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Revista Colombiana de Antropología

Print version ISSN 0486-6525On-line version ISSN 2539-472X

Rev. colomb. antropol. vol.57 no.1 Bogotá Jan./June 2021  Epub Dec 28, 2020

https://doi.org/10.22380/2539472x.1221 

Artículos

Putos, liberales y arrechos: reflexiones etnográficas sobre el deseo homoerótico entre hombres en una sala de videos porno en Pereira, Colombia*

Putos, Liberales y Arrechos: Ethnographic Thoughts on Homoerotic Desire between Men in a Porn Video in Pereira, Colombia

Mateo Pazos Cárdenas** 

Sebastián Giraldo Aguirre*** 

** Universidade Estadual de Campinas, Brasil mpazoscardenas@gmail.com / https://orcid.org/0000-0002-4932-6736

*** Universidade Estadual de Campinas, Brasil s.giraldoaguirre@gmail.com / https://orcid.org/0000-0003-4207-2806


RESUMEN

Este artículo propone analizar algunos aspectos asociados a los múltiples pliegues del deseo homoerótico entre hombres en una sala de videos pornográficos de la ciudad de Pereira (Colombia). La metodología utilizada consistió en un trabajo de campo etnográfico realizado durante seis meses, en los cuales visitamos en repetidas ocasiones este cine, tanto de forma individual como en pareja. La pesquisa de este escenario nos permite pensar en las diversas intensidades del deseo homoerótico, en sus múltiples formas, jerarquías y porosidades, en sus prácticas de agenciamiento y en los marcadores sociales de la diferencia que lo atraviesan y que articulan diversas subjetividades.

Palabras clave: sexualidad; masculinidades; homoerotismo; estudios de género

ABSTRACT

This paper proposes to analyze some aspects associated with the multiple folds of homoerotic desire among men in a pornographic video room in the city of Pereira (Colombia). The methodology used consisted of an ethnographic fieldwork carried out for six months, in which we repeatedly visited this cinema, both individually and as a couple. The research on this scenario allows us to think about the various intensities of homoerotic desire, in its multiple forms, hierarchies and porosities, in its agency practices and in the social markers of difference that cross it and that articulate different subjectivities.

Keywords: sexuality; masculinities; homoerotism; Gender Studies

Introducción

Los estudios sobre los espacios urbanos orientados a los encuentros eróticos, sexuales y afectivos entre hombres han sido realizados por las ciencias sociales a partir de una premisa: la ciudad y los contextos urbanos se han planeado y planteado desde un mandato heteronormativo, que no solo genera lugares con ciertas disposiciones para ser habitados y experimentados, sino que también produce y tiene efectos en los cuerpos y las sexualidades de los sujetos que los habitan y los (re)construyen a través de sus procesos de socialización. Para las poblaciones sexual y genéricamente diversas/disidentes, la experiencia de habitar los espacios urbanos ha estado constantemente marcada por la segregación, el ocultamiento y la visibilización precaria y miedosa. En este análisis de la producción de la ciudad como un espacio heterosexual, Sara Ahmed (2006) propone una fenomenología queer y afirma que los cuerpos son (hetero)sexualizados mediante los procesos de coproducción y extensión en relación con los espacios; el género y la sexualidad aparecen como mandatos que hacen que los cuerpos y sus deseos se orienten hacia ciertos caminos y direcciones, ciertos fines, los cuales se amoldan a las posibilidades espaciales. Los análisis de Johnston y Longhurst (2010) y Langarita (2015) complementan estas ideas al plantear que las conductas “desviadas”, que ponen en peligro la estabilidad sociosexual, son controladas bajo dispositivos violentos que evidencian la ideología heterosexualizante del espacio público: baños públicos que reproducen el binarismo de género; parques y plazas como lugares para familias y parejas heterosexuales; iluminación y cerramiento de lugares que pueden ser utilizados para realizar prácticas sexuales que no se limitan a los espacios íntimos. Juan Pablo Sutherland (2009), por su parte, menciona que el cuerpo heterosexual es “como Dios”, habita y está en todas partes, por lo que de antemano se siente omnipotente en su trasegar urbano. Aun así, el espacio urbano público no puede ser entendido como “dado” en sus significados y usos por parte de un proyecto urbanístico unidireccional, sino como una dialéctica constante entre estos ordenamientos y mandatos planificadores y los sujetos que los habitan, con características, prácticas y significados viscosos que se filtran entre lo sólido para apropiarlo y desmentirlo (Delgado 2007).

La emergencia de una discusión política por parte de sectores sexodiversos en las sociedades contemporáneas, llevada a cabo principalmente desde los años sesenta, multiplicó las posibilidades de encuentro y socialidad de aquellas poblaciones que anteriormente no tenían espacios en el orden sexual público para movilizar sus deseos e intimidades (Meccia 2011)1. La aparición de bares, discotecas y cafés ha sido fundamental para la configuración de un mercado afectivo y sexual que, en diferentes niveles, de acuerdo con diversos contextos nacionales y regionales, ha sido promovido y modelado por las lógicas capitalistas neoliberales del mundo contemporáneo. En el caso particular de los hombres que tienen encuentros erótico-sexuales con otros hombres, el surgimiento de lugares como cines pornográficos, saunas, casas de baño y, más recientemente, las llamadas cabinas o cibers2, ha constituido el establecimiento de espacios comerciales que posibilitan el agenciamiento de diversas prácticas homoeróticas.

En el presente artículo, nos interesa discutir sobre el deseo homoerótico entre hombres que ocurre en estos lugares, desde una apuesta antropológica. Siguiendo a Rodrigo Parrini (2018), entendemos el deseo como un elemento fluctuante que, siempre en movimiento, se escurre entre los dedos de las clasificaciones médicas, psicológicas, identitarias o judiciales; el deseo homoerótico como un vector que, en vez de fijar territorios corporales y simbólicos, los dispara en subjetividades volátiles que operan como máscara reflectante de la identidad (Sutherland 2009); el deseo homoerótico como un juego atrevido, en el borde de la cornisa de la heteronormatividad, que la aprovecha y la reproduce algunas veces y la fisura en otras. Pretendemos aquí registrar el campo de fuerzas e intensidades que produce y organiza el deseo homoerótico, intentando así hacer un ejercicio deseográfico (Parrini 2018).

Por ello, este texto propone analizar algunos aspectos asociados a los múltiples pliegues del deseo homoerótico entre hombres en un lugar que hemos denominado sala de videos pornográficos -en adelante, sala de videos3- en la ciudad de Pereira (Colombia). Buscamos ofrecer un panorama, acaso en extremo general, sobre las diversas prácticas y relaciones sociales que ocurren en este espacio que convoca a hombres interesados en movilizar su deseo homoerótico junto a otros hombres. Este escenario nos permite pensar en las variadas intensidades del deseo; en sus múltiples configuraciones, jerarquías y porosidades; en sus prácticas de agenciamiento, y en los marcadores sociales de la diferencia que lo atraviesan y que articulan diferentes subjetividades en estos hombres. En la academia brasileña, el concepto marcadores sociales de la diferencia es ampliamente utilizado en las ciencias sociales para enfatizar las múltiples formas en que la diferencia es producida socialmente mediante la articulación de otras categorías como el género, la raza, el sexo, la clase, la edad, la (dis)capacidad, entre otras, teniendo en cuenta las configuraciones que estas producen en los sistemas de clasificación y jerarquización social, así como en los cuerpos y las identidades subjetivas. Los marcadores sociales de la diferencia permiten así pensar la construcción social de la diferencia a partir de un enfoque interseccional.

Desde las ciencias sociales, autores y autoras han reflexionado metodológica y epistemológicamente sobre el trabajo de campo y la construcción de conocimiento alrededor de la sexualidad y el erotismo. Por ejemplo, Barreto (2016) ha manifestado el descrédito y señalamiento académico -y extraacadémico- de este campo de estudios que, en su opinión, está en consonancia con la forma como se ha asumido la sexualidad y sus relaciones con la emocionalidad, la moral y la racionalidad en la construcción del pensamiento científico del mundo occidental. También se ha destacado la importancia de la realización de etnografías y pesquisas en contextos asociados con prácticas sexuales -como los cines pornográficos, los espacios de cruising4, los saunas, los cuartos oscuros-, así como la implicación corporal y erótica del investigador al escudriñar estos campos: estar desnudo, el calor, el sudor, ser tocado por otros hombres en espera de iniciar un intercambio sexual, observar y ser observado, ser/sentirse afectado, son algunas de las experiencias y sensaciones sobre las cuales reflexionan Barreto (2016), Langarita (2015) y Ramírez (2014) en sus estudios sobre estos espacios. En últimas, se busca reconocer al antropólogo investigador como un sujeto sexuado y deseante (Díaz-Benítez 2013), con un cuerpo sensible que está haciendo ciencia en medio de estos espacios sexualizados (Barreto 2016) y con una subjetividad erótica que puede ser epistemológicamente productiva (Kulick 1995) o también limitante.

A pesar de que ya se han realizado estudios sobre estos escenarios en repetidas ocasiones en países como Estados Unidos (Kulick 1995) y Brasil (Barreto 2016; Braz 2010; Díaz-Benítez 2013; Pocahy 2012), por mencionar algunos, en el caso de Colombia han sido muy reducidos y de escasa divulgación5, lo que evidencia una vez más el prejuicio sobre estos temas, incluso dentro de las ciencias sociales. Estos estudios generalmente se han enfocado en espacios localizados en ciudades capitales o grandes metrópolis; en cambio, el presente artículo es una apuesta por explorar este tipo de lugares en una ciudad intermedia y con un escenario sexual configurado por una tensión entre lo regional y lo globalizado.

La metodología utilizada consistió en un trabajo de campo etnográfico de seis meses, entre agosto de 2019 y enero del 2020, tiempo en el cual realizamos distintas visitas a este cine, tanto de forma individual como en pareja6. Dado que en estos lugares la interacción conversacional suele ser escasa -puesto que son espacios caracterizados por el silencio verbal y una comunicación principalmente proxémica y gestual-, no se usaron las entrevistas con los participantes de manera sistemática; sin embargo, esto no impidió tener conversaciones informales en algunas ocasiones en las que las personas posibilitaron el diálogo. Adicionalmente, tuvimos una charla un poco más estructurada, a modo de entrevista, con la persona que trabaja como recepcionista del lugar, con el fin de contextualizar históricamente la sala de videos, sus orígenes y modificaciones con el paso de los años.

El artículo se divide en cuatro apartados. En el primero se realiza un breve contexto histórico y etnográfico del lugar objeto de nuestra pesquisa. Luego, se reflexiona sobre los asistentes y sus trámites de inclusión/exclusión, segregación/ integración y discriminación/reconocimiento accionados en las relaciones sociales y sexuales que suceden en el cine. Posteriormente, se debate sobre las prácticas que se imbrican en dichos lugares, que van más allá de propósitos estrictamente sexuales. Para terminar, se plantean algunas reflexiones finales.

Salas de videos en Pereira y el Eje Cafetero: contexto etnográfico e histórico

Pereira es una ciudad ubicada en el centro-occidente de Colombia, con una población aproximada de 600.000 habitantes. Es capital de Risaralda, uno de los tres departamentos que conforman la región del Eje Cafetero. Históricamente ha sido considerada una ciudad “liberal” en sus costumbres, referente que ha generado un imaginario muy difundido sobre sus habitantes -incluso a nivel nacional-, en especial sobre las mujeres como “putas, liberales y arrechas”; esto particularmente en contraposición a su ciudad “rival” en la región, Manizales, capital de Caldas, que es asumida como una urbe “más conservadora” (Correa 2017). Su ubicación es estratégica porque se encuentra en medio del llamado Triángulo de Oro -un área comprendida por los mayores centros económicos del país: Bogotá, Cali y Medellín-, razón por la cual también ha sido una ciudad comercial y de tránsito. Además, durante la bonanza cafetera del siglo XX, la ciudad fungió como centro de operaciones comerciales del Eje Cafetero, donde se generó un motor de la economía nacional y una simbología regional alrededor de la “cultura cafetera”. En los últimos años, su condición de tránsito aumentó debido al turismo atraído por la declaración del Paisaje Cultural Cafetero como Patrimonio de la Humanidad realizada por la Unesco en el año 2011.

Según Gallego et al. (2016), a partir de la década de los setenta y ochenta del siglo pasado, en el Eje Cafetero se evidencia una institucionalización de la vida erótica y afectiva entre personas con prácticas homoeróticas, expresada en el surgimiento de lugares específicamente dirigidos a poblaciones homosexuales. Conforme a este estudio y a conversaciones con colegas y amigos de esta región, los primeros bares o discotecas abrieron sus puertas a finales de los años setenta. En un inicio, estos lugares preservaron tanto sigilo sobre su ubicación y acceso que ni siquiera se situaban en los circuitos urbanos centrales de la ciudad, sino en la periferia, algunas veces junto a las “zonas de tolerancia”, y conservaban un control estricto en sus entradas. Sobre los cines pornográficos y las salas de videos, en los años setenta, ochenta y noventa la proyección de películas de contenido pornográfico se limitaba a unos días y horas puntuales -tarde en la noche- en algunas salas de los centros urbanos -en Pereira, por ejemplo, los teatros Caldas, Pereira y Nápoles-. Los cines porno con una oferta diaria y un horario permanente se abrieron posteriormente, a comienzos de los 2000.

La sala de videos sobre la cual reflexionamos abrió sus puertas al público en el año 2000. Junto a Apolo, otro cine de igual temática que se inauguró en la misma época, fue de los primeros lugares de esta índole en la ciudad. En sus inicios, la sala de videos tuvo un nombre diferente al actual y sus locaciones se parecían más a lo que comúnmente se conoce como un cine: una pantalla grande, sillas enfiladas y avisos publicitarios de las proyecciones en la puerta de entrada. Estuvo en su primer local durante ocho años y luego se pasó al local contiguo, aunque conservó las mismas características. Con el proceso de renovación urbana y gentrificación del centro de la ciudad, debió trasladarse al frente, en la misma calle, y allí ha funcionado en los últimos seis años7. En el centro, donde se concentra una buena parte de las actividades económicas y culturales de la ciudad, también se encuentra la mayoría de los lugares dirigidos a la población LGBTQ+, en un circuito de aproximadamente diez bares o discotecas, cuatro salas de baño/saunas y la sala de videos.

Fuente: elaboración propia.

Figura 1 Mapa de la sala de videos 

En la actualidad, la sala de videos está ubicada en el segundo piso de una casona antigua del centro de Pereira, a media cuadra de uno de los centros comerciales más concurridos de la ciudad. Su horario de funcionamiento y atención al público es de tres de la tarde a ocho y media de la noche. No hay ningún letrero a la entrada de la sala que la identifique como tal ni tampoco que indique el tipo de proyecciones que realiza, razón por la que, para acceder, debe haberse visitado previamente, ir acompañado de alguien que lo haya hecho o por lo menos saber con bastante certeza las coordenadas del lugar, situación que contribuye a mantener el anonimato del sitio. Al subir las escaleras de ingreso, se encuentra una recepción cuyas paredes están adornadas por una serie de cuadros de mujeres en poses eróticas; adicionalmente, hay un mostrador donde se ubica el recepcionista, con sus paredes tapizadas por una variedad de títulos de películas pornográficas -tanto de temática heterosexual como homosexual-, una vitrina con lencería erótica y algunos juguetes sexuales para la venta, y un refrigerador con diferentes bebidas (gaseosa, cerveza, agua, jugos de caja) para consumo de los visitantes.

Después de pagar el valor del ingreso, que oscila entre 7.000 y 10.000 pesos colombianos dependiendo del día -a partir de los jueves y durante el fin de semana, se cobra el mayor precio por la mayor afluencia-, se atraviesan unas gruesas cortinas negras que dan paso a la zona de proyecciones. El salón principal -la antigua sala de la casona- es el que cuenta con la pantalla más grande, donde se proyectan exclusivamente películas de temática heterosexual; esta sala tiene una serie de sillas rojas plegadizas -tipo sala de cine del siglo XX-, dispuestas en varias filas, donde los asistentes pueden sentarse a observar los filmes. En el rincón derecho de este salón se encuentran dos “reservados”, espacios en los que hay un sillón individual encerrado por unas cortinas negras que generan una suerte de privacidad. Al fondo, se halla el baño principal del local -compuesto por varios orinales-, el único de todo el lugar que no tiene puertas; al lado de este baño se encuentra una habitación privada que puede ser rentada para tener prácticas sexuales con mayor privacidad y comodidad.

En un salón adyacente al principal se proyectan películas de temática gay y, aunque su espacio es mucho más reducido, también cuenta con sillas rojas de sala de cine, baño y dos pequeños cuartos con muy poca iluminación que pueden funcionar como “minicuartos oscuros”. Al lado opuesto de la “sala gay” se encuentran dos salas contiguas, cuyos espacios son mucho más estrechos, en las que se transmiten películas heterosexuales, ya no en proyectores, sino en televisores de mediano tamaño; en estas ya no hay sillas rojas, sino sofás, sillones y algunas bancas, y cada sala tiene su propio baño.

Al final del recorrido del cine hay cuatro espacios adicionales: un cuarto oscuro -el principal y más grande-, una pequeña sala de proyección de videos, otra habitación privada para alquiler y un patio. El cuarto oscuro es un pasadizo en forma de L, donde, como su nombre lo indica, no hay luz alguna, más allá de algunos destellos que aparecen momentáneamente de personas que, contra las normas habituales de este tipo de escenarios, activan sus celulares para divisar siluetas o para ubicarse en medio de la oscuridad. La pequeña sala de proyección de videos, a pesar de tener un televisor pequeño en el que se transmiten películas heterosexuales, funciona más como una zona de descanso. Las habitaciones privadas -la que queda junto al baño principal y la que queda al final del cine- se rentan por un valor de entre 5.000 y 10.000 pesos colombianos, por un tiempo que no está estrictamente delimitado por la administración. Están destinadas a las personas que buscan mayor reserva y un espacio más confortable para la interacción sexual, pues cuentan con sofás o con superficies que hacen las veces de cama, además de estar aisladas del resto de lugares de la sala de videos. Por último, el patio, que cuenta con algunas mesas y sillas de plástico, es el único lugar totalmente iluminado del cine, puesto que ingresa la luz solar. Muchos asistentes lo usan para fumarse un cigarrillo, descansar, tomarse una cerveza, conversar con otras personas o interactuar con sus celulares -por ejemplo, para revisar redes sociales, poner música o utilizar aplicaciones de ligue gay como Grindr8-.

Asistentes a la sala de videos y marcadores sociales de la diferencia: fronteras porosas

En cuanto a la asistencia a la sala de videos, se puede establecer una ligera clasificación de los usuarios en recurrentes, esporádicos y primerizos. Después de visitar el lugar por varios años, en meses y días de la semana diferentes (la dinámica de estos espacios varía según el calendario), se atestigua que hay usuarios que asisten reiteradamente, algunos de ellos prácticamente a diario. Ante aquella situación, se podría manifestar, como lo plantea Domínguez-Ruvalcaba (2019) al analizar el tema de los baños públicos en la novela El vampiro de la colonia Roma9, la emergencia de una comunidad concebida e imaginada, basada en un consenso sobre el valor comunal del hedonismo. Muchos de estos asistentes recurrentes no se hablan entre sí, a pesar de conocer sus penes y sus gemidos; algunos de ellos se vuelven cómplices ante los ligues del compañero y otros ya se han contado sobre sus vidas fuera de ese recinto.

Sin embargo, la presencia recurrente de algunos asistentes repercute en la dinámica de los intercambios sexuales: en general, produce una escasez de oportunidades, ya que la repetición de compañero es un hecho poco apetecido, al menos en términos sexuales10. Ante esta circunstancia, los asistentes primerizos y esporádicos son personajes preciados y perseguidos, pues constituyen la ilusión de un otro por conquistar y de otro cuerpo por descubrir. El primerizo puede ser el joven que tantea nuevos escenarios de la ciudad, o el comerciante, viajero o turista que está de paso; puede ser el hombre heterosexual que decidió dar rienda suelta a sus fantasías como también el hombre gay clasemediero que pretende experimentar el exotismo que le representa ese lugar. El primerizo se beneficia de aquella situación: mientras los asistentes regulares se pueden demorar horas para lograr algún encuentro, él se puede dar el lujo de destinar menos tiempo y de escoger ante las variadas proposiciones. Lo preciado del primerizo no solo se reduce a su primicia, sino también a la sensación de que no va a volver y que, por eso, “hay que aprovecharlo”.

La penumbra de la sala de videos, sus pasillos estrechos, sus cortinas opacas, sus baños y habitaciones con mueblería desaliñada no son la antesala de un espacio neutral para el encuentro entre hombres; por el contrario, en medio de estas disposiciones del lugar, las relaciones sociales están marcadas por desigualdades, jerarquizaciones y exclusiones (Braz 2010; Langarita 2015). Dentro de los sectores con prácticas sexuales homoeróticas se reproducen formas de segregación y discriminación variadas y, con ello, se delimitan lugares y territorios para las minorías más desdeñadas. Este tipo de fronteras sexuales genera una exclusión espacial y regulaciones sobre el género y la sexualidad. En cuanto a los hombres, estas clasificaciones se establecen, por una parte, por la posición sexual (activo, pasivo, versátil) y, por otra, por marcadores sociales de la diferencia como la clase, la edad, la clasificación étnico-racial, la expresión de género (masculina/femenina) y la contextura física (Braz 2010).

La sala de videos podría catalogarse como uno de esos lugares de acogida de grupos segregados del mercado LGBTQ+ y de la geografía hegemónica gay de la ciudad. La mayoría de sus usuarios son hombres de sectores populares, con edades avanzadas y cuerpos que no se inscriben necesariamente en los patrones de belleza imperantes, aunque esto no quiere decir que no se reciba la visita de hombres con otros portes. Pareciera, entonces, que en la sala de videos este destierro se aplazara para darle paso a una reunión entre “supuestos” o “reales” excluidos. Por ejemplo, gran parte de los visitantes tiene entre cuarenta y setenta años. Su presencia demuestra una agencia y un interés por dinamizar sus cuerpos y deseos; es la evidencia de que la sexualidad no solo perdura en sus cabezas, sino también en sus cuerpos (Passamani 2017). La vejez como categoría excluyente de la vida homoerótica es una retórica que parece desdibujarse -al menos en algunos momentos- en medio de los pasillos; es una figura fantasmal que se recubre de placer y erotismo. Mientras que algunos hombres viejos revelan su experiencia acumulada para seducir, otros son poco operantes en el ligue y más bien aguardan a que alguien inicie una incitación. Dicho pormenor podría interpretarse como una estrategia que despliega el visitante en medio del juego erótico o, también, podría ser la evidencia de las trabas que aún generan en ellos sus andanzas sexuales homoeróticas (Meccia 2011).

Otro marcador social es la cuestión laboral. Algunos llegan a la sala de videos con su traje de trabajo o con alguna pieza que indica al respecto, como botas, mochilas o manillas. La ropa es una evidencia de su ocupación y, en general, muestra algo de lo que ellos son afuera de ese recinto: mientras unos procuran vestuarios para camuflarse (gorras, gafas de sol, prendas oscuras o con capota), otros portan sus indumentarias profesionales en medio de los pasillos y desdibujan la dualidad público/privado tan asidua en estos contextos. El calendario, con sus días y horarios, es otro elemento relacionado: las seis de la tarde -hora en la que suele terminar la jornada laboral en Colombia- es el momento de mayor asistencia, en el que llegan frecuentemente oficinistas y trabajadores del sector de servicios, así como el sábado que, por ser el día de mayor intercambio comercial con el sector agropecuario de la región, convoca en la tarde una mayor afluencia de visitantes campesinos o provenientes de sectores rurales11.

Precisamente, lo rural es otro marcador que media las relaciones sociales y sexuales que se tejen en los pasillos de la sala de videos. Una de las preguntas más comunes para iniciar una conversación es “¿Usted de dónde es?”, tal vez para figurar una proximidad con el otro, ese que puede ser paisano, o para fantasear con un próximo encuentro. En medio de estos interrogantes, a veces en el patio -donde el ambiente tenso del resto del lugar se relaja y la palabra tiene otra presencia-, en los susurros de los pasillos o porque hemos sido interpelados con la misma pregunta, se puede conocer la procedencia de los visitantes. En la sala de videos es común la concurrencia de personas de los municipios más cercanos de los departamentos de Risaralda, Quindío, Caldas y el norte del Valle del Cauca. Esta circunstancia se facilita debido a la proximidad entre los poblados, pues es una región pequeña en la que las distancias son cortas -por ejemplo, la duración de los viajes a Manizales o Armenia, las otras dos ciudades capitales del Eje Cafetero, no supera una hora-. Sumado a lo anterior, Pereira, al ser la ciudad con mayor población de la región, se constituye en un epicentro para la recreación, la fiesta y la sexualidad de la población con prácticas homoeróticas. La oferta de lugares y el imaginado “anonimato” que ofrece la ciudad, así como la supuesta mayor liberalidad de las áreas urbanas frente a las rurales respecto a la vivencia homosexual (Eribon 2001; Johnston y Longhurst 2010; Langarita 2015) y de la misma ciudad frente a las otras de la región, configuran en Pereira un escenario homoerótico flotante, migrante y provinciano12.

La profesión y lo rural se confabulan con ciertos imaginarios de masculinidad relacionados con lo macho y lo fuerte, nociones que son ampliamente valoradas en los ligues en la sala de videos. Es tan asidua la machonormatividad que hay poca presencia de hombres afeminados o locas. De hecho, los pasillos son pasarelas para ostentar la masculinidad. La mirada ruda, el caminar firme y tosco -sin importar si se tropieza con otro- y el arrogante rechazo a las peticiones de los codiciados admiradores son algunas de las señales de este veredicto. Como hay pocas locas, la sala de cine se convierte en una pugna entre machos que se desean. La lógica de conquista se invierte: mientras en el marco heterosexual generalmente lo masculino conquista lo femenino, pareciera que en los ambientes homoeróticos el rudo y viril es el personaje a persuadir. Tanto es así que los hombres que encarnan este papel reproducen ese guion y se convierten en una especie de doncellas que quieren ser conquistadas.

El macho más macho generalmente es el que decide con quién juntarse; es el que decide cuándo, cómo, dónde y qué se hace; y, como si fuera poco, es el que decide cuándo se termina el encuentro sexual, mientras que el otro queda supeditado a sus dictámenes. En repetidas ocasiones fueron dirigidas a nosotros mismos frases como “Usted me gusta porque es machito” o “Es que a usted no se le nota” -enunciados recurrentes en aquellos escenarios-, pues a los ojos de los asistentes, cumplíamos con ese dictamen.

Diferentes estudios -como los de Barreto (2016) y Braz (2010) en Brasil y los de García (2004) y Ramírez (2014) en Colombia- sobre los espacios comerciales para la movilización del deseo y la sexualidad homoerótica han concluido que hay una preferencia entre sus asistentes por la interacción con los hombres que ejercen una performance de género exageradamente masculina (Barreto 2016): categorías como machos, viriles, hombres hipermasculinizados, con una masculinidad exagerada o hiperbólica, aparecen como una generalidad que activa de forma más evidente el deseo y el erotismo entre hombres en estos espacios. Estas cualidades funcionan como un capital simbólico preciado que genera honor y honra para quienes gozan de ellas (García 2004). El cuerpo y el espacio producen y reproducen excesos de masculinidad que garantizan la reproducción de los binarismos sexuales, donde lo masculino se privilegia frente a lo femenino (Barreto 2016; Ramírez 2014). No es solo ser hombre, sino también parecer un hombre, actuar como hombre, independientemente de su preferencia o rol sexual (activo, pasivo, versátil, etcétera). Los escenarios homoeróticos entre varones redundan, entonces, en actidudes misóginas y homofóbicas, lo cual no es un hallazgo novedoso, pero sí importante de remarcar. Es una realidad que evidencia que el homoerotismo y el machismo no se oponen, sino que el homoerotismo es, de hecho, uno de los componentes principales de la caracterización del macho (Domínguez-Ruvalcaba 2019; Núñez 2007).

En definitiva, como otros lugares destinados a la socialización de hombres con prácticas homoeróticas, la sala de videos no es ajena a las jerarquías y segregaciones generadas por marcadores sociales como los descritos. En esos escenarios emerge el exotismo en cuanto dispositivo para integrar la diferencia: el viejo, el pobre, el pueblerino o el gordo devienen en exóticos o la sala de videos en sí misma es catalogada como exótica. Pero este exotismo, justamente, está compuesto por una lógica de discriminación y marginación. Sin embargo, no se pueden anular los posibles despliegues que ocurren en los encuentros en la sala de videos, donde, de algún modo, se ponen en juego y se desdoblan esas jerarquías sociales en las que los cuerpos no son simplemente un soporte de inscripciones sociales, políticas, culturales y geográficas, sino un lugar activo que, en este caso, por medio del erotismo, agencia transgresiones (Gregori 2008).

Prácticas sexuales y espaciales en la sala de videos: agenciamientos y fugas

Lo primero que habría que caracterizar en este apartado, dedicado a examinar cómo son agenciados los encuentros sexuales en el contexto de la sala de videos, es que no es obligatorio tener una experiencia sexual con otro hombre. Hay visitantes de la sala que se sientan en alguna de las sillas a ver la proyección del video que están pasando y no interactúan con ninguna otra persona. Algunos tocan su pene por encima del pantalón, otros más cómodamente exponen sus genitales y se masturban. Aunque podría debatirse si el acto mismo de masturbarse en un espacio semipúblico es un hecho exhibicionista que implica la observación de otros hombres -dado el público del lugar- y, por tanto, es una práctica homoerótica, lo caracterizamos como un acto de no interacción, en la medida en que estos sujetos no muestran una intención evidente de relacionarse o hablar con otros visitantes.

Dicho esto, la generalidad sobre la sala de videos es que la mayoría de sus asistentes va a ese lugar para procurar un encuentro con otros hombres. Para iniciar o propiciar estas interacciones, es preciso tener una cierta disposición corporal para deambular por los diferentes cuartos y espacios de la sala, en búsqueda del reconocimiento espacial mismo, pero también de la generación de intercambio con otro(s) hombre(s). Así, hay una variedad de técnicas corporales (Mauss 1979) que contribuyen a generar este vínculo, esta posibilidad de interacción sexual. Generalmente, las estrategias de generación de interacción pasan por el lenguaje corporal que incluye miradas sostenidas, roces, pasarse la lengua por los labios o mordérselos, tocarse el pene por encima del pantalón mientras se mira al otro fijamente o intentar tocar el pene del otro13. Todas estas están orientadas al establecimiento del vínculo, a posibilitar una conexión que pueda llevar a un encuentro sexual más elaborado, con mayor detenimiento y exploración, que dure más tiempo. En pocas ocasiones son usadas las palabras para inducir la interacción; algunos hombres intentan establecer una conversación sobre cualquier tema inespecífico (“Estás muy lindo”, “Está haciendo mucho calor, ¿no?” o “¿Sabe qué hora es?”), pero la mayoría de las veces el silencio es la regla obligatoria o, si acaso, una mínima interacción verbal a un volumen muy bajo.

Estas interacciones han sido también analizadas por Victor Hugo de Souza Barreto (2018), antropólogo que registra procedimientos similares en sus estudios sobre fiestas de orgías de hombres en Río de Janeiro (Brasil). El autor asimila estos movimientos de los hombres por los espacios sexuales con las formas de conexión entre átomos en procura de compartir electrones que formen moléculas, lo que no solo genera consumo de los cuerpos sexuados o de las energías libidinales de los otros hombres, sino vínculos, encuentros y ligues entre cuerpos. En el caso expuesto de la sala de videos, hay un constante movimiento de los hombres que la visitan, en aras de procurarse otros hombres que pueden ser hallados en los rincones o penumbras de las distintas habitaciones, para desplazarse a la zona del patio o cambiar de sala y ver un video diferente -cada habitación proyecta filmes pornográficos distintos entre sí-.

Un elemento importante para resaltar es que, si bien debemos tener en cuenta los marcadores sociales analizados en el apartado anterior como elementos activadores o limitadores de los encuentros eróticos en la sala de videos, estos se contextualizan también al ser articulados a otra categoría local, la de ser arrecho, que implica tener la actitud necesaria para desplegar y animar el encuentro erótico, aunque no necesariamente está ligado a la apariencia física o a los atributos corporales. Como se mencionó, dado que ser bonito no es una característica primordial para los hombres visitantes de este espacio y que muchos hacen parte de sectores sociales periféricos dentro del circuito gay mainstream de la ciudad -por su edad, aspecto físico, condición social o rural-, ser arrecho es una suerte de capital que alguien puede accionar para generar un encuentro y llevarlo a buen término: no tener vergüenza de realizar diferentes prácticas, tener destrezas para masturbar o hacer felaciones al otro son algunos de los elementos que caracterizarían la actitud arrecha14.

En cuanto a las prácticas sexuales, es interesante que, fuera de este tipo de espacios, es decir, en el guion social de la mayoría de las formas de encuentro sexual -tanto heterosexual como homosexual-, estas generalmente inician con caricias aleatorias en partes del cuerpo como la cara, la cintura o los brazos, después pasan a los besos en la boca, para luego integrar otras partes del cuerpo hasta llegar a los órganos sexuales, el destino -el pene o el ano, en el caso de los hombres-, el lugar último del foreplay15 que, usualmente, conduce a los actos de tipo penetrativo (anal/vaginal) y la final eyaculación masculina, con los cuales se da por terminado el encuentro sexual. En la sala de videos, en general, ocurre un proceso en muchos sentidos inverso: las prácticas y encuentros sexuales entre hombres inician directamente en el pene -rozándolo, exhibiéndolo, frotándolo con la mano- y se enfocan en su erotización y excitación desde el principio, para luego, si es preciso, incorporar otras partes del cuerpo dependiendo de la satisfacción, y el punto último son los besos en la boca -si es que el goce del otro lo permite-. Mientras el pene y el ano están expuestos, la boca es lo íntimo (Pineda 2014).

A lo largo de nuestras diversas experiencias en este espacio, hemos encontrado que el beso en la boca es, tal vez, la más disputada, más evasiva, incluso la más codiciada, de todo el ramillete de actividades erótico-sexuales que se pueden realizar dentro de esta sala de videos. Muchas acciones se limitan exclusivamente a la masturbación de uno de los dos hombres hacia el otro o a una masturbación mutua; estas incluso se realizan ocasionalmente a la vista de los asistentes, que pueden participar de la práctica sexual incorporándose a la masturbación, tocando el cuerpo de alguno de los sujetos en conexión deseante, masturbándose o tocándose el pene, viendo la escena o simplemente observando. Otras que implican felación o penetración no son tan comúnmente realizadas en espacios públicos de la sala de videos y ocurren, por lo general, en los baños -que pueden ser cerrados con seguro-, en los cuartos oscuros o en las habitaciones privadas. En la gran mayoría de estas prácticas, sean cuales sean, besarse es una de las acciones menos comunes que acompañan el acto erótico.

A diferencia de otros lugares destinados a encuentros homoeróticos como los saunas, donde la desnudez es la protagonista, en la sala de videos el vestido siempre cubre los cuerpos, circunstancia que para algunos visitantes es estratégica, debido a la percepción sobre su propia corporalidad (vieja, obesa, flácida). A pesar de que existen lugares para encuentros privados, como los baños o las habitaciones que se rentan por una baja suma de dinero, el cubrimiento de los cuerpos es tal que incluso en medio de los encuentros sexuales el vestido por lo general se conserva y el goce se concentra, principalmente, en los penes. Las otras partes del cuerpo son eventualmente integradas a la interacción, dependiendo de la atracción por el otro y de la satisfacción del encuentro. Así, es importante remarcar que el pene es el lugar central de erotización de la enorme mayoría de las prácticas erótico-sexuales que ocurren en la sala de videos; en otras palabras, es posible decir que el deseo está articulado al falo de modo enfático (Parrini 2018). Una de las frases más comunes para iniciar un encuentro sexual -o durante los encuentros sexuales- es “¿Te gusta la verga?”. Como se mencionó anteriormente, la exhibición o manipulación de los genitales es otro signo fundamental a la hora de intentar iniciar una práctica erótico-sexual en la sala de videos.

Por otro lado, dado que la práctica penetrativa anal no es tan común en el contexto de la sala de videos, el ano queda generalmente marginado de las zonas corporales accionadas en el intercambio erótico. Esto nos permite reflexionar sobre dos cuestiones. Primero, es un asunto de debate la clásica distinción de poder entre los roles sexuales pasivo y activo que es propia de los estudios latinoamericanos sobre homoerotismo entre hombres y que se refiere a que quien penetra no ve amenazada su masculinidad o -incluso- su heterosexualidad (Fry 1982; Lancaster 1988)16. Puede decirse que la gran mayoría de los encuentros sexuales en la sala de videos no pasa por esta dicotomización de roles y que, por el contrario, evidencia las múltiples y fragmentarias posibilidades deseantes, corporales e intersubjetivas del homoerotismo entre hombres (Núñez 2007). Segundo, la presencia marginal del ano como órgano sexual en la sala reproduciría su estigmatización y rechazo como órgano abyecto que determina el sistema sexo-género heteronormativo al estar siempre cerrado (Kemp 2013); según esta representación, el ano solo se abre para cagar o para rebajar y/o emascular al macho -en el caso de los hombres pasivos- (Sáez y Carrascosa 2011). Si, como ocurre en la sala, nadie ofrece voluntariamente su ano para ser explorado, ningún hombre dejaría de serlo, es decir, ninguno vería frontalmente amenazada su masculinidad.

Líneas atrás detallamos que las interacciones sexuales más elaboradas, es decir, que van más allá de los roces eventuales o la exposición del pene, suelen ocurrir en la enorme mayoría de los casos, por no decir siempre, en los espacios privados y cerrados del cine o en aquellos donde hay menos luz. Esto quiere decir que cuando los hombres acuerdan una interacción sexual más elaborada -masturbación mutua, sexo oral o anal, por ejemplo-, se desplazan hacia uno de los baños de la sala o, en menor medida, hacia una de las habitaciones. Contrario a lo que podría pensar una persona desconocedora de estos espacios, las prácticas sexuales no son libremente performatizadas o contravienen necesariamente las convenciones sociales al respecto; por el contrario, allí se estaría reproduciendo la privacidad del acto sexual, el ocultamiento del cuerpo y la evitación de la desnudez.

El único espacio no cerrado en el que ocurren interacciones concretas es el cuarto oscuro (dark room) en el que, presumiblemente por la escasez de luz, se permite este tipo de prácticas sexuales abiertas, pues en realidad nadie puede ver mucho. La oscuridad y el anonimato que se propician allí pareciesen funcionar como aliados no solo para encubrir los secretos sexuales homoeróticos, sino también para soslayar los atributos físicos que, para algunos, es mejor disimular: los sujetos con cuerpos que podrían clasificarse como fuera del “patrón hegemónico”, como “muy feos”, “muy viejos”, “muy gordos”, “muy afeminados” o con discapacidades motoras, apuestan a estos espacios para tener una mayor chance de ligues sexuales17.

Para finalizar, quisiéramos señalar que, en esta sala de videos, así como en diversos espacios de homosocialización erótico-sexual, como las cabinas, otras salas de videos y casas de baño (saunas y turcos), los asistentes no solamente acuden para procurar encuentros sexuales, sino también para generar nuevos tipos de interacciones y acciones sociales, tanto con otros usuarios del espacio como en solitario. Los hombres que van a esta sala no siempre accionan vectores sexuales: algunas veces, en el patio, que es el lugar donde se permite este tipo de prácticas, simplemente toman una cerveza, fuman (cigarros o marihuana), escuchan música o revisan el celular (redes sociales como Facebook, WhatsApp o Grindr); otras veces simplemente descansan o incluso duermen, como lo hemos visto en este espacio y en otros del mismo tipo.

Teniendo en cuenta lo anterior, quisiéramos proponer el concepto de desparche erótico para denominar este conjunto de situaciones propias de los espacios orientados a la movilización del deseo y las prácticas homoeróticas entre hombres. La palabra parche significa, en su sentido más conocido, un trozo de algo -tela, por ejemplo- que se pone sobre otra cosa para tapar un defecto, una falta o una herida. En el estudio de María Teresa Salcedo (2000) en torno a la gente de la calle y sus construcciones territoriales sobre el espacio urbano en Bogotá (Colombia), se menciona que los parches son agrupaciones y desplazamientos a lo largo de trayectorias recorridas por grupos de personas y que, además, son el principal término de referencia para denominar la organización social de estas personas; los parches son formas de construir y apropiar creativamente lo urbano. Así, un parche sería como una acción de reparación, una sutura evidente que intenta curar las heridas del mundo18. Aunque la expresión puede haber tenido origen en la “cultura de la calle”, ha trascendido esa comunidad lingüística y se ha generalizado en el argot popular del país, especialmente entre las personas más jóvenes. Tener un parche es contar con un grupo de personas con las cuales se hace algo, con quienes uno se parcha. Estar desparchado, por otro lado, es no tener nada para hacer, es el antónimo de estar parchado -estar a gusto con una situación o en un lugar-; y qué desparche es una frase que se dice cuando uno no tiene nada para hacer o está aburrido.

Sin embargo, el concepto de desparche erótico aquí propuesto desplaza el desparche del lugar del aburrimiento, gracias a la posibilidad de la aparición de vectores eróticos que son agenciados en estos lugares de socialización. Recordando a Johnston y Longhurst (2010), los lugares tienen una materialidad y una emocionalidad que establecen conexiones con las personas que los visitan y los apropian con frecuencia. Usted puede estar desparchado en su casa y no encontrar nada para hacer, pero va a la sala de videos sin que necesariamente pretenda establecer una interacción sexual: puede desparcharse allá también, pero eso no quiere decir que la línea de fuga del deseo erótico no pueda aparecer en cualquier momento. Mientras el deseo se activa -sea por voluntad propia o la de otros sujetos deseantes-, usted puede fumarse un cigarrillo, oír música en el celular, revisar su WhatsApp o dormir una siesta.

El desparche erótico está vinculado con la complicidad que proviene, como decíamos anteriormente, de la frecuencia con que los visitantes asisten al lugar: reconocer a un conjunto de personas como sujetos con quienes alguien puede parchar implica pensar en una construcción de familiaridad con este lugar y las personas que lo visitan. En sintonía con la discusión planteada por Delgado (2007) sobre el adentro y el afuera -lo interior y lo exterior, lo privado y lo público- en la construcción de lo urbano, es posible concebir la sala de videos como un adentro diferente del afuera del espacio público -pero también distinto del adentro de, por ejemplo, los espacios familiares y del hogar-, donde existe la opción de realizar acciones que no son sometidas a percepciones y juicios públicos; un lugar habitable donde vivir un parche que repare las heridas del mundo. A la vez, se puede considerar como un espacio en el que las relaciones con los demás sujetos que transitan por este lugar están en constante tensión entre el reconocimiento mutuo -al tener unas prácticas y deseos comunes- y el anonimato y la volatilidad propias de lo público, donde también aparecen constantemente cuerpos extraños que se aceptan o se rehúyen; donde el otro público no es solo amenazante, sino también deseado, faltante, como diría Manuel Delgado (2007), lleno de mundo.

El desparche erótico es más evidente en los hombres de mayor edad que asisten a este lugar. Los sujetos jóvenes parecen agenciar unas prácticas espaciales y erótico-sexuales más afanosas, con mayor premura en la búsqueda de interacciones sexuales con otros hombres en la sala. Los de mayor edad, por el contrario, pasan un mayor tiempo dentro de las instalaciones y no están en constante búsqueda de un encuentro sexual; son ellos quienes más fácilmente entablan charlas casuales con los otros usuarios del lugar, escuchan música en sus celulares, consumen cerveza o fuman. Esto también nos propone pensar en las diversas intensidades del deseo, atravesadas por los marcadores sociales generacionales. El deseo no es experimentado de igual forma por todos los asistentes ni en todos los momentos; tiene picos de excitación, mesetas de intensidad y valles aplanados en los que pareciese que no pasa nada. Es en esos valles donde el deseo se rearticula, se da una pausa para reactivarse o se enlaza a otras prácticas que no son exclusivamente sociosexuales donde aparece nuestro concepto del desparche erótico.

Reflexiones finales

Las salas de videos pornográficos, junto a otros lugares públicos como bares, discos, baños y saunas, se constituyen en referentes para la historia de la homosexualidad masculina del siglo XX, puesto que, como lo plantea Boivin (2011), fungieron como lugares de refugio ante la persecución y el estigma de estos sectores. Sin embargo, con la llegada del nuevo siglo y sus panoramas políticos frente a la diversidad sexual, la socialidad de aquellas poblaciones se ha transformado: por un lado, ahora hay un fuerte énfasis en las aplicaciones y las redes sociales en internet -un referente que genera otras lógicas del deseo y otros procesos de subjetivación-; por otro, algunos lugares de homosocialización conservan su prestigio -como las discotecas y bares-, mientras que otros parecen condenados a su desaparición o, por lo menos, a su declive, como es el caso de las salas de videos pornográficos. Por ello, estas salas podrían catalogarse como vestigios que, aún en servicio, simbolizan una historia material y social de la homosexualidad en Pereira y en la región; pese a que sus puertas apenas abrieron en el año 2000, sus instalaciones y dinámicas evocan muchas situaciones propias del siglo pasado. Entre tanto, sus visitantes negocian entre las prácticas y subjetividades homoeróticas características de los mundos contemporáneos y las formas de agenciamento del erotismo y la sexualidad ancladas en el siglo XX que, cada vez, independientemente de la estricta dimensión cronológica, parece más lejano.

Sumado a lo anterior, los visitantes de la sala de videos parecen escabullirse del manto de las políticas LGBTQ+ contemporáneas, de las políticas de salud sexual y de lo que Gregori (2008) ha llamado erotismo políticamente correcto. Por una parte, las políticas sobre diversidad sexual y salud se han amparado en los principios de las llamadas políticas de la identidad (identity politics) -un referente norteamericano y europeo- que desatienden el carácter ambiguo del homoerotismo en América Latina, en el cual las prácticas sexuales con alguien del mismo sexo no implican, necesariamente, improntas identitarias o nominaciones fijas. Como lo plantea Domínguez-Ruvalcaba (2019), se debe plantear una distinción entre políticas de la identidad y políticas del placer para comprender los escenarios homoeróticos latinoamericanos: mientras las primeras insisten en unas exigencias políticas y éticas de democratización frente a los Estados y la sociedad civil, las segundas ratifican una centralidad en el hedonismo, propuesta que -según el autor- sería difícil de formalizar en los espacios legislativos. Por otra parte, Gregori (2008) alude al erotismo políticamente correcto para hacer referencia a un discurso de las instancias “pro sexo” contemporáneas, que se adscriben a unas lógicas del mercado, de la salud y de los discursos de crecimiento personal y que terminan creando nuevas fronteras morales y políticas sobre la sexualidad.

¿Quiénes son los sujetos a los que puede desear el Estado y cuál es el tipo de deseo que es legitimado por él? Estas son dos de las preguntas que formuló Judith Butler en su clásico libro Deshacer el género (2006). El Estado dialoga con gais, con la “comunidad LGBTQ+”; no dialoga con putos (Parrini 2018) ni con arrechos. La sala de videos y sus visitantes se presentan como una periferia material y simbólica que pone en tensión versiones políticamente correctas e incorrectas de cómo se representa, se imagina y se practica el homoerotismo entre hombres, al tiempo que evidencian su inasibilidad estatal a través de sus políticas de salud sexual. El deseo homoerótico en este lugar siempre está intentando huir de los espacios públicos, de reglamentación, de identificación, de enunciación, incluso de los derechos: las subjetividades producidas por el deseo no precisan de un Estado que regule su operación; se articularán con las normas, contra ellas o a pesar de ellas (Parrini 2018).

Otro punto interesante para resaltar es el acercamiento al estudio de las masculinidades y sexualidades, en específico del homoerotismo, en una región eminentemente conservadora que se resguarda en valores como la religión, la familia, la pujanza y el emprendimiento. En el imaginario nacional colombiano, el hombre de la zona paisa -macrorregión de la que hace parte el Eje Cafetero- se ha representado como un ser trabajador, emprendedor, responsable, con autoridad y buen padre, en otras palabras, un “hombre cumplidor” (Viveros 2002). Sin embargo, bajo la efigie del “hombre paisa” emergen unas fisuras, en este caso relacionadas con la sexualidad, que expresan las fracturas de esos modelos construidos con tanta vehemencia y obstinación. Los derroteros del erotismo, el deseo y el placer se convierten, por tanto, en los supuestos traidores de un modelo masculino prestigioso que históricamente ha convivido -a escondidas- con el homoerotismo, como lo detalla Guillermo Correa Montoya (2017) al rastrear los archivos médicos, jurídicos y de prensa, al igual que la producción literaria de la región.

El homoerotismo es la parte trasera de la masculinidad, es su sombra. Es ese relato denostado de la historia, ese lugar periférico de la geografía, ese secreto que se calla a cuestas, ese deseo que se soporta. La sala de videos que hemos analizado en este artículo es muestra de ello: no hay historia sobre ella; habita en el olvido de las crónicas de la ciudad. Es un enclave “desaparecido” en el centro de la ciudad, una ruina del siglo XX. Es un refugio de secretos, intrigas y conspiraciones. Es una frontera para los putos, liberales y arrechos.

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1Con respecto a los estudios sobre la consolidación de espacios “públicos” en América Latina para sectores sexodiversos en la segunda mitad del siglo XX, sugerimos revisar las investigaciones de Renaud René Boivin (2011) sobre Ciudad de México, Ernesto Meccia (2011) sobre Buenos Aires (Argentina) y Guillermo Correa Montoya (2017) sobre Medellín (Colombia).

2Las cabinas son espacios de reciente creación en el mercado erótico-sexual orientado hacia hombres que realizan prácticas homoeróticas. Estas aparecieron en las antiguas salas de internet o cibercafés, donde las personas accedían a servicios de conexión en línea pagando por determinado tiempo de conexión. Con el avance del internet domiciliario y telefónico —a través de los teléfonos inteligentes—, estos lugares perdieron público y muchos fueron transformados en espacios que mantienen su fachada comercial como lugares de internet, pero en los que ahora, en las cabinas donde están los computadores, se pueden establecer encuentros erótico-sexuales. Algunas de estas cabinas también ofrecen servicios similares a los de otros establecimientos orientados a prácticas sexuales homoeróticas, como cuartos oscuros (dark-rooms), música y venta de bebidas alcohólicas.

3Esta denominación obedece a una postura ética frente al lugar y sus visitantes con la cual se pretende mantener el anonimato del establecimiento, pero también se asume que las relaciones y prácticas sociales que vamos a analizar pueden ocurrir en otros espacios similares a este, pues no son exclusivas ni particulares de esta sala.

4El cruising es una práctica homoerótica transnacional consistente en la procura de encuentros erótico-sexuales en escenarios públicos como parques, playas o baños, entre otros.

5Entre los estudios que resaltamos en Colombia, encontramos las investigaciones de García (2004) y Ramírez (2014), enfocadas en las casas de baño y saunas del barrio Chapinero en la ciudad de Bogotá. Pineda (2014) y Plazas (2017) realizan sus investigaciones de maestría en salas de videos para adultos —similares a lo que analizamos en este artículo— en las ciudades de Medellín y Cali, respectivamente. No queremos desconocer otros ejercicios de acercamiento investigativo que se han desarrollado como trabajos de conclusión de pregrado en diferentes ciudades del país, pero tienen poca difusión.

6Aunque hablamos de seis meses de trabajo de campo “formal”, en realidad este periodo es más largo, pues hemos visitado el cine durante muchos años como usuarios, antes de aprehenderlo desde una perspectiva etnográfica. La sala de videos, entonces, no es simplemente un lugar captado como objeto de investigación, sino que también hace parte de nuestra historia personal. Para uno de los autores, fue un lugar que le llamó la atención desde que era pequeño cuando transitaba por esa zona de la ciudad, tanto por el carácter pornográfico descrito en la fachada y en los títulos de los filmes como por el morbo y la atracción que este espacio incitaba en los transeúntes.

7Por cuestiones éticas no señalamos con más precisión la ubicación del lugar ni presentamos un mapa en el que se pueda situar en una cartografía más amplia del centro de la ciudad. Esta decisión protege el anonimato de sus usuarios y, por petición de sus administradores, el del establecimiento mismo.

8Grindr es una aplicación de citas en línea destinada a hombres con prácticas homoeróticas. Su uso principal es la búsqueda de encuentros sexuales, aunque también es utilizada para generar lazos de amistad o sentimentales. Se creó en 2009 y se ha masificado en varias regiones del mundo, entre ellas, América Latina.

9 El vampiro de la Colonia Roma (1979), escrito por Luis Zapata, se ha convertido en un ícono de la literatura homosexual mexicana.

10La aclaración “en términos sexuales” se refiere a que muchas personas que se conocen por su asiduidad al lugar entablan relaciones más próximas al compañerismo: se saludan, hablan de temas no necesariamente sexuales, fuman cigarrillos o se toman una cerveza en compañía mutua, situación que será explicada con mayor profundidad en el próximo apartado.

11En Pereira, particularmente, las jerarquías de la geografía sexual homoerótica no obedecen estricta o exclusivamente a un asunto económico, como puede pasar en otras urbes más grandes. Por ejemplo, las tarifas de ingreso a la sala de videos no son muy diferentes a las de otros espacios de homosocialización —como casas de baño o incluso algunas discotecas y bares—, situación que puede estar mediada por el carácter menor de la ciudad y su no tan amplia oferta de lugares y servicios de este tipo.

12En los últimos años la sala de cine comenzó a ser frecuentada por más hombres venezolanos, debido al éxodo producido por la crisis humanitaria y económica del vecino país, situación que se convierte en otro marcador que genera segregación en las interacciones en la sala de cine. Uno de los asistentes venezolanos manifestó que en varias ocasiones había sido descartado de posibles encuentros sexuales por su acento extranjero. El rechazo se debe a los discursos xenofóbicos frente a la población venezolana migrante, cuyos hombres han sido representados como ladrones y vagos y como presuntos portadores de infecciones de transmisión sexual (ITS).

13Estas técnicas corporales de conquista también han sido señaladas por otros autores en el escenario del cruising (ver Langarita 2015).

14Ser arrecho está relacionado con la categoría putaria que trabaja Barreto (2016) en su análisis sobre las orgías en Río de Janeiro, como un elemento articulador de estas que también va más allá de tener un cuerpo “adecuado” o “bonito” y que implica que usted debe ser puto para tener éxito en estos espacios de intercambio sexual. Ser puto / ser perro también son frases que se dicen en el contexto de la sala de videos que estudiamos, como un elemento importante en la dinamización de las prácticas homoeróticas.

15El foreplay hace referencia a los actos previos (caricias, toqueteos, estimulación) al acto sexual penetrativo, cuya finalidad es, generalmente, propiciar condiciones de excitación, como la erección del pene en el caso de los hombres.

16En los estudios de Peter Fry (1982) y Roger Lancaster (1988) en los años ochenta en Brasil y Nicaragua respectivamente, se propone que el concepto de homosexualidad no se corresponde adecuadamente a los hallazgos etnográficos que evidencian sus trabajos de campo. Esto porque encuentran unos sistemas sociosexuales en los cuales existen hombres que tienen intercambios sexuales con otros hombres, quienes, al ocupar el rol activo (penetrador) de la relación, no ven clasificada su sexualidad bajo el rótulo homosexual —y la consecuente discriminación y estigmatización asociada a esta categoría—, mientras que el pasivo (penetrado) sí sufre estas sanciones sociales por cuenta de involucrarse en este tipo de prácticas.

17Para ahondar en reflexiones teórico-metodológicas sobre cuartos oscuros, recomendamos los trabajos de Díaz-Benítez (2007) y Pocahy (2012) en Brasil y Langarita (2015) en España, donde se resalta la oscuridad como elemento central que atraviesa las prácticas sexuales en esos lugares.

18De hecho, Salcedo (2000) también afirma que para los sedentarios —los urbanistas que no son de la calle—, los parches son defectos que avergüenzan a la ciudad, que evidencian la incapacidad del Estado para controlar la mugre y el desorden en el espacio público. En efecto, un parche, en su definición literal, no es invisible, siempre deja una huella de lo que intenta reparar.

*El ejercicio investigativo de este artículo es independiente y no hace parte de un proyecto financiado por alguna agencia de fomento a la investigación ni tampoco de un proyecto de tesis de mayor envergadura. Aprovechamos para agradecer la lectura previa de Ritzy Medina, Franklin Gil y Gina Arias; sus comentarios enriquecieron el análisis y la escritura del artículo.

Recibido: 27 de Abril de 2020; Aprobado: 16 de Septiembre de 2020

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