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Revista Colombiana de Antropología

Print version ISSN 0486-6525On-line version ISSN 2539-472X

Rev. colomb. antropol. vol.58 no.3 Bogotá Sep./Dec. 2022  Epub Sep 01, 2022

https://doi.org/10.22380/2539472x.2396 

Reseñas

Un buscador de cuentos. Reseña de Cuentos de la Conquista, de Gregorio Hernández de Alba

A tales seeker. Review of Cuentos de la Conquista, by Gregorio Hernández de Alba

Juan Carlos Orrego Arismendi1 
http://orcid.org/0000-0002-5974-9206

1Universidad de Antioquia, Colombia juan.orrego@udea.edu.co https://orcid.org/0000-0002-5974-9206


Cuentos de la Conquista (1937), segundo libro del antropólogo bogotano Gregorio Hernández de Alba (1904-1973), tuvo su segunda edición en julio de 2021, más de ocho décadas después de su estreno. La empresa corrió por cuenta del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), que dos años antes había reeditado otro libro canónico del mismo autor: Nuestra gente [Namuy misag]. Tierra, costumbres y creencias de los indios guambianos, colección de relatos etnográficos de Hernández de Alba y dibujos del profesor indígena Francisco Tumiñá Pillimué, trabajo aparecido originalmente en 1949 y cuya única actualización editorial había tenido lugar en 1965.

El libro está compuesto por un par de notas introductorias del autor y doce cuentos, casi todos inspirados en lecturas de las crónicas de Juan de Castellanos, Pedro Simón, Pedro de Aguado y Juan Rodríguez Freyle. En rigor, el corpus está integrado por catorce relatos, pues la penúltima sección es una serie de tres breves cuentos indígenas sobre animales, procedentes de la Amazonía brasileña y La Guajira, relacionados por las semejanzas de sus tramas. Los demás cuentos proceden de la reescritura que, con alguna libertad, hace Hernández de Alba de pasajes específicos de las crónicas mencionadas, cuyos escenarios culturales corresponden a varias etnias, entre ellas muiscas, panches, yariguíes, zenúes y paeces, y cuya temporalidad se define en un amplio periodo que abarca tanto las primeras aventuras de la Conquista, en el siglo XVI, como los últimos estertores de la Colonia, en el XVIII. Por supuesto, la edición del ICANH provee la obra de nuevos textos: una nota de Carlos Hernández de Alba -hijo del antropólogo-, una introducción biobibliográfica, un breve artículo informativo sobre Carlos Reyes y Rómulo Rozo -los artistas bachueístas que participaron en el ornamento de la edición de 1937- y la transcripción de una carta que este último envió a Hernández de Alba en 1933, a propósito del libro, que, ya por entonces, preparaba el autor.

No deja de ser llamativo que la primera edición de Cuentos de la Conquista hubiera aparecido en 1937. El primer auge de la literatura histórica había terminado en Colombia con el siglo XIX: sus remanentes fueron dos crónicas noveladas de Soledad Acosta de Samper, Aventuras de un español entre los indios de las Antillas (1905-1906) y Un hidalgo conquistador (1907), esta última -según cuenta Antonio Curcio Altamar (1975)- publicada originalmente con otro título, en 1879. De hecho, un ejercicio más cercano al de Hernández de Alba, esto es, una reescritura en clave de leyenda de algunos episodios de la conquista de los pueblos indígenas del interior, había tenido su último hito tres décadas antes de Cuentos de la Conquista: la novela o serie de relatos históricos -la obra se encuentra a medio camino- El Dorado (1896), del medellinense Eduardo Posada.

A partir de La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, el panorama de la narrativa colombiana de tema indígena privilegió los acercamientos etnográficos, más o menos enmarcados en la corriente del realismo social, y en los que son frecuentes las denuncias de las prácticas extractivistas adelantadas por diversos paladines de Occidente en territorios ancestrales. Esa es la perspectiva de novelas como la de Rivera y Toá. Narraciones de caucherías (1933), de César Uribe Piedrahita, y en buena parte lo es, también, de 4 años a bordo de mí mismo (1934), de Eduardo Zalamea Borda. De hecho, esta última obra es representativa de cierto espíritu exploratorio de los territorios nacionales que animó a un sector de la intelectualidad colombiana por esos años, espíritu que vio en el desierto guajiro un escenario ideal de enigma y aventura. Además de la novela de Zalamea Borda, también se interesan por la península las estampas de viaje reunidas por Salvador Tello Mejía en Selvas colombianas (1930); Las pampas escandalosas (1936), crónicas de José Ramón Lanao Loaiza, y, precisamente, la Etnología guajira (1936), primer libro de Gregorio Hernández de Alba y, virtualmente, el primero escrito en el país, con perspectiva sincrónica, por un antropólogo profesional.

Tomás G. Escajadillo (1994), uno de los críticos más influyentes de la literatura de tema indígena, ha establecido que la corriente indigenista de la narrativa hispanoamericana reúne, entre sus rasgos característicos, el de la proximidad etnográfica que se verifica entre el escritor y el mundo indígena referido en el texto. Pues bien, esta propuesta ha tenido como consecuencia que la literatura histórica sea excluida de golpe y porrazo de esa corriente, todo ello bajo el supuesto de que sus imágenes de los aborígenes son indianistas, esto es, que las lastran una perspectiva remota y un cuño romántico, católico e hispanófilo que no dejan lugar al proyecto de reivindicación del indio, constitutivo del indigenismo propiamente dicho. Esta manera de ver las cosas olvida, empero, que las primeras reivindicaciones de la vida americana se materializaron, en el discurso escrito, como reconstrucciones de la cosmovisión y la historia local, tal como en los Andes ocurrió con la obra de Felipe Guamán Poma de Ayala e Inca Garcilaso de la Vega. Asimismo, basta pensar en la potencia literaria y política de episodios como el del secuestro y ejecución de Atahualpa -entre muchos otros, magnificados por los tratados históricos decimonónicos- para tener una idea clara de la proximidad de la narrativa histórica con la cruzada de reivindicación del indígena.

Precisamente por alimentarse de manera directa en fuentes documentales de la Conquista y la Colonia es que Cuentos de la Conquista puede ponerse en situación de emitir un mensaje indigenista: la justa venganza del indio frente a la crueldad y la rapiña españolas es leitmotiv en la colección, una de cuyas piezas -“Los palenques gloriosos”- erige una historia de resistencia del pueblo zenú como modelo de heroísmo nativo. En varios pasajes, con su propia voz de autor, Hernández de Alba hace explícita su pretensión de reivindicación: en las notas del preámbulo escribe que pretende “hacer amable al indio” (2021, 53), y en la introducción del relato “Las brujas de la loma” consigna un lamento significativo en el que trasluce su solidaridad:

Pasan, pues, esos años de transición que tantas cosas me han hecho sentir al leer la conquista de estas tierras; años duros, terribles para el sobreviviente de esa raza que destrozaron perros y aplastaron caballos, que fue forzada a entregar surcos, a abandonar caciques y dejar religiones. (73)

Según advierte Carlos Hernández de Alba en la nota que hace las veces de prefacio de la nueva edición, Cuentos de la Conquista fue la primera manifestación indigenista pública de su padre, un hombre que, a causa de ese mismo compromiso, habría de soportar un ataque explosivo contra su casa, en Popayán, en enero de 1950 (Londoño 2014).

En refuerzo de lo anterior, cabe decir que Cuentos de la Conquista no escapa a la estética indigenista de su época. Pese a que no asume un enfoque de proximidad etnográfica -como no sea en la serie de los tres cuentos de animales-, en su factura son reconocibles algunos rasgos característicos de la narrativa de Jorge Icaza, quien, por entonces, gracias a la publicación de Barro de la sierra (1933) y Huasipungo (1934), se destacaba en la nómina de los indigenistas andinos. La crudeza y el feísmo que la crítica continental notó -o, más exactamente, reprochó- en Icaza encuentran eco en la prosa de Hernández de Alba; de ello es ejemplo un pasaje del ya mencionado cuento “Los palenques gloriosos”, en el que se alude sin escrúpulo a la agonía última de los valientes zenúes: “mas la sonrisa que despeina las barbas se va tornando en gesto de sorpresa y expresión de terror [_] al distinguir entre el crujido de la madera que destruyen las llamas, el chirrido de carne que se quema” (Hernández de Alba 2021, 90). El ajusticiamiento de Pedro de Añazco, en “Así fue la Conquista”, se pinta con similares colores. Al mismo tiempo, hay semejanzas formales sugestivas, como esta transcripción de los lamentos anónimos de la comunidad de San Juan Crisóstomo de la Loma en “Las brujas de la loma”, nítido reflejo de los coros dramatúrgicos que abundan en Huasipungo:

-La hija de Salvador Escalante fue muerta por María Mandona.

-También le hizo mal a la india Chapeta.

-Quería envenenar al fiscal. Dos veces le dio sus bebedizos.

-Yo vi a María del Carmen hacer en Ocaña maleficio con dos sapos.

-Leonela Hernández mató a su marido, Juan de la Trinidad, y lo enterró en el monte. (75)

Con todo, Hernández de Alba lleva su proyecto de “hacer amable al indio” demasiado lejos. Además de querer denunciar los desmanes hispánicos y ensalzar la heroicidad nativa, cree haber encontrado trazas ocultas de los auténticos sentimientos y mentalidad indígenas. Esto escribe en los párrafos introductorios del libro: “el constante adjetivar de necio, bruto, traidor y endemoniado al indio que defiende su vivir de hace siglos, me hizo pensar en la ignorancia que de los sentimientos y mente de los hombres prehispánicos tenemos hoy sus nietos” (Hernández de Alba 2021, 52); y a propósito de la pesquisa en las crónicas agrega: “hallé episodios que llevaron mi idea hasta esos tiempos de la Conquista, haciéndome reconstruir el origen de un hecho y dándome vislumbres del alma misteriosa de la América antigua” (52). La filiación conservadora del autor, el relativo hispanismo profesado por la sociedad letrada de la época y las posibilidades -o mejor, los hábitos- de la investigación sociocultural de entonces no alcanzaban para vislumbrar lo pretencioso e inviable del proyecto: deducir la sensibilidad y la perspectiva indígenas del testimonio de las crónicas españolas; ponderar el sufrimiento de la víctima con base en el informe del victimario. El lector contemporáneo de Cuentos de la Conquista no puede evitar sobresaltarse al comprobar cómo esos personajes indios, a los que se pretende mostrar en su realidad psíquica, hablan como los mismos conquistadores. En “Un héroe panche”, por ejemplo, un guerrero nativo se enfrenta a un ejército español con las únicas armas de su macana y un parlamento grandilocuente del que son encabezado estas palabras de fina retórica caballeresca:

No soy sino hombre, nacido y criado en esta tierra, donde soy bien conocido por mi nombre, y de donde antes de ayer me fue forzoso salir, que no debiera, y ayer ya muy tarde encontré unos coyaimas, mis parientes, que venían huyendo, y tan acobardados que parecía venía ya la muerte sobre ellos. (81)

Como efecto del mismo procedimiento -asumir como documento etnológico la versión de los dominadores-, la colección, con todo y su intención indigenista, no puede evitar salpicarse con el punto de vista español. Por eso son encomiados como valores la nobleza y el honor patriarcal, extrapolados, sin empacho, como elementos constitutivos de la mentalidad indígena -tal y como advierte Luis Fernando Restrepo (2014), autor de uno de los pocos comentarios críticos sobre Cuentos de la Conquista-; se filtran expresiones de proselitismo cristiano, alguna con ribetes de entusiasmo providencialista; y se enaltece la valentía de los españoles, pese a que -como en “Así fue la Conquista”- el cumplido recaiga en Añazco, a quien, al mismo tiempo, se quiere presentar como a un hombre violento e implacable, cruel fustigador de los timanaes. Ese tipo de ambigüedad axiológica es común en la narrativa histórica basada, preponderantemente, en fuentes documentales españolas, ya se trate de la novelística del siglo XIX o de obras contemporáneas como las que integran la trilogía de William Ospina sobre la Conquista: Ursúa (2005), El País de la Canela (2008) y La serpiente sin ojos (2012).

Con todo y las contradicciones que puedan percibirse, la apuesta documental de Hernández de Alba no deja de tener un valor metodológico. A un lado de las irreprimibles manifestaciones de simpatía hispanista, la apelación del autor a las crónicas busca divulgar pasajes que podrían resultar significativos para los investigadores. Se lee en las notas introductorias: “Tal contento me dieron estos relatos de incursión a lo indígena, que quise anotarlos, publiqué luego algunos y me llevó por último el deseo a reunirlos en este libro que quizá dé asidero a estudios serios” (Hernández de Alba 2021, 52). Por la misma razón, al final de cada relato se ofrecen las referencias de las fuentes que han inspirado el relato. Llega a parecer que Hernández de Alba pusiera su trabajo de historiador a salvo de las libertades de la reescritura, o mejor, que lo que ha imaginado o recreado según su libre albedrío tuviera la única función de servir de marco contextual a una revelación documental valiosa. Si los parlamentos indígenas se hacen artificiosos desde el punto de vista del realismo literario, son verdaderos como datos documentales: Hernández de Alba no ha inventado esas palabras, sino que las ha recogido, con escrupulosidad, en el archivo. Sobra decir que si lo que está consignado en las crónicas de Indias no contribuye a conocer la mentalidad indígena, sí lo hace a propósito de la española.

Vistas así las cosas, es necesario hacer una distinción entre los relatos de Hernández de Alba y otros escritos que, a primera vista, se les asemejan. Me refiero específicamente, una vez más, a las leyendas históricas, género muy común y celebrado en la América del siglo XIX gracias al talento lector y narrativo de escritoras como Gertrudis Gómez de Avellaneda y Soledad Acosta de Samper, y que, incluso, conocieron los últimos años del siglo XX por la pluma de María Luz Arrieta de Noguera. Se trata de narraciones amenas en las que, aunque se sigue la trama general de anécdotas tradicionales, suelen incorporarse modificaciones a favor del dramatismo o la redondez literaria de las historias contadas. Eso es precisamente lo que no ocurre en Cuentos de la Conquista, a pesar de sus efusiones indigenistas o hispanófilas y de sus eventuales excesos retóricos: las historias no agregan episodios no documentados, sin importar que, de ese modo, no se salve la llaneza de algunos argumentos. En “Por justicia y por amor”, los personajes no se definen con nitidez, pues basta que ellos sirvan el propósito de noticiar -no de narrar con detalle- una venganza indígena; en “Las brujas de la loma”, el desenlace es una sentencia judicial previsible, no un romántico nocaut que redima la magia nativa; en “Undachí, el cura indio”, la historia de un falso sacerdote paez termina con el largo inventario de lo que las autoridades encontraron en su capilla, de modo que la gravedad de los folios acaba imponiéndose sobre la intriga.

Hernández de Alba no se llama a engaño sobre el carácter sui géneris de los relatos que integran su libro. A esos pasajes, significativos por hacer parte de una historia documentada, pero autónomos al punto de poder ser narrados y apreciados en extrapolación, los llamó cuentos historias; lo hace, precisamente, en la última línea del cuento sobre el cura indígena: “Con lo cual acabó también, por siempre, la grandiosa aventura de Undachí [...], y se acabó también este mi cuento historia” (Hernández de Alba 2021, 95). Algo que no es su desarrollo natural determina el final del cuento, y este emerge de manera tan abrupta -o al menos tan inesperada- que hay que anunciarlo al lector para, de algún modo, granjearse su venia. Se engaña el lector que interprete el título del libro recién reeditado por el ICANH como anuncio de que la colección está conformada por cuentos sobre la Conquista, esto es, que han querido, libremente, ambientarse en ella: lo que se compila, realmente, son unos cuentos que están en la Conquista. Los relatos le pertenecen a esa experiencia histórica, y no a quien se ha tomado el trabajo de excavar en las crónicas hasta encontrarlos.

Referencias

Curcio Altamar, Antonio. 1975. Evolución de la novela en Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. [ Links ]

Escajadillo, Tomás G. 1994. La narrativa indigenista peruana. Lima: Amaru. [ Links ]

Hernández de Alba, Gregorio. 2021. Cuentos de la Conquista. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia. [ Links ]

Londoño, Wilhelm. 2014. “Correspondencia inédita entre Gregorio Hernández de Alba y Andrew Hunter Whiteford, 1949-1950: aportes para una historia de la antropología en Colombia”. Revista Colombiana de Antropología 50 (1): 171-179. https://revistas.icanh.gov.co/index.php/rca/article/view/269Links ]

Restrepo, Luis Fernando. 2014. “De la etnoficción y la literatura indígena. Los Cuentos de la Conquista (1937) de Gregorio Hernández de Alba”. Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 39 (1): 15-27. https://doi.org/10.18192/rceh.v39i1.1666Links ]

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