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Civilizar Ciencias Sociales y Humanas

versão impressa ISSN 1657-8953

Civilizar vol.14 no.27 Bogotá jul./dez. 2014

 


Carta del director

Ignacio Restrepo Abondano


Con oportunidad de la última elección presidencial y en posteriores alocuciones, el presidente Santos se ha referido al tema de la educación. El compendio de sus proyectos en esta materia lo constituye la promesa de que en 2025 "Colombia será el país más educado de América Latina". Y con este fin se apropia un presupuesto de 26 billones de pesos...

Pero cuando del discurso se baja a las realidades, se encuentran no pocas dificultades -casi insalvables- para conseguir el objetivo propuesto. Empecemos por lo más simple: la doble jornada de los colegiales. ¿En qué aulas van a acomodar las dos jornadas que hoy existen? ¿Hay currículos para el empleo del tiempo añadido, que signifiquen un verdadero desarrollo intelectual y práctico de los niños? En cuanto a docentes, la Unesco calcula que "en quince años harían falta 145.700 profesores de primaria" en el país: ¿se están preparando? ¿En qué facultades? Estos sencillos interrogantes deberían constituir un trabajo profundo y sistemático del Ministerio de Educación -como guía nacional- y, transcurrido el primer trayecto del gobierno Santos-Parody, no se ha dado a conocer.

Pero además, parafraseando a Cervantes "con Fecode topamos, Sancho". Hasta donde van nuestros recuerdos, una de las últimas grandes desavenencias entre el sindicato de profesores y el Ministerio de Educación, consistió en la negativa, con huelga y todo, contra la evaluación que el Ministerio pretendió hacer, sobre conocimientos y métodos de enseñanza de los educadores. No se puede ignorar, que Fecode es una gran barrera a cualquier modificación positiva que se pretenda hacer para mejorar la educación nacional. Y como su gran batalla frente al Estado apunta a exigir mayores salarios, tal vez una política de "mermelada" pueda vencer su inmemorial intransigencia.

Pero a nuestro parecer, existen problemas aún más profundos. Una generalización sobre esta materia sería desenfocada, pero es claro que no existe una masa crítica en la docencia del país en métodos constructivos de aprendizaje. El memorismo y la cátedra magistral todavía conservan una supremacía que hacen estéril el desarrollo mental de miles de estudiantes y que impiden cualquier asomo de creatividad, o por lo menos de una capacidad analítica que enseñe a estos a enfrentar problemas intelectuales de innovación y a hacer su propio camino formativo: la autonomía intelectual. Y ese problema es común para toda clase de enseñanza, desde el kinder hasta no pocos posgrados.

Es cierto que hay universidades, tanto privadas como públicas, de excelencia, pero no son el grueso. Si nos salimos de Bogotá, Medellín, Cali y tal vez Barranquilla, evidenciamos una mediocridad dominante en la educación superior, que deja a la provincia colombiana sumida en bajos niveles de desarrollo. Y la politización, cuando no la corrupción, de numerosas universidades, no solo en municipios pequeños sino aún en las grandes capitales, impide la tranquilidad de espíritu, base insustituible del quehacer intelectual. Por solo poner un ejemplo, ¿cómo podemos esperar una formación de docentes seria y profunda, en universidades como la Pedagógica Nacional, en donde casi cada mes la pasan en disturbios, pedreas y perturbación del orden público?

El programa de becas, sin duda, es un avance, pero ¿cuántas becas se necesitarán para crear una masa crítica de egresados brillantes que pueda transformar el perfil de la educación en Colombia? Entendemos que las becas pueden ser un instrumento eficaz de tipo populista para obtener una ayuda individual, más que para alcanzar una conversión de la educación en Colombia hasta llegar a afirmar "que sea el país más educado de Latinoamérica".

La estructura total de la educación es la que está en juego. Más aún, diríamos que lo que debe cambiar es una cultura nacional sobre la educación. Y para superar toda una tradición de siglos, se nos hace exiguo en extremo un periodo de 11 años para lograrlo, con el peligro de despilfarrar millones y millones de pesos en perseguir utopías.


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