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El Ágora U.S.B.

Print version ISSN 1657-8031

Ágora U.S.B. vol.22 no.1 Medellin Jan./June 2022  Epub Nov 18, 2022

https://doi.org/10.21500/16578031.6059 

Research articles derived

Ideal Pedagógico, Religioso, Social y Ecológico de San Francisco de Asís

Pedagogical, Religious, Social, and Ecological Ideal of St. Francis of Assisi

Fray Joaquín Arturo Echeverri-H1 

1. Definidor General para América Latina de la Orden de Frailes Menores. contacto: j_arturo51@hotmail.com


Resumen

En torno al ideal Pedagógico, religioso, social y ecológico de San Francisco de Asís se congregaron, para compenetrarse de él, no solo sus discípulos, sino el mundo de su época hasta nuestros días. Es lo que podría llamarse el triunfo del amor y del ideal. Su propuesta de vida, despertaron no solo la admiración, sino que se constituye en una propuesta para hacer frente a una aguda crisis civilizatoria hoy.

Palabras clave: Francisco de Asis; Fraternidad; Ideal, Pedagogía; Ecología; Encuentro.

Abstract

Around the pedagogical, religious, social, and ecological ideal of St. Francis of Assisi, not only his disciples, but also the world of his time, up to the present day, gathered around him to understand him. It is what could be called the triumph of love and the ideal. His proposal of life, awakened not only admiration, but it also constitutes a proposal to face an acute crisis of civilization today.

Keyword: Francis of Assisi; Fraternity; Ideal; Pedagogy; Ecology; and Encounter

Introducción

Cuando la inteligencia humana considera detenidamente la vida y las obras de los grandes hombres que han glorificado a la humanidad, necesariamente advierte que han sido fruto de un ideal claramente concebido y genuinamente realizado. Porque el ideal cuando está adornado de nobleza y perfección realiza la educación del hombre, y es su influjo el que más contribuye a la formación superior de la persona humana.

El motor de nuestra potencia educativa está en la fe de un ideal de vida y de formación, en una firme conducta y a la luz que dimana de ese ideal, y en la manera como le consagramos nuestra vida. La fuerza de la educación cristiana precisamente reside en su ideal, trascendente y perfectísimo, que cristaliza todas las aspiraciones del espíritu y la suprema perfección del hombre: Por esto, solo merece el nombre de pedagogía verdadera la que coloca en primer plano la educación del espíritu porque es la única que conduce al hombre a su máximo perfeccionamiento; de lo contrario, en lugar de ordenar sus facultades las desorienta y en lugar de ennoblecer la vida la materializa y rebaja. Solo en Dios y por Dios llegamos a la plena posesión de nuestra más elevada fuerza moral: Si la Fe en El desaparece de nosotros, dejamos de ser nosotros mismos. Solo por Dios puede el hombre vivir y obrar de manera verdaderamente personal y comunitaria. Solo Dios da, a lo que hay de superior en nosotros, la clara conciencia, el conocimiento y la serena unidad.

Considerado de esta forma el ideal pedagógico, claramente puede hablarse del ideal pedagógico religioso, social y ecológico de San Francisco de Asís, ya que ese ideal forjo su propia personalidad ennobleciendo y perfeccionando su vida, la de sus primeros compañeros y la del mundo de su época, realizando así la esencia de lo que es y debe ser todo ideal pedagógico.

La Edad Media presenta los más profundos contrastes, pues así puede aparecer como un periodo de intensa fe cristiana, presenta al mismo tiempo caracteres de un crudo paganismo en las costumbres; el espíritu del Evangelio y el ideal del cristianismo vivido por el individuo, por la familia y por la sociedad de tal modo se habían oscurecido, que parecían casi extinguidos de la humanidad. A la tranquilidad relativa de los siglos anteriores, habían sucedido las más variadas conmociones tanto de orden político como religiosos. Ciudades de Italia, que estaban lacerada por guerras intestinas, ya porque los unos querían regirse libremente sustrayéndose al imperio de uno solo, o porque los más fuertes ansiaban lanzarse con el poder sobre los más débiles, o las luchas su la supremacía entre los partidarios de una ciudad. De esa lucha fratricida eran fruto amargo estragos; horrendos incendios, devastaciones, saqueos, destierros, confiscaciones de bienes y de patrimonios. Era entonces una fuerza entre señores y vasallos. Entre mayores y menores, como entonces se decía, entre dueños y colonos, relaciones poco humanitarias, y el pueblo débil era injustamente vejado por el más fuerte.

En el campo intelectual decía Cantú. “El espíritu de discusión se sostenía resucitando la jurisprudencia y metafísica de Aristóteles, y el abuso de las dialécticas volvió como en los tiempos de Sócrates, dar a los hombres una orgullosa presunción de su potencia individual; la virtud y la verdad fueron reducidas a meras formas de raciocinio, y cada uno creía poder hacer y deshacer religiones a su antojo. Rebelada de este modo la razón contra la autoridad, el genio practico, característico entre los occidentales, se mesclo nuevamente las herejías; las creencias, los actos y las cuestiones religiosas con las sociales”

Francisco de Asís vivió entonces durante una época de grandes cambios sociopolíticos y económicos. La sociedad europea se estaba moviendo de los sistemas feudales a las ciudades comunales. La economía financiera fundada en el libre comercio estaba tomando el relevo de la basada en la propiedad de la tierra. Fue una época de crisis y expectativas. Por lo tanto, ¿Qué hizo francisco para convertirse en un modelo de testimonio evangélico que trasciende tiempos y culturas? Eloy Leclerc describe tres características de Francisco que considero aquí. Primero, la rica naturaleza humana de Francisco, segundo el aliento del Evangelio y, en tercer lugar, la complicidad de Francisco con el movimiento de la historia.

Las verdaderas religiones estaban también gravemente amenazadas. Decía Pio XI, “En el campo del Señor se habían introducido, casi sin darse cuenta, y circulaban herejías, bien propagadas por herejes manifiestos, bien por ocultos embaucadores, quienes, simulando austeridad de vida o una falaz apariencia de virtud y disciplina, fácilmente se llevaban tras de la multitud de pequeños focos de rebelión. Con el pretexto de ser divinamente llamados, trataron de reformar la Iglesia, a la cual achacaban la corrupción que solo era propia de algunos particulares, no tardaron mucho tiempo en demostrar que espíritu era el los movía a rechazar la doctrina y autoridad del Papa, ciertamente que muchos de ellos no llegaron sino al desenfreno, a la perturbación política, después de haber minado los fundamentos de la religión, de la autoridad, de la familia y de la sociedad”.

Había una gran movilidad de personas, una realidad que desafiaba seriamente a la Iglesia que durante mucho tiempo había encontrado su equilibrio en el modelo monástico. De este panorama amenazante que aparecía ante la sociedad y ante la Iglesia cuando “para iluminar a la sociedad que se encontraba en estado tan lamentable, y para volver a conducirla al puro ideal de la evangélica sabiduría, como afirma el papa Pio XI, he aquí que por divina disposición aparece San Francisco de ASIS.

Francisco hombre noble, galante, generoso comenzó la vida con el deseo de beber en copas doradas el vino de la gloria; sueña con grandes prodigios en el campo de las armas, en su cabeza bullen impresionantes visiones de epopeya y por su espíritu cruzan las gestas de los grandes caballeros; anhela ver sus sienes coronadas con el laurel de mil victorias y su nombre como la expresión del triunfo y la fortuna. En su pecho laten ideales de grandeza. “Eran los atardeceres del siglo XII y principios del XIII, la edad de oro de la caballería. La Europa entera soñaba entonces con la vida caballeresca de las cortes provenzales y de los reyes normados de Sicilia… Por todas partes repercutían los ecos de las canteras de gesta, de los romances serventesios provenzales, y se escuchaban con avidez los relatos de las expediciones del rey Arturo y de los caballeros de la Tabla Redonda. Hasta las más insignificantes aldeas tenían sus Corti, consagradas al cultivo de la gaya ciencia. El hijo de Pedro Bernardone estaba, pues fatalmente destinado a recibir su influencia de este movimiento. Para su padre, un italiano adinerado, no había más ideal que el dinero y el lucro; pero por las venas de Francisco corría también sangre provenzal, que lo impulsaba a derrochar los caudales paternos, en continuos ruidosos banquetes y fiestas”.

Más para Francisco la realidad fue otra. En lugar de los esplendidos triunfos que esperaba y de las guirnaldas que había de coronar su frente, se ve prisionero y vencido en los primeros ensayos de sus armas de guerrero, y es entonces cuando tiene un sueño cuyo significado no alcanza a comprender porque en su mente solo existen combates y glorias mundanas. Pero una aguda enfermedad y las voces del cielo se escucha en su interior hacen cambiar esos ideales que tanto acariciaba en otros y más hermosos, verdaderos ideales cuya realización lo hará escalar las alturas de la gloria delante de Dios y de los hombres. Entonces si se cumpliría sus palabras pronunciadas cuando aún ansiaba las glorias efímeras del mundo y cuando el ideal supremo de su alma estaba colocado en las vanidades de la vida: “Sé que llegare a ser un gran príncipe”. Fue una época de crisis y expectativas. Por lo tanto, Francisco era un modelo de testimonio evangélico que trasciende tiempos y culturas, dice Leclerc.

La rica naturaleza humana de Francisco: todas las biografías dan testimonio de la rica personalidad de Francisco incluso antes de su conversión, su pasión por la vida y la belleza y su amor por la ciudad que lo llevaría a la guerra contra Perusa. Su ambición por la grandeza social lo envió en los caminos la Apulia para una expedición de guerra.

Su sensibilidad a las necesidades de los demás, lo hizo generoso hasta el exceso.

Francisco encarnaba en sí mismo la vida y las aspiraciones de sus contemporáneos.

El Evangelio tiene en Francisco el poder de renovar la Iglesia y dar nueva vida al mundo. Puede devolver la vida a huesos secos como dice Ezequiel 37. Como rio que fluye de Cristo, el Evangelio trae vida abundante al mundo de los hombres y de las culturas. Francisco y el movimiento provocado por él es prueba de ello, confirmando así la promesa de Cristo Jesús, que dice “He venido para que tengan vida y se tengan en abundancia (Jn. 10,10) Francisco discernió para sí mismo y sus discípulos la misión específica de vivir el Evangelio en su pura sencillez y llevar el Evangelio de paz al pueblo de su tiempo donde estaban, en los caminos, en las plazas de las ciudades. La elección radical de la pobreza hizo que Francisco y sus hermanos fueran particularmente inofensivos.

Quiero, pues, precisar en este estudio del ideal pedagógico, religioso, social y ecológico de San Francisco de Asís y demostrar como él mismo lo vivió e influyó para que otros lo vivieran, al mismo tiempo que la necesidad de la época presente de volver a ese ideal como la mejor manera de evitar el derrumbamiento de los más preciosos valores humanos.

El ideal de Francisco

Es necesario en primer término investigar si San Francisco si tuvo un ideal determinado después de su retorno a Dios, o si, por el contrario, su vida y su obra fueron fruto únicamente de las circunstancias que le rodearon. Oigamos a un notable historiador del Santo: Cratien de Paris “San Francisco no era solo un poeta, y un idealista; ni menos aún un impulsivo inconstante que camina al azar, el arbitrio de impresiones sucesivas. Una vez convertido al servicio de Dios tiene un ideal muy determinado; que no es precisamente ser un reformador, ni fundar una nueva Orden religiosa. Solo sueña en su santificación personal por la imitación de Cristo.

Y San Buenaventura nos refiere el origen de ese ideal con las siguientes palabras: “Aconteció cierto día que oyendo devotamente la Misa que se celebraba en honor de los santos apóstoles se leyó en ella el pasaje del evangelio en el cual, Jesús envía a sus discípulos a predicar por el mundo y prescribirles la norma evangélica que habían de observar en su modo de vivir, dice que vayan y “ no posean oro, ni plata, que no lleven dinero en sus alforjas, que no se provean de alforjas para el camino, ni usen dos túnicas, ni calzado, ni báculo en que apoyarse” . Apenas oyó Francisco estas palabras y con la luz divina pudo comprender su sentido, retumbándole tenazmente en su memoria, y lleno de indecible alergia exclamo, desde luego: “Esto es lo que ardientemente deseo; esto es que suspiro por todas las ganas de mi alma” … Movido en este Espíritu divino, comenzó el siervo de Dios a desear vivamente la práctica de la perfección evangélica y a invitar a los demás a que abrazaran los saludables rigores de la penitencia.

No es menos explícito Tomas de Celano, primer biógrafo del San Francisco, cuando afirma: “La suprema inspiración, el más vehemente deseo y el más eficaz propósito de nuestro bienaventurado Francisco era guardar en todo y por todo el Santo Evangelio y seguir a imitar con toda perfección y solicita vigilancia, con todo cuidado y afecto de su entendimiento y fervor de su corazón los pasos y doctrina de N. S. Jesucristo”.

Luego aparece claro y terminantemente que San Francisco tiene un ideal definido, con caracteres inconfundibles, muy bien sintetizado por San Buenaventura cuando afirma que “comenzó a desear vivamente la práctica de la perfección evangeliza y a invitar a los demás a que abrazaran los saludables rigores de la penitencia”.

La experiencia del Evangelio de Francisco, escribe Eloi Leclerc no es un episodio sencillo en la historia del cristianismo. Tiene un valor ejemplar y profético.

Vivir, pues el santo evangelio y hacer que los hombres lo vivan es la suprema aspiración de San Francisco, el ideal de su vida y de su obra. Decía Leopoldo de Cherancé: “La vocación de San Francisco nos ofrece un punto realmente sorprendente: La firmeza e integridad con que se desarrolla desde su comienzo hasta el fin de su vida, sosteniendo sin dobleces el ideal vislumbrado aquella mañana del 24 de febrero de 1209. Tal como las aguerridas milicias de los imperios proceden a la definición de las contiendas, así la ideal milicia espiritual de nuestro Seráfico carga contra los vicios y errores, procurando su destrucción y el afianzamiento de la luz sobre el de reino de las tinieblas”.

“El ideal evangélico de San Francisco, ha escrito el padre Luis de Sarasola, como cualquier otro ideal de vida, era forjado por una individualidad poderosa, y contornos precisos y bien definidos…San Francisco de Asís, el más grande idealista dentro del cristianismo, realizo, encarno en su propia persona un ideal sublime de vida evangélica”.

Ideal inspirado por el Señor como lo afirma El en su testamento: “El Señor mismo me revelo que debía vivir según la norma del Santo Evangelio” Por eso la inspiración sobrenatural rodea toda su vida, la informa, la satura, la dirige, la eleva y la lleva a la apoteosis del monte Alvernia. Desde que San Francisco penetra el sentido del Evangelio y unifica su vida en la expresión eminentemente mística “Mi Dios y mi todo”, nada hay que vea, sienta y ame con alma puramente humana. Todo lo que pasa por su mente, sobrenaturalizada con la abundancia de la gracia divina, que rebosa su alma sufre el influjo de ese don divino. Realiza con toda su fuerza la profunda frase de San Pablo. “En Dios vivimos, nos movemos y existimos” Evidente es, pues el hecho que la perfección evangélica constituye el ideal de San Francisco.

Un ideal hecho vida cotidiana

El ideal de San Francisco no se realizó únicamente en las regiones del ensueño, sino que tuvo su expresión plena y acabada en su vida y en su obra. Decía Fray Agustín Báez al respeto. “Las almas ardientes, como la del Seráfico, identifican en prácticas, el pensamiento cuando ha sido hondamente comprendido aceptado, con la acción misma. Por otra parte, la universalidad de un ideal cristalizado como realidad no es una concesión gratuita de la naturaleza. Al contrario, es el producto de una conquista. Porque todo ideal elevado, sobre todo cuando es generoso, como los ideales del Evangelio. Supone una depuración de la naturaleza; a veces una consideración de los valores, falsamente naturales. La lucha contra lo pretendidamente connatural se impone”

Aunque sorprende grandemente el hecho de la rapidez con que Francisco se abrazó y vivió la plenitud del ideal evangélico, fue ello de gigantescos esfuerzos y producto de su voluntad decidida. Cuando se presentó con sus once discípulos en Roma ante el Papa para la aprobación de su Regla, en 1209, el Papa Inocencio III se negó a confirmar su aprobación aquel género de vida, por las dificultades insuperables que envolvía su realización. Nunca había presenciado semejante espectáculo en la historia de la Iglesia católica: un gran Papa, austero, virtuosísimo y celoso de la Iglesia, enfrentado con doce mendigos que piden llanamente se les permita llevar la vida de Cristo y los apóstoles, y el Papa con su corte cardenalicia, rehusando acceder a su demanda. Se veían allá frente a frente dos genios poderosos que tenían solamente un punto de contacto: el establecimiento del reino de Dios entre los hijos de los hombres. Inocencio III soñaba con una Iglesia limpia de sordideces y mácula, más fundamentada en poderes temporales, que la hicieran temida y respetada de sus enemigos, Francisco soñaba con una Iglesia interior, en la cual el espíritu evangélico de Cristo vivificase hasta las últimas células del organismo de sus miembros místicos”

San Francisco triunfo porque su ideal no era otro que el trazado por Cristo trece siglos antes, como fue reconocido por el Cardenal de San Pablo cuando le dijo al Papa Inocencio III: “Este hombre no pide más que se le permita vivir conforme al Evangelio; si nosotros damos en declarar que tal petición es imposible a las fuerzas humanas , por el mismo caso vendremos a esclarecer que la vida evangélica es impracticable, con lo que haremos gran ofensa al mismo Jesucristo, primero y único inspirador de los evangelios.”

Y precisamente porque su ideal era totalmente de vida evangélica y la Iglesia católica la que lo conserva en toda su integridad, acudió al Pontífice para impetrar la aprobación de su vida y obra. Francisco comprendía humildemente, y lo ha escrito María Stico en su libro sobre el Santo, la necesidad de confiar al Papa su movimiento que sobrepasaba la autoridad de un solo hombre, y que librado de sí mismo podía desviarse del objetivo real. Aunque fuese uno de los más grandes conductores de personas que recuerde la historia, no tenía ni el orgullo ni el imperio de un conductor o líder. Hasta después de haber con gregado miles de discípulos seguía siendo lo que fue desde el principio: Un gentil hombre por instinto más que por alcurnia, el enfermero de los leprosos, el obrero solitario de San Damián, el penitente de las cárceles, el despiadado critico de sí mismo, humilde hasta el punto de ver un hermano mayor en cada hombre y en descubrir a todos los seres vivos como hermanos. Otros antes que Francisco como Pedro Valdo, quisieron volver a la vida evangélica, pero habían pretendido reformar a los otros más que así mismos; al no aceptar la autoridad de la Iglesia habían caído en la herejía, y su doctrina y su obra separada del tronco de la Iglesia, se secaban como ramas muertas. La humildad que asimila y atesora la sabiduría de los demás, salvó a San Francisco”.

Otorgada por el Sumo Pontífice la licencia de vida de acuerdo con sus ideales, Francisco se entrega totalmente a imitar a Jesucristo. “La vida del hombre, como apunta Joergensen, no es más que el producto de sus íntimos anhelos. Francisco es una prueba de esta verdad: A pesar de los obstáculos, el Seráfico Padre alcanzo lo que por tanto tiempo había deseado, lo que había buscado en Roma, lo que tan vivas ansias había pedido a Dios en la soledad de las grutas umbras, la facultad de seguir en desnudez y dolor a Jesucristo desnudo y dolorido”.

Entonces es cuando la vida de Francisco viene a ser divina y portadora de caridad. Y como quiera que este poder personal, así eminente, es un poder elevado por gracia y que solo según se desenvuelve, es decir refundiendo los motivos puramente humanos, que, al fin no son otros que la suprema perfección del hombre, en el motivo superior divino, que realiza también esa perfección , pero por el fin último y sobrenaturales, viene a resultar que todos los elementos inferiores de la conciencia se orientan según aquel poder y reciben de él un sentido nuevo, que es el que él mismo tiene; por lo que toda conciencia se eleva y sobrenaturaliza y se hace, según expresión de un gran místico, todo llega a ser portadora de la caridad y del don inefable de Dios. Entendemos, pues que la nota más profunda y original que se puede afirmar del alma del Seráfico San Francisco es aquella misma que constituye la esencia de la mística franciscana, la vuelta de todas las cosas a Dios. Esta vida es una de las más elocuentes manifestaciones de la influencia del ideal de la formación de la personalidad.

Hacer con otros

El ideal de San Francisco, como queda expuesto antes, no consistía en vivir únicamente él el evangelio, sino también en hacer que los hombres lo vivieran. “Lleno del espíritu de Dios”, como afirma el Padre Gratien de Paris, y encendido en la caridad, el Padre San Francisco se consumía en un triple deseo: ser imitador de Cristo en toda la perfección de sus virtudes, adherirse a Dios por una contemplación asidua, trabajar en la salvación de los hombres por las que Cristo quiso ser crucificado y morir. Y como no podía contenerse con ser sólo él quien esto hiciera y ninguna Orden reuniera estos tres deseos, propuso una nueva Regla, para su vida y aun después de muerto tener discípulos e imitadores de sus virtudes, que a su vez ganaran más almas para Dios, que observaran los consejos evangélicos y se dieran a la contemplación.

Es esta la razón de la fundación de sus tres órdenes, pues las existentes no correspondían a este ideal forjado por San Francisco para su propia santificación y la santificación de los demás. Tal vez parezca un poco extraña esta afirmación pero ella esclarece si se tiene en cuenta que “el espíritu de un santo consiste en el concepto personal que él tiene de la virtud o de la santidad; en su manera especial de practicarla; en la modalidad con que encara, de acuerdo con sus puntos de vista, el cristianismo, en la combinación que él crea de ciertas virtudes, en el método que sigue al avanzar por la triple vía: purgativa, iluminativa y unitiva; en la manera personal de conciliar la acción y la contemplación.

Muy pronto, movido por su palabra y arrastrados por el ejemplo irresistible de su vida, espíritus selectos se reúnen en torno a Francisco y ansiosos de vivir como él y de hacer vibrar sus almas con los mismos ideales. Entonces “viendo el bienaventurado Francisco, como escribe Celano, que Dios aumenta día a día el número de hermanos, escribió para sí y para los religiosos presentes y futuros, con sencillas y pocas palabras una Regla y norma de conducta, sirviéndose principalmente de las propias expresiones del Santo Evangelio a cuyo fiel cumplimiento únicamente tendía.”

Precisamente, esta es la característica de la Regla dada a sus hermanos, no es otra que la expresión del Evangelio, por lo que con justa razón el Papa Clemente V la apellido “Coelestis vitae forma”. Es la manifestación escrita del ideal de San Francisco. “La vida y Regla de los hermanos, dice el Santo en su segunda Regla, es esta, conviene a saber: vivir en obediencia, en castidad y sin propio, y seguir la doctrina y vida de Nuestro Señor Jesucristo, el cual dice: Si quieres ser perfecto, ve y vende todo cuanto tengas y dáselo a los pobres, y tendrá un tesoro en el cielo, y ven y sígueme. (Mt “9, 21) y: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, toma la cruz y sígame (Mt 16, 24). Y en otra parte. Y en otra parte: Si alguien quiere venir en pos de mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos y hermanos, y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc. 14, 26). Y cualquiera que dejara padre o madre, hermanos o hermanas, o hijos y casas y campos, por amor de mi, recibirá cien veces más y alcanzara la vida eterna (Mt 19, 29).

La tercera Regla aprobada por Honorio III comienza de la manera siguiente: “La Regla y vida de los frailes menores es esta, conviene a saber: guardar el santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad”.

Esta norma de vida a sus hermanos no es más que la expresión genuina del ideal de San Francisco, como él mismo lo dice en su testamento: “Y después que el Señor me dio hermanos, ninguno me enseñaba lo que debía hacer; más el mismo Altísimo me revelo que debía vivir según la forma del Santo Evangelio. Y yo, en pocas y sencillas palabras, lo hice escribir y el Señor Papa me lo confirmo”. Los hermanos menores, pues, según su Regla debían solo predicar el Evangelio al mundo sino también compenetrarse de él y vivirlo.

Este mismo anhelo de perfección evangélico fue el que oriento a San Francisco en la institución de una segunda Orden franciscana. Quería darle también al corazón femenino tan delicado y sensible la ternura máxima del Evangelio. “La vida maravillosa de Francisco, como escribe Pardo Bazán, su caridad abrazada, que comprendía a todos los seres, su afectuosa comunicación con la naturaleza, los prodigios que por él y en él obraba el amor. La poesía inefable de los más pequeños actos, eran llamada y atractiva para los corazones ardorosos, que abundan en el sexo femenino, por más que no sean patrimonio exclusivo de él”

Fue así como Clara, la hija noble de los Condes de Sassorosso, acudió a Francisco para participar también de su ideal. “Clara adquiría así una belleza incorpórea, y los caballeros de la pobreza contemplaban con tierna admiración a esa noble doncella que hacia como uno de ellos, comprometiéndose a la misma y durísima vida, siguiendo el mismo ideal” ha escrito María Stico.

Para ella y sus seguidoras dio el Seráfico Francisco normas vida extraída del Evangelio. En el testamento que dejó a Clara, le dice: “Yo Fray Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del Altísimo Nuestro Señor Jesucristo y de su Madre Santísima y perseverar en ella hasta el fin. Y os ruego a vosotras, mis señoras, y os aconsejó que vivan siempre en esta santísima vida y pobreza. Y guárdense mucho que, por enseñanza o por concejo de alguno, jamás y en lo más mínimo os apartéis de ella”.

“Francisco había sentido al Señor por inspiración directa y luego lo había encontrado en los leprosos y en los pobres; Clara lo había sentido a través de Francisco, absorbiendo el espíritu de su maestro como absorbe la planta la energía solar atreves de la luz", comentaba María Stico.

En esta forma el ideal de San Francisco vino a constituirse en norma de perfección de los hombres y la historia atestigua como su influencia fue factor de suma importancia en la formación de grandes personalidades.

La comunicación de un ideal hecho vida

San Francisco estaba convencido de que había sido destinado por la Divina Providencia para la obra de la transformadora del mundo; en lo más profundo de su alma sentía la voz de Dios que lo llamaba a realizar el retorno de la humanidad al espíritu evangélico. No tiene ninguna duda de que ese ideal vivido en forma tan integra por él y sus compañeros, debe ser practicado y vivido también por el resto de los hombres. “Pusose al instante, según Tomas de Celano, a predicar en público la penitencia con gran fervor de espíritu y alegría de su alma, causando la mayor edificación de sus oyentes con su lenguaje sencillo y grandeza de ánimo. Era su palabra como dardo encendido y agudo que penetraba lo más hondo del corazón. Todo le parecía como transformado, y su espíritu fijo en el cielo, tenía a menos mirar la tierra”.

La labor era ardua por su celo inmenso y estaba convencido que era la voluntad de Dios y lleno de una fe plena en el poder de la voluntad y de la gracia. Francisco advirtió desde el principio, con un tacto maravillosamente certero, que todas las reformas generales serian vanas y estériles mientras no se empezara por la reforma del individuo, y está clara visión de las cosas le permitió llevar a cabo la renovación universal de las costumbres, que inútilmente habían intentado las excomuniones de los Papas y las acérrimas inventivas de los otros predicadores; y así el mundo pudo ver una vez más la exactitud de aquella sentencia inspirada: “que Dios no se manifiesta en el fragor de la tempestad, sino en la calma del silencio y del recogimiento”. Decía Joergensen.

Empezó así San Francisco a Predicar a los hombres el desprendimiento de todo lo terreno y el retorno del corazón a Dios, pues como lo dijo el Papa Benedicto XV, “no pudiendo contener dentro de sí mismo el encendido amor que ardía para con Dios y con los hombres. San Francisco empezó su obra regulando la vida privada y domestica de sus seguidores y cultivando en ellos las virtudes cristianas como si no tuviera ulteriores designios; pero no para ahí su celo, pues vio luego servirse de sus adelantados hermanos, como de otros tantos instrumentos de excitar en la sociedad el deseo de la cristiana sabiduría, y ganar a todos los hombres para Dios.

Su palabra es tan sincera, tan convincente y tan sencilla que arrebata a las multitudes y las torna dóciles a sus enseñanzas; llega hasta el corazón mismo de la humanidad porque antes de predicar y exponer sus ideales ya se había identificado absolutamente con ellos. “Como primero había practicado en si lo que aconsejaba a los demás, hace notar Celano, “no teniendo acusador ninguno, publicaba sin miedo la verdad, con tal espíritu que los demás doctos varones, que gozaban de renombre o dignidad, se admiraban de sus sermones y sentían en su presencia saludable temor de Dios. Hombres y mujeres, clérigos y religiosos, corrían presurosos a ver y escuchar al santo de Dios, en quien se figuraban ver a un hombre de otros tiempos. Acudían con diligencia para ser testigos de las maravillas, que Dios obraba por su siervo Francisco de nuevo en el mundo. Parecía, en efecto, en aquel entonces que, ya por la presencia de Francisco o ya por su fama, había descendido de lo alto del cielo a la tierra una nueva y resplandeciente luz que disipaba la oscuridad de las tinieblas, las cuales envolvían el mundo tan densamente que apenas permitían la senda que debería seguirse”

Fue así como empezó a realizarse en la edad media la reforma radical e inmensamente saludable para la humanidad, una transformación que solo podía efectuar una persona plenamente compenetrada del espíritu del evangelio e íntimamente unida con Dios, como el alma de Francisco.

Otro de los factores que más contribuyeron al triunfo de sus ideales y que mejor revela el genio poderoso de San Francisco fue la acertada elección de los medios para realizar su obra. Era una sociedad alejada de Dios y de su espíritu, y se habían entregado al culto de los placeres de la tierra, siendo el mayor anhelo de los hombres el fasto y la riqueza y justo en esos momentos aparece la figura de Francisco para recordarles y ofrecerles nuevamente el mensaje de las bienaventuranzas, “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”; y “también los limpios de corazón porque de ellos verán a Dios”. (Mt Cap.5).

Y así fue como él perdió el ansia loca de poseer, y se fue desprendiendo de todo lo terreno, y acogió con amor admirable la pobreza. “El amor de Dios lo hace volver a la pobreza del Evangelio; y lo hace alcanzando una perfecta imitación de Cristo como no se viera desde los tiempos de los Apóstoles; diría su biógrafa María Stico.

Su amor hacia esta virtud de la pobreza fue inmenso e incomparable, ella fue para él según su expresión caballeresca, la Dama bellísima de todos sus afectos, “la más noble y más rica y la más bella”, a quien rendía el homenaje de su corazón. “Su virtud favorita, como anota Cherancé, la que como flecha escogida quería blandir contra el corazón de aquella sociedad entregada a los placeres y el lujo. Francisco proponía la pobreza evangélica, o sea la renuncia absoluta y perpetua de los bienes terrenos. Según el carácter de aquella época tan aficionada a los símbolos, rendía a la pobreza un culto caballeresco y la llamaba dama de sus pensamientos, su esposa y reina, mostrándose siempre su defensor, y, como dice Bossuet, “el amante más desesperado que quizá haya habido en la Iglesia”. Quería que la pobreza fuera la nota característica de su religión, la más bella joya y el más preciado ornato de sus conventos”.

Hecho él mismo pobre por amor a Cristo, desprendido de todo lo terreno, no solo con la palabra sino ante todo con su vida y con sus obras, enseño a los ricos y poderosos despreciar las riquezas y a usarlas para alivio de los necesitados, y a los pobres les mostro que la pobreza es bella y que ensalza y glorifica, esta invitación a la caridad llego hasta los castillos feudales.

El amor es otro lado de los medios con que pudo realizar la transformación de las costumbres medievales; porque si la pobreza es el fundamento sobre el cual pretendió cimentar la vuelta al Evangelio, el amor es que le da vitalidad.

“La caridad es el precepto por excelencia del Maestro y ocupa lugar importante en su espiritualidad. San Francisco quiere que sus hermanos la observen en toda su extensión; es juntamente con la pobreza, el medio de realizar su ideal. La caridad afecta su espíritu y su cuerpo, no tiene acepción de personas, ni se horroriza de la fealdad, ni de las miserias físicas o morales más repulsivas, e inspira dos formas de a actividad propias de los frailes menores, la predicación y el cuidado de los leprosos”, dice Cratien de Paris.

El amor es pues una de las características del ideal de San Francisco y quizás la principal. “Francisco lleva en su pecho a Dios, el amor era su esencia, dice el Padre Antonio Torró, y esta avenida amorosa corría por su alma, por su conciencia y por todo el campo de su experiencia y todo lo inundaba, por eso el amor florecía y brillaba y era el fruto esplendente de todas las obras de Francisco; era la sustancia permanente y el principio que daba color a todas las formas de su vida terrena medieval; era la esencia de su espíritu; por lo mismo, la filosofía que de él trate no podrá ser otra que FILOSOFÍA DEL AMOR. Los hechos individuales y las formas empíricas por los que se manifiesta el alma de Francisco y extiende y prolonga su personalidad, vienen a coincidir con el mismo principio cristiano, que anima al santo y por el que tienen significación característica y valor personal”

El amor de San Francisco explica plenamente el triunfo de su obra porque es el impulsor de las grandes realizaciones divinas y humanas. San Francisco introduce en su amor y, por ende, en su vida, un motivo poderoso que existía también en la esencia caballeresca, pero no con tanto calor y entusiasmo: la imitación cristiana. La ley del amor lo pedía, que el caballero amante y fiel pensara como su dama, que como ella hablara y se moviera y que no permitiera parte en su ser contraria al espejo en quien se miraba. Ahora bien, cuando es Cristo el Señor a quien se sirve, la imitación tiene sustancia.; lo convencional de los amores caballerescos decrece y el espíritu humano se acerca a la verdad. El amor de Francisco, sin perder su carácter personal innato, ni desprenderse de las formas empíricas medioevales, da en si actualidad y vida a su objetivo, un ser amado, que es precisamente el que le comunica una nueva y superior esencia. La forma empírica viene en el caso a coincidir con el mismo principio superior que anima el corazón de Francisco, del cual recibe el valor que tiene, y no de la experiencia; pues el Señor a quien sirve Francisco, no es ya el Señor medioeval, sino el de todos los tiempos, el que es dueño absoluto del corazón humano; el que rige sin tiranía, le posee con libertad, mediante la vida sobrenatural que le infunde. Cristo Jesús, en efecto, Dios y hombre verdadero encierra pura la sustancia del amor y a esencia, que se derrama pura y libre y sin esfuerzo”. Así lo expresaba Fr: Antonio Torró, uno de sus biógrafos.

“Y este amor que concibe esencial en Dios y participativo en todos los seres, lo atrae de modo irresistible y lo conduce a amar todas las cosas de una manera singular y hermosa. “Quizás sea de admirar en este tesoro de dulzura, más que el poderío del taumaturgo, el secreto de su eficaz influencia en Europa y principalmente en Italia. A aquella sociedad ensangrentada por las guerras, en aquel siglo que tras el reinado de Federico II y de Ezzelino el feroz, y el suplicio de Hugolino de Pisa. Francisco ofreció el bien más preciado: la paz que nace del trato íntimo y sagrado del hombre con Dios y que es el primer elemento de la prosperidad de las naciones; el ángel que le anuncio a todos, y que derramo en torno de si, como el sol derrama sus luces, el pino su aroma y la rosa su perfume; y los pueblos, reconciliados y reconocidos, escucharon con docilidad la voz del Seráfico, que les ofrecía el bien que deseaban con tanto ardor” decía Cherancé.

Este amor es universal, ama a los hombres sin límites de ninguna clase y a la creación entera; la fraternidad que predica sin exclusión de nadie ni de nada, abraza con la misma plenitud de amor a todos los seres; el Cantico de las creaturas, que, en frase de Chesterton, lo confirma”. “Es una obra extraordinariamente característica y que podría reconstruir mucho de la personalidad de Francisco”. Y afirma María Stico, “Lo nuevo en el cantico del hermano sol es el modo de amar a Dios y las creaturas. El mundo del Antiguo testamento amaba a Dios, pero de una manera servil; antes de Francisco el mundo cristiano amaba a Dios con un amor tanto filial, pero olvidaba a las criaturas, las tenía como una tentación, cerraba los ojos por temor de enamorarse de ellas, no habían leído todavía el evangelio, la rehabilitación de la naturaleza a través de la mirada y palabra con que la bendijera Nuestro Señor Jesús. Francisco nace poeta, y por eso ve la belleza intrínseca extrínseca de las cosas, hasta de la más humilde creatura, de las que están constantemente ante los ojos, y a las que los hombres, atareados y prosaicos, no prestan atención. Pero Francisco se hace santo, y por eso busca al Creador en las criaturas. Ve la naturaleza con ojos evangélicos, como nadie lo leyera hasta entonces, ve a su Autor a través de sus páginas y a cada instante se detiene para decirle: “Que bueno eres Dios mío”

Fruto de su espíritu fue la pronta renovación que experimento entonces la sociedad; palabras de vida volvió a escuchar el hombre, su mente se ilumino con los destellos que brotan de la palabra y el corazón se dilato ante los fulgores del amor divino y el amor humano. La dignidad y la igualdad de los hombres, el respeto a la persona humana, el equilibrio político y social, dejaron de ser únicamente nombres para adquirir toda la importancia filosófica, cimentada sobre las bases inconmovibles de la doctrina de Cristo renovada entonces en el mundo por San Francisco de Asís.

“Oianse por todas partes, narra Tomas de Celano, voces de alabanza y acciones de gracias, en tal que muchos, abandonando los cuidados de la tierra, y deseaban llegar al conocimiento de sí mismos y el amor y gloria de Jesucristo por la perfecta imitación y práctica de la doctrina del beatísimo Padre San Francisco. Movidos de celestial impulso, muchas personas del pueblo, nobles y plebeyos, clérigos y legos, llegaban al Santo deseosos de ponerse perpetuamente bajo su norma de vida. En ellas, Francisco como caudaloso rio de gracia celestial, derramaba copiosas lluvias de especiales dones y hacia brotar el campo de su corazón flores de virtud; cual consumado artista presentaba la forma, regla y enseñanzas según la cual la Iglesia de Cristo se rejuvenecía en hombres y mujeres, y aparecía entonces la triple familia de los que querían salvarse. A todos daba su conveniente genero de vida y señalaba con exactitud el camino de salvación”.

Así se comprende suficientemente fácilmente cual fue el origen de la llamada Orden Tercera de San Francisco. Las gentes se sentían impulsadas a abandonarlo todo y encerrarse en los conventos; hombres y mujeres de toda clase social, edad y condición de vida se arrojaban a los pies del Seráfico pidiéndole los admitiese en su Orden, vistiéndoles el hábito y el cordón franciscano. Para ellos ideo la Regla de la tercera Orden. La Regla de esta Orden, era sencilla en la expresión y abarcaba todas las circunstancias de la vida; comienza con normas para la persona, traza un derrotero de perfección a esta familia y establece, finalmente, las verdaderas relaciones del individuo con la sociedad; de aquí que haya escrito Pardo Bazán: “Lo que admira en las constituciones de la Tercera Orden es el profundo conocimiento que revelan las necesidades de la época y el criterio eminentemente social conque las dicto. Más que una concepción de una mente caldeada y exaltada por místicos arrobos, enflaquecida por la mortificación y el ayuno, parecen obra de un legislador reflexivo, encanecido en ahondar problemas sociológicos”.

“No había hecho la Orden Tercera más que nacer nos dice Cherancé, y ya, el eco de la voz del Pontífice la proclamaba al pueblo la obra del Altísimo y fruto delicado del celo nuestro Seráfico. Su historia considerada desde el punto de vista religioso y social, es una de las páginas más hermosas de la Edad Media. Propagándose el nuevo estilo de vida con la rapidez de las dos primeras familias de la Orden. Salto montes y mares, extendiéndose hasta los confines del imperio chino, y renovando aquella sociedad y contribuyo para que fuera el siglo XIII el siglo cristiano por excelencia”

Esta difusión de la Orden Tercera afirma la realización plena del ideal de San Francisco, cristalizado no solamente en él y en sus íntimos discípulos sino también en todas las capas de la sociedad. La Orden Tercera nos da la medida de la grandeza social de San Francisco. De haberse limitado a las dos primeras Ordenes, él hubiera sido un fundador más o un reformador, como Pio XI lo ha llamado con un título audazmente nuevo en la historia de la Iglesia.

Bajo su dirección, cálida y amorosa de Francisco fue como la Edad Media, alejada en muchas de sus manifestaciones del espíritu cristiano, vino a cumplir el ideal de vida trazado en las páginas sublimes del Evangelio. San Francisco, como escribe Monseñor Folder, triunfo en la empresa iniciada y con una vasta reforma social, sin perturbar la paz en ninguna parte y de ningún modo; su obra de paz abrió el camino a una reforma social inmensamente beneficiosa, y que su reforma fue una obra de paz de primera magnitud. Francisco fue un reformador social como apenas ha conocido el mundo desde los días de Cristo, lo reconocen hoy los escritores de todos los tiempos de todos los matices, hasta llamarlo “El segundo Cristo”. Pero con todo no fue un revolucionario. Se empeñó con gran entusiasmo por los derechos de la sociedad oprimida y esclavizada, en muchos casos hizo triunfar los anhelos de libertad de las minorías; ya las ideas de Francisco sobre la pobreza, la humildad, la fraternidad de todos los hombres vienen a ser un poderosos sostén de las aspiraciones populares, y se ha dicho con mucha razón que “ en la regla de San Francisco estaba la consagración y en cierto modo el primer comienzo de democracia italiana”, según Hilario Felder, en el libro los ideales de San Francisco de Asís.

De este modo Francisco sin otras armas que el desprendimiento de la tierra, llevando su mente encendida por el fuego de la idea, inflamando su corazón por los anhelos de la salvación de todos que abrazaran y consumían su ser, imprimió el Evangelio en el espíritu de su época y oriento a la humanidad por derroteros llenos de luz le enseño a buscarla solución a los más grandes inquietantes problemas en las fuentes inagotables de la caridad de Dios. Fue, así como llego a realizar en toda su plenitud el ideal de educación tal como lo concibe el cristianismo, que consiste en establecer en el mundo el equilibrio y la armonía de los intereses materiales, intelectuales y morales de la humanidad para conseguir de esta forma la verdadera cultura y civilización del hombre.

Actualidad de un ideal hecho vida

Cabe ahora preguntarnos si este ideal, cuya realización fue toda una primavera de virtudes evangélicas, hoy sigue vigentes, ya que la humanidad actual es una antítesis de lo que esencialmente constituye el ideal de San Francisco. Extravíos de la mente y del corazón del hombre moderno que ha querido desvincular a la persona, a la familia y a la sociedad de los supremos valores del espíritu evangélico, se han adueñado de la conciencia de los pueblos. La persona vive hoy para deificar sus pasiones, ha erigido dentro de su corazón un templo a las cosas temporales a quien rinde homenaje y adoración. La vida familiar se rige por normas y enseñanzas que no son las de Cristo; y la sociedad pretende desquiciar las bases sobre las cuales se erigieron las sociedades cristianas. Hoy, el franciscanismo como una forma de vida cristiana, con una concepción del universo, puede ser un medio de retorno a una vida más cristiana, y tiene una palabra de ánimo y estímulo para el mundo.

Dice Fray Agustín Gemelli “San Francisco responde con una doctrina y una mística que es necesario conocer y calar hasta lo íntimo para no caer en un franciscanismo literario que ama a Asís, el Valle de Spoleto, sus montes, su paisaje sereno, y la vida franciscana como un sueño de tiempos pasado, cuyos ideales conservan la Umbría en su naturaleza y lo estima inconciliable con nuestra civilización moderna, mecánica y veloz y estandarizada. Traer aquella pobreza a nuestras ciudades, agitadas y ruidosas, entre el humo de las fábricas, el estruendo de las maquinas o el alcorzado lustre los escritorios bancarios, parece absurdo; traer aquella pobreza sobre las esculturas marmóreas de los grandes hoteles, o los magníficos automóviles, o las amplias y bien abastecidas bibliotecas, o los salones modernos, parece una utopía, más aún una locura, pareció también a los hombres del siglo XIII lo de San Francisco cuando llevo la palabra y el evangelio no solo a las aldeas umbras y casas de los pobres, sino también a los castillos y palacios, a las ciudades de tráfico y entre filas de los combatientes. No se encerró en los claustros de sus montes, sino que peregrinó a Francia, Galicia, Palestina, descalzo y pobre, Y a pie, mientras que sus contemporáneos procuraban viajar a caballo, bien provistos y tenían comodidades de la vida el mismo afecto que profesamos nosotros. Si las circunstancias históricas varían, las pasiones son iguales en todos los tiempos”. Continúa diciendo Gemelli, San Francisco puede también hoy llevar hombres a la libertad, la tendencia a acción la consecución de la felicidad.

Hemos de reconocer que la memoria del Hermano Francisco es la que sin duda alguna definirá y precisará nuestra identidad. Y es aquí en donde debemos preguntarnos ¿por qué necesitamos hacer presente la personalidad de Francisco de Asís?

Francisco es un pragmático y un intuitivo, aunque posee una gran capacidad para elaborar ideas complejas, prefiere el conocimiento adquirido, de ahí que en El Espejo de Perfección IV, aparece su conocido pero olvidado consejo “el hombre sabe, lo que practica”, contrario al enfoque de la cultura de la post - modernidad para la cual “el hombre práctica, lo que sabe”.

La vida de Francisco es un constante hacer memoria de la acción de Dios en la humanidad pues está convencido de que Dios, en la historia de la humanidad, habla actuando. Dios para Francisco, no habla diciendo palabras.

Francisco no es un hombre que le propone a la Iglesia que sea nueva, sino que él mismo es vida nueva como señal de la fuerza renovadora del Evangelio y como signo del poder renovador del Maestro: Y esta es la propuesta para sus seguidores.

Para Francisco de Asís es fundamental la escucha, aprendida en su única escuela, la del Evangelio. A partir de la escucha, se convierte en verdadero maestro, pues su interés es el de conducir a sus hermanos a la experiencia de Dios. Y de esta forma es maestro de sus fraternidades, recuperando el equilibrio perdido entre los valores humanos y los valores evangélicos.

Otro de los elementos esenciales en Francisco es el valor de la acogida, sinónimo de afabilidad, culturas y sociedades, son interlocutores válidos que hay que acoger. En una palabra, no selecciona mentalidades, culturas, personas o sociedades, sino que las integra. la cual tiene como guía, en la relación con el otro sea quien sea, pues para Francisco todo, mentalidades La acogida y la afabilidad son parte de las expresiones del espíritu de Francisco pues jugaron un gran papel, no solamente en su juventud, sino durante todo su itinerario.

Y unidos a la acogida y la afabilidad, aparecen en su vida, el entusiasmo, el coraje y la intrepidez, tanto para emprender con fuerza lo que se proponía, como para transformar los desafíos y los miedos, en camino y fortaleza.

Hacer memoria de Francisco, su positiva actitud frente al contexto social en que vive, contexto violento, cargado de injusticias, de luchas intestinas y de odios. Con dicha positividad enfrenta el pesimismo de su entorno y sin el mínimo asomo de agresividad, acoge al pecador y a la sociedad que lo entorna.

Para Francisco, el mundo es un lugar de salvación y por esto los diversos tiempos, las diversas culturas y las diferentes civilizaciones también son lugares de salvación y nunca de condenación.

En declaración a Vatican News, Fray Carlos Alberto Travalli ofmconv dice: Los principales retos a los que se enfrenta hoy el franciscanismo son la “Transparencia y la fidelidad al carisma”, “La fraternidad y el dialogo” y la “minoridad”; siendo esta ultima el “Sello que San Francisco les dejo y que hoy hay que interpretar, en cada lugar, pero siempre con la mirada de los pobres”.

Francisco es un joven y tiene una espiritualidad joven, llena de ideales y llena de generosidad, y estas son las características también de los jóvenes de hoy. Además de estos ideales formativos que tenía San Francisco todavía hoy cautivan a muchos jóvenes y muchos lo siguen continúa diciendo Fray Luis Carlos Travalli.

La celebración, el encuentro y la alegría

San Francisco dentro de sus ideales tenía un gran cariño por la Navidad. Era el año de 1223 y estando el Seráfico Padre en la población de Rieti, en una ermita de Greccio donde tuvo la inspiración de reproducir en vivió el nacimiento de Jesús. Greccio es una pequeña población entre Roma y Asis, en la pendiente del Monte Lacerone. A Francisco aquel lugar le agradaba porque le pareció “rico en su pobreza”, estaba encantado con ese lugar como no lo había visto en otra parte.

En la noche de Navidad, la gente se dirigió al lugar donde Vivian los hermanos, con cantos y antorchas y en medio del bosque. En una gruta se había preparado un altar sobre un pesebre, junto al que habían colocado una mula y un buey. Aquella noche, como escribió Tomas de Celano, “se rindió honor a la sencillez, se exalto la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en una nueva Belén”. Era una celebración original de Francisco y había obtenido el permiso del Papa Honorio III. Mientras Francisco hablaba del niño de Belén, se relamía los labios y su voz tan suave como el balido de una oveja. Se dice que uno de los presentes vio en visión a un niño que dormía recostado en aquel pesebre, y Francisco lo desper taba del sueño. La gente regreso contentos a sus casas, llevándose como recuerdo la paja, que luego la se dice que la utilizaban como medicina para curar animales. San Francisco permaneció en Greccio hasta pasada la Pascua de 1224.

Asegura Tomas de Celano, su biógrafo, que la Encarnación era un componente clave en la espiritualidad de Francisco y quiso, en aquella ocasión, celebrar el acontecimiento y hacer algo especial que ayudase a la gente a recordar a Jesús Niño y su nacimiento en Belén. Nos sigue diciendo Celano, que inspirado en el Evangelio según San Lucas (2,17), unos quince días antes de la Navidad mando a llamar a Juan de Vellita y le dijo “ si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa y prepara lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió el niño, como fue reclinando en el pesebre y como fue colocado sobre heno entre el buey y el asno” La idea de reproducir el nacimiento se popularizo rápidamente en todo el mundo cristiano, y de los seres vivos que estuvieron aquella noche, se pasó a la utilización de figuras. En América trajeron aquella tradición los primeros misioneros franciscanos siguiendo la tradición del fundador de la Orden. Se indica que el primer nacimiento se construyó en Nápoles Italia a finales del siglo XV y fue fabricado con figuras de barro, igualmente aparecen los cantos de villancicos que también fue creación de los franciscanos.

Francisco y la Madre Naturaleza

No se puede dejar pasar por alto también la relación de Francisco y la naturaleza. Francisco presenta una actitud especial no solamente con los hombres, sino con todos los seres de la naturaleza que nace y se fundamenta de una raíz religiosa, que lleva a una comunión intensa con las criaturas, haciendo de ellas todas como hermanas y nacidos del mismo amor creador, por tantos todos somos hermanos.

Los ecologistas ven en San Francisco un modelo de solidaridad con la naturaleza. Los cristianos ven en él a un testigo de la fe que ha sabido vivir con autenticidad la actitud cristiana de acercamiento fraterno con todo lo creado.

Para entender la relación de Francisco con la naturaleza, tenemos que centrarnos en su conversión, un camino de encuentro con los hombres y la naturaleza, donde manifiesta su respeto y cuidado por todos los seres y cada cosa y una mirada que invita a amar, cuidar y respetar.

Para Francisco es importante saber estar con ellas, porque considera el no tener-no tener posesión ni dominio, mientras que subraya el ser, el amar y el esperar las cosas por lo que son, por lo que cada una de ellas es no por lo que tienen, como afirma Fr Vicente Redondo, ofmconv.

Francisco no se sirve de las criaturas, no las usa, sino que canta con ellas. De allí que dice San Buenaventura “Las hermanas aves alaban al creador. Pongámonos en medio de ellas y cantemos también nosotros al Señor, recitando sus alabanzas y las horas canónica”.

En Francisco encontramos una ternura muy especial, San Buenaventura decía de San Francisco “Por la reconciliación universal con cada con cada una de sus criaturas, lo retornaba al estado de inocencia”.

La relación de subyugación que sufre a naturaleza con el hombre de hoy, no ayuda a mejorar las relaciones del hombre con sus semejantes. Todo lo contrario, crea abismos de separación y distancia entre ellos mismos: grandes cinturones de miseria, personas esclavizadas, desforestación, minería, etc., mercado negro de animales, etc.

Necesitamos crecer en una sensibilidad fraterna, necesitamos confrontarnos con su sensibilidad, para convertir a cada ser humano y no dejarnos arrastrar por esos deseos de poder, de riqueza, de tener, y así poder llegar a la relación fraternal con todas las cosas al estilo de Francisco.

El mensaje que Francisco deja al hombre es su respeto y amor por la creación: potenciando el Ser, la fraternidad universal y la desapropiación, renovando la sensibilidad humana. Que en Francisco tuvo lugar y desde su conversión a Dios, pero también a los hermanos y hermanas, y la naturaleza.

La civilización de la abundancia ha creado, entre el hombre y la naturaleza, una relación de posesión, de dominio, más que de comunión y cercanía. Francisco nos insta a saber estar con las cosas y manejar el arte de tratar a los seres vivos e inertes.

La civilización del tener ha cambiado la cultura del ser y la misma existencia humana. Nuestra relación con el mundo es de posesión y de propiedad más que simpatía y de contemplación. Por lo que Francisco nos exige, si queremos compartir fraternalmente con las cosas y los seres de la creación, debemos levantar la voz contra toda explotación que destruye, dañe y empobrezca nuestro planeta; pero también promover entre los hombres el estilo de sobriedad y el progreso sostenible, indispensable para no empobrecer irremediablemente nuestro planeta.

Solo una conciencia ecológica, basada en el amor y respeto por las cosas, pasando de la posesión y explotación egoísta de la naturaleza a la promoción de la calidad de vida para todos, nos permitirá un encuentro fraterno al estilo de Francisco de Asís.

Francisco se une al coro de las criaturas para entonar el cantico con todas ellas y con ellas dedicárselo a Dios. A través de cada una de las estrofas, Francisco va logrando la reconciliación con cada una de ellas, en el Cantico de las Criaturas es con toda la creación, hasta con lo que tenemos como fatal, la muerte

Cántico de las criaturas

Altísimo, omnipotente, buen Señor,

Tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo corresponden

Y ningún hombre es digno de mencionarte. Alabado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, Especialmente nuestro hermano sol,

El cual es día, y nos

Por el cual a tus criaturas das sustento.

Iluminas por él.

Y es bello y radiante con gran esplendor.

De ti, Altísimo lleva significación.

Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas:

En el cielo las has formado claras, preciosas y bellas.

Alabado seas, mi Señor por el hermano

Viento, y por el aire y nublo sereno y todo tiempo,

Por el cual a tus criaturas das sustento.

Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna,

La cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,

Por el cual nos alumbras la noche:

Y él es bello y jocundo y robusto y fuerte.

Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra tierra,

La cual nos sustenta y gobierna, produce diversos frutos

Con coloridas flores y hierbas.

Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor y soportan enfermedad y tribulación.

Dichosos aquellos que las sufrirán en paz,

Porque de ti Altísimo, coronados será.

Alabado seas, mi Señor, por la hermana muerte corporal,

De la que ningún hombre puede escapar.

¡Ay de aquellos que morirán en pecado mortal:

¡Dichosos los que encontrará en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal!

Alabad y bendecid a mi Señor

Y dadle gracias y servidlo con gran humildad.

Conclusión

Queda expuesto así, a grandes rasgos, el ideal Pedagógico, religioso, social y ecológico de San Francisco de Asís y la forma como en torno a ese ideal se congregaron para compenetrarse de él no solo sus discípulos, sino el mundo de su época hasta nuestros días, que es lo que podría llamarse el triunfo del amor y del ideal. San Francisco de Asís, escribía Cherancé, es la figura cumbre de la edad Media. La admiración sincera y entusiasta que despertaron sus virtudes extraordinarias y sus creaciones magnánimas y magnificas, no han decaído desde el Siglo XIII hasta nuestros días.

Gregorio IX lo lleva a los altares; la poesía y la elocuencia lo admiran por intermedio de Dante; la historia reconoce el reformador del siglo, pero ninguno logro agotar el desbordante caudal de maravillosas bondades de quien tan decisivamente influyo en la transformación de la época medieval y siguen influyendo hoy.

La influencia extraordinaria de su ideal que produjo, según Gilberth Chesterton, “un despertar del mundo entero y una aurora en que aparecían nuevas todas las formas y colores”, nos está indicando como para ennoblecer la vida humana, elevar las aspiraciones del espíritu, fundamentadas sobre sólidas bases la existencia misma de la persona y de la sociedad y perfeccionar en toda su integridad al hombre, que es lo que formalmente constituye a la pedagogía, no hay que buscar nuevos derroteros carentes de contenido ideológico, sino volver a los trazados en el Evangelio y saber aplicar como supo aplicarlos San Francisco.

La pedagogía moderna apartada del espíritu cristiano de la vida fracasa en su intento de mejorar el mundo precisamente porque carece de esos ideales y porque tiene como único fundamento el formalismo tecnológico como respuesta. San Francisco puede decir hoy a los educadores que las únicas bases para mejorar y transformar el mundo son los principios evangélicos y que la educación y formación de los pueblos jamás será completa si no está dirigido por la vitalidad de Cristo, única fuerza para educar el hombre.

Y como diría Fray Alberto Montealegre G. “El franciscanismo está estrechamente entrelazado con su carisma y misión, y vocación intelectual. La armoniosa relación de estas dimensiones se ha demostrado a través de la historia como eje fundamental en la realización del ideal franciscano

Referencias bibliográficas

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Recibido: 01 de Noviembre de 2020; Revisado: 01 de Febrero de 2021; Aprobado: 01 de Mayo de 2021

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