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Sociedad y Economía

On-line version ISSN 1657-6357

Soc. Econ.  no.38 Cali Sep./Dec. 2019

https://doi.org/10.25100/sye.v0i38.8028 

Reseñas

Retorno a los orígenes vergonzosos

Jorge Luis Aparicio-Erazo1  1

1 Profesor asistente, Universidad del Valle, Cali, Colombia. jorge.aparicio@correounivalle.edu.co

Eribon, D. 2017. Regreso a Reims. 2ª edición, Buenos Aires, Argentina: Zorzal,


No creo que a los demás -mis hermanos y hermanas, mis colegas- les hiciera padecer tanto como a mí la vida en el pueblo. Yo, que no conseguía ser uno de ellos, de ese mundo tenía que rechazarlo todo. El humo era irrespirable por los golpes; el hambre era insoportable por el odio a mi padre. Había que salir huyendo. (Louis, 2015, p. 141)

Un padre fallece después de muchos años de estar internado en una clínica para personas con alzhéimer y uno de sus hijos no quiere ir al entierro. La muerte de su progenitor es casi la de un extraño, alguien por el que no había sentido mayor cariño pero sí un enorme resentimiento. En la juventud rompió lazos con él -en realidad, con toda su familia- y lleva más de la mitad de su vida intentando alejarse de ellos, evitando las visitas, construyendo su propia vida apartada de la ciudad donde nació. ¿La razón? Su padre, un antiguo obrero con el que había mantenido una difícil relación, le recuerda el peso de las clasificaciones sociales de las que no pudo escapar; le recuerda sus orígenes pobres y, especialmente, que sentir vergüenza no es solo un acto individual sino una respuesta al entramado social.

Pero quizá no hay legado más presente que aquel al que intentamos renunciar: la muerte del padre se convierte en la oportunidad para que ese hijo -Didier Eribon, ahora un reconocido intelectual francés- regrese a Reims, una ciudad de mediana extensión al noreste de Francia en la que nació y vivió sus años de infancia y adolescencia. Al retornar a esta localidad, el autor intenta comprender por qué evitó hablar sobre sus antecedentes de clase durante tanto tiempo. Es la oportunidad para analizar los mundos sociales que fueron los paisajes de su pasado y de los complejos procesos a través de los cuales logró escapar de los destinos dibujados por el determinismo social.

Regreso a Reims no es una autobiografía en el sentido escueto de la palabra. Es decir, no es un relato en el que su autor expresa los pormenores de uno o varios aspectos de su vida. Se trata más bien de un autoanálisis o quizá, mejor, de una auto-socio-biografía, para usar el término de la escritora Annie Ernaux (Ernaux y Jeannet, 2003, p. 21). Cada episodio, cada experiencia o cada detalle que se menciona, es sometido a un marco analítico que nos lleva a entender su sentido. A lo largo de cinco capítulos y un epílogo, se describe y objetiva la trayectoria del estudiante destacado que nació en un mundo pobre y ciertamente violento, que más tarde define una suerte de reinvención y reeducación casi completa de sí mismo para poder ingresar a un mundo que, precisamente por sus orígenes sociales, parecía inalcanzable: el de los intelectuales.

Con una escritura cuidadosa, precisa y sencilla, y moviéndose de manera magistral entre la narración y el análisis, el autor logra, a través del estudio histórico y social de su propia familia, un admirable desciframiento de las formas de vida, valores, actitudes y prácticas sociales de esos mundos pobres (u obreros) en los que se desenvolvieron sus años de niñez y adolescencia.

Eribon creció en un espacio social que se caracterizaba por las privaciones y frustraciones de la vida de las clases pobres en la Francia de posguerra. Su padre trabajaba largas horas en una fábrica; su madre fue empleada del servicio en casas y, en algunos momentos, también laboró en la factoría, además de encargarse de las tareas domésticas. Durante años, vivieron en pequeños domicilios otorgados por el gobierno. Los tres hermanos debían compartir cama y cada piso del edificio de apartamentos tenía solo un baño comunitario. Los viernes, el padre se iba a un bar y regresaba a casa, uno o dos días después, en estado de ebriedad y con comportamientos violentos.

Eribon logra ingresar al sistema escolar que, pese a sus formas de clasificación y exclusión, le abre al joven un universo nuevo de conocimientos y sociabilidades que cambian su visión del mundo. Es la figura del buen estudiante que rompe con las sentencias de su apellido: es el primero de la familia en culminar sus estudios básicos e ingresar a la enseñanza secundaria en el liceo (antes de que esta se volviera obligatoria).

Poco a poco, el joven Eribon desarrolla una serie de lazos y prácticas que le permiten acceder a una capa social diferente (la de los letrados burgueses), asimilar su lengua culta y sus hábitos, para hacer de ellos un instrumento de afirmación de sí mismo. Se trata de un salto que ocurre con cierto egoísmo, pues el autor acepta más adelante que sus padres debieron padecer innumerables trabajos para que él pudiera ingresar al sistema escolar y disfrutar de la lectura de las obras de autores por los que siente afinidad política e intelectual (Simone de Beauvoir, Sartre y Trotsky, entre otros). No tiene reservas en autodenominarse “tránsfuga de clase” -en vez de, por ejemplo, un “transclase”, para recurrir al concepto de Chantal Jaquet (2014) -, pues no solo reconoce que hay una transferencia de clase, sino una especie de traición, de negación de pertenencia.

Esta suerte de movilidad social agenciada por el propio Eribon no está exenta de incertidumbres y problemas. Aparece un sentimiento de vergüenza que empieza a atormentarlo y acomplejarlo cuando alcanza a distinguir los signos de las diferencias. Eribon evita hablar con sus compañeros y profesores de sus orígenes sociales y de su familia pobre: “Uno siempre sueña con tener una familia gloriosa, sea cual fuere el título de la gloria. Pero el pasado no se puede cambiar. Como mucho, uno puede preguntarse: ¿cómo podemos manejar nuestra relación con una historia que nos avergüenza?” (p. 78).

La vergüenza de clase aparece como una emoción netamente social que se traslada a la dimensión subjetiva. Varios de sus compañeros de estudio tienen unos orígenes y saberes de los que el autor carece, y que encuentra deseables: son los llamados “herederos”. Hijos de personas con carreras universitarias y buenos trabajos, con tiempo y espacios para el estudio y el ejercicio intelectual, que disponen de pasados familiares que no solo les facilitaron su ingreso a la cultura académica, sino también su asimilación como parte “natural” de su destino social. Es la presencia de los otros lo que impulsa la sensación de vergüenza en Eribon.

La vida académica y social ascendente de Eribon tiene como resultado una personalidad en permanente lucha interna y externa. El “buen estudiante” proveniente del entorno obrero está en el centro de dos mundos sin lograr sentirse cómodo en ninguno de ellos. Experimenta ese cambio, incluso el desgarramiento de una personalidad que vive entre dos ámbitos incompatibles, oscilando entre la vergüenza y la fidelidad respecto al medio de origen, y entre la fascinación y la cólera frente al medio al que arriba; eso que Pierre Bourdieu había llamado “habitus laminado” -“habitus clivé” en francés- (Bourdieu, 2006, p. 138), y que desemboca en violencia simbólica: “La escolarización exitosa instalaba en mí, como una de sus condiciones de posibilidad, un corte, un exilio incluso, cada vez más profundo, que poco a poco iban separándome del mundo del que venía y en donde aún vivía. Y como todo exilio, este contenía una forma de violencia. Yo no podía percibirla, pues se ejercía en mí con mi consentimiento. No excluirme -o no ser excluido- del sistema escolar exigía excluirme de mi propia familia, mi propio universo” (p. 172).

Sin mayores familiaridades con la cultura escolar -que está invadida por pautas de comportamiento y valores procedentes de la clase social superior-, los éxitos académicos de Eribon se ven acompañados por un cambio continuo en su cadena de identificaciones. Incorporar los hábitos que considera deseables exige un abandono constante de los modelos referenciales disponibles en su entorno social. Integrarse al mundo cultural que le abre el sistema escolar y adquirir el conocimiento -que sus compañeros procedentes de las clases dominantes recogen, mediante la difusión familiar- implica un mayor esfuerzo.

La construcción de la trayectoria del joven Eribon se encuentra atravesada por una incesante elección y un gradual abandono de personajes tutelares. En el caso de Eribon, los nuevos personajes tutelares -sus maestros, sus propios compañeros, entre otros- le permitieron examinar y acomodar sus intereses y proyectos, trazarse objetivos y desarrollar una cierta seguridad.

Se construye una suerte de doble vida que recuerda tanto la presencia del pasado rechazado como la distancia del futuro esperado. La clase de la que se pretende huir nunca se deja totalmente atrás: el contacto con los jóvenes procedentes de otros lugares del espacio social por medio de la ropa, la forma de hablar y la seguridad del que se siente elegido le recordarán, incluso hasta muchos años después, su lugar social. De igual manera, regresar al entorno popular también implica riesgos: las formas de comunicación y los temas de interés no solo no tienen el eco esperado, sino que pueden resultar incluso ofensivos para sus hermanos y su madre.

La pertenencia a la clase obrera no solo se traduce en condiciones de desigualdad para el acceso a la educación, a la cultura y un trabajo digno; deja huellas, dolencias y enfermedades en el cuerpo, como lo demuestra el caso de sus padres. De ahí que el autor lance fuertes críticas a la visión de las clases sociales de Raymond Aron, a quien no duda en llamar “un soldado enrolado al servicio de los dominantes y la dominación” (p. 102).

En este proceso, el joven Eribon descubre que le gustan los hombres (se enamora de un compañero de clase aproximadamente a los 14 años). Entenderá pronto la ilegitimidad de ser homosexual en un entorno donde se exaltan los valores y prácticas viriles, y el sometimiento al escrutinio social, al insulto que le determina y le anticipa lo que deberá soportar: “En el fondo, estaba marcado por dos veredictos sociales: un veredicto de clase y un veredicto sexual. Nunca se puede escapar de las sentencias así dictadas. Llevo en mí la marca de uno y otro. Pero como en un momento de mi vida entraron en conflicto uno con otro, debí moldearme a mí mismo utilizando uno contra el otro” (p. 234).

Se ve obligado no solo a ocultar sus deseos, sino a reproducir prácticas homofóbicas -como burlarse o insultar a los compañeros “afeminados” del liceo- para evitar cualquier sospecha sobre sí mismo. Esta especie de dislocación psíquica propia del buen estudiante de clase obrera que se sabe homosexual, pero que se oculta detrás de una falsa fachada masculina, produce un yo dividido, que tiene alguna relación con sus orígenes sociales: “Para un joven gay, y sobre todo para un joven gay proveniente de medios populares, la adhesión a la cultura constituye, frecuentemente, el modo de subjetivación que le permitirá sostener y dar sentido a su “diferencia” y, por ende, erigir un mundo, forjarse un ethos diferente al que le dio su entorno social” (p. 170-171).

El autor entiende pronto que requiere abandonar el horizonte de exigencias heterosexuales permanentes que propone Reims. Como muchos homosexuales de Francia, tanto de antes como de ahora, París es para Eribon una especie de tabla de salvación en doble sentido: por un lado, en esta ciudad -con sus universidades y colegios, ofertas culturales y académicas- el universo intelectual se mueve de manera más intensa que en su pueblo natal; allí podría luchar por convertirse en un auténtico intelectual. Pero además esta ciudad, con su carácter cosmopolita y de anonimato, le permitiría al autor vivir de manera más libre su homosexualidad. Orientación sexual y disposición intelectual parecen así encontrarse en una estrecha correlación.

Eribon se marcha a París a la edad de 20 años para proseguir sus estudios universitarios. Inmediatamente se encuentra en un entorno que abarca sus ambiciones intelectuales y su identidad gay. Sin embargo, también es una urbe en la que se desprecian los gustos y experiencias de la clase obrera, por lo que debe ocultar sus orígenes de clase. De igual manera, se percata de que, precisamente por estos orígenes, se le hará más difícil integrarse plenamente al universo intelectual e incluso conseguir una buena vacante laboral. Ya está lejos de Reims; ha dejado atrás a su familia y su pasado familiar. Poco a poco se convertirá en el Eribon que conoceremos sus lectores.

Retornar a los orígenes vergonzosos, como el autor lo ha hecho en esta obra, contribuye no solo a medir la distancia recorrida entre dos mundos, sino también a reflexionar sobre la forma en que el autor analiza dicha trayectoria. Es precisamente por encontrarse al “otro lado” que Eribon puede hacer con su pasado lo que otros miembros de su familia no pudieron hacer: entenderlo a través de un ejercicio de análisis, con el saber y las herramientas teóricas adquiridas mediante su ascenso social.

A través de sus páginas, se traslucen algunos elementos del método seguido por Eribon para la escritura de Regreso a Reims. Aunque se trata de un ejercicio de memoria y de introspección sociológica, es también la colaboración de otros la que le permite al autor realizar este trabajo. Las obras de autoanálisis de Pierre Bourdieu, Annie Ernaux, John Edgar Wideman y James Baldwin, pero no menos las de Jean Genet, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Richard Hoggart, entre otros, le brindan a Eribon las herramientas necesarias para abordar el estudio de su propio mundo. Del mismo modo, el autor señala cómo las conversaciones con su madre después de la muerte del padre, así como algunos correos electrónicos intercambiados con sus hermanos, ayudaron a reunir las piezas de ese entorno popular que él re-descubre.

El recorrido autobiográfico del autor le sirve para enfatizar posturas y análisis que ya había propuesto en obras publicadas anteriormente. Salta a la vista la relación con sus reflexiones sobre el insulto como dimensión constitutiva de la vida de los homosexuales: “Desde el día en que lo conocí, el insulto nunca dejó de acompañarme. Ah, cierto, lo conocía desde siempre… ¿Quién no lo conoce? Se lo aprende cuando se aprende a hablar” (p. 203). Para más adelante enfatizar: “Soy un producto de la injuria. Un hijo de la vergüenza” (p. 206).

De igual manera, Eribon cuestiona los movimientos que, empecinados por reivindicar la construcción de identidades sexuales “transgresoras” y la lucha contra la normatividad (el matrimonio, el ejército, etc.), olvidan no solo el peso de las instituciones en la configuración de los individuos, sino los estragos psíquicos que puede provocar la ilegitimidad social. Aunque el autor no lo dice explícitamente, parece referirse a ciertas corrientes del “movimiento queer”. Asimismo, critica severamente las explicaciones psicoanalistas de Lacan sobre la homosexualidad como perversión.

Eribon tampoco es condescendiente con quienes fueron sus inspiradores intelectuales o sus amigos. Aunque valora el gesto de Pierre Bourdieu de someterse a un esbozo de autoanálisis, Eribon señala que la autocensura, el pudor o la reserva le impidieron al sociólogo entregar mayor información y detalles sobre la fabricación de él mismo como individuo y sociólogo destacado. Debate, de igual modo, las desfiguraciones que produce la idealización de las clases populares en las obras de R. Hoggart y J. P. Sartre.

El tercer capítulo del libro es el menos referencial a la trayectoria vital de su autor -el “menos autobiográfico”, si se quiere-, pues está dedicado a entender, a partir de su propia familia, los cambios de una sensibilidad política que posibilitó el ascenso del partido conservador y derechista, Frente Nacional, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas de 2002. El autor interpreta esta elevación como resultado del abandono gradual de la clase obrera francesa por parte del establecimiento. Mientras algunos políticos abanderados de la izquierda renunciaron a su compromiso con el conflicto de clases para acceder a cargos en el poder, la extrema derecha empezó a construir un discurso sutil que responsabilizaba de la difícil situación de la clase obrera francesa a la presencia de inmigrantes negros y árabes. Aunque este discurso parezca simplista y racista, le resultó sumamente efectivo a Le Pen, quien estuvo cerca de llegar al poder.

Aun cuando la lectura de Regreso a Reims evidencia cuánta distancia hay entre la sociedad analizada y la nuestra (sus sistemas educativo, político, económico y sociocultural), sin duda es posible que muchas de las vivencias o reflexiones de Eribon lleven a diversos lectores (homosexuales, de orígenes populares o de familias trabajadoras) a identificarse con el autor, e incluso invitarlos a hacer su propio autoanálisis. Dicho sea de paso, ejercicios de auto-indagación sociológica, como el esbozado por Eribon, son prácticamente inexistentes entre intelectuales e investigadores de América Latina.

El trabajo de Eribon también recalca la vigencia de su caso. Precisamente la publicación de la novela Para acabar con Eddy Belleguele (Louis, 2015), del joven escritor Edouard Louis -del que tomamos el epígrafe de esta reseña- demuestra que muchas de las formas de violencia que puede sufrir un hombre homosexual nacido en un entorno obrero son todavía vigentes2. Las trayectorias de Eribon y Louis pueden parecer curiosamente similares, pues se trata de formas de exclusión y dominación que se han mantenido -desde luego, con algunas variaciones- a lo largo de varias generaciones.

Pero los ejercicios de regreso siempre parecen incompletos; quedan caminos por explorar, cavilaciones por hacer. Prueba de ello es la reciente publicación del libro La sociedad como veredicto (Eribon, 2017), que reúne una serie de ensayos derivados precisamente de Regreso a Reims.

Referencias bibliográficas

Bourdieu, P. (2006). Autoanálisis de un sociólogo. Barcelona, España: Anagrama. [ Links ]

Dryef, Z. (2018, 10 de agosto). Edouard Louis : la vie avec ses frères d’armes et d’es prit. Le Monde. Recuperado de https://www.lemonde.fr/m-actu/article/2018/08/10/edouard-louis-la-vie-avec-ses-freres-d-armes-et-d-esprit_5341064_4497186.html [ Links ]

Eribon, D. (2017). La sociedad como veredicto. Clases, identidades, trayectorias. Buenos Aires, Argentina: El cuenco de Plata. [ Links ]

Ernaux, A. y Jeannet, F. Y. (2003). L’écriture comme un couteau. París, Francia: Stock. [ Links ]

Jaquet, C. (2014). Los transclase: escapar al propio medio social. Recuperado de https://www.academia.edu/21361226/Chantal_Jaquet._Los_transclase_escapar_al_propio_medio_socialLinks ]

Louis, E. (2015). Para acabar con Eddy Belleguele. Barcelona, España: Salamandra. [ Links ]

1Magister en Historia.

2De hecho, Para acabar con Eddy Belleguele está dedicado a Didier Eribon. Louis ha manifestado que las reflexiones de él a lo largo de sus libros y en particular en Regreso a Reims le impulsaron a escribir su novela. (Dryef, 2018)

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