaron a cabo análisis de fitolitos corresponden justamente a una de las áreas en las que se registró arte rupestre y se documentaron patrones de asentamiento. En dicha zona (parte central de la vereda Misiones) las rocas que poseen arte rupestre se caracterizan por ser pequeñas (aunque tampoco existe información detallada sobre el particular).

Con base en un promedio de 2 m de altura para las rocas con petroglifos (que claramente excede el patrón de las rocas registradas), un promedio de altura del observador de 2 m y sin restricciones de visibilidad (suponiendo que en efecto toda el área estaba despejada) se llevó a cabo un análisis de visibilidad con la topografía como única posible restricción en relación con la ubicación espacial de petroglifos y áreas de vivienda. Se midieron algunos rangos de visibilidad para una zona donde hay cercanía entre áreas de vivienda y rocas y otra donde tal cercanía no es tan evidente. En el primer caso, algunas rocas pueden ser observadas a una distancia no mayor a 400 m (figura 9a), mientras que en el segundo apenas puede ser observada una roca desde un conjunto de viviendas (figura 9b). Aún más, si se realiza el análisis en sentido contrario y se toma por ejemplo una de las rocas con mayor altura reportadas dentro del área estudiada por Rodríguez (2006), denominada La Guaca (con una altura aproximada de 6 m), resulta que desde ella es imposible observar alguna vivienda, y solamente es visible un pequeño conjunto de rocas a su alrededor.

Este estimativo es en exceso optimista ya que no incluye interferencias causadas por parches de vegetación o luminosidad y asume (como se anotó) un promedio de altura para las rocas que excede lo que comúnmente se encuentra. Esto significa que, en caso de que hubiera sido posible, el número de rocas que pudieran haber sido observadas desde una vivienda sería bastante limitado y que, dada la dispersión de las viviendas, la posibilidad de que una roca en particular hubiera sido observada desde más de una vivienda sería casi nula.

Con la información actualmente disponible no es posible inferir qué tipo de recursos pudieron ser críticos o altamente apreciados para las comunidades que elaboraron el arte rupestre, por lo cual la evaluación de dicha relación en términos espaciales es un asunto aún más complejo. No obstante, y teniendo en cuenta que los estudios realizados en diferentes zonas, tanto del altiplano como de la vertiente, han mostrado la preferencia de las comunidades Herrera por asentarse en las áreas con los mejores suelos para la agricultura (Boada 2006; Langebaek 1995), es posible asumir que dicho recurso podría ser importante.

La evaluación de la ubicación de las rocas con respecto a la aptitud de uso de los suelos en el área estudiada por Rodríguez (2004) muestra una importante tendencia a que las rocas con arte rupestre se ubiquen preferentemente en los mejores suelos, lo cual es a su vez consecuente con la tendencia de los patrones de asentamiento (Rodríguez 2004, 93-98) (figura 10). Sin embargo, el mapa de aptitud de uso es claro en cuanto a que el recurso suelo no está propiamente concentrado espacialmente, y por el contrario comprende un área considerable dentro de la zona estudiada, lo cual no se compadece con la expectativa arqueológica de que el reclamo se dé sobre recursos críticos, justamente por ser escasos y/o espacialmente concentrados. En efecto, el área con mejores suelos (v en la figura 10) comprende el 25 % de aquella estudiada por Rodríguez (2004), lo cual no es consecuente con la idea de recursos concentrados espacialmente.

En resumen, existe una importante cantidad de yacimientos rupestres que parecen seguir un patrón de agrupamiento espacial. La relación espacial de las rocas con áreas de vivienda muestra que unas y otras se encuentran a corta distancia, en lugares donde no existen restricciones físicas o topográficas significativas para el acceso. Aun así, la posibilidad de que un número representativo de rocas fuera observado desde una vivienda o de que una roca en particular pudiera ser observada por diferentes viviendas fue reducida. Varias rocas con petroglifos corresponden a pequeños bloques que difícilmente podrían ser observados a una distancia que supere varios cientos de metros. Asimismo, el patrón de distribución espacial de las rocas con petroglifos es consecuente con la mayor tendencia a la ocupación de los suelos más fértiles durante el periodo Herrera, pero dado que tal recurso no es escaso o muy concentrado espacialmente, es difícil suponer alguna suerte de reclamo sobre él.

Escala de sitio

Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo entre 2007 y 2009 han permitido recolectar información del contexto en el que aparece el arte rupestre. Cuatro sitios donde hay rocas con petroglifos han sido prospectados y excavados en la zona alta y media del municipio (figura 11). Al igual que con la información regional, la información a escala de sitio se analiza a continuación de acuerdo con las expectativas arqueológicas esbozadas en la tabla 1.

FIGURA 11. SITIOS ARQUEOLÓGICOS EXCAVADOS EN LAS VEREDAS ARCADIA Y MISIONES
Fuente: Plan de Ordenamiento Territorial del municipio de El Colegio. Modificado por los autores.

Para empezar, es importante mencionar que ninguno de los trabajos, bien sean arqueológicos o de registro de arte rupestre, ha documentado a la fecha la presencia de construcciones o modificaciones del terreno que se puedan considerar monumentales por su alta movilización de mano de obra o su alto valor ritual. En realidad, la única modificación cultural visible en el paisaje es el arte rupestre mismo.

FIGURA 12. DISTRIBUCIÓN DE CERÁMICA EN EL SITIO 2 DE MISIONES Y SU RELACIÓN CON ROCAS CON PETROGLIFOS
Fuente: Análisis realizado por los autores.

Excavaciones arqueológicas realizadas en inmediaciones de rocas con petroglifos han permitido establecer dos tipos de sitios, que se describen a continuación. En primer lugar, se ha podido comprobar que algunos petroglifos fueron emplazados en cercanía a áreas de vivienda. En la mayoría de los cortes arqueológicos realizados en inmediaciones de rocas con petroglifos fue posible recuperar material y huellas propias de zonas de vivienda, como fragmentos de cerámica utilizada en labores culinarias, artefactos líticos, restos del proceso de talla y fragmentos de manos de moler. Asimismo, la distribución de tales artefactos no muestra algún orden que denote deposición intencional y, por el contrario, su patrón de aparición es congruente con aquel propio de los desechos de zonas de habitación (figura 12). El análisis de tales artefactos no ha mostrado una variación considerable que permita suponer que se trata de objetos con funcionalidad distinta, mayor grado de elaboración o que hayan sido fabricados a partir de materias primas diferentes. En suma, de un total de trece rocas en cuyos perímetros se han realizado excavaciones arqueológicas, se han recuperado desechos producto de áreas de vivienda en al menos seis de ellas. El contexto de tales sitios, estudiado mediante excavaciones en diferentes sectores de estos, así como la cerámica recolectada, muestran que en efecto se trata de zonas de ocupación pertenecientes al periodo Herrera.

Un segundo tipo de sitio da cuenta de una situación diferente. En zonas donde la pendiente del terreno no permite el emplazamiento de áreas de vivienda, excavaciones en el borde de algunas rocas con arte rupestre hicieron posible recuperar evidencias de deposición intencional de objetos. A la fecha hemos documentado cuatro casos de este tipo. Un primer caso es el de la disposición de una roca con un petroglifo, la cual, dado su peso y tamaño, no pudo haber sido depositada allí por agentes naturales y no coincide con ninguna roca del entorno cercano, lo que permite descartar su movilización por agentes antrópicos en épocas posteriores (figura 13). Aparte de la roca mencionada, ningún otro objeto fue hallado, lo que en parte confirma su falta de asociación con restos de áreas de vivienda.

En un segundo lugar, una roca con cúpulas fue enterrada junto con un par de bloques de lidita en la base de una roca en cuya superficie también se encuentran cúpulas (figura 14). La disposición de tales objetos es reafirmada por varias particularidades, dentro de las que se encuentran la no pertenencia de la roca enterrada con cúpulas a ninguna de las rocas a su alrededor, la carencia de depósitos naturales de lidita en la zona aledaña, la ubicación del depósito contrario a la dirección de la pendiente y la forma como los tres objetos fueron encontrados (la roca con cúpulas parecía haber sido puesta sobre los dos bloques de lidita). Un corte adyacente a aquel en que se recuperó el mencionado hallazgo arrojó un par de pequeños fragmentos de cerámica pertenecientes al periodo Herrera. La comparación de la estratigrafía de los dos cortes muestra que dicha cerámica se encuentra por encima de las cúpulas y bloques de lidita, lo que podría ser indicativo de la época en que fue enterrado.

FIGURA 14. CÚPULA ENTERRADA, SITIO 2, VEREDA ARCADIA
Fuente: Elaborada por Pedro Argüello.

Un tercer caso es aún más sugerente. En una concavidad de una roca con cúpulas, fueron encontrados cinco pequeños cantos rodados junto con fragmentos de cerámica y artefactos líticos (figura 15). La concavidad solo posee una entrada frontal por la cual difícilmente podrían ingresar dichos objetos por la acción de agentes naturales. El hallazgo de material propio del periodo Herrera permitió la asociación cronológica de este depósito, aunque la presencia de cerámica no clasificada abre la puerta a la posibilidad de que parte de él corresponda a material foráneo. Una tumba perteneciente al mismo periodo ya había demostrado la presencia de materiales foráneos (concha marina) en la zona de El Colegio (Argüello, Rodríguez y Tovar 2001).

FIGURA 15. A) NICHO EN ROCA CON PETROGLIFOS. B) CANTOS RODADOS RECUPERADOS EN SU INTERIOR
Fuente: Fotografías de Pedro Argüello.

Un elemento más merece ser tenido en cuenta con respecto al mencionado depósito y es que uno de los cantos rodados era de cuarzo. La deposición de objetos de dicho material no es un asunto del todo novedoso; por el contrario, corresponde a un fenómeno que ha sido documentado en otras partes del mundo y que pudo estar asociado a cierto tipo de rituales (Coles 2005; Whitley et al. 1999). En una perspectiva más amplia, parece ser que la disposición de objetos en las rocas con arte rupestre forma parte de una antiquísima tradición que hasta ahora empieza a ser reconocida (Clottes 2009) y que probablemente está asociada a un comportamiento relacionado con actos de ofrenda (Osborne 2004; Whitley 2005).

Un último caso presenta un nivel de complejidad aún mayor. En la base de una roca que posee metates y petroglifos, y que se halla en una pendiente donde muy difícilmente podría emplazarse un área de vivienda, un pequeño corte arqueológico permitió recuperar un conjunto de rocas cuya fractura y manchas de hollín evidencian que fueron utilizadas como base de un fogón. De ser así, se podría sugerir que en algunas rocas con arte rupestre y en sus inmediaciones se llevaron a cabo labores de cocción. Esto explicaría por qué en muchas ocasiones se encuentran áreas de molienda en las mismas rocas con petroglifos (Argüello 1998; Muñoz 2006), aunque aún se desconoce qué tipo de elementos fueron procesados en tales sitios porque los análisis de fitolitos no arrojaron evidencia alguna de presencia de plantas comestibles. No obstante, es importante mencionar que en dicho corte no se identificó suelo quemado o carbón (características generalmente asociadas a fogones), por lo cual es posible que las rocas hayan sido depositadas allí después de haber sido sometidas al fuego.

Finalmente, un sitio excavado en la vereda Arcadia, en la parte alta del municipio, parece contener las dos características de los sitios mencionados anteriormente. En una pequeña área plana, donde se encuentra un par de rocas con cúpulas, excavaciones arqueológicas permitieron recuperar objetos propios de áreas de vivienda, así como otros que evidenciarían disposiciones intencionales y actividades relacionadas con ellos. La presencia de huellas de poste, fragmentos de cerámica y líticos dispersos en un área de varios metros son consecuentes con la posibilidad de que allí se hubiese emplazado una vivienda. Sin embargo, tales huellas de poste no siguen un patrón consecuente con una estructura de tal tipo de sitios y, por el contrario, aparecen asociadas a pequeños nichos donde se encontraron fragmentos cerámicos de mayor tamaño, algunos de los cuales no corresponden a los tipos cerámicos del periodo Herrera, que constituyen el resto del conjunto cerámico del sitio (figura 16). Una importante cantidad de los fragmentos cerámicos hallados en los mencionados nichos aparecen altamente calcinados y/o con huellas de hollín, en tanto que restos de un área con evidencia de cocción fueron hallados en la intersección de las dos rocas con cúpulas. De otra parte, análisis de fitolitos apoyan la idea de que una estructura elaborada en guadua (Guadua angustifolia) fue emplazada en el sitio (Posada 2010).

FIGURA 16. PLANO EXCAVACIÓN, VEREDA ARCADIA, SITIO 3. PROFUNDIDAD 30 CM
Fuente: Análisis realizado por los autores.

En resumen, el análisis de información puntual producto de excavaciones arqueológicas en cercanía a rocas con petroglifos muestra dos contextos en los que el arte rupestre parece haber estado inscrito. En primer lugar, el arte rupestre se encuentra asociado espacialmente a zonas de vivienda y cerca de estas es posible encontrar restos procedentes de labores cotidianas. De otra parte, un conjunto de rocas ubicadas en zonas no aptas para actividades domésticas presenta evidencia de objetos depositados intencionalmente, algunos de los cuales pudieron ser foráneos y otros sin aparente función utilitaria. Este tipo de contextos han sido documentados y asociados a la ejecución de rituales (Whitley et al. 1999) en los que la disposición de ofrendas desempeñó un papel preponderante. Además de la disposición de objetos, otras actividades alrededor de rocas con petroglifos pudieron estar relacionadas con el procesamiento de materias aún no identificadas, pero en todo caso no directamente asociadas con áreas de vivienda.

CONCLUSIÓN

Cuando se piensa en el carácter ritual del arte rupestre, generalmente se evocan particularidades de algunos sitios cuya ubicación espacial per se parecería impregnarles un halo sagrado. Las dificultades de acceso a algunas pinturas dentro de cuevas paleolíticas (Ucko y Rosenfeld 1967), a los aleros del área Guane en Santander (Navas y Angulo 2010) o a los tepuyes de Chiribiquete en Guaviare (Castaño y Van der Hammen 2006) son suficientes para asegurar cuán importante y especial debió ser el acto de elaboración y cuán difícil y restringido su acceso. Claramente el arte rupestre de El Colegio no sigue esta lógica. Por el contrario, en esta área es posible encontrar una gran cantidad de petroglifos, probablemente agrupados pero sin mayores dificultades de acceso. En general, ellos se ubican cerca de las zonas donde la gente habitó en la época prehispánica. En suma, el análisis a escala regional, con la limitada información disponible, sería suficiente para reevaluar la imagen del arte rupestre como un asunto sagrado y diferenciado de la esfera cotidiana. No obstante, un grupo de hallazgos, procedentes de análisis hechos a una escala diferente, podrían relativizar dicha afirmación y apoyarían la noción según la cual cierto tipo de rituales tuvieron lugar cerca de por lo menos algunas rocas con petroglifos.

¿Cómo dar curso a esta aparente contradicción? A nuestro juicio, una definición rígida de lo que se debe entender por ritual simplemente impide formular un marco para la comprensión de los hallazgos de El Colegio. Por el contrario, si se piensa no solo en la amplia diversidad de los actos rituales sino también en una suerte de continuo, en los términos propuestos por Bradley (2005), con diferentes grados de formalidad, inclusión-exclusión, es posible abrir un espacio para comprenderlos. Como corolario, y con base en la comparación de diferentes contextos en los que aparece el arte rupestre alrededor del mundo, la primera conclusión que salta a la vista es la "modestia" -por denominarla de alguna manera- asociada a los rituales en que se vieron involucrados los petroglifos.

Dicha "modestia" es definida y se relaciona con al menos tres características. En primer lugar, en un buen número de casos no se trató de rituales que implicaran un fuerte proceso de sacralización del espacio, traducido en la diferenciación de la esfera doméstica. Las excavaciones arqueológicas alrededor de algunas rocas así lo confirman y, aun a pesar de que ciertos actos rituales no están directamente interconectados con áreas de vivienda, el análisis a escala regional muestra que no existió un proceso de clara diferenciación espacial con dichos contextos domésticos. En segundo lugar, aspectos como la gran cantidad de rocas con petroglifos y su dispersión son poco consecuentes con la idea de espacios concentrados o privilegiados y donde se convocara a segmentos importantes de la comunidad en ocasiones altamente regladas. Una vez más, la asociación preferente de los petroglifos con áreas de vivienda parecería corresponderse con la poca audiencia que tales rituales pudieron tener. Por ende, en tercer lugar, parecería que tales rituales tuvieron lugar en la esfera doméstica y no fueron mucho más allá de esta.

Si, como lo sugiere el conjunto de hallazgos mencionados, los petroglifos de El Colegio fueron utilizados preferentemente durante el periodo Herrera, entonces las apreciaciones con respecto al contexto en el que los mencionados rituales tuvieron lugar serían congruentes con la escala de la sociedad. Tal y como ha sido documentado en diferentes trabajos arqueológicos (Boada 2006; Krushek 2003; Langebaek 1995), las sociedades Herrera del sur del altiplano cundiboyacence fueron básicamente igualitarias, por lo cual es plausible aseverar que en ellas la práctica de rituales, que por lo general no superaban el ámbito familiar, fue un comportamiento común, tal y como es atestiguado por las rocas con petroglifos. Lo anterior de ninguna manera niega la existencia de eventos suprafamiliares; simplemente abre las puertas para entender la estructura social desde la escala de las actividades propias de dichas unidades.

De otra parte, la cantidad de petroglifos diseminados en el espacio y la poca visibilidad de estos hacen pensar que, a diferencia de los lugares donde se dieron recurrentes visitas durante prolongados lapsos de tiempo, tal vez en muchos casos los actos rituales no comprendieron muchas más actividades que su sola elaboración. En otras palabras, probablemente una buena cantidad de rocas con petroglifos no se vieron envueltas en posteriores actos conmemorativos sino que ellas fueron objeto ritual únicamente durante su producción.

Estas breves apreciaciones son suficientes para desvirtuar el uso común y simplista de teorías generales en la explicación del significado y la función del arte rupestre. Ante esta situación, es necesario insistir en la construcción de metodologías de análisis que propendan por la elaboración de un andamiaje con base en el cual entender el fenómeno en su complejidad. En este sentido, la comprensión del arte rupestre como un objeto arqueológico, que se supere la idea facilista de lecturas directas e inocuas de las imágenes, aunque no es de ninguna manera el único camino posible, se constituye en una empresa necesaria y urgente.

AGRADECIMIENTOS

Julio Rodríguez facilitó los mapas producidos como parte de su trabajo de grado. La Alcaldía Cívica de El Colegio proveyó la información colectada por Gipri y financió parte de las excavaciones arqueológicas realizadas durante los años 2007-2009. Estudiantes del programa de Antropología de la Universidad de Caldas participaron activamente en diferentes temporadas de campo y colaboraron en los análisis de laboratorio. Parte del dinero del premio de la Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés Bello (Secab), Somos Patrimonio 2008, otorgado a la Alcaldía Cívica de El Colegio y la Fundación Inama, se utilizó para financiar la última parte de las excavaciones arqueológicas y el análisis de fitolitos realizado por el arqueólogo William Posada, quien a su vez participó como codirector de las excavaciones arqueológicas del 2009 en la vereda Arcadia. La Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales financió muestras de radiocarbono. Gracias a los editores de la RCA por las correcciones y sugerencias que permitieron mejorar este artículo.


Notas

1 Existe en la literatura una acalorada discusión sobre la definición de arte rupestre, que gira en mayor medida en torno al uso de la palabra arte. En este texto nos alejamos de dicha discusión y utilizamos la acepción arte rupestre por considerarla estándar -universal- y para evitar la introducción de formas de nominar, la mayoría de las veces idiosincráticas, tal vez más complejas, pero a la vez menos útiles. Si bien reconocemos la importancia de muchas de las discusiones acerca del carácter artístico de las manifestaciones humanas que nos ocupan en el presente texto, consideramos que ellas difieren del objetivo de nuestra investigación, razón por la cual no han sido abordadas. Adscribimos a la tendencia general de entender por arte rupestre cualquier imagen intencionalmente elaborada sobre una roca (Bednarik 2003). Esto significa que: 1) las imágenes a las que hacemos referencia no son producto de fenómenos naturales sino que son de comprobada manufactura humana; 2) el producto de la manufactura -la imagen- fue intencional y no un producto secundario derivado de otras actividades; 3) la roca es el soporte de la imagen y ella no ha sido suficientemente alterada como para convertirse en la imagen misma (como ocurre por ejemplo con la escultura); 4) el tamaño y peso de la roca son suficientemente grandes como para impedir su habitual transporte (no es portable).

2 No es el objetivo de este texto llevar a cabo una nueva revisión de las múltiples teorías que históricamente se han esbozado sobre el ritual o adscribirse a alguna definición básica, entre otras cosas porque se reconoce que la definición e identificación de rituales es profundamente contextual. Por ende, los aspectos relativos al ritual que atañen a este estudio son en cada momento mencionados de acuerdo con el contexto particular al que ellos refieren. Una revisión sistemática del tema se encuentra en los textos de Bell (1992, 2009).

3 Diferentes investigadores han discutido si en realidad las cúpulas deberían entenderse como arte rupestre. Parte de la discusión se basa en la posibilidad de que las cúpulas hayan sido elaboradas con un propósito más funcional o utilitario que estético, lo cual significaría que ellas no fueron en realidad imágenes sino un subproducto de otra actividad. Lo cierto es que a la fecha ninguna de las hipótesis sobre la posible funcionalidad de las cúpulas ha sido suficientemente comprobada (Bednarik 2008). Por ende, y dado que las cúpulas siguen los parámetros de denominación de arte rupestre propuestos en la primera nota al pie, las incluimos aquí como parte de este tipo de manifestaciones.


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