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Revista Latinoamericana de Bioética

Print version ISSN 1657-4702

rev.latinoam.bioet. vol.17 no.1 Bogotá Jan./June 2017

https://doi.org/10.18359/rlbi.2203 

ARTÍCULO DE REFLEXIÓN
DOI: http://dx.doi.org/10.18359/rlbi.2203

EUFEMISMOS BIOÉTICOS DE LA POBREZA: CLASE VULNERABLE COLOMBIANA ENTRE LAS ESTADÍSTICAS Y LA REALIDAD*

BIOETHICAL EUPHEMISMS OF POVERTY: VULNERABLE CLASS IN COLOMBIA BETWEEN STATISTICS AND REALITY

EUFEMISMOS BIOÉTICOS DA POBREZA: CLASSE VULNERÁVEL COLOMBIANA ENTRE AS ESTATÍSTICAS E A REALIDADE

Jorge Antonio Herrera Llamas**
Karen Herrera Aguilar***
Yuri Herrera Aguilar****


* Articulo de reflexión.
** Doctor en Ciencias de la Educación. Máster en Desarrollo Económico. Especialista en Planeación. Economista. Docente Universidad de Cartagena. Investigador Universidad de San Buenaventura. Correo electrónico: jherrera@usbctg.edu.co. ORCID: http://orcid.org/0000-0001-8244-3961. Cartagena, Colombia.
*** Karen Herrera Aguilar. Médico. Clínica Miguel Claro. Correo electrónico: Herrera_md@outlook.con. ORCID: http://orcid.org/0000-0001-6765-0911. Santiago, Chile.
**** Abogada Universidad de Cartagena. Correo electrónico: lherrera1@unicartagena.edu.co. ORCID: http://orcid.org/0000-0002-9163-3748. Cartagena, Colombia.


Fecha de recepción: 29 de agosto de 2016
Fecha de evaluación: 5 de septiembre de 2016
Fecha de aceptación: 15 de noviembre de 2016

Publicación en línea: 16 de noviembre de 2016

Cómo citar:
Herrera Llamas, J. A, Herrera Aguilar, K. y Herrera Aguilar, Y. (2016). Eufemismos bioéticos de la pobreza: clase vulnerable colombiana entre las estadísticas y la realidad. Revista Latinoamericana de Bioética, 17(1), 80-101. DOI: http://dx.doi.org/10.18359/rlbi.2203.


RESUMEN

El artículo analiza el trato eufemístico y metodológico que a través de la historia se le ha dado a la pobreza y la exclusión social en el mundo, particularmente en Colombia, concibiéndola como un fenómeno coyuntural y metodológico, y encubriendo sus verdaderas causas estructurales. Igualmente, se hace una crítica a las políticas de desarrollo impulsadas por organismos multilaterales y por el Gobierno colombiano, se resalta que no han tenido una continuidad y que, por el contrario, obedecen a fenómenos coyunturales. La investigación se fundamenta en la teoría de los sistemas examinando la mutación estadística de los pobres con el nuevo calificativo de clase vulnerable. Los resultados evidencian una descontextualización de la miseria y un trato eufemístico que con guarismos, y benevolencia solapada de principialismo bioético, frustran el presente, y con proyecciones inalcanzables condenan el futuro de un alto porcentaje de la población.

Palabras clave: clase vulnerable, exclusión social, pobreza, principialismo bioético.


ABSTRACT

The article analyzes the euphemistic and methodological treatment that history has been given to poverty and social exclusion in the world, particularly in Colombia, conceiving it as a relevant and methodological phenomenon, and covering up its true structural causes. Likewise, a critique is made of the development policies promoted by multilateral organizations and by the Colombian Government, it is emphasized that they have not had a continuity and that, on the contrary, are due to relevant phenomena. The research is based on systems theory examining the statistical mutation of the poor with the new qualification of vulnerable class. The results show a decontextualization of misery and a euphemistic treatment that, with figures, and sublimated benevolence of bioethical principlism, frustrate the present, and with unattainable projections condemn the future of a high percentage of the population.

Keywords: vulnerable class, social exclusion, poverty, bioethical principlism.


RESUMO

O artigo analisa o tratamento eufemístico e metodológico que através da história tem sido dada à pobreza e a exclusão social no mundo, particularmente na Colômbia, concebendo-a como um fenômeno conjuntural e metodológico, e encobrindo as suas verdadeiras causas estruturais. Da mesma forma, se fez uma crítica para as políticas de desenvolvimento promovidas por organismos multilaterais e pelo Governo colombiano, destaca-se que não tiveram continuidade e que, pelo contrário, são devido a fenômenos conjunturais. A pesquisa baseia-se na teoria dos sistemas examinando a mutação estatística dos pobres com o novo qualificativo de classe vulnerável. Os resultados mostram uma dês contextualização da miséria e um tratamento eufemístico que com números, e bondade dissimulada de principialismo bioético, frustram o presente, e com projeções inatingíveis condenam o futuro de uma percentagem elevada da população.

Palavras-chave: classe vulnerável, exclusão social, pobreza, principialismo bioético.


Introducción

La naciente clase económica vulnerable, denominada así por el Banco Mundial, constituye otra de las falacias estadísticas del modelo económico, que en su carácter mercantil y economicista disfraza la realidad social con frías cifras y proyecciones econométricas que distan del contexto de un mundo caracterizado por profundas raíces de injusticia social e inequidad (Adelantado y Scherer, 2008). De pobre a vulnerable, en el discurso económico determinístico contemporáneo, solo hay unos cuantos dólares que bien pueden suministrarse mediante la política de las transferencias monetarias condicionadas. 1 En consecuencia, las metas gubernamentales de reducir la pobreza monetaria se cumplen a la luz de las estadísticas, pero a su vez ocultan las verdaderas dimensiones del problema.

El presente artículo analiza la forma como se ha tratado el fenómeno de la pobreza en el mundo, particularmente en Colombia, concibiéndola como un fenómeno coyuntural y metodológico, mimetizando sus verdaderas causas estructurales. Por consiguiente, las discusiones, los debates y las políticas se centran más en el diseño metodológico y en la cuantificación objetiva que en el análisis profundo de la pobreza como un fenómeno sociológico (Bayón, 2013).

La persistencia de la pobreza justifica y reviste de relevancia científica y social a investigaciones, que como esta develan los vacíos e incongruencias de las políticas del desarrollo, que a través de los años se han convertido en un compendio de frustraciones.

Epistemológicamente, se aborda la investigación sometiendo la observación al análisis crítico del fenómeno en estudio, tomándolo como un sistema para sustentar las evidencias empíricas de los hallazgos, proposiciones e hipótesis que guían la investigación y cuya verificación conduce al examen de las causas, asociaciones y relaciones sistémicas de las variables o descriptores fácticos del problema.

Es claro que el capitalismo, en su máxima expresión de voracidad económica, requiere permanentemente su poder avasallador e ideológico, que en constante dinamismo de su superestructura mutante mantiene una especie de biopoder sobre la sociedad evidenciado en el dominio ideológico y el esqueleto jurídico. En efecto, el modelo confesional se retroalimenta de mitos, expectativas y estrategias acomodaticias que mantienen el statu quo del poder y que canónicamente garantizan su reproducción, sin importar el origen lógico que lo sustenta (Foucault y Pons, 2009, p. 19).

En consecuencia, la historia muestra cómo a través del tiempo ha bastado con el cambio de denominación de un fenómeno nefasto en lo social o con la modificación de unas metodologías para pretender espuriamente conjurar las crisis estructurales, mostrando algoritmos que contrastan con la evidencia empírica del contexto. Evidentemente, el análisis fenomenológico de la pobreza, desde un paradigma cuantitativo, ha conducido a la teoría del desarrollo a pendular entre definir la pobreza, ya sea desde un aspecto de insuficiencia de ingresos o como una patología económica originada por la privación del consumo para satisfacer necesidades vitales (Conconi y Brun, 2015).

En este nuevo orden económico, los principios éticos de igualdad, autonomía y humanización sucumben ante la voracidad utilitarista de los negocios. La lucha tenaz por los mercados ha conducido al hombre de la modernidad a una especie de hedonismo económico que como máxima se encumbra ante un individualismo ensalzado en medio del relativismo global (Pool, 1993, p. 26).

La historia de las teorías modernas del desarrollo registra que desde principio de la década de los cincuenta se encuentran denominaciones eufemísticas de la pobreza; por ejemplo, en la Resolución 400 del 20 de noviembre de 1950 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) (1950) utiliza el término países insuficientemente desarrollados para referirse a las economías sumidas en la pobreza, como signo característico de la posguerra. Este calificativo fue apenas el inicio de todo un rosario de apelativos como países subdesarrollados, en desarrollo, menos desarrollados, en vías de desarrollo, tercer mundo, emergentes. En fin, mitos y eufemismos éticos de una frustrada sinonimia y paralelismo tecnocrático que esconden la realidad descarnada e intemporal de la miseria.

Mutación ética del paradigma o metamorfosis metodológica

Las acciones terapéuticas de políticas económicas que conciben la solución de la pobreza como una cuestión de beneficencia moral, en la práctica, actúan como placebo social, que en el fondo aportan poco a la solución del problema y, por el contrario, disfrazan con vacuidades las verdaderas dimensiones de la miseria. Los anuncios triunfantes de los organismos multilaterales y de los gobiernos nacionales sobre la disminución de la pobreza monetaria ocultan la complejidad real del problema.

Susan George, en su libro Otro mundo es posible (2014), califica al Banco Mundial (BM), al Fondo Monetario Internacional (FMI) y a la Organización Mundial del Comercio (OMC) como adversarios en la lucha contra la pobreza y deja ver la existencia de poderes interesados en mantener el statu quo, cuando plantea: "Si las cosas necesitan claramente cambiar y no cambian, presumiblemente alguien o algo lo impiden. Si reinan el desempleo, la injusticia, la pobreza y la destrucción del medio ambiente, presumiblemente hay fuerzas interesadas en perpetuarlos" (p. 91).

En efecto, las discusiones se han centrado más en los calificativos, metodologías, paradigmas y concepciones dogmáticas que en reconocer positivamente la realidad. Ni el exuberante laissez faire, laissez passer fisiócrata y su contemporánea doctrinaria mano invisible clásica, ni el minimalismo estatal y su todo poderoso mercado han podido romper los verdaderos lazos de la pobreza. En contraste, el imperio de los mercados globales ha contribuido a acrecentar la pobreza e incrementar la desigualdad (Piketty, 2014, p. 473; Stiglitz, 2012, p. 108).

Indiscutiblemente, las diferentes doctrinas del pensamiento económico han estado infestadas, ya sea por intereses de los organismos financieros internacionales en lo supranacional o por los intereses particulares de las élites nacionales. En ese sentido, la política de desarrollo cambió a los ritmos de los flujos financieros internacionales y de los avatares periódicos de los Gobiernos locales.

Es evidente que en el caso de Colombia no existe una política de Estados, sino políticas de Gobiernos, que obedecen más a proyectos partidistas que a verdaderos planes de desarrollo. Esto se puede confirmar al analizar los planes de desarrollo implementados en las últimas décadas. Así se demuestra desde las políticas de cambios estructurales (1990-1994) de la revolución pacífica del presidente Cesar Gaviria Trujillo, convencido de las bondades del mercado y de su poder regulador de la actividad económica que condujo al país a una apertura económica acelerada. Con la llegada a la presidencia de Ernesto Samper Pizano (1994-1998), queda claro en su visión de desarrollo que no consideraba al mercado como todo poderoso y que sin restarle importancia se requería un Gobierno que realmente tomara las riendas del desarrollo que conciliara competitividad con equidad.

Por su parte, el presidente Andrés Pastrana Arango (1998-2002) resaltó en sus políticas la insostenibilidad del modelo de desarrollo implementado en el país, por lo que propuso un paradigma fundamentado en la cohesión social. En los últimos cuatro periodos de Gobierno, el país ha asistido a una total divergencias de ideas entre los presidentes Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos. En síntesis, no ha existido una continuidad en la política para eliminar el problema de la pobreza en Colombia y la sociedad se ha sometido a las prácticas de prueba y error en la adopción de la política del desarrollo.

En las postrimerías del siglo xx e inicio del presente milenio, para el BM la clave del desarrollo estaba en la aplicación del trinomio macroeconómico: baja inflación, limitado déficit presupuestario y apertura a las corrientes comerciales financieras. Igualmente, reconoció el fracaso en las políticas de desarrollo centradas en los debates sobre la función del Estado y del mercado; lo inútil que ha sido pretender una única solución global al problema del subdesarrollo y reconoció que las políticas industriales basadas en la subvención en muchos países enriquecían a los empresarios y, en contraste, contribuían poco a acelerar el crecimiento económico (BM, 2000, p. 2).

La ONU en 2009 instó a repensar la pobreza y planteo la necesidad de cambiar los métodos tecnocráticos de enfrentarla, y propuso pasar de la medición basada en el ingreso, propia de los países en desarrollo, a una nueva metodología enfocada en la pobreza relativa que consultara las diferencias entre los países desarrollados y los países en desarrollo, y las diversidades culturales (ONU, 2009).

Los pobres del mundo parecen estar signados por la historia a constituirse como los conejillos experimentales de las ideologías políticas y económicas, y a su vez ser el símbolo de sus fracasos y frustraciones. Sin importar los fundamentos epistemológicos dominantes: liberalismo o intervencionismo; desarrollismo o estructuralismo; enfrentamiento militar o persuasión de guerra fría, la historia ha catapultado para la posteridad un perdedor: el pobre.

Es reprochable que por exhibir principios moralistas las teorías del desarrollo pretendan suavizar el problema, lo que se podría llamar una bioética de la pobreza. La dignidad es intrínseca al ser humano, las discriminaciones positivas no deben permanecer en el tiempo, puesto que en realidad deben ser concebidas como una política perentoria destinada a resarcir los derechos que hayan sido violados y cuya función es restituir la dignidad ante la premisa de la igualdad humana. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en el artículo 10 de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, referentes a igualdad, justicia y equidad, plantea el imperativo de respetar la igualdad fundamental de todos los seres humanos en dignidad y derechos, de tal modo que sean tratados con justicia y equidad (Unesco, 2005).

Como lo plantea Francisco Javier León Correa (2011) en su trabajo Pobreza, vulnerabilidad y calidad de vida en América Latina. Retos para la bioética: "Más allá de las alternativas entre deontologismo y teleologismo, principialismo o consecuencialismo, es necesario promover una praxis ética que reivindique el derecho y deber de todo ser humano a una vida digna, a partir de los cauces epistemológicos que identifican bioética y desarrollo solidario" (p. 24).

En efecto, a las tradicionales fallas económicas del mercado ineludiblemente hay que agregarles sus fallas éticas, como principales externalidades negativas que desvirtúan cualquier intento de lograr un óptimo social, puesto que la voracidad mercantil se alimenta de las utilidades crecientes de los negocios. Es este el escenario propicio para que de la ética clínica de antaño se pase a la bioética social como garantía de hacer prevalecer la dignidad humana ante los excesos en las constantes mutaciones acomodaticias del modelo económico (De Mestral, 2015).

Sin ser partidario de las teorías pesimistas, pero sí recurriendo a las amargas experiencia que han dejado las desilusiones de todo un rosario de políticas, modelos, principios y teorías aplicadas, que constituyen el compendio histórico de las frustraciones, se resaltan los argumentos de autores como Alfred Bosch (1999), que en su estudio titulado El África que llega, el adagio popular: "Los africanos dirían que la hierba sufre cuando los elefantes se pelean y que cuando los elefantes se aman, la hierba también sufre" (p. 60). Ante lo tangencial que realmente han sido los recetarios de políticas y tesauros del desarrollo, carentes de soluciones concretas y estructurales, sería oportuno agregar otra sentencia en África: "La lluvia moja las manchas del leopardo pero no se las quita". De la misma manera, es pertinente resaltar voces divergentes y argumentos como los del Premio Nobel de economía Jeffrey Sachs en su libro El fin de la pobreza: cómo conseguirlo en nuestro tiempo (2013), cuando reconoce que el tema de la pobreza en general y específicamente la situación africana ha estado sometido a mitos y soluciones mágicas (p. 431).

Igualmente, queda pendiente otro mito: el de la exclusión social. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (2004):

La exclusión social está más estrechamente relacionada con el concepto de pobreza relativa que con el de pobreza absoluta, por tanto, indisolublemente vinculada con la desigualdad. Se refiere no sólo a la distribución del ingreso y los activos (tal como lo hace el análisis de pobreza), sino también a las privaciones sociales y a la falta de voz y poder en la sociedad (p. 5).

El debate ortodoxo ha girado en torno a concebir la pobreza como una cuestión asociada a privaciones, carencias e insuficiencia. En este sentido, los esfuerzos metodológicos se bifurcan entre los que ven en la pobreza un problema de ingreso y los que encuentran en el fondo un problema de consumo.

Por otro lado, el desarrollo se concibe a la usanza europea y norteamericana reflejado en progreso, bienestar y satisfacción plena de las necesidades básica. Así, Europa Occidental y Norteamérica han sido en el ideario social los referentes o espejos de lo que debe ser el bienestar humano; por eso históricamente sus recetas y fórmulas han sido aplicadas una y otra vez, pero en la práctica ese proceso de aclimatación no ha surtido los efectos esperados. Hoy, en la era posobjetivos de desarrollo del milenio, donde todos los plazos parecen haberse vencidos y donde la ayuda oficial al desarrollo (aod), al ser irrisoria ante la magnitud del problema humanitario, es más un cumplido moral de los ricos, el mundo pobre se avalancha hacia Europa, la tierra prometida, lo que desencadena una cruenta migración contemporánea con características sui géneris.

Ahora, los que en el pasado vendieron la idea de la aldea global tendrán que explicar por qué el mundo se volvió del tamaño de un pañuelo para las multinacionales y maquiladoras modernas y no para el bienestar. ¿Qué dice la teoría sobre el informe de la Organización Internacional para las Migraciones (oim) al dar cuenta de que aproximadamente 173 761 migrantes y refugiados han llegado a Italia, Grecia, Chipre y España por mar hasta el 11 de abril de 2016? Sumándose a los 232 millones de migrantes internacionales que con su movilidad espacial realmente quieren cruzar las fronteras de la miseria en la cual indolentemente han estado sometidos en sus países de orígenes (oim, 2015).

De los objetivos de desarrollo del milenio a los objetivos de desarrollo sostenible: 15 años de esperanza

La situación de postración crónica en la que vive un alto porcentaje de la población mundial constituye un pilar de apoyo a los diversos mitos necesarios para la retroalimentación del modelo capitalista. En efecto, la historiografía económica, política y social describe cómo los proyectos, programas y planes, con el transcurrir del tiempo, se convirtieron en compendios inertes de buenas intenciones, promesas inconclusas concebidas con claros intereses políticos que para la posteridad han develado el fracaso de las estrategias económicas de los gobernantes de turno, que haciendo alarde de espurios dotes proféticos del desarrollo y de la predicción económica determinística, no les queda más que postergar perpetuamente las soluciones con nuevas promesas.

El BM en el informe sobre el desarrollo mundial, 1999-2000 denominado En el umbral del siglo XXI (2000, p. 2), expresa el desencanto de la visión, que en las anteriores décadas se había tenido sobre los efectos del crecimiento económico en el desarrollo y de las herramientas utilizadas para lograr dinamizar la economía que coadyuvara a lograr un nivel de crecimiento económico congruente con las metas de bienestar social. En este sentido, instó a los Gobiernos a enfrentar el problema de la pobreza en un contexto dicotómico de globalización y localización. Semejante máxima económica no era más que aplicar la teoría que ya había hecho carrera en los centros industriales y que rápidamente se dispersó en los círculos académicos con el nombre de glocalización.

Se evidenció la necesidad de revaluar estrategias como financiamiento de los programas de asistencia social, inversión en capital físico y humano, que hasta entonces se concebían como fórmulas mágicas, generadoras por sí solas, de la prosperidad de la población. En estas circunstancias, como lecciones de los últimos 50 años de experiencia, el BM enarboló las estrategias en la cuales se basaría la nueva doctrina del desarrollo con vista al siglo XXI. Estas directrices de política económica se resumen en: 1) estabilidad macroeconómica; 2) el crecimiento no se contagia de forma automática; 3) no hay una política capaz, por sí sola, de impulsar el desarrollo, y 4) la importancia de las instituciones.

Esto no era para menos, pues la mayoría de países pobres, que habían seguido al pie de la letra el anterior recetario convencidos de que los catapultaría al nuevo milenio, se sumían en una situación deplorable en la cual los indicadores sociales como la mortalidad infantil reflejaban que las medidas adoptadas no surtían los efectos necesarios para poner fin a la miseria (figura 1).

De la misma manera, el BM reconoció el fracaso de las políticas de subvenciones industriales que a la postre benefician más al empresario que a la población. Esta postura constituyó el preludio del fracaso de la teoría del derrame, que en la lógica de los responsables de las políticas económicas legitimó la desigualdad creciente e indicó que había que darle más al rico para que de una forma residual se beneficiara al pobre.

En la práctica, las nuevas tendencias estratégicas constituyeron un eslabón más en la larga cadena de prueba y error que a través del tiempo ha sometido a la población más desfavorecida. Los modelos de política económica han mantenido una alta entropía que a la luz de la teoría de los sistemas de Ludwing von Bertalanffy (1993, p. 30) no logran aclimatarse al contexto y se vuelven difusos y efímeros.

El BM (2001) en el Informe sobre el desarrollo mundial 2000-2001 evidenció las precarias condiciones en las que vivía un alto porcentaje de la población mundial sumida en la pobreza extrema en 1998. En efecto, el 46,3 % de la población de África al sur del Sahara, el 40,0 % de Asia meridional y el 15,6 % de América Latina y el Caribe vivían con menos de 1 dólar al día (BM, 2000, p. 2).

El 8 de septiembre de 2000, la ONU en el marco de la Asamblea del Milenio, y en cumplimiento de la Resolución 53/202 de 1998, expidió la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas basada en los principios de la dignidad humana, la igualdad y la equidad. Dado el contraste entre la realidad y estos principios, la misma declaración manifestó la necesidad de analizar la injusticia e inequidad como se desarrollaba el fenómeno de la globalización, donde no se repartían justamente sus beneficios y sus costos. De la misma manera, se definió una serie de propósitos por alcanzar para 2015, entre los que sobresalía la erradicación de la pobreza que azotaba a más de 1000 millones de habitantes. Como resultado, se constituyeron los llamados objetivos de desarrollo del milenio (ODM).

Los ODM fueron los siguientes: 1) erradicar la pobreza extrema y el hambre, 2) lograr la enseñanza primaria universal; 3) promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de la mujer; 4) reducir la mortalidad de los niños menores de cinco años; 5) mejorar la salud materna; 6) combatir el VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades; 7) garantizar la sostenibilidad del medio ambiente, y 8) fomentar una alianza mundial para el desarrollo (ONU, 2000).

Transcurridos los 15 años de aplicación de la estrategia de los ODM, según el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, se logró sacar de la pobreza a más de 1000 millones de personas. Las cifras revelan que en el mundo se pasó de la existencia de 1900 millones de pobres en 1990 a 836 millones en 2015. De igual manera, en 1990 casi la mitad de la población del mundo en desarrollo vivía con menos de 1,25 dólares al día, cifra que se redujo ostensiblemente en 2015 al situarse en un 14 % de habitantes con menos de 1,25 dólares al día. El porcentaje de personas con nutrición insuficiente en las regiones en desarrollo se redujo en un 50 % al pasar de 23,9 % en el periodo 1990-1992 a 12,9 % en el periodo 2014-2016. Por último, como resultado acumulado de toda una serie de guarismos relacionados directa o indirectamente con los ingresos, la clase media en el mundo se ha triplicado2 (ONU, 2015).

Llama la atención que, siendo 2000-2015 el periodo de aplicación de los ODM, los balances, resultado, evaluaciones y comparaciones lo hacen con el periodo 1990-2015, lo que muestra la intencionalidad estadística de los informes al basar su análisis en niveles inferiores de cada variable en estudio, para así dar la sensación de mayores logros.

En síntesis, se requiere escudriñar más de cerca la faceta sociológica del problema, la que va más allá de la cuantificación oficial. Es decir, adentrarse a la realidad de la pobreza como patología social, caracterizada por desigualdad creciente, marginalidad social, desnutrición crónica, desplazamiento, carencia de servicios públicos básicos, desprotección sanitaria y toda una aureola de conflictos que se genera alrededor de la miseria.

Es evidente, que ante lo antagónico de la realidad de la población desfavorecida y los informes oficiales, basados en la operación matemática de dividir el gasto público entre el número de población objetivo y dar por sentado que se ha cumplido con los cometidos de los planes, programas y proyectos, el mundo pobre reclama la urgencia de que los organismos multilaterales y los gobiernos nacionales entiendan que el pobre no es una cifra y que la real dimensión de la pobreza no es numérica.

Por consiguiente, parece perder peso la aseveración de las Naciones Unidas y su paradigma determinístico y cuantitativo en su informe de 2015, en el cual insta a medir lo que valoramos. Ante las actuales circunstancias, lo que se necesita es valorar lo medido, analizar exhaustivamente los guarismos y contrastarlos con la realidad. En Colombia por ejemplo, interrogar la historia y preguntarse ante el espejismo de las cifras si permanentemente mueren niños de hambre en los departamentos de la Guajira, Chocó y Vaupés,¿dónde fueron a parar las cuantiosas inversiones en los planes de seguridad alimentaria? ¿Por qué los logros de los ODM no visibilizan el drama de las personas que a diario mueren en las puertas de los hospitales y clínicas por falta de atención sanitaria oportuna y de calidad? ¿Por qué si ocupamos el último lugar en el mundo en calidad de la educación, las estadísticas dicen que el objetivo se cumplió a cabalidad?

El BM, en su Informe 2015, además de reconocer que aún en el mundo existen aproximadamente 1000 millones de personas viviendo en pobreza extrema, resalta el hecho de que en los últimos 25 años, en el mundo la tasa de pobreza extrema se ha reducido en dos terceras partes. A primera vista esto se podría considerar un logro en la lucha contra la miseria, pero desilusiona el hecho de saber que esta disminución estadística ha sido más fruto de artificios metodológicos y de políticas paliativas que matemáticamente llevan a una comunidad a que monetariamente presente ingresos ligeramente superiores a 1,25 dólares al día.

El mundo esperaba que 2015 fuera un año de resultados concretos en la lucha contra la pobreza, la desigualdad y todas las manifestaciones de injusticia social. Sin embargo, para el BM lo trascendental de este año fue que se renovaron o mejor se aplazaron las metas para 15 años más, y con desbordado discurso pletórico de optimismo promisorio plantea que " Este ha sido un año clave para el desarrollo mundial. Las decisiones de la comunidad internacional en 2015 tendrán efectos a largo plazo en la capacidad a nivel mundial para alcanzar el objetivo de poner fin a la pobreza extrema antes de fines de 2030" (p, 5).

Es evidente que el mundo no se encontraba ante las mismas circunstancias de un año icónico como lo era el 2000, con la confluencia de cambio de siglo y de milenio. En efecto, se hacía necesario buscar unas estrategias de mercadeo que etiquetara las nacientes promesas, se requería encausar las expectativas de los pueblos en un nuevo periodo de esperanzas. En síntesis, ya no se podían motivar los nuevos objetivos basados en lo simbólico de 2015; como sí fue posible en las postrimerías del siglo xx, razonamiento que justificó en aquellos tiempos, la Resolución 53/202 de 1998 que ordenó la convocatoria de la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas (ONU, 1998).

El biopoder escalonado y la economía de las esperanzas a ultranza se descubren claramente en las incongruencias del informe, puesto que su valor social lo fundamenta en la ambiciosa meta de eliminar la pobreza extrema antes de finales de 2030. Sin embargo, en esos errores recurrentes de los responsables de las políticas económicas de jugar a las adivinanzas en una desmedida fe en las expectativas racionales, que poco les importa la validación de sus supuestos, el BM (2015) plantea: "Se estima que, para 2030, la mitad de las personas en situación de pobreza extrema serán habitantes de países frágiles o afectados por conflictos y violencia" (p. 24). Si se parte de la veracidad del supuesto futurista de cero pobrezas al finalizar la década de los años treinta, emerge la pregunta: ¿cuánto es la mitad de cero?

Los gestores de las desideratas sociales del ayer, expertos en animar el futuro económico como una prolongación de los fenómenos coyunturales del momento, realmente constituyen, a través del tiempo, los comodines futuristas que alimentan las bibliotecas de teorías del desarrollo academicistas, pero que en la práctica se han convertido en agendas inconclusas, fósiles de teorías que exhiben desencanto y fracaso de una hoja de ruta proscrita del presente, pletórica de promesas de futuro, pero condenada por la historia.

África sigue esperando los resultados halagüeños de las promesas de antaño; el Informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) indica que en plena sociedad del conocimiento y de los adelantos tecnológicos la mortalidad en menores de cinco años en África subsahariana en 2013 era de 92 muertes por cada 1000 nacidos vivos (Unicef, 2014). El informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), Estado de la población mundial 2014, muestra cifras que indican que en la era de la manipulación genética, del descubrimiento del genoma humano y del auge de la fecundación in vitro, aún en países de África como Malí y Sierra Leona, la mortalidad materna es de 550 y 1100 respectivamente, por cada 100 000 nacidos vivos; cifras que contrastan con la realidad de países como Islandia y Dinamarca, donde ese mismo indicador es de cuatro y cinco respectivamente. Esto constituye una vergüenza al modelo occidental basado en las bondades del mercado (UNFPA, 2014).

Mucho se especuló sobre los avances del crecimiento económico de África, tomándolo como una herramienta necesaria para sacar a esta región del estado de postración económica en el que se ha mantenido. Pero la desaceleración económica experimentada en 2015 ha llevado a organismos como el BM a replantear las estrategias basadas en productividad agrícola, energía accesible y confiable, integración regional, urbanización y capital humano de calidad. Si se contextualizan históricamente los anteriores parámetros, sus niveles bajos son los factores taxativos que configuran a través del tiempo el círculo vicioso de la miseria de estos pueblos.

Así las cosas, parece que de nuevo se vuelve a empezar en la lucha contra este flagelo, las cifras son representativas e indican que los objetivos del ODM le dejaron como desafíos a los objetivos de desarrollo sostenibles (ODS) un África con una pobreza crónica y un contraste en los niveles de desarrollo humano al ser comparados con los países más desarrollados, datos que muestran la desigualdad reinante como principal freno a las metas de desarrollo de estabilidad mundial. Mientras que países como Noruega, Australia y Suiza tienen índices de desarrollo humano (IDH) de 0,944; 0,935 y 0,930, respectivamente, el panorama en África sigue siendo desalentador (tabla 1).

América Latina y el Caribe, después de más de seis décadas de experimentar teorías y modelos -en su gran mayoría importados a granel de los países desarrollados-, hoy exhibe ante el mundo globalizado una dualidad económica persistente, niveles elevados de corrupción, exclusión social y una creciente desigualdad, que incluso la ubica como la región más desigual del mundo. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en 2014 el número de personas pobres se incrementó y llegó a 168 millones, de los cuales 70 millones viven en indigencia; Por otro lado, del total de la población el 28% se encuentran en situación de pobreza (CEPAL, 2015) (figura 2).

La región ha estado sometida a movimientos cíclicos en su economía. Las esporádicas reactivaciones en ocasiones han alimentado esperanzas en los que aún siguen aferrados a que el crecimiento económico generará desarrollo, olvidándose de la inestabilidad de las economías dependientes de la volatilidad de los commodities. Lo característico es que en medio de ese mosaico de medidas extranjeras y de experimentos endógenos que intentaron generar una teoría propia, la región no solo opera con deseconomías de escala, sino que opera a destiempo. En efecto, se protegió bajo la tutela del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, cuando el mundo se estaba abriendo. Igualmente inició un proceso de apertura acelerada, sin ningún control, cuando el mundo se estaba protegiendo mediante la consolidación de grandes bloques económicos para enfrentar, de la mejor manera posible, el proceso de globalización.

En síntesis, independientemente de que el pnude en su euforia considerara a esta región como parte medular de lo que denominó el ascenso del sur, debido a los chispazos económicos que aisladamente se dieron en países como Brasil, China e India, el crecimiento económico esporádico no se ha reflejado en los niveles de bienestar social e igualdad.

Ese optimismo duró muy poco, Brasil hoy se sumerge en una crisis económica y política que la ha llevado a experimentar contracciones en su producto interno bruto (PIB) de 3,71 % y una inflación del 10,72 %, presentando la mayor subida de precios en los últimos trece años. A estos indicadores negativos se les suman las grandes presiones fiscales y un desempleo creciente que dista de lo que los organismos multilaterales vieron en años atrás para acuñar el término de países emergentes. Entonces, surge la pregunta: ¿el ascenso del sur fue otro mito esporádico de la pobreza? Lo cierto es que el panorama social muestra a países como Guatemala, Honduras y México con niveles de pobreza de 59,3 %, 62,8 % y 53,2 %, respectivamente (CEPAL, 2015).

La anterior es una penosa situación si además se tiene en cuenta que desde la década de los cincuenta la región ha sido conejillo de teorías y modelos que van desde la industrialización por sustitución de importaciones hasta la transformación productiva con equidad, de la década de los noventa; pasando por el desarrollo hacia la homogeneización social y hacia la diversificación proexportadora y ajustes con crecimiento. Todas estas políticas de corte cepalinas no han podido descifrar los problemas del desarrollo de la región y a pesar de sus postulados academicistas no pudieron librar a la región de grandes problemas de endeudamiento y de un desarrollo no tardío, sino truncado en el tiempo. Por el contrario, en su fracaso justificaron la implementación del recetario conocido como Consenso de Washington.

La vulnerabilidad social en Colombia

El diccionario de la Real Academia Española define el término vulnerable así: "Que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente". Para el BM es en esencia una línea sutilmente delgada que separa al pobre de una inusitada clase media. En efecto, el hecho de que por los avatares cíclicos de la economía una persona gane ingresos diarios entre 4 y 10 dólares, las estadísticas lo sacan de los llamados pobres. Por esa razón, Colombia en poco tiempo se ha convertido en un país de clase media, con una deslumbrante base de datos maleable que en el papel elimina pobres a granel.

En Colombia se calculan los niveles de pobreza mediante los indicadores de pobreza monetaria e índice de pobreza multidimensional (IPM). La PM consiste en comparar los ingresos recibidos con un nivel o estándar previamente fijado denominado línea de pobreza. En 2015, el valor de esta última por personas fue de 223 638 pesos mensuales.

La metodología de calcular la pobreza monetaria mediante los ingresos monetarios de los hogares y contrastarlos con el monto tomado como línea de pobreza devela la concepción cuantitativa que se tiene del problema de la pobreza al relacionarlo con la capacidad mínima o poder monetario de adquisición. Los fundamentos de la metodología empleada indican que esta cantidad de ingresos es necesaria para que una familia colombiana pueda satisfacer sus necesidades. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), el valor de la línea de pobreza monetaria, por hogar, en 2015 fue de 894 552 pesos y el valor de la línea de pobreza monetaria extrema, por hogar, para ese mismo año fue de 408 436 pesos

Atendiendo a estos parámetros pecuniarios, las cifras oficiales estiman que en Colombia en 2015 la pobreza monetaria era de 20,2 % mientras que el porcentaje de población en condiciones de pobreza monetaria extrema era de 7,9 % (DANE, 2016).

Con el monto de la línea de pobreza se supone que las familias satisfacen sus necesidades; por ejemplo, un hogar con 408 436 pesos, o sea, con aproximadamente cuatro dólares diarios por familia se deja de ser pobre extremo y puede, según su condición, acceder a los bienes y servicios de una canasta familiar básica o normativa compuesta por: alimentos, vivienda, vestuario, salud, educación, diversión, cultura y esparcimiento, transporte, comunicaciones, entre otros gastos. Son irrisorias las ponderaciones que se hacen para el gasto de un hogar en cada uno de estos ítems, cuando en realidad los cuatro dólares no alcanzan para cubrir, por lo menos, el gasto de transporte. Esta es una de las múltiples razones por las cuales la información estadista discrepa con la realidad, puesto que en aras de cumplir con las metas nominales de disminución de la pobreza, la estrategia está centrada en subsidios monetarios estatales que desde el punto de vista económico dan la sensación de lograr los objetivos.

Es evidente que la permanencia en el tiempo de la estrategia política de las transferencias monetarias condicionadas, si bien en el corto plazo mitigan el problema, es claro que en el largo plazo transfieren la pobreza de generación en generación y constituyen el mecanismo expedito para el engendro del eufemismo moderno consistente en llamar vulnerable al pobre.

Otro aspecto importante de tratar referente a la metodología es el ipm con el cual, simultáneamente a la pobreza monetaria, se mide la pobreza teniendo presente las siguientes dimensiones: 1) condiciones educativas del hogar; 2) condiciones de la niñez y la juventud; 3) trabajo; (4) salud, y 5) acceso a servicios públicos y condiciones de la vivienda. Los hogares que tengan privación en por lo menos el 33 % de los indicadores son considerados pobres.

Desde los orígenes de las diferentes metodologías que se han diseñado, se evidencia un sesgo entre los algoritmos y la realidad, que en la práctica se convierten en una discriminación a escondidas, bajo la etiqueta de contenidos mínimos de una dieta para pobres. En la visión oficial que se tiene de una canasta normativa se puede apreciar la subjetividad al pretender caracterizar unos requerimientos alimentarios de la población desfavorecida. En el cálculo de la canasta básica de alimento se plantea lo siguiente: "Esto implica que cuando se habla de canasta normativa, no debe entenderse como la canasta que debería consumirse. Se refiere, más bien, a que en su elaboración es necesario una dosis grande de subjetividad sobre todo en lo que tiene que ver con la forma en que se respeten los hábitos de consumo, de tal manera que la canasta sea paladeable"3 (DANE, 2000, p. 158).

El concepto de una canasta paladeable constituye uno de esos aforismos y vocablos exóticos con los que perennemente se pretende justificar situaciones aberrantes y deshumanizantes. Es claro que para describir la pobreza con objetividad se debe referenciar una canasta básica de componentes nutricionales deseables y humanamente justos.

Los patrones mínimos de nutrición, el componente de calorías y en general la composición de una cesta básica no debe atarse a los hábitos de consumos del pobre, siendo que estos, necesariamente, no obedecen a aspectos culturales ni a una antropología de la pobreza; por el contrario, son anomalías propias de un estado de postración económica y social. En síntesis, es absurdo encuadrar unos patrones cualitativos y cuantitativos desde la definición o establecimiento de la mal llamada dieta del pobre, como algo connatural a ser pobre, siendo que en realidad es una de sus consecuencias nefastas.

Igualmente, se hace necesario tener presente la diferencia entre esta canasta básica o normativa tomada como referencia para calcular la línea de pobreza y el concepto de canasta familiar, en la cual el DANE hace la salvedad de que si bien esta canasta familiar está compuesta por una cantidad de bienes y servicios que pueden ser demandados por los hogares en el país, lo cierto es que no significa que sea una canasta que se pueda comprar con un salario mínimo de ingresos bajos, pues este concepto realmente lo compone una lista de bienes y servicios utilizados para el seguimiento de los niveles de precios, o sea, para calcular el índice de precios al consumidor (IPC). Por consiguiente, la noción de canasta familiar cumple una función metodológica, no social, pues su cometido no consiste en determinar un monto al cual deban ceñirse las políticas de salarios mínimos.

Las sumas y restas de ingresos tangibles e intangibles; las definiciones subjetivas de condiciones de vida entre los pobres; las imputaciones de ingresos para corregir omisión de información y cargar las ayudas monetarias gubernamentales, y las correcciones de ingresos ajustándolos a cuentas nacionales convierten la paradigmática metodología en un teorema lleno de galimatías estadísticas.

Con el cambio de metodología en 2011, nominalmente se redujeron los niveles de pobreza aproximadamente un 10 %; por eso, inexplicablemente la pobreza pasó de ser el 44,2 % en 2010 al 34,1 % en 2011 (DANE, 2012). La anterior diferencia se va indexando en el tiempo y genera dudas sobre la veracidad de los niveles que actualmente muestra la metodología empleada.

Según el boletín técnico del DANE, en 2015 el porcentaje de personas en situación de pobreza en Colombia fue de 27,8 % y 7,9 %, número de personas en situación de pobreza extrema, mientras que el índice de Gini fue 0,522. En centros poblados y rural disperso en ese mismo año, el porcentaje de personas en situación de pobreza fue de 40,3 %. Llama la atención las distorsiones existentes entre los logros declarados en la lucha contra la pobreza y los resultados de la encuesta de calidad de vida en 2015, realizada por esa misma entidad, donde el 35,7 % de los colombianos se considera pobre, el 30,0 % de los jefes de hogar en cabeceras manifestó que se considera pobre y en centros poblados y rural disperso la proporción de jefes que se consideró pobre fue del 56,8 % (DANE, 2016).

Independientemente de las metodologías empleadas en el cálculo de la pobreza, ya sea monetaria o multidimensional, el comportamiento positivo de esos indicadores no puede desligarse del mayor problema de estructura que padece el país y que se manifiesta con una desigualdad creciente.

Es en esta contrariedad social en la cual se encuentran los genes de la reproducción constante de la pobreza. Como puede apreciarse en la figura 3 Colombia en 2014 tenía un coeficiente de Gini superior al que mantenía en 1990, evidenciando una sociedad inequitativa, pese a que las cifras de pobreza han mantenido una tendencia a la baja. En cuanto a el IDH, si bien es cierto que para 2014 fue de 0,720, también es cierto que si este valor se ajusta por la desigualdad, en realidad su nivel sería de 0,542, debido a que el país con una alta tasa de desigualdad pierde el 24,9 % solo superado por países como Irán, Brasil y Maldivia, entre los países con IDH alto y muy alto (figura 3).

Como se evidencia en la figura 3, independientemente de los altibajos cíclicos que mantiene el coeficiente de Gini, lo real es que la década de los noventa y lo corrido del siglo XXI constituyen un período perdido en la lucha contra la desigualdad en Colombia. Es preciso anotar que los cálculos de desigualdad también experimentan los efectos constrictores de la nueva metodología que llevó a este indicador a pasar en 2010 de 0,576, con la metodología anterior a 0,548 en 2011, con la actual metodología.

En síntesis, el Gobierno colombiano celebra la reducción de la pobreza expresada en sus indicadores. Así, sin ningún esfuerzo hermenéutico, se observa que con un simple juego de metodologías o con la adopción de políticas expansionistas sin ningún control de calidad se pueden afectar variables, como por ejemplo las estadísticas del Ministerio de Educación Nacional (MEN) en sus balances de lo que se ha denominado Colombia la más educada, registran para 2014 una cobertura bruta de educación de transición, básica y media de 98,3 %. Al margen de esto, Colombia ocupa los últimos lugares en las pruebas del Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) organización en la cual Colombia, entre sus prodigios mediáticos, aspira a pertenecer.

Por otro lado, es preocupante el contraste entre las estadísticas y la precaria realidad de los servicios de salud, cuyo indicador muestra que en Colombia la cobertura de aseguramiento es aproximadamente del 96 %. Si bien es cierto que estas cifras emulan a las de los países desarrollados, también es una realidad que en materia de calidad esa cobertura contrasta con las penurias que pasa la población afiliada, tanto en régimen contributivo como en el subsidiado, donde las emergencias dejan de serlo en las puertas de los hospitales, clínicas y demás centros de atención (Herrera et al., 2016).

En efecto, el sagrado derecho a una atención sanitaria eficiente y eficaz en el Sistema General de Seguridad Social en Salud (SGSSS) se ha convertido en una batalla jurídica para la población que debe acudir a los estrados judiciales para poder ser atendida. Estudios de la Defensoría del Pueblo registran un total de 115 026 tutelas en 2012 para poder acceder a los servicios.

La ayuda alimentaria escolar, que dispara las cifras de inversión social y de condiciones de la niñez, está sometida a constantes escándalos que develan las serias irregularidades presentadas en sus operaciones relacionadas con contratación, manipulación sanitaria, calidad y cantidad de los alimentos. Es una vergüenza que en pleno siglo XXI, los niños indígenas wayú se mueran de desnutrición crónica; en Vaupés el 34,7 % de los menores de cinco años padecen de desnutrición y un 27,9 % de la población infantil de la Guajira parece vivir en el peor país de África subsahariana. No obstante, por esa magia de ergonomía estadística, Colombia ya está entre los países de ingresos medios altos; hace parte del grupo de países con IDH alto y lo más paradójico, según el índice de felicidad realizado por el Barómetro Global de Felicidad y Esperanza en la Economía, este país es el más feliz del mundo.

Conclusiones

La historia económica de las teorías del desarrollo evidencia errores recurrentes que van desde la concepción que, a través de los años, se ha tenido referente al problema de la pobreza hasta las medidas terapéuticas y políticas económicas con apariencias de soluciones mágicas. En consecuencia, lo sustancial de las medidas ha estado más en la habilidad metodológica y en la versatilidad con que implantan sus postulados, que en la solidez de sus supuestos y la obtención de los objetivos. Son estas las razones por las cuales periódicamente el mundo pobre se somete a cambios de paradigmas, tecnicismos en la definición de la miseria y, lo más aberrante, la reprogramación periódica de los objetivos y expectativas; de sta manera, se constituye una economía social de las esperanzas.

El mundo sigue esperando que los organismos multilaterales, los Gobiernos nacionales y todos los centros de poderes que han posibilitado engendrar esta sociedad desigual le den un trato ético a la miseria, no como un acto de beneficencia, sino como acciones que reivindiquen la dignidad de los pueblos, socavada por el imperio de los mercados y las estadísticas. En contraprestación a los cumplidos morales, de los ricos hacia los pobres, se requiere aplicar una verdadera reestructuración al mecanismo de cooperación internacional que reivindique en la categoría de pobre un fenómeno sociológico con profundas raíces históricas. En consecuencia, la sociología de la pobreza debe evitar caer en la economía de la limosna. La vida debe prevalecer en un contexto de igualdad, equidad, en fin, una justicia social como imperativo bioético.

Se hace necesario que la situación de postración de África subsahariana deje de ser un mito en el cual aclimatan teorías de benevolencia y de trato de mendicidad social. De la misma manera, América Latina debe centrar sus esfuerzos en salir del deshonroso lugar de ser la región más desigual del mundo y deje de distraerse con creencias esporádicas de hacer parte del ascenso del sur como resultado fortuito de los ciclos económicos. Colombia debe conciliar más los espejismos de las cifras con la realidad de lo que sucede en su población en términos de igualdad, marginalidad y verdadero acceso a la cobertura de los servicios y beneficios que muestran las estadísticas.

Pobres, vulnerables, subdesarrollados o en desarrollo, los pobres de la Tierra dejan atrás los ODM, como una historia inconclusa y cabalgan ante los prodigios de los ODS. La historia de las esperanzas parece repetirse; de nuevo se esgrimen metas y promesas irresueltas del pasado, un corolario de políticas, ideologías, mitos y prejuicios se ciñen en los organismos multilaterales y en los Gobiernos nacionales, que han convertido el fenómeno de la pobreza en un estereograma social o test de Rorschach, en el que cada quien observa, a su medida, la caricatura de la miseria.


NOTAS

1 Los programas de transferencias monetarias condicionadas se fundamentan en la estrategia de protección social como inversión en capital humano, concediendo recursos monetarios directamente a las familias en situación de pobreza. Volver

2 Se considera clase media a las personas que viven con 4 a 10 dólares al día. Volver

3 Énfasis del autor. Volver


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