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Civilizar Ciencias Sociales y Humanas

versão impressa ISSN 1657-8953

Civilizar vol.13 no.24 Bogotá jan./jun. 2013

 


Irán y Siria, una política exterior cambiante.
Análisis comparado de sus vinculantes internos y sus regiones de influencia
*

Marcela Guerrero Turbay**, Mauricio Jaramillo Jassir***

* El artículo es un avance de investigación que se inscribe en la línea "dinámicas y asuntos internacionales", del Centro de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario.

** Internacionalista de la Universidad del Rosario, profesora de la cátedra La Política Exterior Comparada, de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.
Correo electrónico: marcela.guerrero@hotmail.com

*** Magíster en Seguridad Internacional de Sciences Po Toulouse y en Geopolítica de la Universidad París VIII, aspirante a doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Toulouse I, profesor e investigador del Centro de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario.
Correo electrónico: mauricio.jaramilloj@urosario.edu.co

Recibido: 26 de noviembre de 2012 - Revisado: 21 de diciembre de 2012 - Aceptado: 30 de enero de 2013



Resumen

En los últimos años se han presentado cambios en la política exterior de Siria e Irán que muestran la forma como sus objetivos distan de ser inmutables. Comúnmente se las ha asociado y en algunos círculos se habla de una alianza. No obstante, el siguiente artículo pretende mostrar que aunque existe una convergencia en una serie de temas, sus prioridades en política exterior los alejan. Para ello, el texto se divide en dos partes: en primer lugar, se comparan los vinculantes internos que condicionan la política exterior en cada Estado y en segundo lugar, se contrasta la proyección regional (¿y global?) de las dos naciones. A lo largo del documento, la noción de estudio comparativo de la política exterior de James Rosenau será tomada como referente.

Palabras clave: Estudio comparado de política exterior, proyección regional, interés nacional.



Iran and Syria, a changing foreign policy.
A comparative analysis of their internal links and influence regions

Abstract

In recent years there have been changes in the foreign policy of Syria and Iran, showing how their goals are far from immutable. Typically they have been associated and in some circles they talk of an alliance. However, this paper aims to show that although there is a convergence in a number of issues, their foreign policy priorities put them away. For this, the text is divided into two parts. First, there is a comparison of the internal links that condition the foreign policy in each state. Secondly, regional (and global?) projection of the two nations is contrasted. Throughout the document, the notion of James Rosenau's comparative study of foreign policy will be taken as a reference.

Key Words: Compared study of foreign policy, regional projection, national interest.


L'Iran et la Syrie, une politique extérieure changeante.
Analyse comparée de ses relations internes et ses régions d'influence
.

Résumé

Au cours des dernières années, il y a eu des changements dans la politique étrangère de la Syrie et de l'Iran, en montrant que leurs objectifs sont loin d'être immuables. Communément ils ont été associés dans certains milieux on parle d'une alliance entre les deux pays. Toutefois, l'article essaie de montrer que bien qu'il existe une convergence dans une série de sujets, leurs priorités en matière de politique étrangère les éloignent. Pour ce faire, le texte est divisé en deux parties. En premier lieu, on compare les liaisons internes qui conditionnent la politique extérieure dans chaque État. Deuxièmement, on analyse les contrastes des projections régionales (et dans le monde?) des deux nations. Dans le présent document, la notion d'étude comparative de la politique étrangère de James Rosenau a été prise comme référence.

Mots-clés: étude comparative de la politique étrangère, rayonnement régional, Intérêt national.



Irão e Síria, uma política externa em mudança.
Análise comparativa das suas ligações internas e suas regiões de influência
.

Resumo

Nos últimos anos, realizaram-se mudanças na política externa da Síria e Irão, que mostram a forma como os seus objetivos estão longe de ser imutáveis. Normalmente estão associadas e em alguns círculos fala-se duma aliança. Apesar disso, o artigo seguinte pretende mostrar que ainda que exista uma convergência numa série de temas, as suas prioridades em política exterior afastam-nos. Para ele, o texto divide-se em duas partes: em primeiro lugar comparam-se as ligações internas que condicionam a política externa em cada Estado. E em segundo lugar comparam-se a projeção regional ( e global) das duas nações. Ao longo do documento, a noção de estudo comparativo da política externa, de James Rosenau, será tido como referência.

Palavras Chave: Estudo comparado de política externa, projeção regional, interesse nacional.



Introducción

La comparación como método de estudio de política exterior es una herramienta que permite abordar mejor la cuestión de por qué dos o más Estados (o actores del sistema internacional) reaccionan de forma similar o antagónica frente a un mismo estímulo que se dé en el sistema. Para ello, las teorías de relaciones internacionales no son suficientes ya que dan cuenta de otro nivel de análisis. Estas no estudian la política exterior como tal, sino la política internacional. Dicho de otro modo, el objeto de estudio de esta última no son las acciones de los actores hacia el exterior, sino el sistema internacional como tal. Autores como Allison & Zelikow (1999), Bendor & Hammond (1992), Fearon (1998) y Rosenau (1968) se han enfrentado a la dificultad de que no existan teorías de política exterior.

Se debe recordar que uno de los momentos de mayor profusión de estudios sobre política exterior utilizando el método comparativo se dio en la segunda mitad del siglo XX. Esto se puede explicar básicamente por dos fenómenos (Rosenau, 1968, p. 305). Por una parte, con la multiplicación de Estados en el sistema internacional entre las décadas de los cincuenta y sesenta, se dieron mayores posibilidades de contraste entre un número hasta ese momento inédito de agentes que diseñaban y ejecutaban una política exterior. Precisamente en la comparación se podían generar conclusiones para un conocimiento más preciso del tema. Y por otra, la importancia en ascenso desde la década de los setenta de la República Popular de China marcaba el camino para otros poderes emergentes (o emergentes, si se tiene en cuenta su historia ancestral) con capacidades de influencia sobre el sistema internacional a través de su política exterior (Rosenau, 1968, p. 306).

Teniendo esto en mente, se puede afirmar que mientras más diversos sean los Estados la comparación va adquiriendo más sentido. A su vez, se puede deducir que la emergencia de poderes regionales alternativos a las clásicas potencias occidentales justifica la profundización y ampliación de estudios comparativos en política exterior. Una de las regiones donde mejor se puede apreciar esta dinámica la constituye la denominada zona desoriente Medio y/o Oriente Próximo (dependiendo de la óptica)1. En términos de comparación de política exterior existen dos razones que dan cuenta de la riqueza ilustrativa de los fenómenos políticos que allí suceden.

En primer lugar, se trata de una zona donde los liderazgos han variado de un contexto histórico a otro. A diferencia de otras regiones donde las hegemonías en los últimos 50 años han sido claras (como en Europa con Francia, Alemania y el Reino Unido, América Latina con Estados Unidos, el subcontinente Indio con India y Pakistán), en Oriente Medio los liderazgos han ido cambiando en un relativo corto tiempo.

Por momentos, el líder del mundo árabe fue Egipto y esto se fue desvaneciendo, por las contradicciones entre el discurso exterior prooccidental desde el gobierno de Anuar El-Sadat y una política interna de represión, especialmente en la época de Hosni Mubarak. En otro contexto, ese liderazgo pareció recaer en el Irak de Saddam Hussein, particularmente cuando Occidente y el mundo árabe temían por un contagio de la Revolución Islámica chií en Irán. A su vez, se veía a la Libia de Muammar Gaddafi como un referente de disidencia frente a Occidente y como un ícono de la integración regional no solo en Oriente Medio sino en África. En los últimos meses ha quedado claro que existe un vacío de liderazgos y de potencias en el mundo árabe y que han sido los Estados no árabes de Irán y Turquía los que mejor han sobrevivido a los cambios regionales y globales, como se verá en la parte final del documento. De esta forma, se puede apreciar un dinamismo en la hegemonía de los Estados con pretensiones de liderazgo o de potencia.

En segundo lugar, la diversidad de la región es flagrante, lo cual hace que converjan en un mismo territorio sistemas políticos tan dispares como Arabia Saudí con una monarquía absoluta, Israel con un régimen parlamentario constitucional y con ambiciones religiosas2, Irán con una teocracia, Turquía con un régimen parlamentario-laico y Marruecos con una monarquía constitucional, entre otros. Esta heterogeneidad de sistemas político-culturales pone en evidencia una zona cuya política exterior puede ser comprendida a través del método de la comparación.

La pregunta que surge luego de entender la importancia de la zona desde la lógica comparativa consiste en: ¿cómo emprender el estudio comparado de la política exterior de dos o más Estados de esta región, y más concretamente de Irán y Siria?

Para Rosenau y para los efectos de este documento resulta importante diferenciar el estudio comparado de la política exterior de la política exterior comparada. El primero se basa en la comparación de la reacción de dos o más Estados frente a un mismo estímulo, por lo tanto, la comparación es ante todo un método y no un objeto de estudio (Rosenau, 1968, p. 309). En el segundo, se trata de comparar características en el proceso de la toma de decisiones en política exterior entre dos o más Estados. La comparación no se puede dar entre dos o más sistemas políticos, sino entre dos acciones concretas en política exterior. De allí se desprende la diferencia entre el estudio comparado de la política exterior y la política exterior comparada.

En palabras de James Rosenau:

Existe una diferencia entre alguien que se define como comprometido con el estudio comparado de la política exterior de quien lo hace con el estudio de la política exterior comparada. El primero, como lo argumento, representa un esfuerzo legítimo y con un valor porque conlleva a la formación de un campo de la investigación. En contraste, el segundo refleja una denominación ambigua que solo sirve para perpetuar una moda en vez de establecer un campo de estudio (Rosenau, 1968, p. 309)3.

En síntesis, lo que se pretende afirmar es que el estudio comparado de la política exterior es un campo en construcción, por lo tanto debe evitar caer en simplismos y se debe nutrir de varias categorías de análisis. Partiendo de estas premisas, se entiende que el alcance del estudio comparado de la política exterior consiste en aportar contrastes entre las acciones de dos o más Estados, frente a un estímulo proveniente del sistema internacional o desde la política interna.

A su vez, y como lo plantea el mismo Rosenau, dicho análisis debe contar con una serie de variables que le dan sustento al estudio más allá de lo coyuntural y que dan cuenta de estructuras que sirven para otro tipo de comparaciones en política exterior. Precisamente en uno de los textos fundadores de la política exterior titulado Pre-theories and Theories of Foreign Policy el mismo autor planeta cinco variables a tener en cuenta para abordar la política exterior; la idiosincrasia, el rol, el régimen de gobierno, la sociedad y las variables sistémicas (Rosenau, 1966, p. 43).

La idiosincrasia se refiere a la de los tomadores de decisiones y en particular a sus valores, habilidades y experiencias. El rol se basa en el papel que desempeña el Estado dentro del sistema internacional. El régimen alude a los límites o márgenes de maniobra que se desprenden de la estructura de gobierno. Por ejemplo, en las democracias los gobernantes tienden a tener un margen más estrecho que en aquellos sistemas autoritarios donde los controles sobre el ejecutivo son menos claros. El factor cultural-social tiene que ver con las características de la nación que puedan incidir en la política exterior. El nivel de unidad nacional, la cultura política y los grados de movilización pueden ser ejemplos de dicho nivel de análisis. Y finalmente las variables sistémicas son aquellas externas que escapan al control del gobierno, como las realidades geográficas o posibles agresiones de terceros (Rosenau, 1966, pp. 43). Sin duda, al margen de la voluntad de una administración las variables sistémicas determinan la política exterior.

En consecuencia, se puede afirmar que para lograr un estudio comparado riguroso sobre la política exterior, no solo basta con identificar un estímulo sino que se deben tener en cuenta estas variables que Rosenau sugiere y que dotan al caso de factores estables que estén por encima de la coyuntura, que sirve simplemente como punto de partida para la revelación de dimensiones de dos o más políticas exteriores.

En este mismo orden de ideas, se debe recordar que los estudios de política exterior estuvieron por mucho tiempo sometidos a la lógica de las teorías basadas en la denominada decisión racional (rational choice). Esto se explicaba por la estructura bipolar de la Guerra Fría y que trajo dos consecuencias sobre los estudios de política exterior. De un lado, enfoques etnocéntricos que dejaron de lado zonas periféricas del globo a las que se consideró como inferiores y de menor riqueza desde el punto de vista empírico. Y de otro, en un énfasis restrictivo por la preeminencia de la decisión racional.

Uno de los autores que más han insistido en abandonar el eurocentrismo y las aproximaciones que privilegian la decisión racional (ration choice) como único origen de política exterior es Dietrich Jung.

Para Jung, esta visión surgió del esquema bipolar de la Guerra Fría que soslayó el análisis de casos de África, Asia y América Latina. No obstante, como lo menciona el autor, con el fin de este periodo se hizo evidente el denominado "viraje cultural" (cultural turn) con el desarrollo de las teorías constructivistas sobre política internacional y política exterior. En contraste, el racionalismo weberiano (Zweckrationalität) intentó expandirse a otros escenarios sin que dicha lógica fuese puesta en entredicho, hasta que el fenómeno de la globalización hizo evidente la urgencia por revisar dichos modelos basados en la racionalidad (Jung, 2002, p. 95).

Con este panorama era normal que otros autores abogaran por análisis desde el denominado Tercer Mundo o Sur. Vale la pena resaltar a Mohammed Ayoob (1995), Christopher Clapham y William Wallace (1977), Bahgat Korany (1976) y Jeanne Hey (1997). La mayoría de estos autores, por haber escrito sus textos durante la Guerra Fría, tienen alguna influencia de la escuela de la dependencia y, por ende, enfatizan en las relaciones de producción o en la supuesta supremacía cultural de Occidente sobre la periferia.

La propuesta de Jung va más allá de dicha tendencia estructuralista y se sitúa en el paradigma del constructivismo con el fin de sobrepasar las divisiones artificiales y poco precisas entre Oriente y Occidente. Es más, Jung pone el ejemplo iraní como un caso enriquecedor de política exterior por las posibilidades que su estudio sugiere:

La política exterior de la República Islámica de Irán no podría ser analizada de acuerdo con el antagonismo cultural entre Oriente y Occidente: los tomadores de decisiones iraníes son sensibles a la búsqueda de poderío o de ventajas económicas que inspiran a sus homólogos occidentales, y obligados por la necesidad de legitimar su poder a través de símbolos que revelan gramáticas locales, como el islam chií. El observador debe analizar, en el caso de la política exterior iraní, no una cultura "islámica" unidimensional, sino una amalgama compleja que mezcla elementos de racionalidad de origen occidental con elementos inherentes a una cultura religiosa chiita, y otros que hacen parte de una tradición nacionalista iraní. (Jung, 2002, p. 106).

De acuerdo con estas ideas se puede afirmar que uno de los casos más relevantes en la actualidad para comparar es Irán y Siria. Se trata de dos Estados con una política exterior desafiante, o reivindicativa de acuerdo a sus ópticas. En consecuencia, la idea del presente texto, que recoge los primeros avances de una investigación sobre los contrastes en política exterior entre Irán y Siria, consiste en analizar su proyección regional desde 2000 basándose en dos niveles de análisis: a) los vinculantes internos y b) el efecto que estos suponen sobre su proyección regional.


Vinculantes internos y política exterior en Irán y Siria

Debido al carácter de sus regímenes, la política exterior está determinada por un grupo pequeño de líderes. Sin embargo, la comprensión de la política siria e iraní requiere el conocimiento de su composición sociopolítica y las dinámicas de poder que se derivan de ella. En consecuencia, y aunque parezca contradictorio, se puede observar que la capacidad de actuación de Mahmmoud Ahmadinejad y de Bashar Al-Assad se ha visto limitada por vinculantes internos tales como las características étnicoreligiosas, el régimen político, las disputas por el poder y algunos factores intermésticos5.

En primer lugar, Irán cuenta con una población de casi 80 millones de personas cuyo 98% es musulmán. El 89% profesa el islam chií y 9% el suní. En contraste, Siria es una nación con una población de 22 millones de habitantes cuyo 74% practica el islam suní, el 16% está representado por musulmanes drusos y alauitas y el 10% por cristianos (CIA Factbook, 2012). Tanto en Siria como en Irán, aunque en este último en menor medida, la religión se ha convertido en un elemento de rivalidades entre la población y en el escenario político, lógica en la que un grupo cuenta con superioridad sobre el otro.

Aun cuando el régimen iraní reconoce en su Constitución la libertad de culto, las autoridades islámicas restringen una serie de derechos. Este punto es más problemático en el caso sirio. El régimen de Bashar Al-Assad tiene su base social, especialmente, entre la clase media alta de Damasco y en las minorías confesionales, como los cristianos y los alauitas. Vale decir que estos últimos son el clan minoritario que detenta el poder (Ombline, 2011). De esta manera, encuentra una amplia oposición en la mayoría suní del país, así como en la población kurda. La corrupción, una economía deteriorada, altos índices de pobreza y amplios beneficios para una minoría son los principales motivos de este alto porcentaje de oposición en el país, que como se refleja en la situación actual pone en peligro el régimen alauita. En ese sentido, Irán cuenta con una ventaja y es la homogeneidad religiosa, que a pesar de que no es absoluta le permite generar mayores consensos.

Esto se ha manifestado desde 2000 en temas como el programa nuclear, que aunque le haya valido sanciones, despierta la unidad nacional (Moussavian, 2012). Esta ha prevalecido más allá de las divisiones entre autoridades civiles y religiosas y entre el oficialismo de Ahmadinejad y la oposición que lo acusa de populista. En cambio, para Siria ha sido más difícil hacer frente a la hegemonía Occidental.

En segundo lugar, estos Estados cuentan con regímenes diferentes, aunque comparten la característica de concentrar aparentemente el poder político en una figura. Sin embargo, en ambos sistemas políticos se han generado disputas internas que ponen en tela de juicio la unidad a la que con frecuencia se alude para identificar sus políticas exteriores. En efecto, la lucha interina entre el ayatola Jamenei y el presidente Ahmadinejad en Irán, y entre el presidente Al-Assad y su clan familiar en Siria son un problema latente en la definición de políticas estatales y exteriores.

Por un lado, el régimen iraní actual es legado de la Revolución Islámica de 1979, que obligó a la transición del país de una monarquía absoluta a una teocracia. Así se consagró en la Constitución de 1979, modificada en 1989. Este régimen, basado en la ley coránica o sharia, contempla las tres ramas del poder político como en el resto de sistemas políticos: ejecutivo (presidente y sus ministros), legislativo (Asamblea Consultiva Islámica) y judicial (Tribunal Supremo). No obstante, a esta configuración política se debe sumar un elemento especial: la figura vitalicia del Guía Supremo, que, como parte de la rama ejecutiva, es considerado la máxima autoridad de política —interna y exterior— y religiosa. Así pues, el poder está concentrado en los clérigos chiitas musulmanes, actualmente bajo el liderazgo del ayatola Ali Jamenei. El Guía encuentra el apoyo de sus funciones en la Asamblea de Expertos, el Consejo para el Discernimiento, el Ejército y los Guardianes de la Revolución (Casa Árabe e Instituto Internacional de Estudios Árabes y del Mundo Musulmán, 2009, p. 5).

Ahora bien, de este complejo sistema político es importante destacar que tanto el presidente como el Guía Supremo deben mantener la cordialidad en sus relaciones. Aunque el presidente es una figura política destacada se encuentra supeditada a las decisiones del líder y, como se afirmó anteriormente, las diferencias entre Jamenei y Ahmadinejad son cada vez mayores y las tensiones crecientes.

El quiebre en la relación entre Jamenei y Ahmadinejad se dio a partir del desacuerdo al nombramiento de Heydar Moslehi, fiel partidario del ayatola como ministro de Inteligencia. El presidente iraní decidió deponer a Moslehi, quien fue reintegrado inmediatamente por el ayatola. Como rechazo a la decisión del Guía Supremo, Ahmadinejad se abstuvo de presidir las reuniones de su gabinete y se ausentó por un tiempo de la vida política del país (The Guardian, 2011).

La oposición iraní ha especulado que Jamenei tiene grandes preocupaciones sobre un posible exceso de poder de Ahmadinejad, especialmente por dos posiciones clave en el gabinete: el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ministerio de Inteligencia, donde tradicionalmente esta autoridad religiosa tiene influencia (The Guardian, 2011). De ahí la necesidad de tener una pieza confiable como Moslehi.

De cualquier manera, la acción del presidente iraní fue vista como un desafío al poder del Guía Supremo y le ha generado todo tipo de críticas de los conservadores religiosos.

Asimismo, Ahmadinejad ha perdido apoyo en el Parlamento. De lo anterior, da cuenta el rechazo a la propuesta hecha en 2011 de reducir la cantidad de ministerios, fusionando aquellos que él consideraba podrían ir en una misma línea, como es el caso del Ministerio de Petróleo y de Energía. Sumado a esto, las elecciones de este año hacen prever un resto de mandato hostil para el presidente persa (su periodo termina en 2013), ya que aproximadamente 102 de los 197 escaños pertenecen a la corriente más conservadora del país (El País, 2012).

En el plano exterior, las diferencias entre los líderes iraníes son evidentes. Aunque exista unidad nacional respecto al uso civil de la energía nuclear, la posición del ayatola y el presidente frente a la negociación con las potencias occidentales difiere. Por un lado, Jamenei está dispuesto a negociar, a pesar de su rechazo a Occidente, y en este sentido mantiene en su compromiso de no producir armamento nuclear, lo cual se justifica en un principio del islam que proscribe la posesión de este tipo de armas. Por otro, Ahmadinejad se niega a entablar conversaciones y se niega a aceptar las condiciones del denominado Grupo 5+1 (los miembros del Consejo de Seguridad —Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido— y Alemania). A pesar de los disensos entre Jameini y Ahmadinejad, el poder de decisión está en manos del Líder Supremo (Maloney, 2012).

Por otra parte, la República Árabe de Siria tiene un régimen secular de tipo autoritario. Su configuración está dada por el golpe de Estado de 1963 del Partido del Renacimiento Árabe Socialista, más conocido como el Baaz o Baath. Este movimiento político se inspiró en el panarabismo, el laicismo y el socialismo árabe (Devlin, 1991, pp. 1396). Se puede decir que ha sido uno de los principales vehículos políticos en el país en la segunda mitad del siglo XX. Ahora bien, en 1970 se produjo otro golpe liderado por quien era el ministro de Defensa de la época, Hafez Al-Assad. Este hecho cambió dramáticamente el destino de Siria.

La estrategia de Hafez Al-Assad entre 1970 y 2000 fue idear una cadena de mando que empezaba y terminaba en su figura, y en la que cada proceso de decisión dependía directamente de él. Es decir, existía una total concentración de los poderes públicos en la figura del presidente (Álvarez-Ossorio & Gutiérrez de Terán, 2009).

En 2000, Bashar Al-Assad asumió el poder, y a pesar de que se esperaba un cambio de rumbo, este continuó con el legado de su padre. Es menester recodar que los objetivos del régimen no habían cambiado y de esta forma, por más que hubiese un cambio de figura, las prioridades se mantenían. Cabe añadir que su margen de maniobra en Siria ha dependido del Estado de Emergencia con el que se gobierna en el país desde el golpe militar. En este esquema se toman medidas que restringen los derechos civiles, sociales y políticos, y por lo tanto se reprime cualquier muestra de oposición.

Para garantizar un orden interno y asegurar las lealtades en el seno de las fuerzas armadas y en el sector de la seguridad, Al-Assad mantuvo una estructura de poder definida por sus más cercanos familiares, fuerzas militares y otros colaboradores de la secta alauita(Ghadbían, 2001, pp. 626).De esta forma, los sectores clave de la estabilidad en Siria están en manos de los alauitas, con lo cual el presidente tiene la certeza de que estos lo acompañarán sin condiciones, ya que una caída de Bashar Al-Assad podría significar una derrota para dicha comunidad, que por años ha gozado de privilegios.

No obstante, no se debe confundir la concentración del poder en la época actual con la de Hafez Al-Assad, quien era conocido como 'el León de Damasco'. La principal diferencia con respecto a la etapa de su padre radica en que el ejercicio de poder en la Siria actual se basa en un tándem y no en una única persona6 (Álvarez-Ossorio & Gutiérrez de Terán, 2009, p. 270).

Ahora bien, a pesar de que el presidente Al-Assad se ha preocupado por garantizar lealtades entre figuras clave del alauismo, en el seno de su familia existen fragmentaciones que hacen pensar en debilidades estructurales del régimen actual. Para entender esta idea, es prudente señalar que dentro del ámbito familiar más reducido de los Al-Assad se deben diferenciar dos grandes ramas. Por un lado, la formada por los hijos y el hermano de Hafez Al-Assad: Bashar, Maher y Rafit, respectivamente. Y por otro, los Majluf, hijos de los hermanos de la madre de Bashar, y los Shalish, hijos de la tía paterna de Bashar (Álvarez-Ossorio & Gutiérrez de Terán, 2009, pp. 268-269).

En la actualidad, existe una ambigüedad respecto a las rivalidades de poder que han empezado a predominar en la familia Al-Assad, debilitando la unidad que debería representar el presidente. Esto ha condicionado los procesos de decisión tanto en política interna como exterior. La disputa más clara es aquella entre Maher Al-Assad (hermano del presidente) y Assef Shawkat7 (cuñado del mismo). El primero, cabeza de la Guardia Presidencial, y el segundo, jefe de las Fuerzas Armadas del Estado. Se habla de un altercado familiar entre ellos cuando en 1999 Maher Al-Assad disparó a su cuñado en medio de un ataque de furia.

Asimismo Maher Al-Assad ha sido protagonista de duras represiones cuando ha considerado que el régimen enfrenta una amenaza. Esto ocurrió en 2008 en un amotinamiento en la prisión de Sednaya, brutalmente reprimida bajo sus órdenes. En la actualidad, como comandante de la cuarta división, ha liderado la represión contra los manifestantes. Esta cuarta división es la heredera natural de las brigadas de defensa, el cuerpo de represión de Hafez Al-Assad utilizado como instrumento en la revuelta de 1982, cuando la Hermandad Musulmana en Hama se reveló contra el gobierno. En ese momento, los 50.000 hombres que componían dichas brigadas dieron de baja a entre 10.000 y 30.000 personas en el transcurso de tres semanas (Ayad, 2012).

Sin embargo, el impacto de las divisiones en el seno de los Al-Assaden la viabilidad del régimen actual no es claro. Hasta el momento el régimen se ha proyectado como unificado y fuerte. En esta lógica, la crisis siria de 2011-2012 ha sido representativa, ya que ha existido un apoyo irrestricto de los militares, pues continúan con la opresión y no ha habido declaraciones en contra del régimen, ni renuncias de los altos cargos. Esto se debe en gran medida en que las cúpulas militares son en su mayoría alauitas y ven en la caída de Al-Assad una pérdida de influencia y poder en el país, como se mencionó anteriormente.

Así pues, las divisiones internas, en algunos casos, les han restado unidad a las políticas exteriores de Irán y Siria. Este punto revela una problemática interesante en política exterior y es el impacto que tiene la homogeneidad y el consenso en la proyección de los intereses de un Estado.

En tercer lugar, los factores intermésticos, es decir aquellos que se enmarcan en algún punto entre lo internacional y lo interno, ejercen influencia en la capacidad de acción de un líder político en el sistema internacional y han determinado la proyección regional de Irán y Siria, como se verá a continuación.


La proyección regional: Irán con margen de maniobra y una Siria aislada

Mahmmoud Ahmadinejad ha procurado tener influencia en el sistema internacional. Empero, las ambiciones por fungir como potencia regional no se agotan en lo nuclear y el papel de Irán en la reconstrucción de Irak y Afganistán es un elemento clave, hasta ahora desapercibido en algunos círculos. Habida cuenta de la importancia de Irán para la población chií en estos países (sobre todo en Irak, donde es mayoría), Teherán goza de un margen de maniobra aún no explotado, pero que podría surgir en el mediano plazo.

Para Irán existen dos hechos que son clave en su posicionamiento regional:

  1. La llegada inesperada de Mahmmoud Ahmadinejad ha renovado los ideales de la revolución y ha atraído la atención de la comunidad internacional. Esto ha provocado un debate interno acerca del papel de Irán en el mundo y ha revaluado la posición de la comunidad internacional frente a Teherán, ya que en el último tiempo se han endurecido las sanciones que buscan aislar al régimen. A pesar de ello, Irán se puesto en el centro de la agenda global.

  2. La mal llamada 'primavera árabe' (por razones que se explicarán más adelante), constituida por un grupo de revueltas desde Túnez con un alcance regional aún desconocido, fue vivida por las autoridades de Teherán con anterioridad, específicamente en 2009 con la reelección del actual presidente. Esta anticipación le ha permitido a Irán observar desde la distancia lo ocurrido en el mundo árabe y podría capitalizar el nuevo contexto.

En el caso de Siria, Bashar Al-Assad busca posesionar a su país como una pieza clave en la dinámica regional e internacional tras años de aislamiento. Esto se debe a dos factores:

  1. Una transición que comenzó con el fallecimiento de su padre, Hafez Al-Assad, en 2000 y que condujo al poder a Bashar Al-Assad. Este no ha podido gestionar con éxito el legado de su padre ni dentro de su partido político, ni en la población. Ambos se han convertido en vinculantes internos que condicionan de forma negativa su política exterior.

  2. Siria ha perdido margen político regional ante las acusaciones de participación en el asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri en 2005. La presión internacional al régimen de Al-Assad provocó una pérdida de legitimidad en la región, que Damasco ha buscado subsanar siendo parte activa en Oriente Medio. Se debe recordar que desde el tránsito de las guerras árabe israelíes hacia el conflicto entre palestinos e israelíes la importancia de Siria en el Líbano fue aumentando en la medida en que la llegada masiva de palestinos condicionaba el devenir del denominado país del Cedro (Khalidi, 1985, p. 495). Esto le permitió a Damasco una proyección regional acompañada de un prestigio que desde la muerte de Hariri se ha venido deteriorando hasta alcanzar su máxima expresión en el conflicto actual, que incluso ha puesto en entredicho la unidad territorial siria.


El margen sirio en su zona de influencia

El retiro de Siria del territorio libanés luego de la muerte de Rafiq Hariri tuvo dos efectos negativos en su política exterior regional. De un lado, y como resulta obvio, perdió margen de acción en el Líbano y su prestigio fue seriamente puesto en entredicho. El asesinato de Hariri fue asumido como una muestra de exceso de poder injustificable de parte de los servicios de inteligencia y de seguridad sirios. Y de otro lado, este retiro hizo que Hezbolá ganara autonomía con respecto al régimen de Bashar Al-Assad. A pesar de este panorama que parecería de hostilidad hacia Siria, Damasco cuenta con una serie de oportunidades que, de ser capitalizadas, podrían redundar en su proyección exterior. En este aspecto, se deben resaltar tres temas que pueden revigorizar la influencia regional siria: el interés internacional por evitar una agudización de la crisis en Oriente Próximo, el involucramiento sirio en la reconstrucción de Irak y su papel en la reconciliación de Israel con el mundo árabe.

En lo que tiene que ver con el primer tema, se debe recordar que Siria se ha posicionado en el último tiempo como un actor necesario para la estabilidad regional. No obstante, se debe traer a colación que el conflicto árabe-israelí ha tenido efectos contradictorios para los intereses de Siria. Se puede decir que la intifada palestina de 2000 dilató de forma indefinida la posibilidad de solución pacífica con Israel a propósito de los Altos del Golán, que Tel Aviv controla desde la Guerra de los Seis Días. A partir del levantamiento palestino, las posibilidades de recuperar dicho territorio mediante una negociación con Israel se complicaron.

Esto es algo que se ha hecho visible en los últimos años, como consecuencia del cambio en la correlación de fuerzas entre los diversos actores de la región. En el pasado reciente, Siria trató de combatir a Israel a través de Hezbolá. Empero la autonomía que ha ganado la milicia chií con respecto a Damasco ha obligado a este último a revisar su postura frente a Israel y al Líbano.

En cuanto a Israel, es menester recordar que luego de la denominada Guerra de los 33 Días entre el Estado judío y Hezbolá, Siria recibió a unos 200.000 refugiados libaneses ante la sorpresa de Beirut y de observadores internacionales (Volker, 2006) que esperaban una postura de hostilidad de dicho régimen luego del retiro de las fuerzas sirias del territorio libanés, en el contexto de la muerte del ex primer ministro Hariri.

A pesar de ello, la existencia del conflicto entre Israel y los palestinos hace de Siria un actor imprescindible para la estabilidad regional. Esto se puede observar en la postura de Perthes Volker, del Council on Foreign Relations, quien en 2006, en pleno auge de la Revolución del Cedro en el Líbano, admitía que:

Los líderes de Occidente deben aprovechar esta posibilidad para involucrar de nuevo a Damasco, reconociendo que Siria es un actor relevante que no puede ser ignorado, so pena de generar mayor inestabilidad. Tomando en consideración los intereses legítimos de Siria, se debe persuadir a Al-Assad para trabajar de manera constructiva con el gobierno libanés, en conjunto con los esfuerzos internacionales, para estabilizar el Líbano, para retirar el apoyo a fuerzas que debilitan un acuerdo entre israelíes y palestinos y preparándose para un acuerdo de paz con Israel. Todo esto debe llevar a disociar la agenda de Siria en el conflicto árabe-israelí de la de Irán en ese tema (Volker, 2006)8.

Se resalta esta postura porque se trata de uno de los centros de pensamiento y generadores de opinión más influyentes en la política exterior de Estados Unidos. A diferencia de Irán, Siria tiene una postura más pragmática con respecto a dos temas de sensibilidad para Occidente: el terrorismo e Israel. En lo que tiene que ver con el primero, Siria ha adoptado una postura de cooperación que, aunque puede ser rebatida por sus lazos con Hezbolá, ha servido de materia prima para una cooperación efectiva con Estados Unidos en temas regionales. Y aunque no reconozca a Israel, su posición frente a Tel Aviv está lejos de ser actualmente beligerante. La necesidad apremiante por recuperar los Altos del Golán la obliga al pragmatismo. Ciertamente, Damasco es consciente de la imposibilidad de hacerlo por la vía militar.

A su vez, se deben recordar algunas de las recomendaciones elaboradas por el Grupo de Estudios sobre Irak. Este fue creado por iniciativa del Congreso de Estados Unidos en 2006 para que un grupo bipartidista de expertos en política exterior, en cabeza de James Baker (republicano) y Lee Hamilton (demócrata), pudiesen generar propuestas para mejorar la situación en ese país. En el documento final del reporte del grupo aparece la siguiente recomendación sobre la postura que debe asumir Washington respecto a Damasco e incluso a Teherán:

Negociar con Irán y Siria es polémico. No obstante y de acuerdo con nuestra visión de la diplomacia, una nación debe comprometer a sus adversarios y enemigos con el fin de resolver los conflictos y las diferencias de acuerdo a sus propios intereses. En consecuencia, el Grupo de Apoyo debería comprometer activamente a Irán y a Siria en un diálogo diplomático sin condiciones previas (Baker & Lee Hamilton, 2006, p. 36)9.

Así se puede constatar que el tema de Irak, sin duda, sigue siendo una oportunidad para Siria. Ahora bien, vale decir que esta posibilidad depende de la forma en que el gobierno de Damasco lo maneje.

Aunque no lo parezca, la crisis del liderazgo actual en el mundo árabe podría ser otra ventana de oportunidades para Siria. El desprestigio de las hegemonías árabes tradicionales que culminaron con la caída de Hosni Mubarak en Egipto da cuenta de una Siria que, en contraste con sus pares árabes (Egipto, Irak, Libia), mantiene su proyecto político erguido desde 1971 y pasado por una transición que no ha sido fácil desde 2000.

En resumen, se puede apreciar la necesidad occidental de utilizar a Siria para la estabilización de Oriente Medio en tres frentes concretos: Irak, Afganistán, y la reconciliación entre el mundo árabe a Israel. Por ende, a pesar de la crisis interna, las posibilidades de proyección sirias son claras.


Irán: el despertar islámico y no una primavera árabe

La proyección iraní en los últimos años se ha visto condicionada a alguna de las disputas internas mencionadas anteriormente. A pesar de ello, Irán cuenta con un margen de acción que le puede permitir incidir en el destino de Oriente Medio. La llegada al poder de Ahmadinejad ha entrañado una serie de dificultades en la relación con algunas potencias occidentales que ven con desconfianza y temor el programa nuclear iraní.

Esto ha conducido, incluso, a que Israel haya contemplado el uso de la fuerza como medio de disuasión (Bumiller, 2012). Este anuncio se efectuó con el fin de que Irán se abstuviese de intentar cualquier cambio en la correlación de fuerzas entre los Estados de la zona, que en la actualidad es notablemente favorable a Israel, tomando en cuenta el arsenal nuclear con el que se supone que cuenta Tel Aviv.

En este punto es prudente aclarar la posición de Irán frente a Israel. Desde la llegada de Ahmadinejad ha habido una estigmatización del presidente iraní en la que, cabe aclarar, que él ha contribuido de forma directa e indirecta. A pesar de las acusaciones de negacionismo10 en su contra y de una supuesta voluntad para borrar a Israel del mapa, no existe certeza acerca de una vocación bélica de Teherán en esta vía. Con respecto a las polémicas declaraciones en las que supuestamente Ahmadinejad había propuesto borrar a Israel, dicha idea aún no ha podido ser comprobada. Es más, la propagación de esta información se pudo haber debido a una instrumentalización en algunos círculos conservadores en Estados Unidos interesados en desprestigiar al presidente iraní.

En 2006, en plena polémica sobre las declaraciones del presidente iraní, Ethan Bronner, en un artículo publicado el New York Times, ponía en evidencia las dudas sobre el significado de lo expresado por Ahmadinejad sobre Israel:

"Ahmadinejad no dijo que fuese a borrar a Israel del mapa, porque dicha expresión no existe en persa" anotó Juan Cole, un especialista en Oriente Medio de la Universidad de Michigan y crítico de la política estadounidense, quien ha afirmado que el presidente iraní fue mal citado. "Él dijo que esperaba que el régimen judíosionista que ocupa Jerusalén colapsara".

Jonathan Steele, columnista del diario de izquierda londinense The Guardian, matizó esta postura afirmando que: "El presidente iraní estaba citando una declaración del pasado, hecha por el primer líder islámico iraní, el antiguo ayatola Khomeini, en la que se decía que 'ese régimen que estaba ocupando Jerusalén debía desaparecer de la página del tiempo' de la misma forma como el régimen del 'Sha' lo había hecho". Él no estaba amenazando militarmente, sino que estaba haciendo un llamado para que se cesara la ocupación de Jerusalén en algún momento del futuro. La expresión de "la página del tiempo" sugiere que no se esperaba que esto ocurriese pronto11 (Bronner, 2006).

De lo expresado por Bronner y sustentado en la opinión de Steele y de Cole se puede percibir un ambiente de hostilidad hacia Irán y una necesidad de justificar la imagen del presidente iraní como un enemigo de Occidente. Ahora bien, cabe anotar que Ahmadinejad también se ha encargado de provocar a las autoridades de Washington y de Tel Aviv.

A su vez, es claro que su figura encarna un sector de la política iraní abiertamente hostil a Israel, Estado al que el presidente se refiere con frecuencia como un ilegítimo. Esa postura es flagrante e innegable.

Sin embargo, lo que se ha querido subrayar es que no existe certeza sobre la disposición del primer mandatario iraní de atacar militarmente a Israel. Si esto último es cierto, ¿qué hecho explicaría la hostilidad de Occidente y de algunos vecinos de Irán al régimen de Ahmadinejad? Dos acontecimientos puntales dan cuenta de ello.

En primer lugar, fueron claves las expectativas que algunos Estados de Europa Occidental y Estados Unidos albergaban en las elecciones presidenciales iraníes de junio de 2005. Hasta ese momento, Irán había sido gobernado por Mohammad Khatami (1997-2005), un reformador moderado que había allanado el camino para un acercamiento a Europa y una distensión con Estados Unidos luego de tres décadas sin relaciones diplomáticas.

En ese momento, la mayoría de medios de comunicación daba por descontado la victoria de Abkar Hashemi Rafsanjani (1989-1997), quien había sido antecesor de Khatami ('Victory for a religious hardliner in Iran', 2005). Durante estos dos gobiernos, Irán había moderado su política exterior hacia Occidente y por ende hacia Washington. En consecuencia, con la victoria de Rafsanjani las expectativas por avanzar en ese campo eran evidentes. Incluso se llegó a contemplar la posibilidad de un restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos en caso de su triunfo.

A pesar de este contexto, Ahmadinejad ganó los comicios en segunda vuelta, contra todos los pronósticos iniciales. Hasta ese momento su figura era desconocida, pero se sabía de su carácter conservador por su pasado como miembro de la Guardia Revolucionaria (Cuerpos de la Guardia Revolucionaria). Un grupo paramilitar que apoya las labores de seguridad del Estado. Hasta la actualidad, se ha especulado sobre la participación de Ahmadinejad en la toma por la fuerza de la embajada de Estados Unidos en 1979, luego del triunfo de la revolución, hecho que desencadenó en la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos Estados. Con este tipo de antecedentes y con algunas declaraciones del recién elegido Ahmadinejad, la relación se fue deteriorando hasta llegar a un nivel de distanciamiento infranqueable como ocurre en la actualidad.

En resumidas cuentas, luego de los gobiernos moderados en política exterior de Rafsanjani y Khatami, se esperaba otro mandato que profundizara dicha distensión. Sin embargo, Ahmadinejad significó un retorno a la ortodoxia de la revolución. La hostilidad de Estados Unidos ha buscado un cambio interno en Irán para que un moderado vuelva al gobierno.

La segunda razón que explica la hostilidad de algunos Estados de Oriente Medio y de Washington hacia Irán tiene que ver con su carácter chií, que lo proyecta como un régimen en el que difícilmente podrán entrar las ideas modernizadoras, como ha ocurrido en algunos Estados musulmanes de la región. En otras naciones de la zona, el nacionalismo árabe permitió que dicho carácter estuviera por encima incluso del islam. Tal es el caso de Siria. En esa nación se puede decir que el principal factor de unidad es el carácter árabe, y por supuesto el vehículo de todas las reformas: el partido Baath, como se mencionó anteriormente. La figura de Al-Assad se inscribe en el partido. En este escenario el islam es un factor de división entre las comunidades sirias y la unidad surge de elementos más políticos.

En contraste, en Irán la religión es un elemento fundamental de la unidad nacional, así el islam chií no sea la única religión y exista una cohabitación entre las comunidades de persas, azeríes, kurdos, musulmanes, cristianos ortodoxos y judíos, entre otros.

Al margen de esta hostilidad, Irán cuenta con una oportunidad histórica para incidir como líder o potencia en la región. Esto se debe a la mal denominada 'primavera árabe' y a la evolución del conflicto árabe-israelí.

En cuanto a la 'primavera' en cuestión, se debe recordar que Irán fue uno de los primeros Estados en enfrentar una serie de manifestaciones con rasgos que luego se reprodujeron en Túnez y Egipto. Este fenómeno tuvo lugar a mediados de 2009 y se produjo con la controvertida reelección de Ahmadinejad. Las manifestaciones siguieron el mismo patrón de otros Estados árabes que vivieron las conocidas revoluciones. Se trataba de manifestantes jóvenes identificados con un color (el verde en el caso de Irán) y movilizados con el apoyo de las redes sociales y de mensajes de texto de sus teléfonos móviles. Incluso en algunos medios se le calificó a este episodio como la 'Primavera de Teherán'. Este fue el título del diario francés Libération (Ghadiri, 2009), que hacía entrever una revolución como las que luego tuvieron lugar en Túnez y Egipto. A pesar de estos disturbios, el gobierno de Ahmadinejad se posesionó y ha podido llevar a término los cuatro años de su segundo mandato.

Con la aparición de la 'primavera árabe', la postura de Irán ha diferido de la de Occidente a la hora de abordar el fenómeno. En Teherán se denomina al proceso como 'Despertar Islámico', un nombre que refleja con mayor precisión lo ocurrido en algunos Estados árabes en el último tiempo. El nombre de primavera tiene la carga del recuerdo de la 'primavera de Praga' de 1968, un intento por flexibilizar el anquilosado régimen pro-soviético en Checoslovaquia. En ese momento lo que exigían los manifestantes checoslovacos eran mayores libertades, inspirados en las reformas liberalizadoras de Alexander Dubcek. En ese entonces, sin duda, se trataba de un intento claro de democratización.

En contraste, aún no se sabe en qué puede terminar la revolución en Túnez, Egipto, y en alguna medida en Yemen y Baréin, donde se produjeron manifestaciones espontaneas contra dichos regímenes. Lo que sí se puede afirmar es que la causa de la emancipación no tiene que ver con un intento por democratizar, como ocurrió en la Checoslovaquia de 1968.En contraste, las reivindicaciones estaban orientadas a tres aspectos: a exigencias ligadas a las condiciones de vida materiales, al rechazo del autoritarismo y para el reconocimiento del islam como elemento de la unidad nacional. Dicho de otro modo, lo que tienen en común estas revueltas es una emancipación frente a la laicidad impuesta por la fuerza, como ocurrió particularmente en Egipto, Túnez y Yemen. En los tres casos, Hosni Mubarak, Zine El Abidine Ben Ali y Ali Abdullah Saleh cometieron todo tipo de abusos contra los derechos humanos y excluyeron del juego democrático a partidos cuya orientación política estaba influida por el islam. Todo ello, en nombre de la lucha contra el fundamentalismo religioso.

En este contexto del 'Despertar Islámico', Irán cuenta con un nuevo ambiente regional en el que la hostilidad tradicional del mundo árabe puede ser sustituida por un nuevo orden regional que reposicione al islam como elemento configurador de la zona, por encima del factor árabe. Ese cambio sería una ventaja para Irán.

La otra posibilidad que cambia el escenario para Teherán tiene que ver con la evolución reciente del conflicto entre Israel y los palestinos. El patrón de conflicto en el que Israel había resultado victorioso ha venido cambiando contundentemente desde los ochenta. En las guerras de 1948, 1956, 1967 y 1973, Tel Aviv no tuvo inconvenientes en demostrar su superioridad militar. Esto le significó un prestigio mundial y provocó serias fracturas en el mundo árabe.

A pesar de todo esto, la ocupación israelí del Líbano desde 1982 modificó el escenario regional. Su presencia en territorio libanés desencadenó el surgimiento de Hezbolá, que en una campaña de 18 años hizo inviable la presencia militar israelí en el Líbano. Esta se constituyó como la primera derrota política-militar para Israel. Posteriormente en 2006, durante la denominada Guerra de los 33 Días, Hezbolá volvió a demostrar una capacidad militar sorprendente para resistir la ofensiva israelí. De esta forma, Tel Aviv tuvo que soportar el retiro del Líbano en agosto de 2006 sin haber conseguido el objetivo: la derrota militar del 'Partido de Dios'.

En este escenario en el que Israel se enfrenta a actores irregulares, no ha podido obtener ninguna victoria representativa y por el contrario, aquellos que se oponen a su existencia, como Hamás y Hezbolá, ganan cada vez más popularidad en el mundo musulmán, especialmente en sectores de la sociedad civil decepcionados de la política tradicional.

Una de las manifestaciones más fehacientes del fenómeno en el caso de Hamás fue el resultado de las elecciones legislativas de 2006. En la preparación de los comicios el movimiento demostró una capacidad de organización y efectividad que hasta el momento pasaba inadvertida, por lo menos en Occidente. Como primera medida se negoció una tregua (hudnah) con Israel que le permitió concentrar esfuerzos en las elecciones palestinas. Y luego, la propuesta basada en tres temas esenciales para el común de los palestinos como la seguridad, la corrupción y el desempleo le permitió ganar terreno político (Zweiri, 2006, p. 677).

En lo que respecta a Hezbolá, basta con leer algunas declaraciones de intelectuales árabes que no son simpatizantes de dicho partido pero que reconocen su lucha como legítima e incluso la admiran. Tal es el caso del cineasta Youssef Chaine, quien alguna vez afirmó: "Puedo estar en desacuerdo ideológico con Hezbolá, pero hay un punto común entre nosotros. Es que esos combatientes atacan a las fuerzas de ocupación israelíes en el Líbano y yo apoyo dicha causa desde El Cairo, con todo lo que poseo en fuerza y en vida"12 (Perin, 2000).

Hasta el momento, tanto Hezbolá como Hamás han sido los únicos actores capaces de resistir ofensivas israelíes de carácter militar. Detrás de todo ello, está Irán y su estrategia de influencia en el Oriente Próximo por la vía de estos actores irregulares/regulares (dependiendo del escenario).Con esta dinámica puede obtener réditos políticos en el mediano plazo.

De esta forma, tanto el 'Despertar Islámico' como el cambio en los patrones de conflicto entre Israel y el mundo musulmán pueden reconfigurar el margen de acción iraní. Esto no quiere decir que su alcance regional vaya a ser flagrante o su influencia inmediata, solo se insiste en que se trata de un escenario favorable para Teherán, cuya traducción en una realidad depende de otros factores de política exterior.


Conclusiones

Contrastes a partir de estímulos: un estudio comparado de la política exterior

A pesar de algunas características que comparten Siria e Irán, como el carácter chií de quienes ejercen el gobierno y una clara disidencia frente a Israel, en el último tiempo se ha dado una serie de estímulos que ponen al descubierto contrastes en posturas y acciones en política exterior. Esto confirma una diferencia sustancial entre la comparación en el campo de los regímenes políticos y la comparación en política exterior. Si se tratara del primero, el objeto de la comparación serían las similitudes y semejanzas de los sistemas políticos de Irán y Siria. En el segundo campo, se ha podido apreciar una serie de cambios en acciones en política exterior frente a circunstancias en transformación entre las que se destacan el periodo de transición en Siria y algunos cambios en la política interna en Irán. Para Damasco, la transición entre Hafez Al-Assad y Bashar Al-Assad en 2000 constituyó una transformación importante en la proyección regional y en cuanto a Teherán, el cambio se puede percibir con la llegada inesperada de Mahmmoud Ahmadinejad y la radicalización de la posición internacional frente a Irán.


¿Un nuevo rol para Irán y Siria?

Desde que se produjeron dichos cambios, y a pesar de las críticas en el escenario global a sus posturas internas y exteriores, el margen de acción de ambos Estados así como su proyección regional se ha visto favorecido. Los siguientes hechos dan cuenta de un nuevo papel que pueden desempeñar y que los convierte en actores imprescindibles para la estabilización de algunas regiones de Oriente Medio:

  1. La posguerra en Irak y el papel que ambos deben desempeñar en la reconstrucción del Estado iraquí. Para ello, basta ver la posición de los gobiernos de Irán y Siria sobre la incidencia del posconflicto iraquí en sus territorios, así como la conciencia de algunos sectores en Estados Unidos por involucrarlos en el proceso de reconstrucción iraquí.

  2. La denominada 'primavera árabe' y la ausencia de interlocutores árabes que ella supone entre Occidente y la región. Esta circunstancia significa la posibilidad de afirmación de Irán y Siria como potencias regionales, más allá de que puedan o no desempeñarse como líderes en la zona.

  3. La lucha contra el terrorismo en Afganistán es uno de los temas en los que existen coincidencias entre Teherán, Damasco y algunas potencias occidentales involucradas en la reconstrucción afgana. Un objetivo en concreto que coincide con las partes tiene que ver con evitar un retorno de un islam radical que atente contra la vida de la población chií en Afganistán. Para ello, Irán y Siria pueden ser importantes.


El pragmatismo en política exterior: una serie de retos hacia el futuro

El pragmatismo en política exterior del que ambos han hecho prueba pone de manifiesto una capacidad de reinvención y adaptación que reduce sus vulnerabilidades frente a algunos de los vinculantes internos.

En Irán, se debe resaltar una carta enviada en 2006 por Ahmadinejad a George W. Bush apelando "a la razón" para la solución del tema nuclear ('La lettre de Mahmoud Ahmadinejad à George W. Bush', 2006). Este hecho no deja de ser paradójico y sorprendente si se toma en consideración el carácter teocrático de Irán en el que la razón está sometida a la religión. A pesar de la radicalización en algunos temas desde la llegada de Ahmadinejad, este hecho confirma la capacidad de adaptación iraní incluso en temas como la razón y la religión, en el que existe una ortodoxia de Teherán. Siria, por su parte, ha develado un sentido pragmático en aras de la recuperación de su credibilidad y margen de maniobra en el Líbano. Asimismo se ha valido del pragmatismo para defender su interés nacional recuperando los Altos del Golán.

¿Qué busca cada uno con este pragmatismo? En el caso de Irán, aspira a ganar un espacio regional en un ambiente que tradicionalmente le ha sido hostil (especialmente desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979). En contraste, Siria aspira a un reposicionamiento luego del fracaso del liderazgo árabe expresado en el 'Despertar Islámico' o en la 'primavera árabe'.

Con miras al futuro, vale la pena plantearse dos preguntas clave, a la luz de los cambios recientes en el escenario territorial y que pueden definir la proyección regional de Irán y de Siria.

En primer lugar, ¿qué postura deberán asumir frente a un nuevo proyecto político del islam, cuya expresión más paradigmática podría ser el partido Ennahda, en Túnez? Se trata de un movimiento con bases islámicas, pero que desde finales de los ochenta ha moderado su discurso. Esta faceta de pragmatismo podría significar un islam maduro y de él podría surgir un régimen político que se aleje del modelo teocrático iraní ortodoxo y del esquema laico turco. Más allá de esta definición, la postura a asumir es un reto para Teherán y Damasco.

Finalmente, y como consecuencia de lo anterior, de producirse un cambio de regímenes en la región, Siria e Irán enfrentan un mismo reto: ¿cómo legitimar regional y globalmente sus gobiernos para que estos no sean percibidos como anacrónicos? La reacción de ambos será, sin ninguna duda, un caso de estudio en el mediano plazo para un análisis comparado en política exterior.



Notas

1 En Europa y particularmente en Francia es más común la expresión Proche-Orient (Oriente Próximo), que se refiere al Próximo Oriente. Actualmente se utiliza para describir la región compuesta por los Estados envueltos en el conflicto árabe-israelí, es decir, Siria, Líbano, Jordania, el norte de Egipto, Palestina e Israel. En contraste, el término Middle East (Oriente Medio) es más utilizado en Estados Unidos y su uso actual cubre una región más amplia que en el término anterior. No solo se refiere a dichos Estados sino a todos los de la península arábiga, los Estados del norte de África del Magreb y del Máshreq más Irán y Turquía. No obstante, se debe aclarar que se trata de dos términos cuyo significado ha ido en mutación, por lo tanto no se trata de una definición absoluta.

2 Esto tiene que ver con la aspiración a que se reconozca el carácter judío del Estado de Israel y que ha sido una condición en algunos momentos para las negociaciones con los palestinos (París, 2011).

3 Traducción libre de los autores. En el texto original aparece así: "It makes a difference whether one defines oneself as engaged in the comparative study of foreign policy or in the study of comparative foreign policy. The former it is argued here, is a legitimate and worthwhile enterprise that may well lead to the formation of a disciplined field of inquiry, whereas the latter is an ambiguous label that serves to perpetuate a fad rather than to establish a field".

4 Gráfica elaborada por los autores a partir del artículo: Rosenau, J. (1968). Comparative foreign policy: fad, fantasy or field? International Studies Quarterly, pp. 269-329.

5 Aquellos que tienen una dimensión interna e internacional. Se trata de asuntos que no se pueden definir totalmente como internacionales o internos.

6 Este tándem se refiere a Bashar y a Assef Shawkat. Este último le facilitó el control de algunos círculos militares.

7 Assef Shawkat fue asesinado en un ataque en Damasco en julio de 2012, meses después de la elaboración del presente artículo.

8 Traducción libre de los autores. En el texto original aparece así: "Western leaders should indeed take this opportunity to reengage Damascus, recognizing that Syria is a major player that can be ignored only at the risk of continuing turmoil. By taking into account legitimate Syrian interests, they could persuade Assad to work constructively with the Lebanese government and with international efforts to stabilize Lebanon, withdraw support from forces trying to undermine an Israeli-Palestinian settlement, and prepare his own country for diplomatic reengagement and eventual peace with Israel. All this would also separate Syria's agenda in the Arab-Israeli conflict from that of Iran.

9 Traducción libre de los autores. En el texto original aparece así: "Dealing with Iran and Syria is controversial. Nevertheless, it is our view that in diplomacy, a nation can and should engage its adversaries and enemies to try to resolve conflicts and differences consistent with its own interests. Accordingly, the Support Group should actively engage Iran and Syria in its diplomatic dialogue, without preconditions".

10 Se refiere a la negación o relativización del genocidio en contra del pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial.

11 Traducción libre de los autores. En el texto original aparece así: "Ahmadinejad did not say he was going to wipe Israel off the map because no such idiom exists in Persian", remarked Juan Cole, a Middle East specialist at the University of Michigan and critic of American policy who has argued that the Iranian president was misquoted. "He did say he hoped its regime, i.e., a Jewish-Zionist state occupying Jerusalem, would collapse".
Jonathan Steele, a columnist for the left-leaning The Guardian newspaper in London, recently laid out the case this way: "The Iranian president was quoting an ancient statement by Iran's first Islamist leader, the late Ayatollah Khomeini, that 'this regime occupying Jerusalem must vanish from the page of time', just as the Shah's regime in Iran had vanished. He was not making a military threat. He was calling for an end to the occupation of Jerusalem at some point in the future. The 'page of time' phrase suggests he did not expect it to happen soon".

12 Traducción libre de los autores. En el texto original aparece así: "Je peux être en désaccord idéologique avec le Hezbollah, mais il y a un point commun entre nous. C'est que ses combattants attaquent les forces d'occupation israéliennes au Liban, et moi je les soutiens du Caire avec tout ce que je possède de force et de vie".



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