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Revista Latinoamericana de Bioética

versión impresa ISSN 1657-4702

rev.latinoam.bioet. vol.17 no.2 Bogotá jul./dic. 2017

 

Huellas y semblanzas

Fernando Soto Aparicio, un hombre llamado Latinoamérica*

Carlos Soto Mancipe

María Teresa Escobar López

Jorge Pinzón

Fernando Soto Aparicio (Socha, Boyacá, 11 de octubre de 1933-Bogotá, 2 de mayo de 2016) **,


Este libro está hecho con dolorosas experiencias de la vida misma […] Más que una novela, es una historia. Una dolorosa historia que se repite y que continuará repitiéndose mientras haya en el mundo un solo hombre sin hogar, sin libertad y sin enseñanza; mientras camine bajo el cielo un ser martirizado por su soledad y por su ignorancia. (Soto Aparicio, 1956, p. 8)

Miré su pecho que arrítmico se movía cansado de tanta lucha. Vi a mi madre que en silencio seguía orando, como todo ese fin de semana. Me acerqué a mi esposa para tener fortaleza. Volví a mi padre y puse mi mano sobre su frente, respiró lento y paró, volvió a respirar y paró definitivamente. Mis manos no se despegaron de su frente, cerré sus ojos, sabía que su lucha apenas terminaba, descansó. Mi madre se paró junto a la cama, rezó un poco más duro, le dio un beso y con una tranquilidad abrumadora, con el amor más grande del mundo, lo despidió. Eran las 8:40 a. m. del 2 de mayo de 2016.

Después de un año de lucha, con dolores profundos y terribles que lo impulsaron a escribir su Bitácora del agonizante, su vieja máquina Olivetti guarda silencio, no se escucha más el repiqueteo sobre el papel cuando trabajaba con la palabra que escribía a más de 100 por minuto con los dedos del corazón. No se llenarán más páginas en blanco con sus historias y como siempre dijo: “cuando mi voz se calle, mis libros gritarán por mi”; esa labor apenas empieza.

En el artículo “Un mar de silencios en un mundo de palabras” mi hermano Jaime lo describe y recuerda de una forma particular:

Recuerdo que era un completo desastre para las labores manuales. Los pequeños arreglos caseros (lo que fuera más allá de cambiar un bombillo) se volvían complejos enredos de cables, herramientas, machucones y sufrimientos. Mi mamá tenía que acudir en su ayuda y casi siempre terminaban llamando al plomero o al electricista o al que fuera, quien amén de realizar el trabajo debía “deshacer los entuertos” que mi papá había ocasionado. Si por él fuera, los carros no debieran tener llantas para no tener que cambiarlas, y lo único que hacía bien era ponerle gasolina pues de todas las demás cosas de mantenimiento se olvidaba. Sí, mi papá era negado para las cosas cotidianas. Pero era un superhéroe a la hora de escuchar y dar consejos.

Nos dejó una gran lección que dice que el amor es el eje de la vida, su hilo conductor, el motivo y la razón:

Pienso que el amor, como la vida, es un espejo y que nos devuelve la cara con que lo miramos; y que el amor que es entrega, que es darse por completo, implica también recibir al otro en la misma medida y es un sendero de doble vía que no termina nunca y que siempre, por fortuna, va acompañando este camino de la vida, van los dos paralelos; camino y sendero, buscando siempre ese momento pleno que es lo que tal vez nos justifica, lo que nos da un norte, lo que se convierte en una brújula para guiarnos en esta senda a veces difícil de la vida. El amor es, pues, el compañero por excelencia, lo que no traiciona nunca y es lo que nos proyecta más allá del término fijado para la vida.

Toda su obra tiene un norte, una preocupación constante por denunciar, mostrar y evidenciar las angustias y las preguntas del hombre de este continente:

El eje central de todos mis libros es el hombre de América Latina, con su problemática, con su angustia cotidiana, con su lucha por sobrevivir, con su rebeldía contra la injusticia, con su cólera contra los opresores; es el hombre que tiene que vender su fuerza de trabajo al mejor postor; el que no tiene una casa dónde vivir; el que, en este mundo ancho y ajeno, no tuvo un surco propio; el que aprende a beber con la leche materna la rebeldía contra una situación social insostenible; el que, de pronto en medio de toda esa barbarie cotidiana, sigue buscando la paz; el que no tiene para comprar un cuaderno para sus hijos; el que ve que el Estado ha ido cerrando las escuelas y condenando al pueblo al analfabetismo; el que mira aterrado cómo ese mismo Estado, ese mismo Gobierno ha ido cerrando los hospitales, hasta el punto en que ya la gente pobre no tiene ningún servicio social en el terreno de la salud; el que contempla con asombro cómo el Gobierno que él eligió para que lo llevara por el buen camino de la paz, de la concordia, de la convivencia, gasta todo el dinero del presupuesto nacional en pólvora […] estamos quemando el poco dinero que tenemos en la guerra y no gastamos un solo centavo para la paz.

Un hombre que guardaba su cotidianidad para escribir y leer, tranquilo y sereno. Entre los muchos recuerdos, mi hermano Jaime termina su reflexión y anota sobre mi padre:

Tuve, con mis hermanos, la felicidad y la bendición de tener y disfrutar a mi papá durante 60 años, muchos años más que los que la mayoría de las personas en este país tienen a sus padres vivos. Hoy, con mis cuatro hermanos de carne y hueso y con mis 72 hermanos de papel y tinta sentimos la soledad y su ausencia. La vida nos dio la oportunidad de devolverle una partecita de todo lo que nos brindó. Al cuidarlo durante su enfermedad, se invirtieron los papeles y él pasó a ser como nuestro hijo. Así lo sentimos: frágil, indefenso, asustado, triste, dolorido, desesperanzado… Ahí estábamos todos: sus cinco hijos bajo la batuta organizada, diligente, amorosa y devota de mi mamá y apoyados de manera incondicional por mi cuñada María Consuelo, su hermano Eduardo y su cuñado Alfonso, dedicados a hacerle menos penosos sus últimos días, a consentirlo, a mimarlo, a reconfortarlo, a escondérselo por unos días más a la muerte. Él dispuso que en su habitación pusiéramos muchos libros, eran pilas de libros que lo acompañaban en sus sueños tormentosos y en sus desvelos. Quiso también que la luz estuviera permanentemente encendida, pensábamos nosotros que porque tenía miedo de que la parca aprovechara alevemente la oscuridad, pero creo yo que era para ver a sus libros haciéndole compañía, montando guardia, protegiéndolo y abrigándolo, prestos a entregarse a Caronte para pagar su viaje más allá de la laguna Estigia, surcando el Aqueronte hacia la eternidad y la gloria.

Por eso, junto a su obra monumental, leída por miles, sus versos que enamoran, sus palabras que denuncian las injusticias, su fe en el amor, la lucha sostenida de forma rabiosa durante un año contra su enfermedad, sabiendo que ya le había ganado la carrera a la muerte del olvid a través de sus libros que gritarían por él eternamente, la imagen que guardamos como escritor y como hombre perdurará por siempre junto a millones de lectores que seguirán recorriendo sus páginas para ser de su obra un maravilloso legado a las letras castellanas en esta parte de América para el mundo.

Carlos Soto

Maestro, usted sigue aquí.

A un año de su partida, su caminar pausado, su dulce sonrisa, sus comentarios inteligentes, oportunos, a veces mordaces, la mayoría amables siguen estando aquí. Su presencia se siente en la Facultad de Educación y Humanidades. Está en el recuerdo grato de su sabiduría, sus amables gestos, en la evocación de su paciencia infinita e inteligente frente a la torpeza y la mediocridad, en la cita oportuna que se escucha frecuentemente de sus frases ilustradas y celebres pronunciadas por parte de algún profesor; en las reuniones del club de lectura que lleva su nombre y que usted fundó e impulso hasta último momento, en las investigaciones que hacemos de sus obras de profundo contenido histórico, político, bioético1, en el estudio de sus libros y poemas en el interior de las clases de lectoescritura; realmente, usted sigue aquí.

Puede suceder que no resulte necesario tener que interactuar de manera personal con un escritor para poder conocerlo en su dimensión más profunda que es la de su actuar personal, ahí en el día a día, en la cotidianidad que desnuda, en el simple mundo de la letra menuda.

Me sucedió con Cortázar, después con Serrat y casi al mismo tiempo con Blades. Solo leyéndolos y escuchándolos, los supe profundamente humanos.

Con el maestro Fernando Soto Aparicio no ha sido diferente. Nunca pude mirar de cerca sus ojos, ni experimentar la sensación de estar al frente de un gran ser humano. Solo supe que me perdía el deleite de su conversación directa y que sus prosas y estos poemas recientes de siempre daban fe de su grandeza en lo personal. (Jorge Pinzón)

&

Desde nuestros puestos de trabajo ya no se observan sus permanentes compañeros de cubículo: sus libros y sus gatos. ¿Quién no sabía de su devoción por la lectura y el afán con que esperaba que las personas leyeran y entendieran que eso nos hace mejores personas? Frecuentes visitantes llegaban a la oficina queriendo abrazarlo, felicitarlo por su trabajo literario, recibir un consejo para escribir, una luz, un tip, alguna ilustración sobre la forma como usted realizaba su labor poética y literaria; otros allanaban su escritorio para hacerle un registro fílmico o tomarse una fotografía. Casi siempre los veíamos salir no solo con el recuerdo grato de ser atendidos con la sencillez que solo posee quien es sabio, sino que también solían llevar bajo el brazo un ejemplar de sus libros siempre regalados con absoluto desprendimiento y complacencia, aduciendo sus célebres argumentos: “un libro debe andar, no hay nada más triste que un libro guardado o exhibido en un escaparate”, o “un libro no tiene cien hojas, un libro tiene cien alas, un libro nos lleva a mundos desconocidos, nos asoma por ventanas maravillosas, nos hace volar la imaginación, nos mueve sentimientos y sensaciones que de otra manera no se podría” .

&

Hace ya tiempo, yo frecuentaba un viejo café situado en el centro de la ciudad, allí sentado en una silla roja tan vieja como la mesa y como el café mismo, solía tomar un tinto delicioso que salía por las arterias de una inmensa máquina alemana traída en 1938 y manipulada únicamente por la señora Inés, la administradora del lugar.

En alguna ocasión, sentado al fondo del salón estaba el maestro Soto Aparicio, degustando el tinto y leyendo-escribiendo lo que tal vez fuera la corrección de una de sus numerosas obras.

Las personas lo saludaban muy respetuosamente y algunos le preguntaban por sus cosas, sus escritos. Él los saludaba y les contestaba de manera amplia, como queriendo retener cada instante de conversación, cada pedazo de existencia del otro, siendo generoso con la palabra.

Quise entonces acercarme a saludarlo, como los otros lo hacían, pero no lo hice, no sabía qué decirle. Solo mirarlo a prudente distancia.

Al fondo se escuchaba, a un volumen moderado, el bambuco Cuatro preguntas interpretado por Obdulio y Julián.

&

La colección de gatos que adornaban la oficina constituían testimonio de amor y admiración por ellos y a la vez demostración del amor expresado por quienes lo conocían y sabían que esto hacia más amable su permanencia en la oficina. Ellos fueron testigos de excepción del tiempo que tuvimos el privilegio de contar con su presencia en esta casa de estudios por más de 17 años.

En una entrevista realizada por Hernán Orjuela para televisión, a propósito de la publicación de Camino que anda, el maestro, en su estilo sin igual, narra la forma como este texto da cuenta de la historia reciente de América Latina, relatando el rigor que representa la investigación que antecede no solo a esta, sino también a cada una de sus obras, más de setenta libros, detrás de los cuales existe un estudio concienzudo y estricto. Los cuadernos secretos, en los que registraba toda la labor que antecedía a sus libros, son el testimonio cierto del escritor social y comprometido que da cuenta de la historia de nuestro tiempo, labor cuya cotidianeidad tuvimos la fortuna de acompañar en los últimos años, su afán por registrar y acudir a los amigos y familiares cercanos para rastrear por ejemplo las culturas indígenas del sur del continente para tener más información de la que ya poseía y escribir La sed del agua. Cómo no recordar y extrañar también los hermosos escritos que nos hacía llegar el día de la mujer, el día de la madre o saludo de fin de año; siempre llenos de poesía y sabiduría.

&

Descubrí su poesía bastante tempo después de saber de algunas de sus novelas, novelas que me “pusieron” a leer en el colegio y otras pocas que leí por gusto propio cuando las preguntas sobre la sociedad y la vida de las gentes me comenzaban a rondar la cabeza y el sentir. Entonces tuve certeza de la preocupación del maestro Soto Aparicio por los sin nombre, los desventurados, los excluidos, las gentes por las que yo me preguntaba y me fue revelada su permanente denuncia de lo acontecido en sus narraciones que me parecían denuncias reales.

El maestro debió haber hecho parte de ese selecto grupo de escritores latinoamericanos ampliamente reconocidos que narraban lo que sucedía en el continente en los duros tiempos de las dictaduras y las rebeldías. Pero él no tuvo tamaño reconocimiento. (Jorge Pinzón)

&

Tan duros (esos “tiempos de las dictaduras y las rebeldías”) como se refleja en las vidas de sus incontables personajes. En su primera novela, Los bienaventurados, los personajes son castigados sin aparente razón o culpa, como es el caso de Mario, quien poco a poco va pagando un alto precio por haber dado rienda suelta a sus impulsos amorosos hacia Tona: “El joven cayó al piso, bañado en sangre. Era parte de su castigo” (p. 55)2. En cierto modo, los personajes experimentan esa misma falta de reconocimiento o comprensión por un entorno marcadamente hostil, todo lo cual hace que su autor los llame, no sin la necesaria ironía, “bienaventurados. (Luis Flores Portero)

¿Cómo no recordar la poesía de Fernando Soto Aparicio? Esta, con la que privilegiadamente nos alegraba las horas de trabajo, ocupa un lugar de honor en la poesía colombiana y latinoamericana; devela no solamente su riqueza literaria y artística, sino además sus valores, su sentir, su basta sapiencia. El maestro lograba, y lo seguirá haciendo con su fructífera obra como repetía constantemente, ser la expresión de una sociedad muda: “el escritor tiene la obligación de hablar por ellos, por los que se callan, por los que no tienen voz, por los que tienen miedo”. Su afán por educar a través de la literatura era evidente, sus lemas acerca de la lectura eran su diario quehacer y vivir; sabía como nadie que quien leyera y apreciara las artes se alejaría de la ignorancia y la violencia. Fue pregonero de la paz y el amor como ninguno3.

Fernando Soto Aparicio fue y seguirá siendo el escritor social y humano que supo plasmar como pocos la historia de su tiempo, crítico siempre frente a la corrupción, la violencia y cualquier forma de injusticia; fiel a sus principios y valores, lograba personificar la verdadera esencia de una vida ética. El maestro Soto Aparicio, sin duda, pertenece a la categoría de humanista a carta cabal. Poseía la generosidad que le fue tan esquiva a sus compañeros en las artes y tan ausente en el Estado.

La literatura es una disciplina draconiana, terrible, pero maravillosa. Hay gente muy valiosa, no diré nombres porque se me escaparía alguno, pero hay gente que ha recogido las banderas que tal vez nosotros vamos a dejar. Hay gente que nos reemplazará con lujo, que nos está ganando, que ha aceptado el reto internacional de la literatura. Yo estoy muy complacido por eso, cada nuevo autor es como si yo lo hubiera descubierto, es una gran alegría4.

&

Descubrí su poesía bastante tempo después, cuando queriendo hacerles caso a varios amigos que sabían de sus virtudes poéticas me encontré con las letras del amor y la exaltación de la mujer, y supe que era cierto:

Cuerpo maduro y dúctil para el goce.

Cuerpo de duna, viento de palmera,

oquedad de bahía iluminada.

(del poema Cuerpo maduro y dúctil).

O del poema Pecado:

Tu piel ya no me sabe a los pecados

a que quizá pudo saberme un día.

Tus ojos me contemplan fatigados

porque se les murió la fantasía.

O sencillamente de la vida y su desenlace en el poema Olvido

Oye: cuando me vaya de la vida

me sentirás tan cerca como ahora.

En el canto de un pájaro en el alba,

en la bruma que surja entre las rosas,

en los hondos espejos del aljibe

donde las nubes tímidas se ahogan.

en el canto de un niño por la calle,

en el acre sabor de la derrota,

bailando en la alegría de la siembra

con los brazos abiertos a la aurora

para que en ellos se detenga el viento

y hagan su nuevo nido las palomas.

&

Muy pocos en el interior del país hacen justicia a su extensa y valiosa obra. Sorprende oír cómo escritores que pertenecen a la sociedad del mutuo elogio se ponderan entre ellos sin siquiera mencionar al maestro Soto Aparicio, que a todas luces es uno de los grandes. Al Estado mismo para el cual trabajó más de veinte años en el tribunal de Santa Rosa de Viterbo y en el Consulado de Francia, y del cual no recibió nada en retribución, ni siquiera los derechos que por ley tenia de una pensión de vejez. En la entrevista antes mencionada con Hernán Orjuela, este periodista refería que era increíble que en Colombia no hubiese recibido premio alguno por parte del Gobierno, mientras que por cuenta de instituciones nacionales, de otros países y continentes, los títulos y condecoraciones representan una larga lista.

Al maestro Soto Aparicio le ocurrió igual que a uno de los personajes históricos de sus libros, “Pedro Pascasio, héroe antes de los 12 años”, a quien la recompensa prometida nunca le llegó. La justicia, a Pedro Pascasio, se la hace el texto del maestro, mostrando su entereza y rectitud. Él registra en ese libro cómo la historia de la independencia pudiese haber seguido otro rumbo de no ser por este intrépido y olvidado adolescente.

La verdad es que Fernando Soto Aparicio fue un escritor al que le tocó forjarse un nombre contra la marea, como suele suceder con quien no tiene precio ni le hace juego al poder o al dinero. Por el contrario, como don Quijote, se ocupaba de la injusticia y los menesterosos. Él mismo refería cómo, tras tocar muchas puertas de universidades, editoriales, etc. en nuestro país, fue en España, participando en un concurso, donde logró publicar su primer libro: Los bienaventurados. Realmente, su papel en el mundo obedecía un tanto a lo dicho por Gonzalo Arango en 1966:

Este Fernando Aparicio, tan sereno, tan quieto, tan ausente en su presencia, me dio la impresión de ser como esos postes callejeros que no se ven, que no se notan porque siempre están allí, netos y necesarios, y que para descubrirlos hay que tropezar con ellos, y hasta reventarse las narices contra la solidez de su resistencia. Así lo vi y lo sentí como un poste de electricidad cuya existencia nos descubre un perro cuando hace pipí, pero tan presente a pesar de las miradas que pasan indiferentes. Tan necesario y justificado en su condición de ‘poste’ porque sabe que su misión es estar ahí para transmitir la luz, para comunicar a los hombres.

&

Hoy día, por muy bonitas razones, me encuentro más cerca del maestro Soto Aparicio, paradójicamente después de su partida. Hoy estoy seguro de que me acercaría a su mesa y, sin saber exactamente qué preguntarle, tal vez intentaría conversar acerca de las músicas, del pasillo y su atávico ancestro culposo, pero bello.

&

Es seguro que el tiempo y la importancia indudable de su obra lo inmortalizarán en la historia colombiana, latinoamericana y mundial. Por ahora solo basta decir que cada vez se siente más su ausencia, que la universidad no es la misma sin él; si bien tenemos sus escritos y recuerdos, el vacío es imposible de llenar. Hombres de su talla son pocos, pero nos queda el consuelo de su obra, la cual seguirá “gritando” en esta sociedad de sordos, donde, por fortuna, algunos afinan sus ojos y oídos, y descubren su descomunal y rica producción literaria. La esperanza en un futuro mejor con menos inequidad, desigualdad e injusticias como él soñaba contará con la inspiración y enseñanzas contenidas en su hermosa obra.

* Con este título, y parte de contenido, se publica como introducción en la obra póstuma del maestro Soto Aparicio Ellas y yo (2017).

** Este escrito a “tres manos” cuenta con la participación de Carlos Soto, hijo del maestro Soto Aparicio -pintor y diseñador gráfico, decano de Diseño Gráfico de la Corporación Universitaria Unitec, Bogotá-; María Teresa Escobar y Jorge Pinzón, todos participantes de la investigación 2356 Bioética narrativa en la literatura de Fernando Soto Aparicio. problemática moral y aportes para la resolución de conflictos y toma de decisiones. INV-HUM 2352.

1 Al respecto, en 2017 hemos estado realizando la investigación Bioética narrativa en la literatura de Fernando Soto Aparicio. Problemática moral y aportes para la resolución de conflictos y toma de decisiones. INV-HUM 2352 Investigadora principal: María Teresa Escobar López; coinvestigador: Luis Flores Portero, docente investigador de la Universidad Militar Nueva Granada.

2 Soto Aparicio, F. (2010). Los bienaventurados. Bogotá: Universidad Militar Nueva Granada.

3 Baste recordar que se anticipó a proclamar la cátedra de la paz y la necesidad de enseñar y cultivar el amor. En textos como Recomendación para todos los días en Cartilla para mejorar el mundo:_Debería existir una cátedra que se llamara, quizás, "Pedagogía de la paz"; donde se enseñara a sembrar un árbol, a construir un tablero, a escribir una idea. Y otra clase que no fuera simplemente Educación sexual, sino "Preparación para el Amor”. Tal vez así enderezaríamos el torcido caminado del mundo, para que fuera realmente mejor.” Revista Investigación y Desarrollo Social 1999.

4 Entrevista con Juan Villamil. “Siempre he estado de pelea con Dios”: Fernando Soto Aparicio 24 de abril de 2012.

1 In this regard, in 2017 we have been carrying out the bioethical narrative research in the literature of Fernando Soto Aparicio. Moral issues and contributions to the resolution of conflict and decision making. INV-HUM 2352 Lead investigator; María Teresa Escobar López, co-investigator; Luis Flores Portero. Professor and researcher at the Military University Nueva Granada.

2 Soto Aparicio, F. (2010). Los bienaventurados. Bogotá: Universidad Militar Nueva Granada.

3 Suffice it to recall that he anticipated proclaiming the chair of peace and the need to teach and cultivate love. In texts such as Recomendación para todos los días en Cartilla para mejorar el mundo: “There should be a chair to be called, perhaps”, Pedagogy of Peace”; where you will teach to plant a tree, build a board, write an idea. And another class that was not just sexual education, but “Preparation for Love”. Perhaps this way we would straighten out the twisted world-walk, to make it really better. " Journal Investigación y Desarrollo Social 1999. Interview with Juan Villamil. “I've always been in a fight with God”: Fernando Soto Aparicio 24 Apr 2012.

4 Interview with Juan Villamil. “I’ve always been in a fight with God”: Fernando Soto Aparicio 24 Apr 2012.

1 Ao respeito, em 2017 temos vindo a realizar a investigação Bioética narrativa na literatura de Fernando Soto Aparicio. Problemática moral e contribuições para a resolução de conflitos e tomada de decisões. INV-HUM 2352 Investigadora principal: Maria Teresa Escobar Lopez; Co-investigador: Luis Flores Goleiro, docente pesquisador da Universidade Militar Nueva Granada.

2 Soto Aparicio, Fernando. (2010). Os bem-aventurados. Bogotá: Universidade Militar Nueva Granada, p. 55.

3 Basta lembrar que se antecipou para proclamar a cátedra da paz e a necessidade de ensinar e cultivar o amor. Em textos como Recomendação para cada dia em Cartilla para melhorar o mundo: "Deveria existir uma cátedra que se chame talvez, “Pedagogia da paz”, onde é ensinado para plantar uma árvore, para construir um painel, para escrever uma ideia. E outra classe que não seja apenas Educação sexual, mas "Preparação para o Amor." Talvez assim endereçaríamos o tão torcido caminho do mundo, para que seja realmente muito melhor. " Revista Investigación y Desarrollo Social 1999.

4 Entrevista com Juan Villamil. "Eu sempre tenho brigado com Deus": Fernando Soto Aparicio 24 de abril de 2012

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