SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue45Arriba el telón!: community theater and young people in the hillside of the city of CaliViolence in Buenaventura-Colombia: Reflections from the perspectives of Aníbal Quijano and Achille Mbembe author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Sociedad y Economía

Print version ISSN 1657-6357On-line version ISSN 2389-9050

Soc. Econ.  no.45 Cali Jan./Apr. 2022  Epub Dec 15, 2021

https://doi.org/10.25100/sye.v0i45.11157 

Tema Central

Entre caballos y patrones: un estudio de las élites de 1980 en Pacho, Cundinamarca

Between horses and bosses: a study of the 1980 elites in Pacho, Cundinamarca

Jeimy Alejandra Ocampo-Méndez1  1
http://orcid.org/0000-0002-1764-2144

1 Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia jeimy.ocampo@urosario.edu.co https://orcid.org/0000-0002-1764-2144


Resumen

Este artículo tiene como objetivo estudiar el encuentro de los poderes regionales y las élites emergentes que se gestaron a partir de las economías agropecuarias, minero-esmeralderas y del narcotráfico en las escenas equinas, que tuvieron lugar durante la década de 1980 en Pacho, Cundinamarca. Esta investigación contempló diferentes escalas de observación -territoriales e históricas- en tanto el objeto micro, que es el caballo de paso fino y la escena equina, tiene una conexión diacrónica con la historia, y a través de su estudio particular se pueden analizar fenómenos históricos y políticos de la formación de los poderes regionales y de las élites emergentes en Colombia.

Palabras clave: sociología política; poderes regionales; élites emergentes; narcotráfico; escena equina

Abstract

The purpose of this article is to study the meeting of regional powers and the rising elites that emerged from the agricultural, emerald mining and drug trafficking economies in the equine scenes that took place during the 1980s in Pacho, Cundinamarca. This research contemplated different scales of observation -territorial and historical- as the micro-object, which is the Paso Fino horse and the equine scene, has a diachronic connection with history, and through its study, it is possible to analyze historical and political phenomena of the formation of regional powers and emerging elites in Colombia.

Keywords: political sociology; regional powers; emerging elites; drug trafficking; equine scene

1. Introducción

Pacho es un municipio del departamento de Cundinamarca, Colombia, ubicado a una hora y veinte minutos de Bogotá. Un lugar templado, de gente atenta y desconfiada. Entre las montañas que rodean el municipio, se encuentra la historia de un personaje que nació y creció en este lugar, quien después de amasar una gran fortuna albergó varias propiedades y costosos caballos. Se trata del conocido narcotraficante José Gonzalo Rodríguez Gacha -Alias El Mexicano- (1947-1989), propietario del caballo que, según cuentan, paseaba por las calles del municipio y bailaba en las tabernas. Tupac Amarú, el caballo del millón de dólares, como lo llaman todavía en el municipio, codiciado por muchos, pero protegido por Don Gonzalo.

En Pacho, capital de la provincia de Rionegro, se presenció el conflicto armado interno que tuvo, como una de sus diversas causas, el control y poder territorial, asociado a la presencia diferenciada del Estado (Pécaut, 1987; González, 2003; 2014). En la periferia del país, es decir, en los lugares alejados en términos estatales e institucionales, se ha dado una apropiación particular del dominio territorial por parte de distintos poderes regionales y élites emergentes. Estos se consolidaron en las regiones colombianas -entendidas en términos políticos- cuyos límites han servido para amparar poderes políticos, tradicionales no estáticos, que atienden a “conveniencias personales e institucionales” (Fals-Borda, 1988, p. 23). Allí, estos poderes lograron ascender por medio de ciertas actividades económicas, como la ganadería, la minería y el narcotráfico.

Por un lado, la consolidación de los poderes regionales responde al fenómeno de la Violencia, referida como el periodo histórico entre 1930-1957, cuando acaeció la disputa bipartidista entre los grupos de conservadores y liberales, “distinguida por la multiplicidad de los grupos involucrados que perseguían finalidades genuinamente políticas” (Rehm, 2014, p. 18). Este fenómeno representó un reordenamiento territorial en Colombia, dado que fue un proceso social que le permitió a las élites conservadoras y liberales consolidar su poder en las regiones colombianas (González, 2014; Guzmán et al., 2005; Pécaut, 1987; Sánchez y Meertens, 1983), mediante el despojo y desplazamiento de los pequeños campesinos, fortaleciendo el modelo latifundista (Uribe, 2009).

Por otro lado, las élites emergentes provenientes de los sectores esmeralderos y del narcotráfico surgieron de contextos campesinos, los cuales, por medio de estas actividades económicas, lograron amasar grandes cantidades de dinero y tener un lugar en el plano político nacional (Duncan, 2014). Estas figuras de poder se encontraron en el municipio de Pacho debido a su cercanía con el Occidente de Boyacá -región esmeraldera de Colombia-, como se evidencia en la Figura 1, y por ser el lugar de origen y de operación de El Mexicano.

Fuente: elaborado por Giraldo (2021)

Figura 1 Mapa de Pacho y de la Región Cundiboyacense 

Los poderes regionales y las élites emergentes tienen en común una procedencia rural, que marca la disposición social que tienen estos actores por el caballo y les permite identificar el valor simbólico que representa. Este valor se comprende desde la construcción del capital simbólico al que se refiere Bourdieu (1990), como un capital de cualquier especie que “es percibido por un agente dotado de categorías de percepción que provienen de la incorporación de la estructura de su distribución, es decir, cuando es conocido y reconocido como natural” (p. 214).

Estos capitales -simbólico, cultural y económico- llevaron a que el caballo se resignificara, por su papel en el desarrollo del campo colombiano, como una herramienta de trabajo -carga y transporte- y que se convirtiera, luego, en un símbolo de poder y lujo de estas élites rurales. Alrededor de dicha figura se crearon escenas populares como ferias equinas, cabalgatas y criaderos, que resaltaban las características del caballo, su fenotipo y sus andares. Estos escenarios conllevaron el desarrollo de prácticas y técnicas para el mejoramiento de la raza del caballo, que requería un riguroso proceso de gestación, adiestramiento y mantenimiento. Procesos que exigieron el capital cultural, conocimiento y reconocimiento de los saberes, sobre las características y propiedades que le otorgaban valor al caballo y la inversión de un alto capital económico para su cuidado.

El caballo representó un símbolo de poder legitimado por los poderes regionales y las élites emergentes, en tanto representaba un gusto compartido que hizo de las escenas equinas una manifestación de las élites rurales, al ser su lugar de recreación, donde se permite el derroche, la ostentación y el folklor de su vida campesina. Estas escenas equinas se conciben como un fenómeno micro social en el cual se condensan panoramas más globales y, por tanto, a través de su estudio y comprensión se puede establecer un diálogo con fenómenos macro de la sociedad. El gusto por los caballos de paso fino se comprende como una disposición social adquirida, definida por su origen social, en este caso, por su procedencia rural que los distingue de la élite política tradicional. El gusto se comprende como un elemento de distinción, la cual “es la diferencia inscrita en la propia estructura del espacio social cuando se le percibe conforme a categorías acordadas a esta estructura” (Bourdieu, 1990, p. 214).

En este sentido, esta investigación se concentró en el análisis de las escenas equinas durante la década de 1980 en Pacho, con el fin de estudiar en estos escenarios el encuentro de los poderes regionales y de las élites emergentes que se gestaron a partir de las economías agropecuarias, mineras y del narcotráfico. El texto se encuentra estructurado en cuatro apartados. El primero presenta una revisión de literatura que permite situar la formación de los poderes regionales en el contexto local y global, como figuras de poder que se consolidan mediante el fenómeno de la Violencia. En el segundo, se presenta la transición de la representación del caballo como un símbolo fomentado por los poderes regionales y luego apoyado por las élites emergentes. En el tercero, se presenta un análisis de los fenómenos históricos, sociales y económicos que confluyeron en la creación de las élites emergentes como resultado de los sectores esmeraldero y del narcotráfico. En el último, se presentan las conclusiones de la investigación realizada en Pacho. Para el desarrollo de la investigación, se recurrió al análisis de juego de escalas; a la revisión de fuentes -revistas y foros del gremio caballista, prensa local y nacional-; y a la realización de entrevistas a distintos actores de la escena equina.

El juego de escalas se trata de una perspectiva metodológica en la que se valora la dialéctica entre lo micro, lo mezzo y lo macro; que permite observar y estudiar fenómenos locales a través del lente de observación de variación de las escalas. Según Jacques Revel (2011), existen diferentes niveles de observación definidos por la participación de los actores históricos en procesos de diversas dimensiones y niveles, más locales o más globales. Esta perspectiva contempla el microanálisis como una forma de reconstruir con mayor cuidado todos los niveles intermedios y globales que sirven como contexto de la experiencia de los individuos (Revel, 2011).

En esta investigación se contemplaron diferentes escalas de observación territoriales -lo nacional, regional y local- e históricas; en tanto el objeto micro, que en este caso es el caballo y la escena equina, tienen una conexión diacrónica con la historia. El juego de escalas permite, desde una mirada de abajo, explorar las conexiones de las escenas equinas de Pacho, en la década de 1980 con otros fenómenos económicos, políticos, sociales y culturales que ocurrieron a nivel regional y nacional a lo largo de la historia colombiana.

El análisis de fuentes consistió en la revisión y el análisis de objetos, registros orales, audiovisuales o escritos, oficiales o no oficiales, producidos en el periodo histórico estudiado, que aportaron información relevante sobre el contexto particular y las redes formadas entre los poderes regionales y las escenas de paso fino de la década de 1980. Por último, las entrevistas -a actores relevantes, como palafreneros, caballistas y criadores2-, permitieron indagar sobre las trayectorias, cursos de vida e historias de personajes de la época, su figuración de poder, sus actividades económicas y su presencia en las escenas de paso fino en Pacho.

2. Los hacendados y los terratenientes: los dueños del sector agropecuario

Los poderes regionales son entendidos como aquellas figuras que por medio de la acumulación de tierras y de capital, representaron un orden jerárquico local dentro de la estructura rural en Colombia, de la cual hacen parte las escenas del paso fino. Estas figuras resaltaron históricamente, tanto en las esferas políticas, sociales y en los espacios culturales, como en las escenas equinas donde figuraban como los propietarios de caballos de renombre nacional. Sus poderes se consolidaron a mediados del siglo XX, en el marco de la Violencia (determinante en la construcción social del poder en las regiones colombianas). La Violencia se desató como un fenómeno de violencia política por la centralización del poder del Estado y su limitado control sobre el uso de la fuerza que se dispersó entre los representantes de los sectores particulares y corporativos quienes se disputaron el control político, económico y social de los territorios, a medida que se intensificaba la competencia de los partidos (Pécaut, 1987; González, 2014).

Fue un proceso social justificado como un conflicto de índole política que permeó todas las esferas públicas -en términos religiosos, económicos y culturales- y generó un reordenamiento del territorio y de la sociedad (Guzmán et al., 2005). Se desarrolló como un proceso de “sectarismo político” (Uribe, 2009, p. 94), que encubrió la expulsión del campesinado, impulsó la colonización y la expansión de la frontera agrícola y finalizó con un acuerdo entre las élites nacionales, denominado Frente Nacional, que excluyó a las alternativas políticas del momento (Ayala, 1999).

La Violencia se vivió como una disputa violenta en las regiones colombianas que generó el despojo masivo de los campesinos y llevó a la caída de la renta de la tierra. Esto permitió el ingreso de una élite rural que consolidó una imagen excluyente del modelo agrícola, relegó a la agricultura campesina -estancada y pobre- y alentó una vez más la violencia rural, denominada conflicto armado interno (Palacios, 1995). La Violencia modificó el modelo de la estructura agraria y la tenencia de la tierra, impulsó el modelo latifundista y la consolidación de grandes terratenientes -como el gremio de los caballistas-, y generó el desplazamiento de los campesinos (Uribe, 2009).

Este enfrentamiento bipartidista se presenció a lo largo del territorio nacional. Sin embargo, las modalidades de la Violencia tenían lugar en las regiones a partir de la construcción diferenciada -regionalizada- del Estado, el cual se articula de diferentes maneras con las formas locales de regulación social. Según Bolívar (2003), estas son dependientes del “poblamiento, la cohesión social, la articulación partidista y la participación en el mercado interno” (p. 55). En este sentido, la Violencia expresó formas diferenciadas de incorporación o desarticulación de territorios y de los grupos sociales con el recinto nacional.

En Pacho, al igual que en otros municipios de Cundinamarca, Boyacá, Santander y Antioquia (Bolívar, 2003), se desató un enfrentamiento entre los grupos locales por el control de las estructuras del poder local y de la tenencia de la tierra. Allí los partidos políticos contaban con la capacidad de definir las sociedades y los conflictos locales, los cuales reforzaban y eran reforzados por los tipos vigentes de jerarquización social en la escala local, dentro de un sistema político basado en el gamonalismo (Fals-Borda, 1988). El gamonalismo entendido como una estructura rural de poder local sustentada en la subordinación campesina, por el predominio de sistemas agrarios en los que impera la gran propiedad (Ibarra, 2002).

Con la expectativa de las elecciones nacionales de 1949 en Pacho, las autoridades civiles locales -representantes de los sectores agropecuarios y comercial- y la Iglesia Católica -en representación de Monseñor Gómez- (Gaitán, 2019) se adhirieron a las fuerzas armadas nacionales para emprender la “conversión” de esta comunidad al conservatismo. Estas figuras se unirían con fuerzas externas para reforzar este proceso, como ocurrió con “los pájaros” originados en el Valle del Cauca (Betancourt, 1998), quienes eran reconocidos como “los conservadores armados que se encargaban de amedrentar y a veces de asesinar a los liberales” (Steiner, 2018, p. 48).

El proceso de “conservatización” generó una movilización de nuevos actores que adquirieron poder y desataron tensiones entre la población de Pacho por su filiación política (liberal y conservadora). Una reestructuración en el territorio y en la población, en el aspecto físico, como la pintura de las casas -rojas y azules- y aspectos sociales como la ruptura familiar y la migración de la población campesina, principalmente, de pequeños campesinos, llevó a la consolidación de poderes regionales representados por los actores que iban robusteciendo su poder bajo el conservatismo y establecieron el control de la violencia. Así, los sectores agropecuarios y del comercio en Pacho, a los que pertenecían tanto liberales como conservadores, fueron tomados principalmente por las figuras conservadoras, quienes lograron apropiarse de las tierras y monopolizar el comercio (Gaitán, 2019).

Mi papá me contó alguna vez que un amigo de él, que era como decía mi abuelo un “cachiporro” -haciendo referencia a los liberales-, tenía tierras y una tienda ahí en el pueblo, no le iba nada mal, pero cuando estalló todo y empezaron a llegar hombres armados, él se tuvo que ir. Ellos, según decía mi padre, aunque él era conservador, lo único que querían era apropiarse de todo y esa fue la mejor excusa para sacarlos a todos de allá; era una cosa de negocios, o eso fue lo que me dijo siempre mi papá (Efraín, veterinario nacido en la Provincia de Rionegro, comunicación personal, 18 de agosto de 2019).

La reconfiguración del territorio determinada por las conveniencias personales e institucionales es evidente en lo que Efraín manifiesta como “una cosa de negocios”, la cual llevó a que el ordenamiento territorial, en algunos lugares en Colombia, estuviera supeditado a la presencia de actores armados. Estos han construido un ordenamiento ad hoc a partir del dominio violento, la imposición de intereses, el despojo y el destierro (Fals-Borda, 1988). Un proceso de apropiación de tierras campesinas y de minifundios, antiguamente estructurados en economías familiares de pancoger, que les permitió a esos actores establecer sus propios latifundios. En este sentido, la focalización de la representación política de liberales y conservadores producto de la Violencia, permitió el desarrollo y fortalecimiento de estructuras de poder local y regional, sustentadas en los terratenientes, quienes ejercieron un fuerte gamonalismo sobre la mayoría de la población rural. Esto se prolongó cuando los grandes propietarios devinieron en la incipiente burguesía colombiana (Fals-Borda, 1988).

Como afirma Ocampo (2014), el poder político en las regiones se produce y reproduce en la intersección de dos planos: el horizontal de las redes de poder construidas por las élites -relaciones de alianza y competencia-, cuyos principios organizadores son el parentesco y la localidad, y el plano vertical del clientelismo y los intercambios desiguales -relaciones de dependencia y negociación entre las élites políticas y el resto de la población, basado en el modelo hacendatario-. Este fenómeno histórico nacional se reflejó en la escala local del municipio de Pacho, en donde los poderes regionales se configuraron no solo como complementos o sustitutos del Estado por las falencias institucionales y simbólicas de este, sino también, como la expresión de algo más fundamental en el sistema político: las estructuras previas de poder y el componente social y cultural de las relaciones políticas (Ocampo, 2014).

En este sentido, la centralización, la focalización y la parcialización del Estado, articulados con las estructuras jerárquicas tradicionales como el modelo hacendatario, figuraron como ejes principales para la consolidación de nuevos poderes en las regiones de Colombia. Además, el fenómeno de la Violencia, como medio de enriquecimiento, generó formas específicas de poder que tuvieron lugar en algunos territorios, como ocurrió en Pacho, principalmente, el gamonalismo y las nuevas élites rurales. El enriquecimiento de sectores particulares, el despojo y la disputa territorial como producto de la Violencia en Pacho, llevaron a la migración de la población a territorios cercanos en búsqueda de nuevas oportunidades. La mayoría eran pequeños agricultores simpatizantes del conservadurismo, amenazados por cuadrillas liberales que operaban en la zona rural del municipio.

Entre la población que migró de Pacho y de otros territorios a causa de la Violencia, se encontraban los hijos de pequeños campesinos, nacidos en las regiones que fueron amedrentados y violentados por la disputa del territorio. Estos niños que nacieron durante ese periodo histórico, entre las décadas de 1930 y 1940, fueron testigos del desafuero que se vivió en el país. Los hijos de la Violencia, descendientes rurales de esa saga que perfiló sus experiencias personales, encaminaron una búsqueda para conseguir los medios y emerger de ese contexto campesino y precario, y, años después, por medio del capital obtenido por las esmeraldas o el narcotráfico lograron consolidarse dentro de sus lugares de origen como figuras representativas de poder. Personajes que evocan lo rural por su origen campesino.

Usted veía siempre llegando a las cabalgatas en las camionetas a los patrones3, allá lucen los carros, las mujeres y, claro, los caballos. Uno los veía encima de las bestias tomando wiski y otros sí echando guaro. Ahí usted los veía tranquilos, en confianza, estaban en sus pueblos con su gente, para mostrar la plata, y ellos sabían que no pasaba nada, ellos ahí son los que mandaban (...) Ellos salían para acercarse a la gente y seguir mostrando que no olvidan de dónde vienen. El tema de los caballos es un gusto puro de la gente del campo, que, aunque ya algunos no viven por acá, sus abuelos y papás sí. Es lucir la tierra, el campo y mostrar que uno de acá también puede tener plata (Víctor, palafrenero que trabajó en una finca en Cundinamarca, comunicación personal, 25 de julio del 2019).

Esa procedencia rural a la que se refiere con “la gente del campo” fijó la disposición adquirida de sus gustos, entre ellos, el caballo criollo colombiano y las escenas del paso fino; las cuales tienen una figuración simbólica y económica puesto que el sentido que tiene es en virtud del contexto en donde se produce y se recibe y, por esto, se valora económicamente (Bourdieu, 1991; 2000; Ortega, 2009). Pero, como lo muestra este relato, ese gusto está ligado con el lugar donde nacieron y crecieron, una especie de compromiso por mostrar “que no olvidan de dónde vienen”. Sin embargo, la manera descrita de lujo entre mujeres, caballos y wiski refleja igualmente una actitud que recrea el valor que le dan al dinero y la vanidad de la ostentación.

Siguiendo el análisis de escalas de Revel (2011), las escenas equinas se convierten en una manifestación de lo que ocurre a nivel nacional con las figuras de poder que emergen en el sector rural del país y se condensan en estos espacios locales. En estas escenas, se evocan los pasados rurales mediante el valor simbólico que tiene el caballo, espacios “propios” que simbolizan la prolongación del mundo campesino del que provienen y se convierten en lugares de folklor, recreación, ostentación y confianza, en el que exhiben su capital acumulado a través del caballo.

3. El Caballo Criollo Colombiano: del trabajo al poder

Desde la llegada de los españoles a América, el caballo ha figurado por su aporte a las labores humanas, en el campo de batalla como un instrumento de guerra y como medio de transporte y de carga. Un aliado que acortaba distancias y enaltecía la valentía y la fortaleza de quienes en su lomo cargaba. Un animal que desde aquella época cobró un valor simbólico por su contribución al crecimiento y al desarrollo económico en las regiones colombianas. El caballo criollo colombiano representa un apoyo para hombres y mujeres del campo colombiano, que se conmemora al ser reconocido, en sus diferentes andares, como patrimonio cultural de la Nación (Congreso de la República de Colombia, 2017).

El origen de la raza criolla colombiana se remonta a la llegada del caballo con los españoles. La raza autóctona cobra vida tras cuatro siglos de evolución, por el manejo regional en encastes ocasionales, selectivos con el andar, por los efectos del relieve y las condiciones climáticas. Según las historias que se escuchan entre los caballistas -en las entrevistas y en los foros-, la raza criolla se desarrolló por la topografía colombiana, los oficios que se desarrollaban en el campo y la dedicación de sus criadores. Algunos mencionan que sus andares se definieron según los centros de cría, ubicados en terrenos pantanosos y anegadizos o zonas montañosas y agrestes, y según los usos que le daban los campesinos en las labores diarias.

Según narran los caballistas, que participan en las escenas equinas -cabalgatas, exposiciones, ferias y criaderos-, el proceso de gestación de la raza estuvo acompañado por la intervención de los dueños de los animales en la crianza, quienes procuraron seleccionar yeguas y reproductores afines para mejorar la raza del caballo criollo. Varias generaciones de criadores y aficionados se dedicaron al mejoramiento de la raza por la exigencia del terreno para movilizarse en largas jornadas, motivados por el gusto y la afición que tenían por el caballo. Con esto vinieron intercambios de reproductores y yeguas escogidas de diferentes regiones en ambientes comerciales, como ferias ganaderas y correrías para mejorar la raza.

La raza colombiana agrupa cuatro modalidades diferentes: el paso fino, la trocha pura, la trocha y galope, y el trote y galope, las cuales representan un espectáculo que tiene lugar a lo largo del territorio nacional. Las escenas de “paso fino” responden a la reproducción del conocimiento “ancestral” -capital cultural- sobre la cría, el cuidado y el adiestramiento del caballo, los cuales requieren de diferentes escalas de trabajos y oficios. Estos contemplan un conocimiento que aborda la escogencia genética de los reproductores, la forma idónea de cuidado y de adiestramiento, y la escogencia de materiales físicos para el mantenimiento (espacios de cría, potreros, pesebreras, criaderos, alimentación, concentrado, melaza, heno, zanahoria, entre otros). Por esto, en las escenas equinas resaltan figuras como los palafreneros, montadores, criadores y veterinarios. Una serie de saberes “expertos” que son pagados por los poderes regionales y las élites emergentes, dado que son los dueños del capital económico que se requiere para el cuidado de los caballos.

Sin embargo, en el mantenimiento de la raza también son determinantes la escogencia de materiales físicos como los espacios de cría -potreros, pesebreras, criaderos- y la alimentación -concentrado, melaza, heno, zanahoria, entre otros- los cuales requieren de un alto capital económico.

Estas escenas han sido acogidas en las regiones de Colombia, por su resignificación y el valor simbólico que tuvo el caballo, por su aporte al crecimiento y al desarrollo del sector rural del país. Este sector estuvo compuesto en sus inicios principalmente por los sectores ganaderos y agrícolas y, posteriormente, por los sectores esmeralderos y del narcotráfico en la década de 1980. Esto ha llevado a que las escenas del “paso fino” tengan lugar en más del 50% de los municipios en Colombia. Para el 2006, se realizaron en los diferentes municipios y ciudades del país 550 cabalgatas, 50 festivales equinos, 117 exposiciones grado B y 33 exposiciones grado A (Araujo, 2006).

Los espectáculos han tenido lugar desde hace más de cien años en municipios como Chiquinquirá en Boyacá y Vélez en Santander -específicamente ferias equinas-. En Colombia, las primeras escenas tuvieron lugar en la década de 1920, principalmente en el plano Cundiboyacense, los Santanderes y la zona montañosa de Antioquia, regiones en las cuales se referencian los principales criaderos de caballos criollos colombianos. En 1946, se crea la Asociación Nacional de Criadores de Caballos de Paso y Fomento Equino -ASDEPASO-, la primera asociación de caballistas encargada de clasificar y registrar los ejemplares -los caballos- según sus características y su fenotipo, una vez cumplieran con una serie de pruebas y requisitos.

La creación de nuevas asociaciones se convirtió en una muestra del reconocimiento que tuvo el valor simbólico de las escenas del paso fino a lo largo del territorio nacional. Válidos intentos por resaltar la raza autóctona del caballo criollo colombiano impulsados por algunos hombres rurales que se dedicaron a la crianza de los equinos, como Don Abelardo Ochoa González (1868-1954). Un antioqueño que, desde finales del siglo XIX, inició la cría de caballos en la reconocida hacienda La Margarita en Antioquia. En esta hacienda, se gestó “una cultura de la crianza de caballos de paso que ha sido transmitida por generaciones” (Garzón, 1996, p. 91).

Don Abelardo fue uno de los grandes ganaderos del país, una figura del “desarrollo agropecuario”, homenajeado con la Cruz de Boyacá por el entonces presidente Darío Echandía (1943-1944), como reconocimiento por organizar la primera feria ganadera en 1932 (Semana, 1987), y por contribuir con la importación de razas europeas de ganado, cerdos y cabras. A este hombre se le reconoce por su aporte a las escenas del paso fino como el propietario de los mejores reproductores de caballos criollos colombianos; entre estos, Cometa, de quien aún se guarda la imagen y según los registros es el progenitor de muchos otros ejemplares. A continuación, se presenta en la Figura 2 la fotografía del caballo montado por Fidel Ochoa Vélez -hijo de Don Abelardo- en 1940.

Fuente: tomado de Estilo Agro (s.f.)

Figura 2 Ejemplar Cometa 

Reproductor de reproductores, un linaje del que se desprenden grandes ejemplares, nombres mencionados y recordados por los caballistas, la mayoría nacidos y criados por el nieto de Don Abelardo, Don Fabio Ochoa conocido como el padre de los caballos criollos colombianos (Garzón, 1996). Ejemplares como Don Danilo (F.C)4, Petrarca (F.C), el linaje de los Resorte (I, II, III y IV) y la dinastía del 8, como Amadeus del 8 (F.C) y Atrevido del 8 -todos, propiedad de Don Fabio-. Tupac Amarú (F.C), propiedad de El Mexicano. Terremoto de Manizales, propiedad de Roberto Escobar Gaviria, alias El Osito. Papillón (F.C), propiedad de Víctor Carranza, el Zar de las esmeraldas. Todo un centenar de grandes ejemplares que ubican a los criaderos La Margarita y La Loma -propiedad de Fabio Ochoa- en Antioquia, como la cuna del paso fino en Colombia.

La relación de caballos ejemplares muestra a su vez una lista de propietarios, tanto del interior del país, en Cundinamarca, como del Cesar y el Valle del Cauca, que han sido conocidos a nivel regional y nacional, por su renombre en los negocios del agro, las esmeraldas y, muchas veces, por su relación con el narcotráfico, todos unidos por el gusto desarrollado por el caballo. Además, los centros de crías de caballos criollos colombianos han pertenecido a campesinos que han logrado acumular grandes capitales, fruto de actividades económicas del sector agropecuario, esmeraldero y del narcotráfico y que, gracias a sus negocios y al entramado de redes políticas y sociales que establecieron en sus regiones, se consolidaron como figuras de poder, basados en un modelo tradicional hacendatario de relaciones interpersonales de mando, obediencia, lealtad e integración de la estructura del poder social (Vargas, 1999).

Estas relaciones les permitieron consolidar un poder interpersonal, cara a cara, en el que la persona del patrón, como la del hacendado, representa una figura de poder local, a través de su nombre y presencia en la región. Como es el caso de los Ochoa, estos patrones conformaron su poder a partir de su actividad agropecuaria. Un poder monetario que les permitió adquirir grandes terrenos en el sector rural del país, acumular grandes capitales y consolidar su poder en la periferia colombiana. El proceso de apropiación de tierras por parte de estos sectores fue posible por las migraciones de pequeños campesinos a otros sectores del país, causadas por la Violencia bipartidista de mediados del Siglo XX.

En este escenario histórico de desplazamientos y de violencia, surgieron las élites emergentes que aprovecharon el auge de la producción de los sectores esmeraldero y del narcotráfico. A partir de estas actividades económicas, que tienen un carácter inestable y una frontera borrosa entre lo legal y lo ilegal, fue que los pequeños campesinos, hijos de la Violencia, lograron acumular el capital que posibilitó su incorporación en el plano político regional y nacional. Es decir, siguiendo el análisis de escalas de Revel (2011), la configuración de figuras de poder en el plano local-regional se superpone en el contexto nacional, por el alcance que llegan a tener las relaciones de dominación ejercidas por estos personajes.

Las élites emergentes exigieron su participación en las instituciones del Estado, una representación en los cargos políticos locales, como las alcaldías y las gobernaciones, y nacionales como el Congreso y la Fuerza Pública, bien fuese de manera personal, ellos mismos ocupando los cargos, o por delegación a otros personajes. Estos elementos descritos han tenido efectos directos en la educación y en el ejercicio de la democracia hasta la actualidad (Parra y Valbuena, 2020).

Estos grupos establecidos como figuras de poder evidenciaban, además de su poder económico, relaciones carismáticas, las cuales llegaban a todos los rincones de las provincias y a las personas que allí habitaban. Estos dones y patrones se convirtieron en los padrinos de muchos de los nacimientos ocurridos durante décadas en sus regiones. Lo que significa que no solo se trataba de un poder simbólico de los patrones, sino de un poder de facto, capaz de tener efecto en la vida cotidiana de los habitantes de las regiones5. Estas élites establecieron nuevos ordenamientos territoriales mediante relaciones de parentesco y de amistad (Wolf, 1990) basadas en la reciprocidad, la confianza y la lealtad.

El desarrollo de estos poderes fue tan profundo que, aún hoy, vemos sus efectos en los códigos de sociabilidad en las regiones, poblaciones adaptadas al poder de un patrón que toma las decisiones locales, poderes políticos debilitados por su poca legitimidad. Fueron décadas de ausencia del poder y del Estado en el territorio, que permitieron el desarrollo de las estructuras jerárquicas tradicionales, las cuales construyeron relaciones de dominación y subordinación ejercidas en el plano local-regional y que empezaban a tener cabida también en el plano nacional.

La propagación del poder de estas élites en el plano nacional llevó a la ampliación de las escenas equinas en todo el país durante la década de 1980, puesto que eran espacios de sociabilidad propios de estos sectores provenientes del mundo campesino. Estas escenas estuvieron relegadas al sector rural, puesto que respondían al capital cultural y al gusto adquirido por su procedencia. Un factor que, a pesar del capital económico y político que alcanzaron estas nuevas figuras, siempre los distinguió de la élite tradicional6.

Los patrones o dones representaron en las escenas equinas figuras de poder, que encarnan la propiedad sobre estos animales y sobre criaderos de prestigio, los cuales fueron valuados en grandes cantidades de dinero. El valor de estos caballos es legitimado en los espacios rurales en donde los actores locales adquieren la disposición social -el gusto- (Bourdieu, 1991) por el caballo. Esto les permitió identificar en la figura representativa del animal y en las escenas equinas, una prolongación del mundo campesino, en la cual estaba permitido derrochar y exhibir el capital económico acumulado. El caballo aparece resignificado: ya no es el animal del jornalero o del campesino, sino que está envestido por los poderes de su amo, digno de ser mostrado públicamente como un orgullo del ascenso social.

4. Los “enguacados” y los “narcos”: de campesinos a patrones

Como resultado de la Violencia, Pacho no fue el único lugar del cual se desplazaron varios campesinos. De otros municipios de la Provincia de Rionegro, como Paime, Yacopí y La Palma, los habitantes migraron a territorios cercanos. Uno de los lugares de migración fue el Occidente de Boyacá. Dicha movilización estuvo motivada por el auge de la actividad minera esmeraldera; principalmente, los municipios de Muzo, San Pablo de Borbur y Quípama. Este territorio, ubicado entre las cordilleras Oriental y Central, albergó a “campesinos procedentes principalmente de Cundinamarca y Santander, al igual que algunos bandoleros que buscaban alejarse de los centros de control político” (Steiner, 2018, p. 44).

Hasta la década de 1950, esta provincia del Occidente constituía un territorio agrícola marcado por una historia política agitada, debido a las disputas y enfrentamientos entre los grupos conservadores y liberales durante el periodo de la Violencia. Desde 1947, las minas de esmeraldas de Muzo y Coscuez fueron delegadas al Banco de la República, como la entidad estatal encargada de extraer y comercializar las esmeraldas en Colombia (Steiner, 2018; Gutiérrez y Barón, 2008).

En la región del Occidente era evidente la presencia diferenciada del Estado (Pécaut, 1987; González, 2014) y la inestabilidad de las instituciones, que, sumadas a la codicia que despertaba la zona por las esmeraldas, requirieron la presencia del ejército y de la fuerza pública para la regulación, vigilancia y control de las minas. Estas acciones que atendían a la concepción de un Estado centralizado y coercitivo (Vargas, 1999) no fueron suficientes en esta región, debido a la precaria capacidad de regulación que tenía el Banco, la cual llevó a que muchos de los trabajadores, junto con los integrantes del ejército, empezaran a “guaquear7 clandestinamente en las minas” (Velasco et al., 2018, p. 187).

Las minas de esmeraldas representaron una oportunidad de enriquecimiento para algunos de los migrantes de la Provincia de Rionegro, quienes luego serían reconocidos como los primeros patrones de la zona, personajes como Pablo Emilio Orjuela, y familias como los Murcia y los Molina (Steiner, 2018; Velasco et al., 2018; Claver, 1993). Nombres y apellidos que aún resaltan entre los habitantes de la región por el poder político, económico, social y militar que lograron obtener por el negocio de las esmeraldas y por los grandes ejemplares de paso fino que tuvieron.

Historias de vida compartidas, hijos de la Violencia, de familias humildes dedicadas al trabajo de la tierra, con bajos niveles de estudio, pequeños campesinos de filiación conservadora desplazados por cuadrillas liberales, que migraron en búsqueda de nuevas oportunidades al Occidente de Boyacá. Tras varios golpes de suerte en las minas, lograron enguacarse, encontraron esmeraldas de gran valor o algunas vetas esmeralderas, aprendieron sobre el valor de la piedra, y cómo sacarla y comercializarla clandestinamente. Aprendieron sobre el funcionamiento de un mercado no regulado, con el cual lograron amasar grandes fortunas.

El descubrimiento de la mina de Peñas Blancas en 1961, en San Pablo de Borbur, incentivó la llegada de migrantes a la región, campesinos buscando oportunidades económicas en la esmeralda. Esto significó otro golpe para el Banco de la República, pues el control de la mina fue tomado por los hombres que ya llevaban tiempo en el negocio de las esmeraldas y habían aprendido a sacar las piedras bajo cuerda moviéndolas en el mercado negro que operaba en Bogotá, de donde las enviaban al extranjero (Gutiérrez y Barón, 2008). Conocer del negocio, saber cómo operar estas transacciones clandestinas y manejar el dinero, les permitió acumular un alto capital económico a los nuevos patrones, quienes instauraron un orden social que abarcaba la regulación y el control del territorio, de las minas y de las esmeraldas por medio del uso de la violencia (Steiner, 2018; Parra y Valbuena, 2020).

Esa autorregulación adoptada por los nuevos patrones se constituyó a partir de los lazos de parentesco, compadrazgo y padrinazgo a los que se les asignan funciones religiosas o morales, de compañía y protección; figuras familiares, compadres y padrinos que establecen vínculos basados en relaciones cercanas de reciprocidad, confianza y lealtad. Esta forma de configuración del poder se asemeja a lo que presenta Anton Blok (1974) como las mafias de tipo siciliano, en las cuales las formas de ejercer y transmitir el poder se sustentan en la existencia de lazos de consanguinidad y recurren al uso privado de la violencia en pro del control (Blok, 1974), tal como ocurre en el Occidente de Boyacá.

Por el control de la región y de las minas se desataron una serie de conflictos denominados Guerras Verdes8 -a manos de los clanes familiares y sus respectivos aliados-. En estos enfrentamientos se dividió en bandos el territorio, no solo del Occidente de Boyacá, sino también de la Provincia de Rionegro en Cundinamarca; especialmente, los municipios que conectaban a Pacho con la región esmeraldera (Uribe, 1992). Entre los patrones más reconocidos, resaltan Don Gilberto Molina (1937-1989), Rey de las esmeraldas, principal benefactor del municipio de Quípama; y Don Víctor Carranza (1935-2013) Zar de las esmeraldas, uno de los mayores terratenientes del país, investigado en varias ocasiones por tener nexos con el narcotráfico y el surgimiento del paramilitarismo en Colombia. Los dos hijos de la Violencia que de niños empezaron guaqueando en las minas de esmeraldas, dos personajes de gran importancia en el negocio.

En la década de 1980, durante la segunda guerra verde, el negocio de las esmeraldas terminó vinculado con el negocio del narcotráfico. Por un lado, por el ingreso de aliados “externos” que apoyaron militarmente a algunos de los clanes, y por otro, por la ampliación de los cultivos de uso ilícito en la región; hechos determinantes para comprender las formas en que se desató el conflicto. Uno de los aliados “externos” fue Gonzalo Rodríguez Gacha (1947-1989), un viejo conocido de la primera línea de patrones, mencionados anteriormente, quien también probó suerte guaqueando en el Occidente y luego incursionó en el negocio de las drogas. Nació en Pacho, fue otro hijo de la Violencia recordado por la gente de la provincia con aprecio, respeto y temor.

Don Gonzalo de joven hizo de todo, él primero trabajó en fincas, luego como mesero, luego trabajó como ayudante de un chofer de la Villagómez (ruta de buses). Según dicen, fue raspachín acá por este lado [haciendo referencia a la provincia de Rionegro], y ya luego ahí se fue a guaquear al Occidente y de ahí se unió con la gente de Medellín. Allá empezó con Don Gilberto, su compadre, eso todavía era la época del señor Pablo Orjuela, todos trabajaban para él. Durante la guerra, allá al comienzo, Don Gonzalo le prestaba seguridad, él era un escolta, todos decían que tenía buenos dotes pa’ echar bala (...). Ellos con Don Gilberto eran muy cercanos (…) pero ya después fue que se vino la guerra entre Muzo y Pacho y se declararon la guerra con Don Gilberto. Esa época fue fea, yo me acuerdo, todo el mundo siempre andaba atento y armado, hasta que mataron a Don Gilberto (Facundo, palafrenero que trabajó para uno de los patrones, comunicación personal, 27 de julio de 2019).

El relato presenta las figuras de compadrazgo que se entretejen en las regiones para denotar vínculos cercanos de amistad, que los llevó a compartir en diferentes espacios como las escenas del paso fino, un gusto y una afición por los caballos que adquirieron por el contexto histórico compartido. Los dos hijos de la Violencia, nacidos en la provincia de Rionegro, hijos de campesinos humildes con una infancia precaria, quienes encontraron en los negocios -informales e ilegales- la oportunidad de emerger de ese contexto rural, de amasar incalculables fortunas y de compartir el lujo de los caballos de paso. Dos hijos de campesinos que logran un ascenso económico acelerado por la suerte, uno con las esmeraldas y el otro con la cocaína. A pesar de su cercanía, valió más el dinero y los negocios que su propia vida, puesto que, en estos espacios sociales como el de los esmeralderos y los narcotraficantes, los negocios y el dinero sobrepasan a los vínculos personales.

La presencia de El Mexicano en el negocio de las esmeraldas representó, por un lado, los nexos de algunos de los patrones locales con el tráfico de drogas y, por otro, el recrudecimiento de la segunda guerra verde en el Occidente. Una alianza entre los patrones de Coscuez -sector de San Pablo de Borbur- y El Mexicano que terminó con la vida de Gilberto Molina, lo cual denotó el poder que este capo de la mafia tenía en la región. Fue hasta su muerte, en diciembre de 1989, que se logró la firma de la paz entre los patrones locales del Occidente. La paz se firmó entre los patrones esmeralderos que sobrevivieron a los conflictos. Esta acordaba el cese inmediato del fuego, el desmantelamiento de sus grupos de gatilleros, la suspensión de cualquier actividad relacionada con el narcotráfico, entre otros (Gutiérrez y Barón, 2008, p. 115).

Sin embargo, las actividades y los negocios de El Mexicano iban más allá de las esmeraldas. Fue uno de los narcotraficantes más reconocidos de la historia de Colombia, el brazo armado del Cartel de Medellín, uno de los socios más importantes de Pablo Escobar Gaviria. Además, junto con Víctor Carranza, fueron identificados como los creadores de las Autodefensas del Magdalena Medio (Semana, 1992). Un personaje distinguido por el papel que desarrolló dentro del Cartel de Medellín, quien logró acumular una invaluable fortuna, una gran cantidad de bienes raíces y otros bienes materiales. Benefactor de su municipio, a quien según la gente “se le debe el desarrollo de esa región” (Facundo, comunicación personal, 27 de julio de 2019).

Estos dones o patrones establecieron otro nuevo ordenamiento territorial en distintos municipios de Colombia, como fue el caso de los municipios del Occidente y de Rionegro. Los patrones -tanto esmeralderos como narcotraficantes- son señores que comparten una historia de ascenso económico acelerado, bien fuese por la explotación de la esmeralda o por el tráfico de drogas -incluso en algunos casos por las dos actividades-. Ellos lograron instaurar y prolongar su poder por varias décadas. Los hombres locales más poderosos, tanto por su dinero como por sus habilidades militares, que se erigieron como los administradores del territorio y de las minas (Fals-Borda, 1988; Parra, 2006; Uribe, 1992).

Una configuración social del poder que responde al señorío de los patrones, quienes instauraron un orden social que les permitió regir todos los ámbitos de la vida local y establecer su control en la región (Steiner, 2018). Un alcance político, económico y social que dominó incluso junto o sobre las instituciones y agencias del Estado. A pesar de vislumbrar una limitada presencia estatal por medio de las instituciones en el territorio -alcaldías, centros de salud, juzgados, etc.-, los cargos y las decisiones eran definidas por estos personajes. En una sociedad donde las instituciones funcionan a medias, estos individuos se convirtieron en los actores que organizaban el mundo social durante la época (Parra y Valbuena, 2020).

Similar a lo ocurrido con los “enguacados” -los patrones esmeralderos-, con el desarrollo del conflicto armado y el auge del narcotráfico, reconfiguraron el ordenamiento territorial en las regiones de Colombia. La introducción de nuevas actividades económicas del sector del narcotráfico en el país, durante la década de 1980, permitió el surgimiento de una nueva clase que emergió de los capitales provenientes de estas actividades. Estos, además de demostrar una capacidad económica superior a los sectores agropecuarios, instauraron un régimen de control en los territorios y reclamaron una respectiva cuota de poder político y reconocimiento social.

Un régimen de control que operaba en dos sentidos: por un lado, se establecían como benefactores principales de los territorios por medio de la inversión social y el impulso de un “desarrollo económico” -que incluía la construcción de infraestructura y un trato cercano y generoso con los trabajadores y las familias-, como fue el caso de Don Gonzalo y Don Gilberto. Por otro lado, instauraban un orden social por medio de un régimen de terror y dominio violento a manos de ejércitos privados que defendían los intereses y conveniencias de los poseedores de capital. Además, fue un poder político que influyó en la transformación de la estructura de las élites en Colombia durante la década de 1980 (Duncan, 2014). Es decir, los sectores tradicionalmente influyentes -por su riqueza, poder político o ascendencia social- fueron relevados por estos nuevos actores, por las élites emergentes (Leal, 2007).

En ese tiempo, la plata del narcotráfico llegó a manos de todo el mundo, ellos pusieron a circular plata en todo lado, desde sus municipios hasta las grandes ciudades. La plata de los carteles y de los esmeralderos llegaba a las ciudades, ellos compraban casas, apartamentos, carros, camionetas, pinturas, equipos de fútbol, caballos y políticos. Por eso durante mucho tiempo no los tocaron (José, montador que trabajó para diferentes personajes de renombre durante 1980, comunicación personal, 29 de julio de 2019).

Según Duncan (2006), este relevo representó una descendencia social para algunos empresarios, hacendados, terratenientes y ganaderos que figuraban como las élites en las provincias. Esto llevó a la inserción de algunos sectores tradicionales en el modelo económico de la nueva clase emergente. Parte de la clase política dirigente -regional- se asoció con algunos narcotraficantes y esmeralderos para mantener su estatus político, económico y social en sus territorios, tal como lo evidencia José. Según Duncan (2014), parte de las élites tradicionales prestaron servicios a la nueva élite emergente, lograron acuerdos para conseguir un aporte económico significativo a sus carreras políticas; otros cuantos, sirvieron de testaferros para la nueva élite, y muchos de ellos contribuyeron a la conformación de grupos paramilitares.

Este poder lo lograron por las dos vías: su cercanía con los habitantes y por la instauración del régimen de control mediante la intimidación y el miedo.

Yo me acuerdo de mi patrón cuando éramos pelados, él trabajaba igual que yo, finqueando (todo tipo de oficios que requiere el cuidado de una finca). Mi papá trabajaba para un señor de allá, y yo le ayudaba. El patrón de mi papá tenía unas bestias lindas, unas para andar y otras sí de pista, nosotros a veces andábamos por ahí con el hijo del señor fregando y echando risa (…), ya después fue que Don Alfonso (hijo del patrón del papá) se hizo cargo. Todos crecimos viendo caballos buenos, porque… ¡animales pa’ buenos! por eso se vuelve parte de uno, como en un sueño pa’ uno que no tuvo toda esa plata (...) Ya después fue que terminé trabajando para él [haciendo referencia a su patrón Don Luis] cuidando los animales (...) uno se iba cuando había cabalgata con él pa’ otros pueblos, cuidando los caballos, en ese entonces había cabalgatas en todo lado, era la misma gallada (grupo de amigos, familiares y compadres que salen juntos en las cabalgatas) siempre. Ahí era donde me encontraba siempre con Don Alfonso (...) es que vea en esa época, como en el ochenta y pico sí que se veían animales buenos y de todos lados, gente por allá del Valle, de donde usted se imaginara los veía por ahí (Víctor, comunicación personal, 25 de julio de 2019).

Como evidencia Víctor, el mundo equino permite el relacionamiento cercano entre los cuidadores y los patrones. No es un trato entre pares, pues es evidente la diferencia que marca el dinero, el cual hace de los trabajadores un servidor del patrón y de los caballos. Esta diferencia jerárquica parece materializarse por “un sueño” al que se refiere Víctor, sobre tener buenos ejemplares. Él habla de la belleza y la perfección de los animales, pero a su vez denota la lejanía por el dinero y el poder que se requiere para poder mantenerlos. Poderes que, por tener estos caballos, representaron para los trabajadores un “modelo a seguir”, pues a pesar de provenir del mismo contexto y compartir espacios de pequeños, lograron convertir ese sueño en realidad. En este sentido, los montadores y los cuidadores responden al poder jerárquico de los patrones por los cuales, en las entrevistas, reflejan una admiración latente, en especial, por sus bienes, particularmente los caballos de paso fino.

El gusto por los animales reúne a los poderes regionales encarnados en la figura de Don Alfonso, con las élites emergentes representados por la figura de su patrón Don Luis. Este encuentro se evidenció a lo largo del territorio nacional por el ingreso de los nuevos sectores económicos a las escenas equinas, tal como ocurrió en Pacho. Diferentes municipios y regiones en Colombia, durante la década de 1980, fueron partícipes de nuevos escenarios como ferias, cabalgatas y exposiciones. La creación de asociaciones regionales fue inminente, al igual que el surgimiento de nuevos criadores de caballos criollos colombianos.

Esa gente movía canecadas de dinero y lo repartían por montones, fortunas que usted no se alcanza a imaginar (...). De ahí que tuvieran la plata para tremendos caballos y, aún más que metieran tanta plata para mostrarlos (…) Eso empezaron a crearse asociaciones en todo lado, unos criaderos espectaculares, bien famosos que aún repuntan, cabalgatas en todos lados, ferias y exposiciones de calidad (José, comunicación personal, 29 de julio de 2019).

Como narra José, la presencia de estos poderes, y los capitales que representaban en las regiones de Colombia, significó para el mundo equino un auge a nivel nacional de las escenas del paso fino y un mejoramiento de la raza del caballo criollo colombiano. Una inversión económica por parte de estos poderes y élites aficionados por los caballos, que llevó al reconocimiento nacional e internacional de estos escenarios. Iniciativas como la creación de la Federación Colombiana de Asociaciones Equinas -FEDEQUINAS-, en 1984.

Criaderos, cabalgatas, ferias y exposiciones equinas patrocinadas, principalmente, por ganaderos, terratenientes, esmeralderos y narcotraficantes. Ejemplares que por su belleza e imponencia reafirmaban el poder económico que poseían para poder mantenerlos. Centros de cría de renombre, extravagantes pesebreras y lujosos criaderos pertenecientes a estos hombres, que denotaron su poder en el mundo caballístico, donde se reunían distintos poderes, como lo hemos visto a lo largo del artículo. Centenares de crías de los mejores reproductores, de los cuales cada salto9 podía costar, aproximadamente, un millón de pesos o más para la época, según los caballistas.

Animales por los que ofrecían millones de dólares, entre los cuales resaltan Terremoto de Manizales -conocido como el caballo de la mafia, un animal que fue secuestrado por el Cartel de Cali, fue castrado y abandonado en un potrero, y que al recuperarlo fue clonado-; Amadeus del 8 F.C. -un ejemplar de renombre y prestigio nacional e internacional, conocido como uno de los mejores ejemplares de Don Fabio Ochoa-; Papillón F.C. -un trotón galardonado en las pistas a nivel mundial, el consentido de Don Víctor Carranza-; y el gran Tupac Amarú F.C. -el bien más preciado de El Mexicano-.

Tupac Amarú, una de las joyas del caballo criollo colombiano, nieto de Don Danilo (Figura 1). Un trochador zaino reconocido por ser un hito en las pistas, un caballo que mantenía su paso al andar en reversa. Tupac era un animal que, según Facundo, habitaba en una pesebrera de 25 metros cuadrados, con una dieta de pasto de corte y el mejor concentrado. Un animal único por el que “Vicente Fernández ofreció cinco millones de dólares” y que, según cuentan, durante la persecución de Don Gonzalo por parte de las autoridades, “se lo llevó a vivir a un apartamento en Bogotá por la 170 (...) un apartamento con espuma en las paredes para evitar que el animal se golpeara o que escucharan su relincho” (Pedro, extrabajador de una finca de la región, comunicación personal, 31 de enero de 2020).

El caballo es recordado por los habitantes de Pacho como parte de su identidad. Siguiendo los deseos de su propietario, el caballo fue embalsamado, su cabeza y sus patas se mantienen intactas y lucen su cuero extendido en el Club social y Cabalístico Tupac Amarú -CORTUPAC-, tal como se presenta en la Figura 3.

Fuente: archivo personal, 8 de febrero de 2020

Figura 3 Tupac Amarú, exhibido en CORTUPAC, en Pacho 

En la finca de Don Gonzalo, ahí en la Cuernavaca, todos llegaban, usted veía los mejores reproductores del país, animales de Don Fabio, del Osito, de Don Víctor, yeguas que llevaban para servírselas a Tupac Amarú y los señores que iban a verlo andar. Señores de Antioquia y Santander, muchos de los grandes ganaderos del país, hasta políticos reconocidos pasaron por ahí. (...) Allá todos nos ponían a alistar a los animales, ensillarlos y ponerlos a andar. Todos con la música a tope, echando trago y con buena compañía (...) En esa época, Pacho recibió a mucha de la caballada del país, usted veía los animales andando por todo el pueblo, bailando en las tabernas, en la plaza de toros de Don Gonzalo. Todo el pueblo era un espectáculo equino, todo el mundo sabía quién era Tupac Amarú (Facundo, comunicación personal, 27 de julio de 2019).

La presencia de este caballo en las calles, en las tabernas, en la plaza de toros de Pacho y en las propiedades de Don Gonzalo, trajo reconocimiento a la región como un lugar importante para el paso fino. La Chihuahua, Cuernavaca y en general Pacho se convirtió en un lugar en el que pasearon otros grandes ejemplares, un espacio de entretenimiento del paso fino en Colombia, que como cuenta Facundo reunió a los dueños de grandes caballos.

5. Conclusiones: Pacho, un lugar de encuentro de grandes caballos y de sus dueños

La década de 1980 representó un periodo en el cual se dio una reestructuración del ordenamiento territorial y de los órdenes políticos en las regiones colombianas. Una época en la que fue notoria la confluencia de figuras relevantes del sector agropecuario del país, principalmente ganaderos y terratenientes, denominados poderes regionales, con las nuevas élites que surgieron por el negocio de las esmeraldas y de las drogas, élites emergentes. Por un lado, los poderes regionales, entendidos como las figuras que se consolidaron con el fenómeno de la Violencia y que representan un orden jerárquico específico en las regiones colombianas. Por otro lado, las élites emergentes, referidas como los pequeños campesinos hijos de la Violencia que lograron ascender por medio de ciertas actividades económicas que les permitió amasar grandes cantidades de dinero.

Estas figuras de poder se encuentran en Pacho durante la década de 1980, debido a la cercanía con el Occidente de Boyacá -región esmeraldera-, y por ser el lugar de origen de El Mexicano. Así, Pacho representó un lugar emblemático, donde los nuevos capitales, los de las elites emergentes, permearon las esferas políticas, económicas, sociales y culturales y el desarrollo de una de sus distracciones más codiciadas y apreciadas: el paso fino. Dones o patrones que resaltan en las esferas económicas, políticas, sociales y culturales de estos territorios, como ocurrió en las escenas equinas.

Dichas escenas son un escenario microsocial de encuentro de estos poderes, los cuales, por su procedencia rural, comparten el gusto por el caballo e identifican su valor simbólico. Allí, en la comodidad de las cabalgatas o de las exposiciones, los poderes regionales y las élites emergentes se sentían en su espacio de recreación. Escenarios que, por su pasado rural, concebían como propios, en los cuales identifican el caballo como un símbolo del poder que encarna su vida campesina y bucólica con el poder económico. No es cualquier animal de su pasado rural, se trata de el caballo del millón de dólares.

Pacho se convirtió en un lugar reconocido por las escenas de paso fino, especialmente, por la figura de Tupac Amarú, un animal reconocido por todos, no solo en el municipio, sino en general dentro de las escenas de paso fino. El caballo de El Mexicano. Un caballo “zaino” fuera de concurso que resaltó en la pista, campeón de campeones, jefe de raza y mejor reproductor. Un fiel representante del caballo criollo colombiano que hizo que, durante la década de los años ochenta, Pacho, la capital de la provincia de Rionegro en Cundinamarca, pueblo cálido y de gente atenta, se convirtiera en uno de los escenarios más importantes del paso fino. Un lugar donde se encontraron tanto los poderes regionales como las élites emergentes de la época.

En conclusión, el municipio de Pacho y su escena equina condensan la historia reciente del país. Una historia que traza las trayectorias de esos “hijos de la Violencia”, que emergen de las economías esmeraldera y del narcotráfico, y dan paso a otras violencias por las configuraciones de los poderes regionales del país. Una mirada micro en la escena equina permite comprender el proceso de configuración social del poder que se dio en la escala regional y nacional, puesto que las escenas equinas se convierten en un espacio local propio de folklor, recreación, ostentación y de confianza en donde se condensan las élites rurales del país. Este encuentro se da por la disposición social adquirida de su pasado rural, que reconoce el valor simbólico que tiene el caballo y representa la prolongación del mundo campesino del que provienen (Bourdieu, 1991) y que los distingue de la élite política tradicional. Así, el caballo criollo colombiano, representó un símbolo de poder, el cual era legitimado por los poderes regionales y las élites emergentes, quienes se reunían por el gusto, la afición y la pasión por los caballos de paso.

Referencias

Araujo, A. (2006). Proyecto de Ley N 032/2006. Senado de la República de Colombia. http://www.articulo20.com.co/congreso/descargar.archivo.php?iddi=24761Links ]

Ayala, C. (1999). Frente Nacional: Acuerdo bipartidista y alternación en el poder. Credencial Historia, (119), 6. https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-119/frente-nacional-acuerdo-bipartidistaLinks ]

Betancourt, D. (1998). Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos: las organizaciones mafiosas del Valle del Cauca entre la historia, la memoria y el relato, 1890-1997. Ediciones Anthropos. [ Links ]

Blok, A. (1974). The mafia of a Sicilian Village, 1860-1960 a study of violent peasant entrepreneurs. Waveland. [ Links ]

Bolívar, I. (2003). Violencia política y formación del estado. Ensayo historiográfico sobre la dinámica regional de la violencia de los cincuenta en Colombia. Universidad de los Andes. [ Links ]

Bourdieu, P. (1990). Sociología y cultura. Editorial Grijalbo; Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. [ Links ]

Bourdieu, P. (1991). La Distinción. Criterio y Bases Sociales del Gusto. Taurus Humanidades. [ Links ]

Bourdieu, P. (2000). Sobre el poder simbólico. En P. Bourdieu, Intelectuales, política y poder (pp. 65-73). Edudeba. [ Links ]

Claver, P. (1993). La Guerra Verde. Treinta años de conflicto entre los esmeralderos. Intermedio Editores. [ Links ]

Congreso de la República de Colombia. (2017, 14 de julio). Ley 1842. http://www.secretariasenado.gov.co/senado/basedoc/ley_1842_2017.htmlLinks ]

Duncan, G. (2006). Los señores de la guerra. De paramilitares, mafiosos y autodefensas en Colombia. Planeta. [ Links ]

Duncan, G. (2014). Más que plata o plomo. El poder político del narcotráfico en Colombia y México. Debate. [ Links ]

Estilo Agro. (s.f.). La culpa la tiene Don Danilo. http://estiloagro.com/la-culpa-la-tiene-don-danilo-2/Links ]

Fals-Borda, O. (1988). Antecedentes y condiciones generales del problema territorial. En H. Barbosa (Ed.), La insurgencia de las provincias - hacia un nuevo ordenamiento territorial para Colombia (pp. 11-50). Siglo XXI Editores. [ Links ]

Gaitán, C. (2019). Los rojos y los azules. La violencia de la polarización bipartidista, Pacho (1930-1956). Editorial Universidad del Rosario. [ Links ]

Garzón, R. (1996). Los Pioneros de la Crianza del Caballo de Paso en Colombia. Fedequinas, (1), 90-91. [ Links ]

Giraldo, N. (2021). Mapa de Pacho y de la Región Cundiboyacese. Arcgis pro. [ Links ]

González, F. (2003). ¿Colapso parcial o presencia diferenciada del Estado en Colombia?: una mirada desde la historia. Colombia Internacional, (58), 124-158. https://doi.org/10.7440/colombiaint58.2003.05Links ]

González, F. (2014). Poder y violencia en Colombia. Odecofi; Cinep; Colciencias. [ Links ]

Gutiérrez, F. y Barón, M. (2008). Órdenes subsidiarios. Coca, esmeraldas: la guerra y la paz. Colombia Internacional, (67), 102-129. https://doi.org/10.7440/colombiaint67.2008.05Links ]

Guzmán, G., Fals-Borda, O. y Umaña, E. (2005). La violencia en Colombia. Taurus Editores. [ Links ]

Ibarra, H. (2002). Gamonalismo y dominación en los Andes. Iconos. Revista de Ciencias Sociales, (14), 137-147. https://doi.org/10.17141/iconos.14.2002.602Links ]

Leal, F. (2007). Siete tesis sobre el relevo de las élites políticas. Colombia Internacional, (66), 196-199. https://doi.org/10.7440/colombiaint66.2007.11Links ]

Ocampo, G. (2014). La integración económica y política de la región y las élites regionales y el poder político: los usos políticos de los lazos sociales. En G. Ocampo, Poderes Regionales, Clientelismo y Estado. Etnografías del poder y la política en Córdoba (Colombia) (pp. 49-133). Observatorio para el desarrollo, la convivencia y el fortalecimiento institucional -ODECOFI-. [ Links ]

Ortega, L. (2009). Consumo de bienes culturales: reflexiones sobre un concepto y tres categorías para su análisis. Culturales, 5(10), 7-44. http://culturales.uabc.mx/index.php/Culturales/article/view/77Links ]

Palacios, M. (1995). Entre la legitimidad y la violencia. Colombia 1875 - 1994. Norma. [ Links ]

Parra, J. (2006). Familia, poder y esmeraldas. Relaciones de género y estructura económica minera en el occidente de Boyacá, Colombia. Revista Colombiana de Antropología e Historia, 42, 15-53. https://doi.org/10.22380/2539472X.1100Links ]

Parra, J. y Valbuena, S. (2020) «Ma parole, c'est la loi» Mines d’émeraudes, politique, corruption et trafic de drogue: le cas de la région occidentale de Boyacá, Colombie. Problèmes d'Amérique latine, (116), 129-148. https://doi.org/10.22201/iis.01882503p.2020.4.59211Links ]

Pécaut, D. (1987). Orden y violencia: evolución socio-política de Colombia entre 1930 y 1953. Siglo XXI Editores. [ Links ]

Rehm, L. (2014). La construcción de las subculturas políticas en Colombia: los partidos tradicionales como antípodas políticas durante La Violencia, 1946-1964. Historia y Sociedad, (27), 17-48. https://dx.doi.org/10.15446/hys.n27.44582Links ]

Revel, J. (2011). Micro versus Macro: escalas de observación y discontinuidad en la historia. Tiempo histórico: Revista de la Escuela de Historia, (2), 15-26. http://revistas.academia.cl/index.php/tiempohistorico/article/view/155Links ]

Sánchez, G. y Meertens, D. (1983). Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de La Violencia en Colombia. El Áncora Editores. [ Links ]

Semana. (1987, 28 de diciembre). El Clan Ochoa. https://www.semana.com/nacion/articulo/el-clan-ochoa/9739-3Links ]

Semana. (1992, 6 de agosto). El fin de “El Mexicano”. https://www.semana.com/especiales/articulo/el-fin-de-el-mexicano/17554-3Links ]

Steiner, C. (2018). Esmeraldas en escala de grises. El Malpensante, (201), 36-51. [ Links ]

Uribe, M. (1992). Limpiar la Tierra. Guerra y poder entre esmeralderos. Cinep. [ Links ]

Uribe, M. (2009). El veto de las élites rurales a la redistribución de la tierra en Colombia. Revista de Economía Institucional, 11(21), 93-106. https://revistas.uexternado.edu.co/index.php/ecoins/article/view/370Links ]

Vargas, A. (1999). Colombia al final del siglo: entre la guerra y la paz. América Latina Hoy, 23, 5-15. https://doi.org/10.14201/alh.2713Links ]

Velasco, J., Duncan, G. y Lopera, F. (2018). Oligarquía, poder político y narcotráfico en Colombia: los casos de Medellín, Santa Marta y Muzo. Colombia Internacional, (95), 167-201. https://doi.org/10.7440/colombiaint95.2018.07Links ]

Wolf, E. (1990). Relaciones de parentesco, de amistad y de patronazgo en las sociedades complejas. En M. Banton (Coord.), Antropología social de las sociedades complejas (pp. 19-39). CIESAS; UAM; UIA. [ Links ]

Notas:

2Se realizaron seis entrevistas semiestructuradas a personas que solicitaron no usar sus nombres reales y se realizaron entrevistas abiertas en algunos escenarios equinos con diferentes caballistas.

3Patrones o dones es la forma en que localmente se refieren a las figuras de poder, indistintamente de la procedencia de sus fortunas; formas que resaltan la posición que estos ocupan en la jerarquía social.

4Fuera de Concurso: título que obtienen ejemplares mayores de 5 años, galardonados en 12 Exposiciones Grado A, 5 en Grado B y uno en exposiciones de jinetes no profesionales.

5Para el caso de los patrones esmeralderos Cf. Parra (2006).

6Se entienden como las familias que históricamente han heredado el control económico en Colombia similar a un modelo político aristocrático, como el caso de los Santos, Santo Domingo y Sarmiento.

7La guaquería es el oficio ejercido por los mineros tradicionales para la explotación esmeraldera. Existen diversos tipos de guaquería como echar pala, mojar mojones, por medio de socavones y la voladora (Parra y Valbuena, 2020).

8Se desataron dos guerras verdes. La primera, de 1971 a 1975, y la segunda, de 1985 y 1989. Esta última terminó con la firma de la paz en 1990 (Parra, 2006; Steiner, 2018; Uribe, 1992).

9Se refiere al medio de reproducción de los animales, bien sea por inseminación artificial o por la vía natural.

Notas:

Financiación La primera versión del presente artículo fue presentada para el XIII Congreso Nacional de Sociología. Este artículo es el resultado de la investigación que se llevó a cabo en el marco del Semillero de Investigación Estudios de Economía y Sociedad en Boyacá, con recursos del fondo de Capital Semilleros de la Universidad del Rosario

Recibido: 15 de Abril de 2021; Aprobado: 22 de Junio de 2021

1

Profesional en Sociología.

11

Conflicto de interés La autora declara no tener ningún conflicto de interés en la publicación de este artículo

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons