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Revista Latinoamericana de Bioética

Print version ISSN 1657-4702

rev.latinoam.bioet. vol.14 no.2 Bogotá July/Dec. 2014

 

ARTÍCULO ORIGINAL

POSMODERNIDAD Y EDUCACIÓN: IMPERATIVOS CATEGÓRICOS DE LA POBREZA CONTEMPORÁNEA

POSTMODERNISM AND EDUCATION: CATEGORICAL IMPERATIVES OF CONTEMPORARY POVERTY

PÓS-MODERNIDADE E EDUCAÇÃO: IMPERATIVOS CATEGÓRICOS DA POBREZA CONTEMPORÂNEA

Jorge Antonio Herrera Llamasa

a Economista, especialista en Planeación, magíster en Desarrollo Económico para América Latina y doctor en Ciencias de la Educación. Docente de la Universidad de Cartagena, coordinador de investigaciones en la Facultad de Ciencias Administrativas y Contables, de la Universidad de San Buenaventura (Cartagena). Correo electrónico: jaherrerallamas@gmail.com

Fecha de recepción: 4 de abril de 2014
Fecha de evaluación: 15 de mayo de 2014
Fecha de aceptación: 9 de junio de 2014


RESUMEN

Este artículo se fundamenta en los postulados de la teoría del círculo vicioso de la pobreza, analizando la situación de marginalidad social, desigualdad y vulnerabilidad que aqueja a un porcentaje de la población mundial. Metodológicamente el estudio se aborda desde una perspectiva deductiva y holística de la realidad, se analiza el fenómeno de la pobreza en sus diferentes dimensiones sistémicas en un contexto histórico definido por la aplicación cíclica de modelos y paradigmas económicos. El objetivo es demostrar cómo la pobreza se ha convertido en un tema mítico donde las doctrinas económicas y sociales no la han podido definir ni medir eficazmente. La pobreza, cabalgando entre modernidad ilustrada y la postmodernidad emancipadora, constituye la frustración de ideologías, teorías y principios que tuvieron la pretensión de ser depositarios éticos de la verdad en sus axiomas, al tiempo que perpetuaba la marginalidad social.

Palabras clave

Educación, marginalidad social, pobreza, postmodernidad, vulnerabilidad.

ABSTRACT

The article is based on the postulates of the theory of the vicious circle of poverty, analyzing the situation of social marginalization, inequality and vulnerability that is a significant percentage of the world population. Methodologically the study is approached from a deductive and holistic view of reality; the phenomenon of poverty in its various systemic dimensions is analyzed in a historical context defined by the cyclic application of economic models and paradigms. The aim is to show how poverty has become a mythical theme where economic and social doctrines have not been able to define and measure effectively. Poverty, riding between illustrated modernity and emancipator postmodernism, constitutes the frustration of ideologies, theories and principles that had the ambition to be ethical custodians of the truth in its axioms and at the same time perpetuating social marginality.

Key words

Education, social marginality, poverty, postmodernism, vulnerability.


RESUMO

Este artigo baseia-se nos postulados da teoria do círculo vicioso da pobreza, analisando a situação de marginalidade social, a desigualdade e a vulnerabilidade que atinge uma porcentagem da população mundial. Metodologicamente o estudo é abordado a partir de uma visão dedutiva e holística da realidade, se fez o analise do fenómeno da pobreza nas suas diferentes dimensões sistêmicas num contexto histórico definido pela aplicação cíclica de modelos e paradigmas econômicos. O objetivo é demonstrar como a pobreza tornou-se um tema mítico onde as doutrinas econômicas e sociais não têm sido definidas nem se medir de forma eficaz. A pobreza, indo entre a modernidade ilustrada e a pós-modernidade emancipatória, constitui a frustração de ideologias, teorias e princípios que tiveram a pretensão de serem depositários éticos da verdade nos seus axiomas, ao tempo que perpetuara a marginalidade social.

Palavras-Chave:

Educação, marginalização social, pobreza, pós-modernidade, vulnerabilidade.


INTRODUCCIÓN

Son muchas las hipótesis que a través de la historia del pensamiento de la humanidad han adjudicado a la educación cometidos disímiles en la evolución de las sociedades. Por ejemplo, en la antigüedad Platón construyó su ciudad ideal sobre la base de los valores y el gobierno de los sabios. Según él, en la enseñanza desde la infancia se encontraba la garantía de equidad y justicia propias de un Estado perfecto. Aristóteles, pese a su dilema entre una educación utilitarista o la formadora de virtudes, concebía la instrucción como la columna vertebral del ordenamiento social, garante del equilibrio entre gobernantes y gobernados.

La historia igualmente registra que del concepto ético generador de valores de la educación, o sea, de las fundamentaciones pedagógicas, didácticas y psicosociales, se pasó a forjarla como instrumento de dominio, hasta convertirse en una mercancía donde su valor de cambio desborda con creces su valor de uso. La dialéctica propia de las economías de mercado sometidas al llamado juego de suma cero hizo imprescindible eliminar lo que Theodore Shultz llamó la hipocresía académica, para engendrar la noción de capital humano, piedra angular de la sociedad del conocimiento (Becker, 1964).

La historiografía de las crisis, de los períodos entre guerras y de los colapsos económicos muestra la educación mimetizándose cronológicamente como un medicamento genérico con el que se ha prometido curar todos los males de la sociedad. En este orden de ideas, lo que parece constituir una educación terapéutica se ha vendido en los modelos económicos y declaraciones de la diplomacia internacional en la condición de antídoto de males como la pobreza, la exclusión social, la falta de tolerancia, el calentamiento global, la sustentabilidad del desarrollo y hasta remedio eficaz para lograr el control natal.

Entre la función multifacética dada a la educación en el ideario de los pueblos, está la de erradicar la pobreza y posibilitar el ascenso social. No obstante, pese a estar inmersa en la mayoría de los planes de desarrollo y recetarios económicos anticíclicos, la marginalidad y la postración económica y social permanecen en el tiempo como algo connatural a la especie humana. El análisis objetivo de la eficacia contextual histórica de la educación para romper el círculo vicioso de la pobreza constituye un aporte en desmitificar el binomio educación-miseria. La visión quimérica que en ocasiones se le ha dado a la pobreza, lleva a concepciones herradas de sus descriptores existenciales, lo que da origen a herramientas y silogismos estadísticos en ocasiones exóticos.

La desesperanza y la desilusión de los paradigmas engendrados a granel por la modernidad, basada en la ilustración y las connotaciones del Estado-nación al servicio de la dignidad humana, crea un nuevo estereotipo de conducta social, con nuevos imperativos categóricos (Kant, 1790). En este escenario, la idea de la República de Platón es utopía. La postración de un considerable número de la especie humana, aquejada por la pobreza extrema rompe en pedazos el contrato social de Rousseau y el animal político de Aristóteles se convierte en el animal económico de la postmodernidad.

EL MITO ÉTICO DE LA POBREZA

Todo un sumario de paradigmas y principios se tejen alrededor de la pobreza, desde aquellos que la mitifican como algo que se retroalimenta así misma con el comportamiento irracional de los pobres, hasta los que estoicamente manifiestan que se es pobre hoy porque se fue pobre ayer e irremediablemente se será pobre mañana. En la práctica, estas posturas pesimistas esconden el fracaso de quienes no han aplicado políticas eficaces a un fenómeno estructural; en su defecto, la pobreza ha sido tratada como un problema de carencia, de donación y de actos simbólicos de filantropía y humanismo digno de reconocimiento.

En torno al concepto de pobreza existe un considerable número de teorías, axiomas, modelos y principios que desde diferentes vertientes económicas, antropológicas, sociales, y aún desde la óptica de la mezcla de disciplinas como la Neuroeconomía, tratan de dar una explicación a una realidad tan evidente, pero difícil de definir desde la academia y aún más complicado encontrar indicadores o herramientas eficaces que midan sus complejas dimensiones1.

La métrica macroeconómica exhibe todo un compendio de herramientas estadísticas para diagnosticar la pobreza. En este contexto, se puede ser pobre visto desde las necesidades básicas insatisfechas (NBI), desde la línea de la pobreza, disponer de menos de 1,25 dólares al día, exclusión social y desigualdad, índice de desarrollo humano (IDH), índice de pobreza multidimensional (IPM) y hasta el no contar con la libertad como condición del desarrollo (Sen, 2000).

Algunos buscan en el mismo pobre la razón de su postración, hasta se llega a considerar esta penuria social como algo natural de un segmento de la especie humana que antropológicamente genera una cultura de la pobreza. Explicaciones exóticas como la de Oscar Lewis que amparadas en silogismos antropológicos caracterizan a la pobreza con aspectos relacionados con odio a la policía y gobiernos, desconfianza del gobierno, cinismo frente a la Iglesia y fuerte orientación a vivir el presente (Lewis, 1961).

Lo paradójico de este escenario es que lo normal, en el imaginario de los pueblos, sea darles a los mitos la categoría de realidad, pero en el debate sobre la pobreza, esta cruda realidad, la inoperancia de las políticas con que se ha pretendido solucionar la ha elevado a la condición de mito.

La pobreza y sus efectos que pauperizan al hombre existen independientemente del aforismo que los defina y de los instrumentos con que se pretendan medir; la marginalidad, la exclusión de los beneficios generados por los adelantos científicos y tecnológicos y la denigración humana reflejada en la destrucción de los valores indican que se está ante un problema bioético que debe tratarse teniendo presente que las metas y objetivos propuestos deben tomar el respeto a la vida como referente libre del guarismo estadístico.

La cuestión de la pobreza debe sustraerse del elemental ejercicio academicista en un escenario donde la carencia de los elementos materiales necesarios para vivir dignamente en sociedad se conjuga con la abierta violación de los derechos humanos propiciada por quienes, utilizando artificios estadísticos, permanecen indolentes ante la miseria que padece un alto porcentaje de la población. El hambre, la desesperanza y la exclusión social concretizan un panorama de miseria humana que en cadena dificulta el logro de objetivos consecuentes como la educación y la movilidad social. El informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) da cuenta de la grave situación en la que se encuentra un considerable número de la población mundial (Figura 1).

Según cifras de la ONU, en África subsahariana el 48% de la población vive con menos de 1,25 dólares al día; la FAO plantea que 842 millones de personas en el mundo están aquejadas de hambre crónica, o sea, no cuentan con una seguridad alimentaria. Por su parte, el PNUD muestra que la esperanza de vida al nacer en Sierra Leona es de 48 años en plena sociedad postmoderna. Si aún con metodologías apócrifas se habla de 67 millones de personas que en el mundo están desempleadas, entonces, como lo plantea Armando Pérez de Nucci (2012), se requiere una ética para la erradicación de la pobreza. En síntesis, el problema de la pobreza es una cruda realidad y no termina con la acción de concebirla como un mito ético.

DEL DESARROLLISMO A LA POSTMODERNIDAD

En los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial los debates se caracterizaron por su acentuado contenido social. Los estragos de la contienda se extendieron por todo el mundo y esto obligó a los gobiernos de turno a fomentar el desarrollo como una forma de resarcir el daño causado y a la vez garantizar que jamás se repetiría tan infausto evento.

La diplomacia multilateral, con apariencia de plenaria pública, cobró protagonismo y aclimató así prometedores modelos de relaciones internacionales e instauró un nuevo orden económico. Nacieron así organismos como el Fondo Monetario Internacional (1944), el Banco Interamericano de Reconstrucción y Fomento (1945), la Organización de las Naciones Unidas (1945), el Banco Interamericano de Desarrollo (1959), entre otros (Pearson y Rochester, 2000).

Se habló de pobreza, de marginalidad y de todo un mosaico de formas determinísticas para medirla y erradicarla. La Organización de las Naciones Unidas invocó el principio de igualdad y tolerancia entre los pueblos considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo constituían el pilar de la dignidad de todos los hombres, hombres que en la práctica habían quedado repartidos o escriturados a quienes se sintieron legítimos ganadores de la guerra.

En estas circunstancias, se hacía necesario endiosar un código de paz que al mismo tiempo reivindicara los valores humanos; es decir, se creaban las bases de un biopoder que gravitando entre teorías, leyes, códigos, credos y principios en la dialéctica inverosímil, ya no de los contrarios, sino de los dominadores (Corporaciones) y los satisfechos dominados (Consumidores), engendraría el dominio de los mercados2 (Foucault, 1985).

Se requería de un nuevo ordenamiento jurídico supranacional que fijara las reglas y los límites de tolerancia en el nuevo contrato social, a la usanza de lo que Juan Jacobo Rousseau llamó "el derecho de gente" (Rousseau ,1762). Así, la asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas mediante la Resolución 217 del 10 de diciembre de 1948 proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos que en su preámbulo manifiesta:

LA ASAMBLEA GENERAL proclama la presente DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción (p.1).

En general, se habló de dignidad, justicia y paz como derechos inalienables de todos los hombres; la reconciliación sería la garante del progreso social y de mejorar el nivel de vida de la población, se consagró el derecho al trabajo y a la protección contra el desempleo como uno de los requisitos sine qua non para el naciente ordenamiento.

El escenario estaba planteado y las ambiciones prospectivas reclamaban herramientas eficaces que hicieran realidades semejantes, cometidas en un mundo donde del caliente de las armas se pasaría inexorablemente a la amenaza latente de la Guerra Fría. En tales circunstancias, se enarboló la educación como piedra angular del sistema ensalzándola al nivel de derecho fundamental. Referente a la educación superior, se acuñó el concepto de mérito para su acceso, como lo plantea el Artículo 26 de la Declaración de los Derechos Humanaos:

Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos.

En este sentido, aparece la educación como una herramienta imprescindible para disminuir la brecha que había quedado entre los tres mundos de entonces: Estados Unidos y sus asociados, la Unión de Repúblicas Socialista Soviética (URSS) y los países pobres llamados eufemísticamente tercermundistas. Lo cierto es que el concepto de meritocracia legitima la desigualdad en el acceso a la educación superior, puesto que al condicionar su ingreso a los méritos del aspirante se olvida de la desigualdad de condiciones en un mundo desequilibrado económica y socialmente (Herrera, 2013).

La Carta de las Naciones Unidas firmadas el 26 de junio de 1945 en su preámbulo manifiesta la necesidad de promover el progreso social y elevar el nivel de vida involucrando el concepto de libertad. En estas circunstancia, la lucha contra la pobreza constituyó una de las finalidades del naciente sistema de cooperación multilateral propugnando por la instauración de un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos (ONU, 1945).

En 1990, según los análisis de la ONU, los esfuerzos no habían arrojado los resultados esperados y después de 45 años de lucha contra la pobreza utilizando a la educación como herramienta idónea para acelerar el progreso social, la pobreza le ganaba la carrera al concierto de teorías y paradigmas con las que se pretendió frenar.

Así, los datos estadísticos daban cuenta de la subsistencia del 56% de los habitantes del África subsahariana con menos de 1,25 dólares al día; el panorama no era alentador en otras regiones como en el Asia meridional y América Latina y el Caribe, donde estos niveles de población en semejante situación alcanzaban el 52% y el 12% respectivamente. Referente a la educación el mundo mostraba el siguiente diagnóstico:

1. Más de 100 millones de niños y de niñas no tenían acceso a la enseñanza primaria.

2. Más de 960 millones de adultos eran analfabetos.

3. Más de la tercera parte de los adultos del mundo carecían de acceso al conocimiento impreso y a las nuevas capacidades y tecnológicas

4. Más de 100 millones de niños e innumerables adultos completaban el ciclo de educación básica.

La marginalidad, la pobreza extrema y la falta de educación indicaban que la estrategia del mecanismo internacional no surtió sus efectos, puesto que en las postrimerías del siglo XX el mundo presentaba cifras que debelaban la deuda social que se tiene con un considerable porcentaje de la población mundial.

Como consecuencia, la ONU cambió el concepto simple que tenía de la pobreza al recocer en el llamado Programa 21, firmado en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (UNCED), realizada en Río de Janeiro, Brasil (1992), que es un fenómeno de mayor magnitud: "La pobreza es un problema complejo y multidimensional con orígenes tanto en el ámbito nacional como en el internacional. No es posible encontrar una solución uniforme aplicable a nivel mundial" (cap. 3).

Al iniciar el siglo XXI las cifras de las Naciones Unidas mostraban un panorama sombrío donde la mitad de la población mundial vivía en situación de pobreza extrema al tener que subsistir con menos de 2 dólares al día. La situación en África y Asia meridional empeoraba con 800 millones de habitantes con menos de 1 dólar al día disponible.

En septiembre de 2000 en la Asamblea del milenio de las Naciones Unidas se formuló el plan conocido como Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) como herramienta de lucha contra la pobreza. Mediante este plan se pretende establecer objetivos y metas mensurables para los gobiernos; es decir, concretizar el discurso sobre temas específicos como la pobreza extrema y el hambre, universalizar la educación primaria, igualdad de género entre otros.

En el informe de 2013 sobre el logro de los ODM el secretario general de las naciones unidas BAN Ki- Moon manifestó su preocupación al anunciar que una de cada ocho personas en el mundo sigue padeciendo hambre y más de 2500 millones de personas carecen de instalaciones de saneamiento, y se concluye que los logros no han sido uniformes en los propios países ni entre ellos (ONU, 2013); sin embargo, las estadísticas muestran que en todo el mundo el porcentaje de personas en pobreza extrema se ha reducido a la mitad, puesto que en los países en desarrollo la proporción de personas que viven con menos de 1,25 dólares al día pasó del 47% en 1990 al 22% en 2010, lo que llevó a que en 2010 hubiera 700 millones de pobres menos (tabla 1).

El manejo de las metodologías y descriptores estadísticos cambian la visión que se tenga del fenómeno en estudio. Así, bastó entender por pobre absoluto a aquel que dispusiera de menos de 1,25 dólares diarios y en consonancia los gobiernos, como en el caso de Colombia, en un gesto de humanismo sagaz adopta el programa Familias en Acción, que transfiere aproximadamente esta cantidad necesaria para cuantificar menos pobres sin erradicar la pobreza.

Pero en realidad las nuevas generaciones han caído en lo que podría llamarse el letargo social de una sociedad sin afán por la trascendencia histórica. El día a día, las decisiones mediáticas sin demandar esfuerzo intelectual acrisolan el corto plazo como condición postmoderna. Pero, ante todo está presente el interés económico de generar mayores utilidades con los menores costos posibles al margen del beneficio social que de la labor empresarial se pueda derivar. Jean-François Lyotard (1979) plantea:

Esta lógica del más eficaz es, sin duda, inconsistente a muchas consideraciones, especialmente a la de contradicción en el campo socio-económico: quiere a la vez menos trabajo (para abaratar los costes de producción), y más trabajo (para, aliviar la carga social de la población inactiva). Pero la incredulidad es tal, que no se espera de esas inconsistencias una salida salvadora, como hacía Marx (p. 5).

La trampa del consumismo hedonista ha llevado a la sociedad casi que ha convivir placenteramente con la miseria; la desesperanza, el individualismo y el predominio del relativismo anuncian el fin de las utopías.

NUEVA FACETA DEL CÍRCULO VICIOSO DE LA POBREZA

Los países que tienen poca capacidad de ahorro y baja inversión caen en el círculo vicioso de la pobreza. Esta teoría desarrollada por Ragnar Nurske (1953) plantea que un país pobre sin capacidad de ahorro no puede invertir, por lo cual no tiene un incremento de la productividad nacional y por tanto no aumenta su riqueza (figura 2).

Esta teoría de corte pesimista presenta una solidez en su discurso referente a la aureola que se configura en torno a la pobreza; condiciones estructurales difíciles de superar en una economía de mercado donde el capital se invertirá solo si las expectativas racionales indican una mayor rentabilidad con el menor riesgo posible.

Las promesas de los organismos multilaterales como el Banco Mundial (2000) y la ONU (1945, 1990) le dieron preponderancia al gasto en educación como inversión en capital humano realizada por las personas para ser competitivas en el mercado laboral, factor importante consultado por los empresarios al momento de ofrecer un empleo. Desde este ángulo, el problema se reduce a una combinación de productividad y credencialismo que genera mayores ingresos y capacidad de ahorro, lo cual mejora la calidad de vida y consecuencialmente se rompe el círculo vicioso de la pobreza transformándolo en una estela de prosperidad (figura 3).

Visto de esta manera, se podría pensar que no hay un círculo vicioso de la pobreza, pero en realidad al momento de analizar cada una de los elementos surge una paradoja cuya incongruencia radica en que se impulsa el proceso educativo a espaldas del contexto laboral, lo que provoca el desempleo y subempleo profesional.

Los niveles de rendimientos y logros de competencias generales y específicas de la educación en gran medida dependen de la situación socioeconómica de la población. La carencia de recursos, especialmente de alimentos que proporcionen unas condiciones de nutrición adecuada, limita física y mentalmente a los estudiantes y esto crea desventajas en el aprendizaje y consecuencialmente poca preparación o deserción de los estudios. Este proceso se retroalimenta cerrando el ciclo que hace inviables las políticas que ven en la sola cobertura educativa la solución de la pobreza.

El salir de una institución educativa no es garantía de encontrar un empleo apropiado al perfil ocupacional, aunque en los últimos años el discurso académico haya incluido el concepto de pertinencia, especialmente en la educación universitaria. La realidad evidencia que los planes y programas que desde la década del 90 abanderaron la educación como herramienta para mejorar el nivel de vida de la población fracasaron en sus cometidos. La prevalencia del modelo credencialista, en esencia, busca mostrar cifras de titulados a granel, mano de obra certificada que engrosa los contingentes de desempleados o en su defecto de subempleados3.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) manifiesta que en el ámbito mundial la participación en el mercado laboral de los jóvenes entre 15 y 24 años viene decreciendo al ubicarse en un 54,7%; esto, sumado a que 67 millones de personas en el mundo están desempleadas devela un divorcio entre la política educativa, el mercado laboral y el comportamiento económico.

En el caso de Colombia, el análisis debe profundizar en la validación lógica de las metodologías utilizadas. La resonancia de las cifras, propia del modelo paramétrico, debe dar espacio de reflexión para que se analice con fundamentos éticos la magnitud de pobreza y exclusión donde se encuentra la población.

El Departamento Nacional de Estadística (DANE) muestra que en 2013 el 80,4% de las personas con título universitario estaban ocupadas, participando de un 7,2% de la ocupación nacional (tabla 2). Pero es importante pasar al siguiente descriptor que indica que el 42% de esos ocupados universitarios están empleados como obrero o empleado particular; la situación empeora si se agrega que el 25% gana menos de 1,5 salarios mínimos mensuales legales vigentes.

El espejismo y el mensaje subliminar inducido que nutre el guarismo estadístico pueden esconder la verdadera dimensión de la realidad y generar la sensación de un bienestar espurio. En este sentido, la población no sale del círculo vicioso de la pobreza ante la indolencia de quienes ocultan la miseria en datos paridos por enigmáticas metodologías. No basta que con medidas paliativas las metodologías borren pobres de los informes y con la metamorfosis estadística lo transformen en vulnerables.

Adam Smith, en 1759, con la teoría de los sentimientos morales planteo: "Nunca tiende más a corromperse la rectitud de nuestros sentimientos morales como cuando el espectador indulgente y parcial está muy cerca y el indiferente e imparcial está muy lejos" (p. 276).

La crudeza determinística aferrada a las cifras con que se matizan las características del nuevo círculo vicioso de la pobreza invita a reflexionar sobre las políticas, modelos y paradigmas que al someter a la población al inútil juego de prueba y error eternizan la marginalidad social.

CONCLUSIONES

Los adelantos sin precedentes en la ciencia y la tecnología, especialmente en las telecomunicaciones y en el transporte, crean la sensación de ser ciudadano de un mundo inmerso en un contexto global inclusivo y sin fronteras fácticas, donde la realidad y la ficción comparten la misma dimensión temporal.

El sincretismo doctrinar de final del siglo XX e inicios del presente milenio parece romper con las rigideces de ideologías que en el pasado condenaron a la población a militancias inducidas. Del capitalismo crudo, basado en la acumulación de bienes materiales, se pasó a las modernas formas de propiedad intelectual de la economía del conocimiento; las ideas socialistas de un Estado central sucumbieron ante el predominio de los mercados. Frente a estas evidencias concretas no es aventurado afirmar que se han roto todos los paradigmas políticos, económicos y sociales que se ataron a la historia de la humanidad como moderadores infalibles o referentes teóricos irrebatibles.

Sin embargo, la permanencia de la pobreza en el tiempo y la ineficiencia de las políticas aplicadas para solucionarla la han elevado a la categoría de mito transtemporal; sofisma con el cual se pretende justificar la deuda social del modelo predominante. La inopia social caracterizada por la carencia de los elementos mínimos para vivir dignamente, no es un problema residual solucionable con declaraciones solidarias ni con actos donativos de filantropías; el problema es sistémico y, por tanto, requiere de un tratamiento estructural.

La educación aisladamente no logra sacar al pueblo de la miseria mediante el ascenso social automático, y por esto el presentar cifras de cobertura, si bien es cierto representa un avance, constituye también un medio que combinado sinérgicamente con otros factores de desarrollo posibilita el objetivo principal de erradicación de la pobreza. Ante el imperio de las estadísticas y su divorcio metodológico de la realidad, se reconfigura el círculo vicioso de la pobreza, y se desemboca de esta manera en una nueva faceta del desequilibrio social, ahora con la paradoja del pobre postmoderno, en desesperanza, desempleado, subempleado y educado.


NOTAS

1La neuroeconomía desde la interdisciplinariedad de la economía experimenta la neurociencia y la psicología estudia la racionalidad de las decisiones del hombre atendiendo a la actividad cerebral.Volver

2Para Michel Foucault el poder constituye las relaciones de fuerzas que llevan al dominio del cuerpo y de la sociedad en general.Volver

3Teoría alternativa de la teoría del capital humano, que indica que los certificados de títulos sirven para el ascenso en la escala laboral.Volver


REFERENCIAS

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