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Revista Colombiana de Antropología

Print version ISSN 0486-6525On-line version ISSN 2539-472X

Rev. colomb. antropol. vol.57 no.1 Bogotá Jan./June 2021  Epub Dec 28, 2020

https://doi.org/10.22380/2539472x.967 

Artículos

Arqueología e historia de africanos y afrodescendientes en el Cauca, Colombia

Archaeology and History of Africans and Afro-descendants in Cauca, Colombia

Diógenes Patiño Castaño* 

Martha C. Hernández** 

* Universidad del Cauca, Colombia diopatin@unicauca.edu.co / https://orcid.org/0000-0002-0110-0017

** Universidad del Cauca, Colombia marthaseh@hotmail.com / https://orcid.org/0000-0003-1751-158X


RESUMEN

Este artículo de arqueología histórica analiza evidencias del pasado e historia de los africanos esclavizados y sus descendientes en Popayán y norte del Cauca, durante los siglos XVIII y XIX. Utilizando datos de archivo, investigación de sitios arqueológicos, cultura material y oralidad, el estudio explora las relaciones sociales entre amos y esclavos para dar cuenta de sus asentamientos, áreas de labores domésticas, agrícolas y mineras en el campo. Los datos conducen al análisis de la cotidianidad, la servidumbre, la ancestralidad, la resistencia y la emancipación afrocolombianas, todos temas escasamente investigados en Colombia, especialmente en la región suroccidental. Al ofrecer un panorama inicial sobre estos asuntos, la investigación amplía y fortalece los estudios afrodiaspóricos a través de la historia, las memorias, las tradiciones y los patrimonios en nuestra sociedad pluriétnica colombiana.

Palabras clave: arqueología histórica; esclavitud; afrodescendientes; Cauca

ABSTRACT

This historical archaeology article analyzes evidence of the past and history of enslaved Africans and their descendants in Popayán and north of Cauca, during the 18th and 19th centuries. Using archival data, investigation of archaeological sites, material culture and orality, it explores the social relations between masters and slaves and provides an account of their settlements, areas of domestic work, agriculture, and mining in the countryside. The data gathered contributes to the analysis of everyday life, servitude, ancestry, resistance, and Afro-Colombian emancipation, topics scarcely investigated in Colombia, especially in the southwestern region. By offering an initial overview of these issues, this research strengthens Afro-diasporic studies through the history, memories, traditions, and heritages within Colombia's multi-ethnic society.

Keywords: historical archaeology; slavery; afro-descendants; Cauca

Estudios de arqueología histórica afro en Colombia

Los estudios de arqueología histórica en Colombia iniciaron en la década de los ochenta con trabajos esporádicos en centros históricos y lugares patrimoniales. En las últimas dos décadas, estas investigaciones ampliaron su campo de interés a través de análisis sociales, económicos y políticos coloniales, y ahondaron en estudios de arquitectura, industrias y cultura material, temáticas que conducen a repensar las dinámicas y cambios sociales de las épocas colonial y republicana en nuestro país (D. Patiño 2012; Therrien et al. 2002); en el suroccidente, la arqueología histórica es aún más reciente. Algunos estudios se han llevado a cabo en Popayán (época colonial): por ejemplo, las excavaciones en la Casa de la Moneda y el convento de San Francisco (Patiño y Zarankin 2010) o los trabajos de grado de antropología (Universidad del Cauca) en las haciendas esclavistas de Calibío y Coconuco o sobre el contacto cultural en Popayán, que tienen en cuenta la materialidad arqueológica y los documentos históricos (Buitrago 2010; Caicedo 2006; Méndez 2007; Londoño 2011).

Sin embargo, el estudio de los africanos esclavizados y libres no se explicitó en ninguno de estos trabajos. Investigaciones en arqueología histórica específicamente sobre los esclavos africanos y afrodescendientes no existen, y las que se relacionan con este tema lo hacen de modo muy general. Ejemplo de ello son las tesis mencionadas, otra en las haciendas Bateas y Tune con esclavos en las vecindades de Neiva (Huila) (Suaza 2006, 2007) y aquella realizada sobre una comunidad negra que inicialmente explotó sal en la región páez (Escobar 2019). Quizás el trabajo más destacado por su carácter interdisciplinar es el realizado en la hacienda Cañasgordas (Valle del Cauca), que aún continúa siendo analizado (López 2014); por otro lado, estos sitios andinos se conectaban con aquellos de los reales de minas del Chocó, como Nóvita y San Juan (López 2007). En el norte del país, el sitio Palenque de San Basilio está mejor estudiado desde la historia (Colmenares 1979; Navarrete 2008, 2012a, 2012b; Zuluaga y Romero 2011) y la antropología (Escalante 1964; Friedemann 1974, 1992; Friedemann y Arocha 1986), pero escasamente desde la arqueología (Mantilla 2010, 2013).

En esta región del país, las comunidades afrodescendientes se asentaron principalmente en la costa pacífica, valle del Patía, norte del Cauca y Valle del Cauca. Sus orígenes se ubican principalmente en el oeste de África (Guinea, Senegal, Nigeria, Congo y Angola) y su inserción en el continente fue parte de un largo proceso de coloniaje europeo (Maya 1998). El aporte cultural afro, la materialidad, los asentamientos, la resistencia, el cimarronaje con palenques o quilombos, la vida cotidiana y sus relaciones sociales son temas que aún esperan ser estudiados desde la arqueología histórica. Los trabajos más destacados en este sentido se encuentran en Brasil (Quilombo Palmares y Mato Grosso) (Funari 1998); las islas de Cuba, Barbados, Dominica y Jamaica, entre otras con múltiples sitios arqueológicos e históricos de plantaciones de caña de azúcar, algodón y tabaco (Deagan 1987; Orton y Hirton 2005); y el sureste de los Estados Unidos, con sus puertos de entrada en Charleston (Carolina del Sur) y sus plantaciones agrícolas; en todos se observa como principal fuente laboral la presencia de hombres y mujeres africanos esclavizados (Singleton 1999). En la actualidad, las comunidades afro hacen uso de diferentes estudios, entre ellos los arqueológicos e históricos, para combatir el racismo y la discriminación y reivindicar su pasado, sus tradiciones y su memoria colectiva (Balanzátegui 2018; Mantilla 2016; Maya 2015; Ogundiran y Falola 2007).

Enfoque teórico y metodológico

Los estudios en arqueología histórica son relevantes en cuanto relacionan las culturas o los grupos étnicos y la multivocalidad. Esta área del conocimiento busca -junto con otras disciplinas similares, como la etnografía o la etnohistoria- interpretar la historia y la cultura de una comunidad. Para ello, combina en sus métodos fuentes históricas (documentos) y datos arqueológicos (estudios arqueológicos de contextos culturales). Aborda temas como la reconstrucción de la cultura y la memoria ancestral de los pueblos desde un pasado histórico y arqueológico (Funari y Zarankin 2004; Patiño y Zarankin 2010; Schávelzon 2001)1.

Desde hace más de una década, en Latinoamérica se han investigado con las comunidades afrodescendientes procesos especialmente referidos a la diáspora africana2. Esto posibilitó pensar más en estudios de campo antropológicos y arqueológicos que estuvieran en relación directa con las comunidades, que son las más interesadas en los resultados de las investigaciones sobre su pasado arqueológico y ancestral. Para lograrlo, también han sido importantes las arqueologías y antropologías colaborativas y la acción de los investigadores comprometidos, puesto que sus resultados sirven a la comunidad y a la academia (Colwell-Chanthaphonh y Ferguson 2008)3. Así, los estudios en arqueología deben encaminarse hacia el análisis de los elementos materiales e inmateriales que sirvan para entender las dinámicas culturales, en beneficio del conocimiento y la resistencia de estas sociedades (Mosquera, Pardo y Hoffmann 2002; OTE 2012; D. Patiño 2012; Patiño y Zarankin 2010; Restrepo 1997).

Área de estudio y trabajo de campo

Con el interés de estudiar la diáspora africana en el sur del país, el Grupo de Arqueología de la Universidad del Cauca seleccionó dos regiones destacadas por la presencia afro en el Cauca. Una corresponde a la ciudad de Popayán y las haciendas cercanas conocidas como Yambitará, Calibío, Pisojé y Coconuco. En la ciudad se destacan los sitios Casa de la Moneda, Casa Sánchez y los conventos El Carmen, La Encarnación y el Colegio de Misiones de los Jesuitas, todos con presencia de mano de obra esclava. La segunda región corresponde al norte del Cauca, una zona destacada por el desarrollo de los reales de minas (oro aluvial) con asentamientos de cuadrillas de esclavos africanos. Los sitios estudiados corresponden a Santa María, Dominguillo, Japio y La Bolsa (Villa Rica) en la región de Quilichao y Caloto, una zona en que los dueños de las haciendas -europeos y comerciantes- no escatimaron en la compra de esclavos africanos (figura 1)4.

Fuente: mapa elaborado por Juan Cely, 2020.

Figura 1 Sitios con presencia afro en Popayán y norte del Cauca 

Con este estudio analizamos la presencia afro desde el pasado arqueológico e histórico durante el dominio colonial español en los siglos XVIII y XIX. Tres aspectos metodológicos fueron importantes: los datos de archivo, la investigación arqueológica y las fuentes orales. Los datos de archivo contienen una rica documentación que, aunque no esté escrita por africanos, revela aspectos críticos de las relaciones sociales (amos/esclavos), económicas y políticas usadas en muchos estudios históricos, pero en pocos arqueológicos. Las fuentes primarias provienen del Archivo Central del Cauca (ACC), del Archivo General de la Nación (AGN) y del Archivo General de Indias (AGI, Sevilla, España) y se hizo uso de bibliografía especializada como fuente secundaria. Para el estudio, se seleccionaron documentos sobre esclavos africanos y manumisos de la región, desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX. De otra parte, el trabajo de campo arqueológico se enfocó en la visita de sitios dentro de la ciudad: Casa de la Moneda, conventos religiosos y casonas de familias esclavistas, todos muy activos en el periodo estudiado. Para las zonas rurales, se seleccionaron varias haciendas y algunos reales de minas en las vecindades de Popayán y el norte del Cauca. Se adelantaron prospecciones arqueológicas al azar en las visitas a sitios donde hubo presencia negra africana, en especial aquellos con áreas de servicios (cocina, huerta, capilla, cementerio, vivienda y áreas anexas). La información se contrastó con algunas excavaciones de arqueología histórica realizadas previamente por el Grupo de Arqueología. Por último, personas de las comunidades afrodescendientes ofrecieron sus aportes a través de la oralidad (narrativas) y sus materialidades en los sitios visitados. Esta metodología de investigación etnográfica y colaborativa otorga a los resultados un valor cultural y social, no solo para las ciencias sociales, sino también para las propias comunidades, en virtud de la reconstrucción de su pasado, memoria e historia.

Migración forzosa de esclavos africanos a América

La trata de africanos esclavos duró más de 250 años desde 1600. Durante esos siglos, barcos de traficantes y piratas asolaron las costas de África Occidental, quienes penetraron además en Senegal, Guinea Bissau, Zambia, Sierra Leona, Costa de Marfil, Ghana, Nigeria, Congo y Angola, cuyas poblaciones estaban organizadas en amplios reinados compuestos por tribus étnicas tradicionales. Pueblos enteros que habitaban a lo largo de los ríos y en las sabanas que hacían parte de los grandes imperios (Malí, Jolof, Songhai, Akan, Benin, Congo, entre otros) fueron diezmados por ingleses, españoles, portugueses, franceses y holandeses, quienes comerciaban y se articulaban al tráfico de esclavos de los mismos reinos africanos. El comercio de seres humanos involucró fundamentalmente a gentes ashantis, minas, balantas, fautis, yorubas, ibos, popos, ararats, lucumíes, yolofos, walofs, fulanis o mandingos, traídas a tierras desconocidas (Maya 2015; Uribe 2014).

Las rutas del comercio de esclavos hacia América durante el siglo XVI hasta mediados del XIX iban de África Occidental al Caribe y Norteamérica y otras se dirigían de África a Brasil; ambas triangulaban con puertos en Inglaterra (Londres, Liverpool y Bristol), Portugal (Lisboa), Francia (Bordeaux) y España (Cádiz y Sevilla). En los últimos siglos de la Colonia también existían rutas directas entre África y América, lo que indica el aumento de la trata de esclavos para suplir la demanda de mano de obra en las haciendas, minas, plantaciones y demás empresas de la economía colonial europea. Cuando lograban sobreponerse a la travesía del Atlántico, los negros eran vendidos en los principales puertos de América: La Habana, Santo Domingo, Panamá o Cartagena de Indias, Charleston, Baltimore, Savannah y Nueva Orleáns (Walvin 2011; Williams 1994).

Africanos esclavos en Popayán

Como mencionábamos, la arqueología histórica de la diáspora africana es reciente en los trabajos de campo en Colombia, y más abordada por la historiografía y la antropología con base en los documentos coloniales, etnografías y estudios socioculturales en la costa del Pacífico y el interior andino (Friedemann 1992, 1993; Mosquera, Pardo y Hoffmann 2002). También es cierto que poco se conoce desde la perspectiva de los asentamientos, la vida cotidiana, la resistencia y la emancipación de los negros y su descendencia en el país y en el resto de Latinoamérica. Sabemos que cada región tuvo sus propios desarrollos culturales a partir de la influencia española, indígena americana y africana, no solo en lo cultural, sino en el campo sociorracial de la época (Bonilla 2010).

La presencia negra mayoritaria en el suroccidente de Colombia se percibe en las regiones del valle del Patía, el norte del Cauca y la costa pacífica (figura 1). Popayán y su gobernación constituyeron una de las regiones coloniales más importantes de la Nueva Granada. Durante los siglos XVII y XVIII, la ciudad fue pujante gracias a la mano de obra esclava negra e indígena que explotó las minas de oro y las haciendas. Germán Colmenares (1979) acertó en llamarla ciudad de esclavistas: en épocas coloniales, las piezas de esclavos eran compradas, vendidas o heredadas entre familias españolas y criollas de Popayán.

En todos estos sitios hubo presencia de personas esclavizadas que trabajaban en diferentes oficios dentro de instituciones laicas y religiosas, casonas de familias adineradas y en las haciendas cercanas. Las manzanas o las cuadras próximas a la plaza central eran distribuidas entre los gobernantes españoles, personas que se desempeñaban como administradores, militares y religiosos; más alejados de estos círculos se hallaban la clase de comerciantes y los grupos menos favorecidos, que ocupaban zonas periféricas y desarrollaban actividades en varios oficios (artesanos, arrieros, agricultores, joyeros, entre otros). Los grupos sociales más pobres se ubicaron en el sur y occidente de la ciudad; sus casas, aunque ocupaban lotes, no poseían elementos suntuarios o de elaborada arquitectura, pero sí tenían solares para la huerta y los animales domésticos. No existe en la ciudad un espacio que haya sido exclusivamente ocupado por negros libres, aunque se cree que algunas familias vivieron en el barrio Bolívar. Los esclavizados trabajaban para sus amos y eran importantes por su valor comercial -hasta 500 patacones- y su servicio en las casonas de la urbe, las haciendas y las minas. Los indígenas, en su gran mayoría, fueron dados en encomienda a los españoles, quienes los explotaron casi sin límites (Pérez 2018).

En los estudios de arqueología histórica en la ciudad los materiales culturales más recurrentes son las producciones alfareras locales e importadas. Los sitios donde se perciben desperdicios corresponden a las áreas de servicios y patios. En estas zonas, es notoria la mezcla de cerámicas de tradición europea con la cerámica de producción local -conocida como criolla- y de tradición indígena; así mismo, recientemente se identificaron materiales alfareros con características y técnicas africanas. En trabajos anteriores sobre Popayán (Caicedo 2006; Méndez 2007; Londoño 2011) es recurrente encontrar afirmaciones acerca de que la producción alfarera en la ciudad colonial solo era obra de indígenas y criollos españoles -además de objetos importados de América y Europa (lozas, mayólicas, porcelanas, etc.)-. Igualmente, sostienen que estos materiales y sus usos también diferenciaban claramente los grupos sociales de la urbe entre la élite payanesa y las gentes del común. Sin embargo, sorprende que en las clasificaciones cerámicas tradicionales de elaboración local los autores de dichos estudios no distingan aquellas cerámicas con características africanas; en el análisis de sus cerámicas no aparecen los materiales culturales que atestiguan la presencia de esclavos y manumisos en la ciudad y otros espacios coloniales. Está documentado que la importación de esclavos negros africanos -a través de los puertos de Cartagena de Indias, Honda o Buenaventura- trajo consigo las ideas y técnicas de culturas y etnias africanas. Estos conocimientos fueron reconfigurados y recontextualizados en América bajo el sistema de esclavización colonial.

Trabajos como este abren la discusión sobre un nuevo panorama desde la arqueología histórica para el estudio de la presencia negra en la Colonia y sus aportes culturales a la sociedad, que no solo se reflejan en las técnicas y manufacturas alfareras, sino también en las prácticas gastronómicas con que deleitaban a sus amos y que, mezcladas con aquellas indígenas y españolas, produjeron extraordinarias combinaciones en las mesas coloniales (G. Patiño 2012). De otro lado, la cultura material alfarera refleja elementos simbólicos de resistencia (cruces, equis, líneas incisas, etc.) que se asocian al sincretismo religioso o a marcas africanas de carácter étnico o clánico. Algunos autores afirman que el uso de estos símbolos tiene relación con el ejercicio ritual de una expresión religiosa, en este caso, una ancestral africana realizada de manera privada o colectiva, que puede asociar actividades de magia, brujería, adivinación, conjuro y vudú, entre otras prácticas (Fennell 2003, 11; González-Wippler 2008, 117-122). Estas decoraciones presentes en la alfarería afro5 de la época colonial y republicana en Popayán también se pueden interpretar como elementos de la resistencia social y cultural de aquellos grupos humanos esclavizados durante la servidumbre en propiedades de aristócratas, eclesiásticos, militares, hacendados y mineros. Cerámicas similares se han encontrado en otras latitudes, por ejemplo, en sitios de plantaciones en Estados Unidos, asociadas con materiales indígenas que se han clasificado como cerámicas colonoware de uso doméstico, con marcas y decoraciones similares en pastas de baja cocción; así mismo, en el Caribe y Brasil hay similares materiales (Agostini 2013; Singleton 1999)6.

A continuación, nos referiremos a cinco sitios con presencia afro en la región de Popayán: Casa Sánchez (lote Bicentenario), conventos La Encarnación y El Carmen, hacienda Yambitará y hacienda Coconuco.

Casa Sánchez

En la ciudad, a pocas cuadras de la plaza central, se localiza esta casona que perteneció a la familia del general José María Sánchez hasta finales del siglo XIX. El general era adinerado y entre sus propiedades figuraban otras casas, lotes, un tejar llamado La Curtiembre, un molino con casa de teja en Chiribío y, además, era dueño de la hacienda Antón Moreno en el sur de la ciudad. En la casona estudiada era de esperarse que los objetos excavados fueran de gentes de la élite social y sus sirvientes, entre ellos, esclavos dedicados a los trabajos de la residencia. En el año 2018 se realizaron excavaciones arqueológicas en la casa, en las que se intervinieron las áreas de la cocina, los cuartos y los patios. En el sitio se halló abundante material alfarero producido localmente; algunos de los materiales son de clara procedencia afro, lo que indicó la presencia de esclavos o libres negros en la casona (figura 2).

Fuente: fotografía de los autores, 2017.

Figura 2 Casa Sánchez: excavaciones arqueológicas en las cocinas y el patio interior 

El grupo de cerámicas afro hallado procede del área de la cocina y el patio de la casona. Pesó en total 17.620 gramos, lo cual representa el 15% de los materiales alfareros, entre los que se encontraron cerámicas de tradición indígena y de producción local con técnicas europeas (vidriados, mayólicas y criollas), además de vajillas importadas (lozas y mayólicas). En este trabajo únicamente nos referiremos a las cerámicas afro que fueron de uso exclusivo en la cocina y en las que predominaron las formas de cántaros para líquidos, vasijas globulares, cayanas con asas horizontales, platos y cuencos con rastros de hollín de los fogones. La manufactura usada fue el modelado con superficies alisadas y algo bruñidas, con brillo y ahumado en la superficie externa por la cocción de alimentos en cocinas de carbón. Las pastas son oscuras, rosáceas o grises. La decoración es escasa; en algunas vasijas se observan líneas incisas, presión digital, impresión triangular, punteado y aplicación de tiras adornadas con triángulos. La presencia de esta cerámica en el sitio fue más evidente en los rellenos 3 y 4 del área de basuras domésticas (Tr-21) (figura 3). La cronología de los materiales arqueológicos se constató mediante muestras radiocarbónicas de los rellenos oscuros (R3 y R4), los cuales arrojaron fechas de 1830 ± 30 BP (Beta 493048) y 1850 ± 30 BP (Beta 493049), lo que permite determinar una temporalidad de mediados del siglo XIX (Hernández 2018). La alfarería en mención no presenta ningún tipo de pintura y se diferencia notablemente de aquellas europeas que introdujeron el torno y el vidriado como técnicas principales, así como de aquellas de tradición indígena, caracterizadas por pasta café a rojiza friable con decoraciones de patrones de líneas y uso de pinturas o engobes (Hernández 2018).

Fuente: figuras elaboradas por Juan Cely, con base enHernández (2018).

Figura 3 Casa Sánchez (lote Bicentenario). Arriba: estratigrafía Tr-21; rellenos R3 y R4: mayor concentración de materiales cerámicos afro, mezclados con alfarerías de tradición indígena, producción local (vidriados) y producción foránea (lozas, mayólicas, porcelanas). Abajo: tabla con el peso del material alfarero afro en Casa Sánchez 

La decoración de las cerámicas afro es escasa. Contiene pequeñas incisiones que simulan patrones étnicos de escarificación, consistente en líneas cortas o puntos seguidos que recuerdan los cortes en la piel de caras y cuerpos africanos. Tres líneas incisas en el borde de un cuenco evocan las líneas de escarificación facial que indican la filiación clánica de un individuo. Otro fragmento de cerámica contiene un patrón curvilíneo grabado (exciso) que se asemeja a ciertas decoraciones de cuencos rituales en África Occidental (Nigeria) para la toma de bebidas y comidas sagradas (fufú, cuenco-ñame o vino de palma). Otros patrones como marcas en equis (X) o en cruz (+) corresponden al símbolo de la cosmografía bakongo7 y la filosofía muntu del África; también son evidentes letras o signos en ciertas cerámicas afro (figuras 4 y 5). Estas decoraciones están relacionadas con la resistencia cultural y social de grupos esclavizados frente al régimen de explotación en la economía colonial y la evangelización cristiana (Agostini 2013; Arocha et al. 2008; Hernández 2015; Pereira 2013; Souza 2013).

Fuente: fotografías de los autores, 2019.

Figura 4 Arriba izq.: olla. Arriba der.: cuenco con diseño curvilíneo. Centro: pipas en cerámica (una con símbolo africano bakongo X). Abajo izq.: cuenco con impresión digital. Abajo der.: cuenco con el símbolo X. 

Fuentes: fotografías de los autores, 2019.

Figura 5 Cerámicas afro. Arriba: marcas de letras inscritas en poscocción, conventos El Carmen y La Encarnación, Popayán. Mitad: cerámicas con incisiones (escarificación). Abajo izq.: cerámica con incisiones seguidas que simulan escarificación. Abajo der.: cerámica con tres incisiones en cuenco, similares a estatuilla con escarificación yoruba, Nigeria, marca étnica. 

La presencia de pipas en arcilla es otra característica particular de la alfarería afro. Estos elementos usados para fumar tabaco están decorados con incisiones y puntos en la parte superior del vaso. Como se dijo, las pipas y cerámicas afro aparecen en los depósitos arqueológicos mezcladas con alfarerías de tradición indígena, foránea, botellas de vidrio y otras basuras históricas que contienen restos óseos que indican el consumo de vacunos, caprinos y porcinos, lo que en la Casa Sánchez refleja principalmente una dieta proteica. Los materiales mencionados evidencian que las familias prestantes de Popayán se caracterizaban por consumir ciertos elementos suntuarios que los distinguían del resto de la escala social colonial. Su riqueza económica estaba basada en el auge de la minería, el comercio de mercancías y el trabajo de esclavos en toda la región del Virreinato de la Nueva Granada.

Conventos La Encarnación y El Carmen

La mayoría de los conventos y monasterios de Popayán tuvieron esclavos africanos que eran comprados, vendidos o prestados según los vaivenes de la economía colonial. Sobre el tema poco se ha analizado, pero en los archivos históricos existen cientos de documentos eclesiásticos que refieren en detalle las transacciones con esclavos por parte de religiosos. Muchos negros tuvieron a clérigos como amos cuando trabajaban en los grandes monasterios y templos de la ciudad, como también en las haciendas y minas de oro de propiedad de la Iglesia o a título personal, localizadas en el norte del Cauca, el valle del Patía y la costa pacífica. En la ciudad, igualmente, eran solicitados los africanos por sus dotes culinarias para servir en la cocina y la mesa de los conventos (ACC, sig. 19959, 2150, 8550). Algunas comunidades religiosas como los jesuitas, los carmelitas, los agustinos y, en menor proporción, los camilos, los franciscanos y los dominicos constituyeron en la Colonia verdaderos emporios económicos con entradas en dinero, dotes, haciendas y minas de oro, con lo cual se mantenían las grandes edificaciones y templos de Popayán. Uno de los casos más conocidos es el de la Compañía de Jesús (misiones jesuitas) y sus grandes haciendas agrícolas con esclavizados en el Virreinato de la Nueva Granada durante los siglos XVII-XVIII.

En la escasa arqueología de los conventos de La Encarnación y El Carmen, en el centro de Popayán, los esclavos que convivieron con las religiosas dejaron elementos de la cultura material que constatan su presencia e importancia en estos lugares. Se han reportado elementos de la cultura material a través de alfarería europea, local criolla y afro, presente en espacios de cuartos y áreas domésticas de las enormes edificaciones religiosas. Los materiales hallados corresponden a cerámicas de cocina con técnicas afro, dedicadas en su mayor parte a cocer y servir los alimentos: se trata de vasijas oscurecidas por el hollín de los fogones a leña; su pasta contrasta de café a oscura, con superficies alisadas y algo bruñidas por el carbón. La decoración de estas es simple pero reveladora, especialmente porque en algunas aparecen marcas excisas (grabadas) de letras como RF, T y Carm; otras están representadas con el signo de la cruz, que puede indicar elementos religiosos o sincréticos africanos; por su parte, las marcas con letras podrían remitir al alfarero que las manufacturó; además, la decoración con puntos e incisiones cortas recuerda las escarificaciones faciales o corporales africanas (figura 5) (Agostini 2013; Pereira 2013; Souza 2013).

Hacienda Yambitará, Popayán

Esta propiedad, ubicada al nororiente de la ciudad, fue levantada por Fernando de Belalcázar a comienzos del siglo XVIII, quien aparece en 1789 como propietario de varias haciendas, casas y minas, además de registrar en estos sitios los nombres y edades de unos noventa esclavos bozales y criollos. En las relaciones se anotan los nombres de castas8 africanas congo, conga, carabalí y mina, siendo el primero el que más se repite en las listas de las haciendas de Mojibío, Guambía y La Estancia (Yambitará) (figura 6). Hacia 1800 la propiedad fue de Pedro Borrero; posteriormente fue residencia del obispo Salvador Jiménez de Enciso (1816-1841) y, en la época de la Independencia, albergó a Simón Bolívar y John P. Hamilton, entre otros.

Fuente: fotografías de los autores, 2018.

Figura 6 Hacienda Yambitará. Izq.: área posterior, patios. Der.: área de cocina y huerto 

Normalmente, las personas esclavizadas en estas haciendas de tierra fría vivían en ranchos de paja cerca de la casona; mientras los hombres trabajaban en actividades ganaderas, quema de teja y ladrillo en hornos, algunas mujeres estaban al servicio de los amos. En el registro arqueológico, se halló material cultural colonial y republicano en los alrededores de la cocina y el huerto de la casona. Los basureros alcanzaban el metro y medio de profundidad con rellenos que contenían cerámicas importadas y locales, botellas de vidrio, metales, vainillas de armas, cuentas de collar, botones, peines de carey, entre otros. Igualmente, se hallan restos óseos de animales, en particular de ganado vacuno. Las cerámicas afro fueron escasas y de uso en la cocina, similares en pasta y manufactura a aquellas vistas en sitios de Popayán. Entre los elementos recuperados llama la atención un talismán o amuleto en metal con símbolos relacionados con el amor, la fertilidad, la suerte y la salud. Este tipo de objetos fue usado en la Colonia por blancos, criollos y negros y servían como protección, aunque en algunos sitios afro, como São Paulo y el puerto de Valongo en Río de Janeiro en Brasil, están asociados a brazaletes, cuentas y fibras de animales típicos de las religiones africanas (Agostini 2013, 86-88; Guran et al. 2017, 251). El otro objeto se encontró al norte de la hacienda, cerca al viejo puente del río Cauca: se trata de una escultura en piedra de cantera cuyos rasgos o estilo son claramente africanos. El artista esculpió en la roca volcánica un conjunto de cinco personas cuyos cuerpos se hallan entrelazados en una posición de danzantes o como si participaran de una ceremonia especial. Este tipo de escenas se asemejan a las representadas en el África Occidental, especialmente en las estatuillas nigerianas nok-ifé, esculpidas en piedra o madera (figura 7).

Fuente: de las esculturas,Hernández (2015); del talismán: fotografía tomada por los autores, 2020.

Figura 7 Arriba izq. y der.: escultura en piedra (55 cm) (detalle superior y vista completa). Abajo der.: talismán en metal. 

Los reducidos materiales afro registrados en la hacienda indican probablemente que los esclavos negros no fueron numerosos. Más bien, destacamos que los españoles, desde comienzos de la Colonia, aprovecharon las comunidades indígenas de la región para someterlas en encomiendas, por lo que estas tributaban y trabajaban como mano de obra en las haciendas agrícolas y ganaderas (Díaz 1994).

Esclavos en la hacienda Coconuco

Las tierras de la hacienda se ubican a 23 km de Popayán en una región montañosa y fría en las faldas del volcán Puracé en la cordillera Central. El territorio fue ocupado por los indígenas coconucos, sometidos en encomienda y entregados a Pedro de Velasco y sus herederos en 1706. Posteriormente, estas tierras entraron en propiedad de Dionisia Manrique, viuda del alférez real Diego Velasco. Hacia 1708 el alférez contaba con innumerables propiedades. Coconuco para entonces no reporta esclavos; muy probablemente, el trabajo recaía en los indígenas encomendados, quienes atendían la agricultura del trigo y los ganados de la hacienda (Marzahl 1978, 21). Documentos de 1736 afirman que en Coconuco ya había esclavos: uno de ellos fue su mayordomo, llamado Sebastián Velasco, a quien se le siguió juicio por haber azotado y llevado al cepo al indio Agustín Cabezas (ACC, sig. 7665). Finalmente, la marquesa Dionisia, sin herederos a la vista, otorgó la hacienda a los jesuitas mediante testamento fechado en 1744 (Velásquez, Díaz y Morales 2010, 91).

Los jesuitas en Coconuco, como en el resto de las haciendas que poseían, fueron buenos administradores de su economía colonial agrícola-ganadera-minera y, aunque tenían muchos esclavos en otras latitudes, allí no se nombran registros de negros esclavos, lo que hace suponer que su trabajo era catequizar indígenas y usarlos como mano de obra en el campo. La hacienda fue confiscada a estos misioneros en 1767 y pasó a manos de la Junta de Temporalidades, que la remató en 15.000 patacones a Francisco A. de Arboleda; este, a su vez, la dejó en heredad al religioso Manuel M. Arboleda para luego pasarla a José María de Mosquera en 1819. La hacienda continuó con el desarrollo de la ganadería y los cultivos y se destacó por la producción de harina de trigo con molino hidráulico, además de contar con una curtiembre para procesar los cueros de ganado y de obtener productos lácteos. Para entonces, había allí 38 esclavos negros que vivían en núcleos familiares, cuya procedencia no es segura, pero probablemente venían de áreas cercanas de otras haciendas y minas de los Mosquera (Ahumada 2010, 269).

Para 1827, la hacienda quedó en manos de Tomás C. de Mosquera. Contaba con José María Agredo como mayordomo, la persona que administraba los 33 esclavos existentes, 16 hombres y 17 mujeres, incluyendo a sus hijos e hijas. Los apellidos y oficios que aparecen listados en las cartas de la época son Mandinga, Lucumí, Carball (sic) (capitán) y Tapia (curtidor) (Helguera 1970). Básicamente, esta fue una propiedad que funcionó con mano de obra indígena y una minoría negra, que se desempeñaron en labores de servicio doméstico o como curtidores, molineros y queseros en casas construidas para tales fines. Los esclavos, al parecer separados de los indígenas, comenzaban sus faenas temprano, rezaban en el oratorio y tomaban alimentos en el trabajo, cuyas jornadas alcanzaban las doce horas, incluyendo sus descansos (Helguera 1970, 199-202).

La amplia casona de la hacienda fue construida de una planta baja y su esquina occidental, de dos plantas. Al igual que en las otras haciendas, la disposición de su arquitectura en escuadra (L) dividía claramente los espacios ocupados por amos, mayordomo y sirvientes. No se sabe con certeza si había cabañas para los demás esclavos fuera del perímetro de la casona.

Mediante estudios de arqueología histórica, se pudo comprobar la presencia de elementos africanos en las áreas de servicios de cocina y cuartos donde vivían y laboraban esclavas y esclavos. Un basurero de 90 cm de profundidad, situado cerca de la cocina, arrojó datos de interés sobre la cultura material de la casona. Allí se obtuvieron materiales alfareros con recurrencia de cerámicas locales de influencia indígena, criolla (vidriada), afro y de vajillas importadas (lozas y porcelanas), que indicaron claramente diferencias entre los ocupantes de la hacienda: amos, mayordomo, indígenas y esclavos. También se observó en el sitio la mezcla de huesos de animales domésticos, de bovinos y caprinos. Otros elementos corresponden a la construcción de la casona, como ladrillos, tejas, clavos de forja, entre otros, objetos típicos de un basurero de las épocas colonial y republicana (Patiño y Monsalve 2019).

Las cerámicas afro se relacionan con el oficio desarrollado en la cocina, la preparación de alimentos. Las pastas son de color café a oscuro con superficie alisada y muy poca decoración; tienen forma de cuencos, cayanas y ollas subglobulares; en algunos casos, se notan técnicas alfareras indígenas y criollas locales, como el estilo cerámico crespo (Therrien et al. 2002). En el lugar también se aprecian algunos rastros de elementos afro, como la cabeza esculpida en piedra por donde sale el agua del chorro o pileta, o los ojos, nariz y boca que resaltan en la figura humana, con rasgos negroides inconfundibles. También se encontraron marcas dejadas en las puertas de la cocina, donde aparece la figura del corazón, además de letras grabadas en la dura madera. Las marcas en hierro se usaban durante la Colonia para determinar la propiedad de esclavos y ganados. En los escritos del general Mosquera se consignan cuatro marcas a mano alzada con la letra T, probablemente en alusión al nombre de Tomás, pegadas a la figura del círculo y el triángulo; similares marcas se usaron para esclavos (Navarrete 2012b, 122; Patiño y Monsalve 2019) (figura 8).

Fuente: fotografías de los autores, 2019.

Figura 8 Hacienda Coconuco. Elementos africanos en el área de servicios. Arriba izq.: fachada de la hacienda. Arriba der.: escultura afro en el chorro de la hacienda. Abajo izq.: detalle escultura afro en el chorro. Abajo centro y der.: marcas de símbolos en puertas de madera de la cocina. 

Esclavos en haciendas y minas del norte del Cauca

Esta región geográfica fue ampliamente ocupada por africanos esclavizados en épocas coloniales, entre cuyas áreas se destacan las de Santander de Quilichao y Villa Rica. Para estos territorios, también existe una abundante documentación histórica en archivos que incluye diferentes aspectos de la vida cotidiana de africanos comprados y esclavizados para las haciendas y minas de esta región. Se exploraron las haciendas y reales de minas de Dominguillo, Santa María, La Bolsa, Japio, Caicedo, Villa Rica y Quintero. En estos sitios se llevaron a cabo prospecciones arqueológicas en áreas ocupadas por esclavos mineros y de haciendas agroganaderas. La información colectada en archivos y en los sitios fue de interés para analizar la cotidianidad, la materialidad de la cultura negra, las condiciones de trabajo, los asentamientos y otros aspectos culturales de su pasado. Los sitios son una muestra arqueológica que corrobora el pasado en condiciones de esclavitud y cómo estas comunidades, a través de su cultura, creencias, ancestralidad y cimarronaje, resistieron la opresión que se mantenía desde tiempos coloniales.

Esclavos en el Real de Minas de Santa María

En este sitio se fundó el primer pueblo para la explotación de oro, denominado Quilichao. Allí se construyó un caserío que contó con plaza de mercado, casas, calles empedradas, iglesia, cementerio y ranchos de esclavos que laboraban en las minas (Herrera 2009) (figura 9).

Fuente: fotografía de los autores, 2019.

Figura 9 Sitio Real de Minas de Santa María, Quilichao 

En una amplia área se establecieron varias minas de extracción de oro fluvial. Entre las más destacadas estaban Cerrogordo, Dominguillo, Agua Blanca, Cimarronas, San Bernabé, Ahumadas, Vetica y Convento, cuyos propietarios eran vecinos adinerados de Popayán. Entre los dueños de estas minas figuraban familias como los Arboleda, los Prieto, los Salazar, los Valencia y otros; varias de ellas pertenecían a la Iglesia, mediante los conventos de las Carmelitas y La Encarnación de Popayán (Herrera 2009, 182-183).

Para la explotación de las minas coloniales era indispensable la adquisición de esclavos negros. Por la cantidad de estas y los intereses de los propietarios payaneses, se percibe un gran y activo comercio de esclavos que, una vez adquiridos, podían ser trasladados de un sitio a otro, incluso hacia las haciendas para el laboreo de la caña de azúcar y la administración de ganados; así mismo, se trasladaban entre zonas mineras de los Andes a la costa pacífica. En las minas de Juana del Campo Salazar, en 1743 y 1744, figura un listado de treinta esclavos, entre bozales, mulatos y criollos, cuyas familias eran de castas congo, conga y mina (ACC, sig. 9908). En esta zona también se registran casos de resistencia afro, como aquel que se reporta en 1734 por la fuga del negro Pedro Gualimvio (sic) con “una calza de hierro en un pie”, quien huyó de las minas de Quinamayó (ACC, sig. 8575).

En la visita al sitio de Santa María se observaron las ruinas del poblado. Allí se localizó el área de la iglesia, pero su estructura ya no existe y algunas partes de la muralla en piedra aún se perciben formando un rectángulo con dos entradas visibles en una loma alta al oeste del sitio. Por los relatos orales de la comunidad, se cree que la plaza de mercado estaba ubicada donde se hallan cuatro grandes palmeras en medio del sitio. Sobre el cementerio, los moradores creen que se ubicó al norte, en otra loma. Ruinas de piedras y ladrillos se encuentran diseminadas en un área de aproximadamente cuatro hectáreas en un terreno ondulado; estas han sido removidas y han servido como cimientos de casas, ranchos y caminos actuales (figura 10).

Fuente: fotografías de DiógenesPatiño, 2019.

Figura 10 Sitio Real de Minas de Santa María. Der.: área de la capilla y ruinas de murallas en piedra del real de minas. Izq.: ladrillos y ruinas de la capilla 

Los materiales culturales recolectados en la superficie arrojaron fragmentos de antiguas vasijas cerámicas, pasta rojiza a café, con poca decoración. La cerámica se elaboró por modelado o rollos y se quemó en atmósfera oxidante; sus formas comunes fueron ollas globulares, cuencos y platos. La decoración es escasa, con diseños aplicados, incisos y digitales, especialmente en los bordes. También, tal como en otros sitios arqueológicos afro, aparece el símbolo de la X en una vasija, lo que indica su relación con el cosmograma bakongo africano. Se trata de cerámicas elaboradas por esclavos que vivían y trabajaban en el real de minas y en lugares vecinos lavando oro para sus amos y cultivando los platanales para su sostenimiento. Estos materiales alfareros están asociados a pedazos de barro de paredes, ladrillo, rocas y piedras que alguna vez sirvieron de cimientos en la construcción de las casas familiares. Algunos documentos se refieren a los ranchos o a las barracas que se usaban para alojar a los esclavos en haciendas y minas alejados de las edificaciones principales (ACC, sig. 11286, 11495). Las alfarerías foráneas europeas fueron pocas, pero existen vidriadas, mayólicas locales y lozas, así como vidrio, dientes de animales, metates y piedras de moler.

En la visita al sitio vecino El Palmar, ubicado en la margen izquierda del río Quinamayó, encontramos en abandono la antigua capilla doctrinera y el cementerio de negros esclavos, que fue usado hasta el siglo pasado. La mayoría de las tumbas estaban marcadas con el símbolo de la cruz cristiana, pero dos enterramientos afro presentaron el símbolo africano del cosmograma bakongo9. Una marca fabricada en hierro tiene 50 cm de alto; sus lados forman una cruceta con cuatro espacios, tres de ellos rematan en pequeños círculos y en el centro contiene una estrella de seis puntas que representa de alguna manera el sincretismo religioso vivido por estas poblaciones negras. La segunda marca fúnebre representa otra vez el cuadrángulo, pero esta vez doble, uno hecho por dos barras de hierro horizontal y vertical que rematan en tres círculos abiertos y el otro, un cuadrángulo romboidal hecho por las barras más pequeñas dispuestas de manera oblicua, todo cerrado en un semicírculo en hierro puesto en la parte superior; a ello hay que agregar otro cuadrángulo dibujado en el muro de cemento en forma de X. En todos los esquemas dibujados se percibe el cosmograma bakongo10 como símbolo de las creencias y espiritualidad africanas, también llegadas a América (figura 11). Los artistas afros fabricantes de estas “cruces” del siglo pasado representaron el simbolismo, la religiosidad y la espiritualidad de la diáspora africana, aún presentes en los miembros de esta comunidad; a pesar de la imposición del cristianismo en la región, lograron esconder sus deidades africanas en santos católicos (Arocha et al. 2008; Friedemann y Arocha 1986; Serrano 1998). De otro lado, en tiempos modernos, el símbolo sincrético de la estrella de David (mundo judeocristiano) se relaciona con la cultura rastafari de Etiopía, cuyos practicantes creen que su rey liberaría a toda la población negra de América y los llevaría a la tierra prometida (Faúndez 2011, 190).

Fuente: fotografías de los autores, 2019; figura del cosmograma bakongo elaborada por Juan Cely con base enMatthews (2010, 184).

Figura 11 El Palmar, cementerio afro. Arriba izq.: marca en la tumba en tierra de F. R. V., 1952. Der.: marca en la tumba en tierra de María Obdulia González, 1975. Abajo izq.: cosmograma bakongo usado para representar el ciclo de la vida y la muerte. 

Minas y esclavos en Santa Bárbara de Dominguillo

Cerca de Santander de Quilichao aún existe la capilla doctrinera de los esclavos que laboraban en las minas de oro explotadas por las religiosas de la comunidad de las carmelitas y otras minas. En un documento de 1739, cuando las minas eran del presbítero Ignacio de la Concha, se afirma que las raciones de carne fresca y sal para los esclavos se daban cada quince días, además de un almud de maíz y plátano cada ocho días. Tenía como capitán al negro Bernardo Condá (ACC, sig. 8175). En un inventario de 1750, las minas de Dominguillo listaban en sus familias castas como mina, chamba, congo, arará, setré, longu, conga, carabalí, luango y combo. Además, registraban herramientas, ganados, rancherías y platanares (ACC, sig. 8244).

En los terrenos de los hermanos Rosa, Eulalia y José Fabio Angola se registró una cantidad notable de materiales cerámicos afro, algo de vidrio, loza y una ficha de juego. Al igual que en Santa María, en un fragmento de cuenco aparece la incisión de una X que representa el cosmograma bakongo, presente en varios sitios. También se registró en superficie una pipa en cerámica con decoración punteada e incisa y la figura de una serpiente estilizada, otro símbolo mítico africano de poder y fertilidad (figura 12). Juan Mina, vecino del área, afirma que las vasijas de barro eran hechas desde hacía mucho tiempo por las mujeres alfareras, quienes las quemaban en asaderos (atmósfera oxidante) en tierra. Hoy esta práctica está casi desaparecida y solo se encuentra como oficio en la comunidad negra de Santa Rita en Caloto.

Fuente: fotografías de los autores, 2019.

Figura 12 Izq.: cerámica con marca de X (cosmograma bakongo), Santa María. Centro: cerámica con borde impreso. Der.: pipa en cerámica con símbolo de serpiente, hallada en el sitio Dominguillo. 

En el área de Dominguillo se registraron los rastros de la minería de aluvión dejados por las cuadrillas de esclavos negros. Estos consisten en largas hileras de piedra apilada por sectores de 10, 15 y 20 metros de largo, a lado y lado del río Páez-Quinamayó y sus afluentes. Hombres y mujeres esclavizados utilizaban esta técnica para abrir las acequias o canalones y depurar con agua las arenas auríferas (tambar) con herramientas de hierro (almocafres y barras) y bateas de madera (mazamorreo). Se observa que algunos de estos canales desviaban las aguas de la quebrada -por ejemplo, en la quebrada Ratón- y se hacían pequeñas obras de ingeniería, como puentes en piedra, que permitían el paso de un lado a otro. Estos procesos y técnicas continúan entre las comunidades negras actuales y en la explotación del oro de manera artesanal.

Los sitios visitados corresponden al sector de la quebrada Ratón, cerca del cementerio, en las fincas de Damaris Campo y Walter Lasso. En esta última, además de las pilas de piedras acumuladas en la quebrada, se halló un empedrado que conforma un corral rectangular de 11 x 9 metros y un muro de alrededor de 1,20 metros de altura, con entrada en la esquina suroeste (figura 13). Por la poca altura de los muros, podría tratarse de un sitio para el encierro de animales. Las familias de esclavos vivieron en el área cerca de sus animales domésticos, rocerías, platanales y lugares de trabajo, elementos que son correlacionados en documentos históricos sobre la región.

Fuente: fotografía de los autores, 2019.

Figura 13 Minas de Dominguillo, quebrada Ratón: corral en piedra 

Esclavos en la hacienda de Japio

Este sitio, que se encuentra en la jurisdicción de Caloto, fue una de las haciendas más importantes de la época colonial y republicana. Al parecer, Japio nació en 1588 como lugar de estancia para los fundadores militares de Caloto. Posteriormente, se convirtió en una de las grandes posesiones de los jesuitas (Compañía de Jesús, Colegio de Misiones de Popayán) en el Nuevo Reino de Granada hacia 1722. Parte de la economía agrícola colonial se movía en manos de esta institución religiosa y empresarial capitalista. A mediados del siglo XVII, los religiosos adquirieron tierras en Quilichao y las de Japio y ya habían comprado las minas de Jélima en 1651. Con el tiempo, la hacienda incluyó ganados, caña de azúcar y muchos esclavos; funcionaba como bisagra entre Popayán, el Alto Cauca (Jélima y Coconuco) y el Valle del Cauca (hacienda Llanogrande, Sepulturas y Zabaletas). Hacia 1787, cuando ya había sido expropiada a los jesuitas y era de la administración de Temporalidades, Japio pasó a manos de la familia Arboleda, esclavistas payaneses con recuerdos encontrados entre las comunidades negras del norte del Cauca. En el siguiente siglo, la visitó varias veces Simón Bolívar en sus gestas y campañas libertarias (Castrillón 2007; Colmenares 1979; Llanos 1979; Sendoya 1975).

En los documentos históricos aparecen las minas de San Nicolás asociadas a Japio. Allí laboraron los esclavos negros haciendo acequias, cerca de sus rozas y ranchos. Cuando los jesuitas fueron expulsados, los esclavos listados en el inventario de 1776-1777 sumaban 139, con nombres de castas como congo (capitán), mina, carabalí, mulato, guaguí, forí, guereche, maragoto (oficial de carpintería) y guasambo (ACC, sig. 11495, Junta Municipal de las Temporalidades). El documento también deja ver que se trasladaban esclavos a otras minas. Por ejemplo, el negro Manuel fue llevado a las minas de Jélima; otros llegaban de Pasto o Popayán. Por otro lado, se especifican sus costos y edades, se anotan sus enfermedades o traumas y, en el lado izquierdo del listado, se marcó una cruz (+) para indicar que el esclavo o la esclava habían fallecido. También se listan todas las herramientas para el trabajo agrícola y en las minas; aparece la cocina con techo de paja y puerta de madera, así como el trapiche con sus massas de madera, hornilla y fondos, hormas azucareras en cerámica y canoas meleras.

En la hacienda Matarredonda, que también era de los jesuitas, vivían 97 esclavos bajo las órdenes del negro capitán general Manuel de Jesús, que pertenecían a castas africanas como mandinga, mina, forí, vilongo, sundé, braba y carabalí. En el mismo legajo documental se describen veinte ranchos de paja de los negros, descritos según su condición como “buenos” y “malos”, con mangas y corrales donde estaban sus animales. Cerca de estos estaban los platanares y cañaduzales. También existía un horno para la quema de ladrillo y teja. En la hacienda igualmente había cientos de cabezas de ganado vacuno y caballar que atender.

Los documentos indican que en la región de Jélima, Quilichao y Caloto se presentaron varios casos de resistencia de negros y negras que huyeron para formar palenques (quilombos) lejos de las haciendas y las minas. Una de estas áreas parece haberse establecido en el río Cauca -antes selvático e inhóspito- y en las riberas del río Palo (el cucho de Angola, río Cauca y los montes de Cocoró, Puerto Tejada), tal como lo registra la oralidad afro (Zuluaga y Romero 2011, 274).

La casona de la hacienda de Japio sufrió transformaciones a lo largo de los siglos hasta encontrar lo que hoy existe: una edificación reconstruida de estilo colonial, salones espaciosos en la planta baja, cuartos en la parte alta y capilla doctrinera. El área de servicio (cocinas) se encontraba por fuera de la casa, en otra edificación; tenía un trapiche para la molienda de la caña de azúcar con la cual se obtenían mieles y aguardiente, muy apetecidos en los mercados de pueblos y ciudades. Había ranchos donde habitaban los esclavos negros, pero rastros de estas edificaciones no se observan en el lugar, debido a los trabajos agrícolas modernos. En la casa de la hacienda se conserva una olla subglobular de estilo africano con decoración incisa (escarificación) por debajo del cuello (figura 14).

Fuentes: fotografía de DiógenesPatiño, 2019.

Figura 14 Vasija con características alfareras afro 

El sitio Caicedo en Japio formaba parte de las tierras de la hacienda que, al diluirse en la República, pasaron a ser fincas pequeñas de los negros libres que habían trabajado para la hacienda. Según la comunidad de esta vereda, Caicedo inició con pocas casas de bahareque y paja. Algunos elementos cerámicos se conservan, como las ollas para guardar agua fresca o tinajas globulares de cuello estrecho y tapa.

Hacienda esclavista La Bolsa en Villa Rica

Se trata de un sitio cercano al río Cauca, con zonas planas monocultivadas con caña de azúcar para los ingenios industriales del Valle del Cauca y Cauca. La historia de Villa Rica y su asentamiento negro está estrechamente ligada a la hacienda colonial La Bolsa, que fue propiedad de los jesuitas hasta su destierro en el siglo XVIII. Luego pasó a manos de Francisco y Julio Arboleda, quienes también poseían minas de oro en Quinamayó y Quilichao. La Bolsa además se relacionaba con las haciendas Quintero, Pílamo y Perico Negro (Puerto Tejada), localizadas en la zona plana del valle del río Cauca y reconocidas por la ganadería y la producción de mieles a partir de la caña de azúcar.

Según los relatos orales negros, Villa Rica se fundó por primera vez en un caserío denominado La Cecilia, conformado por negras y negros libres después de la abolición de la esclavitud en 1851. Posteriormente, se trasladó al sitio conocido como El Chorro, donde se establecieron casas de bahareque con techo de paja y se trabajaron las tierras en las primeras fincas de pancoger (plátano, yuca, cacao, maíz) y ganados. Así mismo, en la oralidad se guardan elementos de la resistencia afro: se menciona un sitio de negros huidos de La Bolsa y otras partes y probablemente un palenque conocido como El Cucho de Angola, cuya ubicación quedaba a orillas de la quebrada San Jorge, cerca del río Cauca. Hoy Villa Rica se asienta en antiguos terrenos de La Bolsa, por donde pasaba el camino real que venía de Jamundí, sitio conocido como Llanos del Terronal, adonde se trasladó debido a las inundaciones de 1932 (Alfredo Viveros, 2018, comunicación personal).

La casona de la hacienda consta de planta baja con tres cuartos amplios, zona de servicio con cocina y una planta alta con cuatro cuartos espaciosos (figura 15). En la memoria oral afro se cree que en la planta baja existía el cuarto de castigo, donde eran azotados los esclavos cuando no cumplían con sus labores o eran presos al huir (Luis G. Ramos, 2014, comunicación personal). En el costado occidental se erigió la capilla doctrinera, que tenía cimientos en piedra, paredes de ladrillo, adobe y techo de teja (Viveros 2019). En el estudio de arqueología histórica se constatan las ruinas de la capilla con algunos materiales culturales.

Fuente: fotografía de los autores, 2019.

Figura 15 Hacienda esclavista La Bolsa, en Villa Rica 

Las evidencias arqueológicas de los esclavos africanos en Villa Rica se encuentran en la casona de la hacienda, la capilla doctrinera y el cementerio de los esclavos. Las muestras, aunque no muy abundantes, consistieron en cerámicas culinarias, asociadas a lozas, metales y vidrio, y metates para molienda en la cocina. También se registró el camino en piedra que unía la casona con la capilla. Uno de los espacios más llamativos y que ha perdurado en la memoria oral de Villa Rica es el cementerio de los esclavos (figura 16), donde reposan los ancestros más antiguos y aquellos de siglos posteriores, y que se utilizó hasta su traslado al nuevo cementerio al noroccidente del pueblo:

Fuente: mapa elaborado por Juan Cely; fotografía de los autores, 2019.

Figura 16 Hacienda La Bolsa. Arriba: cementerio de los esclavos. Abajo: cementerio y sus ceibas ancestrales. 

Allá era el cementerio donde enterraban a los esclavos, sino que después de que pasó ese tiempo tan triste, eso quedó siempre de cementerio de la comunidad, y allá hay mucha gente que no fue esclava y quedó enterrada allí; después la comunidad compró el terreno por allá en la época, no sé, los sesenta, se compró un terreno para hacer el actual cementerio. Las tumbas antiguas de esclavos deben estar allí y eran sepultados en tierra y esterillas en fosas, que luego de taparlas se les colocaba una cruz en madera; es por eso por lo que no se ven a simple vista. (Alfredo Viveros, 2018, comunicación personal)

Palabras finales: arqueología histórica afro y procesos libertarios

La arqueología histórica se preocupa por analizar las relaciones sociales de grupos subalternos en procesos históricos modernos asociados a la formación de los Estados nación. En Colombia, los estudios arqueológicos de la diáspora y la participación del negro en el Estado son limitados. Con los trabajos que surgen se abre para el Cauca y el resto del país la posibilidad de investigar sitios urbanos y rurales que exploren los procesos emancipatorios de esclavos unidos a pobladores libres, con fines de alcanzar la libertad y nuevas formas de vida social, económica y política del negro en Colombia.

En el Cauca, los sitios destacados para estos fines se encuentran en Popayán y sus haciendas vecinas, así como en las zonas de las haciendas del norte, las minas de Caloto, Santander de Quilichao y Quinamayó, importante región que conectaba el Cauca con el valle del río Cauca y Chocó. Los esclavos y los manumisos entraron a formar parte de las guerras independentistas de Bolívar, Tacón, Obando y López, o de quien quiera que hablase el lenguaje abolicionista de la libertad. En la hacienda Japio, como sitio de importancia arqueológica e histórica, se tejieron los pormenores de las guerras de independencia del sur. El lugar permaneció por décadas (1840-1870) ocupado, embargado y saqueado por los caudillos de turno que tomaban como botín sus espaciosos salones y los trapiches con el aguardiente de la destilería (Burgos 2008). Las guerras en el sur entre españoles, criollos y esclavos fueron cruentas y, aunque la independencia se alcanzó en 1810, el proceso de emancipación duró varias décadas más, pasando por la ley de libertad de vientres (1821), para consolidarse en 1851 bajo el gobierno de José Hilario López.

Hoy, las haciendas coloniales son un símbolo de poder y en sus tierras industrializadas se desarrolla el monocultivo de la caña de azúcar. En sus márgenes se asientan pueblos descendientes de esclavos negros que a menudo enfrentan la exclusión, el racismo y las violencias tanto estatales como paraestatales. Conocer el pasado histórico de estas comunidades, sus legados y reivindicaciones es aún una materia pendiente a la que la arqueología histórica, la documentación en archivos y la oralidad ancestral afro tienen mucho que aportar.

Agradecimientos

Este estudio fue posible gracias a la Vicerrectoría Académica de la Universidad del Cauca, al Departamento de Antropología y al Consejo Comunitario de la Cuenca del Río Paéz-Quinamayó (Curpaq, Santander de Quilichao). A todas las personas que intervinieron, ¡muchas gracias!

Referencias

Fuentes primarias

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1En cierto sentido, la arqueología histórica se aleja de los asuntos tradicionales de la historia que, más encaminada a los análisis estadísticos y economicistas, olvida a sus propios actores en el diario vivir. Contrario a esto, varios autores han trabajado dichos tópicos desde una arqueología crítica social y posprocesualista, especialmente derivados de los enfoques de Hodder, Miller, Shanks y Tilley, siguiendo a su vez los parámetros de la teoría crítica de Foucault, Bourdieu y Giddens (Shanks 1992; Whitley 1998).

2Este concepto se refiere a la dispersión y el éxodo de las gentes africanas y sus descendientes como consecuencia de la esclavitud y la migración forzada desde África hacia otras partes del mundo (Singleton y Souza 2009, 9).

3No se trata de decir qué es arqueología y qué no lo es, sino de aunar esfuerzos entre académicos y comunidades para comprender las diversas formas de identidad a través del estudio del pasado y la memoria, con el fin de superar formas de exclusión, dominación y subordinación.

4Los materiales relacionados en este artículo provienen de varias fuentes (etnográficas, arqueológicas y registros fotográficos). Los sitios arqueológicos seleccionados corresponden a estudios previos autorizados por el ICANH y sus materiales reposan en la Universidad del Cauca; otros materiales fueron registrados en los sitios visitados.

5El uso de los términos alfarería afro o cerámicas afro en este trabajo refiere a los materiales cerámicos hallados en espacios ocupados por grupos negros durante los siglos XVIII y XIX, aunque se prevé la continuidad de las formas y técnicas en el siglo XX. También es previsible encontrar en ocasiones técnicas combinadas, ya que estos grupos laboraban con indígenas y españoles criollos, especialmente en la ciudad.

6Estos temas y otros de la cultura material afro serán de interés en futuros estudios interdisciplinarios en arqueología histórica.

7El cosmograma bakongo africano se representa con una equis (X) o cuatro cuadrantes en cruz (+) que simbolizan los ciclos del sol; a su vez, representan el mundo de los vivos (sol) y el mundo de los espíritus (luna, tinieblas) o la transición entre el mundo de los vivos y los muertos, separados por el agua o kalunga (Fennell 2003, 4-8; Ferguson 1992, 116; Matthews 2010, 183-185; Silva 2013, 226-227; Souza y Pereira 2009, 539).

8Las castas registradas por los escribanos en testamentarias, avalúos e inventarios hacen referencia a la región o etnias originales en África. Con el tiempo, estos nombres pasaron a ser apellidos entre las familias de afrodescendientes que no obtuvieron el apellido de sus amos.

9En este caso de contextos fúnebres, el símbolo del cosmograma bakongo se interpreta como el paso del mundo material de los vivos al mundo espiritual de los muertos (Matthews 2010, 184-185). En el Cauca, los muertos se despiden con cantos (alabaos, jugas) al son de tambores, cununos y guasaes (Arocha et al. 2008).

10En el Pacífico, el velorio de los muertos se toca con tambores y se canta el lumbalú, lo que recuerda el pensamiento de las gentes del Congo (bantú y la filosofía muntu). Allí, kalunga se relaciona con el agua, sitio de los espíritus de los muertos que, a su vez, se representa con una línea horizontal que separa la vida y la muerte en el cosmograma bakongo (Arocha 2009, 91; Arocha y Lleras 2008; Friedemann 1993, 98).

Recibido: 16 de Octubre de 2019; Aprobado: 16 de Septiembre de 2020

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