Un índice muestra una relación, digamos de proximidad real, si seguimos a Peirce (1986), que puede ya haberse dado con el objeto. Un ejemplo es escuchar el ruido de un motor y tener la sensación de que un automóvil se acerca; otro, mirar humo y asociarlo directamente con fuego. El índice da cuenta de una huella que, como una marca, activa una asociación. En las fotografías de Juan Manuel Echavarría encontramos algunos elementos, como los tableros o pizarras, que funcionan como índices, ya que dan cuenta de que en esos lugares hubo un salón de clase, hubo una escuela, se impartía conocimiento. ¿Qué papel tuvo este conocimiento? Es decir, estas fotografías describen una temporalidad y una función en el espacio social; nos proveen una historia, un pedacito de historia en una localidad invadida de verde.
Pero también muestran el exceso de lo que se vuelve visible ante el desgarro de la imagen misma, lo que queda como resto y es atrapado en el lente de la cámara. Lo que queda allí. La letra como testigo, la pared levantada, el vacío que tiene tanta memoria. Una o es al mismo tiempo un mundo en sí mismo; concatenada con otras letras construye palabras y significados, narra experiencias y vivencias profundas, como el dolor, y sensaciones, como el olor. La muerte tiene un olor penetrante. ¿Cuántas cosas podemos decir con o? ¿Cuántos mundos son posibles con o?
Los Montes de María son una cadena montañosa, una región de bosque seco tropical cerca de la costa del Atlántico de Colombia. Devastada por el paramilitarismo -por las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), principalmente-, esta región es el escenario de un subcaso del macrocaso 08 de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP 2024)1, que corresponde a crímenes cometidos por la fuerza pública, agentes del Estado en asociación con grupos paramilitares o terceros civiles en el conflicto armado. Las AUC y las ACCU se enfrentaron por el control del territorio. Se dice que entre 1996 y el 2003 hubo cuarenta y dos masacres de población civil en la región (“El silencio” s. f.). Parece que era una ruta de mucho tránsito y de haciendas y ganado. Hubo una enorme cantidad de asesinatos, desplazamientos y desapariciones forzadas.
La imagen de la escuela connota un sistema de educación formal, que bien pudo ser instalado por el Estado o la comunidad. Sus vestigios quedan como una presencia casi fantasmal, como la materialidad de algo que hubo. Son escombros que, como señala Gordillo, “conllevan una crítica a la ideología de la ruina y ven las ruinas como la sedimentación de procesos de violencia y declinación antes que como objetos de contemplación” (2018, 25). El mismo autor habla del escombro como de la edificación derruida. Las pizarras o los tableros parecen haber sido dejados como rastros materiales de la propia guerra, de la violencia. Quedan como un nodo, una ruina, siguiendo a Latour (2013, 78), en la que convergen los restos humanos de quienes -nos imaginamos- usaron esos tableros con la vegetación creciente que comienza a ocuparlos. Lo que no se corresponde es la temporalidad. Hierba y humanos ocuparon este espacio en momentos distintos que son como capas sobrepuestas de él mismo. Se requeriría una biografía del lugar para conocer cómo fue su trayectoria, para saber qué hubo allí, qué sucedió y llenarlo de voces y recuerdos.
De alguna forma, la hierba crece y va tomando poco a poco el espacio; los animales que por ahí transitan también se lo apropian. Hierba, animales y no-humanos muestran que el espacio puede tener usos distintos y dar lugar a otras formas de relacionamiento. Lo dotan de una nueva significación y configuran una composición distinta que quedará atrapada en el juego de luz que produce la imagen y que da cuenta de su historia. Quizás también son testigos que quedan y que son parte de esas capas de violencia. El exceso de la hierba cubre como un manto el enmarañado pasado y a quienes por ahí anduvieron. Señala que sucedió algo y el silencio que deja el espacio vacío. Tal vez se trataba de la mejor pared, aquella destinada a sostener el tablero. Esa es la única que queda en pie.
Ocurre, asimismo, un desplazamiento de la significación entre la nueva ocupación y lo que queda de la anterior. Ese es, también, el desplazamiento de las tantas personas que pasaron por ahí, de las maestras y los maestros, de las niñas y los niños, de los padres y las madres.
La guerra se lleva todo a su paso, pero deja sus rastros. Deja hondos vestigios y huellas. Las imágenes de Juan Manuel Echavarría nos acercan a estos rastros y nos invitan a trazar sus biografías, sus trayectorias, a plantearlas a partir de las vocales que quedan, como la o. La imagen es, igualmente, una materialidad que impregna de significado, imaginario y afecto a quienes la vemos. ¿Dónde están esas niñeces de los Montes de María? ¿Dónde quedaron las historias particulares? La imagen se convierte en el testigo que da cuenta de lo sucedido. En ese vacío ocupado por tantas memorias e historias por venir, estas son lo que queda y lo que va dándose, enmarañándose en la hierba.














