SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.50 issue1Correspondencia inédita entre Gregorio Hernández de Alba y Andrew Hunter Whiteford, 1949-1950: aportes para una historia de la antropología en Colombia author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Revista Colombiana de Antropología

Print version ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.50 no.1 Bogotá Jan./July 2014

 

El "alma" de la Revista Colombiana de Antropología (1953-1997)

Leonor Herrera
Investigadora independiente
leonorherreraangel@gmail.com

En la invitación1 que se me hizo para participar en el conversatorio que celebraba, en abril del 2013, los sesenta años de la Revista Colombiana de Antropología (RCA), se mencionaba que yo había sido "la primera editora de [la revista] de un modo formal". Esta afirmación me dejó muy halagada, pero también muy sorprendida y, después de pensarlo dos veces, incrédula: la RCA no podía haber existido entre 1953 y 1992 sin "alma". Porque el editor de una revista es eso. Bueno o malo, independiente o subordinado, con una o dos cabezas, el editor es indispensable, así su función se limitara a recoger en una carpeta (física o virtual) los textos escogidos por otros y entregarlos a la imprenta o remitirlos a un diagramador. Alguien tiene que revisar y aprobar las pruebas de imprenta. Esto es algo que no se puede delegar en un mensajero o en cualquier secretaria. Puede ser que el editor no aparezca, no figure, pero esto no quiere decir que no exista, que sea anónimo o informal.

Empecé a hacer memoria y recordé que, antes de llegar a ser la editora, había publicado artículos en la RCA y había tenido que entenderme con una o varias personas que, como editores, estuvieron sucesivamente a cargo de la revista. Finalmente, decidí hacer una revisión de las primeras y últimas páginas de la RCA para aclarar este punto.

En el transcurso de esta revisión, empecé a darme cuenta de que cada revista era como una instantánea o una radiografía del Instituto Colombiano de Antropología (ICAN) en un momento del tiempo y que la sucesión de estas imágenes permitía una reconstrucción a grandes rasgos de su historia. Este texto es el resultado de esa revisión, pero se limita al aspecto formal y, podría decirse, periférico de la RCA, puesto que el análisis del contenido central —es decir, de los artículos publicados— fue el tema de la intervención de María Lucía Sotomayor y de un enjundioso texto que elías Sevilla Casas circuló antes del conversatorio.

Los primeros años

En las primeras páginas del volumen I de 1953, se anota que, en 1952, se creó el Instituto Colombiano de Antropología, que incorporaba el antiguo Instituto etnológico nacional "y al primeramente llamado Servicio de Arqueología", y que la Revista Colombiana de Antropología reemplazaba la antigua Revista del Instituto Etnológico Nacional y el Boletín de Arqueología. Esta última aclaración se mantiene hasta el volumen V.

En esos primeros volúmenes de la RCA, en el encabezado de la página del sumario (la siguiente a la de la portada), apenas figura el nombre del director del ICAN (Antonio Andrade), después de los nombres del ministro de educación nacional, el ministro de Gobierno y el presidente de la república.

En el volumen II (1954), indirectamente, a través de un decreto de honores (para el antropólogo norteamericano Ralph Linton, por entonces recién fallecido), firmado por el director y el secretario del ICAN, nos enteramos de que Francisco Márquez ocupa este último cargo. En el volumen V vuelve a aparecer, esta vez como director encargado; en el volumen VI, su nombre desaparece (el nuevo director es Luis Duque). A partir del volumen X reaparece, ahora como subdirector del ICAN.

El "doctor Márquez", como lo llamábamos los funcionarios del ICAN y los visitantes, merece un párrafo aparte. Era el "alma" de la RCA, y en algunas épocas también del ICAN en general (por ejemplo, durante la dirección del lingüista Manuel José Casas, quien ocupó la dirección a una edad tan avanzada que le permitía poco más que darle prestancia al cargo). Francisco Márquez2 (nacido en Gramalote, norte de Santander) estudió derecho en la Universidad Libre de Bogotá. Aunque cursó todas las materias, como no hizo la tesis de grado, no recibió el título de abogado. De su autoría (aunque su nombre no aparece), era la sección de "noticias antropológicas", corta pero variada, que a partir del primer volumen traía la revista en sus últimas páginas. En el volumen VI (1957), cambió de título a "Sección informativa" e incluía reseñas de libros firmadas (la mayoría por el lingüista Sergio Elías Ortiz). La sección en cuestión desapareció en el volumen VII (1958), pero se amplió la cantidad de reseñas; en el volumen IX (1960), aparecieron varias firmadas por Márquez, y en el volumen XI, la mayoría eran de su autoría (los títulos que le interesaba reseñar eran de antropología social). La labor del Dr. Márquez en la RCA se prolongó hasta el volumen XX. no era exactamente una labor anónima, pues "todo el mundo la conocía". Era una labor más bien no reconocida. Pero de esto fue en buena parte culpable el mismo Márquez, por su extrema aversión a figurar o a recibir homenajes, aunque no era una persona tímida, sino un hombre de carácter fuerte3. Su labor con la RCA también incluyó una responsabilidad de la cual, por fortuna, se vieron exentos editores posteriores: la parte administrativa y financiera (conseguir las respectivas asignaciones presupuestales y "pedalear" su curso por los vericuetos burocráticos).

Los primeros cambios

En las primeras páginas del volumen X (1961), apareció una lista del personal técnico del ICAN, conformado por veintiún personas, distribuidas entre la escuela de Antropología y las secciones de Arqueología, Antropología Cultural, etnografía, etnohistoria, Folclor, Museología, Biblioteca, Laboratorio Fotográfico y de Sonido. De una revista a la siguiente, estas secciones sufrieron algunas modificaciones (se suprimieron unas, se crearon otras). En el volumen XII, Luis Duque fue remplazado por José Manuel Casas en la dirección del ICAN.

El volumen XIV refleja un cambio importante para el ICAN: en el listado de personas aparecen, debajo del nombre del ministro de educación nacional, los del director de Colcultura, su secretario y el subdirector de Patrimonio Cultural. Para bien o para mal, el ICAN era, ahora, una dependencia de otra dependencia.

El volumen XV (1971) presentó otras modificaciones de consideración. En primer lugar, un crecimiento notable del personal técnico, que se debió, en parte, a un aumento real de las personas que lo componían (ahora sumaban 33), pero también a una ligera inflación de la planta, pues varias personas figuraban en más de una sección. En segundo lugar, había varias secciones nuevas, como la de "Parques arqueológicos" (que incluía los de San Agustín, Tierradentro, Facatativá y Tequendama) y la de "Asesoría de publicaciones", sección en la cual, por supuesto, figura el Dr. Márquez. Por último, la incorporación de la nueva generación de antropólogos: Inés Sanmiguel y Jorge Morales, de la primera promoción de la Universidad de los Andes. El director era, entonces, Gonzalo Correal.

La eclosión

Para el volumen XVI (1974), hubo otro cambio de director, que ahora era Álvaro Soto, y en la lista de personal técnico aparece una oficina editorial, integrada por el director, el subdirector, la antropóloga María Teresa Jaramillo y Milina Muñoz, quien se desempeñaba como secretaria del director. Es muy probable que esta última estuviera involucrada con la RCA desde tiempo atrás.

En el volumen XVII, la oficina editorial se redujo a Jaramillo y Muñoz, pero apareció también un comité editorial, compuesto por siete personas, de las cuales las tres primeras serían simplemente "de adorno" (Henry Lehman, Claude Lévi-Strauss y Harold Kagan), pues es posible imaginar que amablemente se prestaran para que su nombre apareciera, pero difícilmente se puede pensar que dedicaran tiempo a revisar los artículos sometidos para publicación. Las siguientes dos personas (Gerardo reichel-Dolmatoff y Luis Duque) podrían caer en la misma categoría. otra novedad del listado de personal técnico era la inclusión de las estaciones Antropológicas (La Pedrera, el encanto, Cravo norte, Santa Marta y Nariño).

El papel con el cual fue hecho este volumen, que tiene fecha de 1974, desató un pequeño escándalo en el ICAN, por su mala calidad (grueso, poroso y amarillento). Aunque la escogencia de la imprenta probablemente se hacía con base en varias cotizaciones, Jaramillo se dejó conmover por un señor ya viejo, en apuros económicos, quien pudo salir de estos utilizando el papel más barato.

En el volumen XVIII (1975), los nombres que en el anterior aparecían en la sección del comité editorial llevaban ahora el encabezamiento de comité consultor, denominación que se ajusta mejor a la labor que supuestamente desarrollaron. Pero también aparece un comité editorial, integrado por Soto, Yáñez, Muñoz y, por primera vez en esta sección, por María Lucía Sotomayor y Jorge Morales. Este es, tal vez, el primer volumen con un tema central: la Amazonia colombiana y, en especial, el trabajo desarrollado por la estación Antropológica de La Pedrera. recuerdo que María Lucía Sotomayor andaba muy apurada porque Martín von Hildebrand no había acabado de escribir su artículo cuando la revista ya estaba en prensa, pero lo Entregó así, y luego insistía en hacer cambios mayores en el texto, cuando este ya estaba en galeras4.

El volumen XIX (1975) fue el primero que incluyó una presentación firmada por el director y mostraba otro aumento de la planta de personal. Ahora la lista incluía investigadores y ocupaba dos páginas. Por supuesto, varias de estas personas, especialmente en las estaciones Antropológicas, no eran parte del personal de planta, sino vinculadas por contrato. Había profesionales poco relacionados con la antropología y sus funciones respondían a un nuevo enfoque de la investigación, que no era precisamente interdisciplinario. Los comités consultor y editorial tenían la misma composición que en el volumen anterior. Y, aunque oficialmente el volumen correspondía al segundo semestre de 1975, salió de la imprenta a finales de 1977 y marcó tanto un aumento en la producción de investigación del ICAN, puesto que la mayoría de los autores eran sus investigadores, como un exceso de optimismo, al tratar de hacer de la RCA una publicación semestral.

Para el volumen XX (1976), no hubo cambios en los comités consultor y editorial. Se incluyó un artículo de la historiadora Kathleen Romoli y otro mío. Tengo un vago recuerdo de haber ido con ella a la imprenta donde se estaba produciendo la revista, por algún problema relacionado con las galeras, y me parece ver cómo el armador de textos tenía un cajón con compartimentos diminutos para las letras, que eran metálicas; con una pinza las sacaba rápidamente, una por una, y las introducía en una matriz de rieles correspondiente a la página. Es probable que para esa época ya existieran en el país prensas más modernas. Permitir que los autores se entrometieran en la imprenta no era algo usual; tal vez los editores hicieron una excepción con doña Kathleen y conmigo, porque éramos muy juiciosas.

A partir del volumen XXI, la revista, que en el volumen XIX mostraba ambiciones de ser semestral, terminó siendo bianual, pues corresponde a los años 1977-1978. Del comité consultor ya no hacía parte G. Reichel-Dolmatoff. Por otro lado, el comité editorial se renovó, con la incorporación de María Consuelo Mejía, María Clemencia Ramírez, Juan Yangüez y María Victoria Uribe; de los anteriores integrantes, permanecieron Soto y Sotomayor. Un cambio notorio, que refleja un conflicto interno mayor de consecuencias tristes, fue la desaparición del cargo de subdirector del ICAN y los nombres de Márquez y Muñoz de la lista de personal. De otro lado, el crecimiento y la diversificación del ICAN fueron significativos: el listado de investigadores ocupa dos páginas y entre las secciones hay una exótica: "Curanderismo". A las estaciones Antropológicas se añadieron las de Chía y Mariquita, cuya vida fue muy corta.

La crisis

La página de sumario del volumen XXII (1979) refleja nuevos cambios, traumáticos también. El nuevo director era Iván Posada, cuya trayectoria profesional tenía poco que ver con la antropología. Esta situación tal vez fue buscada como solución transitoria de una especie de polarización interna5. Las estaciones ya no se mencionaron. El comité consultor desapareció. En el comité editorial se mantuvieron algunos nombres, pero otros no. Es conveniente anotar que este y anteriores comités estaban conformados únicamente por investigadores o funcionarios del ICAN. La carátula del volumen XXII fue de un atrevido color rojo tomate; la monótona tradición del gris y el beige ya se había roto con la carátula del volumen XVII, de color amarillo ocre. La policromía empezó a utilizarse en las ilustraciones de uno de los artículos.

Para el volumen XXIII (1980-1981), un manejo generoso de los espacios del listado de investigadores hizo que este se expandiera a tres páginas. El comité editorial se amplió un poco con los nombres de Horacio Calle y Ximena Pachón. La policromía en papel esmaltado era la novedad fugaz de este volumen, porque la revista se distinguiría, en general, por la mala calidad de las fotos en blanco y negro.

En la página del sumario del volumen XXIV (1982-1983), figura un nuevo director: Roberto Pineda Giraldo. El listado de integrantes ahora se llamaba "cuerpo técnico" y daba grima: escasamente cubría la mitad de una página. no se mencionaba ningún comité editorial (hasta donde se sabe, no funcionó ninguna estructura parecida). Por la penúltima página nos enteramos de que esta edición de la RCA se hizo porque la Fundación de Investigaciones Arqueológicas nacionales del Banco de la república (FIAN) la financió, como habría de ocurrir muchas veces más de allí en adelante.

Del volumen XXV (1984-1985) se puede decir que se parece mucho al anterior.

El paliativo

Con el volumen XXVI (1986-1988), la revista parece volverse cuatrienal. Esto señala otra época de cambio. Myriam Jimeno es la nueva directora, la segunda mujer en llegar a esta posición, puesto que la primera fue Ana María Groot, cuyo nombre no queda registrado en el encabezado del "resumen" de la RCA por el retraso en la publicación de esta. Se incluyen dos comités editoriales: uno conformado por Groot, Augusto Gómez, Jorge Morales y Santiago Mora, entre los años 1987-1988, y otro que corresponde a los años 1988-1989, con nombres nuevos, como Clemencia Ramírez y el mío6. Por primera vez, aparece un responsable de la edición de la RCA, pues en la parte inferior de la página se anota: "Toda correspondencia debe dirigirse a María Clemencia Ramírez de Jara, editora". A propósito, en este volumen desaparece una advertencia presente en todos los anteriores: "La colaboración es rigurosamente solicitada. no se devuelve la colaboración espontánea ni se mantiene correspondencia sobre ella", que pareciera significar que la RCA se veía asediada por autores poco ortodoxos. En este volumen reaparecen las reseñas bibliográficas. Y, como detalle pequeño, el encabezado de la lista de artículos deja de llamarse "Sumario", para titularse "Índice".

En cuanto al volumen XXVII (1989-1990), como novedad aparece en las páginas finales la sección "Avances de investigación" y en el reverso de la contracarátula un listado de publicaciones del ICAN: las últimas y las próximas a aparecer.

El asedio de la posmodernidad

En el volumen XXVIII (1990-1991), se consigna otro cambio de director: ahora era Camilo Villa. Pero lo que llama la atención y señala otra época de zozobra y crisis del ICAN es su cambio (transitorio) de nombre: Instituto de Investigaciones Culturales y Antropológicas. Detrás de ese cambio, aparentemente inocuo, se esconde una lucha sorda entre quienes ya éramos la vieja guardia del ICAN y los intentos, emanados de la dirección de Colcultura e implementados por una dirección títere del ICAN, de ponerlo al servicio de ideas muy de moda sobre comunicación y otras cuestiones, lo que relegaba a segundo plano las investigaciones no comprometidas con estas.

Desapareció la figura de la editora que fue remplazada por la de secretaria del comité editorial, función que desempeñaba Hildur Zea, pero Clemencia Ramírez continuaba en el comité editorial y muy involucrada en la edición de la RCA, que no le gustaba mucho y le quitaba tiempo. no hay reseñas ni otras secciones en este volumen que, como curiosidad, trae en la penúltima página una propaganda de Adpostal, Correos de Colombia.

El desahucio

En la letra menuda del reverso de la página del resumen del mismo volumen XXVIII, se esconde otra crisis: el ICAN cambió de sede, pasó del Museo nacional a la calle 8 n.° 8-87. Fue Myriam Jimeno, en su primera dirección, quien contra viento y marea dio los primeros pasos, al considerar que el ICAN necesitaba su propia sede. Pero los investigadores y el Dr. Duque lo interpretábamos como la pérdida de la larga y encarnizada batalla territorial sostenida desde tiempos inmemoriales entre el ICAN y el Museo nacional. Es decir, desde cuando salieron los presos de lo que antes fuera el Panóptico nacional, mientras que simultáneamente entraban los trasteos del Instituto etnológico nacional y el Museo nacional7. Si bien Jimeno inició el proceso, fue a Villa a quien le tocó trastearnos, casi a la fuerza, en buena parte porque la remodelación de la nueva sede no había terminado y tuvimos que habitarla prácticamente en obra negra8.

La vuelta al carril

En el volumen XXIX (1992), se aprecia que Myriam Jimeno era de nuevo la directora y que el ICAN había recobrado su antiguo nombre. Yo figuro por primera vez como editora, pero, afortunadamente, Zea continuaba como secretaria del comité editorial, y con ella nos repartimos la responsabilidad de sacar adelante la RCA hasta el volumen XXXIII. Carl Langebaek aparece fugazmente como miembro del comité editorial. Por primera vez, los artículos traen resúmenes en inglés, novedad a la cual me atreví porque Marianne Cardale de Schrimpff me colaboraba con la revisión de estilo de estos9. En este volumen regresan las reseñas y hay una sección de "Documentos", cuyo contenido es similar al de "Avances de investigación" del volumen XXVII. También se publicó un obituario y, por primera vez, los criterios y normas de presentación de textos a la RCA y a otras publicaciones del ICAN. En el reverso de la contracarátula viene la lista de novedades editoriales, con sus respectivos precios. El volumen anterior de la RCA tenía un costo de $2.500.

El preludio de una nueva época

En el volumen XXX (1993), los nombres de los funcionarios que, en letras grandes, encabezaban la página del índice, se trasladan al reverso de esta en letras menudas, y desaparece la referencia al ministro de educación. El comité editorial tiene a Monika Therrien como nuevo miembro.

En el volumen XXXI (1994), los artículos propiamente dichos ocupan la primera mitad de las páginas. La otra mitad está destinada a una variada miscelánea: documentos, avances de investigación, reseñas, obituarios, noticias y normas editoriales; es decir, lo que en volúmenes anteriores constituía las "últimas páginas". En el reverso de la contracarátula, el listado de publicaciones aparece en letra pequeña, porque el número de estas es considerable. Además, en este volumen están referidos el director saliente, Roberto Pineda Camacho, y la entrante, María Victoria Uribe. Al comité editorial se agrega el nombre de Margarita Reyes, y de otros dos investigadores que anteriormente lo habían integrado.

Con el volumen I de la RCA, se había adoptado como logo, para adornar la carátula y la portada, un dibujo esquemático de un pectoral de lámina de oro repujada, procedente de la región de Calima, que con el tiempo y la pérdida del dibujo original había adquirido una sonrisa de satisfacción. Para el volumen XXXII (1995), Braida enciso hizo un nuevo dibujo puntillista en tinta china, muy fiel al original. A pesar de la delicadeza, tanto del objeto orfebre como del dibujo, hay que decir que el original retrata un sujeto de mala catadura, al cual algunas abolladuras accidentales le acentúan el carácter. Como era de esperarse, la imprenta no devolvió el original y estábamos en aprietos para el próximo volumen, así que hubo que utilizar una fotocopia. Este es el último volumen que trajo el logo de Colcultura (la lechuza esquematizada) de grata recordación por su eficacia visual. Como dato curioso, por primera vez el ICAN tuvo una dirección de correo electrónico.

El volumen XXXIII (1996-1997) trae a Carlos Vladimir Zambrano y Astrid Ulloa como nuevos miembros del comité editorial. Este se publicó cuando Colcultura se estaba transformando en el Ministerio de Cultura y se hizo obligatorio utilizar el aburrido escudo nacional en la portada interior y en el reverso de la carátula.

El comité editorial 1992-1998

No sé bien cómo funcionaba la edición de la RCA antes de 1986, cuando entré a formar parte del comité editorial, de manera que no voy a pretender que "antes" las cosas no se hacían o se hacían mal, ni que "ahora" (es decir, después del volumen XXXIII) no se hacen como a mí me gustaría, aunque eso no implica que no haya campo para las críticas. Trataré brevemente el tema de cómo funcionó la RCA en el lapso de tiempo en el cual se publicaron los volúmenes XXIX a XXXIII, durante el cual fui editora.

Con algunas excepciones, los miembros del comité editorial eran investigadores del ICAN. Algunos nombres aparecen en sucesivos comités; otros, en un solo volumen de la RCA. Esto se debe a que no se trataba de un nombramiento meramente honorario. Se esperaba que los miembros asistieran a las reuniones y evaluaran los artículos sometidos para su eventual publicación. En este lapso, el comité editorial se reunía rutinariamente, presidido por el director del ICAN. En estas reuniones, los artículos remitidos para evaluación se repartían entre los integrantes, de acuerdo con la especialidad de investigación de cada uno. Los artículos raramente se solicitaban; simplemente llegaban y la RCA se consideraba abierta a todas las subdivisiones y especialidades de la antropología, y a temas de otras disciplinas relacionadas. La moda del momento o los gustos y especialidades de los miembros del comité no tenían cabida, aunque ellos podían influir indirectamente en el contenido de la publicación, al buscar o solicitar artículos por su cuenta10.

Se trataba de que cada artículo recibiera por lo menos tres evaluaciones. Si el comité no contaba con un especialista en el tema del texto, se buscaban evaluadores externos. De un artículo se requería el manejo teórico de un tema o de un conjunto de datos de investigación; la presentación debía ceñirse a las normas y criterios editoriales. Un texto descriptivo se juzgaba por el aporte de la información contenida y podía tener cabida en las secciones de avances o documentos. Hay que recordar, además, que ya para ese entonces existía la colección de Informes Antropológicos, que podía dar cabida a textos de mayor extensión y menores pretensiones teóricas. El evaluador debía llenar un formato fotocopiado en el cual se le pedía que definiera si recomendaba o no la publicación del texto, y las razones para decidir en un sentido u otro. Si daba su aprobación, se le pedían, de ser el caso, sugerencias al autor para la revisión del documento. Cuando el artículo tenía por lo menos tres evaluaciones, estas se discutían en la reunión del comité y se decidía si el texto se publicaba o no.

Una vez aprobado un artículo, la responsabilidad de los textos pasaba a la editora y a la secretaria del comité, quienes debían entenderse con los autores de ahí en adelante. La editora tenía a su cargo la revisión crítica de los textos, y además fungía como correctora de estilo y diagramadora, no porque no se consideraran estos especialistas, sino porque la disposición de recursos hacía difícil contratarlos. La obtención de fondos para la publicación de la RCA y su manejo administrativo recaían, por fortuna, en la secretaria del comité.

Lo que quedó entre el tintero

En cuanto a la forma y apariencia de la RCA, hay todavía mucha tela que cortar. Traté de introducir pequeños cambios para aligerar la seriedad en la diagramación, pero me estrellé contra la firme determinación de Myriam Jimeno de no adulterar la apariencia de la publicación (la RCA era, a mucho honor, un ladrillo y debía parecerlo). Entonces, la creatividad y polémica se restringían a la escogencia del color de la carátula. A propósito, el tema de los logos, su eficacia y cambios se ha tocado poco, pero valdría la pena analizarlo, así como la permanencia del tipo de letra de la portada y la diagramación interior.

No me referí a otros temas, que personalmente considero aburridos: cómo y cuándo aparecieron la tarifa postal reducida, el ISSN y, finalmente, algo en lo cual Jorge Morales y yo nos vimos involucrados con poco éxito: la indexación de la RCA.

Pedí a varios colegas que leyeran este texto con ojos críticos. Agradezco por ello a Marianne Cardale de Schrimpff, Inés Sanmiguel, Jorge Morales, César Enrique Giraldo y Roberto Pineda Camacho, pero, por supuesto, los eximo de responsabilidad por el contenido. Los dos últimos hicieron observaciones de fondo más que de forma: ambos pensaron que el texto debía ser más analítico. Estoy de acuerdo con ellos, pero esto habría significado escribir algo bastante diferente y más centrado en el contenido de la RCA. Pineda sugirió mirar con perspectiva histórica las diferentes etapas de la revista (su tendencia regional o local, la medida en que reflejaba la producción investigativa del ICAN y la producción nacional, el que a veces fuera miscelánea y otras veces temática); incluso propuso señalar el estado general de producción de revistas de antropología en Colombia en el periodo 1953-1997 y la relación con su revista gemela, la Revista Colombiana de Folklore. Me parece que estas observaciones de Pineda apuntan hacia un análisis de la publicación que está por hacerse, y que se debería hacer, pero involucrando, por supuesto, lo que la RCA ha sido después de 1997.


Notas

1 Agradezco a María Teresa Salcedo, anterior editora de la Revista Colombiana de Antropología, por su amable invitación.

2 Agradezco a Jorge Morales, quien fuera su amigo, por los datos biográficos del Dr. Márquez.

3 Aceptó a regañadientes el nombramiento como miembro de la Academia de Historia. Según Jorge Morales, sería uno de los cerebros no reconocidos detrás de la creación de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas del Banco de la República, puesto que, inicialmente, el Banco iba a entregar los fondos de investigación al ICAN. Márquez previó que tendrían que entrar a los fondos generales de Colcultura (del cual dependía el ICAN), donde se corría el riesgo de que fueran desviados para cualquier cosa y se perdieran para la investigación arqueológica.

4 Aclaración para las nuevas generaciones: las galeras eran unas hojas largas, de prueba, con varias páginas de texto, que se revisaban antes de la impresión definitiva. Me imagino que, por razones de costo, las editoriales eran muy reacias a sacar más de una de estas pruebas.

5 La RCA no registra (¿afortunadamente?) la dirección de Alberto Rivera, cuando la crisis tocó fondo. Entre las innovaciones introducidas para ese entonces estuvieron los famosos juicios públicos a ciertos investigadores y el cambio de oficina de todos. Esto fue como cambiar de conchas a un canasto de moluscos: tan territoriales éramos. En la oficina del primer piso de la casita que hay frente al ala norte del Museo Nacional, se instauró una especie de gueto donde fuimos confinados unos cinco investigadores problemáticos. Esta nota al pie de página merece su propia nota, para explicar que, años atrás, Lucía Rojas de Perdomo había utilizado parte de unos fondos para la reorganización del Laboratorio de Arqueología en remodelar el baño de la casita, donde ella tenía su oficina. En marcado contraste con el resto de los espartanos baños del ICAN, hizo colocar azulejos decorados y un mueble para empotrar el lavamanos, entre otras excentricidades. Esto dio lugar a que el Dr. Márquez, socarronamente, empezara a referirse a este edificio como el "Petit Palais", y así se quedó.

6 Suena raro esto de mencionar dos comités. En parte, se debió a que el comité bajo la dirección de Groot hizo la selección de artículos para ese volumen. Jimeno cambió el comité y este no estuvo totalmente de acuerdo con esa selección, por lo cual algunos artículos quedaron excluidos.

7 El Dr. Duque contaba que doña Teresa Cuervo, la directora del Museo Nacional, hacía cosas como mandar que se colocaran cables de alta tensión en lo que el ICAN consideraba espacios propios, en un intento de evacuar a quienes ella percibía como invasores.

8 La idea de una sede propia no era mala en sí, pero tal vez no se tuvo en cuenta que el margen para la escogencia de esta era muy estrecho. No había fondos para adquirirla, por lo que había que escoger entre edificios donados o desechados por otras entidades. Finalmente, se optó por un palacete de estilo republicano, al cual era indispensable, como primera medida, remplazarle totalmente la armazón del techo, lo que costaba un dineral que no estaba disponible. Irresponsablemente, se determinó que era suficiente pintarlo, ponerle tapetes baratos, tumbar unas paredes y levantar otras. El resultado era de esperar: al cabo de pocos años, el ICAN tuvo que abandonarlo precipitadamente y acomodarse como pudo en una casa en el barrio Teusaquillo, tomada en arriendo. Por fortuna, cuando se fusionó con el Instituto de Cultura Hispánica, ocupó la sede propia de este en el barrio La Candelaria.

9 Personalmente, pienso que peor que no poner un resumen en inglés es poner un resumen en mal inglés, como con frecuencia ocurre, lo que provoca vergüenza ajena.

10 Hago esta aclaración, motivada por la opinión expresada en el conversatorio realizado con ocasión de los sesenta años de la RCA por Margarita Chaves, editora posterior de la revista, según la cual artículos sobre arqueología no se publicaban porque esta "no era taquillera".