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Civilizar Ciencias Sociales y Humanas

versão impressa ISSN 1657-8953versão On-line ISSN 2619-189X

Civilizar v.10 n.18 Bogotá jan./jun. 2010

 


Del propósito de la filosofía

José Gabriel Cristancho Altuzarra*

* Licenciado en Filosofía de la Universidad de San Buenaventura, Bogotá-Colombia. Magíster en Filosofía Latinoamericana de la Universidad Santo Tomás, Bogotá-Colombia. Jefe del Departamento de Ética y Humanidades de la Universidad de Boyacá, Tunja-Colombia. Correo electrónico: jogacral@gmail.com.

Recibido: 28 de enero de 2009 -Revisado: 10 febrero de 2010 - Aceptado: 25 de febrero de 2010



Resumen

Es vital preguntarse qué enseñar de la filosofía y cómo; pero para resolver este interrogante, primero es necesario determinar con qué propósito hacerlo pero, sobre todo, saber cuál es el propósito de la filosofía. Quizás determinando esta base esencial sea más claro resolver preguntas de carácter pedagógico y didáctico; aun más, todo esto contribuirá a aclarar la misión de la filosofía y del filósofo en la actualidad.

Para resolver esta pregunta se hace una reflexión sobre las prácticas filosóficas académicas tradicionales. Luego, a partir de algunos autores, se hace una disertación sobre qué es la filosofía, para deducir en qué aspectos de las prácticas académicas actuales está presente o distante. Finalmente, se plantean algunas prácticas para ampliar las perspectivas del filosofar y su enseñanza.

Palabras clave: Filosofía, propósito de la filosofía, enseñanza de la filosofía, prácticas académicas.



The purpose of philosophy

Summary

It is vital to ask what to teach in philosophy and how, but to address this question, we must first determine with what purpose to do it, but above all, to know what isthe purpose of philosophy. Perhaps by determining the essential basis it would be clearer to answer the question of teaching and learning, even more, all this will help to clarify the mission of the philosophy and the philosopher today.

To resolve this ponder is a philosophical reflection on traditional academic practices. Then, from some authors, it is made a dissertation on what is philosophy, to deduce in which aspects of the current academic practices is present or distant the philosophy. Finally we propose some perspectives to extend the philosophy and teaching of philosophy.

Keywords: philosophy, purpose of philosophy, teaching philosophy, academic practices.



Le but de la philosophie

Résumé

Il est vital de se demander quoi enseigner de la philosophie et comment. Mais pour répondre à cette question, nous devons d'abord déterminer quel but, mais surtout, quel est le but de la philosophie ? Peut-être la réponse aux questions essentielles donnera une base plus claire à l'enseignement et l'apprentissage, plus encore, tout cela contribuera à clarifier la mission de la philosophie et du philosophe d'aujourd'hui.

Pour résoudre ce problème, nous ferons une réflexion philosophique sur les pratiques traditionnelles d'enseignement. Puis, à partir de certains auteurs, il s'agira d'une dissertation sur ce qui est la philosophie, pour en déduire dans quels aspects de la pratique académique est ou non présente la philosophie. Enfin nous proposons quelques perspectives pour étendre la philosophie et l'enseignement de la philosophie.

Mots-clés: philosophie, but, enseignement, pratiques d'enseignement.




Proemio

Lo que nos convoca al pensar es la pregunta. La pregunta es la manifestación diáfana de la admiración y de la incertidumbre. Solo lo que nos sorprende, solo aquello que nos causa perplejidad y admiración puede provocarnos la formulación de un interrogante. La pregunta es un don de lo divino; por la pregunta podemos emerger de lo oscuro que es la confusión a la luz del conocimiento. Que seamos propicios a este don de lo divino.

Pues bien. En lo que sigue preguntamos por el propósito de la filosofía. Esto significa manifestar abiertamente que nos causa admiración e incertidumbre cuál es el fin último de aquello que designamos con este noble nombre. Manifestar esto es reconocer que no vemos con claridad hacia dónde se dirigen en últimas todas las acciones que lleva a cabo una persona que se llama filósofo o todas aquellas cosas que en nuestros tiempos se designan con el nombre 'filosofía' o se adjetivan de 'filosóficas'.

Esta pregunta manifiesta una oscuridad y, por lo mismo, el asombro nos muestra el peligro al cual nos puede llevar la confusión. La confusión es la ofuscación de nuestra interioridad. Por esa ceguera interior que es la confusión, nuestro ser no distingue ni lo falso ni lo verdadero ni lo real ni lo ilusorio ni lo bello ni lo feo. Una situación así, ¿podrá llevarnos a la realización, podrá conducirnos a algún destino feliz? ¿Cómo no asegurar que esta ceguera es más grave que la ceguera física? No ver con claridad cuál es el sino último de algo, cuál es el destino o fin último es semejante a echar a andar un carro por un camino sin dirección alguna. El conductor de este carro pone en peligro la utilidad de este artefacto y su vida misma porque en tal situación, quizás esto lo conduzca a un precipicio que le cause la muerte.

Mas, ¿acaso la situación de lo que se adjetiva 'filosófico' o lo que se designa como 'filosofía' es tan delicado como para hacer estas comparaciones? El autor invita a pensar estas cosas porque reconoce no ver con claridad el propósito de la filosofía, pero, ¿será más bien una dificultad que no es intrínseca de la filosofía sino propia del autor y su relación con ella?

Sea como sea, don grato es reconocer la confusión, en la medida en que por esto es posible emerger a la luz: ya sea de parte del autor, para que se relacione mejor con la filosofía, bien sea para que esta sea encaminada a un noble propósito.

Planteemos la pregunta nuevamente: ¿cuál es el propósito de la filosofía? Esto, en realidad significa: ¿cuál es el propósito del filosofar, del filósofo? Esta pregunta nos convoca al pensar. Pensar es sopesar algo. Sopesarlo implica verlo con cuidado, pr-esenciarlo, es decir, prestarse a verlo en su esencia. Pr-esenciar algo es la manera más profunda de estar con algo. Es estar lo más atento y consciente posible ante su pr-esencia, o sea ante lo que se nos manifiesta. Entonces, se trata de estar lo más atento y consciente ante la presencia del quehacer del filósofo o, mejor, ver con cuidado y sopesar los quehaceres o prácticas que se adjetivan filosóficas o a las cuales se dedican los denominados "profesionales de la filosofía". Mejor dicho, sus tareas convencionales. En la medida en que lo hacemos nos encontramos con nosotros mismos en nuestro quehacer.

Para hacer tal encuentro hay que darnos cuenta de que por él nos haremos propicios a dones; para hacernos propicios a este estar atentos es preciso prepararnos con las disposiciones corporales adecuadas, aspirando y espirando el don del aire sosegadamente en un silencio ritual que nos permita recibir la belleza de la presencia. A esto, por favor de los antiguos, le llamamos meditación.

Veamos a qué nos conduce este primer acercamiento a la cuestión principal.


1. De las tareas convencionales del filosofar

El ejercicio del pensador y de nuestra profesión de la filosofía consiste en unas tareas establecidas por las convenciones y las costumbres de nuestro mundo y de nuestro tiempo. Con ello, es inevitable ver que también el filósofo y el filosofar están sumergidos en ello. Pero, ¿quiénes son considerados "profesionales de la filosofía" y en qué ámbito? Los profesionales de la filosofía son los licenciados, los magísteres, los doctores y los posdoctoresen dicha disciplina; los cuales se les denomina así en el ámbito académico.

Según se nos manifiesta, desde que lo vivimos, la práctica del profesional de la filosofía está circunscrita en la academia.;la cual es un ámbito existencial esencial para nosotros como cultura occidentalizada, es decir, como grupo humano que ha asimilado el sistema de valores, costumbres y cosmovisiones de la Europa Occidental; es esencial porque en Occidente se considera el ámbito educativo por excelencia. Que se tome de este modo significa: educar es una acción que, esencialmente -y por ello, quizás únicamente-, se lleva a cabo en la academia.

La academia es lo que hemos heredado de la escuela medieval. 'Escuela' viene del latín schola, y del griego scol» y estos derivan del latín scholium, y del griego scoliÒn, que eran los términos con que se designaban los comentarios o notas que se ponían a un texto para explicarlo. En castellano se usa el término 'escolio' para designar esos comentarios. Así, en esencia, la escuela era el sitio donde se aprendía a hacer comentarios a textos y donde se ejercía dicha práctica.

La academia es lo que hemos heredado de la escuela medieval. Por eso en filosofía actualmente lo que se ejercen son las prácticas académicas. Esto circunscribe las cosas en los recintos académicos como las escuelas preparatorias, o los colegios y las universidades. Por eso se enseña filosofía en la educación media, como una asignatura del pénsum académico del bachillerato; a causa de esto se enseña la filosofía en la universidad, como una profesión educativa para que haya personas preparadas y licenciadas para enseñar filosofía en el bachillerato; a causa de esto y de otros factores, entre los que debe tenerse presente la especialización en los saberes, existen maestrías en Filosofía en las universidades, para que haya maestros que enseñen a los que se preparan en la universidad (los magísteres son, por tanto, los maestros de los maestros, es decir, de los licenciados); aun más y a causa de esto otro, existen en las universidades doctorados en Filosofía, para que haya maestros que enseñen a maestros de maestros (los doctores son los maestros de maestros de maestros); y recientemente existen los posdoctorados, que es una preparación aun mayor o más especializada (preparación que pareciera seguir ad infinitum).

Este es el ámbito académico de la filosofía. Pero, ¿qué se enseña y qué espera que se aprenda? Esto: a) los conceptos y sistemas de pensamiento considerados de antemano "filosóficos", elaborados por personajes clasificados -también de antemano-, como "filósofos"; b) las técnicas de investigación, escritura y sustentación para escoliar (interpretar, analizar, profundizar, criticar, refutar, actualizar, etc.), según los parámetros académicos, el pensamiento o los conceptos que aparecen en los textos, ya sea de los "filósofos" clasificados también de antemano como "clásicos", ya sea de investigadores que han dejado en la academia sus escolios sobre "clásicos"; también se llama filosofía al producto de dichos ejercicios.

Gracias a estas prácticas académicas se profesionaliza a investigadores en estas técnicas otorgando títulos académicos que facultan a los egresados para enseñar a nuevas generaciones las técnicas que ellos aprendieron y, a su vez, para ejercer la investigación. Algunos logran crear no ya escolios sino sus propios tratados sobre los temas "clásicos", de la filosofía. De aquí se derivan las prácticas editoriales, las cuales sostienen las mencionadas prácticas académicas1: la publicación de artículos o tratados elaborados por los investigadores profesionales de la filosofía, que sirven de apoyo para difundir estas tradiciones y estos pensamientos. También están las otras prácticas como los congresos, los foros y demás, pero que en esencia conservan el mismo formato académico heredado de la schola medieval. A todas estas prácticas suele llamárseles "filosofar".

En efecto, los profesionales de la filosofía suelen aplicarse con empeño y dedicación a investigar, y fruto de ello publican o bien libros o bien artículos o bien participan en conferencias, simposios, foros y demás, saliendo de todo ello, aunque se les critique o refute, harto aplaudidos. Tanto es así que a quienes se aplican de lleno a esta actividad suelen darles los más grandes honores en la comunidad académica, llegando a ser hombres bien reconocidos. Ese parece ser el fruto de su empeño, que bien merecido lo tienen si eso era lo que buscaban, por todos los sacrificios que ello implica. En efecto, largas horas de lectura y escritura; inversiones de tiempo, de dinero y, en algunas circunstancias, hasta de viajes, en más especializaciones de su profesión o en aprendizaje de idiomas, en compra de libros; una hoja de vida intachable en las universidades o centros de investigación donde hayan trabajado. Todas estas cosas y muchas más son lo que esos buenos hombres que han recibido todos los reconocimientos parece que tuvieron que haber pagado en sacrificio de lo que les ha sido dado.

Sin embargo, parece que esto es así porque a esta profesión -como a todas- se le exige productividad. En este caso significa que el profesional de la filosofía debe producir trabajos académicos, no solo porque gracias a esto reciba honores sino porque una de las cosas en las que debe ser experto es en la investigación. Quizás les apetezca justamente porque se lo exigen. No lo sabemos. Aun así, si les apetece, es porque a bien tienen a hacerlo. Y si a bien tienen hacerlo es quizás también porque tienen motivos que van más allá del recibir un estipendio por cumplir con su profesión adecuadamente o del recibir honores; son los que llamamos motivos académicos.

En efecto, hay muchos motivos para ejercer las prácticas académicas consideradas filosóficas, pero dichos motivos emergen de estas mismas prácticas, o mejor, de la misma academia y el estar acostumbrados a sus tareas. Se trata de los motivos académicos que suelen tener los investigadores profesionales de la filosofía; entre los tantos posibles parece que se dan los siguientes: a) deseo de saber; b) deseo de aclarar lo no comprendido; c) deseo de profundizar lo ya sabido; d) deseo de defender o postular, bien sea una hipótesis, ya sea una tesis, que el investigador quiere demostrar, bien por sí mismo, bien usando como corroboración, una auctoritas; e) deseo de defender de un ataque teórico la doctrina de un autor; f) deseo de refutar lo que expone otro mortal; g) deseo de criticarlo -o sea, de examinar lo válido y lo inválido de lo que él dijo-; h) deseo de "actualizar" las palabras proferidas por otro -es decir, de establecer qué cosas que dice él pueden servir a necesidades de la actualidad. Todos ellos son deseos. Pero surgidos por la academia en la medida en que satisfacerlos permite obtener los títulos de profesionales o tener un currículum vítae que permita mantenerse y escalar en los ámbitos académicos.

Si un profesional de la filosofía lo desea, si a bien tiene aplicarse a la investigación en estas condiciones y teniendo estos motivos, aspirando a su tradicional estipendio o quizás, aspirando a más, busca los honores y la fama de los grandes investigadores, es evidente que tal situación exige que la mente del profesional de la filosofía se aplique constantemente a esta actividad.

Así, vemos que las prácticas académicas de los profesionales de la filosofía son de dos clases: pedagógicas e investigativas. Pero, de lo presenciado anteriormente se colige que por las acciones y costumbres más públicas que actualmente tienen los profesionales de la filosofia, un filósofo es quien se dedica principalmente a proferir palabras. Y esto, bien sea oralmente, como en una conferencia, por ejemplo, bien sea literariamente por medio de una publicación. Y es que Kant (1781, B 539, p. 450) insinuó que el filósofo es el investigador de conceptos2; parece que a eso se han dedicado las personas que ostentan este título y los títulos afines, pues o crean nuevas ideas -a los que llaman también "categorías"-, o discuten en torno al origen, la distinción y la claridad de los conceptos que han usado los antiguos o los contemporáneos3. El problema se da cuando de estas palabras que se profiere son tan abstractas que quizás, para las personas más sencillas no sean dignas de consideración, o les sean tan confusas que quizás queden justificados ciertos prejuicios que se pueden tener socialmente sobre los profesionales de la filosofía, sobre todo uno, solo hablan por hablar y escriben por escribir.

Sin embargo, en el ámbito académico estos prejuicios parecen no interesar. Los motivos parecen suficientes para ejercer estas prácticas. Así, ¿acaso solo nos dedicaremos a filosofar por satisfacer esos deseos, acaso no tendremos un propósito de la tarea del filosofar, distinto a ese investigar conceptos? Si satisfacemos ese deseo, ¿habremos terminando hablando por hablar? ¿Acaso filosofar, acaso pensar, es hablar por hablar o escribir por escribir sobre algo?

De todas formas se concluye además que gracias a las enseñanzas de los posdoctores es posible que existan excelentes doctores; por estos y sus instrucciones es posible que existan excelentes magísteres; gracias a su formación es posible que existan muy buenos licenciados en filosofía; y gracias a estos la filosofía puede difundirse en los colegios.

Del mismo modo, por las publicaciones que cualquier profesional de la filosofía pueda realizar, sea el nivel que tenga, existe la posibilidad de que el pensar se difunda al público lector interesado en la filosofía, incluso aquel que lo haga por crecimiento personal o por hobby.

Sin embargo, lo que parece enseñarse es lo filosofado: las tradiciones de los antiguos filósofos o los pensamientos de los nuevos. A los estudiantes de colegio se les evalúa sobre esto examinado si son capaces de comprender, interpretar, argumentar y proponer sobre esto que ha sido enseñado. Sin embargo, "Filosofía" en los colegios es una asignatura más, entre otras tantas y el estudiante de colegio debe aprobarla como un requisito para obtener el cartón de bachiller; este a su vez para acceder a la universidad y profesionalizarse en lo que desea. En medio de todo este proceso, ¿en qué queda lo aprendido de la filosofía, para qué se enseñó, además de para aumentar la denominada "cultura general" del estudiante?

En modo alguno llegamos de manera clara a algo que responda este interrogante. Se nos concede entender que las tareas llamadas "filosofar" están ya preestablecidas y limitadas a nuestro tiempo, a nuestra forma de estar y de haber aprendido a ejercerlas. Esto nos convoca a la pregunta: ¿existe el peligro de que el profesional de la filosofía y su tarea se pierdan justa y cáusticamente en las tareas que convencionalmente se han designado como filosofar a las cuales está abocado y, por ello, que no haga luz su esencial ejercicio del pensar?, ¿existe el peligro de que el filosofar esté ausente aunque parezca presente en esas tareas convencionales? Pero, ¿cómo responder esto sin antes decir qué es filosofar? Por eso ahora se nos convoca a pensar algo esencial: ¿qué es la filosofía? ¿Qué es filosofar?


2. Del filosofar

Dilucidemos entonces la pregunta por la filosofía. Hacerlo implica retornar a la fuente. La fuente es el significado profundo que manifiesta la etimología de la palabra 'filosofía'. Esta significa: amor por la sabiduría4. La sabiduría es el saber de los saberes, el saber esencial que se les concede a los vitales, a los humanos. Este saber es el propósito de la existencia. Algunos lo llaman también el fundamento de las cosas, el sentido profundo que las hace posible. Saber el propósito de la existencia significa: comprender, reconocer y realizar dicho propósito. Esta es la única verdad absoluta posible pues todas las demás verdades o conocimientos tienen sentido por ella. Filósofo es entonces el "buscador de la verdad", por traducción del término griego 'filósofo' y del término sánscrito samán.

Examinemos lo que se nos concede comprender. El filósofo es un amante, hemos dicho, de la sabiduría. Un amante busca aquello que ama y por ello hemos dicho que el filósofo es un buscador. Mas, ¿de qué clase es la búsqueda del filósofo? Dado que la sabiduría es un saber, y el saber implica un conocer, la búsqueda del filósofo es la investigación. Pero esta investigación no es al modo científico, pues el propósito de la existencia, que es lo que se busca, no es un fenómeno de la naturaleza, no es algo experimentable. El propósito de la existencia, el sentido profundo que lo hace posible todo se encuentra en el ser mismo, pues la esencia de un ser es su propósito5. Esto solo puede comprenderse mediante un tipo de investigación al que le denominamos de varios modos: discernimiento, reflexión, meditación. En una palabra, 'pensar'.

Así, filósofo es quien busca la verdad pensando, discerniendo, reflexionando, meditando el propósito de la existencia, o bien el sentido por el cual y hacia el cual deben tender las cosas. Ese es su esencial quehacer, si buscar consiste en comprender. Sin embargo, una vez encontrado el sentido de algo, lo más sensato es disponerse a llevar a cabo ese propósito. Por esta razón el filósofo es buscador en la medida en que es hacedor: una vez hallado en su interior una respuesta en lo discernido, en lo meditado, ha de hacerla real.

Y es que así parecen atestiguarlo las enseñanzas de los antiguos. En efecto, aprendimos de Epicteto (trad., 2004) que la lógica y las demostraciones 6 tienen un importante lugar pero solo después de la práctica de los principios :

El primero y más necesario lugar de la filosofía es el de la práctica de los principios, como el "no mentir". El segundo, el de las demostraciones, como por qué no hay que mentir. El tercero, el de confirmar estas mismas cosas y declararlas con precisión (...). Por lo tanto, el tercer lugar es necesario para el segundo, y el segundo para el primero; pero el necesarísimo y en el que hay que descansarse es el primero (LII, 1-2, pp. 113-115).

Del mismo modo la tradición escrita nos dice de Sócrates:

(...) él siempre conversaba sobre temas humanos, examinando qué es piadoso, qué es impío, qué es bello, qué es feo, qué es justo, qué es injusto, qué es la sensatez, qué es la locura, qué es valor, qué es cobardía, qué es ciudad, qué es hombre de estado, qué es gobierno de hombres y qué un gobernante, y sobre cosas de este tipo, considerando hombres de bien a quienes las conocían, mientras que a los ignorantes creía que con razón se les debía llamar esclavos (Jenofonte, trad., 1993, A, 1, 16, pp. 23-24).

Y más adelante se añade:

[Sócrates] era el más dueño-de-sí-mismo* para los placeres del amor y de la comida, y en segundo lugar el más firme* frente al frío, al calor y todas las fatigas (.). Apartó a muchos de estos vicios [impiedad, delincuencia, glotonería, lujuria, flojera] haciéndoles desear la virtud e infundiéndoles la esperanza de que cuidando de sí mismos llegarían a ser hombres de bien. Aún así, nunca se las dio de maestro en estas materias pero poniendo en evidencia su manera de ser hizo nacer en sus discípulos la esperanza de que imitándole llegarían a ser como él(Jenofonte, trad., 1993, A, 2, 1-3, p. 25).

Así, deducimos que dos son las prácticas esenciales del filosofar: el pensar y el poner en práctica los principios deducidos del discernimiento. Solo en esa medida se realiza el propósito de la existencia, o mejor, solo en esa medida posee un sentido. Filosofar es amar la sabiduría, buscarla y comprometerse con ella; la sabiduría es el bien: desearlo, realizarlo y gozarse en él. Quien lo logra se dice que es hombre de bien. Filosofar es hacerse hombre de bien en cada instante; hacerse hombre de bien es "autogobernarse", "educarse"; por tanto, filosofar es autogobernarse, educarse, cuidar de sí mismo, cultivarse. Por eso, según se cuenta, la preocupación más grande de Sócrates era ser hombre de bien; solo por ser esta la preocupación esencial tiene sentido preguntarse qué es lo pío, lo impío, lo bello, lo feo, lo malo, lo bueno, para que distinguiéndolo se pueda obrar lo mejor posible. En eso se evidencia que se ama la sabiduría: en que se investiga pero se pone en práctica.

Así, habiendo discernido qué es el filosofar, queda dicho también quién es el filósofo: aquel que ejecuta lo anteriormente señalado. Entonces podemos responder la pregunta que nos convocó a discernir sobre el filosofar: ¿existe el peligro de que el profesional de la filosofía y su tarea se pierdan justa y cáusticamente en las tareas que convencionalmente se han designado como filosofar a las cuales está abocado y, por ello, que no haga luz su esencial ejercicio del pensar?; ¿existe el peligro de que el filosofar esté ausente aunque parezca presente en esas tareas convencionales?


De si el filosofar está ausente en las tareas convencionales del profesional de la filosofía

A renglón seguido de la práctica de los principios y de las argumentaciones, Epicteto (trad., 2004) escribió: "Mas nosotros lo hacemos al revés: porque nos gastamos [diatr. bomen]7 en el tercer lugar y a él dedicamos todo nuestro esfuerzo, mientras que del primero nos descuidamos 8 totalmente. Y así, decimos mentiras pero tenemos a punto cómo se demuestra que no hay que mentir" (LII, 1-2. p. 113-115).

Del mismo modo se dice de Sócrates:

Nadie vio nunca ni oyó a Sócrates hacer o decir nada impío o ilícito. Tampoco hablaba como la mayoría de los demás oradores, sobre la naturaleza del universo, examinando en qué consiste los que los sofistas llaman cosmos y por qué leyes necesarias se rige cada uno de los fenómenos celestes sino que presentaba como necios a quienes se preocupaban de tales cuestiones. En primer lugar investigaba si tales individuos, por creer saber suficientemente las cosas humanas, se dedicaban a preocuparse de lo referente a aquellas otras, o si, dejando de lado los problemas humanos e investigando lo divino, creían hacer lo que es conveniente. Se sorprendía que no vieran con claridad que los hombres no pueden resolver tales enigmas ya que incluso quienes más orgullosos están de su discurso sobre estos temas no tienen entre sí las mismas opiniones (...) (Jenofonte, trad., 1993. A, 1, 11-13. pp. 22-23).

Quizás estamos distantes de Sócrates y de Epicteto, pero parece que recordando lo dicho sobre las prácticas académicas deducimos que las tareas del pensar se han concentrado excesivamente en lo académico. Dijimos que escuela viene de escoliar. Escoliar era sobre las tradiciones de los antiguos. Las tradiciones de los antiguos eran leídas u oídas para que a partir de ellas uno pudiera educarse. Por eso se escoliaba: para hacerse mejor tomando como guía los comentarios que generaba la lectura de la enseñanza de los antiguos.

Escoliar era un medio para educarse; escoliar era a penas una parte del filosofar, por alguna razón nos hemos concentrado excesivamente en el ejercicio de escoliar y de aprender lo que dijeron los antiguos o los nuevos pero sin la voluntad de hacerse mejor persona, de autogobernarse.

Pero ahora parece escoliarse por escoliarse. Este no pequeño peligro es la justificación de nuestra pregunta original: estamos olvidando el propósito de la filosofía, estamos confundiendo su razón de ser que es la sabiduría. Es también la invitación al pensar. Este peligro no es propio de dicha tarea; cualquier otra actividad que practiquemos puede ser ejercida de tal modo que en vez de manifestar su energía creadora, la mantengamos ausente. Ahora comprendemos por qué esta pregunta nos avecina al encuentro con nuestro ser íntimo, a un profundo encuentro con nosotros mismos. Y nos evoca la pregunta: ¿qué hemos de hacer los profesionales de la filosofía para enfrentar el peligro de difuminar el propósito de la filosofía en la especulación etérea a la que la podemos conducir?


Perspectivas

Gracias a una investigación que los amantes de las palabras (filólogos) han hecho, se nos ha dado de ver que speculo -la versión latina del término griego qewrsw-significaba observar -estar presto a honrar con nuestro servicio a algo- y reflexionar. Quizás antiguamente 'especular' era precisamente "estar al servicio de algo", "estar reflexionando continuamente sobre algo" y para algo, pero por razones inciertas 'especular' pasó a significar solo hablar por hablar.

Parece que de lo único que somos propicios es de estas dudas, que aun así, son ellas mismas meditación. Pero observando esta investigación de los amantes de las palabras se nos exige preocuparnos por el significado literal y exacto de los términos, de los mismos conceptos, pero para tratar de hacernos propicios a esta enseñanza. Esto quiere decir, no que debamos renunciar a investigar conceptos, pues esta puede ser una parte útil para la vida; tampoco dedicarnos solo a ella y sin propósito, pues no es nuestra única actividad ni mucho menos la decisiva. Mejor dicho, quizás lo que debamos hacer sea obedecer el significado hallado de 'especular' y seguirlo, primero reflexionando sobre el pensar, luego observando -prestándonos a honrar-esa reflexión para hacernos propicios con el pensar, para comprometernos con él poniendo en práctica los frutos de su tarea.

Quizás el razonamiento del autor es digno de ser pensado: amar al saber (filosofar) consiste no solo en desear saber todo lo que es posible conocer, no en satisfacer todas nuestras curiosidades queriendo compensar ese apetito voraz por el conocimiento -apetito voraz por el cual quizás somos más bien nosotros los consumidos (Cf. Cristancho, 2005, pp. 51-64)-, sino en comprometerse con ese saber, única manera de ser propicio y grato con ese don que es el conocimiento que nos enseña cómo vivir ordenadamente siempre y en todo.

Quizás ahora sí, bajo la condición de poner en práctica lo que concluimos de lo que pensamos se nos concede ver que justamente ese es el propósito del pensar y del filosofar. Que seamos propicios para desarrollar esta tarea. Quizás esa sea la razón de ser de la filosofía. Si es así, que seamos favorables a ella.Volvamos la mirada sobre nosotros mismos, con atención y concentración, gracias a esa visión, estar, sentir y obrar en y para la paz interior y con todos los seres.

Finalmente, si nos hemos hecho propicios a nobles pensamientos es preciso decir que estos tiempos, como cualquier otro, tienen muchos retos; pero los retos son de todos: por eso, cualquier ejercicio, cualquier práctica del hombre carece de sentido si no es para ayudar a otros seres, si no es una tarea para la comunidad. Es cierto que en la medida en que un profesional de la filosofía enseña a otro ya está dando algo de sí para su comunidad; pero, dadas las condiciones anteriormente dichas, es inevitable que el pensar quede enclaustrado y no sirva nada más que para enriquecer las bibliotecas.

Así, el autor de este escrito propone dos alternativas que se resumen en una: parece manifiesto que al menos los profesionales de la filosofía del mundo tenemos el reto de reunimos en una especie de sínodo o concilio para que por fin nos pongamos de acuerdo en cuál es la tarea comunitaria de la filosofia, cuál es su propósito y de ahí deduzcamos cuál es nuestro compromiso en la existencia.

No se trata de renunciar a las tradicionales prácticas académicas; por el contrario, es necesario distinguir tres niveles:

3. Nivel muy superior: la filosofía pura, en su máxima abstracción, que reflexione sobre los problemas más difíciles para perfeccionar el ejercicio mismo del pensar y que recapacite sobre los problemas pedagógicos de la enseñanza de la filosofía a los que están preparándose en ella; este nivel corresponde al doctorado, la maestría y encuentros de estos pensadores.

2. Nivel superior: la filosofía pura pero aterrizada más para los que se están preparando para ser filósofos o licenciados, nivel en el que se ha de reflexionar sobre la tarea del filósofo y las habilidades y conocimientos que ha de tener para hacerse digno de ese título; del mismo modo que la reflexión sobre cómo transmitir enseñanzas filosóficas a los no-filósofos. Este nivel corresponde al pregrado, a encuentros para licenciados o estudiantes universitarios de filosofía.

1. Nivel básico, para legos: nobles pensamientos, filosofía traducida y tejida en un lenguaje tal que las personas que asisten a los colegios o a las universidades pero no interesados en la filosofía se acercan a ella; también a personas sencillas -sobre todo aquellas que por muchas razones no van a los colegios, o las que aunque fueron, la filosofía no tocó sus vidas- que tengan en ello un apoyo para aprender a asumir mejor los trajines cotidianos de la vida. Corresponde aquí inventar, más allá de las tácticas educativas académicas tradicionales, estrategias de difusión de dichas enseñanzas, que puedan llegar a todos los rincones de nuestra gente, mejor dicho, enseñar en otros sitios diferentes a colegios y universidades y en formas populares.

Todo esto, obviamente, complementado con prácticas comunitarias, pues solo creando colectividad esas enseñanzas tendrán un sentido verdadero.

De este modo, nuestro pensar dará enseñanzas concretas y simples a los problemas cotidianos de la vida y a las personas sencillas que se ocupan de otras cosas, no de filosofar9. Solo así se gestará un cambio esencial en la tarea del pensar de tal manera que trascienda la academia y así retorne a su ley y a su esencia: el ser, la vida y la paz. De este modo nos haremos propicios del título de amantes de la sabiduría.


Notas

1 Es así porque una de las notas esenciales de la educación en Occidente es que la escritura es el medio de aprendizaje preferido; por ello la editorial sirve para difundir lo que se escribe.

2 En efecto, se supone que el concepto es el producto de la abstracción que hace nuestra mente de un objeto; y podría decirse que incluso puede haber conceptos de conceptos (más abstractos aún).

3 Ignoramos la diferencia entre 'concepto' y 'categoría', como también el origen de esta distinción. Desde esta perspectiva un filósofo sería aquel que se dedique a investigar sobre el origen de estos dos conceptos y su diferencia entre sí.

4 Suele decirse que filosofía [filosofea] es amor [f.loj] al saber [sof.a]; pero como siempre creemos que amar y desear son lo mismo, creemos que filósofo es el que desea y desea saber más y más; quizás 'amar' signifique comprometerse en cuerpo y alma con algo, entregarse en cuerpo y alma a ello; de manera que quizás la pregunta del filósofo no sea "Si tanto amo al saber, ¿de qué modo podré obtenerlo?", sino "¿Qué saber es el que amo?"; "¿Qué saber es aquel al que debo entregarme, comprometerme durante mi vida?"». (Cf. Cristancho, (en prensa), p. 108).

5 En efecto, Aristóteles (trad., 1982) distingue cuatro tipos de causas: la material (aquello de lo cual está hecho algo), la formal (la figura que posee), la eficiente (el productor y el modo como fue producido algo) y la causa final (el propósito para lo cual fue hecho algo). Si examinamos, la causa final es la esencial, pues por el propósito se examina qué forma debe tener algo para que efectivamente realice aquello a lo cual se destina; del mismo modo el propósito es el que determina qué material es el más adecuado; y el propósito es lo que provoca que el hacedor ejecute el modo de producción de algo. Por otra parte, la mejor forma de distinguir un objeto de otro es determinando su para qué específico. Por eso nos parece que la esencia de algo está en su propósito.

6 Curiosamente este término griego tambien significaba, según dicen algunos entendidos, 'exhibición', 'exposición'.

7 La versión de José García no es esta sino "nos entretenemos".

8 La versión del traductor aquí es "nos desentendemos".

9 Si bien se ha hablado aquí en particular del filósofo, sin duda esto también puede ser asumido por el sociólogo, el historiador, el psicólogo, el comunicador social y el teólogo.



Referencias

Aristóteles. (1982). Metafísica. (Trad.) Edición trilingüe por Valentín García Yebra. Madrid: Gredos.        [ Links ]

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