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Revista Colombiana de Antropología

Print version ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.52 no.2 Bogotá July/Dec. 2016

 

Reseñas

Negro y verde: etnicidad, economía y ecología en los movimientos negros del Pacífico colombiano

MÓNICA L. ESPINOSA ARANGO1 

1 Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. moespino@uniandes.edu.co

Asher, Kiran. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Universidad Icesi, 2016. 276 páginasp.


La pugna de fuerzas entre la autoridad del Estado, el aparato de desarrollo y los movimientos negros del Pacífico colombiano puede tomar la forma de consentimiento, negociación o antagonismo. Allí todos son transformados: el Estado, el desarrollo entendido como aparato y proceso, y los movimientos populares mismos. Una serie de agentes que se encuentran localizados en diferentes posiciones interactúan en grados crecientes de complejidad, en una dialéctica en la que también se enfrentan a los límites de su acción política. Este es uno de los aprendizajes generales que deja la lectura del libro de Kiran Asher, cuya versión en inglés fue publicada por Duke University en el 2009, con el título Black and Green. Afro-Colombians, Development, and Nature in the Pacific Lowlands. La atención y el cuidado con que la autora se aproxima a la consolidación paralela de los discursos gubernamentales y los discursos étnicos, así como al largo alcance de algunos procesos históricos precedentes, le permiten al lector adentrarse en escenarios y experiencias en torno a la trayectoria del artículo transitorio 55 -emanado del proceso constituyente de 1991-, la Ley 70 de 1993 o Ley de Comunidades Negras, la implementación del proyecto Biopacífico y, especialmente, la configuración de la política etnocultural del Proceso de Comunidades Negras (PCN).

Este esfuerzo analítico le da un tono y ritmo significativamente etnográficos a la lectura de libro. Vale la pena resaltar que las escalas intermedias de análisis en las que la autora se concentra -al tiempo que compara tendencias e historias gruesas con microhistorias- terminan siendo las menos atendidas por las agendas de investigación y las más necesitadas de aproximaciones detalladas. Asher no es antropóloga de formación, pero en varias instancias trabaja como antropóloga, al buscar establecer de manera situada y comprometida diálogos, conversaciones e intercambios significativos con personas de diferentes clases y estatus sociales, edades, roles e identificaciones de género, cuya historia de alteridad es crítica en la comprensión de su devenir actual. Pero, además, Asher nos permite adentrarnos en una experiencia de intercambio un tanto azarosa, en la que su posición ambigua entre el adentro y el afuera, entre la no familiaridad y la cercanía con la gente, le va abriendo una interlocución con mujeres negras, líderes, funcionarios, activistas y académicos.

El análisis que hace la autora de los avances y las tensiones del PCN merece una atención especial, ya que involucra una discusión sobre la configuración de una identidad política que se afianza en torno a una etnicidad siempre impugnada y en continua recreación, objeto de agudos debates tanto políticos como académicos. Pero ese análisis también es relevante porque supone examinar -como lo hace la autora- la relación tensa entre la “igualdad” y “el derecho a ser diferente” que plaga la teoría política liberal. Esta tensión se vuelve particularmente álgida en el contexto de los cambios constitucionales ocurridos en la última década del siglo pasado en América Latina, los cuales están acompañados por un giro multicultural y una agenda global neoliberal. El desafío que enfrentan los líderes de los movimientos negros, sus encuentros y desencuentros, tiene mucho que ver con los retos de reformar el Estado desde adentro y, a la vez, mantener una postura crítica frente a los incumplimientos y retrocesos en el disfrute de los derechos étnicos. Esto es especialmente importante cuando la autora se propone “ver con los ojos de las mujeres negras” y muestra la dinámica entre las búsquedas de las mujeres por satisfacer necesidades básicas materiales, haciendo uso de las herramientas y programas del desarrollo, y afianzar una identidad étnica que está entretejida con posturas de género y reivindicaciones territoriales.

Finalmente, el análisis que presenta sobre el desarrollo, el medio ambiente y los movimientos sociales pone de presente algo que continuará indagando en otros textos: la manera como la biodiversidad y la naturaleza emergen como discursos globales que invaden las políticas públicas de desarrollo en el Pacífico, al mismo tiempo que sus pobladores tienen que luchar a contrapelo de realidades y estereotipos que los sitúan en el polo de la pobreza, la marginalidad y la incapacidad para tomar las riendas de su propio devenir. Mientras que el Pacífico se erige como riqueza biodiversa, sus habitantes -en una inversión profundamente asimétrica- se convierten en el epítome de su atraso. Si el cambio constitucional de 1991 trajo una apertura que derivó en el reconocimiento de los derechos étnicos de las comunidades negras -derecho que tiene que seguir defendiéndose e implementándose-, desde mediados de la década de los noventa del siglo pasado, las poblaciones y comunidades de la región se vieron envueltas en una oleada entrópica de violencias y migraciones forzadas que ha traído, como lo argumenta la autora, nuevas formas de invisibilidad y marginación para estas poblaciones. En medio de estas experiencias de violencia, en el río Anchicayá, donde aún viven varias de las familias y personas que acogieron a la investigadora, se sigue luchando “por una vida de dignidad, paz y libertad” (p. 237), tal como ocurre en otros lugares y entornos vitales del Pacífico.

En 1984, Nina de Friedemann y Jaime Arocha publicaron un libro que reunía las contribuciones de un conjunto de antropólogos y otros científicos sociales que hacían un balance de la antropología y la investigación social en Colombia. El libro se titula Un siglo de investigación social. Fue resultado del interés de Friedemann y Arocha por consolidar debates que situaran a la antropología colombiana en el campo latinoamericano y, a la vez, le permitieran precisar temáticas de interés, puntos críticos -como el del compromiso político y ético del antropólogo-, balances y orientaciones aplicadas. La publicación del libro coincidió con un momento importante de discusión en relación con las posibilidades de agremiar a los antropólogos y generar medios de publicación como el que se concretaba en la editorial Etno, responsable de la edición del libro. En el capítulo “Los estudios de negros en la antropología colombiana”, Friedemann no solo hacía un balance retrospectivo de los problemas de marginalidad y estereotipia que aquejaban a las poblaciones negras en Colombia, sino que también hablaba de su invisibilidad académica y del racismo institucional y social que dominaba las relaciones de nuestro país con dichos pueblos. El trabajo de Asher es indicativo de los importantes avances que se han dado en la arena pública y en la investigación académica desde el momento del certero diagnóstico de Friedemann con respecto a la gente negra de Colombia.

En su libro, Asher muestra un movimiento social negro constituido por sujetos políticos dinámicos que crean redes colectivas de activismo, militancia y cambio social, en múltiples escalas locales, regionales, nacionales y transnacionales. Aunque sus acciones no siempre sean exitosas y su relación con el Estado esté matizada por la ambigüedad y la dependencia en varios niveles, estos movimientos siguen haciendo propuestas y enfrentando unos límites políticos corredizos, en el seno de un país profundamente desigual que aún necesita develar la filigrana de su propio racismo. El conocimiento situado del que hace gala Asher opera como sustento de una visión mucho más compleja y contingente, y nos brinda una buena cantidad de lo que se produce sobre los movimientos sociales populares en América Latina. Mucha de esta producción ha tenido el efecto problemático de exacerbar los momentos antagonistas entre dominadores y dominados, explotadores y explotados, académicos y activistas. No es este el lugar para profundizar en torno al agonismo que marca lo político y el significado de las rupturas antiautoritarias, o entrar en los detalles de la construcción del campo hegemónico, labor que Asher realiza con respecto al caso del PCN. Pero sí es un buen momento para reafirmar el valor de un libro que nos permite adentrarnos en las tensiones y contradicciones que hacen vital, política y valiosa la historia de los movimientos negros del Pacífico, en la que hay giros nuevos y difíciles continuidades con ciertos patrones de la historia moderna de Colombia, que fueron identificados por pioneros de los estudios de negros como Aquiles Escalante, Nina de Friedemann y Jaime Arocha.

Como lector especializado uno esperaría encontrar unas elaboraciones más detalladas sobre los caminos de las militancias, y como antropólogo uno imagina el valor que tendría avanzar en la manufactura de unas historias y relatos de vida con varios de los líderes, hombres y mujeres, para comprender las articulaciones tanto locales como transnacionales de los movimientos negros. Este ejercicio probablemente también derivaría, de un modo enriquecedor, en una contrastación más explícita entre la trayectoria del PCN y otros movimientos de base. Pero la lección más valiosa que deja el libro es que ni las continuidades ni las discontinuidades de la historia que vincula a los movimientos negros, el aparato del desarrollo y el Estado colombiano son triviales, algo que es particularmente significativo si tomamos en consideración lo que está en juego en el camino pedregoso de la paz en Colombia.

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