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El Ágora U.S.B.

Print version ISSN 1657-8031

Ágora U.S.B. vol.14 no.2 Medellin July/Dec. 2014

 

COMPLEJIDAD, CONFLICTO ARMADO Y VULNERABILIDAD DE NIÑOS Y NIÑAS DESPLAZADOS EN COLOMBIA.1

COMPLEXITY, ARMED CONFLICT, AND VULNERABILITY OF DISPLACED CHILDREN IN COLOMBIA.

Por: Jose Alonso Andrade Salazar.*

* Docente investigador Universidad de San Buenaventura Medellín extensión Armenia. Investigador del grupo interdisciplinario para el desarrollo y la acción dialógica (GIDPAD) y del grupo Estudios clínicos y sociales en psicología de la Facultad de psicología de la Universidad de San Buenaventura. Medellín-Colombia. Contacto: Jose.andrade@usbmed.edu.co.

Recibido: Febrero 2014 Revisado: Marzo 2014 Aceptado: 1 de Mayo 2014


RESUMEN.

Este trabajo tiene como objetivo realizar una reflexión acerca de la vulnerabilidad de los niños y niñas víctimas del conflicto armado en Colombia. Para ello se recurrió al principio de auto-eco-organización y de Bucle inter-retroactivo. La violencia es un fenómeno complejo de múltiples interacciones, de características no-lineales y tendencia auto-eo-organizativa que afecta la noción de sujeto y altera el modo como los niños y niñas interpretan el mundo y sus interacciones.

PALABRAS CLAVE: pensamiento complejo, complejidad, victimas, violencia, vulnerabilidad social, conflicto.


ABSTRACT.

This paper aims to carry out a reflection on the vulnerability of children, who are victims of the armed conflict in Colombia. This was used at the beginning of the self-eco-organization and the inter-retroactive loop. Violence is a complex phenomenon of multiple interactions, non-linear features, and a self-eco-organizational tendency, which affects the notion of subject and alters the way that children interpret the world and their interactions.

KEY WORDS: Complex Thought; Complexity; Victims; Violence; Social Vulnerability; and Conflict.


Introducción.

Los nuevos desafíos y transformaciones globales del siglo XXI han generado cambios importantes en los estilos de vida de personas y comunidades, sin embargo algunos de ellos pueden ser muy positivos en función de avances científicos que mejoran la calidad de vida de personas y comunidades, pero otros han desencadenado devastación, muerte y extinción. La guerra y los conflictos armados son ejemplo del modo como la humanidad transita hacia su autodestrucción bajo contextos de exclusión e ilegitimidad de la diferencia. De forma análoga el conocimiento humano ha cambiado en el sentido de que ya no puede ser visto de forma simple, lineal u ortodoxa, y a cambio de ello exige la construcción de saberes complejos tejidos de manera conjunta, que permitan la reunión del sujeto con la naturaleza, relación que se consolida con los aportes ético-morales, culturales, político-económicos, las tradiciones, tecnologías y el saber científico.

Este encuentro responde a la necesidad de producir respuestas y estrategias ante las nuevas incertidumbres, propias de la dinámica transformadora de los sistemas sociales y no-sociales (García, 2005; Gigch, 1987; Johansen, 2000). El pensamiento complejo propone un cambio radical en relación a la problemática de lo social, y surge en contraposición al pensamiento simplificador, el cual reduce e iguala personas y cosas, además de equiparar conocimiento y saber investigativo. En esta reducción opera la simplificación de los fenómenos sociales a relaciones circulares entre partes, elementos y facciones constitutivas, aspectos que han limitado la comprensión de las interrelaciones entre los diversos objetos de estudio a nivel disciplinar. Así, explicaciones acerca de fenómenos violentos, conflictos, vulnerabilidad, exclusión e incluso calidad de vida, pasan por un vacío conceptual que en aras de generar nociones definitorias tiende a generalizar los eventos como si todos los actos bélicos tuviesen las mismas connotaciones socio-históricas de base.

El conflicto armado colombiano presenta una condición de complejidad inherente, ya que puede comprenderse a través de la multifactorialidad de sus relaciones, la individualidad y pluralidad de los actores sociales involucrados, como también por las múltiples casualidades que de sus interacciones emergen; en este sentido no reduce los intereses (i) y la subjetividad (ii) a la intencionalidad programada-objetiva de los violentos, puesto que ambos factores (i-ii) intervienen de forma dialógica (antagónica y complementaria) en la organización del fenómeno violento. Para el pensamiento complejo todo reduccionismo es inválido lo que se contrapone al presupuesto clásico de objetividad el cual considera que el conocimiento se presenta "tal cual es", por lo que se debe universalizar (reducir-simplificar) lo social anulando lo casual, la subjetividad e intersubjetividad, lo aleatorio e irregular, es decir lo emergente. En el pensamiento clásico sólo son válidas las certezas demostrables, así su conocimiento se basa en la certidumbre del saber más que en un saber que se construya en el acontecimiento y a través del carácter relacional de la cognición, la omnijetividad y la reflexividad.

El sujeto en la complejidad es de tipo organizado y complejo, por ello su intencionalidad vital no se somete al deseo o al lenguaje; dicho esto en su actividad intervienen el cómputo (información, comunicación, pulso) y el cogito (pensamiento) lo que configura en cada sujeto un espíritu cognoscente. En este sentido el objeto de estudio en la investigación social, no es estrictamente el fenómeno social, sino también el sujeto en sí mismo desprovisto de objetividad no-relativa, próximo a la cotidianidad y al encuentro, además de relativo, subjetivo e intersubjetivo. Para la teoría de la complejidad el conocimiento no es propiedad única de los seres humanos, por ello el sujeto no se reduce a la cogitación ya que toda entidad computante es sujeto, así la relación sujeto-objeto involucra el principio de incertidumbre de Heisemberg según el cual la observación altera y perturba al objeto observado, lo que reintroduce en el conocimiento el contexto de la observación y del observador. Como consecuencia el conocer se subordina al contexto ya que la contextualización permite el paso de lo analítico a lo sistémico y amplía las posibilidades de comprensión de los fenómenos.

La violencia sociopolítica y su condición emergente visible en "el conflicto armado" altera toda noción compleja de sujeto, porque define en términos analíticos sus objetos de estudio (victimarios, victimas, procesos bélico-sociales) (Pécault, 2003). Por tanto la evasión del carácter polimórfico de los hechos limita la multidimensionalidad de las interrelaciones posibles, anulando lo emergente y con ello la interacción entre factores de naturaleza socio-política, geográfica, cultural, ecológico y económico, que resultan determinantes para comprender la dinámica compleja de la guerra. Los niños, niñas y adolescentes son sujetos cuya creatividad natural y vulnerabilidad psicosocial, los convierte en víctimas frecuentes de abusos de poder de quienes someten y cosifican su espontaneidad vital y sus derechos (Lozano & Gómez, 2004), de esta forma en la lógica lineal de los violentos toda individuación atenta contra la homogeneidad de la guerra, lo que redefine en términos de individualización el sentido existencial de la infancia vinculada a escenarios de violencia.

De acuerdo con Alain Touraine (1994) las sociedades han sufrido transformaciones a nivel político en las que priman los conflictos sociales, la institucionalización y el aspecto legal-contractual. Como resultado de un mundo dominado por ansias de poder y el mercado las sociedades de producción presentan una transformación permanente que produce un aumento de la anomia. En el ser humano actual los nuevos poderes que de estas relaciones emergen impactan su cotidianidad modificando su sistema de valores, las normas, las costumbres y el uso de las tecnologías.

Todo ello sucede a la par del desarrollo y la aspiración social de construir una conciencia de la individuación que opere a modo de "conciencia para edificar el sentido de la propia existencia". Touraine (1994) opina que de aquí provienen los conflictos armados y las contiendas anulativas entre grupos, precisamente de la resistencia de abandonar las zonas de confort, es decir lugares que desplazan de forma anulativa dispositivos ideológicos de control social. De suyo mientras algunas personas y grupos trabajan por su individuación, en otros tiene mayor peso el individualismo que busca el equilibrio entre lo global, lo local y lo universal e imposibilita cualquier propuesta por fuera de la norma que rige sus principios.

El conflicto armado colombiano ingresa en dicha dinámica puesto que en éste prima el individualismo por encima del bienestar común (Pécault, 2003). La guerra como un negocio lucrativo moviliza armas, genera recursos, aumenta víctimas y promueve procesos de paz que rara vez se cristalizan en desmovilizaciones subversivas o reintegraciones sociales efectivas (Cuchumbre & Vejarano, 2007; Bello, 2003; Baquero, et al, 2003). Los niños, niñas y adolescentes desplazados y también aquellos que militan en grupos de ultra-izquierda, ven cada día modificado su ideal de "futuro" ya que al ingresar en la maquinaria inmediatista de la guerra, aprenden a sobrevivir más que a convivir, por lo que toda noción de vida se disocia de la condición de habitabilidad que debe sostener la existencia (Ballesteros, Gaviria & Martínez, 2006). Para los niños y niñas desplazados existir en el conflicto armado es en realidad la experiencia de una transición existencial donde la muerte y la confrontación se naturalizan, conformando entidades conjuntistas de lenguaje que reducen lo violento a la ejecución de la fuerza intencional, cuando en realidad tanto la vida, como los conflictos y la violencia surgen en estrecho vínculo a la auto-organización de las entidades vivientes.

Según Edgar Morin (1996; 1999a) existe una complejidad de la complejidad producto de la interacción entre orden-desorden-organización (bucle tetralógico), por ello para ir más allá de lo reductor que solo ve partes, y de lo global que solo ve elementos, se debe pensar la complejidad a partir de tres principios: 1) dialógico (la unidad múltiple "unitas multiplex" entre lo complementario y antagónico), 2) recursividad-organizacional (todo lo producido es productor de sí mismo) y hologramático (la parte está en el todo y el todo está en la parte). Para el autor dos ilusiones apartan a las personas del pensamiento complejo: 1) creer que la complejidad elimina la simplicidad, y 2) confundir complejidad con completud. Dicho esto la aplicación de la teoría de la complejidad, como vía de acceso a la posible comprensión de la forma en que el conflicto armado propicia la vulneración consecutiva de los derechos de los niños y niñas, invita al pluralismo conceptual, a través del cual es posible aproximarse a la comprensión del fenómeno violento partiendo de múltiples aspectos que se interrelacionan.

Para responder a esta invitación en este artículo se propone la idea de que existen secuencias causales-aleatorias o desviaciones en la relación causa-efecto (Munné, 2000), en contraste a la explicación lineal de la dinámica del conflicto armado, en la que priman relaciones directas entre acción-reacción y acto-consecuencia.

Cabe anotar que las secuencias causales-aleatorias son en realidad emergencias de tipo endogénico que dotan de propiedades espontaneas "exnovo" a todos los actores sociales vinculados a su trama. La complejidad del conflicto armado incluye estados de caoticidad que posibilitan fenómenos tales como, la fractalidad o carácter de invarianza y semejanza entre fenómenos violentos; la auto-eco-organización como propiedad nuclear de la guerra y los conflictos (desarrollo, aprendizaje, creatividad, evolución); las fluctuaciones o borrosidades (Zadeh, 1965) es decir, la imprecisión admisible en los límites de los conflictos; la atracción extraña (Lorenz-Smale, 1967) por fenómenos como la violencia, la sevicia y la guerra, en las que por medio de un "atractor" o patrón subyacente de acción, el orden y el caos se implican mutuamente; las catástrofes (René Thom, 1972) o cambios súbitos morfogénicos que ocurren en el sistema anulativo bélico y permiten su estabilidad a través del mantenimiento de una "inestabilidad estructural".

Otros elementos importantes son: la sensibilidad a las condiciones iniciales de conformación de los sistemas, que son causa de diversas manifestaciones caóticas respecto a la orientación ideológica y operativa de los grupos en contienda; las estructuras disipativas (Prigonine, 1972) donde los sistemas subversivos al estar alejados del equilibrio social, conservan su estructura aun cuando cambian su flujo informacional y sus componentes, ejemplo de ello es la guerra que lleva a los sujetos a un estado de máxima disipación bélica, lugar en el que se producen emergencias espontáneas de nuevas formas de orden, con las que se logra dar sentido a la actividad combatiente. De acuerdo con Munné (2000) para que un fenómeno sea complejo debe cumplir cuatro requisitos: ser caótico, fractal, borroso y catastrófico, aspectos que son parte importante de la dinámica del conflicto armado. En gran medida la vulnerabilidad de las personas víctimas de la violencia sociopolítica responde a un concepto fuerte de complejidad que surge en comparación a la concepción sistémica de complejidad organizada de la TGS "teoría general de los sistemas" (Bertalanffy, Foerster, Lazzlo, citados por Munné, 2000). Su robustez radica en que la violencia sobre víctimas es compleja porque sus relaciones e interdependencias entre elementos ocasionan múltiples interacciones.

Para este trabajo se utilizaron dos operadores de pensamiento complejo o principios: 1) auto-eco-organización y 2) Bucle inter-retroactivo. La auto-eco-organización implica la inclusión de la aleatoriedad en la reorganización dialógica de los fenómenos sociales, además de la conservación de la identidad y autonomía relativa en el funcionamiento autopoiético de sistemas abiertos que intercambian energía, información y recursos, al tiempo que presentan una clausura operacional con la que mantienen la intimidad e identidad de sus procesos (Maturana, 1979; Maturana & Varela, 2003; 2004). En este aspecto auto-eco-organizarse es modificar y reorganizar de forma sistémica las propiedades de interacción con el medio, al tiempo que éste se modifica así mismo en dicha interacción (inter-retro-acción). El Bucle inter-retroactivo indica que la causa incide en el efecto o en los resultados, al tiempo que cada efecto retorna a sus causas es decir que "se retroactúa" sobre aquello que lo produce, lo que provoca un "embuclamiento" entre causa-efecto-nueva causa-nuevo efecto, que hace posible lo emergente y lo integra a su dinámica recursiva-organizacional. Como consecuencia se rompe la relación de causalidad lineal o de interdependencia entre causa-efecto y se abre paso a la autonomía organizacional del sistema.

Las cifras: datos alejados de la realidad de las víctimas.

Respecto a la cantidad de personas en situación de desplazamiento forzado de acuerdo a la Organización de las naciones unidas (Onu, 2013), en el mundo existen alrededor de 26,4 millones de personas en situación de desplazamiento forzado que viven bajo condiciones precarias de salud y hacinamiento crítico, de ellas casi la mitad son niños y niñas. En Colombia la Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento (Codhes, 2013) estima que la suma de personas desplazadas llega a los 5 millones o más, es decir el 15% del total de desplazados en el mundo de los que el 50% son menores de edad. El hecho de que la mitad de personas desplazadas se componga de niños, niñas y adolescentes evidencia su elevada vulnerabilidad como también, el terrible impacto de la guerra en la calidad y expectativa de vida de la población colombiana (Lozano & Gómez, 2004; Medellín, 2004). Es importante anotar que las cifras respecto al desplazamiento forzado están sujetas a la operatividad cuantitativa de las agencias que realizan el conteo de casos denunciados o registrados en el sistema, aspecto al que se suma igualmente la historicidad de los reportes acumulados de forma longitudinal y los periodos determinados como válidos para contrastar el fenómeno.

En este punto resulta importante conservar una actitud crítica frente a conteos estadísticos que tienden a dejar por fuera del registro a víctimas que no lograron denunciar las infracciones a su dignidad (Andrade, Angarita, Perico & Henao, 2011), así la violencia no se puede reducir al factor numérico porque en ella existe algo inefable en la memoria individual y colectiva de los hechos, una especie de plus doloroso que se instala como secuela permanente en las victimas y constituye el centro de la sintomatología emocional de sus vivencias (Andrade, 2012; Das & Poole, 2008). Los niños y niñas -especialmente los niños campesinos- son víctimas frecuentes de exacerbaciones por parte de actores armados que lesionan su integridad con actos de extrema maldad hacia familiares, maestros, amigos y vecinos, eventos a los que también se suman el riesgo de reclutamiento, persecución, señalamiento como colaboradores del estado, y en el desplazamiento o movilización el incremento de las dificultades para satisfacer las necesidades básicas de supervivencia que propicia un aumento del estrés y desesperanza en los hogares.

Para muchos padres y cuidadores de los niños y niñas, el estrés derivado de no cubrir las necesidades básicas puede confundirse con el impulso de tramitar de forma verbal o física emociones negativas tales como impotencia, frustraciones y rabia, por lo que a menudo los niños, niñas y adolescentes reciben descargas afectivas que además de enviarles un mensaje ambivalente de protección-desprotección, pueden desembocar en maltrato infantil, inestabilidad emocional e inseguridad socio-familiar. Lo anterior puede motivar la búsqueda de nuevos referentes de identificación en el entorno inmediato (pandillas, grupos de pares, delincuencia, etc.). Estas consecuencias se suman a la larga cadena de sucesos que alteran el desarrollo biopsicosocial de los niños y niñas en escenarios de guerra y conflicto (Baquero, et al; 2005). Tal como se indica las cifras no responden a las dimensiones reales de las vivencias de las víctimas, ya que en su aspiración a la completud no logran reflejar la condición global-destructiva del conflicto armado en todas sus manifestaciones, por lo que se constituyen en elementos que guían la investigación sin determinarla completamente.

La agresión y la violencia contra niños y niñas colombianos no difiere mucho de lo que viven los niños y niñas desplazados en países como el Congo, Somalia, Uganda, Azerbaiyan, Birmania, Paquistán, Cachemira, Chad, Costa de Marfil, Chipre, Eritrea, Irak, Israel e India (Onu, 2013). Lo anterior es posible porque todos los sistemas compuestos de relaciones de exclusión, rechazo y violencia funcionan bajo el mismo operador destructivo o principio de exclusión-ilegitimidad. Cabe anotar que aunque en muchos de estos países los conflictos están cesantes o postergados por efecto de treguas, intervenciones militares y mediaciones de otros países, las experiencias de confrontación-anulación dejaron huellas por efecto del abuso y la sevicia por parte de los actores armados, dejando marcas imborrables que persisten a modo de estigma en la memoria colectiva de los pueblos (Das & Poole, 2008), y son de tal dimensión que los recuerdos de los actos de maldad o de lesa humanidad trasgreden la paz, la convivencia y el auto concepto, ubicándose en la vida cotidiana aun cuando la guerra ya no sea una realidad cercana. De esta suerte el recuerdo doloroso es un efecto del abuso de poder que al retro actuarse origina una concepción dolorosa y aversiva de la autoridad. La secuela se "embucla" de forma permanente y en su camino se asocia a eventos nuevos y pasados "reeditándose" en la actualidad y causando un incremento permanente de la vulnerabilidad e inestabilidad de las víctimas.

Acerca de la vulnerabilidad.

La complejidad de la teoría Moriniana es ante todo una noción lógica, epistemológica y política; esta característica tripartita es posible gracias a la interrelación de estos componentes pero articulando sus sentidos opuestos, vinculando lo desvinculado y reconociendo también las distinciones de cada dominio de la realidad (Moreno, 2002). Según la teoría de la complejidad la autoconstrucción y auto-actualización del conocimiento son acciones irrefrenables de los espíritus, motivo por el cual el pensamiento complejo introduce en este escenario las nociones de concurrencia, antagonismo y complementariedad de los contrarios (Morin, 1996; 1984). De acuerdo a lo propuesto los sujetos no son meramente entidades cartesianas (Colectivo docente internacional, 2012) que producen y se apropian del conocimiento de un mundo "dado" en la experiencia. Por ello aunque en el caso de los actos de lesa humanidad se busque imprimir en los espíritus la dominación-sumisión a través de abusos de poder e ignominia, en las personas siempre perdurará la no-dominación absoluta y el deseo de libertad. En este aspecto las víctimas a pesar de ser vulneradas en sus derechos son en realidad sujetos cogito-computantes que ocupan un lugar y se ubican en un contexto del que se sienten partícipes y transformadores de la realidad, aun cuando la violencia y sus actores instrumentalicen su voluntad para favorecer sus intereses (Pécault, 2003).

El termino vulnerabilidad al igual que otras "grandes nociones categoriales" requiere ser reconceptualizado puesto que ha sido reducido al porcentaje de pobreza, al diagnóstico clínico-psicopatológico, o a condiciones visibles de necesidad, lo que no permite comprender las múltiples relaciones que emergen de las interacciones entre las circunstancias que la suscitan. La vulnerabilidad de los niños y niñas no se reduce a las faltas ejecutadas sobre su cuerpo, a las necesidades en aumento de su núcleo socio-familiar o a los espacios de destierro consecutivo, puesto que es en gran medida una (de) construcción de sentidos vitales en torno a un núcleo traumático vivido de forma individual y colectiva, que revela la intencionalidad reproductiva y de permanencia de los violentos. Revertir un condicionamiento de tal magnitud implica según Maturana (1991; 2002) la reconstitución (revolución) de los fundamentos del conocimiento humano acerca de la legitimidad del otro bajo cualquier condición vital, lo que implica resaltar su papel en el mundo, la intensión de la actividad transformadora ejecutada y la interacción reciproca con otras entidades vitales.

Lo anterior es posible bajo un complejo sistema de redes de acción, computación y cogitación planetaria (Morín, 1984; 1993; 2001) que revolucione el pensamiento y la acción humana. Cabe mencionar que dicha insurrección aun circula inadvertida para muchos, especialmente para aquellos que al estar acostumbrados a la cosmovisión neopositivista, no abandonan la zona marginal de confort explicativo acerca de los sucesos del mundo (Nicolescu, 1998). Desde la teoría de la complejidad y acorde a los aportes de la cibernética de primer y segundo orden -especialmente de segundo orden-, el sujeto, "Para mí, ser sujeto es situarse en su sitio u ocupar el centro de su propio mundo para considerarlo y considerarse a sí mismo" (Morin, 2003); no es solamente una entidad cogitante, ya que toda entidad computante, al respecto Edgar Morin (2003) opina "la organización viviente producida por cierto modo de conocimiento organizador que yo llamo computación. Este modo de conocimiento se funda en un cómputo capaz de tratar objetivamente a la vez los elementos de los que se constituye y el mundo exterior en función de su interés particular de viviente"; es también un sujeto y como tal modifica su entorno y los fenómenos que lo componen de forma emergente y recursiva a través de su presencia/observación, por tanto no es posible que los niños y niñas desplazados sean meros espectadores (pasivos) de los actos de maldad.

Según Moreno (2002) todo sujeto se transforma en un actor que cogita y computa de manera co-constructiva con su entorno, por lo que el conflicto genera posiciones y "puestas en escena" de los problemas con los que se convive, así los juegos de guerra y las narraciones heroicas forman parte fundamental de lenguaje con que los niños y niñas tramitan lúdicamente la frustración, la impotencia y el dolor.

En el marco de la guerra la experiencia violenta para los niños y niñas es la constatación asistida de un acto de extinción generalizada de lo vivo o "Zoe" (Agamben, 1998) que afecta a las poblaciones de forma indiferenciada y limita sus posibilidades de supervivencia. Para Edgar Morin (2003) la diferencia primordial entre vivo y no-vivo no se localiza en la materia ya que uno u otro son elementos materiales, sino en el tipo de organización o mejor en la complejidad de la organización de lo viviente, en la vida de la vida que escapa a la maquinización de la acción colectiva y se sitúa en la intención emergente, en el caos organizacional de los eventos y las elecciones.

Para los niños y niñas víctimas del conflicto armado, vida y muerte corresponden a resultados de las acciones de quienes ostentan el poder destructivo, y más que situar a la muerte en una condición emergente se asocia a la intención anulativa de un grupo. Como consecuencia el conflicto armado se presenta a modo de estructura maquinal social, condición que la acerca a la noción autómata celular de Von Neumann (1996). Así al igual que en el autómata como máquina viviente, la violencia tiene la particularidad de componer un "autos" capaz de auto-reproducir los elementos con los que funciona en un bucle indefinido en el que se generan acciones violentas, consumo de recursos para la guerra, y una reorganización del ejercicio anulativo a modo de actos de lesa humanidad, terrorismo, silenciamientos y vejaciones.

La violencia de la que son testigos los niños y niñas suscita productos (victimas, desplazamientos, secuestros, muertes, imaginarios), constricciones (restricciones, silenciamientos, vejaciones), barreras (normas, leyes, limites), y decisiones (actos de violencia, alianzas, sumisión, terrorismo, etc.), que demuestran la incorporación inminente de lo emergente a la vida de las victimas (desplazamientos, resistencias, encajonamientos, respuestas pacíficas o violentas y movilizaciones). Lo anterior regula la forma como los niños y niñas consolidan su identidad a través del proceso de auto-eco-organización que se deriva en un ajuste parcial a las situaciones de violencia y opresión a los que son sometidos.

Por ello aunque cada persona tenga una organización biopsicosocial-cultural diferente que determine formas particulares y volitivas de interpretar y comprender el mundo, es la complejidad de su organización la que conviene el modo de aprehensión de la realidad vital en su interacción con la otredad (Delgado, Henríquez, Hernández, Sotolongo & Hernández, 2007). Esta realidad puede ser intersubjetivamente compartida por padres e hijos como efecto del encuentro dialógico y la interpretación individual de los diversos acontecimientos vitales, por lo que en las familias desplazadas se generan nociones e imaginarios transmitidos y reproducidos frecuentemente por adultos, jóvenes, adolescentes, niños y niñas.

En los niños y niñas desplazadas suceden procesos de auto-eco-organización del conflicto armado y de la violencia sociopolítica, que emergen a razón de las relaciones simbólicas-imaginarias de intercambio informativo con su entorno, y que propenden por la canalización de las preocupaciones en la actividad somática y simbólica adscrita al juego narrativo y la reproducción de representaciones gráficas específicas. Dicho esto la auto-eco-organización del conflicto armado en la dinámica infantil es una de las formas naturales de tratar de "ponerlo todo en orden" desde un escenario lúdico, con el fin de confrontar lo adverso en el juego, asumiendo un lugar que se vivió como ausente en el desplazamiento. Los niños y niñas desde un lugar o metapunto psíquico se apropian de los contenidos de la experiencia traumática para redefinirla y organizar-fantasear los sucesos y retomar el control socio-afectivo de sí mismos, aspecto esencial al momento de pensar en la auto-eco-organización de los traumas y secuelas en los niños y niñas en situación de desplazamiento forzado.

Acerca del trauma de guerra.

El trauma de la guerra se expande en la comunidad vulnerada a través del bucle fundado en las acciones-retroacciones e inter-retro-acciones de acontecimientos que retornan, retro-actúan o se embuclan en la conciencia individual y colectiva del recuerdo, y en las aproximaciones o similaridades entre eventos, situaciones y personas, llegando a modificar las habilidades de ajuste de las poblaciones a los nuevos escenarios de relación social. El bucle traumático no conoce lo bueno o malo de un suceso o de toda actividad fenoménica, ya que su acción acontece en el proceso de cognición de los eventos, aspecto que se aborda y comprende a partir de un lugar distintivo de tipo "emocional-cognitivo" que va desde lo individual (subjetivo, internalizado, interiorizado) a la relación entre lo grupal-institucional-sociocultural (inter y trans-subjetivo). De acuerdo con Lavanderos & Malpartida (2000) "las operaciones de distinción son configuraciones pautadas por redes de observadores, lo que implica que sus formas y tipos sólo pueden ser entendidas como meta configuraciones organizadas a partir de la conservación y producción de esas pautas" (p. 10), así para las poblaciones desplazadas los patrones de interacción relacional consigo mismos y con otros (sujetos, instituciones, etc.) implican también la generación-asunción de condiciones y procesos de producción de sentido respecto a la dimensión política y traumática de su condición social.

El bucle se presenta como acción organizacional de la emergencia representativa y somatolecta del trauma es decir de la secuela o huella mnémica, y tiene propiedades de recursión organizativa, de causalidad circular, de inclusión de la diversidad (CDI, 2012), aspectos que se interrelacionan con las propiedades del sistema en cuanto clausura operacional e interrelación-inter-retroactuante con el entorno y con otros sistemas. Para Von Foerster (1996) el operar depende del modo como se organizan las distinciones, esto para el caso de los niños y niñas se asocia a la causalidad circular de los eventos, condición que vincula orden y desorden, lo inefable y lo vivido, cómputo, cogito y aspectos volitivos, debilitando su capacidad para dar cuenta de los sucesos de manera racional o específicamente cognitiva, al tiempo que aumenta su propensión a procesar estos conflictos a través del juego y las representaciones gráficas o dibujos (Andrade, 2012) con los que "expresan las necesidades básicas insatisfechas (orales, afectivas, económicas y sociales) además, de una creciente dificultad para integrar las partes del cuerpo en un todo organizado" (p. 33), pero también son indicadores de suficiencia procesual y de creatividad compensatoria ante el efecto devastador del evento. En los niños y niñas opera la lógica del tercero incluido (Nicolescu, 1998), el cual se define por la capacidad para procesar de forma no-adulta, no-institucionalizada, eco-creativa y lúdico-recursiva las secuelas emergentes de la praxis bélica de los violentos.

Los niños y niñas logran resignificar con mayor facilidad el trauma de guerra cuando cuentan con elementos generadores de robustez y sostén tales como, espacios lúdicos, cohesión de grupo de pares, solidaridades en la escuela, una familia unida y referentes externos positivos como padres, cuidadores, vecinos y maestros comprometidos con el cuidado y la educación afectiva, puesto que para los niños y niñas el apoyo emocional es básico para la internalización, legitimidad y reproducción del autocuidado, la convivencia y la democracia. En este sentido Maturana & Verden-Zoller (1990) indican que una infancia matrística ejercida por el padre, la madre o la figura positiva que coopere en la crianza del sujeto, compone a futuro una vivencia adulta neo-matrística acerca de lo democrático, que como proyecto educativo es viable a través de la comprensión del amor como respeto por el otro como un legítimo otro en la relación de convivencia. Como derivación directa del conflicto armado la existencia y supervivencia de los niños está definida por las características especiales del espacio inter-relacional y biológico-cultural de sus interacciones, quehaceres y emociones.

El segundo rasgo es la relativa autonomía (Morín, 2003) pues no existe autonomía sin dependencia, aspecto al que Morín llama auto-eco-organización, y aunque los niños y niñas victimados dependan en muchos aspectos de sus padres o cuidadores, existe en su sistema de implicación vital, dimensiones o dominios de comprensión muy particulares (dialógicos, escenográficos, simbólico-representativos) que direccionan gran parte de la presión psíquica y social del trauma y las tensiones de la convivencia, hacia vías psicosomáticas emergentes proyectadas en el lenguaje no-verbal, los dibujos, narraciones, fantasías y la creatividad lúdica. Este segundo rasgo aporta a la acción infantil propiedades emergentes, creativas y transformadoras, cuya aparición no está completamente condicionada por los eventos traumáticos, pero que de acuerdo a la magnitud de las experiencias en la infancia victimada, produce momentos específicos o modos de relación activos y particulares de los niños y niñas con su ambiente.

Las vías psicosomáticas expresan la conversión y curso de la (de)construcción lúdica-motora del trauma y emergen a través del lenguaje no-verbal y el juego, al tiempo que la vías disociativas del conflicto promueven a través del juego una oportunidad de reunión de lo escindido: padres-protección; vida-muerte; individualidad-solidaridades; bueno-malo, etc. Así, lo dividido se reúne, resignifica y renueva en la multiplicidad del encuentro con otros, en la unidad de lo múltiple "unitas multiplex" de los sistemas biospsicosociales.

Reparación y asistencia ante los actos de lesa humanidad.

En la construcción de acciones de reparación y asistencia ante los actos de lesa humanidad se debe tomar en cuenta la estructuración de afectos y cogniciones a nivel individual y colectivo respecto al sentido de trascendencia, pertenencia, arraigo, resistencia y memoria en el marco de la guerra, como también los afectos congruentes y divergentes de estas vivencias. Para ello es necesario comprender que la guerra presenta una no-linealidad inherente en relación a las causas y efectos, al tiempo que una pluralidad visible de imaginarios, representaciones y actores sociales, que juegan un papel trascendental al momento de repensar la intervención con poblaciones victimadas. Por tal motivo es necesario reconfigurar los modos como se reintroduce el tema de la violencia en el discurso de las víctimas, como también redefinir las características de abordaje de las diversas emergencias de sentido respecto a la guerra y sus conflictos derivados, asumiéndolos como una sucesión de ocurrencias que reorganizan de manera constante el sentir de las víctimas, y redelinean no siempre de manera negativa la orientación de sus decisiones, prácticas u operaciones en el plano social.

Según Nicolescu (1998) al parecer entre más conocemos cómo estamos hechos, menos conocemos quienes somos, por esta razón el conocimiento actual genera una "atrofia interior" de la que se ha desprendido todo sentido acerca de lo espiritual, metafísico y consensual, por ello se convive en el peligro de la extinción a causa de una triple devastación autodestructiva de tipo material, biológica y espiritual producto de una tecno ciencia ciega (Nicolescu, et al, 1998; Morín, 1999). De suyo es precisamente el olvido el aspecto que dificulta la toma de conciencia global respecto a la participación colectiva en la reorganización biopsicosocial de las personas desplazadas, por tanto los procesos de reparación transitan por un absurdo autismo del cual las víctimas, especialmente la infancia y la adolescencia, tienden a ser re-victimados por efecto de la apatía, la incredulidad, el individualismo, el intervencionismo, y el sesgo peyorativo que demarca como ilegítimos sus derechos, deberes y reclamos.

Esta atrofia es un estancamiento que ha fabricado un estado reproductivo de resistencias a la integración del conflicto en la vida cotidiana (De Sousa, 2006; 2006a), por lo que su no-reconocimiento es causa de una ceguera de doble vía: una respecto al conflicto y su labor estructurante de lo social, y otra en relación a la labor que la sociedad puede realizar en conjunto para remediar las secuelas de la violencia, especialmente cuando trabaja en redes de sostén comunitario y de afectividad, cooperación y solidaridad. Para Morín (2003) las primeras cualidades de todo ser viviente tienen que ver con la auto-eco-organización, es decir con la capacidad constante de repararse-regenerarse (primer rasgo) en la autonomía-dependiente (segundo rasgo). El primero de los rasgos propios de lo vivo se constituye en la actividad permanente de extracción de energía de su entorno, aspecto que en los niños y niñas proviene de la capacidad del núcleo familiar para legitimar su existencia en la convivencia socio-familiar a través de la participación, el reconocimiento, el afecto creado conjuntamente que es redistributivo, y el cubrimiento de sus necesidades de subsistencia.

En general la posición Moriniana aboga por una política de la civilización con la que es posible concebir una respuesta más ajustada a lo humano y a los males que enfrenta la humanidad (Morín, 1984; 1996; 2007) tales como el conflicto armado, la guerra y la vulneración de los derechos de los individuos. En este marco de interpretaciones existen dos relaciones antagónicas que configuran el panorama de las víctimas de la guerra: la apatía-participación-anulación y la simpatía-reticencia-cooperación. En ellas existen dos tipos de organización, una "organización declarativa" que facilita comprender la emergencia de la autonomía tras la acción heteronómica de los violentos, y otra "organización propositiva" que enuncia la intuición afectiva respecto al destino y orientación posible de lo vivido, al tiempo que la no-comprensión de los eventos, situaciones y vulnerabilidades, por lo que el conflicto armado puede ser más que explicado, vivido por las víctimas como sentencia o declaración de muerte, o en su defecto como proposición de cambio ante la eventualidad de sus disposiciones.

La civilización actual deviene su necesidad de liberación psíquica e instrumental, a partir del cansancio colectivo producto de una heteronomía reificada en la acción de consumo y seguridad social, la cual en realidad presenta un rostro de barbarie explícito en acciones de ingesta de sustancias psicoactivas, narcotráfico, abusos de poder y todos los actos de crueldad que atentan contra lo vivo y causan malestar generalizado en la sociedad (Morín, 1999). En los niños y niñas que permanecen anclados a escenarios de guerra, el campo de instrumentalización bélico es también su espacio de crecimiento, lo que resulta contraproducente para el desarrollo de una conciencia de paz, con base en el reconocimiento del conflicto como factor estructurante de lo social; por ello el sentido que se le da al conflicto se propaga negativamente en el lenguaje a través de los hechos, por esta razón suelen creer que todo conflicto debe ser eliminado, ante lo cual niños y niñas aprenden de los adultos a responder ante los abusos desde dos posiciones: a) una pasividad que los hace aguantar y después produce huida; b) una respuesta agresiva que responde al ataque con destrucción y violencia.

Como consecuencia uno de los máximos campos de instrumentalización de esta barbarie es la guerra que afecta especialmente a niños y niñas víctimas de la violencia sociopolítica que opera en diversos dominios o campos de interrelación social (familia, escuela, salud, comunidad). En general todo acto de maltrato a una entidad viva, instaura una teleología del terror, que puede ser superada a través de un cambio global cosmovisivo que reposicione al sujeto en el mundo (Morin, 1999), es decir que transforme el sentido que el sujeto otorga a su actividad de cómputo y de cogito en el espacio y el tiempo en que emergen sus elecciones. Del sujeto de la guerra se debe transitar hacia un sujeto complejo capaz de modificarse a sí mismo por efecto de su presencia global como materia, individuo, sociedad y especie (Morín, 2008), puesto que en él conviven orden, caos y la organización, además de la inter-retroacción afectiva es decir, la formación de emociones, afectos y cogniciones que se retroactúan o embuclan sobre aquello que les dio origen y lo modifican, produciendo nuevas emergencias afectivas, entre las que se encuentran el dialogo, la legitimidad de la diferencia, la reunión de antagonismos en el acuerdo dialógico, las solidaridades y la hospitalidad entre otros aspectos.

Conclusiones.

El conflicto armado y la violencia sociopolítica que suscita, vulnera especialmente a la infancia y adolescencia colombiana ya que los convierte en blancos frecuentes de ataques que afectan su calidad y expectativa de vida. En este sentido los daños indelebles a nivel bio-psico-social en las personas y comunidades son muestra de la intensidad devastadora de sus consecuencias como también, de su complejidad, replicabilidad y permanencia en la estructura social y en el lenguaje de los diversos actores sociales. Es importante mencionar que los niños y niñas victimados sufren una realidad diferente de los adultos, puesto que cuando su existir se determina en el marco de la guerra, su misma existencia resulta mediatizada por las circunstancias sistémicas de reproducción de la violencia, así si los niños y niñas son la base productiva de escenarios de paz y convivencia, resulta benéfico para una causa subversiva o terrorista, que estos sean representantes de la guerra.

Por este motivo el reclutamiento tiene una función política de tipo anulativa que busca legitimar desde un escenario de muerte, las opciones de permanencia de nuevas formas de opresión y dominación social. El reclutamiento, asesinato, desaparición forzada, la anulación selectiva, la disociación parental, los secuestros y las diversas violaciones a los derechos de los niños y niñas, son muestra de la letalidad de los medios y fines de una guerra con diferentes rostros políticos, que opera bajo los mismos argumentos, tecnificaciones y estrategias de crueldad. Por ello asumir bajo una perspectiva de complejidad el conflicto armado, implica articular fractalidad, caos, borrosidad y lo catastrófico de sus orientaciones, mismas que se constituyen en opciones explicativas acerca de la dinámica anulativa y emergente de sus interacciones. Lo anterior se contrapone a la reducción histórica de las explicaciones acerca del conflicto y la violencia como fenómenos lineales, aspecto asociado al cerramiento en la relación causa-efecto que subvierte hacia la simplificación la complejidad de los hechos de violencia social.

La complejidad del fenómeno violento surge de la interacción entre las diferentes explicaciones transdisciplinarias permitiendo comprensiones que van más allá de la linealidad de los modelos explicativos y la reducción del conflicto a sus causas y consecuencias, es decir permite conocerlo más allá de las cifras y los muertos, para lo cual debe superar el principio de distinción y de disyunción explicativa que aspira a la completud como argumento reductor. Lo complejo de la afectación del conflicto bélico en los niños, niñas, adolescentes y adultos, se instala en lo inefable que va más allá del trauma, en "ese algo" (dassein) que no puede ser descrito o escrito, es decir en un plus-dolor que se acomoda al con-vivir de os sujetos victimados de manera siniestra. En los niños y niñas los recuerdos dolorosos se retroactúan sobre antiguas y nuevas experiencias pero a diferencia de los adultos, ellos los colocan en escena y los tramitan a través del juego, y aunque los infantes no cuenten con grupos de apoyo, control y ajuste su experiencia lúdica posibilita medios simbólicos e imaginarios de supervivencia.

Ajustando la noción de sujeto desde la postura de Edgar Morin, el desplazamiento forzado descentra a los sujetos, los desubica y anula su lugar por lo que desestructura la memoria que viabiliza puntos de referencia social y modificación personal ante la crisis, por tal motivo el sujeto no tiende a considerar el mundo y por ello no se considera a sí mismo, de ello proviene el hecho de vivir "sin lugar". Los niños del conflicto armado pierden su condición de sujeto y son convertidos por los adultos en objetos de guerra, por ello su voz es acallada por la voz de otros y su condición política resulta inexistente, por ende no existe simplicidad en la guerra más aún cuando ésta opera bajo una lógica disyuntiva de desunir a las familias al tiempo que se retroactúa violentamente sobre el estado, la cultura y la sociedad. Ergo la violencia busca romper la continuidad ideológica de uno de los bandos en disputa, eliminando de forma temprana la niñez que puede reproducirlo, de este modo la anulación de los niños y niñas se convierte en una estrategia de guerra.

Ante ello se requiere en palabras de Morin una política de civilización que abogue por un mundo en el que se transforme la lógica anulativa del hombre por el hombre y se restituya la solidaridad natural de las sociedades y especies, que modifique la educación y la ubique a nivel planetario sobre un sustento de pensamiento ecologizado, incluyente de la incertidumbre y el cuestionamiento del saber disciplinario, que defienda los derechos y los disponga para todos en el que hacer afectivo del convivir en una comunidad planetaria. Esta reforma debe suscitar mejores modos de existencia colectiva en un mundo sostenible y perdurable para las nuevas generaciones, con base en una antropoética que redefina los horizontes de la humanidad respecto a su presente y futuro.

Con la relación de amor, en el sentimiento de amor, está la idea de que el otro nos restituye a nosotros mismos la plenitud de nuestra propia alma, permaneciendo totalmente diferente de nosotros mismos. Edgar Morín.


Nota

1 El presente artículo se deriva de la investigación "Complejidad, conflicto armado y vulnerabilidad de niños y niñas desplazados en Colombia" presentada en la I Bienal Latinoamericana de infancias y juventudes, llevada a cabo en la Universidad de Manizales, Caldas-Colombia del 17 al 21 de noviembre de 2014.


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