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El Ágora U.S.B.

versão impressa ISSN 1657-8031

Ágora U.S.B. vol.19 no.2 Medellin jul./dez. 2019

https://doi.org/10.21500/16578031.4393 

Artículos derivados de investigación

Emociones sociales y políticas en la construcción y la obstrucción de la paz en ciudadanos de estrato social medio-alto de la ciudad de Bogotá1

Social and Political Emotions in the Construction and the Obstruction of Peace in Citizens of Middle-High Social Stratum in the City of Bogota

Juan David Villa-Gómez1 

Marcela Rodríguez-Díaz2 

Laura Gaitán Lee3 

María Alejandra González-Prieto4 

Juana Haber-Mariño5 

Juanita Roa-Sierra6 

Psicóloga

Psicóloga

1 Docente Asociado de la Facultad de Psicología y la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad Pontificia Bolivariana. Grupo de Investigación en Psicología: sujeto, sociedad y trabajo (GIP). Medellín, Colombia. Orcid: http://orcid.org/0000-0002-9715-5281 Scholar: http://scholar.google.es/citations?user=hUy2wG0AAAAJ&hl= es Contacto: juan.villag@upb.edu.co

2 Docente de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana, Grupo de Investigación Género y Nuevas Ciudadanías. Medellín, Colombia. Contacto: marcelarodriguez@javeriana.edu.co

3 Psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia. Contacto: lauragl1808@gmail.com

4 Psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia. Contacto: maalejag7@gmail.com

5 Psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia. Contacto: juana.habermarino@yahoo.com

6 Psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia. Contacto: juanitaroasierra@gmail.com


Resumen

Respecto de la configuración de orientaciones emocionales colectivas (OEC) de carácter político, como barreras psicosociales para la construcción de paz y la reconciliación en personas de la ciudad de Bogotá, desde una perspectiva de género, se lograron identificar distintas emociones como: tristeza y dolor; rabia, indignación y odio; miedo, angustia, desconfianza e incertidumbre; resentimiento y asco; inconformidad, preocupación y decepción; indiferencia, impotencia, frustración y desesperanza; esperanza, felicidad, optimismo y empatía; patriotismo, seguridad, gratitud y admiración, frente al conflicto armado, sus actores, el acuerdo de paz y el futuro del país. A partir de éstas, es posible concluir que algunas OEC se constituyen como barreras psicosociales de acuerdo con la manera en que se vivencian en las y los participantes.

Palabras Clave: orientaciones emocionales colectivas; barreras psicosociales; construcción de paz; perspectiva de género; reconciliación; conflicto armado colombiano

Abstract

Regarding the configuration of Collective Emotional Orientations (CEO) of a political nature, such as psychosocial barriers to the construction of peace and reconciliation in the people in the city of Bogotá, from a gender perspective, it was possible to identify different emotions: sadness and pain; rage, anger and hatred; fear, anxiety, mistrust and uncertainty; resentment and disgust; non-conformity, concern and disappointment; indifference, impotence, frustration and hopelessness; hope, happiness, optimism and empathy; patriotism, security, gratitude and admiration, facing armed conflict, its actors, the peace agreement, and the future of the country. From these, it is possible to conclude that some CEO are psychosocial barriers according to the way in which they are experienced by the participants.

Keywords: Collective Emotional Orientations; Psychosocial Barriers; Peace-Building; Gender Perspective; Reconciliation; and the Colombian Armed Conflict.

Introducción

El conflicto armado colombiano se ha desarrollado por más de 50 años y ha afectado a múltiples áreas de la población. Este conflicto, entre el año 1958 y el 2012, causó la muerte de 218.094 personas, según el Centro Nacional de Memoria Histórica (2013). Entre estas personas fallecidas, el 19% (40.787) fueron actores armados; y el 81% (177.307) fueron civiles. Asimismo, ha dejado casi 9 millones de víctimas registradas (Red Nacional de Información, 2019). Además, ha dejado graves consecuencias psicosociales: rupturas en estructuras sociales, alterando normas de convivencia, quebrando la confianza mutua, exaltando valores centrados en la dominación, la fuerza y la exclusión, afectando prácticas culturales y relaciones comunitarias; configurando una cultura violenta, desestructurando sujetos y cristalizando relaciones sociales polarizadas y deshumanizantes, que legitiman el uso de la violencia frente al enemigo y diferente (Arias, Morales, & Junca, 2007).

Para Martín-Baró (1990), no sólo son efectos, sino también prácticas de “guerra psicológica”, cuyo objetivo es imponer la voluntad al otro, “ganar su mente y su corazón” a través de mecanismos discursivos, retóricos, comunicativos, mediáticos y educativos, que afectan su capacidad crítica y reflexiva. Esto ha constituido opinión pública y sentido común: un marco ideológico, presupuesto y ‘por supuesto’ de las formas como se entiende la realidad. Además, se institucionaliza la mentira, a través de propaganda y técnicas de desinformación que penetran creencias, actitudes, valores, emociones y acciones de sujetos y colectivos, para mantener un orden social injusto, generando ambivalencia y confusión (Martín-Baró, 1990).

Investigaciones como las de Bar-Tal (2010, 2013), Correa (2006, 2008), Cárdenas (2013) y Bekerman & Zembylas (2010) evidencian la manera como los medios de comunicación, desde marcos ideológicos, legitiman el uso de la violencia, sustentan la guerra y mantienen el orden establecido, justificando la eliminación del adversario. Éste, construido como enemigo absoluto (Angarita Cañas, et al., 2015) es “representado como absoluta negatividad, […] inhumano, […] único responsable de que haya habido y continúe habiendo guerra, es ‘blanco-o-negro’, con lo que implica de simplificación y distorsión de personas, grupos y planteamientos políticos” (Martín-Baró, 1990, p.9). Así, se logra un “control del pensamiento, la emoción y la conducta de las personas” (Peña, Casas & Mena, 2009, p.12), deshumanizando al adversario, polarizando la sociedad y sosteniendo una cultura bélica, anulando posibilidades de construcción de paz y reconciliación (Bar-Tal, 2000, 2011, 2013; Mazur, 2014).

Cabe señalar que, en Colombia, durante el conflicto armado, ha habido varios intentos de resolución, con negociaciones fallidas entre el Gobierno y los grupos insurgentes (García, 2001). En la última década, el expresidente Juan Manuel Santos (2010-2018) inició diálogos con las FARC en La Habana, con quienes pactó unos acuerdos de paz que, inicialmente, no fueron aprobados popularmente en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Como afirma Miranda (3/10/2016), “lo pactado en La Habana se materializó en un documen to de 297 páginas con varios puntos que dividieron a la opinión pública”. Tras la derrota, tanto Santos como Timochenko, el jefe de las FARC, aseguraron que seguirían trabajando por la paz, incluyendo las voces de aquellos que votaron negativamente (BBC Mundo, 3/10/2016). Esta derrota electoral, más allá de las urnas, recogía el sentir, pensar y hacer de un sector importante de la sociedad.

Por esta razón, consideramos necesario comprender ese sentir, pensar y hacer, abordando los mecanismos y procesos psicosociales, que han estado a la base de esta oposición a la negociación política del conflicto en el país. Daniel Bar-Tal (2007, 2009, 2010, 2013) los ha denominado ‘barreras sociopsicológicas’, las cuales permiten a individuos y sociedades adaptarse a las condiciones de conflictos de larga duración, pues contribuyen a su desarrollo y permanencia (Bar-Tal, 2007; Hameiri, Bar-Tal & Halperin, 2014).

Estas ‘barreras’ se utilizan para mantener una identidad social positiva del propio grupo y para fomentar la desconfianza y el odio hacia grupos externos, perpetuando ciclos viciosos de violencia, que impiden la consideración de los compromisos requeridos para una resolución pacífica (Hameiri, Bar-Tal & Halperin, 2014; Gayer, Landaman, Halperin & Bar-Tal, 2009). Sin embargo, pueden ser útiles para comprender lo que viene sucediendo en la sociedad colombiana; donde, además, la elección del gobierno actual ha implicado retrocesos, dudas y ataques a algunos de los puntos acordados, además de cerrar canales de negociación con el ELN (Ejército de Liberación Nacional).

La investigación realizada por Porat, Halperin & Bar-Tal (2015), señala que estas barreras obstruyen la búsqueda de información alternativa que pueda dar una nueva perspectiva sobre el proceso de negociación; además de cumplir un papel moral en la justificación de los actos violentos y de destrucción del enemigo (Bar-Tal, 2010, 2013). De acuerdo con los autores referenciados (Bar-Tal, 2000, 2010, 2013, 2017; Bar-Tal & Halperin, 2010, 2014; Hameiri, Bar-Tal & Halperin, 2014), se trata de tres barreras psicosociales: memorias colectivas, creencias sociales y orientaciones emocionales colectivas (OEC); que, al institucionalizarse y cristalizarse, juegan un papel determinante en la pervivencia y repetición de la violencia y operan de manera integrada e interrelacionada.

En el presente artículo, hacemos énfasis en las OEC, pues éstas sostienen e integran las narrativas del pasado dominantes y las creencias legitimadoras de la violencia, cristalizando un ethos del conflicto que guía la acción (Halperin, Bar-Tal, Nets-Zehngut & Drori, 2008; Bar-Tal, Halperin, Sharvit & Zafran, 2012; Halperin, 2013; Halperin & Pliskin, 2015). Estas emociones son compartidas y reflejan normas, valores y expectativas; de acuerdo con Bar-Tal (2001, 2007), la sociedad provee contextos, información, modelos e instrucciones que influyen en las emociones de sus miembros, privilegiando una o más, sobre otras. Halperin & Pliskin (2015) y Halperin (2013, 2014) señalan que, en contextos violentos, es importante estudiar estas emociones, pues: (1) son poderosos motores del comportamiento y el pensamiento humano, aún más en conflictos prolongados; (2) no operan en el vacío, pues no son apolíticas ni universales; (3) cada emoción colectiva tiene una naturaleza única, objetivos y tendencias de acción diferentes, teniendo implicaciones políticas concretas; (4) y, finalmente, pueden cambiar, modificando los procesos políticos del contexto. De acuerdo con Bar-Tal, Chernyak-Hai, Schori & Gundar (2009), las OEC también juegan un papel fundamental en contextos de postconflicto, puesto que la disminución de emociones negativas y el aumento de emociones positivas es esencial para lograr una verdadera reconciliación.

Comprendiendo el momento coyuntural de tránsito y transformación del país; el trauma psicosocial que ha dejado la guerra; que la paz y reconciliación son procesos colectivos y cotidianos; y que estas barreras psicosociales obstaculizan las transformaciones subjetivas necesarias, consideramos esencial comprender cómo esas OEC se han configurado en nuestro contexto. En efecto, “no hay acción humana sin una emoción que la funde como tal y la haga posible como acto. […] no es la razón lo que nos lleva a la acción sino la emoción” (Maturana, 1990, p. 20-21). Por tanto, las emociones tienen un carácter evidentemente político y constituyen a los sujetos políticos de una sociedad (Ahmed, 2014; Nussbaum, 2014). Así pues, estas emociones son grupales, sentidas y compartidas simultáneamente por un gran número de individuos en una sociedad determinada y subyacen a dinámicas culturales, sociales y políticas; no son la sumatoria de emociones de los individuos, sino que indican cualidades holísticas y únicas de cada sociedad (Bar-Tal, Halperin & De Rivera, 2007; Halperin, 2013, 2014; Levy, Zomeren, Saguy & Halperin, 2017).

A su vez, en el marco de conflictos armados, el proceso emocional, tanto individual como colectivo, se puede dar en distintos niveles: (1) influenciando el tipo e intensidad de la emoción; (2) motivando la acción y la toma de decisiones o impactando en la manera en que los individuos regulan la acción; y (3) proporcionando el criterio y la sensibilidad para seleccionar información, afectando la interpretación y evaluación de situaciones particulares (Bar-Tal & Halperin, 2014; Halperin & Pliskin, 2015). Según Bar-Tal (2001) y Bar-Tal, Halperin & De Rivera (2007), las OEC se van incorporando en los procesos de socialización del sujeto, más allá del entorno familiar, como en los procesos educativos, los mecanismos culturales, los medios de comunicación y la política, como una tendencia de la sociedad a expresar una emoción dominante socialmente compartida. Ésta se expresa en narrativas del pasado y creencias sociales que ofrecen marcos de significado y que justifican la violencia del propio grupo (Nasie & Bar-Tal, 2012).

Bar-Tal (2001) y Halperin, Bar-Tal, Nets-Zehngut & Drori (2008) Smith & Mackie (2015) identifican que el miedo es una de las principales OEC en estas sociedades. Sin embargo, también el odio, la ira, la culpa, la esperanza o el orgullo, como resultado de eventos que tienen relevancia para el grupo. Son influenciadas por dos factores: (1) el nivel de identificación con el grupo; (2) y las evaluaciones únicas del evento en el cual se vive la emoción (Goldenberg, Saguy & Halperin, 2014).

Por otro lado, Ahmed (2014) señala que las emociones desempeñan un papel determinante en la construcción del sujeto político, pues son éstas las que median la relación entre el sujeto y el colectivo. En el plano colectivo, “las emociones constituyen una parte fundamental de la identidad y la cohesión del grupo, y es desde allí donde la organización recobra su sentido colectivo, frente a un propósito determinado” (Cruz, 2012, p.67). Comprender las emociones desde un carácter político implica que éstas no sólo surgen “de adentro hacia afuera”, de lo individual (yo) hacia lo social (nosotros), sino que éstas también pueden comenzar “allá afuera” (Ahmed, 2014). Por ello, las emociones no son posesiones que están en el “yo” ni en el “nosotros”, sino que surgen en la relación con el otro y son movidas por una conexión; no son mera reacción, sino algo que se construye socialmente.

Incluso, Cruz (2012) constata que dependen del momento histórico en el cual surgen, puesto que “son creadas y sostenidas a partir de interacciones intersubjetivas y relaciones sociales, elemento que constituye la acción colectiva como una construcción social que denota identidad y pertenencia” (Cruz, 2012, p.71). Por ello, se convierten en un dispositivo de poder político, desde el cual se posibilita que las personas piensen, actúen y decidan de determinada manera para conducir un imaginario colectivo y una identidad política, reproduciendo el orden hegemónico social establecido y legitimando una cultura violenta de desigualdad y discriminación. Así mismo, se perpetúa una cultura política de la emoción y se restringe la acción social manteniendo el estatus quo (Ahmed, 2014; Mancini, 2016).

Metodología

Esta investigación se llevó a cabo mediante una metodología de corte cualitativo de tipo fenomenológico-hermenéutico, con el propósito de comprender cómo está configurada la experiencia subjetiva y el contexto en el que esta se construye (Denzin & Lincoln, 2012), identificando y desentrañando los significados que los sujetos otorgan a la realidad social, lo que metodológicamente privilegia actividades centradas en el relato.

Para ello, se realizaron doce (12) entrevistas semiestructuradas en profundidad, a residentes de estrato socioeconómico medio-alto de la ciudad de Bogotá desde hace mínimo diez años, para garantizar un nivel de homogeneidad en la muestra; basándonos en un criterio de género; en donde seis (6) fueron participantes de género femenino y seis (6) de género masculino. Asimismo, se tuvo como criterio de selección la participación en el plebiscito del 2 de octubre del 2016 y una postura definida (acuerdo o desacuerdo) frente a los Acuerdos de Paz. El muestreo fue propositivo, tipológico e intencional (Hernández, Fernández & Sampieri, 2014). Las entrevistas se realizaron entre los meses de septiembre y octubre de 2018.

Se realizó la transcripción completa de las entrevistas y la codificación realizada diferenció el número del sujeto, M=mujer; H=hombre; A=acuerdo y D=desacuerdo. Posteriormente se organizó la información obtenida desde categorías teóricas preestablecidas, que proporcionaron el marco para la interpretación. Estas categorías teóricas fueron cuatro: (1) conflicto armado y actores (Fuerzas Militares, FARC, paramilitares); (2) proceso de negociación, acuerdo de paz y plebiscito; (3) dimensión relacional y polarización; (4) elecciones y futuro. Esto fue consignado en una matriz intratextual de coherencia por cada participante, para luego desarrollar una matriz intertextual, dividida por emoción y categoría. En seguida, se procedió a una codificación axial de primero y segundo nivel de cada categoría, para delimitar puntos de encuentro y divergencia en las mismas. Finalizamos con la teorización, donde se visibiliza nuestra voz en el proceso de análisis: interpretando, hipotetizando, conceptualizando y configurando unidades de sentido.

Resultados

Conflicto y actores armados

En general, en los relatos de la mayoría de los y las participantes se puede identificar un sentimiento de tristeza frente al conflicto armado, además de angustia por su complejidad y longevidad. Esos sentimientos se unen a una gran impotencia: Lo que siento actualmente es estar ante algo complejísimo, y que yo estoy completamente seguro de no entender ni una pizca. Eso es lo que siento, como perplejidad ante la magnitud y la complejidad del fenómeno” (S6-HA). Existe frustración y cansancio frente a los procesos de paz fallidos. Sin embargo, también aparece cierta esperanza, la cual se apoya en la resiliencia y el optimismo atribuidos a la población colombiana.

Los participantes ‘de acuerdo’, expresan tristeza frente a las víctimas, mencionando hechos específicos, con una idea de conflicto más concreta, mostrándose más empáticos, reconociendo su otredad y legitimidad en la construcción de paz. Además, expresan rabia, ira e indignación hacia los actores armados; pero, con mayor fuerza, hacia una sociedad indiferente, hacia políticos y poderes económicos que han participado y se han lucrado del mismo. Las mujeres ‘de acuerdo’, en particular, sienten rabia porque no se logra una resolución, reconociendo a la sociedad como actor responsable. No obstante, a pesar de su rabia, su responsabilidad política y su capacidad de agencia, son mínimos.

Por su parte, las personas ‘en desacuerdo’ relatan tristeza por el país, por la patria, como entidad abstracta: Me duele muchísimo el país” (S1-MD); “... yo siento mucha tristeza, porque siento que nuestro país se está desmoronando” (S11-MD). Hacia las víctimas, expresan cierta empatía, aunque se acerca más a la lástima. Pero no aparece rabia, puesto que esta visión más abstracta los lleva a transferirla a un actor específico (FARC) y no al conflicto en sí mismo.

Por otro lado, las mujeres, en general, presentan una vivencia propia de la tristeza, mostrando una mayor empatía por las víctimas. A su vez, los hombres viven la tristeza de forma abstracta, conectada más con oportunidades perdidas por el país, que con hechos concretos sucedidos, se vive como algo distante, en donde, si bien sienten dolor, no es tan latente un acercamiento a las víctimas, más presente en las mujeres:

Me duele mucho ver víctimas (S1-MD). A uno sí le da mucha tristeza lo que alcanzaron a hacer [...] eso me llega verdaderamente al alma (S12-MA). El conflicto armado en Colombia es bastante triste, porque ha sido algo muy fuerte que el país ha tenido que resistir (S10-HA). Es muy triste porque hemos desperdiciado muchas oportunidades para ser un país mejor (S9-HD).

FARC y guerrillas

Frente a las guerrillas, particularmente las FARC, quienes están ‘en desacuerdo’, expresan rabia, odio y resentimiento, así ninguno haya sido víctima directa de este actor. Por ejemplo, una participante afirma: “siento resentimiento hacia ellos. Pero si eso siguiera así, y voy a decir algo muy feo, mi vida no cambia” (S1-MD). Aseguran tener una sensación de rabia y engaño por sus actos y palabras. De manera particular, las mujeres reconocen que al ser el actor más expuesto en medios de comunicación genera una emoción particular de rechazo y aversión; además expresan indignación porque no creen en que ‘ellos’ quieran construir paz, por lo que piensan que es un premio excesivo e inmerecido acceder al Congreso. Por su parte, los hombres manifiestan fastidio y asco por los integrantes del grupo y sus acciones, utilizando calificativos como ‘hampones’, ‘delincuentes’ o ‘terroristas’. Y tanto hombres como mujeres ‘en desacuerdo’ manifiestan sentir desconfianza inherente por el hecho de ser quienes son, en una naturalización de su presunta ‘maldad’, lo que va evolucionando hacia el desprecio y el odio:

Pues, si tú me pones a un guerrillero de frente, obviamente odio, rabia, ira, pues... Pues pensando en todo lo que ha hecho... (S3-HD). Honestamente yo repudio a las FARC. Siento aberración... no sé si esa es la palabra. Además, todo lo que se ha visto en este momento de que haya congresistas elegidos y ahora a un tipo lo acusaron de narcotráfico. No estoy de acuerdo para nada (S2-HD).

Algunos participantes les despojaron de toda su humanidad: infestaron el país… Pero, por supuesto, me fastidia verlos, claro. Porque los tipos fueron todo lo malo que hay: violadores, ladrones, secuestradores, o sea... Y están allá... Divinamente” (S9-HD). Por ello, conciben que, con este actor es imposible negociar, pues se piensa que no va a cambiar, son malos por naturaleza. Todas las emociones de ira, rabia, indignación, miedo y desconfianza se convierten en una barrera psicosocial, al no reconocer que los integrantes de este grupo armado puedan llegar a tener intenciones de paz (Halperin & Pliskin, 2015). Así pues, sólo quedan dos opciones: derrotarlo y someterlo o derrotarlo y eliminarlo.

En contraposición, en los y las participantes ‘de acuerdo’, no se reconoce ni odio ni aversión, aunque reconocen que la rabia contra la guerrilla proviene de la incoherencia entre su discurso y sus acciones. Si bien reconocen la actitud reactiva que tenían hacia las FARC en el pasado, identifican que sus emociones cambiaron tras el acuerdo de paz. Incluso, uno de estos participantes asegura sentir empatía, afirmando que: “Y empieza uno a ver distintas perspectivas de cómo han sucedido las cosas, de verdad” (S10-HA). El hecho de conocer su historia y origen tiene una gran influencia sobre el sentir, despertando sentimientos de curiosidad y comprensión hacia ellos, humanizándolos. Así, expresan un deseo por conocer más ‘el otro lado de la historia’, que permite situarse desde un lugar más empático, facilitador de paz y reconciliación.

La principal diferenciación, en términos de género, se da al identificar que, mientras las mujeres hablan acerca de sus emociones hacia las FARC como algo más personal, los hombres las sitúan en un plano externo al referirse a sus actos y las consecuencias de estos.

Paramilitares

Resulta interesante señalar que los participantes ‘en desacuerdo’ legitiman el paramilitarismo; pues creen que este grupo armado ha brindado “seguridad” frente a la amenaza inminente que representaban las FARC. Esto se relaciona con mayor indiferencia y menor conocimiento de sus actos, ligado a una narrativa del pasado que plantea la falta de presencia estatal como justificación para la creación de estos grupos, con el fin de recuperar la seguridad en el país y luchar por la propiedad, lo que permitía combatir a un “enemigo” que, en su concepto, cometía “atrocidades”. Los paramilitares son concebidos como “guardianes”, “defensores” que cuidan las fincas, lo que soslayaría sus crímenes y excesos, en razón de los fines que perseguían:

La gente vivía bien, ellos les daban todo ante la ausencia del Estado (S1-MD). Por fin alguien salió a hacer algo (S11-MD). Tal vez por eso no los detesto tanto; porque yo estaba de acuerdo (…) Inclusive, recuerdo que yo quería andar armada ¿Me entienden? Porque yo decía: ‘Juemadre, a mí se me aparece un tipo de esos [refiriéndose a un guerrillero], yo le disparo. (S4-MD).

Ahora bien, este sentimiento de seguridad inicial se transforma en indignación y rabia, en el momento en que este actor, según los relatos, transformó sus fines y sus medios. En efecto, estas emociones surgen cuando se percibe que los paramilitares dejan de combatir al ‘enemigo’, atentan contra la población civil y se relacionan con el narcotráfico, convirtiéndose en ‘delincuentes’:

Y, obviamente, como todo lo que es ilegal, se empezó a volver fue delincuencia. O sea, ya contrataban mercenarios y tipos que sabían disparar (…) Llegaba alguien a un pueblo, así no fuera guerrillero, pero no les gustaba y lo mataban. O sea, cogieron un poder, porque eran ilegales y se volvieron igual que la guerrilla. (S9-HD).

Así, en estos participantes la rabia se transforma en decepción, más en relación con lo que antes significaban, que por las mismas consecuencias para las víctimas. De allí que, en sus relatos, prime la indiferencia y el desconocimiento de sus acciones, aduciendo falta de información acerca de este grupo armado: “…no me he metido tanto en el problema de los paramilitares” (S4-MD); “... no sé mucho del tema, no estoy muy enterado” (S3-HD). Asimismo, esta falta de interés por los paramilitares puede relacionarse con una cierta legitimación o por un posible sesgo en los medios de comunicación, como se ha mostrado en otras investigaciones (García Marrugo, 2012; Villa Gómez, Barrera Machado, Rúa, Serna y Estrada Atehortúa, 2019). En efecto, pareciera que, según los y las participantes, se privilegia información sobre la guerrilla, desinformando acerca de los paramilitares.

Por el contrario, los participantes ‘de acuerdo’, expresan aversión y asco hacia los paramilitares, debido a su asociación con el poder y la política, pues han cometido atrocidades, derramando sangre en función de su complicidad con el Estado y la defensa de estos intereses. Por esta misma razón, emerge miedo, terror y angustia y no legitiman sus fines, pues reconocen en este actor una enorme capacidad de hacer daño, por tanto, serían el anverso de la seguridad que pregonaban. Estos participantes también sienten mayor rencor y temor ante este actor por sus relaciones y vínculos con sectores del Estado:

Tengo muy asociado la atrocidad de la guerra con la acción de los paramilitares (…) Lo primero que pienso es en torturas, ejecuciones extrajudiciales, masacres, todas estas palabras grandes. Sobre todo, la violencia contra... como la sevicia contra el cuerpo (S6-HA).

Las mujeres de ambas posturas orientan lo que sienten (indignación, seguridad, miedo y tristeza) hacia los hechos victimizantes contra la población civil. Incluso, tristeza y dolor sólo son narrados por las mujeres. Los hombres, de nuevo, expresan sus emociones en relación con cosas más abstractas como el narcotráfico, la delincuencia, la imagen del país y los vínculos con sectores del Estado.

Fuerzas Militares

Existe un mayor acuerdo en los y las participantes cuando se habla de las Fuerzas Militares, lo primero que surge es un sentimiento de gratitud, respeto y amor, a partir de un sentimiento de seguridad y protección. Este actor es definido como ‘valiente’, son ‘héroes’. Además, se les atribuye la capacidad de sufrir, sentir dolor y tener un proyecto de vida más allá de la guerra. En relación con esto, los relatos expresan compasión y benevolencia por este actor, señalando que existe un deseo de hacer más por ellos:

Hay un sentimiento de gratitud: ‘usted ha gastado la vida en el monte pudiendo haber hecho otra cosa, pudiendo haber sido pintor, o medicina u otras cosas más útiles’ (S7-MA). Pues, yo los admiro, porque es un trabajo muy bravo. Uno aquí sentado, con oficina nueva y se va por la noche a comer a su casita; y no sabe lo que es meterse en el monte y esperar que salgan unos salvajes de esos y lo acribillen... Eso es de respeto. Los que se meten ahí son gente muy valiente (S9-HD).

Todo esto sin considerar que en Colombia el servicio militar es obligatorio y que, quienes asumen este tipo de riesgos (soldados profesionales) suelen hacerlo porque, en Colombia, no hay otras alternativas para trabajar y subsistir. De otro lado, es interesante observar un matiz de género, las mujeres narran estas emociones asociadas con benevolencia, compasión y cuidado, reconociendo el sacrificio que implica hacer parte de la institución, son más empáticas, cercanas y personales: “Yo quiero al ejército; lo amo. Cada vez que se paran en la carretera, check (gesto con la mano); les pito. Los quiero mucho porque ellos son los que nos están defendiendo” (S4-MD). Mientras que, en los hombres, estas emociones son más abstractas e impersonales, orientando hacia la institución respeto por su labor de defensa: “Obviamente con los militares y ellos, pues, toda la admiración del mundo” (S3-HD).

A pesar de existir una conciencia sobre los delitos graves que ha cometido el ejército, el sentimiento de gratitud y admiración se sobrepone a la percepción negativa que pueden generar estos delitos. Quienes estaban ‘en desacuerdo’, justificaron los actos delictivos cometidos por miembros de las FFAA por las condiciones de vida de los soldados y su formación vertical centrada en la obediencia ciega, lo que puede facilitar actos indebidos en nombre del servicio. Así pues, prima un sentimiento de patriotismo:

Siento agradecimiento, porque el ejército, a pesar de las cosas que ha hecho, algunas cuestionables, yo creo que el ejército nos ha defendido siempre (S2-HD). Siento que [el ejército] puede ser muy fuerte, nos da nacionalidad, ese sentimiento de patriotismo, por eso pienso que deberían empoderarlos más (S1-MD).

Sin embargo, también aparecen sentimientos de traición y decepción, desconcierto y desconfianza, relacionados con estas violaciones a los derechos humanos, aunque los atribuyen más a sujetos particulares, ‘manzanas podridas’ que atentan contra el buen nombre de la institución, que queda limpia en sus representaciones y relatos:

Desesperanza de sentirse traicionado, porque uno confía. Desde niño le enseñan a uno que hay que confiar en las instituciones; si lo roban, pone una demanda o acude al policía, si se siente inseguro. Pero, cuando la institución está corrupta… (S9-HD). Sí, para mí, realmente ha sido desconcertante encontrar cómo, en aras en querer justificar una... De proteger... Se han hecho cosas… Para mí ha sido muy duro encontrar tantos militares involucrados ahí en los falsos positivos, en ver también cómo abusan del poder (S11-MD).

Aquí, se percibe el proceso de legitimación de la guerra, en una lógica de retroalimentación positiva entre la propaganda, desplegada por la institución, en torno a los ‘héroes en Colombia sí existen’ y ‘fe en la causa’, que ha tenido un impacto importante en la población colombiana (Bruno & Gordillo, 2013). En efecto, se ha exacerbado un sentimiento de patriotismo, en función de la protección a la población. Así pues, en la tríada “enemigo-víctima-héroe”, las fuerzas militares son el “héroe o salvador” (Barrera Machado & Villa Gómez, 2018; Villa Gómez, 2019). Al ser un héroe, los sentimientos de patriotismo y empatía que expresan los y las participantes posibilitan que este actor armado sea humanizado, incluso en sus desmanes o acciones violatorias de los derechos humanos; que se reconozcan sus sacrificios y surjan emociones de admiración y compasión. A diferencia de los demás actores, ser el “salvador” sí merece respeto. Sin embargo, en quienes están ‘de acuerdo’ puede emerger un nivel de rabia, ira e indignación, así como miedo y desconfianza, cuando este rol de protección se transgrede, atacando a la población civil y cometiendo actos delictivos contra ésta.

Por otro lado, la rabia es un sentimiento que emergió sólo en las mujeres, dirigido hacia algunos altos mandos del ejército, por utilizar a los soldados rasos para cometer delitos contra la población civil, teniendo en cuenta el rol de protección que se les atribuye: “rabia por los militares que también han hecho cosas contra la mujer, los niños, el narcotráfico, la corrupción, etc.” (S1-MD).

Negociación, acuerdo y plebiscito

A medida que se fue desarrollando el proceso con las FARC, los sentimientos en los participantes fueron cambiando. Al inicio, las mujeres expresaron sentirse felices y esperanzadas con el comienzo de las negociaciones y ante la posibilidad que existía de finalizar el conflicto y lograr la paz: “Lo que importa es que igual creo que hay que agarrarse de esa esperanza porque es que si uno sigue con la mente en lo vengativo, siguen las cosas que han seguido pasando” (S5-MA).

Sin embargo, quienes estaban ‘en desacuerdo’ incrementaron su desconfianza, durante el proceso, atribuyendo “falta de seriedad” a las FARC. Sentían indignación, ya que no percibían una disposición o intención creíble por parte del grupo armado, enfatizando en que no había un interés real para construir paz, ya que consideraban que todo lo hacían motivados por el deseo de poder político. Más adelante, se transforma en rabia por los ‘beneficios excesivos’ para los excombatientes, especialmente por el poder político que podrían adquirir, oponiéndose rotundamente a su participación política; pues consideraban que, “no se han ganado” su puesto en el Congreso, afirmando que esto se le está “imponiendo” a la sociedad, ya que, en su concepto, el grupo estaba debilitado: “para esta guerrilla era como un último recurso, porque se iban a quebrar y no me gusta. Entonces, eso me da mucha rabia…” (S1-MD).

La rabia también es dirigida contra el gobierno de Santos, a quien responsabilizan de “entregar el país a las FARC” (S4-MD), recalcando lo que consideran “incumplimientos” de la guerrilla: entrega incompleta de menores de edad reclutados, de armas y otros bienes: “los están tomando del pelo (…) me parece injusto, me da rabia y me parece que es una payasada, un circo, mejor dicho, me da pena” (S1-MD). Entretanto, expresan una menor rabia ante los guerrilleros rasos, aunque sienten inconformidad frente a los beneficios que reciben los desmovilizados, puesto que han causado mucho daño y no lo merecen. Por último, refieren desconfianza hacia el contenido de los acuerdos y la falta de compromiso y disposición por parte de las FARC para cumplir lo pactado, partiendo de la creencia de que son personas incapaces de cambiar y violentas por naturaleza.

En los participantes ‘de acuerdo’, hay un matiz en la expresión de su desconfianza, pues muestran una preocupación frente a la distancia que existe entre el acuerdo escrito y su implementación, teniendo en cuenta los retos, las dificultades que puede enfrentar y el clima político actual:

Fui muy pasiva frente al acuerdo y un poquito incrédula; muy bonito el acuerdo, muy bien redactado, pero incrédula de que pudiera hacerse realidad. Siento que hay una distancia enorme entre el acuerdo, -que ciertamente no es perfecto, pero sí muchos expertos decían que era de los mejores acuerdos que había en el mundo, porque contemplaba muchas cosaspero de ahí a su cumplimiento, esa distancia si me preocupa más. (S7-MA).

La polarización social, en relación con este proceso de negociación, se manifiesta cuando la rabia y el odio son sentimientos dirigidos hacia personas específicas, que representan una u otra posición (a favor o en contra). Así, quienes están ‘de acuerdo’ lo hacen hacia el expresidente Uribe, considerado un actor promotor de guerra y violencia en Colombia y los que están en desacuerdo, hacia el expresidente Santos, a quien consideran cuando menos ingenuo o incapaz, por haber ‘entregado el país a las FARC’. En contraposición, aparece el sentimiento de admiración por estas figuras. Quienes están ‘de acuerdo’, admiran al expresidente Santos por haber logrado un proceso de paz con la guerrilla. Por su parte, quienes están ‘en desacuerdo’ sienten admiración por el expresidente Uribe, por “recuperar la seguridad del país”.

En este mismo sentido, quienes votaron ‘No’, se sintieron aislados puesto “que iban en contra de la corriente” (S2-HD) y, por momentos, decepcionados, debido a que el ‘Sí’ era mayoritario en la ciudad de Bogotá y la falta de comprensión que vivieron antes del plebiscito les generó tristeza y malestar. Empero, refieren haberse sentido respaldados, tranquilos y apoyados cuando ganó el ‘No’. Su rabia, ira e indignación se enfocan en personas con opinión contraria, por quienes se sentían juzgados y atacados al decir que votar ‘No’, implicaba estar contra de la paz y apoyar la continuación de la guerra:

Sentí mucha rabia cuando dividieron al país entre los amigos y los enemigos de la paz; eso me dio mucha rabia (S2-HD). Me sentí muy mal, muy triste, me dolió mucho el país. ¿Por qué no nos dejan hablar? ¿Por qué no nos escuchan? ¿Por qué toca decir ‘Sí’ y perdonarle todo a las FARC cuando uno no quiere? Uno es libre. Entonces sí me dio muy duro (…) ¿Yo qué les voy a contar a mis nietos? ‘Ah no yo odiaba a los del ‘Sí’ y los del ‘Sí’ me odiaban a mí?’. (S1-MD).

Sin embargo, manifiestan que sintieron sorpresa y alegría cuando se dio la victoria del ‘No’ y, según ellos, la oportunidad de ajustar los acuerdos para incluir sus intereses y preferencias. Asimismo, expresaron alegría: “¡Qué berraquera!, dije, ‘ganamos’. Fue maravilloso. Se le cayó a este tipo todo. Hubo como un momento de esperanza, ¿no?” (S4-MD). Sin embargo, las mujeres ‘en desacuerdo’ sienten desesperanza y desilusión porque sus opiniones fueron tenidas en cuenta de manera parcial en el nuevo acuerdo firmado en el Teatro Colón, dejando por fuera muchos de sus planteamientos.

Los participantes ‘de acuerdo’ manifiestan un sentido de responsabilidad al votar ‘Sí’ en el plebiscito; puesto que era lo correcto, lo mínimo que se podía hacer para apoyar el fin del conflicto, expresando confianza y orgullo. Pero, al mismo tiempo, sienten rabia, ira e indignación, por lo que consideran una campaña de desinformación por parte de los promotores del ‘No’ y por la irresponsabilidad de la población, al no construir una posición política informada:

Sentía que había mucha polarización. Entonces, unos grupos de derecha querían inventar mentiras, decir que el próximo presidente iba a ser guerrillero, que íbamos a estar como Venezuela, que políticos estaban aliados con la guerrilla, en fin... Todas esas mentiras que hablaban y yo decía: ‘¡Qué rabia, el pueblo tampoco puede ser tan ignorante!’ (S8-HA).

Manifestaron sentir alegría, satisfacción y esperanza por la oportunidad de participar en lo que ellos consideraban ‘un momento histórico’, que permitía a la ciudadanía refrendar lo acordado para construir la paz anhelada: “Sentí... ¡Ush! Ese día fue muy especial, porque uno como que se llenó de confianza, de mucho positivismo” (S10-HA). Pero pronto emergieron decepción y frustración, incredulidad y asombro por los resultados de la votación y la “influenciabilidad” de los colombianos, así como desconcierto ante la derrota del ‘Sí’, acompañado de tristeza, dolor y despecho, porque

(…) los acuerdos quedarían en el aire y todo seguirá igual (S6-HA). Me dolió profundamente cuando perdió el ‘Sí’, demasiado. Yo creo que ese día marcó en mí una vaina bastante fuerte (...) El plebiscito me dejó un trauma horrible (S10-HA). Yo a eso le llamo plebitusa, que fue muy dura (...) la sentí en el pecho, en la garganta. Tristeza, sí, un atorado en la garganta (…) Primero fue ver las votaciones: la barra del ‘Sí’ y la barra del ‘No’; y un tema de un 0.1% ahí; y uno diciendo: ‘Por favor, esto no puede ser posible’. La sensación era de incredulidad (S5-MA).

Por último, el miedo, la desconfianza y la incertidumbre aparecen en ambos grupos de participantes en los días posteriores al plebiscito. Estos sentimientos se relacionan con el posible retorno del conflicto y el rechazo de los acuerdos; pues no era claro cómo iban a proceder los actores frente al resultado, ni las implicaciones de la derrota del ‘Sí’, generando una angustia, relacionada con la idea de que el país nunca va a cambiar y seguirá recorriendo el camino de la violencia. Estos sentimientos emergen de manera diferenciada, pues los participantes ‘en desacuerdo’ expresaron miedo frente al retorno a las armas por parte de las FARC:

El hecho de que hayan dejado de echar bala fue una cosa positiva. Entonces, darle reverso a eso... Hubiera sido lo que nos pasó con Pastrana, también, que eso fue súper frustrante. Todo eso y de pronto Uribe, ¿no? Se acabó. Y él dijo: “En 24 horas ya estamos echando plomo”. Entonces, fue horrible (S9-HD).

Mientras que quienes estaban ‘de acuerdo’ expresaron más la incertidumbre, acompañada por un reconocimiento a la movilización de la población, que les generó esperanza,

Como incertidumbre de qué va a pasar. Como otra vez igual. Sí, era letargo: los estudiantes lloraban en la universidad, era real. Yo me encontré a la profesora de sociología llorando a mares, porque no sabía cómo explicarles a los estudiantes. Fue también bonito, porque donde hay llanto hay vida. Pero contrastante, como que eso nunca había pasado (S7-MA).

Nivel relacional

En primera medida, el proceso de negociación del conflicto armado, la refrendación y posterior implementación de los acuerdos, influyeron en la dimensión relacional de los y las participantes (esfera social, familiar y laboral). Algunos, ‘de acuerdo’, aseguran que estos temas tuvieron impacto significativo en sus relaciones. Se identificó una gran tensión cuando se trataba de discutir con posiciones opuestas, se movían las pasiones de tal manera que influyeron en la forma de relacionarse con los demás. Identificamos comportamientos dirigidos a “sacarle la piedra al otro”, que podían resultar hirientes y generar tensión y rabia. Se asumieron actitudes radicales frente a la posición propia, que complejizaron y tensionaron aún más las discusiones respecto a estos temas, emergiendo rabia, ira e indignación, al suponer que la posición contraria estaba poco informada o polarizada. Por ejemplo, una de estas participantes refirió sentir rabia con una amiga con postura opuesta a la suya, porque su punto de vista se basaba más en su oposición hacia el expresidente Santos, que en la realidad del proceso de paz. Reconoce que su amiga también sentía molestia hacia ella, por su postura.

Los participantes ‘en desacuerdo’ también reconocen que los temas políticos (tanto el acuerdo de paz como las elecciones presidenciales) afectaron de alguna manera su esfera interpersonal. Aseguran que, frente a este tema, surgieron emociones como rabia y molestia hacia personas cercanas con opiniones diferentes, puesto que identificaban incoherencias en sus relatos. Para muchos, las redes sociales suscitaron emociones como molestia, e incluso pudieron generar “cortes de relación” o “bloqueos” a quienes pensaban distinto, para evitar malestares y discusiones incómodas. Reconocieron que habían recibido o enviado contenido fuerte, que movilizaba emociones. Finalmente, desde ambas posturas se hacía uso de adjetivos para calificar al otro como “uribista”, “conservador” o “comunista”, “mamerto”, impidiendo cualquier diálogo: el hecho de no sentir respeto hacia las opiniones ajenas generaba molestia en ambos lados.

¡Uy, duro! Una vez un tipo me puso una selfie con Uribe. Me la puso en un post, en Facebook y fue como... [Gesto de confusión] Porque era bastante activo en Facebook y, claro, uno se agarra ahí con amigos del colegio que no veía hace tiempo y que son muy uribistas... unos que eran de argumentos, de debatir, de parrafotes así [Gesto de gran cantidad]. Otros que sí eran como: “¡Viva Uribe! ¡Las FARC se van a tomar el país!”. Entonces, uno... Obviamente, uno también respondía con sangre caliente, le respondía vainas que no debía” (S10-HA).

Ahora bien, en relación con estas redes todos los y las participantes expresan miedo, atravesado con rabia e indignación, en relación con el poder que parecen tener, pues las consideran generadoras de ignorancia y odio, creando así más polarización, separación en “bandos”, lo cual no permite la construcción de un punto de vista personal y evita el diálogo constructivo:

Para mí, el tema de las redes sociales es asustador, me paniquea (...) las redes sociales se prestan para seguir alimentando la ignorancia y el odio (S5-MA). En ese momento hubo un montón de propaganda negra y falsa de parte de la gente del ‘No’, y era muy indignante. También, era muy indignante el asunto de las noticias falsas, la desinformación, las campañas por WhatsApp, todo eso (S6-HA). Pienso que, como se bombardea tanto con la información, porque creo que se manejan las emociones haciéndote creer que tú eres bueno si estás con tal grupo o persona, o tú eres malo si haces lo contrario… Creo que le ha quitado la posibilidad a las personas de que ellos examinen realmente qué quieren y que respondan más bien a lo que otro… (S11-MD).

Precisamente, este malestar refleja que los participantes reconocen el papel que tienen estos mecanismos en el manejo de las emociones y frente a la construcción de paz.

Las mujeres ‘en desacuerdo’ aseguran que las discusiones en los escenarios sociales y familiares generaron tristeza y dolor, pues sentían que “no valía la pena” dañar amistades por peleas de este tipo, afirmando que este proceso con las FARC ha herido al país, pues ha polarizado las relaciones. Una de ellas asegura que, si en el plebiscito hubiese ganado el ‘Sí’, también se hubiera sentido triste y desilusionada, mas no actuaría como las personas lo hicieron con ella por pensar de una manera diferente. Dos mujeres, una ‘de acuerdo’ y otra ‘en desacuerdo’, expresan que, en el entorno familiar, el proceso de negociación y el plebiscito se vivieron de manera tranquila y armónica, porque había afinidad en la posición de todos sus familiares. Al parecer, si “se piensa de la misma manera” hay armonía; pero cuando existen puntos de vista diferentes, no.

Algo común en los y las participantes era acudir al silencio y quedarse callados ante la postura del otro, como opción para evitar discusiones que no llegarían a un cambio de opinión de ninguna de las dos partes. Algunos expresan impotencia, ante la imposibilidad de poder argumentar tranquilamente sus puntos de vista, intentando ser tolerantes con las posiciones opuestas, pero siempre encontraron una enorme dificultad para entablar diálogos constructivos; puesto que, al exacerbarse emociones contrarias, ligadas a sus creencias y convicciones, desde un plano casi de fe (Villa Gómez, 2019) se hacía difícil evitar discusiones o tensión entre personas cercanas:

Yo prefería callarme, cosa que me parecía mal, pues yo decía: ‘Ay, ¿yo para qué peleo? Qué pereza, es como hablarle a una pared’. Igual que si alguien del ‘Sí’ me iba a convencer, yo era una pared para él o para ella. Entonces sí fue una época muy fea… (S1-MD).

Para algunos participantes, el hecho de tener encuentros con sus familiares, en donde se hablara sobre estos temas, despertó pereza y fastidio, lo que hizo preferir alejarse de este entorno. En quienes están ‘de acuerdo’, esta pereza se dirige hacia los argumentos de la contraparte y su posible carácter falso, en quienes están en desacuerdo para no seguir con discusiones interminables que afectaran la relación:

Me daba pereza ir a las visitas familiares, porque yo ya sabía cuál iba a ser su posición, cuáles iban a ser sus argumentos y cuál iba a ser la noticia falsa de la que iban a hablar (S6-HA). El mismo discurso de ‘las FARC se van a tomar el país’, no sé qué… Eso era ‘jarto’, uno se agarraba y quedaba como el patán (S10-HA). Yo terminaba callándome. No porque no tuviera argumentos sino porque ¡ay qué pereza! Entonces yo decía: ‘¿yo para qué sigo?’ Creo que si uno tiene la conciencia tranquila, ya puede seguir su vida. ¡Sí! Yo me quedaba callada porque me daba pereza seguirles el juego (S1-MD).

Elecciones y futuro

En los participantes ‘en desacuerdo’, fluyen más claramente los sentimientos de esperanza, seguridad, tranquilidad y felicidad, puesto que perciben a la figura del presidente Iván Duque como fuerte, firme y capaz de mejorar el país y combatir ciertas problemáticas graves, como la corrupción y el narcotráfico: “La verdad, me encanta, no puedo ocultarlo. Me parece que es buenísimo para la economía, para la inversión” (S2-HA). Asimismo, perciben que Colombia es un país que tiene muchos recursos y tiene el potencial para desarrollarse económicamente. Este optimismo lo relacionan con la actual presidencia, en relación con el proceso de paz, puesto que piensan que va a “organizar” lo pactado, porque corregir los acuerdos, no es incumplirlos; sino adaptarlos para que se vean realmente representados los intereses del ‘No’. Se sienten satisfechos por haber derrotado a la ‘izquierda’ en las elecciones del 2018; pero expresan desconfianza, preocupación y temor ante la posibilidad que, en cuatro años, sea diferente.

Paradójicamente, las mujeres ‘de acuerdo’ expresaron esperanza en relación con el nuevo gobierno, porque perciben ‘buena voluntad’ en el nuevo presidente, al que analizan como ‘buena persona’, más allá del partido y las ideas que representa. Sin embargo, también manifiestan desconfianza y temor por las generaciones futuras, porque les tocará enfrentar las problemáticas del país, dependiendo de si se logra o no la paz. Así, se suman la rabia y la tristeza ante el futuro, pues se eligió a un presidente ambivalente frente a los acuerdos, lo que puede implicar un incumplimiento a víctimas y desmovilizados.

También, los hombres ‘de acuerdo’ refieren desconfianza frente al nuevo presidente, debido a su partido, cuyas posiciones generan incertidumbre en relación con la implementación de los acuerdos. Por esta razón, expresan, además, miedo y angustia, puesto que no tienen certeza de cuál será el futuro del país, entre otras cosas, por los nexos de la presidencia actual con el expresidente Uribe y con el paramilitarismo, lo que implica temor a que este actor armado vuelva a tomar fuerza:

Me aterra que está vinculado con el gobierno de Uribe particularmente, donde hubo mucha parapolítica y que su primo está en la cárcel. Se sabe que ahí hay vínculos con el paramilitarismo y que eso hace que uno de los peores actores de la violencia en Colombia esté vinculado con quien se supone que debería estar luchando contra la violencia (S5-MA).

Aunque creen, con optimismo y esperanza, en la posibilidad futura de implementar los acuerdos, a pesar de los incumplimientos en el presente.

Discusión

El proceso de análisis permitió identificar y describir las emociones que emergen en relación con las posturas de los y las participantes frente a las diferentes categorías de análisis, como barreras psicosociales para la construcción de paz y la reconciliación en Colombia. Encontramos que estas emociones colectivas de carácter político se encuentran ligadas a una matriz de opinión, anclada a la desinformación y manipulación emocional, y a la ausencia de una memoria histórica que permita lecturas críticas de los procesos sociopolíticos del país.

En efecto, la mayor parte de las emociones narradas, surgen como una barrera frente al otro, sin reconocerlo como legítimo otro y semejante. Estas OEC se configuran a través de narrativas sociales y culturales, aprehendidas e interiorizadas por los ciudadanos, para luego ser expresadas como propias e inamovibles; lo cual nos permite responder al objetivo general de la investigación. Dichas narrativas son difundidas por los medios masivos de comunicación, así como por personajes politizados que personifican las posturas e ideologías políticas del país (Bar-Tal 2001; Bar-Tal, Halperin & Rivera, 2007). Logramos identificar distintas emociones como: tristeza y dolor; rabia, ira, indignación y odio; miedo, terror, angustia, desconfianza e incertidumbre; resentimiento, rencor y asco; inconformidad, descontento, preocupación y decepción; indiferencia, impotencia, frustración, desilusión y desesperanza; esperanza, felicidad, optimismo, empatía y asombro; patriotismo, seguridad, gratitud y admiración. Asimismo, aunque no se evidenció en todas las categorías, algunas de las emociones que surgen en los participantes, se expresan de manera diferencial en función del género y la postura frente al acuerdo.

Como señala Bar-tal (2007), las sociedades desarrollan emociones distintivas, privilegiando unas emociones sobre otras; ofreciendo contextos, información, modelos e instrucciones que influyen en las emociones de sus miembros. Las OEC, que aparecen frente a un conflicto armado tan largo y complejo, surgen del trauma psicosocial, el cual tiene un carácter dialéctico, lo que significa que es producido en la red de relaciones de la cual hace parte el sujeto, así, se configuran relaciones sociales deshumanizantes que llevan a una polarización social y política (Martín-Baró, 1998), lo que se evidencia en estos ciudadanos de Bogotá, pero también en la sociedad colombiana, tal como se muestra en otros textos producidos en esta investigación (Villa Gómez & Arroyave Pizarro, 2018; Villa Gómez, et al., 2019; Villa Gómez, 2019). Por esta razón, para sanar esta profunda herida, de tantos años de guerra, es preciso comprender sus raíces sociales, más que individuales. Así, nos parece importante explorar las OEC más profundamente, atendiendo a la diversidad de la población colombiana, construyendo el camino hacia la paz y reconciliación, como proceso social que implica cambios y esfuerzos de parte de la sociedad civil en conjunto (Cogollo & Durán, 2015).

De acuerdo con Martín-Baró (1990), la guerra tiene carácter definidor del todo social, se convierte en el fenómeno más englobante de la realidad de un país, donde los hechos violentos, repetidos en el tiempo y el espacio, afectan las relaciones sociales, destruyendo redes de apoyo y lazos de confianza. Uno de los efectos psicosociales más importantes del conflicto es la creación de una cultura violenta, atravesada por la cristalización de relaciones polarizadas en la sociedad. Dicho efecto fue reflejado en los y las participantes, en donde se concibe al otro como un enemigo, una persona totalmente opuesta, con quien no se puede dialogar ni convivir. La polarización, según Martín-Baró (1990), es un proceso psicosocial, en donde las posturas frente a un tema particular se reducen hasta llegar a dos esquemas opuestos, excluyentes, en un mismo ámbito social. Incluso, como lo plantea Lozada (2016), la representación del otro es construida por estereotipos, descalificaciones y exclusión.

En la presente investigación, la polarización entre los participantes que votaron ‘Sí’ y quienes votaron ‘No’ surgió en tres momentos: durante el proceso de negociación del conflicto armado entre el Estado Colombiano y las FARC; alrededor del plebiscito refrendatorio de los acuerdos alcanzados; y vuelve a exacerbarse en las elecciones presidenciales de 2018. Esta polarización se hace notoria al hablar del otro como un antagonista, un rival, en una lógica de opuestos, entre ‘nosotros’ y ‘ellos’, en donde ‘nosotros’ implica lo verdadero, lo correcto, lo bueno; y ‘ellos’, lo malo, lo negativo, lo equivocado. Este discurso se extiende en doble vía: en las narrativas de las personas ‘en desacuerdo’, hacia quienes consideran causantes de todos los males del país, en una perspectiva de ‘enemigo absoluto’: las FARC y otras guerrillas, deshumanizando totalmente a sus integrantes (Blair, 1995; Villa Gómez 2019), puesto que existe un sentimiento de rechazo, resentimiento y odio hacia estos sujetos, que son percibidos como inherentemente violentos.

Y, en esa doble vía, se extiende de regreso hacia aquellos que plantean una favorabilidad hacia su desarme, desmovilización, participación política y reintegración a la vida civil, a los que consideran sus ‘cómplices’. La polarización también se evidencia cuando se habla en términos absolutos de personajes que encarnan, en los relatos de los y las participantes, dos posturas antagonistas: los expresidentes Uribe (2002-2010) y Santos (2010-2018). Por otro lado, en las personas ‘de acuerdo’ se pudo establecer una mayor apertura hacia el diálogo con los otros, no exenta de algunos prejuicios y sesgos.

En términos relacionales y cotidianos, esto implicó que algunas personas se sintieran excluidas y aisladas de sus grupos tradicionales de referencia, porque no pensaban igual. En sus relatos, dieron cuenta de conflictos al interior de sus familias, con personas cercanas y queridas, sin posibilidades claras de un diálogo constructivo; lo que conducía a una evitación de estos temas en las conversaciones cotidianas como una forma de prevenir la confrontación. Así, las OEC que conllevan a la polarización impiden un diálogo reflexivo, siguiendo un esquema dicotómico simplificado que produce aceptación o rechazo total (Lozada, 2004, 2016).

Ahora bien, emergieron otras OEC que impulsan y posibilitan el proceso de reconciliación en Colombia, y se lograron identificar en los y las participantes, especialmente en quienes estaban ‘de acuerdo’; son: alegría, amor, esperanza, admiración y orgullo. Aquí, pudimos constatar que el inicio de las negociaciones representó una luz de esperanza y una disposición general para apoyar esta alternativa. Aunque éstas se fueron transformando con el paso del tiempo, en aquellos ‘en desacuerdo’, muy probablemente movilizados por discursos políticos, redes sociales y algunos medios de comunicación que fueron desacreditando y deslegitimando al adversario y al proceso mismo. Así pues, la esperanza manifestada por estos participantes tuvo más relación con una idea abstracta de paz, que no los implicaba directamente y que se percibía como utópica e inalcanzable; contrastando con su apatía, indiferencia o rechazo a la negociación política (Cohen-Chen, Halperin, Crisp & Gross, 2013; Bar-Tal, 2013; Harto de Vera, 2016).

Este deseo de paz utópico e inalcanzable se cruza con la sensación de que Colombia es un país “herido”, con un conflicto armado complejo y difícil de acabar, cuya responsabilidad reside exclusivamente en otros, lo cual pareciera una forma de configuración de la subjetividad política en estos participantes. En efecto, a la tristeza y el dolor ante el conflicto, subyace una sensación de que sus propias acciones no inciden directamente en el desarrollo de éste, ni en sentido negativo, ni positivo. Así, el daño y las consecuencias de esta guerra se perciben, de la mano de un sentimiento de impotencia y desesperanza, como una especie de “catástrofe natural”, cuyo desenlace fatal es inevitable. En casi todos los relatos, a excepción de algunos participantes, no existe una noción de “ser parte de” las dinámicas del conflicto y su resolución; es algo tan complejo que la posibilidad de agenciamiento político individual se difumina y se pierde.

Por otra parte, en los participantes ‘de acuerdo’, el reconocimiento de causas estructurales que anteceden y mantienen este conflicto refuerza ese sentimiento de rabia e impotencia, mientras se afianza aún más un relato que deriva en la imposibilidad de actuar. Así, se va reafirmando un sentimiento de desesperanza y fatalismo que genera una tendencia a actuar de forma indiferente y apática, con bajo o nulo involucramiento en la problemática y sus posibles soluciones (Martín-Baró, 1998; Ahmed, 2014). Los relatos recopilados visibilizan claramente cómo el miedo, la desconfianza y la incertidumbre frente al acuerdo de paz, los actores del conflicto y, en ocasiones, frente al actual panorama del país, deriva en una especie de ‘inmovilización’, que les impide participar en acciones transformadoras de su realidad.

Puede inferirse cómo muchas de estas emociones provienen de diversos mecanismos (medios de comunicación, redes sociales, etc.) que configuran su sentir y mantienen el orden hegemónico que históricamente ha caracterizado el conflicto (Martín Baró, 1990, 1998). En este sentido, resulta necesaria una especie de autoobservación frente a las propias emociones, y a la forma como determinan las diferentes actitudes involucradas en dinámicas que pueden, y en efecto lo hacen, reproducir cotidianamente la violencia, convirtiéndose así en una barrera para la construcción de la paz.

Aunque las diferencias de género no surgieron en todas las categorías, sí consideramos que hubo un resultado significativo en relación con cómo se muestran las emociones y hacia qué o quiénes se dirigen. En primer lugar, es posible afirmar que los relatos emocionales de las mujeres están más orientados hacia lo personal, pues ellas se ven afectadas por los hechos que relatan y su comprensión sobre éstos. Gilligan (2013) afirma que la dimensión emocional es atribuida y más aceptada en las mujeres, algo que puede verse en esta investigación. Ligado a esto, encontramos que algunos de sus relatos surgen desde un lugar más empático hacia víctimas y victimarios que el de los hombres, quienes sitúan sus emociones en procesos políticos de forma más abstracta, en un plano más externo, que no necesariamente los involucra. Esto refleja que, si bien pueden sentir emociones como tristeza hacia los demás, no lo manifiestan tan sensiblemente como las mujeres. Gorostiaga & Paladino (2005), señalan que es más permitido para la mujer expresar y hablar de sus sentimientos, mientras para los hombres implica manifestarlos desde otros escenarios.

Estas diferencias en la manifestación de las emociones entre hombres y mujeres, se relaciona con la perspectiva ética del cuidado (Gilligan, 2013), donde las mujeres expresan más claramente un deseo por sostener y cuidar la vida, empatía por el dolor de las víctimas y un involucramiento relacional-emocional frente al tema. Por su parte, los relatos de participantes hombres se sitúan en un nivel más político, privilegiando el yo y la racionalidad sobre lo relacional-emocional. El hecho de que las mujeres se sitúen desde un lugar más compasivo, en contraste con los hombres, se relaciona con el hecho de que las primeras se mueven más en el ámbito de la ética del cuidado, mientras estos lo hacen en una ética de la justicia, lo cual debería transformarse en la medida en que puedan moverse los roles de género; lo que permitiría trascender del binarismo cuidado vs. justicia y emoción vs. razón (atribuido a mujeres y hombres respectivamente), hacia una integración de estos cuatro elementos, que posibiliten una construcción más integral de la subjetividad y la acción política.

La popular frase del feminismo, “lo personal es político”, nos recuerda que esta última es una dimensión que atraviesa la manera en la que somos con y frente a otros, una dimensión que requiere, con urgencia, una transformación en términos de cómo se piensa y se manifiesta, particularmente cuando se hace a través de las emociones. Creemos que es posible utilizar la “política como una manera alternativa de afrontar el miedo a nuestra propia vulnerabilidad y fragilidad, buscando formas de concertación con las otras y los otros y subvirtiendo las distintas formas de dominación” (Lafaurie, 2008, p.86).

Conclusión

Luego de este recorrido investigativo, nos surge la siguiente pregunta: ¿cómo movilizar las distintas emociones para que éstas promuevan una resolución creativa del conflicto desde la no violencia? La construcción de una responsabilidad política y social, que no se conciba únicamente desde el actuar, sino desde el sentir, implica reconocer la emoción, hacerse cargo de ésta y observar cómo se pone en juego en las relaciones cotidianas. Por ende, consideramos que esta movilización no se logra por fuera del encuentro con el otro. Como lo plantean Giménez (2011) y García & Jaramillo (2006), al mirar el rostro del otro que es diferente a mí, me constituyo. El otro nos invita a una responsabilidad que nos humaniza, para entender la “subjetividad como sensibilidad, exposición a los otros, responsabilidad en la proximidad de los otros, materia y lugar mismo del y para el otro” (Cavarero, 2014, p.28). Por ende, se hace necesario dar respuesta a la desnudez y a la fragilidad del Otro, que refleja mi propia fragilidad.

Pensamos que los resultados de esta investigación plantean la necesidad de reconocer la vulnerabilidad del otro, como interrogante radical sobre lo humano, ya que permite desnaturalizar la violencia que se considera inherente a lo humano. Gilligan (2013) quien interpreta el daño moral como destructor de nuestra confianza, amenazando directamente nuestra capacidad de amar a otros, nos recuerda la necesidad de reconocer la fragilidad humana, en estos procesos donde la emoción pareciera manifestarse desde roles aprendidos y trastocados. Además, como lo menciona Colorado (2015), citado en Villa Gómez, et al., (2018), es necesario mirarnos en el Otro “para reconocernos con semejanzas y diferencias, poder enfrentar los retos del presente y construir un futuro más digno para que los horrores vividos no se repitan nunca más” (p.35). Así, se empieza a reconocer al otro como legítimo y se reducen las distancias que ha dejado la guerra en nuestras relaciones; haciendo posible una verdadera reconciliación, que nos invita a reconocer “que así no se puede vivir, que esa normalidad no es normal, y que hay que arriesgar para cambiar, para construir, en conjunto, una sociedad en paz” (Lederach, 2016). Finalmente, surge la necesidad de sanar las subjetividades, atravesadas por la negación del otro y por las lógicas de la guerra; y de construir una subjetividad política en donde nos reconozcamos como constructores de paz y reconciliación en el país.

Referencias bibliográficas

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1El presente ejercicio investigativo hace parte de la macro investigación “Barreras psicosociales para la construcción de la paz y la reconciliación en Colombia”, ejecutado por la Universidad de San Buenaventura-Medellín (Grupo de Estudios Clínicos y Sociales en Psicología) y Grupo GIDPAD, la Universidad Pontificia Bolivariana-Medellín (Grupo de Investigación en Psicología: sujeto, sociedad y trabajo -GIP-), que además cuenta con la participación de la Universidad San Buenaventura de Cali y Armenia; la Universidad Pontificia Bolivariana de Bucaramanga; la Universidad Surcolombiana y la Pontificia Universidad Javeriana (Grupo Género y Nuevas Ciudadanías). Esta investigación busca comprender cómo se construyen estas barreras psicosociales que limitan la construcción de la paz en Colombia.

Recibido: Noviembre de 2018; Aprobado: Diciembre de 2018

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