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Sociedad y Economía

Print version ISSN 1657-6357

Soc. Econ.  no.21 Cali Jan./Dec. 2011

 

A propósito de ¿Existen individuos en el sur?, de Danilo Martucelli1

Gilles Bataillon
EHESS, Paris-Francia

1 Martucelli, Danilo. ¿Existen individuos en el sur? Santiago de Chile: LOM ediciones, 331 páginas, 2010. La traducción de esta reseña fue realizada por Alberto Valencia Gutiérrez, profesor Universidad del Valle, Cali, Colombia.


¿Cómo comprender los modos de acción y los sistemas normativos de los individuos del Sur? ¿Podemos hablar de individuos en el sentido que ha tomado esta palabra desde el Renacimiento y el Iluminismo o, por el contrario, los agentes sociales están prisioneros de costumbres en las que las tradiciones individualistas están completamente excluidas o se encuentran reducidas a la mínima expresión? ¿Cómo emprender una reflexión en este sentido en los albores de un siglo XXI marcado como nunca antes por mezclas y contactos acelerados de los individuos y de los conjuntos sociales? Incluso limitando la observación al mundo latinoamericano el desafío es inmenso. ¿En qué aspectos las mujeres y los hombres de este subcontinente presentan, más allá de sus diversidades sociales, culturales, étnicas y nacionales hábitos comunes y específicos con respecto a los norteamericanos, los europeos o los australianos? ¿Cuándo se crearon estos hábitos, cómo se han remodelado desde las independencias hasta el siglo XX, como se puede dar de ellos una descripción plausible? A responder a esta serie de preguntas se consagra Danilo Martucelli en su último ensayo.

El autor comienza por presentar un muy notable panorama de los debates que han nutrido las reflexiones sobre el orden social en América Latina. El problema del individuo y de sus capacidades de acción, al igual que el de sus repercusiones, es el mismo del célebre héroe Zavalita de Conversación en la catedral, de Vargas Llosa ("¿En qué momento se jodió el Perú?»); el mismo de Octavio Paz en América Latina y la democracia, sobre la fuerza y la persistencia de una "tradición antimoderna" e, incluso, el mismo de Sarmiento en sus reflexiones sobre la dicotomía "civilización o barbarie" de su Facundo. Estas mismas reflexiones se encuentran también en los teóricos de la dependencia, que insisten en la especificidad de unos países en los que el arcaísmo fue dejado de lado desde la Colonia, pero sin que la Modernidad se hubiera instaurado plenamente; o en Néstor Canclini o Serge Gruzinski que ponen en primer plano la importancia de las hibridaciones sociales y culturales. Aparecen igualmente filósofos como Leopoldo Zea o Marilena Chauí; economistas como Hernando de Soto y Gabriel Zaid que subrayan el imperio de «otra» modernidad; sociólogos que resaltan la importancia de los «sujetos colectivos» a través de los «nuevos movimientos sociales»; o, incluso, los analistas de los cambios democráticos ocurridos en América Latina desde los años 1980, tales como Bernardo Sorj o Joaquín Brunner, que ponen de nuevo en cuestión la idea de que la experiencia de la modernidad sería siempre del dominio exclusivo de los países centrales. América Latina ya no sería solamente un "extremo Occidente» (Octavio Paz) sino que encarnaría una forma original de la modernidad e, incluso, de la posmodernidad.

Surge enseguida una serie de reflexiones sobre los procesos de individuación en Occidente y en otros ámbitos culturales. ¿De qué manera una sociedad produce y da forma a unos agentes empíricos, como lo muestran las reflexiones de Abraham Kardiner, de Ralph Linton, de Ruth Benedict o, incluso, las de Jean Pierre Vernant y sus discípulos? La «sociedad de los individuos» de Elias o el «individualismo institucional» desarrollado por Parsons y Bourricaud no son más que unas posibilidades entre otras muchas.

¿Cuáles son los factores de la individuación en América Latina, cómo observarlos y describirlos? Apoyado en sus primeras constataciones el autor construye el desafío de seguir meticulosamente los procesos de formación de los individuos existentes en América Latina desde el siglo XVI hasta el XXI. También aquí mezcla los datos provenientes de sus propias investigaciones con los de una pléyade de antropólogos, economistas, historiadores o sociólogos de cuyos trabajos manifiesta un notable conocimiento.

Primera constatación: la Conquista es un acontecimiento fundador que no ha dejado de trabajar el imaginario y las prácticas latinoamericanas. La originalidad de esta época no se deriva solamente de la llegada de los conquistadores, especialmente brutales, y de la implantación por la fuerza de una nueva religión. Las conquistas europeas tienen precedentes autóctonos como lo muestra ampliamente la historia del mundo Azteca o Inca, bien sea que se piense en la situación de los Urus o en la de otros «vencidos de los vencidos» (N. Watchel); se deriva sobe todo del lugar acordado al acontecimiento por los latinoamericanos que hacen de la Conquista un momento fundador como pueden ser las revoluciones norteamericana o francesa para los países centrales. La Conquista prima sobre cualquier otro tipo de acontecimiento anterior (el colapso de las civilizaciones clásicas en Mesoamérica) o posterior (las independencias e incluso las revoluciones independientemente de que se trate de México, Bolivia, Cuba o Nicaragua). Nada logra borrar esta primera cesura: En la "construcción de su sentido" (Claude Lefort) se alimenta una duda recurrente sobre la capacidad de autorregulación de lo social. La barbarie estaría en el origen del carácter malogrado del subcontinente; bien sea que se trate de la barbarie de los amerindios, como dicen algunos, o la de la Conquista, como afirman otros. La Conquista estaría también en el origen de la duda sobre sí mismo, de la melancolía y de cierto bovarysmo, propio de los latinoamericanos. La Conquista marcaría finalmente la imposibilidad de una reconciliación, de una armonía... y en contrapartida resaltaría la urgencia de un sentido de la conciliación frente al caos que amenaza.

Segunda constatación, casi paradójica con respecto a la primera: «el talento de los latinoamericanos para el vínculo social». En un Nuevo Mundo, donde los aparatos estatales administrativos tienen una débil densidad, los habitantes dan muestras de un sentido muy particular de sociabilidad, que se establece con frecuencia a una gran distancia de las regulaciones estatales. Agentes que pertenecen a las entidades más diversas, portadores de costumbres algunas veces en las antípodas unas de otras, coexisten de hecho. Aunque la coexistencia pasa en ciertos momentos por la mayor violencia, los latinoamericanos no por ello desconocen la manera de llegar a acuerdos implícitos. Raramente codificados en un derecho escrito, o incluso como parte de un common law a la anglosajona, las interacciones constituyen, a pesar de todo, códigos de hecho. Esta sociabilidad y sus códigos implícitos manifiestan una tensión recurrente entre principios de organización jerárquica, provenientes no sólo de las monarquías ibéricas, sino también de los mundos precolombinos, y reivindicaciones igualitarias alimentadas por sacudimientos tanto demográficos como sociopolíticos inducidos por la Conquista. Esta tensión entre un juego social y económico, que favorece mecanismos liberadores y a unos principios jerárquicos, se acentúa en el siglo XX y se reorienta a favor de una igualación de las condiciones, estimulada por las transformaciones sociales provocadas por la urbanización y la industrialización. En el siglo XXI los principios jerárquicos son desplazados por una preocupación por la igualación de las condiciones.

Estas observaciones sobre el trabajo de la igualación de las condiciones conducen a Martucelli a una tercera constatación sobre las modalidades del juego social y político latinoamericano. Su perspectiva hace eco a algunas temáticas centrales de un gran sociólogo olvidado por la comunidad científica contemporánea, Charles Anderson2, y revalúa toda una serie de observaciones de otros autores igualmente famosos en los años 1960 y 1970, como es el caso de Richard Morse, François Bourricaud y Alain Touraine. Martucelli muestra que las élites latinoamericanas y, más aún, los aparatos estatales sólo tienen un «poder indicativo» que opera por demostración de fuerza y teatralización: se enuncian principios que no siempre se pueden imponer y se termina por lo general por contemporizar con entidades heterogéneas. Es decir, como lo observa muy justamente el autor, la comprensión de la realidad latinoamericana exige deshacerse de las visiones inspiradas en Michel Foucault o en Norbert Elías que suponen el predominio de hegemonías perfectamente asentadas y de aparatos de dominación de una extraordinaria densidad. Este tipo de visiones impide comprender la fluidez del juego social latinoamericano, que va a la par con una extrema violencia, concebida como un recurso ordinario del juego político, cualquiera que sea su atrocidad. El juego social pone a los individuos frente a la obligación permanente de inventar y de reinventar soluciones a los problemas sociales o políticos, que en los países centrales son proporcionadas, por el contrario, por los aparatos políticos, administrativos o judiciales que tienen a cargo la aplicación de leyes o reglamentos.

La última constatación sobre el proceso de individuación es la idea de que el trabajo está lejos de ocupar un lugar central en las representaciones colectivas latinoamericanas. Aunque el modo de producción capitalista ha impreso de manera evidente su marca en las relaciones sociales en el subcontinente, el trabajo no tiene un rol central en los procesos de constitución y definición de los individuos. Como lo escribe muy bien Jorge Parodi, un sociólogo peruano, «ser obrero es algo relativo». La comunidad de pertenencia étnica o regional, o la religión, son tan importantes como el trabajo para la definición de los sujetos. Se articula a esta representación del trabajo una representación de la riqueza que hace de esta no el fruto de la labor sino un don de la naturaleza. Los recursos naturales mineros, silvícolas o agrícolas son concebidos de manera similar como tesoros de los que se saca provecho pero nunca como ingredientes ligados a una valorización que supone una suma de esfuerzos personales. De la misma manera en el mundo andino, allí donde el trabajo y el esfuerzo son valorados, la riqueza guarda intrínsecamente un carácter fortuito.

Estas primeras constataciones conducen a Martucelli a elaborar diferentes «perfiles» del individuo latinoamericano. Aunque los latinoamericanos viven en un mundo plenamente moderno, han construido en una muy débil valorización del fuero interior y del trabajo introspectivo. De allí provienen aquellas características de la literatura latinoamericana y de forma más general del arte narrativo: se privilegia más la manera de contar las cosas que los personajes o la intriga. En muchos aspectos la telenovela es un paradigma de la subjetividad latinoamericana; un melodrama que, como lo escribe Jesús Martín Barbero, pone en escena «el drama del reconocimiento». La modernidad cultural no es el producto del libro sino de las industrias de la cultura de masas, la radio y la televisión, hoy en día la red y el facebook.

Marcado por este contexto de un «poder indicativo», el individuo latinoamericano se define también como un «jugador asimétrico» o como un «oportunista vulnerable». El individuo obra en un mundo inestable en el que las reglas del juego desfavorecen a los «de abajo» y se reacomodan permanentemente en ventaja de los poderosos. De allí la necesidad imperiosa de mostrarse astuto como lo recuerdan muchas historias y dichos que parecen tomados del Roman de Renard. Es necesario obrar siempre con sagacidad para imponerse y para cuidarse. Una cierta picardía es conveniente y, en ciertos casos, los manejos más infames son permitidos, pero con la condición de que no se lleven a cabo a expensas de los próximos sino, por el contrario, en su provecho. Estamos en un universo muy próximo al "amoralismo familiar" descrito por Bancroft en Sicilia. El individuo no está orientado aquí por instituciones que fijan reglas y producen normas que se aplican mecánicamente y los protegen sino, por el contrario, por otros individuos que son ante todo miembros de redes que actúan de manera oportunista. Los líderes populistas, en primer lugar Perón, no son demiurgos de la historia sino artistas de la conciliación de los intereses.

El individuo es finalmente un "actor metonímico". La cuestión no es tanto, observa Martucelli, el surgimiento del individuo sino la radicalidad de su presencia. Los individuos se encuentran de una cierta manera "por delante" de unas instituciones ausentes o débiles. La creación de regímenes democráticos que proclaman derechos y dan a los individuos la sensación de que tienen "derechos a tener derechos" (H. Arendt) acentúa las tensiones entre instituciones que protegen insuficientemente a los individuos y entre ellos mismos. Aquí se encuentran todas las temáticas de la "anomia cándida" y del "país al margen de la ley" enunciadas por el jurista argentino Carlos Nino. En la medida en que las instituciones son deficientes o simplemente están ausentes, se establecen componendas al margen de ellas porque con mucha frecuencia no se puede hacer de otra manera. De allí, para retomar los términos de Carlos Iván de Gregori, un actor es más individuo que ciudadano y el individualismo es "antes que todo del yo". La ley sólo se interioriza de manera "intermitente". La moral es concéntrica y se aplica en función de los círculos de sociabilidades y de las redes. Es decir, el individuo al final cuenta más que las instituciones.

Es poco decir que este ensayo merece amplias discusiones y debates más extensos de que los que hemos iniciado aquí. Y no sobra agregar que puede producir irritación en lectores demasiado apresurados que pueden acusarlo de culturalismo y de esencialismo. Observemos que toda su fuerza se encuentra sin duda en la irritación que puede provocar en los lectores apresurados. Martucelli nunca plantea la existencia de una cultura latinoamericana, sino que describe praxis y hábitos. Tampoco afirma que éstos sean invariantes e inmutables. Por el contrario, se muestra fiel a la inspiración de Marcel Mauss: "los sociólogos hacen demasiadas abstracciones y separan demasiado los diversos elementos de la sociedad unos de otros. Es necesario (...) observar lo que está dado. Ahora bien, lo dado es Roma, Atenas, el francés medio, el melanesio de tal o cual isla, y no la plegaria o el derecho en sí" (Ensayo sobre el don). Martucelli y los numerosos autores que cita no hacen otra cosa que observar a los latinoamericanos y no pierden su tiempo en pseudo-debates metodológicos que a menudo ocultan demasiado la indigencia de investigaciones empíricas hechas a toda prisa y sobre todo con el ánimo de confirmar algún paradigma de la moda científica.


Citas de pie de página

2 Nos referimos en particular a Politics and Economic Change in Latin America: The Governing of Restless Nations 1967, Litton Educational Publishing, Inc, New York.