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Revista Latinoamericana de Bioética

Print version ISSN 1657-4702

rev.latinoam.bioet. vol.17 no.2 Bogotá July/Dec. 2017

 

Huellas y semblanzas

En memoria de Omar Parra Rozo

Mariana Baquero Gacharná


Bogotá, 20 de marzo de 2017

Es difícil escribir sobre la persona que compartió su vida conmigo y ahora me acompaña desde el cielo, porque los recuerdos, el duelo por su ausencia física y la nostalgia por todo lo compartido me embargan de llanto y de tristeza. Sin embargo, recordarlo es como un bálsamo que alivia mi espíritu porque al evocar una vida plena de valores y cualidades mi alma se inunda nuevamente de regocijo. El día de su partida, quien celebró la ceremonia de su pascua en el Señor sintetizó en dos palabras lo que fue su vida: “inteligencia y espiritualidad”. En este breve escrito le doy la razón. Además agradezco a Dios por permitirme acompañarlo en gran parte del camino que recorrió.

Omar Antonio Parra Rozo (1957-2016) fue un hombre de corazón inmenso, memoria prodigiosa y asombrosa inteligencia. Lector incansable, escritor dedicado, educador e investigador y, ante todo, ejemplo de vida. Siempre admiré su generosidad, sencillez y creatividad que plasmaba en sus escritos y en sus clases; su amabilidad al tratar con las personas, su prudencia para manejar situaciones difíciles y su incansable deseo de ayudar. Se destacó en los escenarios laborales, educativos y sociales por su caballerosidad, su responsabilidad, compromiso y buen humor. Mantuvo la idea de conservar las habilidades de los niños, sorprenderse con el mundo y asombrarse con los más pequeños detalles a su alrededor.

Sabía cómo conectar El Principito, Alicia en el país de las maravillas, Winnie Pooh, Pinocho, Peter Pan, los superhéroes y, en general, el mundo infantil con obras de autores complejos como Zygmunt Bauman, Gastón Bachelard, Richard Feynmann, Paul Feyerabend, Eduardo Punset, Jorge Wagensberg, Hans Georg Gadamer, Roald Hoffmann, Susan Sontang, Roland Barthes, Paul Auster, Siri Hustvedt, Oliver Sacks, Roger Bartra o Umberto Eco, por mencionar solo algunos de los tantos autores que leyó y admiró. También lograba relacionarlos con las obras de sus amigos escritores Jairo Aníbal Niño y Fernando Soto Aparicio, y por supuesto con Jorge Luis Borges, cuya obra tuvo un lugar especial en su corazón, en nuestros viajes y en nuestra biblioteca.

Sus estudiantes no olvidan las relaciones divertidas que los impulsaba a encontrar entre los temas de sus clases y los libros o películas infantiles que estuvieran de actualidad; los acertijos y jeroglíficos que debían resolver para iniciar cada jornada de estudio presencial o virtual y que, al principio, podían parecer conexiones inexistentes, pero luego se convertían en profundas reflexiones que plasmaban en los trabajos o en las discusiones que tenían lugar en el salón de clase. Su espíritu se enriquecía y satisfacía al reconocer en sus discípulos cambios en su forma de pensar, que correspondían a los que pretendía lograr con sus clases rigurosamente planeadas con semanas de anticipación.

La narrativa, el cuidado, la literatura, la neurociencia, la neuropedagogía, el cerebro, el cine, la mitología, la enfermedad y la muerte fueron temas predilectos que trabajó con intensidad y le quitaban el sueño. Fue un lector infatigable, leía con avidez los libros que cada sábado adquiría para enriquecer sus ideas y, entusiasta, las escribía de inmediato para que no se le escaparan. Leía para ser feliz, él mismo lo decía. Por eso, el mejor regalo que podía recibir, era un libro. Cuando alguien solicitaba mi opinión sobre un obsequio para él, les decía: “regálale un libro, eso lo hace muy feliz”.

De sus lecturas en libros y revistas, su visión del ambiente que lo rodeaba y sus amenas tertulias que surgían en cualquier momento, tomaron forma todos sus escritos, artículos para revistas, cuentos y novelas (sin editar), textos que tuve el privilegio de conocer y revisar de primera mano, como “pan recién salido del horno”. Sus ponencias sobre diversos temas y para distintos públicos eran acompañadas de presentaciones lúdicas y artísticas para demostrar que el conocimiento, así fuera complejo, se podía hacer fácil y agradable. Recuerdo una en especial, llamada La investigación es cosa de niños, que expuso muchas veces en escenarios nacionales y en el exterior, y que le solicitaban con frecuencia porque nunca perdió vigencia a pesar de los años transcurridos desde cuando la presentó por primera vez.

En las instituciones donde ejerció su labor docente y administrativa (Universidad Javeriana, Universidad Santo Tomás, Universidad Nacional de Colombia, Universidad de la Sabana y Universidad Militar Nueva Granada) se le reconoció su asombrosa capacidad de trabajo, su responsabilidad, su interés por el bienestar de los compañeros e impulsó a los jóvenes para estudiar y consolidar sus planes de vida. A todos les daba el empujón necesario para no decaer ni abandonar el camino. Fue proverbial su paciencia y actitud respetuosa para quienes no compartían sus ideas o tenían divergencias con sus planteamientos. Maestro íntegro, que nos dejó a todos sus enseñanzas.

Dirigió las revistas Hallazgos e Innovo, de la Universidad Santo Tomás; fue miembro del consejo y comité editorial de la Revista Latinoamericana de Bioética, de la Universidad Militar Nueva Granada, y de la revista Hallazgos; del comité científico de la revista Avances en Enfermería, de la Universidad Nacional, donde conocieron de sus condiciones personales y profesionales, su dedicación, su creatividad, su amor por el trabajo y sus aportes a la educación y a la investigación.

Quienes fueron sus amigos siempre encontraron en él una palabra adecuada al momento, un chiste que les sacaba sonrisas, un consejo, un aplauso por sus triunfos y hasta un regaño, cuando creía que se estaban apartando del buen camino. Adivinaba sus circunstancias más escondidas, como los embarazos o las fechas cuando nacerían sus hijos, lo que siempre los sorprendía a pesar de haber sucedido más de una vez.

Como esposa, siempre fue un orgullo para mí compartir los reconocimientos que recibió por sus logros y realizaciones. Sus títulos académicos, sus posdoctorados, su doctorado honoris causa de la Universidad Nacional Daniel Alcides Carrión (Perú), su designación como profesor honorario de la Universidad Nacional de Colombia, las medallas otorgadas por la Universidad Santo Tomás y la Universidad Militar Nueva Granada los recibió con la sencillez que siempre lo caracterizó y, a la vez, con la frente en alto y la satisfacción por ser reconocido dentro de los mejores.

Hoy, a pocos días de cumplirse el primer año de su partida, sigo recibiendo en su nombre homenajes, mensajes y testimonios que me dan la certeza de que sus enseñanzas traspasaron las aulas de clase, las reuniones de trabajo, los encuentros ocasionales, las recepciones sociales y las conversaciones casuales, y que se arraigaron en la vida de sus estudiantes, sus compañeros de trabajo, sus colegas, sus conocidos, sus amigos y, por supuesto, en la mía, que fue una sola con la suya.

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